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ADOLESCENTES
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La sexualidad humana ................................................................................................................. 52
Características de la afectividad .................................................................................................. 53
Las carencias afectivas en los adolescentes ................................................................................ 54
Las diferencias entre los sexos .................................................................................................... 55
La formación de una afectividad sana......................................................................................... 57
Niveles de afectividad y de emotividad ...................................................................................... 58
La educación de la afectividad .................................................................................................... 58
¿A qué edad se alcanza la madurez afectiva? ............................................................................. 59
Reflexión personal y en grupo .................................................................................................... 60
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La imagen corporal durante la pubertad ..................................................................................... 93
Hay que educar al cuerpo ............................................................................................................ 94
Debemos valorar la belleza en su justo punto ............................................................................. 94
Una filosofía por hacer ................................................................................................................ 95
Reflexión personal y en grupo .................................................................................................... 95
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Lo que ha estimulado el estudio de la adolescencia es, ante todo, el interés por conocer a fondo
este importante periodo de la vida, así como su repercusión en la conducta posterior del individuo, ya
que el adolescente de hoy es el adulto del mañana. De ahí la tendencia de pensadores, profesores,
educadores, pastoralistas, etc., en buscar soluciones prácticas concretas. Durante la adolescencia,
periodo de la vida característico de la especie humana que se extiende entre la niñez y la madurez,
tiene lugar cambios radicales en la organización biológica que pueden acarrear al individuo problemas
de conducta y de adaptación. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la adolescencia no es una
entidad abstracta, definitiva y cerrada en sí misma, de lo que se trata es de considerar al adolescente
como una persona concreta, única, enmarcada en situaciones específicas y comprometida por múltiples
relaciones con el ambiente que la rodea.
Hoy más que nunca, el análisis de la adolescencia, antesala de la edad adulta, comprendida entre
los 10 y los 18 años, ha cobrado una gran importancia. La vertiginosa rapidez con que se vive en los
tiempos actuales, la modificación de los hábitos, las nuevas costumbres, el despertar al conocimiento
sobre ciertas materias, el desarrollo de la persona del individuo en su doble aspecto psicofísico y, sobre
todo, el nuevo criterio con el cual se esta tratando a lo que antes se mantenía como un misterio ante la
juventud (sexualidad, embarazo, parto, etc.) todo ello se traduce en precocidad. Hoy, el encauzamiento
de esta precocidad ha de formar parte de la educación que se inicia en casa, se prosigue en la escuela y
culmina en la universidad y en la calle, entretejida en esa convivencia social donde ya no deben existir
secretos ni tergiversaciones en lo tocante a las verdades que constituyen el núcleo esencial de nuestra
personalidad masculina o femenina.
Es evidente que la mala fama de los adolescentes no es algo nuevo. Esta cita podría servir de
epígrafe a más de un ensayo actual, lo cual no debe sorprendernos si estamos conscientes del
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desconocimiento acerca de la adolescencia, hecho que genera miedos y rechazos de manera infundada,
incluso entre algunos profesionales de la medicina y de las ciencias de la conducta. Para poder
procurarle una correcta orientación y una asistencia en el nivel psicológico y de salud, como las que
reciben personas de cualquier otra edad, es urgente profundizar con rigor científico en la problemática
del adolescente.
Desde que, hacia 1900 Stanley may intentó crear la hebología (ciencia de la edad adolescente)
hasta la actualidad, el estudio de esta etapa ha transitado de una fase literaria a una fase científica
experimental. Considerar al adolescente como el adulto de mañana, como un futuro miembro de la
sociedad y reconocer la necesidad e profundizar en este periodo de la vida, han estimulado. Es una
etapa que no sólo se vive, sino que también se padece. Hoy, el tema de la adolescencia, colocado en
primer plano, suscita debates que ponen énfasis en su importancia fundamental dentro del desarrollo de
la persona y en la influencia que ejerce en el seno de la sociedad.
Los primeros estudios sobre la adolescencia se publican a principios del siglo XX. A partir de
1911, G. Stanley y otros investigadores perfeccionan los métodos que permiten la evaluación del
crecimiento y desarrollo del adolescente hasta llegar a la obra fundamental de J. Taner (1962), que aún
en nuestros días es de obligada referencia. Desde el punto de vista clínico, después de la segunda
guerra mundial se despierta el interés por la asistencia integral al adolescente; en 1951 se verifica la
primera consulta especifica para adolescentes en Boston (J. R. Gallagher) y poco después se crea la
primera unidad hospitalaria especializada, en la ciudad e Washington, D. C., ambas en Estados Unidos.
Veinte años después, la Academia Americana de Pediatría amplia la edad pediátrica a los 21 años y, en
1979, funda la sección de Medicina del Adolescente, impulsando la docencia en este campo con el fin
de superar la falta de capacitación que los propios pediatras mencionaban. Sin embargo, a pesar de
todos estos esfuerzos, la mayoría de los adolescentes no reciben el beneficio de revisiones periódicas de
salud y siguen siendo atendidos por médicos generales y eso exclusivamente cuando presentan algún
problema.
Esta problemática también afecta a Europa y, a principios de la década de los 80, empieza a
ponerse en práctica el nuevo enfoque, principalmente en Francia y en Suiza. En España, la Medicina
del Adolescente es impulsada decisivamente desde Madrid, donde tanto el doctor Taracena del Piñal,
en el ya desaparecido hospital central de la cruz roja, como la Doctora Brañas, en el Hospital del Niño
Jesús, crean las primeras unidades de hospitalización e imparten los primeros cursos sobre adolescencia
en 1985. Poco después, en 1987, se funda la sección de adolescentes en el seno de la asociación
española de pediatría y, en 1990 se celebra la primera reunión nacional. La adolescencia constituye una
época de crisis física y psicosocial, pero muchos de los problemas que afloran en ese momento son
herencia de las edades anteriores y podrían haberse prevenido. En el seno de esta coyuntura de
crecimiento y desarrollo donde pretendo encuadrar una serie de valores clave entre los jóvenes como
son la amistad y el amor.
QUE ES UN ADOLESCENTE
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desarrollo sexual y una capacidad productiva con mayor antelación que loa de antes. Por otro lado, en
la concerniente al área social, la participación del adolescente en la vida adulta y su independencia
económica cada vez se retrasan más, debido a que los periodos de formación escolar y profesional son
cada vez más prolongados y a que las dificultades que han de enfrentar en el mercado laboral se
incrementan día a día.
Para madurar adecuadamente en los diversos ámbitos de su existencia. El adolescente tiene que
sufrir algunas crisis, una especie de encrucijadas, o procesos de discernimiento. Conviene considerar
estas crisis como situaciones de purificación y de crecimiento y podríamos decir que, por su medio,
muchachos y muchachas transitan de la oscuridad a la luz, de la confusión a la comprensión.
No hay que buscar en lo exterior de las posibilidades de realización cada quien posee dentro de
si mismo todas esas potencialidades que van a permitirle alcanzar la debida plenitud. Así, el
adolescente intentará asomarse a su interior para descubrir la riqueza inagotable que ahí bulle,
percatándose de que constituye el milagro más grande del mundo.
¿Por qué seguimos frenando a tantos adolescentes con cadenas onerosas, ataduras indignantes y
prejuicios sociales que sólo los mantienen sumidos en un pésimo desolador? Nadie nace condenado a
una existencia insoportable. En el interior de cada adolescente late el gran misterio de la vida; mil
posibles amaneceres de felicidad le aguardan. Observando con atención su quehacer podremos detectar
la fuente de energía que inspira y nutre ese incontenible caudal de creatividad y de fuerza del cual
extrae raudales de aventura. Esto nos recuerda que, a menudo, hemos percibido la inmensa riqueza
interior que atesoramos y que frecuentemente interpretamos con mezquindad debido a nuestra vacilante
visión de la existencia. Es necesario redescubrir el punto activación de una mente positiva, ilimitada en
sus potencialidades; una mente que proyecta, imagina, empuja, decide… querer algo, desearlo con
todas las fuerzas, evocarlo mentalmente, es ya una forma estupenda de hacerlo posible. No olvidemos
que gracias a esa fuente inagotable de energía positiva, desarrollada a partir de nuestra inteligencia
estimulada por la imaginación, todos podemos lograrlo.
La adolescencia es esa incierta etapa de la vida durante la cual se van estructurando el medio
que le permiten al individuo ir perfilando una personalidad madura, aún en situaciones de extrema
dificultad. Más que críticas o rechazo, lo que en realidad necesitan los jóvenes es apoyo y
comprensión. Es esencial que los padres asimilen que no son sólo sus hijos adolescentes quienes
manifiestan una serie de conflictos, dudas y problemas. Todos los adolescentes del mundo enfrentan
duelos y quebrantos que podrán ir solucionando con el apoyo respetuoso de los adultos.
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La adolescencia se caracteriza precisamente por un conflicto específico del sujeto consigo
mismo y con su entorno. El adolescente está inmerso en un proceso irrefrenable de personalización;
intenta reestructurar sus vivencias, revisa esquemas y creencias, pone en tela de juicio todo aquello que
considera mediocre o caduco. Sean cuales sean las circunstancias en las que deba desarrollarse, la
adolescencia es una etapa de progreso. A continuación expondremos brevemente algunas
características de la adolescencia, a reserva de tratarlas con mayor amplitud en lo siguientes capítulos.
Crecimiento físico
Representa una compleja etapa de tránsito entre la niñez y la edad adulta y esta situación crea una
desconcertante ambigüedad. En el fondo se establece una lucha entre tranquilidad y problemática, entre
inconsciencia dependiente y responsabilidad. Esta época es tan fundamental para la afirmación de sí
mismo como para el descubrimiento reflexivo del yo y del mundo, en pocas palabras, es la época
durante la cual la oposición al entorno se manifiesta de manera más abierta. A lo largo de esta etapa
tiene lugar un importante crecimiento físico, que en talla representa 20 a 25% de la talla final, mientras
que en peso se refleja hasta 50% del peso ideal del adulto. Las proporciones corporales también sufren
modificaciones que no siempre son simultáneas, al principio se desarrollan pies y manos, después, los
miembros inferiores, seguidos del crecimiento del tronco y por último de los rasgos faciales y la
musculatura. Además, puede percibirse un desarrollo cualitativo de determinados tejidos, como, por
ejemplo, en el varón el grosor de la laringe y la distancia entre los hombros y en la mujer la
distribución de grasa en la pelvis. Aunque el pico máximo de crecimiento se produce en un breve
lapso de alrededor de tres años, desde su inicio el proceso total de desarrollo requiere aproximadamente
10 años para completarse.
Maduración sexual
“Pubertad” se deriva del latín pubes, “pubis” en clara referencia a los cambios que se producen en
dicha zona. Se define la pubertad como aquella etapa de la vida que se inicia con la aparición de los
caracteres sexuales secundarios, como son el vello púbico en ambos sexos, o bien el botón mamario en
las chicas y el aumento del volumen testicular en los chicos, y culmina con el logro de la capacidad
reproductiva, todo lo cual no debe confundirse ni suele coincidir con la aparición de:
- La primera regla (menarca) que se presenta siempre después del pico máximo de crecimiento,
con una maduración sexual avanzada, y que durante los dos primeros años se caracteriza
frecuentemente por periodos menstruales anavulatorios e irregulares.
- Las primeras eyaculaciones espontáneas nocturnas. Este signo aparece únicamente en los
varones y, a diferencia de lo que sucede con las chicas se presenta antes del pico máximo de
crecimiento y con una menor maduración sexual (incluso en ausencia del vello púbico), por lo
que la capacidad reproductiva suele posponerse unos dos o tres años.
Como sucede en cualquier otra etapa del desarrollo, tanto los padres como los propios
interesados deben tener en cuenta que existen amplias variaciones individuales, que no hay límites
precisos ni sincronía con sus compañeros del mismo sexo. Ante el hecho de que, hoy en día, la mayoría
de estos chicos y chicas se escolarizan de manera conjunta, pueden plantearse serios problemas de
interpretación e incluso de relación entre ellos, que debemos procurar prevenir.
Cambios psicosociales
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Fundamentalmente, estos cambios implican la búsqueda de la propia identidad y la lucha por la
independencia por parte de los adolescentes. Lo que nos interesa resaltar es que esa activa vida interior,
sumada a la preocupación generada por una imagen corporal tan intensa y bruscamente transformada,
provoca en ellos una sensibilidad muy especial. Este es un factor que deberemos de tener siempre
presente en nuestra relación con los jóvenes más aún ante situaciones delicadas como pueden llegar a
ser un trato educativo o una acción pastoral.
En otros tiempos, la adolescencia no era tan problemática: en el seno de las familias patriarcales
las nuevas generaciones sólo tenían que observar los modelos de comportamiento que les fijaban sus
mayores y acomodarse a ellos. Así, sabían perfectamente cuáles eran sus deberes y lo que se esperaba
de ellos. En cambio, en nuestra sociedad actual, el adolescente tiene acceso a múltiples modelos de
identificación.
La juventud es un mito, una construcción cultural que ha ido cambiando a lo largo del tiempo,
la falta de un equivalente a las ceremonias rituales de iniciación, seguidas por nuestros antepasados y
aún presentes entre sociedades naturales de características tribales, recrudece la confusión y la ansiedad
del adolescente.
