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en la España contemporánea*
NORBERTO MÍNGUEZ-ARRANZ
Universidad Complutense de Madrid
Resumen
Este artículo analiza el cine documental realizado en España durante el periodo
2001–2005 sobre el terrorismo de ETA. Algunas de estas películas se centran en el
drama de quienes han sufrido el terrorismo y han sido olvidados durante mucho
tiempo. Siguiendo modos de articulación que van desde lo convencional a lo experi-
mental nos acercan a la dureza de unas vidas rotas y a la complejidad de representar
la condición de víctima. La pelota vasca pretende dar una visión global del conflicto
vasco y se presenta como una invitación al diálogo. El presente artículo sostiene
que no se trata de una película imparcial, sino que su discurso impulsa mitos e
imágenes manejados por el nacionalismo vasco y deja al descubierto las dificultades
y conflictos que se producirán una vez que se compruebe la desaparición definitiva
del terrorismo.
Abstract
This essay considers how Spanish documentary films produced between 2001 and
2005 deal with ETA’s terrorism. Some of these films focus on people who have
suffered terrorism and have been long forgotten. Using narrative modes ranging
from the conventional to the experimental, they show the difficulties of these
ruined lives and the complexity of portraying the condition of the victim. The Basque
Ball aims at a general vision of the Basque conflict and presents itself as an invita-
tion to dialogue. This essay argues that far from being an impartial film, it rein-
forces myths and images dear to Basque nationalism, and unveils the difficulties
and conflicts that will arise once terrorism has completely disappeared.
*
El presente texto es parte de una investigación más amplia desarrollada en la Universidad
del Sur de California. Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a la Dirección General
de Universidades del Ministerio de Educación de España por la Ayuda a la Movilidad conce-
dida para su realización (Ref. PR 2005–289). También deseo expresar mi gratitud a la profe-
sora Marsha Kinder y a USC por acogerme como investigador visitante durante el curso
académico 2005–2006. Igualmente a la Universidad Complutense y a mi departamento,
Comunicación Audiovisual y Publicidad I, por todo el apoyo brindado.
El terrorismo de ETA ha sido durante décadas uno de los problemas más graves de
la sociedad española. La historia de esta banda terrorista es larga y ha pasado por
situaciones muy diversas incluida la declaración de alto el fuego permanente de
2006 rota diez meses después. El terrorismo de ETA y la situación política y social
del País Vasco han ocupado una cantidad de tiempo y espacio extensísima en los
medios de comunicación españoles. Se podría decir que en no pocos momentos
de la historia reciente de España la vida política del país ha estado focalizada en el
llamado conflicto vasco. A pesar de la desmesurada capacidad de esta cuestión para
conseguir atención mediática y social, el cine español no ha abordado el conflicto
vasco con demasiada frecuencia. Apenas 25 largometrajes de ficción han tratado
este asunto desde 1977 y en muchos casos no es el terrorismo el tema central de
la película, sino que sirve como contexto a otro tipo de historias.1 En el ámbito del
cine documental la producción es considerablemente más reducida.2
El objeto del presente artículo es analizar el cine documental producido en
España sobre este asunto durante el periodo 2001–2005 y esbozar la poética que
subyace en estas películas, es decir, su composición, su función y sus efectos. Solo
hay tres directores de cine que han realizado documentales sobre terrorismo
en este periodo: Eterio Ortega ha dirigido Asesinato en febrero (2001) y Perseguidos
(2004); Julio Medem ha dirigido La pelota vasca: la piel contra la piedra (2003); e Iñaki
Arteta ha dirigido Voces sin libertad (2004) y Trece entre mil (2005). De estas cinco
películas, la primera y la última tratan sobre personas que fueron asesinadas por
ETA y sobre el vacío y el dolor que su asesinato dejó entre sus familias. Perseguidos
es una película que muestra la vida y las opiniones de dos personas amenazadas
por ETA. Voces sin libertad y La pelota vasca recogen distintos discursos y opiniones
sobre la situación del País Vasco.
