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—¡Oh, es tarde! ¡Verdaderamente tarde! ¡Espero que los otros no hayan llegado todavía!
Pero sólo estaba el señor Púrpura.
El señor Azul y el señor Pardo aparecieron algo después.
El letrero decía:
Los invitados quedaron estupefactos. Durante treinta y tres segundos todo quedó en un
silencio profundo. Pero al fin se decidieron.
—¡Adelante!
—¡Adelante!
—¡Adelante!
—¡Adelante!
—¡Adelante!
—¡Adelante!
Al otro lado de la puerta los deslumbró una luz
desconocida. No era verde, ni azul. Tampoco era amarilla, ni
purpura, ni parda. Y, por supuesto, tampoco era negra.
A partir de esta primera merienda, hubo muchas otras en casa del señor Verde.