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vida adulta, tanto en su comportamiento como en la perspectiva de ocupación y en muchos otros
aspectos de la vida en general.
El papel infantil está claramente estructurado; el niño sabe perfectamente lo que puede y lo que
no puede hacer. Lo mismo sucede con el adulto que se adapta convenientemente a su papel. En cambio,
el adolescente se encuentra atrapado en una situación ambigua, y la incertidumbre respeto a su papel le
provoca muchos conflictos. Se convierte en un ser vacilante, hipersensible y, en ocasiones, inestable o
imprevisible en su comportamiento. Es sabido que un gran porcentaje de los antecedentes delincuentes
se remontan a la etapa de la adolescencia. En esta etapa cuando se forja el éxito o se padece el fracaso
en la adaptación heterosexual, cuando se plantea la vocación que se ha de seguir y se modelan las
filosofías de la vida. La comprensión por parte de los educadores de los problemas que acompañan a
este tránsito puede contribuir de manera decisiva a que los jóvenes ingresen felizmente al status de
adulto. Lógicamente, la falta de atención a esos problemas creará ambientes de inadaptación social
entre los adolescentes. En su libro desarrollo humano y educación Robert Havighurst enumera las 10
tareas que son particularmente significativas para el adolescente y que, por tanto, requieren mucha
atención por parte de sus mayores:
1. Lograr relaciones nuevas y más maduras con sus coetáneos de uno y otros sexos
2. definir un papel masculino o femenino, según el caso.
3. aceptar el propio físico y utilizar el cuerpo eficazmente
4. alcanzar independencia emocional respecto a los padres y de otros adultos
5. obtener seguridad de independencia económica
6. elegir una ocupación y capacitarse para ejecutarla
7. prepararse para el matrimonio y la vida familiar
8. desarrollar las capacidades intelectuales y los conceptos necesarios para la vida de competencia
civil
9. lograr un comportamiento socialmente responsable
10. formar una tabla de valores y un sistema ético que guíen la acción.
Durante la pubertad, la sensación de equilibrio que experimentaba el niño es afectada por una
serie de dificultades o inadaptaciones, indiferente antes a cuanto no afectara directamente su
satisfacción o le infligiera dolor, el preadolescente es ahora victima de una intensa curiosidad, producto
de su autoconciencia y de una auténtica preocupación por las normas sociales y éticas del mundo de los
adultos.
El mundo de la adolescencia es el mundo de las indefiniciones, donde todo está revuelto y sin
acabar… un mundo donde se está gestando todo: desde la nueva configuración del cuerpo, y la
aparición de los caracteres sexuales secundarios, como la transformación de la voz, hasta la afirmación
de carácter y la confianza de uno mismo. Es el periodo durante el cual el ser humano necesita mayor
apoyo, mayor presencia y comprensión por parte del adulto, precisamente porque todo parece
derrumbarse, todo es cuestionado, todo se vuelve a revisar.
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Aunque pueda parecer lo contrario, el adolescente está totalmente enfocado hacia su porvenir y,
angustiosamente, busca su propio camino. Desea vehementemente entrar en el mundo de los adultos y
desea hacerlo con autonomía, por iniciativa y mérito propios. Al joven le gusta “sudar” para alcanzar su
puesto en la sociedad; no es amigo de privilegios ni de “palancas”. A veces los adultos sobre todo los
padres en un afán excesivo por proporcionar al joven todo “hecho y masticado” no se percatan que así
sólo están cortando las alas de su idealismo, de su deseo de “ser él mismo” y de abrirse brecha en la
vida por sí mismo o, en todo caso, con ayuda de los de su edad. Los adolescentes distinguen
perfectamente entre el porvenir inmediato, y el porvenir definitivo, que ellos mismos sitúan en el
comienzo de la edad adulta, cuando adopten una profesión y formen un hogar.
Frecuentemente dicho anhelado porvenir está aún muy idealizado, en ocasiones aparece
envuelto en brumas que no dejan ver con claridad, y, por supuesto, se dan también visualizaciones
teñidas de matices materialistas, sin lugar a dudas, la adolescencia es uno de los momentos más
decisivos de la vida, es el momento en que cada uno se sitúa frente a la encrucijada entre dos caminos:
la felicidad o la infelicidad.
“Nuestros jóvenes de ahora aman el lujo, tiene pésimos modales y desdeñan la autoridad,
muestran poco respeto por sus superiores y pierden el tiempo en grupo yendo de un lado a otro, y están
siempre dispuestos a contradecir a sus padres y a tiranizar a sus maestros”. Al leer este párrafo podrá
pensarse que corresponde a un artículo periodístico de nuestros días y, sin embargo su autor es nada
menos que Sócrates (siglo IV a. C) con esto queremos decir que los adolescentes son siempre los
mismos, lo que cambia es únicamente el contexto que les toca vivir. Para mitigar la ansiedad,
sobreponerse a los fracasos y proteger la integridad del yo nuestros muchachos se ven obligados a
elaborar una serie de estrategias de autodefensa. No hay que olvidar que el adolescente tiene que
preservar la autoimagen y el autoconcepto, que le confieren su propia valía y le permiten incrementar la
sensación de dignidad personal. Cualquier amenaza a la valoración de sí mismo constituye una
amenaza a su integridad. Recordemos brevemente algunas características de los adolescentes:
Los adolescentes están diciendo adiós a la infancia y no lo hacen de una manera pausada, sino
tumultos, brusca.
Pasan de ser irresponsables a comenzar a tomar responsabilidad de sus cosas y de sus actos.
Dependen aún en gran medida de sus padres pero, a la vez ansían ser independientes. Para
lograrlo, deberán realizar un proceso de identificación con algún adulto próximo, por lo general
sus padres, o dar tumbos de un modelo a otro, incorporando características de unos y de otros,
para ir forjando su imagen. Es la época de apasionarse por los grupos musicales, de interesarse
en las sectas, de seguir a los ídolos…
Son rebeldes, para intentar reafirmarse lucha denodadamente por sus derechos, pero no tiene
muy claro cuáles son sus deberes, como padres entonces, nuestro papel es los, aunque
reaccionen con molestia, porque para orientarse, para medir sus fuerzas, para aprender a sentirse
seguros, los adolescentes necesitan una figura fuerte.
Son muy sinceros, no saben fingir ser políticos, expresan lo que sienten y lo que quieren sin
prejuicios, son nobles y les resulta extremadamente doloroso que sus mayores les fallen.
Un adolescente que miente lo hace porque se siente inseguro, para defender su yo frágil de la
crítica de los demás (Louise J. Kaplan. Adolescencia, el adiós a la infancia. Paidos 1986).
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Hemos de tener en cuenta que la edad de sus padres fluctúa, en termino medio alredor de los 40
años, una etapa de la vida en la que, en ocasiones, se resisten a envejecer, añoran su
adolescencia, sobre todo si su vivencia de la misma no fue plena, y pretenden recuperarla en
cierta forma mediante conductas excéntricas. Esta situación es exactamente lo contrario de los
que espera el adolescente. Esté preferiría ver a sus padres viviendo a plenitud la madurez, tanto
sexual, como profesional y pública, lo cual otorgará un parámetro a sus vidas. “lo que más hace
sufrir a un joven es ver a sus padres tratar de vivir a imagen y semejanza de él, haciéndole la
competencia. Es el mundo al revés” (Francoise Dolto la causa de los adolescentes, Seix Barral
1990)
Un joven, a los años, se siente incomprendido cuando los que lo rodean no le dan la razón en
todo y no lo aprueban sin reservas. En estos momentos el papel de los padres resulta
complicadísimo, pues no pueden, y no deben, otorgarle la adhesión total y espontánea que él
desearía, ya que son demasiado distintos tanto por su edad como por su función. De ahí que
deban hacer una gran esfuerzo por compensar sus indispensables negativas con actitudes
flexibles respecto a todo aquello que no consideren esencial y trascendente y,
fundamentalmente, reiterando su afecto. Los padres deben prepararse y preparar al adolescente
para el nuevo tipo de relación adulto-adulto, con su cúmulo de respetos y responsabilidades que,
tarde o temprano van a llegar. Si se llega a franquear con la debida serenidad esta etapa, se
habrá dado el paso principal.
Definición del yo, el joven se siente interiormente desligado de todo, y ha llegado a la colusión
de que no puede contar más que consigo mismo. Cuanto más descubre su mundo interno, sus
contradicciones y conflictos, más inexperto se encuentra y es entonces cuando empieza a
elaborar una síntesis del yo lo suficientemente fuerte para soportar esa disgregación de sus
valores. Es así como se inicia en el dominio de ese mundo interno.
Sentimiento de soledad: aún viviendo en compañía, el adolescente se siente solo y tiende a
aislarse, tendencia que se acentúa entre los 15 y 16 años. Esta soledad es una manifestación
parcial del exacerbado desarrollo interior y procede de una vivencia del yo que lo convierte en
una “isla” en parte porque el adolescente está conciente de que depende de sí mismo y quiere
hacerse cargo de todo lo que le concierne, y en parte porque ha definido una postura frente al
mundo. A la introversión, el cerrarse en sí mismo, le sigue una nueva extraversión y un nuevo
análisis del mundo exterior, dominado por la tristeza y el pesimismo. A este vaivén, algunos
adultos lo consideran como inestabilidad. Se acentúan la audacia, las actitudes poco reflexivas,
un impetuoso menosprecio de la realidad, un constante vanagloriarse y un afán de llamar la
atención. Muchachos y muchachas adoptan poses, lucen indumentarias extravagantes, usan
frases escogidas, lo que sea con tal de ser interesantes. Podríamos decir que, en un momento
dado, los adolescentes se convierten en perfectos snob.
A esta exagerada autoconciencia se asocia una gran susceptibilidad, la presunción implica una
auto observación, obsesiva, típica de esta etapa, que desemboca en un doloroso reconocimiento
de su imperfección. Por eso los jóvenes son más sensibles a todo lo que pueda representar una
humillación. Velan por su prestigio y adoptan una postura hostil ante todo lo que constituya un
peligro en este sentido, ya que nunca se sienten seguros, esto los conduce a una actitud de
reserva, de descontento condigo mismos. Es el momento más interesante de su vida, lleno de
tensiones entre la parte intelectual y la parte anímico-vital.
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El adolescente se encuentra en un dilema, depende en gran parte de la historia de cada individuo
y de las guías de que ha dispuesto el que se forme un yo ideal, que oriente sus más profundos impulsos
y los transforme en aspiraciones positivas como la honradez, la bondad, etc.
A veces, los mayores viven encerrados en una incomprensión despreocupada, y los menores
adoptan una mala disposición hacia ellos. Se da, entonces, un abismo de incomunicación entre las
generaciones. Usted observa que sus hijos adolescentes han empezado a comportarse de una manera
extraña, comunicándose únicamente en el momento de los saludos obligatorios; evitan las
conversaciones animadas o las confidencias; si acaso, inician discusiones y dan muestras de rebeldía
más o menos contenida. Por otra parte, usted sabe que no son así todo el tiempo; sabe que en cuanto
salen de casa, se comportan de manera amable y jovial con sus amistades, incluso con otras personas
mayores.
¿Qué ha ocurrido? Han ocurrido muchas cosas: algunas por parte de los adolescentes, y otras
por parte de los padres. Por parte de los adolescentes ha tenido lugar un estallido en el interior de su
personalidad, que se debate en un marasmo de interrogantes, inquietudes y utopías. Por parte de los
padres también surgen interrogantes y dudas, pero mucho más controlables, ya que se encuentra en una
situación de mayor madurez que les permite ejercer cierta reflexión y autodominio y comprender mejor
lo que está sucediendo. Así, se espera que sean ellos los que propicien las circunstancias para crear un
ambiente de armonía y acercamiento. Sin afán de culpar a nadie, vamos a analizar algunas fallas que
hubieran podido ocurrir. Las guerras frías suelen seguir a las guerras declaradas.
¿Han conculcado alguna vez los derechos de sus hijos? Los hijos tienen derecho s inviolables
que los padres no pueden atropellar. Ser padre es ser educador, no tirano. Los hijos tienen derecho al
amo, a que se les aprecie, a tener sus secretos, su dinero, a elegir su destino… si los padres no les
brindan atención ni tiempo, los hijos buscaran sustitutos ya que requieren enormes dosis de presencia y
de cariño, además de educación. Algunos padres aman a sus hijos, pero no saben estimularlos. Les dan
todo lo materialmente adquirible, pero les niegan la estima gradual a sus crecientes actitudes dignas.
Hemos dicho que los jóvenes tienen derecho a sus secretos, sobre todo a los de conciencia. Una cosa es
guiar y otra invadir su intimidad. La decepción que sufren por esto es muy profunda.
En cuento al dinero; no basta con que al adolescente se le compre todo lo que le hace falta; es
necesario también enseñarle el valor de ahorrar y de usar sus ahorros. Y sobre todo, al llegar el
momento de elegir su destino profesional, esta prohibido imponerse. Hay que conocer sus
posibilidades se trata de su futuro de su vida. Si realmente desean ser responsables, limítense a iluminar
el camino para que ellos tomen la decisión, de acuerdo con sus propios intereses y facultades, si lo
consideran necesario, consulten a educadores, psicólogos, etc., pero no obliguen a sus hijos a renunciar
a su vocación. Toda imposición desembocará en una de esas guerras frías entre padres e hijos. En
cambio cualquier gesto de respeto a sus derechos será recibido con profundo agradecimiento por parte
de sus hijos. Como padres, están fomentando la paz y el aprecio mutuos, que son las bases de la energía
y de la felicidad en el hogar, nunca dejen de teñir presentes su edad, sus problemas y su intrínseca
manera de ser.
