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(Hadewijch de Amberes)
Nada está quieto, es algo difícil de reconocer en pleno movimiento. Cuando el movimiento
exterior se anula, asoma esa rabiosa turbulencia que nace en el interior de los objetos y de los
cuerpos. Dibujar puede ayudar a ver, atiende y persigue ese fluir, no deja que se disipe.
Las imágenes de Marta son más milagrosas que mágicas. La magia es compleja y secreta:
mediática; el milagro es simple y directo, es lo extraordinario mismo. También lo maravilloso y
lo terrible. Aquí no hay disimulo, no se ocultan las fisuras; es sencillo desandar el proceso hacia
el origen de la experiencia. Cuando esto ocurre resulta conmovedor. Reproducir no sólo lo que
se ve, sino el acto mismo de mirar. Perderlo todo para ver mejor. Siempre ese querer y no poder,
esa acción sin propósito al encuentro de su gran obstáculo. Un mismo baile, salvando las
diferencias entre cuerpos desencajados, que nos traslada a momentos de fantaseo
ensimismado, de encantamiento sin fin: “vagabundeamos, pobres, exiliados y privados, por los
duros caminos de una tierra extraña”
De modo que veo, me mimetizo y finalmente “trazo”. Arrastro esa misma acción mimética a la
mano y la mano crea su “pantomima” (omimo= mentir, encubrir; de donde surge: ómito=omitir
y, finalmente: ímito= imitar). Copiar nos conduce a representar, mediante omisiones,
encubrimientos y ficciones. Cuando estas farsas aspiran a mostrar una verdad se vuelven
mentiras piadosas. Todo cuanto se haga sin caridad es verdaderamente nada.