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INTRODUCCIÓN
En los últimos años, con el auge de la globalización y la reducción del papel del Estado
el concepto de sociedad civil, y el de la opinión pública como expresión de esta última,
ha cobrado importancia dentro de la filosofía política. Muchos autores se han dedicado
analizar como la sociedad civil debe ejercer, a través de la opinión pública, una función
crítica con el poder estatal y guiar su funcionamiento. Sin embargo, aunque es un hecho
que la opinión pública tiene también una influencia directa sobre el poder económico y
empresarial, cuál debe ser el papel de la opinión pública en relación con estos poderes
económicos es algo que no ha sido excesivamente tratado.
En este trabajo, analizaremos, a través de Adela Cortina, las diferentes definiciones que
autores como Kant, John Rawls o Jürgen Habermas han hecho de la opinión pública y la
sociedad civil, en las cuales no queda clara la relación entre estas esferas y la esfera
económica, o donde la influencia directa de la opinión pública en la empresa es excluida.
Otra cuestión es si la empresa debe ser incluida dentro de la sociedad civil o forma parte
de una esfera separada de esta. Mientras que autores como Habermas opinan que la
empresa, por su lógica estratégica basada en la obtención de beneficio, debe ser excluida
de la sociedad civil, regida por una lógica comunicativa; autores como García Marzá
opinan que tanto en la empresa como en la sociedad civil podemos encontrar ambas
lógicas con diferente predominio en cada una de ella, y que excluir la empresa de la
sociedad civil es un error metodológico, ya que de esta forma la empresa escapa a
cualquier control de legitimación.
A partir del siglo XVIII se establece un fuerte lazo de unión entre el concepto de
publicidad y el mundo político. Aparece una red de asociaciones comerciales, políticas,
artísticas e incluso religiosas, fuera de la familia y del Estado que generaron un espacio
discursivo, comúnmente conocido como esfera pública. En este espacio se producía un
encuentro de diferencias que tenía que ser tolerado para asegurar el bienestar mutuo de
segmentos interdependientes de la sociedad. Además, en este espacio público la opinión
adquirió un nuevo significado como una expresión de la sociedad formada y presentada
fuera de las instituciones que podía presumir de hablar en nombre de los miembros de la
sociedad. La opinión pública se consideraba la expresión de la sociedad hablando por sí
misma. Esta comprensión de la opinión pública se unió al ideal liberal democrático de “el
público” como un concepto político basado en intereses cuyas opiniones deben guiar la
acción del Estado.Los objetivos y los efectos de la acción del Estado, del ejercicio del
poder, son públicos, y por ello necesitan de una legitimación pública. Como afirma Adela
Cortina (1995:223):
Tanto Kant como Rawls y Habermas sostienen que la legitimidad de la política solamente
puede provenir de leyes racionalmente queridas. Un Estado justo tiene que basarse en la
voluntad racional del conjunto de la sociedad. Para determinar esta voluntad es necesaria
una “publicidad razonante” (Cortina, 1995:223).
Kant afirmaba que el soberano debía promulgar sus leyes contando con lo que todos
podrían querer. Para conocer esta voluntad debía escuchar la voces de los ciudadanos
ilustrados que a través del “uso público de la razón” deben criticar públicamente a los
poderes públicos. La sociedad quedaba así organizada en dos ámbitos: el público,
correspondiente al Estado, y el privado. Dentro del ámbito privado entre la esfera
correspondiente a la familia y a los negocios, y la publicidad política de los “ilustrados”
que ejerce la mediación entre el poder político y la sociedad a través de la opinión pública.
De esta forma, se creaba un espacio público en el que los ciudadanos podían deliberar
acerca de los asuntos que consideraban importantes. Como afirma Adela Cortina
(1995:224):
La existencia de ese espacio público es conditio sine qua non para la opinión pública y la crítica
al poder político y, en última instancia, para la moralidad de lo político.