Por otro lado, siempre ha existido la famosa “brecha generacional”, cierto desacuerdo entre
hijos y padres. Los primeros poseen mayor vitalidad e idealismo; los segundos más experiencia, más
decepciones y a veces se sienten cansados y desengañados. Los padres observan a sus hijos y los ven a
su modo, pero generalmente no se detienen a considerar como los ven sus hijos. En una primera etapa,
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los ven como ídolos. Luego éstos se van derrumbando. En efecto, cuando son muy pequeños, los hijos
opinan que “papá sabe algo”, los preadolescentes dirán: “pude ser que papá tenga razón”, mientras que
los adolescentes afirmaran categóricamente: “papá no tiene ni idea”. O sea que en las primeras etapas
de la vida papá y mamá son vistos como ídolos y como tales serán derribados cuando defrauden a los
hijos por primera vez. Los jóvenes piensan: “mis padres me legaron un mundo de etiquetas, trajes
oscuros, esquelas mortuorias. Hablan de la vida plena, pero actúan como si la vida careciera de valores,
de sinceridad, de caridad” seamos lo bastante humildes para descubrir y aceptar esa verdad en el
mensaje de la rebeldía juvenil…
En ocasiones, los padres son contradictorios, al niño que es dócil que no es conflictivo lo dejan
hacer lo que quieran, mientras que al adolescente que es rebelde por naturaleza pretenden doblegarlo.
El adolescente se encuentra a medio camino entre el niño y el adulto; los niños lo miran como si fuera
una persona mayor y los adultos lo consideran como un niño. Esto lo desconcierta; se encuentra
flotando en el vacío, ya sea porque no se le presenta la ayuda necesaria o porque se le rechaza
categóricamente. Tanto si es demasiado débil como si es fuerte, la familia es impotente para salvar el
abismo que separa al adolescente de la sociedad. Si la familia es demasiado fuerte, lo aísla del mundo.
Si es débil ni siquiera le entrega lo único que sería capaz de darle, el cariño, cuya ausencia condena al
individuo al infantilismo prolongado.
En realidad más que alejados de sus padres, los adolescentes se sienten en pugna con ellos. Lo
tradicional se derrumba, la familia se transforma, los padres no sabemos que hacer. Es importante que
recordemos que nuestros hijos no son “nosotros”. No pretendamos que ellos cumplan nuestros
objetivos; ayudémosles a que encuentren los suyos. Valoremos positivamente todos sus logros y
desarrollemos una crítica constructiva cuando se desvíen del camino correcto. Y una vez que hayamos
analizado cómo son a esa edad los jóvenes, consideremos cómo puede colaborar la familia en la
educación de esos miembros tan importantes de la misma.
A pesar de las grandes diferencias individuales que puedan presentarse, el desarrollo del
adolescente se cumple indefectiblemente y de la manera previsible. El adolescente temprano comienza
por desairar a sus padres, cuestionando su autoridad, sus reglamentos y sus valores. También es típico
que compare sus propios cambios puberales con los de sus coetáneos y que pase más tiempo fuera de
su casa, con sus amigos, por lo cual los padres se sienten más ignorados que combatidos. Se inicia la
exploración del sexo opuesto. Conforme va madurando, sus pensamientos acerca de la vocación y del
futuro se tornan, más realistas y, al final de la adolescencia, el hijo vuelve a aceptar a sus padres, pero
ya no como ídolos, sino como personas y, con gran frecuencia, comparte sus valores. Se ha llegado al
punto en que el adolescente puede entablar una relación intima con otra persona y se forjan planes de
estudio, trabajo, y familia.
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UN MUNDO CAMBIANTE
Durante los últimos 50 años, aún el lugar más remoto del orbe ha experimentado más
transformaciones que las ocurridas en toda su historia anterior. Las migraciones internas, el desempleo,
los estados de guerra, la industrialización, la proliferación de los medio de comunicación masiva y la
complicada cadena de hechos asociados con la urbanización han ido generando cambios irreversibles y
de difícil integración. En una misma sociedad pueden encontrarse grupos campesinos que sobreviven a
base de una economía primitiva de tipo agrícola, junto a una industria siderúrgica en desarrollo que ya
compite en el nivel mundial. No es difícil concebir entonces que, a principios del siglo XXI, las
constantes fracturas que inciden en la vida comunitaria hayan terminado por mutar la organización
familiar y, en consecuencia, los estilos de vida de los adolescentes. Este proceso es ya claramente
visible en todas las grandes metrópolis. Baste con mencionar a guisa de ejemplo, que un típico
adolescente urbano de 18 años ha invertido 18000 horas de su vida frente al televisor.
Y esto es motivo de alegría para los padres que esperan con ilusión ver crecer a sus hijos, no es
menos cierto que esta nueva etapa, la adolescencia va a ser fuente de nuevas y grandes preocupaciones.
Muchos de nosotros nos sentimos desconcertados ante los cambios de los hijos.
A continuación aparece una serie de 20 frases incompletas. Léelas y trata de completarlas, una a
una, con el primer pensamiento que te venga a la mente. Anota lo primero que se te ocurra, no te
detengas a reflexionar. Procura trabajar tan rápido como puedas. Si no puedes completar una frase,
sigue adelante; ya volverás luego sobre ella.
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7. me gusta compararme con los demás…
8. mi mayor debilidad…
9. cuando las cosas no me salen bien…
10. cuando empiezo a aburrirme…
11. un día espero…
12. el mayor ideal de mi vida…
13. he envidiado siempre…
14. cuando miro el porvenir…
15. los compañeros con los que convivo…
16. cuando no estoy presente, mis amigos…
17. las (los) chicas (os) piensan que yo…
18. el tipo de personas que prefiero…
19. un amigo sincero…
20. en clase, mis profesores…
Una vez que hayas terminado, espera en silencio a que te den la señal. Te vamos a proponer dos
puntos de reflexión, ten paciencia.
Reunión en grupo
1. Recogida del “eco” se le pregunta a cada uno de los participantes qué ha sentido al terminar las
frases, qué se le ocurría mientras lo hacía, lo que piensa del ejercicio, lo que me impresionó; si
le pareció importante. Y se les deja hablar…
2. Se invita a cada cual para que comente la frase que considere más importante para él.
Interpelación del grupo.
3. Se analiza, entre todos, las frases que no han sido comentadas en el número 2.
4. Se escuchan las conclusiones personales, con interpelación por parte del grupo a cada
conclusión, si da pie a ello.
5. Se realiza la evaluación.
16
2
¿QUIÉN SOY?
Creo que la adolescencia constituye una de las etapas de la vida en las que el ser humano es más
influenciable, aún más que durante la niñez, cuando el sentido de pertenencia al mundo de la familia es
más profundo. El adolescente, por el contrario, experimenta cierto despego hacia ese mundo, lo cual le
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es indispensable para poder construir sus propias ideas y modos de pensar. Es por ello que las técnicas
de conocimiento y de autoanalísis de representación o de desempeño de ciertos papeles son muy útiles
cuando se trata de ayudarles a enfrentar la problemática propia de su edad. De manera similar, los
analisis de problemas realizados en situaciones reales resultan eficaces, debido a que son los mismos
adolescentes quienes realizan el análisis, llegando a conclusiones valorativas sobre sus experiencias, las
cuales proyectan indirectamente en otros.
Es preciso que el adolescente se acepte tal como es. Que se guste, que se dé cuenta de que posee
excelentes cualidades, de que es un ser colmado de posibilidades ilimitadas y de que tiene ante sí
significativas oportunidades de triunfo. Ello no significa que sea perfecto ni que deba adoptar una
actitud preocupante o encerrarse en una autosatisfacción enfermiza. Puede y debe aceptarse sus
defectos y limitaciones, siempre que no pierda el mando sobre sí mismo y se muestre capaz de tomar
las riendas de su personalidad.
Podemos decir que nacemos dos veces: una para vivir y otra para existir, la primera tiene lugar
cuando salimos del vientre de nuestra madre, y la segunda cuando logramos superar la crisis
adolescente. La evolución del adolescente va acompañada de una transformación física, que lo
confronta con un esquema corporal diferente y de una transformación sentimental, que genera nuevas
emociones, algunas de ellas extrañas y contradictorias. Su incipiente personalidad choca con la realidad
externa lo que, en ocasiones, lo conduce al aislamiento al silencio, o a las actitudes defensivas.
Decía Séneca: “importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los demás opinen
de ti”. “la juventud es la sonrisa del porvenir ante un desconocido que es uno mismo”. Conviene que el
adolescente se mire en el espejo de sus vivencias para intentar descubrir su irrenunciable identidad. Es
lo que ha hecho Alicia, una muchacha de 14 años, inquieta y nerviosa. Ha intentado no parpadear par
lograr estudiar sus gestos, su mirada, su alma. Se ha preguntado observándose fijamente: ¿Quién es ésta
que está aquí?, “después de unos momentos de duda, reconoce su cara de siempre.
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“soy efectivamente, yo, la de todos los días, la que va y viene, la que ríe y llora, la que se rebela y no está de
acuerdo. Efectivamente, soy yo; pero los demás me ven de otra manera. Según mi padre, soy una muchacha inteligente, de
buen corazón, un poco perezosa e indolente. Según mi madre, soy una chica muy guapa, muy espabilada, muy… muy…
siempre hablan de mí, soy una especie de obsesión para ella. Según mi abuelo, que me adora, soy un sol, un encanto, un ser
increíble. Según mis amigas… me lo reservo. Según mis maestros… ¡que voy a decir! Cada uno ve en mí una persona
diferente”
A los adolescentes se les define, se le estudia, se les etiqueta. En el colegio se dan informes
sobre su personalidad, sobre su coeficiente intelectual. Opinan de ellos los familiares, los vecinos, los
amigos… todo mundo parecen tener derecho a analizarlos, a juzgarlos, pero no siempre se les escucha.
Todo adolescente experimenta un drástico cambio en su personalidad. Es el proceso de maduraron al
que nadie puede sustraerse. Crisis, cambio, crecimiento, y aprendizaje son elementos ineludibles que
van a darse a lo largo del desarrollo de una juventud sana y feliz.
Uno de los problemas más frecuentes en la amistad entre adolescentes es decepcionarse del
amigo. La reacción inmediata es dejar de creer en la posibilidad de una amistad verdadera. A medida
que el joven va ahondando en los mecanismos de las relaciones, el idealismo de los primeros años de la
adolescencia se fractura. Esta secuencia contribuye de manera importante a la maduración porque va
perfilando al otro fuera ya de su espejo, porque vive otro yo distinto que exige nuevos puntos de vista y
nuevos compromisos.
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Sólo al final de la adolescencia el joven cobrará conciencia de que también él se va
transformando y no únicamente los otros. Destruirá el espejo narcisista y penetrara en los sentimientos
de los demás, otorgando el peso adecuado a las circunstancias que han podido facilitar o frenar los
lazos de amistad. Descubrirá que todo conflicto, si es vivido en su aspecto liberador y positivo, es una
oportunidad para crecer. El conjunto de crisis resueltas es lo que va madurando al individuo. Es
conveniente que los adolescentes sean educados en cierto esfuerzo y para que aprendan a superar las
frustraciones ordinarias de la vida sin caer en desequilibrios psíquicos. Una pedagogía permisiva sólo
contribuye a la formación de personalidades débiles.
Las amistades felices, las de larga duración, indican que el individuo posee el justo sentido de
su propio valor y la suficiente habilidad para darse sin temor a sentirse agotado. Es por ellos que una de
las preguntas claves planteadas durante la primera entrevista en un examen psicológico es la siguiente:
¿ha tenido usted alguna relación amistosa de larga duración? Una pregunta que todos deberíamos
formularlos para, en caso negativo, intentarlo a tiempo.
Cuando no se cree en la amistad ¡que triste panorama!, podemos comprar cosas pero no amigos.
La amistad es esencial para el ser humano, y para los adolescentes, se convierte en un valor de vida o
muerte. Durante el siglo XX, llamado el siglo de los medios de comunicación, se gestó la generación de
la gente más sola jamás habida. El hambre de amistad no puede ser mitigada con placebos. El amigo no
tiene suplente, como lo tendría el deportista.
! Permitir que nuestros amigos sean ellos mismos: es decir, aceptarlos como son, agradecerles lo que
nos ofrecen y no lamentarnos por lo que no nos pueden dar. No debemos sentirnos amenazados o
molestos si los gustos de nuestros amigos difieren de los nuestros.
! Aconsejar oportuna y constructivamente: cuando un amigo necesita hablar, es necesario escuchar
sin interrumpir. Si nos pide consejo, brindárselo, procurando que sea siempre positivo.
! No invadir, no oprimir: cada uno de nosotros tiene derecho a sus sentimientos y pensamientos
privados. El amigo que intenta invadir el espacio interior del otro pone en riesgo la relación.
! Ser leales: la lealtad está en la base misma de la amistad. Significa fidelidad, significa honrar la
confianza, significa estar con nuestro amigo en las buenas y las malas, no desacreditarlo en su
ausencia ni permitir que otros lo hagan.