Víctimas
Tanto Asesinato en febrero como Trece entre mil cuentan historias de víctimas del
terrorismo de ETA. La primera de ellas gira en torno a los asesinatos del político
1 De entre las películas producidas sobre este tema cabe mencionar las siguientes: Comando
Txikia (José Luis Madrid, 1977), Toque de queda (Iñaki Núñez, 1978), Operación Ogro (Gillo
Pontecorvo, 1979), La fuga de Segovia (Imanol Uribe, 1981), La muerte de Mikel (Imanol Uribe,
1983), Los reporteros (Iñaki Aizpuru, 1983), Goma–2 (José Antonio de la Loma, 1984), El amor
de ahora (Ernesto del río, 1986), La rusa (Mario Camus, 1987), Ander y Yul (Ana Díez, 1988),
Proceso a ETA (Manuel Macià, 1988), Días de humo (Antón Ezeiza, 1989), Amor en off (Koldo
Izaguirre, 1991), La noche más larga (José Luis García Sánchez, 1991), Sombras en una batalla
(Mario Camus, 1993), Días Contados (Imanol Uribe, 1994), A ciegas (Daniel Calparsoro, 1997),
Plenilunio (Imanol Uribe, 1999), Yoyes (Helena Taberna, 2000), El viaje de Arián (Eduard Bosch,
2001), La voz de su amo (Emilio Martínez Lázaro, 2001), La playa de los galgos (Mario Camus,
2002) y Lobo (Miguel Courtois, 2004).
2 Aunque no en todos los casos tratan el terrorismo de manera expresa, cabe mencionar
los siguientes documentales: El proceso de Burgos (Imanol Uribe, 1979), Euzkadi, Hors d´Etat
(Arthur MacCaig, 1983) y Ama Lur (Néstor Basterrechea y Fernando Larruquet, 1968), docu-
mental que trata sobre la identidad vasca. En el ámbito televisivo son interesantes los
documentales de Eterio Ortega Euzkadi en clave de futuro (1998), A través de Euzkadi (1999) y
Ciudadanos Vascos (2001).
3 Aunque hay una cierta ambigüedad en esos planos, todo parece indicar que se trata de lo
que François Jost demonima ocularización interna primaria (Mínguez-Arranz 2002: 72).
Hay otro aspecto que también pone a la película en contacto con la ficción. Me
refiero a los familiares de las víctimas y a su faceta de personajes. Hasta cierto
punto estas personas son actores cuya interpretación tiene una doble dimen-
sión. Por un lado, se representan a sí mismas, cuentan su experiencia personal e
intransferible, una experiencia que, pese a ser puesta en escena, no se adscribe a
ningún mundo imaginario, sino a una terrible realidad. Por otro lado, su inter-
pretación tiene una dimensión social, pues estas personas son convocadas ante
la cámara en su calidad de víctimas del terrorismo. Esta categorización los hace
más personajes y, por tanto, más universales, al tiempo que impone sobre ellos
prejuicios y estereotipos que a veces el propio relato se encarga de desmentir
al mostrar una realidad en la que, por ser limitada, caben muchos matices. La
tensión entre lo privado y lo público es resuelta por la película de una manera
satisfactoria en la medida en que ese relato tan personal, que de alguna forma
alivia el dolor de las víctimas, cumple al mismo tiempo la función de concienciar
a la sociedad de la necesidad de combatir una realidad a menudo ignorada.
Asesinato en febrero, que desde el punto de vista narrativo es muy convencional,
se mueve, sin embargo, en un cierto mestizaje no tan convencional debido a una
clara voluntad de traspasar las barreras de los géneros. En este sentido adquieren
un significado especial las imágenes de la última secuencia de la película, las
únicas que no están dramatizadas y que muestran los cuerpos de dos hombres
asesinados. Son imágenes de archivo que ya existían antes de que se empezara
a rodar la película y hasta cierto punto son el motor de la película, pues sobre
ellas, como una exigencia o como una necesidad, se construye el resto del film.
Son imágenes desquiciadas, pues han pasado de ser material informativo, mera
ilustración de dos números más que añadir a la lista anónima de víctimas, a tener
una dimensión emocional y humana de mayor profundidad que la que puede
admitir un espacio informativo al uso. Y sin embargo, estas imágenes no desen-
tonan ni en la forma ni en el fondo con el resto de las secuencias. Todas ellas nos
enfrentan de una u otra manera con lo real.
