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La crisis y la subsecuente cesantía han generado una comprensible inquietud en colegios

que se ven enfrentados a las dificultades de los padres y apoderados para pagar la
colegiatura.

Hace unos días se publicó en El Mercurio un artículo sobre la forma como algunos
establecimientos están encarando la situación.

En el texto un entrevistado habla de la necesidad de tener “harta comunicación”, para


así tomar medidas a tiempo entre los padres y el establecimiento. Se recurre a la
comunicación como un factor que genera condiciones para una mejor gestión, en un
tipo de organizaciones donde las formas y contenidos de la comunicación están bien
definidos e incluso “maqueteados”. Se trata de comunicaciones del tipo: pregunta y
respuesta en el aula; entrevistas con los directivos; revista institucional; ampliados en el
patio y, en algunos casos, un sitio web de carácter informativo. Las Tecnologías
Digitales (TICs), por otra parte, están domesticadas por una educación bastante
tradicional y predecible (obviamente, hay excepciones).

Recurrir a la comunicación para solucionar problemas o satisfacer necesidades es cada


vez más frecuente. De ahí su creciente importancia para el quehacer de las
organizaciones, ya sean privadas, públicas o del tercer sector. Sin embargo, cabe
preguntarnos de qué comunicación estamos hablando: folclóricamente se entiende la
comunicación como transmisión de información. Esta matriz hegemónica nos impele a
pensar en la generación de medios que permitan llegar –ojalá persuasivamente– a
muchas personas en forma rápida, con un mensaje determinado. Frente a esta visión, ha
surgido la idea de entender la comunicación como una dimensión del quehacer humano
en la cual los medios son solo una parte. Se nos invita a utilizar los recursos
interpersonales, grupales y tecnológicos para establecer comunidades de sentido frente a
determinadas cuestiones, integrando al otro en el acto comunicativo. Esto no tiene nada
de doctrinario ni idealista, es profundamente real y pertinente. Solucionar “problemas
de comunicación” creando solo medios ha generado – no en todos los casos, por cierto –
múltiples ejemplos de fracasos. La comunicación es esencialmente un fenómeno
simbólico que convoca a sujetos distintos, domiciliados socioculturalmente. Por tanto la
comunicación siempre está contextualizada y basada en una dialéctica: mismidad y
otredad.

En esta época compleja y, además, de crisis debemos pensar la comunicación en


términos estratégicos. Se trata de gestionarla para agregar valor a nuestra organización,
proyecto o personaje. Esto suena muy fácil pero es muy difícil concretar exitosamente.
De ahí la necesidad de contar con especialistas reflexivos e innovadores.

¿Qué podemos hacer en este tiempo de escasos recursos financieros?. Una posibilidad
es la web 2.0 que requiere para una adecuada implementación, más creatividad que
recursos, más innovación que recetas y más atender al otro que bombardearlo con
información, ya que nos facilita encontrarnos con públicos cada vez más segmentados e
incluso personalizados.

No tiene sentido entonces hablar de “harta comunicación” si sólo nos referimos a enviar
mensajes en lugar de tender a formar comunidades.

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