! Estar dispuestos tanto a dar como a recibir: esto quiere decir estar dispuestos a prestar ayuda y
apoyo, pero también estar dispuesto a pedirlos si es necesario, sin excedernos en nuestras
exigencias y sin permitir que abusen de nosotros.
! Saber alentar: comunicar a nuestros amigos lo que nos agrada de ellos y mostrarles cuan grata nos
es su presencia en nuestra vida; reconocer sus dotes y sus méritos, celebrar sinceramente sus éxitos
y nunca envidiar sus logros.
! Trato igualitario: en la amistad no hay lugar para alardes y vanas actitudes competitivas; mucho
menos para sentimientos de superioridad o de inferioridad.
! Ser sinceros y honestos: la comunicación abierta es esencial en la amistad. Nuestros sentimientos,
buenos o malos, debemos manifestarlos, no acallarlos y reservárnoslos para rumiarlos,
especialmente si se trata de ansiedades o cólera. Aclarar los malentendidos, evitar los
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resentimientos y recordar que, a veces hay cosas que es mejor no decir. Permitamos que nuestra
sensibilidad nos trace el límite de la prudencia.
! Aceptar el riesgo: en efecto, la amistad implica que estamos dispuestos a correr ciertos riesgos, y
uno de los principales obstáculos para cualquier relación amistosa es el temor de ser rechazado o
herido. Nos resistimos a mostrar nuestros puntos vulnerables. Pero si no nos atrevemos a confiar
plenamente en quienes llamamos amigos, entonces estamos condenando a una vida vacía.
LA AFIRMACIÓN DEL YO
A medida que la adolescencia avanza y los lazos que unen al adolescente con la familia y la
escuela se van adelgazando, el joven, rebosante de aliento y de pretensiones, entra en contacto más
directo con las diversas colectividades con las que habrá de convivir. Se produce aquí uno de los
choques más profundos para la afirmación del yo adolescente, y para acometer esta empresa el
adolescente deberá contar con las reservas morales y espirituales suficientes. Dicho proceso incluye
enfrentar los múltiples tropiezos que se originan tanto en las condiciones exteriores del medio como en
el propio mundo interior, planteemos ante un grupo de jóvenes la siguiente pregunta: ¿Qué situación te
ocasiona mayor angustia?
Elige entre las siguientes respuestas:
En líneas generales, la clasificación por sexos sigue la distribución antedicha. Sin embargo, es
de descartarse que los varones conceden mayor importancia a los fracasos escolares (15.5 % frente a
8.5 % por parte de las mujeres). Este dato viene a ser el negativo de la mayor valoración del estudio
por parte de los varones que surgía del análisis de los cuadros anteriores. Las mujeres parecen ser más
sensibles a las “injusticias del mundo”, a la “propia indecisión” y, en menor grado a los “problemas
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amorosos”, mientras que no parecen verse afectadas por los problemas sexuales (0.5% frente al 5%
masculino)
Al analizar los datos en función de la edad, descubramos que las tensiones familiares y el
egoísmo son los problemas que con mayor fuerza repercuten en el grupo más joven. A medida que la
edad avanzada se presenta una tendencia a conceder menor importancia alas dificultades respecto a los
amigos, y la misma orientación se percibe al tratarse de los problemas sexuales. Por el contrario, la
curva de “problemas amorosos” se incrementa conforme nos acercamos al grupo de más edad: 5% a los
14 años, 11.5% a los 17 años… asimismo, “las injusticias en el mundo”, preocupan con mucha mayor
intensidad a este último grupo.
Los varones se sienten más afectados que las mujeres por los fracasos escolares y los problemas
sexuales, mientras que las mujeres muestran mayor sensibilidad ante los problemas del mundo en
general y ante su propia indecisión. Sin duda y a pesar de todo, el adolescente, es una persona
maravillosa, capaz, con evidentes cualidades. Merece respeto, consideración, una vida satisfactoria,
pero tiene que ganarse a pulso su plena realización personal; nadie lo hará por él. Y para ello es preciso
que se dé cuenta de que es una persona valiosa y de que puede lograr pensar y hablar de sí mismo de
una manera constructiva. No existe autoridad para prohibirle albergar ilusiones, alimentar esperanzas,
probar nuevas experiencias.
No venimos al mundo con una vida hecha, elaborada, preestablecida. Los pensamientos y las
actitudes son los que van diseñando el perfil de cada individuo. Al cultivar pensamientos positivos, la
vida florecerá en un jardín de sonrisas. El adolescente debe procurar abandonar los hábitos negativos
que lo impulsan a repetir una y otra vez: “soy un desastre”, “no sirvo para nada”, “jamás lo lograré”
“nadie me quiere”. Estos pensamientos sólo exacerban la falta de respeto a sí mismo. El desánimo
podría matarle; es urgente que recuerde el optimismo y que recuerde que hay muchas cosas hermosas
en su vida. Es preciso que el adolescente se juzgue a sí mismo con benevolencia y bajo la luz de la
esperanza. No todo va a salir mal. Debe aprender de los fracasos y darse cuenta de que, aún con sus
limitaciones, puede lograr maravillosas realizaciones en su vida.
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corazón del amigo, de la belleza del arte, de los sabores, de los colores, del mar, de los pequeños
grandes detalles de la existencia.
Lo importante es que se aplique a gustarse a sí mismo, con sencillez y humildad, sin petulancia.
Debe estar convencido de que es una obra original, exclusiva y distinta, y de que sus sentimientos
representan un tesoro; emocionarse, reír, llorar, compadecerse, perdonar, y no olvidar que es humano
experimentar tristeza, decepción, frustración. La gran tarea del adolescente cosiste en ser él mismo.
EVOLUCIÓN DE LA AUTOAFIRMACIÓN
La fuerza física se afirma en la lucha y en las competencias deportivas. El joven busca el riesgo,
descargando su agresividad constantemente (zancadillas, golpes, etc.) en la siguiente etapa, el
adolescente pretende el encuentro consigo mismo a través de los demás e incrementa la reflexión, se
siente menos perturbado por lo que antes lo irritaba. Su conducta es más serena y objetiva porque se
torna menos vulnerable a las contrariedades. En la medida en que su autodominio progresa, aumenta la
sensación de haber encontrado su propio equilibrio y de haber logrado cierta conformidad con el
mundo que le rodea.
El drama del adolescente radica en que entre la empresa de valerse por sí mismo, de adaptarse a
su nuevo papel en la vida y los medio disponibles para alcanzarla existe una desproporción
considerable. Es un periodo de tormentas, de dificultades de enfrentamientos con la familia. En efecto,
cuando los padres empezaban a sentirse satisfechos por que su hijo estaba de acuerdo con sus criterios
y podían intercambiar ideas, de pronto, un día han de sorprenderse ante una respuesta desabrida.
Esta crítica situación dentro de la familia provoca que sus miembros se sientan muy alejados
entre ellos, el joven se da cuenta de que su cuerpo, muy distinto durante la infancia, se va haciendo
poco a poco semejante al de los adultos, y simultáneamente, siente que sus ideas, opiniones y
aspiraciones son cada vez más distantes. Ante tal situación, el adolescente decide aislarse ya no le gusta
comunicar sus alegrías y esconde sus preocupaciones. La franqueza habitual del niño se convierte en
reserva. El adolescente se siente raro ante sus padres, ante sus hermanos, ante sí mismo. Llora sin saber
porque, en realidad llora por que su niñez se escapa. Busca la soledad como un refugio donde encontrar
su riqueza interior, su intimidad. Desde ese ámbito crea un mundo independiente, original, nuevo,
distinto.
PSICOLOGÍA DE LA INTIMIDAD
“La adolescencia puede caracterizarse como cierto nacimiento interior, como un nacimiento de la intimidad; la
aparición de tendencias sin objeto definido y la manifestación reflexiva y crítica del propio pensamiento. El enamoramiento
sin convicción, las ilusiones vagas, las inquietudes sin causa conocida, son otras tantas manifestaciones de esas tendencias
imprecisas, sin objeto claro, que sumergen a los adolescentes en un inquietante mundo interior. La reflexión implica la
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vuelta del sujeto sobre sí mismo… el adolescente ve en su interior el lugar donde ha de contrastar todo conocimiento. De
aquí que la adolescencia se una época de dudas y de crisis agudas… la adolescencia es también época en la que el sujeto se
enfrenta con el mundo de un modo nuevo; la necesidad e concretar el puesto que va a ocupar” (diccionario de pedagogía
labor)
La adolescencia es ante todo un periodo de crecimiento que hace posible el paso de la infancia a
la edad adulta. Adolescente es aquel que “esta creciendo” en contraposición al adulto, que es “el que ha
crecido”. Se crece tanto en cantidad como en calidad. Se da un aumento en la talla, el peso, en las
capacidades mentales, en la fuerza y se produce un cambio en la forma de ser, una evolución en la
personalidad.
¿Qué es lo que hace posible esta última transformación? Para García Hoz, “la adolescencia es el
comienzo de un crecimiento cualitativo, lo cual vale tanto como decir que es el nacimiento de algo en
el hombre y ese algo no es otra cosa que la propia intimidad. El nacimiento de la intimidad tiene lugar,
de manera lenta y difícil durante los primeros años de la adolescencia. Al principio, el adolescente
experimenta el yo como algo que lleva en su interior, que no pertenece a nadie, que es “suyo”. Este
nuevo estado emotivo de momento lo sorprende y lo desconcierta, pero también lo colma de
satisfacción furtiva y de inquietud. La conciencia infantil, ligada a lo colectivo, va siendo sustituida, de
forma vacilante, pero continua, por una conciencia personal. Ante este fenómeno, el mundo infantil se
desmorona, produciéndose una ruptura con el pasado y con las ideas de los mayores.
La intimidad de la persona, las emociones, las vivencias, los sentimientos, toda la vida psíquica
constituye un tesoro de gran valor. El pudor no implica un aislamiento, una ausencia de comunicación
con los demás; esto conduciría a la soledad. El pudor se refiere a la contemplación del propio ser para
una entrega oportuna. También podría definirse como la capacidad de la persona para estar consigo
misma, de responsabilizarse de su propio ser; como la capacidad de estar tranquilos, alejados del
mundanal ruido. Por supuesto, la intimidad tiene valor siempre que lo que se guarde sea algo positivo.
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Cuando sucede lo contrario, hay que saber aprender a salir de sí mismo para buscar ayuda. No la ayuda
de cualquier persona, sino de la persona idónea, sea sacerdote, padre, amigo…
PSICOLOGÍA DE LA PUBERTAD
“Cuando tu cuerpo se halle listo para la pubertad, la hipófisis (una glándula del tamaño de un
garbanzo que hay debajo del cerebro) empezará a secretar hormonas por medio de las que enviará
mensajes a otras glándulas, a través del flujo sanguíneo, para que hagan lo mismo. La primera señal
evidente es la aparición de vello en el pubis (de ahí la palabra de pubertad). A continuación notarás que
tu crecimiento se acelera y que de pronto eres más alto y más fuerte. Este “estirón” suele tener lugar
entre los 13 y 14 años, pero cada muchacho se desarrolla en un momento diferente. La maduración
sexual se hace patente en el aumento del tamaño de los testículos, lo cual ocurrirá un poco más adelante
con el pene. Es importante dejar claro que el tamaño de estos órganos es muy variable y que en ningún
caso tiene nada que ver con la virilidad o la potencia sexual. Esta serie de señales te indica que tu
cuerpo está preparándose para la reproducción con la consiguiente producción de espermatozoides, que
son las células masculinas que tienen la capacidad de fertilizar un óvulo femenino y dar lugar a una
vida humana.
Los espermatozoides son transportados por el semen o esperma, fluido que los muchachos
empiezan a emitir más o menos un año después del inicia del crecimiento del pene. Generalmente, esas
emisiones ocurren durante el sueño, con diversa frecuencia. Durante esta etapa tiene lugar también el
cambio de voz, que cada vez se parece más a la de un varón adulto. Durante los meses en que las
cuerdas vocales se desarrollan, la voz puede presentar oscilaciones chuscas entre el niño y el hombre.
La piel también experimenta cambios. El tejido graso aumenta en la cara y en la espalda. Tienden a
aparecer granos y espinillas, que resultan sumamente incómodos porque todo el mundo puede verlos.
En la inmensa mayoría de los casos, tanto granos como espinillas desaparecerán por completo al final
de la adolescencia.
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manera equilibrada; recuerda que la comida es tu combustible. No olvides hacer ejercicio con
frecuencia.
Aparecerá vello en el pubis, se ha iniciado la pubertad. En poco tiempo crecerá vello en las
axilas. Pero tal vez el acontecimiento más espectacular de este tránsito de niña a mujer es el
advenimiento de la menstruación o regla. Dependiendo de cada caso en particular y sobre todo de la
zona del mundo donde vivas, la primera regla o menarca puede ocurrir muy pronto ( a los 10 años) o
más bien tarde ( a los 16 años). En promedio se presenta entre los 12 y 14 años. La menstruación se
presenta cada mes y dura unos tres o cuatro días.