Finalmente hay una tensión constante entre la vida y la muerte en Asesinato
en febrero. La muerte es, ya lo hemos dicho, el lugar en el que convergen esas dos
líneas narrativas cuya articulación hemos caracterizado anteriormente como
propia de la ficción. La muerte se materializa en la imagen que muestra los dos
cadáveres asesinados apenas unos segundos antes. Está también flotando en las
conversaciones y testimonios de la familia de las víctimas: en los recuerdos, en
las ausencias, en lo irrepetible, en las flores que se llevan al cementerio o en
la propia muerte como posibilidad vislumbrada por los dos abuelos. La muerte
como límite, como final de una cuenta atrás decidida por los asesinos, está
presente en la metáfora recurrente de los relojes cuyos mecanismos se ven y
se oyen a lo largo de la película. Quizás la representación más tenebrosa de la
muerte esté en esa figura que desde la oscuridad describe de manera aséptica la
preparación del crimen. Junto a esta imagen aparece reiteradamente un plano
en el que los ecos de unos pasos son acompañados por un movimiento de cámara
que sólo muestra el suelo tal y como lo vería alguien que camina. Esta focaliza-
ción subjetiva parece ponernos por una vez en el lugar de los asesinos, como si
la película, buscando el rechazo inmediato de ese punto de vista por parte del
espectador, quisiera acercarnos más a la víctima, hacernos comprender mejor su
dolor y su pérdida.
Pero junto a estas imágenes de muerte, la película respira vida por todas partes;
quiere, a pesar de todo, vivir. La propia apertura de la película señala ese contra-
punto de vida: en Vitoria una banda compuesta por negros y blancos vestidos con
camisetas rojas interpreta música típica de Nueva Orleáns. Es una banda que toca
en la calle al aire libre y tanto su configuración como la música que interpretan
transmiten una imagen festiva. No se trata solo de la fiesta trágicamente inte-
rrumpida por la destrucción, sino de la fiesta como deseo, como reivindicación
permanente de la alegría de vivir. Esta música y sus intérpretes también aportan
la idea de mestizaje, enriquecedor e inevitable, la reafirmación de una realidad
cosmopolita inútilmente negada por los violentos. La vida también emerge en
imágenes de espacios abiertos de gran belleza: la playa de las Landas por la que
pasea en soledad Natividad Rodríguez, los campos de trigo y las nubes de San
Vicente de Arana, los bosques por los que caminan o recogen leña los abuelos de
Jorge Díez. El último plano de la película parece reforzar la esperanza o el deseo
de vida. En el lugar en que asesinaron a Fernando Buesa y a Jorge Díez la cámara
hace un movimiento ascendente hasta situarse por encima de los árboles. Todo
lo que asciende crece, está vivo. La vida sigue y una pareja atraviesa el plano con
un niño en un cochecito.
Trece entre mil (2005) presenta diferencias cuantitativas y cualitativas impor-
tantes respecto a Asesinato en febrero. En primer lugar, cuenta las historias de un
mayor número de víctimas. Ello implica que se dedica menos tiempo a cada una
de ellas siendo menor el grado de intimidad alcanzado. La contrapartida es que
se consigue un documental colectivo, en el que las distintas voces entrelazan
historias en el fondo tan parecidas que al final los discursos personales consi-
guen reflejar un drama que verdaderamente tiene dimensiones sociales. Esta
particularidad en principio relacionada con lo cuantitativo tiene consecuencias
importantes en lo cualitativo, pues permite mostrar al espectador la capacidad
ilimitada de horror y destrucción de la banda terrorista ETA. En las trece histo-
rias que relata esta película no hay solo policías y guardias civiles, pues el terro-
rismo afecta a todo el espectro de la sociedad civil. En segundo lugar, la distancia
temporal entre la película y la muerte de todas estas personas es mucho más
grande, pues la mayoría de ellas fueron asesinadas en los años ochenta, época
en que el terrorismo provoca más muertos. Esta distancia en el tiempo da otra
perspectiva a los testimonios de los familiares y, sobre todo, permite observar
con claridad el terrible olvido que la sociedad ha dispensado a estas víctimas.