Para Habermas una publicidad política crítica es una condición indispensable para una
democracia auténtica. Al igual que para Kant, para Habermas la publicidad política ejerce
la mediación entre la sociedad civil y el poder político. La soberanía popular se manifiesta
comunicativamente, y a su vez, el poder político debe legitimarse mediante la
comunicación. Como puntualiza Adela Cortina (1995:226):
Y no recurriendo a supuestos tradicionales o autoritarios, sino a argumentos capaces de
convencer a los afectados por sus proyectos. De ahí la necesidad de escuchar a la ciudadanía
que se expresa a través de canales institucionales pero también a través de una opinión pública
no institucionalizada
Habermas continúa con la tradición kantiana de una opinión pública que funciona como
conciencia moral del poder político, porque le obliga a recordar que debe guiar sus
políticas públicas en base a la voluntad de la sociedad: a intereses universalizables. Al
igual que para Kant, para Habermas la opinión pública pertenece a la sociedad civil. Sin
embargo Habermas adapta tanto el concepto de sociedad civil como el de opinión pública,
introduciendo modificaciones sustanciales para adaptarlos a las sociedades democráticas
actuales.
Mientras que Kant identificaba la sociedad civil con la sociedad burguesa y, por tanto,
con el poder económico, para Habermas la sociedad civil estaría compuesta por
asociaciones voluntarias, no estatales y no económicas. Estas asociaciones perciben los
problemas de la sociedad e influyen en la formación de la opinión pública dando cauce a
sus intereses y experiencias.
Por otra parte , a diferencia de Kant, Habermas no identifica únicamente a los sujetos de
la opinión pública con los ciudadanos ilustrados, sino con “aquellos sujetos afectados por
los sistemas que defienden intereses universalizables y colaboran, por tanto, en la tarea
de formar una voluntad común discursivamente y por medio del diálogo” (Cortina,
1995:227).
Habermas (1997:61) es además profundamente crítico con el esfera pública actual cuando
afirma que Kant :
No podía prever el cambio estructural de esta esfera pública burguesa a una esfera pública
dominada por los medios de masas electrónicos, degenerada semánticamente, ocupada de
imágenes y realidades virtuales. No podiá ni sospechar que este milieu de una ilustración
«habladora» pudiera cambiar de función tanto por una indoctrinación sin palabras como por un
engaño con palabras.
Habermas considera que el esfera pública actual es una esfera distorsionada por los
medios de comunicación y colonizada por los poderes económicos, por lo que su
función crítica está muy debilitada.
García Marzá (2008:36) pone de relieve la problemática que genera esta exclusión de la
esfera económica de la sociedad civil:
Si el motivo es, en último lugar, las condiciones desiguales de participación, la necesidad de la
acción estratégica y de los medios de dinero y de poder, la pregunta es evidente: ¿qué instituciones
no requieren de una determinada integración de todos estos elementos con la acción
comunicativa? ¿Acaso las iglesias, los movimientos sociales y las asociaciones cívicas y
solidarias, no requieren de esta integración? O viceversa, ¿acaso puede explicarse la economía y
sus instituciones sin hablar de valores, normas, reciprocidad, confianza, etc.? Con la exclusión de
las instituciones económicas la teoriá de la democracia pierde así uno de sus pilares básicos, pues
quedan fuera de análisis aquellos ámbitos de acción en los que de hecho se establecen la gran
mayoría de las relaciones sociales y se produce y reproduce el poder económico y social.
John Keane ha trabajado con un concepto más inclusivo de sociedad civil, admitiendo
que se trata de un espacio de instituciones donde rige la solidaridad, pero donde también
podemos encontrar instituciones basadas en la competitividad, la propiedad privada y el
mercado.