Es un proceso completamente natural que la sociedad enfrenta de diversa maneras, mientras que en
muchos lugares la menarca o menarquía es motivo de alegría familiar, en otros se le rodea de secretos y
tabúes. La menstruación ocurre porque cada 28 días, aproximadamente, el útero se prepara para recibir
el óvulo, que si hubiese sido fertilizado por un espermatozoide llegaría a ser un bebé. Al no ocurrir
esto, la capa interna del útero, que se hallaba lista para la anidación del óvulo fecundado, se vuelve
innecesaria y por tanto es eliminada mediante la vagina en forma de una pequeña hemorragia. Durante
este proceso resulta necesario el uso de compresas o tampones que absorban esa sangre mientras
continua con tu vida normal.
Las mujeres embarazadas no menstrúan. Seguramente habrás observado que la piel de tu rostro es
ahora áspera y grasosa y que te han empezado a brotar granos y espinillas, convienen que mantengas tu
piel lo más limpia posible. Al paso de la adolescencia, los granos desaparecen definitivamente y la piel
acabará suavizándose por sí sola. Es posible que tantos cambios te desconcierten y a su vez te
transformen, hay muchachas que se vuelven más comunicativas, y otras se hacen más calladas; algunas
se tornan melancólicas, mientras otras irradian de euforia. Por supuesto, hay chicas que no
experimentan la menor variación en su temperamento. Como adolescente debes cuidar tu salud por
medio del ejercicio físico moderado y el descanso necesario. Una alimentación equilibrada es también
imprescindible para apoyar tu desarrollo. Por ejemplo, la perdida de sangre durante la menstruación ha
de ser compensada por una dieta rica en vitaminas y minerales, especialmente en hierro.
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! REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO:
1. ¿Estás contento de vivir?, ¿Sabes descubrir lo que hay de bello y de bueno en las personas, en
las cosas…? ¿tienes muchas ilusiones para el porvenir?
2. ¿Cuáles son tus aspiraciones?, ¿terminar una carrera, tener mucho dinero, tener, tener, tener… o
llegar a ser útil, hacer algo que valga la pena?
3. ¿crees que tu vida está orientada hacia el amor, la amistad, la entrega a los demás? O más bien
¿vives sumido en una actitud egoísta, pensando sólo en ti?
4. ¿Qué es Dios para ti? ¿un amigo? ¿un padre?, ¿un ser lejano, ajeno a tu vida?, ¿un ser poderoso
al que temes? ¿Cómo es tu oración? ¿es un acto mecánico? ¿es una expresión personal? ¿te
limitas a recurrir a Dios cuando te encuentras afligido? ¿le das las gracias? ¿sabes ofrecerte?
5. ¿Cuál es tu actitud en casa? ¿colaboras de buena gana y te preocupas sinceramente por los
demás? O más bien, ¿mantienes una actitud tensa, distante, experimentado tu casa como un
hotel en el que comes y duermes, sin interesarte por tu familia?
6. ¿te aceptas tal como eres? ¿envidias la suerte de otros? ¿te conformas fácilmente con tu modo
de ser? ¿sueñas frecuentemente con lo que quisieras ser y no haces nada por conseguirlo?
¿Cómo eres? ¿eres constante, responsable, sincera, dueño de ti, abierto, seguro, optimista?
7. ¿Qué significan para ti la castidad, la sexualidad, y la amistad? ¿Qué valor les asignas? ¿crees
que pueden ser maneras de amar? ¿Por qué? ¿has logrado cierta serenidad o autodominio al
respecto?
8. ¿Qué es para ti ser humilde? ¿crees que en la humildad radica la grandeza de un ser?
9. ¿es aceptable que un solo problema, al que otorgas vital importancia, sea tu única preocupación
y te este impidiendo evolucionar en otros aspectos de tu personalidad?
Trabajo personal
En una primera vuelta, cada uno responde a lo que más le preocupó. Interpelación
Entre todos se analiza lo que en la primera vuelta quedó sin verse. Evaluación
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3
LA CRISIS DE LA ADOLESCENCIA
El adolescente es idealista; intuye conceptos y abriga esperanzas que ha quedado fuera del
alcance del adulto que, con los años, se ha ido volviendo quizá “demasiado” realista.
El adolescente dispone de energías físicas y psicológicas capaces de lograr lo impensable.
El adolescente está dotado de una poderosa creatividad que, en la mayoría de los casos, tiende a
desvanecerse o, al menos a atemperarse cuando ingresa a la edad adulta.
El adolescente posee un vigoroso sentido de la justicia, porque aún no lo ciegan los intereses
personales ni los convencionalismos sociales.
El adolescente es capaz de amar intensamente o de rechazar con igual fuerza.
En suma, el adolescente cuenta con mil recursos, que podrá utilizar con provecho sobre todo si
encuentra comprensión entre los adultos y estos reofrecen apoyo para encauzar sus talentos y virtudes
hacia un estilo de vida positivo y saludable.
¿QUE ES LA ADOLESCENCIA?
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“Estoy convencido de que todo este asunto de la adolescencia es montaje de los alumnos para aprovecharse de
nosotros. No tiene ganas de estudiar y lo tenemos que comprender… porque son adolescentes. No obedecen las normas de
la escuela… porque están en una edad difícil. No obedecen a los padres… porque están sufriendo los cambios propios de
esta etapa tan delicada. En definitiva, se adueñan de la situación enarbolando la bandera de la adolescencia”
Aunque quizá semejante declaración pueda aplicarse a determinados casos, no podemos negar
la realidad de una serie de características propias de este estadio vital. Entre los estudiosos del asunto
existe cierto desacuerdo sobre la naturaleza de dichas características y especialmente sobre el modo
adecuado de tratarlas. Sin embargo, por consenso general, se reconoce la realidad evidente de esa etapa
llamada adolescencia. La adolescencia es, en definitiva, el periodo de transición entre la niñez y la edad
adulta.
“La verdad es que hay momentos en que no veo claro…” dice un adolescente ¿Cómo va a ver
claro si está bajo constante bombardeo de novedades y de expectativas que lo presionan? A ello
añadamos el plus de energía física e intelectual, que no siempre resulta fácil canalizar. Es lógico que a
veces se sienta abrumado y hambriento de esa orientación que únicamente sus mayores pueden
ofrecerle.
Stanley may señala el comienzo del estadio científico de la adolescencia con la publicación en
1904 de un voluminosos tratado sobre este estadio vital. Su teoría reitera la idea de que la adolescencia
es como un puente entre los años “salvajes” de la niñez y la “civilizada” edad adulta. Se espera, pues
que la adolecía sea un periodo turbulento, colmado de pasión, sufrimiento y rebeldía. La efervescente
actividad endocrinológica que se desata en esta época se traduce en cambios que afectan de muy
diversas maneras a los diversos individuos; lo que para algunos adolescentes significa una tormenta,
para otros puede resultar una etapa tranquila carente de dificultades serias. Además de los posibles
problemas, también hoy es reconocido el gran potencial del adolescente, que le ofrece atributos
mediante los cuales será capaz de enfrentar los posibles problemas y de alcanzar logros significativos.
La complejidad de este asunto se debe especialmente a que el criterio para determinar cuando
se inicia la edad adulta presenta, además de cierta componente biológica, una componente social.
Técnicamente, es adulto quien ha alcanzado la mayoría de edad (18 años en muchas legislaciones). Sin
embargo, en nuestro medio, la verdadera condición de adulto no se alcanza hasta haber conseguido la
independencia, la emancipación económica, la capacidad de generar ingresos. Los adolescentes
continúan dependiendo de sus padres durante los largos años que duran los estudios y el lapso incierto
de buscar y obtener empleo.
29
ORIENTACIONES BÁSICAS DE LA ADOLESCENCIA
Los límites entre la adolescencia y la edad adulta son fluctuantes por tratarse de grados relativos
de madurez personal y no de mutaciones fisiológicas, objetivamente perceptibles, como sucede entre la
niñez y la pubertad. De ahí la diversidad de clasificaciones presentadas por los diversos tratadistas de la
psicología evolutiva. Unos encuadran la adolescencia entre la pubertad, alrededor de los 11 años y el
inicio de la primera edad adulta entre los 20 y los 40 años. Si consideramos que ésta se inicia cuando el
joven emprende tareas que implican mucha responsabilidad, como son elegir pareja, fundar una
familia, comprometerse con una profesión o tomar una postura política, nos parece poco congruente
con la realidad social ubicar en los 20 años el promedio del comienzo de la vida adulta. Por diversas
razones, la mayoría de los adolescentes necesitarán más tiempo para estar en condiciones de abordar
las tareas del adulto. Ello ha motivado a diversos psicólogos a introducir bajo la denominación de
edades que se adopte, resulta incuestionable que el periodo de los estudios superiores suele coincidir
con la edad juvenil, entendida de modo restringido y actúa como gozne entre la adolescencia y la edad
adulta.
Para comprender en su génesis el dinamismo propio de este momento decisivo del desarrollo
humano es necesario analizar a fondo las orientaciones básicas que van articulando internamente la
personalidad durante la adolescencia. La estructura de la personalidad se configura mediante un
proceso de convergencia de diversas vertientes de la realidad; la vertiente biológica, la psicológica y
sociocultural. Todas y cada una de las experiencias que el individuo va acumulando desde la vida
intrauterina tienen un significado determinado. Al irse entreverando dichas experiencias y
confrontándose entre sí, las distintas personalidades van adoptando determinada estructura, según el
tipo de significatividad que prevalezca.
Durante la primera infancia (desde el nacimiento hasta la edad de tres años), las experiencias
tienen un significado predominantemente biológico: se trata de acabar de troquelar el organismo en
vinculación con el medio, sobre todo con la madre, y de aprender a controlar el propio cuerpo.
Podríamos decir que la infancia es la “etapa de la supervivencia”. Sin embargo, este matiz biológico no
indica una prevalecía absoluta de los fenómenos somáticos sobre los psicológicos y los sociales. Cada
día está más convencida la ciencia biológica de que el desarrollo del recién nacido está condicionado a
la fundación de relaciones afectivas con los seres de entorno. Al relacionarse con la madre, el niño
contribuye a crear una “urdimbre afectiva” que será el germen y, en buena medida, el paradigma de las
diferentes formas de encuentro que el ser humano deberá realizar para conducir su personalidad a su
pleno desarrollo.
Dotado de un sistema motor autosuficiente, una vez troquelados los sistemas inmunológicos,
enzimático y neurológico, el niño inicia la etapa de estabilidad, de la configuración de la vertiente
afectiva, entre los cuatro y los 10 años multiplica las experiencias de adaptación al medio social, como
son la seguridad personal, la aceptación de los demás o las interrelaciones. Aunque las vertientes
biológica y social también se hallan en juego durante esta fase, la vertiente psicológica parece cobrar
cierta primacía.
Durante la adolescencia (entre los 11 y los 20 años) se inicia la “etapa de la sociabilidad” del
descubrimiento del sentido específico de las experiencias comunitarias y sociales. En forma reflexiva,
el adolescente va realizando la multiforme experiencia de su vinculación con el medio, del encuentro
con su yo, ansiosos de autonomía, y con sus carencias, lo cual lo obliga a gravitar hacia las realidades
30
del entorno. Esta interacción entre el llamado mundo interior y el mundo exterior tiene a los ojos del
adolescente un singular atractivo, teñido de un peligro de que este precario equilibrio se rompa en dos
sentidos, ambos extremistas.
La madurez del adolescente se produce de modo gradual, a medida que va descubriendo que la
plenitud humana no se alcanza ni mediante la fusión ni a fuerza de retracción, sino por la vía de la
separación. Los tres modos de realidad cuya confluencia forma el entramado de la personalidad
humana, la realidad somática, la psicológica y lo social, se logran de forma relacional:
La personalidad del individuo se desarrolla conforme éste se hace cargo de la condición relacional de
las tres vertientes de su ser y experimenta la fecundidad que implica la creación de ámbitos de juego
entre él y lo real externo. Al experimentar el carácter relacional, abierto, dialógico del propio ser, el
adolescente se va formando una idea más equilibrada de sí mismo, la cual se transforma en fuente de
creatividad, porque la verdadera eficacia no se deriva tanto del poder que tienen las causas de producir
efectos como del dinamismo interno que late en los diversos campos de la realidad, fundados por la
interacción de diversas realidades. Esta condición ambiental, distintiva del ser humano, no es heredada,
al modo de los caracteres genéticos, sino que ha de irse configurado y precisando con el paso del
tiempo. No es extraño, por tanto, que la adolescencia como hito decisivo en el proceso de
estructuración integral de la personalidad, muestre ciertas orientaciones básicas, caracterizadas por un
rasgo común que es la apertura creadora.
CAPACIDAD DE INICIATIVA
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Una vez que ha descubierto su interioridad el adolescente procura configurarla y fortalecerla
mediante una actividad comunicativa responsable, coherente, reflexiva, inmune a los vaivenes del
sentimiento y, como tal, creadora. Cuando intuye que la configuración de su yo no se efectúa a través
de las distintas formas posibles de soledad y desarraigo, por heroicas y contundentes que en principio
puedan parecer, sino mediante la entrega generosa y la colaboración con los demás, su horizonte vital
se amplía de forma insospechada. La propensión hacia la soledad, el ensueño romántico, el
ensimismamiento y la rebeldía sólo respondían a la necesidad del joven de conferir solidez a ese yo
interno recién descubierto. Al hacerse cargo de que la afirmación de la interioridad no consiste en
aferrarse a ella, concediendo curso indiscriminado a la afectividad, ocluyéndose en sí mismo, sino en
abrirse confiadamente a los otros, visualizados como colaboradores en actividades fecundas y
controladas, el adolescente encauza su impulso existencial hacia el campo del diálogo creador.
