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A Huachuma lo esperábamos en cualquier momento.

A veces lo empezábamos a recordar y, sin falta, a


los días aparecía. “Estoy aquí, hagamos algo, estemos juntos”. Su tez perfecta, matificada por el polvo
que se le deposita de tanto observar quieto el mundo. Su presencia calma, como si retornara a su hogar
y nosotros lo estuviésemos cuidando en su ausencia, armoniza el espacio que le pertenece. Su casa es
toda la tierra donde se yergue gigantesco y toca el sol con la coronilla, sin miedo, bebe de el y el sol deja
gotear en sus múltiples labios los secretos mas antiguos, los almíbares de los seres eternos.

Los vapores de la cocina hacían que se levantara su aroma amargo y escalofriante y lo hacía viajar
dentro de mi respiración como haciéndose parte de mi desde el oxígeno. Y es como si el sintiera mas
ansiedad que yo de mezclarnos, ya empezó a coquetearme y yo no me resisto. Siento que es la forma en
que deben suceder las cosas, él sabe cual es el ritmo. Siento que todos los vellos de mi piel están
erectos. Mi espalda está congelada en un sentimiento metálico, como un soplido dirigido desde la base
de mi columna hacia mi nuca, deslizándose por los lóbulos de mis orejas, mi cuello, envolviendome,
cogiendome por las axilas y moviendo mi cuerpo como una muñeca dócil.

El silencio es el único idioma que vale ahora.

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