García Marzá (2008:36) resume las características de la sociedad civil según Keane:
Por tanto, en la sociedad civil se produciría la formación de una voluntad común para
definir y afrontar las necesidades y objetivos de una sociedad. Desde la perspectiva de la
hermenéutica crítica cultivada por la Escuela de Valencia, la autonomía y la
voluntariedad, las condiciones que hacen posible una participación libre e igual, deben
ser las premisas fundamentales para una definición de la sociedad civil. La perspectiva
hermenéutica admite que si bien la lógica comunicativa tiene primacía en la sociedad
civil, esta última esta compuesta por diferentes esferas que responden a lógicas propias,
con estrategias para el logro de un determinado bien social. A partir de estas premisas,
García Marzá (2004:pp. 43-44) define así la sociedad civil:
En la sociedad civil nos encontramos con multiplicidad de intereses, que pueden ser
particulares, comunes o universales. Los intereses universales serían los correspondientes
al ámbito moral, ya suponen las condiciones mínimas para que se produzca un “libre
acuerdo” en la definición de los demás tipos de intereses. Para que haya diálogo es
necesario un reconocimiento mutuo, pero los acuerdos a los que conduce este diálogo
tienen que tener en cuenta las lógicas propias de cada esfera, lo que requiere negociación
para llegar a compromisos. No siempre se llega al acuerdo ideal a través del mejor
argumento, sino que se alcanzan soluciones negociadas, de compromiso, que respetan el
equilibrio entre diferentes intereses.
Con esta interpretación de la sociedad civil, se mantiene el potencial crítico de ésta sin
caer en una visión utópica. El valor moral de la sociedad civil depende de que los acuerdos
alcanzados en su seno, mezcla de lógicas comunicativas y estratégicas, se basen en
acuerdos alcanzados libremente.
El poder de los clientes como consumidores, de lo que Beck denomina el consumismo político,
así como la fuerza de los movimientos reivindicativos y, en general, de la opinión pública que
gestionan al identificar y escenificar un problema son dos buenos ejemplos de este poder de la
sociedad civil.
Para García Marzá hay que buscar el origen del poder de legitimación de la sociedad civil
en los recursos morales de los que ésta dispone. Marzá (2004:47) define de esta forma el
concepto de recursos morales:
denominamos recursos morales a todas aquellas disposiciones y capacidades que nos conducen
al entendimiento mutuo, al diálogo y al acuerdo como mecanismos básicos para la satisfacción
de intereses y para la resolución consensual de los conflictos de acción.
Creemos que el análisis de la opinión pública y la sociedad civil desde el punto de vista
de los estudios sobre retórica puede ser un complemento interesante para el análisis que
de estas cuestiones se hace desde una ética hermenéutico-crítica. Como vamos a ver a
continuación ambas perspectivas rechazan la idealización que del discurso tal y como se
produce en democracia se ha realizado desde la ética del discurso. Por un lado, porque no
responde a la realidad de cómo se llevan a cabo los diálogos en las sociedades
democráticas y por otro porque excluye del diálogo a ciertas esferas de la sociedad civil
que no encajan en el discurso ideal, como puede ser el mundo de los negocios y la
empresa.
Los intentos de reconstruir el espacio público han dado como resultado argumentos en
los cuales su recuperación se basa en una idealizada forma de comunicación convertida
en norma, como es el caso de la teoría del discurso de Jürgen Habermas. Los críticos de
Habermas han considerado que el espacio público definido por Habermas es un mito o
un concepto utilizado para la manipulación política. Tanto en el intento de recuperación
del espacio público como en el intento de desacreditarlo, no se han considerado las
características retóricas de este espacio público. Como resultado, los discursos de las
partes activas de la sociedad, incluyendo tanto al ciudadano medio como a los líderes,
han sido interpretados en formas que subordinan las consideraciones retóricas a intereses
políticos. Estas interpretaciones no pueden dar cuenta de las formas en las cuales la
sociedad es inundada con intercambios retóricos que contribuyen a la reproducción social
y política de sus miembros.