En virtud de esta orientación básica, el adolescente tiende a elegir sus relaciones interpersonales
más en función del aspecto cualitativo que del cuantitativo. A la vez que procura fundamentar su yo, se
esfuerza por abrirlo a nuevos horizontes de realización. De hecho, la tarea de funda mentalización se
realiza como lo hemos indicado, por la vía de la apertura. Si el adolescente ansía independencia y
autonomía, ello no responde necesariamente, lo sepa y lo reconozca él o no, a un deseo de romper
amarras con el entorno, sino a la voluntad de posibilitar experiencias inéditas, planteamos nuevos. Por
tanto, ese afán de cambio animado por el ansia de conceder al yo la máxima amplitud de despliegue y
el más alto grado de firmeza, no se reduce a una mera curiosidad frívola, a una versatilidad
inconsistente, a una incoherente exaltación de lo novedoso.
CRISIS DE IDENTIDAD
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a un “nuevo impulso evolutivo” y el no aceptaros como parte de la evolución del individuo conduce a
criterios erróneos sobre los adolescentes.
Los padres deben comprender que sus hijos atraviesan por una etapa pasajera. En ocasiones se
desconciertan ante las reacciones “incomprensibles” de sus hijos. Se obsesionan e incluso llegan a
sospechar anormalidades donde no ocurre sino lo más natural en la vida: un cambio. Lo que sucede es
que los jóvenes de la actualidad se ven obligados a desempeñar el papel de aprendices de la vida
durante más tiempo. Hasta los 25 años los jóvenes son aún dependientes económicamente. Por lo
general, aún requieren nuestro consejo, solicitan orientación y, sobre todo, necesitan comprensión.
El joven se ve desbordado por sus “pulsiones”. Debido a su crecimiento, tanto físico como
mental, presenta una acentuada tendencia a la impulsividad. Se muestra turbulento e inestable. Se
mueve con lentitud. Hace lo que le ordenan, pero con tal calma que agota la paciencia de los padres. En
esos momentos hay que tener presente que al adolescente se le dificultad la coordinación de sus
movimientos y que sus “explosiones” solo son traducción de su desasosiego al sentirse torpe. En cuanto
a la lentitud con que realiza cualquier cosa, no se le debe recriminar. Lo mejor es no darle importancia,
ya que, por sí sola, esta actitud irá cambiando.
Para poder afirmar la propia personalidad, siente la necesidad de olvidar todo lo que se le ha
enseñado o impuesto hasta ese momento en que ya se percata de las contradicciones del mundo adulto,
tanto a nivel familiar como en el seno de la sociedad. Durante este periodo, el adolescente trata de
adquirir nuevos valores más verdaderos y profundos que los que observa en el mundo adulto. La crisis
puede ser particularmente prolongada y de difícil solución si los adultos que lo rodean, sobre todo sus
padres y sus maestros, viven de manera totalmente incoherente respecto de las ideas que enarbolan o
si proponen criterios utilitaristas hedonistas o de conformismo social.
Mientras que durante la infancia el ideal era un modelo que actuaba mediante un proceso
inconsciente de imitación, ahora el ideal es una meta hacia la que el adolescente decide enfocarse
íntegramente. Por mucho que los adultos sean criticados, a veces de modo despiadado, el adolescente
los sigue observando siempre con la esperanza de encontrar personas dignas de crédito a las que pueda
emular. Nunca deja de tener importancia para el joven la presencia de figuras humanamente
significativas.
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cuanto era obediente. Pero lo que el adolescente hace, lo hace por propia iniciativa, por estimulación
interior y por convicción, no por temor a la autoridad. Inconstancia e incoherencia están en definitiva,
determinadas por el hecho de que el sistema de valores todavía no esta completamente consolidado y
porque la estructura que lo debe poner en práctica apenas ahora comienza a funcionar plenamente.
Es tarea de los educadores recordarles a los padres que la mayoría de las reacciones de su hijo
adolescente no son más que un modo contundente de afirmar su personalidad, y que la rebeldía no es
sino una prueba de que la libertad se está gastando en su alma joven. El adolescente necesita tomar sus
propias decisiones aunque se equivoque, porque necesita afirmar que tales decisiones son suyas y
solamente suyas.
Los adolescentes ansían mayores espacios de diálogo y comprensión con sus padres y
educadores. Muchas veces, la comunicación se dificulta por las diferencias generacionales, como por
ejemplo, el lenguaje. Los modelos de conducta que tradicionalmente ofrecían la familia y la sociedad
no tienen hoy cabida en el proceso social. Esto no quiere decir que ya no existan los valores; lo que
ocurre es que ya no se realizan, no se manifiestan en acciones y actitudes. A veces, los modelos más
inmediatos no se trasmiten por carencia de comunicación y de afectividad. Es por ello que el papel del
educador, del sacerdote, del orientador se agiganta ante la labor que pueden realizar al lado de la
familia, en el colegio, en grupos juveniles de formación, en el apostolado, etc.
La educación debe instruir al adolescente acerca de los verdaderos conceptos del amor, los
sanos principios de la convivencia y el sentido del deber. Estos serán los mejores cimientos para la
integración social y la preparación para la vida.
Por último podemos comprobar la seria preocupación que surge entre los adolescentes por el
amor. Este fenómeno es fácil de entender si recordamos que su vida sólo tiene sentido en una nueva
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dimensión del amor que empiezan a descubrir. Es el amor que se vive y sobre el cual se apoya el joven
como continua referencia. Ante los adultos que proclaman que el matrimonio es la tumba del amor, el
adolescente que sigue creyendo en el matrimonio y en el amor. Para él, el amor no puede morir. La
supervivencia afectiva, la seguridad interior y el equilibrio emocional dependen de su posibilidad de
amar, el adolescente siempre retorna sobre sí mismo. Si observa a los otros es para enterarse de lo que
va a pasar. Si la relación de sus padres es un fracaso, lo vivirá como algo propio. Si, por el contrario,
constituye un éxito, también lo vivirá como algo personal.
El último punto por desarrollar va dirigido de modo muy directo a los padres: ¿Qué postura
deben adoptar ante un hijo que está experimentando crisis evolutivas? Antes que nada, los padres se
ven obligados a definirse en cuanto pareja, ya que se encuentran en medio de una encrucijada: por un
lado, han de enfrentar su propia vida, ya un poco cansada e inmersa en ciertas crisis matrimoniales, y
por otro lado, a unos hijos que florecen ante un incierto futuro profesional y que, tal vez, han de ser
testigos de conflictos familiares que repercuten de modo directo en su alma adolescente. De la actitud
que adopten los padres depende una actitud positiva o negativa. Si se adapta una postura de silencia e
indiferencia, el adolescente descubrirá, en primer lugar, la falta de amor entre sus padres; además, este
mutismos crítico expresado por sus mayores contribuirá a aumentar su angustia e incertidumbre, lo cual
provocará cierto desmoronamiento y desesperanza personal. Al correr del tiempo, esta serie de
decepciones mermarán su paz interior.
Sin embargo, cuando la pareja adopta una actitud positiva a través de un amor sincero, vivido y
compartido, puede guiar a los hijos hacia un camino feliz, dentro de estas coordenadas, los padres
deberán procurar trasmitir serenidad al adolescente, brindándole testimonio de unidad y cariño,
ofreciéndole ternura y comprensión. Si lo consiguen, no será nada difícil apostar a que su vida futura
estará iluminada por el amor, la solidaridad y la comunicación. A modo de conclusión de cuanto hasta
aquí hemos dicho, sirvan los siguientes puntos para orientar a los padres en algunos aspectos críticos de
la adolescencia.
Los padres hemos de reconocer que el único modo de conservar la confianza por parte de
nuestros hijos es respetar su progreso en la vida, la falta de comprensión únicamente contribuye
a que se alejen de nosotros.
Debido a que durante la adolescencia los amigos adquieren gran importancia, es preciso que los
padres aceptemos la individualidad de nuestros hijos, especialmente en cuanto a sus amistades,
sin por ello olvidarnos de de procurar apartarlos de las malas influencias.
En casa debe seguir prevaleciendo el dialogo, precisamente porque en la comunicación radica el
secreto que nos ayudara a comprender a los adolescentes.
Debemos permitir que los hijos comentan errores sin que sientan temor de ser rechazados, al
contrario es necesario reiterar a los chicos que “errar es de humanos” y que el equivocarse
constituye un aprendizaje hacia la madurez y el éxito.
No debemos reprochar a nuestros hijos el hecho de que crezcan y maduren de manera diferente
de cómo maduramos nosotros, o de que elijan distintos caminos a los que, como padres,
teníamos pensados para ellos. Debemos limitarnos a apoyarlos para que decidan por sí mismos
en el marco de la actitud más positiva posible
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QUE LE CORRESPONDE HACER A LOS ADULTOS
a) Comprensión:
- Comprensión que en ningún momento debe confundirse con debilidad.
- Comprensión que funcionará siempre como un antídoto ante la intransigencia
- Comprensión que no significa eludir toda intervención correctiva en la vida del adolescente.
b) Observar y ponderar:
- Es necesario que el adulto preste auténtica atención a la vida, los intereses y las preocupaciones
del adolescente con el fin de discernir cuándo es oportuno ser enérgico con él y cuando es
necesario tratarlo con flexibilidad.
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Una comprensión no paternalista de los derechos a la información y la participación por parte
de los jóvenes.
Reducir al máximo sus repercusiones.
La creación de órganos de opinión dedicados a los jóvenes y la facilitación de medios para la
satisfacción de sus gustos artísticos.
La preparación de los padres y los educadores en su misión de “puentes”. La organización de
coloquios mixtos entre mayores y jóvenes con el fin de debatir los problemas.
El fomento de centros y clubes a puerta abierta con la participación de un trabajador social cuyo
papel se reduzca a encauzar la realidad, sin convertidse en consejero de nadie. Estos centros
deberán ser mixtos, es decir, acoger tanto a chicos como a chicas ente los 14 y los 16 ó 17 años.
De los 17 en adelante, será conveniente que los jóvenes se reúnan en locales separados.
El robustecimiento de los datos familiares mediante coloquios entre padres de familia y
educadores.
Corregir la causa originaria, que es la “deshumanización” paulatina que sufre el hombre por
ausencia de una religión vivida. El desmoronamiento de los valores morales da lugar a la
despreocupación por los valores espirituales.
Querido hijo:
Te escribimos esta carta a dúo porque, al margen de nuestras emociones como padres, como
profesionales en el campo de la psiquiatría infantil-juvenil, diagnosticamos en ti la más absoluta
normalidad, lo cual significa ser, estar y hacer lo que es propio de la edad y del momento
circunstancial que te corresponde, aún que también significa ansiedad, ambivalencia dudas e
inestabilidad.
Significa la búsqueda de una nueva identidad. Cuando nacemos, no sabemos quienes somos,
nuestros padres y nuestros familiares nos lo dicen, sin que nosotros tengamos la más pequeña
oportunidad de intervenir, lo cual no deja de ser terrible…pero cómodo.
Te dicen que eres chico-chica, que te llamas (eres) Jaime, María, que esto es agua, que lo otro es
cierto y que es azul y es bueno.
El verbo ser es el equivalente a la identidad. Así nos van identificando, o mejor, nos vamos
identificando. Porque, poco a poco, ser Jaime (o María), “ser el hijo del señor y de la señora
fulanos de tal, se va convirtiendo en “yo soy”, en una identidad biológica y social y, sobre todo, en
una identidad consciente. Tu identidad. Tu definición. Tu ser, que el mundo conoce y respeta.
Tus eres y los demás te hacen ser, porque con su comportamiento afirman y definen tu identidad.
Durante los primeros años de vida, los niños de familias normales “toman” su identidad y son pero
“son” sin ninguna actitud criticada. Puede resultar agradable o desagradable, pero sea como
sea…ese soy yo.
Cada día van añadiendo alguna característica o algún descubrimiento a ser "ser"… y van
comparando y valorando su identidad respecto a la identidad de “los otros” a medida que se añaden
experiencias y se amplían las relaciones interpersonales, se inicia poco a poco la posibilidad de ser
cosas nuevas que no están definidas en la identidad familiar, y surge la oportunidad de abandonar
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la identidad que “nos dieron” para tomar la identidad que “queremos tener”. Con este proceso se
inicia un nuevo posible ser que ya no pertenece a la identidad familiar e infantil, y que, muchas
veces, choca con ella.
Poco a poco, el desarrollo de la función intelectiva, el incremento del juicio crítico y la
amplificación de las relaciones sociales más allá de los límites familiares van proporcionando
nuevas expectativas. Finalmente, el impulso sexual propio de la pubertad termina de acelerar el
proceso puesto que, por definición, la identidad familiar no incluye la identidad sexual. Ser niño no
incluía una serie de valores conferidos por la adquisición de las características sexuales. Ser guapa
a los cinco años, no tiene nada que ver con el ser guapa a los quince años por ejemplo. A partir de
la adolescencia se inicia la etapa de lo que yo llamo “romper el cascaron” .