Cada una de las historias contadas en Trece entre mil es un horror particular,
pero la geografía del dolor generado por el terrorismo muestra contornos pare-
cidos y esto se hace patente en los discursos de las víctimas. Hablan de cómo era
el ser querido que perdieron, a menudo al hilo de imágenes de un álbum fotográ-
fico familiar que se detuvo en el tiempo. Relatan las circunstancias de su muerte,
4 El contenido de estas escenas conecta a las víctimas con sus seres queridos, enlazando
presente y pasado: Pedro María Baglieto en el lugar en que su hermano Ramón salvó la
vida a quien dieciocho años después lo asesinó; Antonio Moreno visita en el cementerio la
tumba de su hijo Fabio asesinado a los dos años; Francisco Marañón yace en la cama inca-
Amenazados
La película Perseguidos (2004), dirigida por Eterio Ortega sobre un guión y produc-
ción de Elías Querejeta, se ocupa de otra clase de víctimas. No se trata aquí de
personas asesinadas, sino de personas que viven bajo amenaza de muerte de la
banda terrorista ETA. Aunque a lo largo de la película no se menciona en ningún
momento, se trata de los concejales socialistas de los ayuntamientos de Zarautz
y Andoain, Patxi Elola y José Luis Vela. La película muestra la vida cotidiana
de estas dos personas y de sus familias, trazando un retrato personal, íntimo y
cotidiano en el que en ningún momento se hace referencia a la actividad política
que estas dos personas desarrollan en el ámbito municipal, quizás porque se
presupone que el espectador sabe perfectamente lo que ocurre en el País Vasco
y se da por sabido quién amenaza a estas personas y por qué. La película expone
con claridad las dificultades y tensiones producidas en la vida de estas familias
por la amenaza de los terroristas: la omnipresencia de los escoltas, los fines de
pacitado para valerse por sí mismo desde que sufriera un atentado veinte años atrás; María
Victoria Vidaur, viuda de Alberto López Jaureguizar, mira a través de la ventana; Joaquín
Samperio relata cómo asesinaron a su hermano Andrés en el lugar de los hechos.
semana fuera del País Vasco como única posibilidad de relajación, el horror de la
amenaza de muerte plasmada en un papel, los cambios obligados de residencia y
costumbres, la renuncia a proyectos personales o a las actividades más básicas de
ocio, el miedo del hijo que no quiere dormir en su habitación porque está cerca
de la puerta de la calle, la destrucción causada por el incendio que los terroristas
provocan en el negocio de Elola.
La película va entrelazando escenas de la vida cotidiana de cada uno de los
protagonistas en una estructura narrativa muy convencional similar a la de Asesi-
nato en febrero. Solo hay dos momentos en que las historias de los dos personajes
se cruzan. El primero consiste en unas imágenes de archivo en las que tras oírse
unos disparos se muestra el cadáver de José Luis López Lacalle junto a su paraguas
y cubierto con una sábana ensangrentada. A pocos metros están Patxi Elola y
José Luis Vela con sus mujeres, con el rostro desencajado, llorando, observando
el cadáver de su amigo que volvía a casa tras haber comprado el periódico. Son
imágenes en las que no hay puesta en escena, no hay palabras, nadie representa
nada. Simplemente somos expuestos, como los protagonistas de la película, a la
realidad del terrorismo. El segundo momento es precisamente la secuencia que
cierra la película. Patxi Elola ha organizado una cena con varios amigos. Por la
mañana va a comprar el pescado que él mismo se encargará de preparar para sus
amigos. Hay conversaciones, risas y canciones. En un momento dado Patxi Elola
le hace un gesto a José Luis Vela. Salen a dar un paseo nocturno por las calles
desiertas y junto al mar Patxi saca del bolsillo una botella de vino y dos copas.
Aunque a lo largo de toda la película ellos se representan a sí mismos, quizás sea
esta escena en la que más parecen notarse la puesta en escena y las líneas del
guión. Está claro que no son actores profesionales y, sin embargo, esto no resta
un ápice de verosimilitud y fuerza a la escena. Frente a la oscuridad del mar José
Luis Vela le pregunta a Patxi hasta cuándo piensa quedarse en el País Vasco y éste
le responde que siempre.
Discursos
5 Las tres personas entrevistadas en este autobús son las únicas que aparecen sin identificar
en la película. Tampoco se mencionan los delitos por los que cumplen condena sus fami
liares.
Anika Gil aparece en montaje paralelo con Eduardo Madina lo cual está justifi-
cado en la medida en que éste habla sobre las torturas. Sin embargo, el final de
la película no ofrece dudas respecto a la voluntad de equiparar a los familiares de
los asesinados por ETA con los familiares de los autores de esos asesinatos o con
una persona que ha sido torturada. El final de la película, en el que se hace una
dedicatoria ‘a los vascos, a todos y cada uno de los vascos’, monta una serie de
planos de las setenta personas que han aparecido a lo largo de ella. El orden en el
que aparecen esos planos es aleatorio y todos ellos están marcados visualmente
por un movimiento de cámara que sobrevuela a los personajes. Sin embargo, hay
seis personajes cuya colocación no es aleatoria y que se distinguen del resto por
no llevar la marca visual del movimiento de cámara. El montaje final agrupa y
equipara visualmente a Eduardo Madina, Anika Gil, Cristina Sagarzazu, Daniel
Múgica, el hijo del preso de ETA y Marixabel Lasa.