Esta visión idealizada no se corresponde con las características retóricas del discurso tal
y como es practicado en democracia. El carácter intencionado y particularizado del
discurso sobre problemas públicos sugiere que las asunciones retóricas son una
alternativa más adecuada que la del discurso ideal para evaluar las prácticas discursivas
de la democracia realmente existente. Proveen las bases para un modelo retórico de la
Esfera Pública. Un modelo retórico requeriría apertura a aquellas condiciones que
producen una pluralidad de esferas dentro de la Esfera Pública. Se centraría en el
entramado de esferas de la sociedad civil como los lugares del “multílogo” de la sociedad
sobre la autoorganización, y conceptualizaría los públicos como procesos que surgen a
través del discurso de actores sociales que están intentando apropiarse de su propia
historicidad. La naturaleza parcial de este discurso hace que las asunciones de desinterés
sean contraintuitivas. Un modelo retórico de esferas públicas no solamente espera que
los participantes tengan intereses sino que los considera esenciales para el juicio prudente
de los problemas públicos. Sustituye el desinterés por la acomodación de intereses
conflictivos como marco de una esfera pública que funcione bien. Más que estándar
universal de acuerdo justificado basado en la fuerza racional de los argumentos, un
modelo retórico reconoce que entablamos una conversación cívica sobre asuntos
particulares con interlocutores y audiencias específicas. Aplicar estándares propios de
cada audiencia que puedan acomodar intereses en conflicto sugiere que las buenas
razones son la base operativa para el consenso real forjado a través de la heteroglosia, o
los múltiples sentidos, de una esfera pública. De igual forma, un modelo retórico
abandona la búsqueda de argumentos universalizables. Su preocupación es cómo el
diálogo dentro de cualquier esfera pública lidia con argumentos que llevan a sus
participantes a entender sus intereses y a hacer juicios prudentes. Finalmente, un modelo
retórico reconoce que las condiciones que definen la sociedad civil, de interdependencia
y diversidad requieren que las partes en comunicación compartan un mundo común de
referencias. El entendimiento común sustituye al acuerdo ideal basado en el mejor
argumento como la norma comunicativa para alcanzar una cooperación mutua y una
tolerancia razonables.
Una investigación de la opinión pública que sea fiel al los procesos discursivos mediante
los que los actores sociales intercambian y forman sus puntos de vista definitivos es difícil
de llevar a cabo porque se deben hacer inferencias sobre un conjunto de valores, creencias
y respuestas desde la evidencia de que no siempre se obtienen de forma directa, de que
no siempre están disponibles. Hauser mantiene que los públicos son más complejos de
los que sugieren las encuestas de opinión pública. Las encuestas proporcionan
información importante sobre cómo la gente responde a un evento que se está
desarrollando. Sin embargo, son insuficientes para revelar la forma y carácter de el
público realmente emergente porque no tienen oído para el diálogo heteroglósico de
narrativas particulares y argumentos que dan sentido a los asuntos y expresan sus relación
con las vidas de la gente. Como alternativa, la teoría liberal democrática sugiere que
podemos medir la opinión pública a través del examen de las deliberaciones públicas de
los participantes activos. Sin embargo, las voces de los líderes de opinión hablando y
escribiendo desde puestos institucionales de poder no son necesariamente las mismas que
las de los públicos que deben apoyarlos o no; tampoco sus opiniones son idénticas a las
de aquellos que juzgan lo que ellos dicen; ni sus narrativas y opiniones necesariamente
capaces de escapar a su propia actitud monológica y entrar en un diálogo que coloque la
ideología y la experiencia vivida en una tensión constante.
Hauser (2004:109) aboga por una tercera vía que se centra en el discurso tal y como este
se manifiesta. Se refiere al discurso como a la conversación entre los miembros de un
público, y por lo tanto, como una fuente de evidencia significante que merece un intenso
escrutinio. El modelo retórico desplaza el análisis desde una noción preconcebida de “el
público” como un ideal político y desde concepciones objetivistas a las cuales les pasa
desapercibida la historia de qué segmentos activos de la sociedad están intentando decir
algo, a las funciones epistemológicas y comunicativas manifiestas en el conjunto de
intercambios discursivos entre aquellos que discuten un problema público.
De igual manera, Hauser rechaza igualar la opinión pública con consenso razonado o con
un recuento de mayorías. Por el contrario, argumenta que los diálogos desde los que
extrapolamos e interpretamos las opiniones públicas, discursivamente constituyen los
entendimientos comunes de la realidad de sus participantes. Los actores sociales son
capaces de construir realidades sociales compartidas, aun cuando no pueden valorarlas de
forma similar, porque comparten un lenguaje de sentido común y un mundo de referencias
comunes. La rehabilitación de la opinión pública requiere dar un peso acorde a las
opiniones en proporción a la atención, selectividad y diversidad de aquellos inmersos en
los procesos dialógicos de la esfera pública. Los públicos pueden ser reprimidos,
distorsionados o responsables, pero cualquier evaluación de su estado real requiere que
los investigadores y los líderes entren en procesos de análisis de la ecología retórica así
como de los actos retóricos, incluyendo los suyos propios, por los cuales ellos
evolucionan. Estas, después de todo, son las condiciones que constituyen sus diferencias
individuales. Este análisis de los públicos y sus opiniones empieza con la comprensión
de los públicos como formaciones discursivas y la opinión pública como una expresión
discursiva del juicio civil del que, al final, todos los públicos dependen.