Lo que fue huevo empieza a resquebrajar la cáscara y necesita convertirse en pajarito, y los
picotazos que el pajarito le asesta al cascaron familiar suelen ser dolorosos. La situación para los
adolescentes “picoteadotes” del cascaron de su identidad familiar resulta muy intensa y altamente
ambivalente en el aspecto emocional. Por un lado, el adolescente se siente muy excitado e
ilusionado por ser pájaro (ver a luz, respirar el aire, comer gusanitos, revolotear libremente, piar y
conquistar…) por el otro, siente un profundo miedo ante el abandono de la seguridad del huevo, la
seguridad de un identidad ya conocida, asumida y, sobre todo, muy cómoda, porque la identidad
otorgada por el núcleo familiar. En cambio, a medida que se va convirtiendo en pájaro, el joven ha
de asumir nuevas responsabilidades, pagando elevados precios en esfuerzo, en temor y en fracasos
personales. El precio de la libertad siempre es el miedo y la ansiedad. Quien quiera llegar a volar
libre e independiente, con todos los riesgos que ellos implica, tiene que empezar siendo “huevo”
madurando paulatinamente, para luego picotear el cascaron hasta romperlo. Sólo entonces y si ha
reunido todos los ingredientes de ser completo y definido, sin más limites que los que le comporte
su propio ser, podrá emprender el vuelo. La diferencia reside en que los pájaros, cuando vuelan del
nido, se olvidan totalmente del cascaron y de los padres, mientras que los seres humanos tenemos
memoria, sentimientos, pensamientos y voluntad. Por tanto, aún habiendo roto el cascaron,
conservamos relaciones de amor, de afecto, de respeto, de gratitud y de reconocimiento con el
“viejo nido”, aunque, en muchas ocasiones, la nueva identidad del pájaro sea cada vez más distinta
de la vieja identidad infantil. Y, desde luego, no será deseable mantener ninguna sumisión, ni
ideológica ni de poder, respecto del pasado.
Es el amor, sustentado en el respeto mutuo, el que debe sustituir a la relación instinto-social, en que
se basa la primera identidad infantil, construyendo la base motivación al de la nueva relación entre
padres e hijos.
Tu estas ahora rompiendo el cascarón y, como en la mayoría de los casos, son las emociones la
mayor dificultad que tenemos que superar juntos en este momento. A nosotros nos parece que, en
general, lo estamos haciendo bien, tanto tú como nosotros.
¡¡Animo!! Sabemos que cuando leas esta carta, tu alma estará entre la niebla y tu boca tendrá sabor
a corcho seco.
El cielo gris, el frío, el temor a no saber cómo hacer las cosas y el terrible miedo al fracaso pesan
mucho. Pero ten fe en ti mismo y en Dios. Nosotros estamos seguros de tu capacidad y de tu
madurez. Estamos seguros de que vas a ser, de que estás aprendiendo a ser una buena persona
capaz de ayudar a otros “huevos” a encontrar el camino del vuelo libre y majestuoso más allá de
las nubes, cerca del cielo. Cerca de Dios.
Que Él te bendiga como lo hacemos nosotros con todo nuestro amor y nuestra gratitud.
Tus padres.
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! REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO
Se podría estudiar la carta anterior en diversos grupos de trabajo para, al finalizar, realizar una
exposición en común, resaltando las ideas fundamentales relacionadas con los comportamientos de los
hijos y destacando las ideas y las orientaciones aplicables a la vida de cada uno en particular.
EL PROBLEMA Y LAS
PREOCUPACIONES DE LOS
ADOLESCENTES
ADOLESCENCIA Y JUVENTUD
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La maduración del individuo es un proceso global y, por tanto, la sexualidad ha de formar parte
del proyecto personal que cada quien diseñe. Durante estos años se trasciende la fase autoerótica para
llegar a la sexualidad adulta, evolución ésta que es paralela a la progresiva integración social del joven.
Un síntoma claro de la llamada a la socialización definitiva es el enamoramiento más sólido que
desplaza a los primeros gustos de épocas anteriores, en la adolescencia aparece un evidente interés por
la relación sexual, que al principio obedece más al impulso autoerótico que a la búsqueda de una
sexualidad compartida.
Desde el punto de vista de la configuración sexual del individuo, las dos etapas fundamentales
son la primera infancia y la pubertad, ambas íntimamente relacionadas, ya que durante la segunda se
manifiesta la sexualidad vivida en la primera. Llamamos fijación a la persistencia de determinada
conducta, típica de cierta etapa previa, en estadios posteriores de la evolución. Las fijaciones impiden
la plena maduración. La regresión, en cambio, supone el retorno a vivencias y conductas típicas de
etapas anteriores que ya habían sido superadas. Una vida sexual madura exige un conocimiento
profundo y una asimilación sana de la propia historia.
Somos lo que somos por lo que hemos sido. Es importante tener conciencia de cuál ha sido
nuestro proceso para ir descubriendo mediante la sexualidad los posibles complementos de nuestra
personalidad. El niño, la sexualidad está centrada en sí mismo. El adolescente va intuyendo
progresivamente al otro como un tú que puede enriquecer al yo. El adulto es capaz de establecer un
compromiso. Al iniciarse la adolescencia, el joven empieza a sentirse atraído hacia el otro sexo y a
percibir las perturbaciones fisiológicas correspondientes. Nuevas realidades, tales como “el
enamoramiento”, la amistad y el amor, irrumpen en la pique de chicos y chicas, que se angustian ante
la idea del sexo, por un lado y del amor, por el otro, ambos disociados. El amor es vivido como un ideal
desencarnado, desexualizado, puro, romántico, virgen, mientras que el natural apetito sexual es
padecido como algo degradante, abiertamente inmoral y por lo mismo, rechazable. Aún se halla el
adolescente lejos de la realidad humana.
Aprender a vivir es de vital importancia para la juventud de hoy. Cuantos hijos se lamentan de
no haber recibido la información adecuada por parte de sus padres en los momentos más decisivos de
su vida. Los jóvenes opinan que no reciben una educación sexual conveniente, educación que, según
ellos, debería ser fundamentalmente impartida por los padres, y en segundo lugar por los educadores.
Aunque todavía no lo sea, el adolescente quiere que lo traten como una persona madura. No
quiere que le digan lo que tiene que hacer, sino que le permitan averiguarlo por su cuenta, y sabe
responder a las actitudes de confianza. Siempre que sea posible, el colegio y los profesores tienen la
obligación de brindarle esta oportunidad.
Durante su evolución, el adolescente atraviesa por una fase de adaptaciones. Una adaptación
interna, que abarca ciertas necesidades psicológicas, religiosas y espirituales, y una adaptación externa,
que abarca ciertas necesidades de integración social. Para que esa evolución se realice de una manera
tranquila y pacífica, coherente y armoniosa, deberá seguir los cauces adecuados respondiendo a esas
necesidades y facilitando la adquisición de criterios formativos y la asimilación de las pautas y los
papeles que la sociedad tiene establecidos.
Este proceso puede entrañar algunos problemas: la tranquilidad se ve desbordada por una
turbulencia en la que aparecen los impulsos sexuales, los inconformismos, las protestas, las rebeldías,
la necesidad de emancipación y de autoafirmación, el hacerse valer, el ser tomado en cuenta, amar, etc.
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se trata de un conjunto de fuerzas nuevas que irrumpen impetuosamente y que es necesario poner en
orden y apaciguar para poder actuar.
Otro problema es que el adulto deja de tener contacto con el adolescente o, a lo más, le sirve
como instructor. Hoy día, los padres están inmersos en sus ocupaciones y su papel educativo es más
restringido que en el pasado. Es en la adolescencia cuando la misión de los padres cobra nueva fuerza,
pues en ese momento el hijo requiere que su padres lo apoyen y lo ayuden especialmente. La
adolescencia es la etapa más compleja del desarrollo: implica una crisis singular que debe ser resuelta
correctamente, pues de esa solución dependerán la armonía y la integridad de la persona.
Los adolescentes se encuentran abandonados a sí mismos en su formación moral o espiritual o,
a lo más, confiados a otros jóvenes. Es necesario que, siempre que puedan, los educadores atiendan las
necesidades de los jóvenes, que tengan algo que decirles, algo que ayude a estos adolescentes a entrar
en la vida con ilusión, con confianza y entusiasmo. Esta situación pone de manifiesto las dificultades
con las que los jóvenes se encuentran, las cualidades morales a las que aspiran y los problemas de
orden metafísico que se plantean.
En el presente capítulo nos detendremos a considerar algunas de las necesidades básicas que
entran en escena durante la adolescencia, así como los principales problemas que generan en los
ámbitos familiar y escolar. Asimismo, procuremos brindar cierta orientación que nos ayude a descubrir
el camino para su adecuada solución.
Siempre que nos dirijamos a los adolescentes en cursillos de formación convivencias, clubes,
etc., deberemos tener presente que un o de los propósitos fundamentales de la educación escolar es el
de buscar y encontrar respuestas a las tres necesidades básicas que resumen sus aspiraciones esenciales:
necesidad de seguridad y confianza, necesidad de autonomía y responsabilidad y necesidad de verdad y
de amor.
Para que el adolescente logre dominar la anarquía en que se debaten sus sentimientos, la
confusión que le provocan sus instintos y la desorientación que caracteriza a sus ideas y criterios, es
necesario que adquiera confianza y seguridad en sí mismo. Esa seguridad englobará el conjunto de las
condiciones imprescindibles para una buena evolución afectiva y los tres elementos que la harán
posible son el amor, la aceptación, y la estabilidad. El joven tiene hambre de cariño verdadero, de ser
aceptado tal como es, con sus virtudes y sus defectos, y de una familia estable, consistente, sólida.
Nada hay más nefasto que la incertidumbre para el desarrollo emocional del adolescente.
El primer paso del educador consiste en hacerle descubrir al adolescente quién es, a donde va,
que le sucede y hacerle entrever la posibilidad de alcanzar su unidad interior. Cuantas veces hemos
escuchado las siguientes palabras en boca de un adolescente afligido: “se nos dice que estamos en la
edad de la punzada y que no se puede contar con nosotros” si el educador, en respuesta, afirma con
sinceridad que no se trata de una edad tonta, sino más bien de una edad difícil pero llena de recursos,
podrá comprobar cómo el joven atiende, recobra la esperanza y adquiere confianza. Todo ello gracias a
que se ha abierto el dialogo se le deben descubrir al adolescente tanto las riquezas como las debilidades
de su ser en evolución, lo que supone enseñare a aceptarse tal como es, es decir, proporcionarle de
manera lúcida bases sólidas y objetivos sobre los cuales pueda construir su personalidad.
Mediante el conocimiento de sí mismo, la aceptación por parte de los demás y la propia estima,
el joven podrá ir disipando las inquietudes generadas por la desordenada irrupción de sus fuerzas
interiores. A medida que esto vaya sucediendo, cada vez será más capaz de orientar su conducta de
acuerdo con sus propias normas interiores y sus valores. Además los preceptos morales adquiridos en la
infancia han de mantenerse en pie para que la motivación de la propia estima no se deteriore.
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El adolescente también ganará en seguridad gracias a la comprensión y la confianza que le
demuestren. Ansía que los adultos sean sinceros y leales con él y que respondan sus interrogantes.
Debido a la ambivalencia, que es resultado del momento psicobiológico por el que atraviesa el
adolescente, a este le es imprescindible nuestra fe en él para afianzar su fe en si mismo. Todo el
proceso de maduración esta basado en la confianza. Nada hay más frustrante para el adolescente que la
falta de confianza en sí mismo. A partir de esta confianza el muchacho podrá sentir confianza en la
vida y confianza en los demás.
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La vivencia de la soledad surge entre los adolescentes como consecuencia del descubrirse a sí
mismos. Esta nueva exploración de la intimidad que lleva consigo los primeros momentos de
introspección, los primeros diarios íntimos, etc., es común tanto en los chicos como en las chicas. El
adolescente, con todo, experimenta la imperiosa necesidad de salir de su soledad con objeto de
comunicarse con los demas. La comunicación le permitira descubrir el amor por cuanto éste es apertura
al otro.
La motivación del amor puede convertirse en una fuerza que lo supera todo. Su poder se
manifiesta tanto en la relación educativa como en la social. El amor verdadero se da libremente. El
amor de los padres, el cuidado y la seguridad que proporcionan por los mayores, siguen siendo
importantes y necesarios para los adolescentes. El destino de los muchachos que no son amados por sus
padres y por sus educadores es bástate duro y desolador.
4. Personales:
a) Problemas para controlar el carácter
b) Preocupación por cuestiones mínimas
c) Susceptibilidad exagerada
d) Sentimientos de culpa
e) Inseguridad.
f) Falta de novia o de novio.
5. Vocacionales
a) Tipo de trabajo más apropiado
b) Dudas acerca de los verdaderos intereses
c) Dudas sobre la propia capacidad
d) Problemas para elegir una carrera
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e) Campo de trabajo reducido para los graduados de la escuela secundaria.
Debido a la importancia que tiene para los jóvenes el proyecto de su vida futura, conviene que
nos detengamos a exponer someramente la problemática vocacional. El problema de la vocación
adquiere cada vez mayor importancia a medida que se aproxima el fin de los estudios preuniversitarios.
