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Si esto es consuelo – entonces lo otro – era dolor

“Inmediatamente percibí con claridad lo que


contenían las cosas que veía, porque todo lo que
ve en espíritu quién ha sido raptado, se
comprende, se gusta, se entiende y se penetra de
parte a parte”

(Hadewijch de Amberes)

Nada está quieto, es algo difícil de reconocer en pleno movimiento. Cuando el movimiento
exterior se anula, asoma esa rabiosa turbulencia que nace en el interior de los objetos y de los
cuerpos. Dibujar puede ayudar a ver, atiende y persigue ese fluir, no deja que se disipe.

Las imágenes de Marta son más milagrosas que mágicas. La magia es compleja y secreta:
mediática; el milagro es simple y directo, es lo extraordinario mismo. También lo maravilloso y
lo terrible. Aquí no hay disimulo, no se ocultan las fisuras; es sencillo desandar el proceso hacia
el origen de la experiencia. Cuando esto ocurre resulta conmovedor. Reproducir no sólo lo que
se ve, sino el acto mismo de mirar. Perderlo todo para ver mejor. Siempre ese querer y no poder,
esa acción sin propósito al encuentro de su gran obstáculo. Un mismo baile, salvando las
diferencias entre cuerpos desencajados, que nos traslada a momentos de fantaseo
ensimismado, de encantamiento sin fin: “vagabundeamos, pobres, exiliados y privados, por los
duros caminos de una tierra extraña”

Observo el modo en que las formas se descontrolan y asilvestran, disolviendo su sentido


inmediato en una selva de evocaciones contrastantes. La suprema belleza de lo que ocurre,
detrás de lo previsto. El hogar de cartón-piedra, el banal atrezzo, los pomposos vestidos, las
manos y los rostros trastornados al sostener la mirada sobre la fijeza centrípeta de las cosas.
Marta tira de todos ellos para desenmascararlos, los aísla de la trama que rige su sonambulismo.
La continuidad se muestra así, escindida; y también la situación del que mira. Las imágenes fijas
se mueven en dos sentidos: como punto de partida o como punto de llegada. En ambos casos
ejercen una virtud motora en el espectador que siente como propio el impulso de evadirse.
Aunque lo que vemos no sea estrictamente una imagen fija, sino un dilatado momento de
estupefacción. Todas estas pinturas tienen algo en común, parecen tirar de nosotros, de forma
recurrente, hacia un mismo lugar. Enseguida sabemos que al mirarlas, será muy difícil ya sacarlas
de nuestras cabezas.

Encontramos un cierto consuelo al asistir a esta descomposición de lo conocido… no sólo por lo


carnavalesco, también por el regusto dulce que nos deja esa corrosión de lo aparente. Consigue
interiorizar aquello que nos excita, restituyéndolo a través de su representación. Ofrece un
sucedáneo de la realidad, a fuerza de imitarla, más transparente y cierto que la propia realidad.
Busca lo que realmente sucede en lo que sucede, desestabilizando la imagen y dejando que
asomen sus estribos, sus puntales, sus hilvanes. Usa la copia como un medio para alejarse
radicalmente de las apariencias.

Si nos detenemos en el proceso de copiar: mirar-retener-trazar; se nos revela un espacio vacío


entre el mirar y el trazar al que conocemos como “retentiva”. “Retenemos” creando una
“imagen” o una “descripción” conceptual de lo que vemos. Pero una imagen o una descripción
no son más que una reordenación de lo que somos, de aquello que nos compone; realmente el
objeto como tal nunca es percibido. Es algo así como ir a la fuente a por agua, sin cántaro, sin
cubo, sin vaso, sin manos. Sin otra alternativa que llevarse el agua puesta como parte de uno
mismo, que mimetizarse con el agua. Tampoco podemos transportarlo todo de una vez, lo
hacemos en varios viajes, por partes; la retentiva se dosifica. Es como bucear; hay que tomar
aire antes de sumergirse y volver a la superficie a por más aire, una y otra vez. Y ocurre que, al
reunir de nuevo las partes, se producen desajustes que hay que recomponer y lagunas que
deben ser restauradas. Finalmente, al comparar el objeto con su doble, se pone en evidencia un
desfase que equivale al desarraigo entre el sujeto y el mundo: “vagabundeamos, pobres,
exiliados y privados, por los duros caminos de una tierra extraña”
La imitación nos hace maleables y compasivos. Ni siquiera es necesario actuar, basta con mirar
y tratar de retener. Sentir como la presencia del otro nos imprime y transforma. Explorar todas
esas vidas posibles.

De modo que veo, me mimetizo y finalmente “trazo”. Arrastro esa misma acción mimética a la
mano y la mano crea su “pantomima” (omimo= mentir, encubrir; de donde surge: ómito=omitir
y, finalmente: ímito= imitar). Copiar nos conduce a representar, mediante omisiones,
encubrimientos y ficciones. Cuando estas farsas aspiran a mostrar una verdad se vuelven
mentiras piadosas. Todo cuanto se haga sin caridad es verdaderamente nada.

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