Finalmente, Hauser mantiene que la opinión pública es una interpretación hecha a partir
de datos, de los cuales el más relevante es el discurso que se da en el interior de la
sociedad. Las opiniones públicas están insertas en el diálogo en desarrollo en el que las
clases, las razas, las religiones, las regiones y una multitud de otras significativas
diferencias se rozan unas con otras, problematizan unas y otras asunciones sobre el
significado, crean espacios discursivos en los cuales surgen nuevas interpretaciones, y
dirigen, aunque sea de forma vacilante, hacia intersecciones que proporcionan
expresiones colectivas de sentimientos compartidos. Si no atendemos a estos diálogos
nos perdemos las narrativas en las cuales las opiniones son contextualizadas y que nos
permiten interpretar el significado de los juicios ofrecidos.
El consumo puede interpretarse también como una herramienta retórica más que tiene la
sociedad civil para ejercer su poder. Consumir o no consumir determinados bienes,
además de favorecer o perjudicar los interés económicos de las empresas productoras,
genera una interacción simbólica tanto con la empresa como con el resto de la sociedad,
enviando un mensaje de aprobación o desaprobación con respecto a determinadas
prácticas empresariales, y generando debates en el seno de la sociedad, sobre la ética y la
justicia de determinadas prácticas empresariales. Como afirma Feenstra (2005:437), “el
consumo está lejos de ser una acción neutra”, a lo que yo añadiría que el consumo es un
arma cargada de retórica.
Los propios consumidores también tienen ahora la posibilidad de utilizar las nuevas
tecnologías de la información para denunciar manipulaciones publicitarias o para
responder frente a anuncios erróneos, falsos o inadecuados. Es lo que se conoce como
activismo mediático ciudadano. Los ciudadanos tienen la posibilidad de utilizar las
nuevas plataformas digitales y las redes sociales para generar y difundir mensajes,
noticias o quejas. En ocasiones estos mensajes tienen gran repercusión, superando el
impacto de la publicidad.
Hemos visto que para Habermas la Sociedad Civil es el ámbito propio de la acción
comunicativa, centrándose en los mecanismos que se dirigen al entendimiento y al
acuerdo y, en definitiva, la búsqueda de intereses generalizables. Habermas, al vincular
la Sociedad Civil con el diálogo y el consenso, elimina de esta esfera las acciones
derivadas del ámbito económico.
La empresa como institución pretende y requiere una credibilidad, una justificación ante todos sus actores
implicados y afectados, de que su actuación es la esperada, es la correcta. En definitiva, las decisiones y las
acciones empresariales, así como la empresa como organización, reclaman para sí una pretensión de validez
o justicia sin la cual perderían su credibilidad y, con ella, todo anclaje racional para la confianza.
García-Marzá considera necesario un concepto de Sociedad Civil que pueda incluir tanto
los mecanismos de coordinación dirigidos a la consecución del propio interés, como
aquellos mecanismos derivados del diálogo y la búsqueda de acuerdos para alcanzar
intereses comunes. En opinión de García-Marzá, sin este concepto inclusivo de Sociedad
Civil, la ética empresarial como ética aplicada carece de sentido.
Este concepto inclusivo de Sociedad Civil debe poner de relieve la función de los recursos
morales dentro de la economía. Desde la perspectiva de una ética empresarial dialógica,
se trata de sacar a la luz y explicitar el saber práctico intuitivo que los miembros de la
Sociedad Civil utilizan en su papel de clientes, inversores, profesionales, etc. En todos
estos ámbitos se utilizan recursos que permiten a los individuos llegar a acuerdos y
negociaciones que lleven al establecimiento de una voluntad común. Estos recursos no se
pueden reducir a la expectativa de obtención de beneficio económico o al miedo al castigo
por parte de la ley.