Esta operación seguramente bienintencionada plantea problemas de carácter
ético. No sólo se está haciendo una simplificación excesiva al proponer a esas
personas como víctimas pertenecientes al mismo nivel, sino que esa visión no
ayuda a comprender el drama moral de ETA y sus alrededores, que lo tienen, pero
que está muy alejado del drama que sufren las víctimas de ETA. No creo que ahí
haya reconciliación posible, más que la que imponga el paso del tiempo, pero
al presentar esos dos dramas en paralelo se establece lo que Paul Julian Smith
(2004: 45) acertadamente denomina una falsa equivalencia moral.
Como he señalado más arriba, otros contenidos de la película están consti-
tuidos por metraje documental previo que Julio Medem incorpora a La pelota
vasca. Uno de esos contenidos son dos fragmentos del documental Around the
world with Orson Welles (1955). En una comprimida lección de historia y etnografía,
Welles compara a los vascos con los indios americanos y después especula sobre
el significado de ‘joki garbi’ (una modalidad de pelota que se juega con una cesta)
asociándolo a los conceptos de pureza y antigüedad. No deja de ser curioso que se
confíe a una mirada foránea la explicación de la identidad vasca y precisamente
a un ciudadano de Estados Unidos, un país que se distingue por su multicultu-
ralidad. Especialmente si tenemos en cuenta que Orson Welles es un mago de la
interpretación capaz de encarnar con 26 años a un viejo moribundo o de hacer
creer a los americanos que estaban siendo invadidos por alienígenas.
También se incluye metraje documental de archivo del bombardeo de
Guernika aderezado con música y dibujos que aumentan el dramatismo de las
imágenes. El problema de esta secuencia no es que contribuya a la ya imposible
sobrecarga semántica de esas imágenes o incluso a la sacralización simbólica
de aquel momento histórico. El problema de esta secuencia es que reescribe la
guerra civil como un conflicto entre España y el País Vasco no reconociendo que
fue fundamentalmente un conflicto de lucha de clases (Navarro 2006: 12). Este
abuso de la historia, al que son tan dados nuestros nacionalismos periféricos,
prefiere ignorar que también hubo vascos que apoyaron el golpe de estado de los
franquistas y que la violencia y represión del franquismo durante y después de
la guerra la sufrieron todos aquellos que se oponían a sus ideas. Reescribir así la
historia también contribuye a olvidar que hubo una época en que España asumió
su carácter plurinacional. En todo caso La pelota vasca no deja claro con qué
objetivo vuelve sobre el triste bombardeo de Guernika: no sabemos si aquellos
654 muertos que señala la película tienen una consideración distinta a la de los
civiles eliminados por los franquistas en otros lugares de España o si tal vez esta
cifra sirva para ser confrontada con otras más recientes o simplemente para
argumentar alguna reclamación.
Hay un aspecto muy secundario, pero que no me resisto a dejar de señalar. Me
refiero a la intervención del historiador Jesús Altuna que habla del arte rupestre
y del núcleo franco cantábrico que considera especialmente esplendoroso. El
discurso del historiador está ilustrado con imágenes de un harrijasotzaile que
hace malabarismos con una enorme piedra esférica y de distintas pinturas rupes-
tres. Entre esas imágenes, en un afán por sobredimensionar los orígenes de lo
vasco, se ha incluido el famoso bisonte de las cuevas de Altamira que como todo
el mundo sabe no están en el País Vasco sino en Cantabria, aunque tal vez Julio
Medem considere que aquel artista de hace doce mil años fuera ya un buen
vasco.
En la memoria que escribe antes de estrenar la película Julio Medem (2003:
35) explica que volver a Euskadi para rodar La pelota vasca le permitiría cambiar
ciertas ideas tópicas. Sin embargo, la película no es innovadora sino que resulta
bastante conservadora, pues reproduce tópicos y mitos asociados a la identidad y
las costumbres vascas. En lugar de presentar todos esos aspectos (las traineras, la
sokatira, la pelota, los aizkolaris, las montañas, el mar) como elementos de una
importancia relativa — la vida y la libertad de las personas están por encima de
todo eso — estos tópicos son reforzados con insistencia y hasta sublimados a lo
largo de la película. Siguen sirviendo las imágenes de documentales rodados en
los años sesenta, como si en el País Vasco no hubieran cambiado las cosas desde
entonces; sigue sirviendo la vieja canción ‘Txoria txori’ de Mikel Laboa, como si
Franco no se hubiera muerto hace treinta años. Insistir tanto en estos aspectos
resulta muy efectivo visual y emocionalmente, pero no deja de ser una visión
epidérmica de lo vasco, pues lo que lamentablemente define todavía hoy la situa-
ción de los vascos es la fractura social y la catástrofe moral que el terrorismo ha
provocado. Frente a esta insistencia hay otros asuntos que no se abordan o no de
manera seria. Por ejemplo, la única referencia a un tema clave como la educación
es una breve escena de ficción en la que un maestro del franquismo castiga a dos
niños por hablar euskera (Savater 2003: 15).