Ámbito de interacciones estructurado en torno a una red de asociaciones y organizaciones que, dentro
del orden jurídico, son posibles gracias al libre acuerdo de todos los participantes, con el fin de alcanzar
conjuntamente la satisfacción de determinados intereses y la resolución consensual de posibles conflictos
de acción.
A partir de esta definición podemos extraer los rasgos que compondrían la Sociedad Civil.
Ésta se entendería como una esfera de interacciones sociales y no como un sujeto unitario,
sometida al Estado y al derecho que tienen que garantizar tanto la libertad como los
medios para ejercerla. La libertad y la voluntariedad son aspectos esenciales de la
Sociedad Civil, lo que implica que debe ser inclusiva y mantener condiciones de simetría
e igualdad de participación a la hora de dialogar y alcanzar consensos de legitimación.
Un aspecto importante de la definición propuesta es el que hace referencia a la
satisfacción de intereses. En la Sociedad Civil pueden encontrarse intereses particulares
(dinero, prestigio, etc.), comunes (profesionales, corporativos, etc.) e intereses generales
o universales (reconocimiento, dignidad, etc.). El ámbito moral se identificaría con los
intereses generales y éstos representarían las condiciones mínimas para que se pueda
hablar de “libre acuerdo” en la definición y satisfacción de los intereses particulares o
comunes. Este libre acuerdo incluiría no solamente aquel consenso que implica un interés
igualmente aceptable para todos, sino también a negociaciones y compromisos
estratégicos que deben estar sometidos también a los mínimos éticos que supone el libre
acuerdo.
Desde la perspectiva de la Sociedad Civil, habría que considerar la empresa como una
organización capaz de desarrollar este tipo de recursos a pesar de la distribución
asimétrica de poder que caracteriza a la empresa. Los mecanismos estratégicos de la
empresa deben estar supeditados al libre acuerdo sobre las consecuencias de estos
mecanismos. Esto implica que el diálogo debe ser el método básico para la resolución de
conflictos. A esta capacidad de diálogo y a los mecanismos de coordinación de la acción
que posibilita, García-Marzá (2004:47) los denomina recursos morales:
Denominaremos recursos morales a todas aquellas disposiciones y capacidades que nos conducen al
entendimiento mutuo, al diálogo y al acuerdo como mecanismos básicos para la satisfacción de intereses
y para la resolución consensual de los conflictos de acción.
La ética empresarial debe ser capaz de racionalizar las condiciones de posibilidad de estas
relaciones de confianza, es decir, de las condiciones de posibilidad para que los recursos
morales y, en general, todo tipo de capital social puedan generarse. Por ello es
conveniente que el concepto de Sociedad Civil, y por tanto de empresa, incluya tanto la
actuación estratégica como la dirigida al consenso y diálogo entre las partes.
No tenemos primero el orden económico y social y después aparecen los diferentes elementos
del capital social para su mejor funcionamiento. No cabe hablar […] primero de la empresa y
luego de la empresa ética. Ya hace bastante tiempo tanto la praxis como la teoría han roto con
el mito de la empresa amoral, pues desde el momento en que se tiene posibilidad y libertad
para tomar una decisión u otra, elegir un curso de acción o adoptar determinadas políticas,
estamos en el terreno moral y esto significa que debemos responder de nuestra conducta,
individual o institucional, frente a los posibles afectados.
Es obvio que la empresa es una institución social que tiene el objetivo de conseguir
determinados bienes o fines que logren la satisfacción de unos determinados intereses. El
objetivo de una empresa no es, por tanto, la consecución de acuerdos; pero siempre es
necesario un mínimo de consentimiento y acuerdo para poder conseguir lo que la empresa
se propone. Como cualquier otra organización la empresa es un sistema cooperativo, que
no excluye los conflictos, pero que requiere de recursos para solucionarlos más allá de la
estrategia, la coacción o la violencia.
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA REFERENCIADA
GARCÍA MARZÁ, D. (2008): Sociedad civil: una concepción radical. En: Recerca,
revista de pensament i anàlisi, 8, pp. 27-46.