Respecto al estilo y las opciones formales de la película destacan las imágenes
de distintas modalidades del juego de pelota que además de servir como signos
de puntuación a lo largo del film funcionan como metáfora central. Por otro
lado, para rodar las entrevistas, Medem no ha elegido el lugar de trabajo o de
residencia de los entrevistados, sino que, salvo algunas excepciones, ha optado
por llevarlos a escenarios naturales provocando un fuerte contraste entre la
dureza de la opinión o la realidad representada en los discursos de muchos de
estos personajes y la belleza de esos entornos naturales que sirven como fondo
visual. Hay además una serie de tomas aéreas que muestran una geografía vasca
especialmente bella y a la que Julio Medem mediante la música y otros efectos
sonoros dota de una enorme fuerza plástica y una amplia gama de matices.
Siguiendo una tendencia generalizada en el cine vasco de ficción (Davies 2005:
345), el paisaje rural representa aquí la patria vasca como una especie de arcadia
perdida. La ciudad vasca, irremediablemente mestiza, no le sirve a Medem para
sacralizar la identidad nacional vasca.
En cuanto al estilo visual de las entrevistas, llama la atención que todas ellas
están muy recortadas, sin duda para ganar tiempo y acelerar el ritmo de la
película. En lugar de borrar todos estos ensamblajes, Medem ha preferido que se
vean, mostrando lo que en su discurso, como en el de los entrevistados, hay de
construcción. Aún más llamativos resultan los movimientos de cámara que se
efectúan sobrevolando el rostro de los entrevistados, rasgo estilístico que da al
espectador el punto de vista del pájaro que vuela sobre las opiniones sin posarse
aparentemente en ninguna de ellas.
Conclusiones
El discurso social ante el terrorismo está atenazado por una respuesta paradójica:
frente a la desmesurada cobertura mediática que lo retroalimenta, ha habido
durante mucho tiempo un silencio insoportable ante la víctima. Por otro lado,
la dinámica del mercado informativo genera modos de producción que buscan
más la espectacularidad que el análisis riguroso. Las películas aquí estudiadas
consiguen traspasar esa superficialidad y asomarse a los abismos producidos
por el terror; bien dirigiendo su mirada a una historia particular y limitada o
bien, como hace La pelota vasca, ambicionando una perspectiva totalizadora del
conflicto, pero a costa de dejar fuera aspectos importantes.
Las películas que hablan sobre terrorismo tienen que enfrentarse a la difi-
cultad de representar el lugar de la víctima, la complejidad de su condición. Es
cierto que la condición de víctima se basa en la injusticia que se ha cometido
con ella, en su sufrimiento y no en sus ideas. Sin embargo, esta condición se
torna conflictiva cuando la víctima opina desde su condición de víctima y esa
opinión tiene alcance sólo en la medida en que quien la sostiene es una víctima.
Por otro lado, las víctimas del terrorismo no son todas iguales. Su nivel de visibi-
lidad varía en función de su posición profesional, social y política. Hay entre las
víctimas mucha gente corriente que ha sufrido más el abandono, sobre todo si
son víctimas de atentados producidos en los años ochenta y noventa. Trece entre
mil hace un retrato sobrecogedor de la crueldad de ese olvido.
Una dificultad añadida en la representación del terrorismo es la relacionada
con la banalidad del mal. Como escribió Hannah Arendt (Bernstein 1996: 138–39),
el mal no puede ser radical, sino solamente extremo; y desafía al pensamiento,
precisamente porque éste intenta ir a la raíz, alcanzar una cierta profundidad,
pero cuando el pensamiento trata con la cuestión del mal, esa intención se ve
frustrada, porque no hay nada. Esa es su banalidad. Es cierto que, a pesar de ser
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