¿Qué es lo que voy a ser? Con frecuencia, la primera decisión importante que debe tomar un
adolescente consiste en elegir entre estudiar una carrera universitaria o iniciarse en el campo laboral.
Conocer al alumno, saber cuáles son las características que influyen en su aprendizaje y detectar
la forma en que sus aptitudes pueden desarrollarse al máximo, son requisitos indispensables para que el
profesor pueda realizar su tarea básica: orientar y educar. Para lograrlo exitosamente, deberá recurrir a
la observación permanente del alumno en los siguientes aspectos: puntualidad, respecto a los demás,
integración con sus compañeros, actitud ante el trabajo, actitud ante el grupo, rendimiento escolar, etc.
Quizá el problema más difícil con el que el profesor se va a encontrar sea el del rendimiento
escolar de sus alumnos. Algunos tendrán dificultades para aprender, mientras que otros asimilaran los
conocimientos a ritmo diverso. Lo que el alumno aprende está determinado por:
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seguramente llegarán a padecer este problema. Por el contrario, la subalimentación voluntaria, que casi
siempre es resultado de dietas mal llevadas, también tiene graves consecuencias.
La anorexia
A los 17 años, Patricia empezó a seguir una dieta y a perder peso de manera exagerada, a la
escasa ingesta de alimentos añadía dos o tres horas diarias de ejercicio físico y tomaba laxantes
regularmente. En unos cuantos meses su peso bajó de 55 a 40 kilogramos escasos. Dejó de menstruar y
entro en una etapa de debilitamiento general, todo lo cual alarmó a su familia. Pero nadie lograba
convencerla de que recuperase su peso normal; ella negaba su problema y seguía hablando de perder un
poquito más de peso, finalmente un día se desmayó, fue ingresada al hospital donde le diagnosticaron
anorexia nerviosa. Sólo después de un prolongado tratamiento tanto médico como psicológico, Patricia
logró recuperar una vida normal.
Pero ¿Qué es la anorexia?
La anorexia nerviosa es un trastorno que implica la pérdida del apetito. Esta última se
experimenta como una sensación agradable en la que los factores mentales desempeñan un importante
papel. Se presenta con mayor frecuencia en las mujeres que en los varones y suele manifestarse hacia el
final de la adolescencia. Según los últimos estudios 10% de los casos corresponde al genero masculino,
donde los síntomas aparecen bien definidos en la conducta del enfermo, que restringe su alimentación,
preocupándose, sobre todo por las calorías consumidas. Evita comer en familia, practica el deporte de
manera compulsiva y se aleja de sus amistades. En su intenso deseo por adelgazar, pierde la percepción
real de su pérdida de peso.
Por supuesto, todo ello se debe a un temor irracional a la obesidad. En el caso de las chicas, la
anorexia puede incluso provocar amenorrea, esto es, la interrupción de la menstruación. En los países
industrializados la anorexia está creciendo alarmantemente. Se cree que el prototipo de esbeltez que
exaltan los medios de comunicación (sobre todo la publicidad) junto con la cultura de la dieta
hipocalórica son los responsables de este trastorno. Al menos 10 % de los pacientes anoréxicos mueren
de inanición o comente suicidio.
La bulimia
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relativamente, la bulimia se da con mayor frecuencia que la anorexia, y la mayoría de quienes la
padecen son mujeres.
Este problema suele iniciarse al final de la adolescencia o a principios de la juventud y se
caracteriza por el deseo incontrolable de ingerir alimentos altos en calorías (dulces, grasas, frituras) y
por un remordimiento posterior, el cual se pretende atenuar mediante el vómito o el uso de laxantes,
diuréticos y otros fármacos. Al igual que lo que ocurre en la anorexia, la percepción del propio cuerpo
está distorsionada, sintiéndose el paciente obeso aún cuando no lo está. Debido a la intensa actividad de
las glándulas sebáceas propia de la adolescencia, la piel y el cabello se tornan más grasosos, y aparece
el acne. Por otro lado, no se tiene muy claro si los síntomas depresivos relacionados con la bulimia son
su causa o su efecto, ya que en algunas ocasiones aparecen antes del a enfermedad y, en otras, después.
En ciertos casos de bulimia, debido a los vómitos recurrentes, puede producirse una merma del
esmalte dental, con el consiguiente deterioro de los dientes y las muelas. Se ha comprobado que el
consumo de alcohol y de estimulantes es más frecuente en los pacientes con bulimia que en la
población general.
Debe existir una buena comunicación familiar para evitar que el adolescente viva su angustia de
manera aislada.
El joven ha de aprender a canalizar la ansiedad, conviviendo con otras personas o viajando.
Se debe reforzar su autoestima haciéndole ver que cada uno de nosotros es diferente y valioso a
la vez
Se recomienda la adopción de buenos hábitos, incluyendo por su puesto la buena alimentación.
Es esencial que el joven se sienta digno de confianza, lo que acrecentará su sensación de
libertad y su sentido de responsabilidad.
Es importante que el adolescente con problemas como la anorexia y la bulimia recupere a sus
amigos, ya que la integración en grupo será muy positiva para su recuperación.
Es nuestro deber enseñarle a valorar las cosas en su justa medida, ya que nada es tan importante
como a veces se cree.
No olvidemos actuar con firmeza, pero sin llegar a ser duros, pues esto ultimo implicaría falta
de tolerancia.
Es necesario que el paciente no recaiga, pero no podemos atosigarlo con nuestra vigilancia
como si fuera un niño.
Debemos seguir estos consejos del doctor Fernández, que es especialista en medicina
nutricional. Por lo demás, la mala alimentación puede convertirse en un serio problema que no debe ser
descuidado en manera alguna. Un déficit alimentario provoca efectos nocivos a corto y largo plazo,
tanto en el aspecto físico como en el psíquico. Aunque se ha afirmado que la actividad intelectual
representa un consumo energético muy inferior al desgaste corporal, el esfuerzo cerebral que se invierte
en el estudio disminuye, sin duda, la excitabilidad de las fibras nerviosas y, en definitiva, produce
alteraciones de tipo fisiológico que no deben ser menospreciadas.
Los especialistas en dietética han fijado (aún cuando esto pueda variar según la conformación
física de cada individuo, el sexo, la edad y el clima) la cantidad y la calidad de los nutrientes que
necesita el organismo humano para un desarrollo equilibrado y un funcionamiento normal. Incluso se
han elaborado tablas en las que con toda precisión se determinan las calorías que el organismo necesita,
así como la cantidad de prótidos, glúcidos, lípidos, etc., que debe consumir para producir dichas
calorías. Para el mejor conocimiento de lo que es un adecuado régimen alimentario, el adolescente
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podrá consultar los numerosos folletos y publicaciones que se han editado al respecto. He aquí algunas
indicaciones útiles para el adolescente que estudia, en lo concerniente a los alimentos que debe ingerir
para mantenerse en óptimas condiciones:
Leche, queso y huevos constituyen alimentos ideales para el estudiante, ya que son nutrientes
ricos en calcio y fósforo, minerales éstos que son indispensables para un buen rendimiento
intelectual.
Se recomienda también que consuma legumbres verdes, frutos oleaginosos y chocolate, porque
contienen grandes cantidades de magnesio, el cual contribuye al fortalecimiento de la memoria.
La deficiencia vitamínica genera debilidad y pérdida de energía. Es de vital importancia, pues,
consumir alimentos que, en conjunto, contengan todas las vitaminas que el organismo necesita
para un funcionamiento normal, sobre todo para el trabajo mental.
Es conveniente ingerir comida ligera y de fácil digestión antes de entregarse al trabajo
intelectual intenso.
Si la comida ha sido abundante y se presentan las consiguientes sensaciones de pesadez y
somnolencia, no es aconsejable entregarse al estudio o cualquier actividad mental antes de que
transcurra un tiempo prudencial, o sea una hora y hora y media.
Los fisiólogos recomiendan masticar los alimentos cuidadosa y lentamente, porque el trabajador
intelectual (en este caso el estudiante) digiere sólo con el estómago.
Un ligero ejercicio después de comer (que bien puede ser un paseo) reactiva la circulación y
proporciona descanso a la mente. Hay que procurar evitar los alimentos que contengan féculas.
Hay que procurar rehuir las discusiones antes de comer y no leer durante la comida. Es
importante no desterrar prisas y ansiedades mientras se cumple esta importante función
biológica, y sentarse en la mesa en estado de total relajamiento.
Es aconsejable suprimir por completo el uso del alcohol, no es cierto que constituya un
estimulante. Es por el contrario un destructor de vitaminas que altera y deteriora las funciones
fisiológicas, y que arruina la capacidad intelectual creadora.
Si se tiene el habito de tomar café, deberá consumirse en pequeñas dosis y espaciadamente. La
cafeína puede estimular al cerebro fatigado, pero no lo alimenta.
Debe evitarse tomar pastillas para mantenerse despierto, ya que este tipo de estimulantes alteran
el ritmo cardiaco, con graves consecuencias para la salud.
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Asimismo, los varones, al bañarse, deberán asear adecuadamente los genitales con agua y jabón,
manipulando hacia atrás el prepucio con objeto de lavar bien la cabeza del pene (el glande) ya que ahí
se acumulan sustancias secretadas por diversas glándulas. Esas sustancias pueden favorecer la
proliferación de bacterias, originando infecciones.
La circuncisión que consiste en cortar circularmente una porción del prepucio, y que se efectúa
generalmente cuando el niño es aún recién nacido, contribuye a disminuir las infecciones. Sin embargo,
cabe señalar que no en todos los casos es necesaria, y es el médico quien ha de determinar si se realiza
o no. Los hábitos de higiene deben complementarse con exámenes médicos y con autoexamenes. Entre
las jóvenes, la autoexploración de las mamas debe realizarse, por lo menos una vez al mes, observando
el tamaño, el color, y la forma de los pezones, y explorando cuidadosamente la mama, tratando de
identificar la presencia de tumoraciones. Cualquier modificación que se detecte deberá consultarse con
el ginecólogo.
También los jóvenes deberán aprender a autoexplorarse los órganos sexuales, con el objeto de
detectar cualquier absceso, tumor, grano o aspereza en los testículos. En el caso de presentarse alguna
molestia o duda, será necesario recurrir al médico.
1- EL cuerpo
2- La afectividad
3- La inteligencia
· Evolución mental
· Razonamiento lógico
· Capacidad de relacionar e interpretar
· Capacidad de introspección.
· Nueva visión del mundo.
4- La competitividad
5- Nuevas responsabilidades
· Exigencias por parte de la sociedad para que el joven se integre como persona responsable y
autónoma.
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Entre los conflictos del adolescente podemos mencionar los siguientes:
Las siguientes sugerencias reforzarán la educación de los adolescentes por parte de los padres y los
profesores:
El conflicto que surge entre el adolescente y sus padres a menudo obstaculiza la comunicación
para exponer los problemas. Pero como la necesidad de dirección y comprensión por parte de los
adultos no desaparece, no es extraño que el joven procure obtenerlas de sus profesores. Si éstos le
brindan la posibilidad de una relación vital con el mundo de los adultos, entonces se convertirían en
personas muy importantes para el adolescente y se erguirán en figuras de identificación. El adolescente
es sumamente sensible a la actuación del profesor, no sólo en lo que se refiere a su trata con él, sino
también a la forma como trata a sus compañeros. No hay que olvidar que el joven aprende de los
adultos no tanto por lo que éstos dicen, sino por la forma en que viven, o no, lo que dicen.
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! REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO
Para estudiar este cuestionario, se sugiere organizar al grupo en parejas. Posteriormente, los
jóvenes comentaran su trabajo y elaboraran sus conclusiones.
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5
AFECTIVIDAD Y SEXUALIDAD
El amor siempre es sexuado y exige la plena aceptación de la propia sexualidad, así como la
progresiva maduración afectiva, a continuación analizaremos la interdependencia que existe entre estos
dos aspectos fundamentales del individuo. Cada hombre y cada mujer pueden vivir estas realidades
según su vocación sea dentro del matrimonio, sea en el celibato.
La adolescencia representa la edad típica de la afectividad, hecho éste que ofrece la posibilidad
de orientar ese periodo de cambios psíquicos y fisiológicos con mayor conciencia y conocimientos de
los mismos. La afectividad no significa forzosamente la receptividad frente a lo además, no la
obligación de mostrarse acogedor ante su modo de ser, sensible a sus aspiraciones, sagaz para con sus
disposiciones, atento a las carencias que padecen y que constituyen obstáculos o limitaciones.
La afectividad simplemente equivale a disponibilidad, y durante la adolescencia, se constituirá
de manera que permita otorgar su pleno sentido a esa dimensión del ser. La afectividad se inscribe en el
proceso comporamental comúnmente denominado conducta motivada. A la antigua división de la
psique en conocimiento y acción se agregó una tercera dimensión denominada Gefühl o sentimiento en
sentido amplio. Sin embargo, utilizando una terminología más precisa, cabría denominar afectividad a
esta nueva categoría básica, comprendiendo en ella tanto los sentimientos (que son formas superiores
del afecto) como las emociones. Muchas veces se presenta esta realidad como un momento de las
interrelaciones funcionales que existen entre el conocimiento y la acción.
¿QUE ES LA AFECTIVIDAD?
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B, 33) otorgaba parecida significación al término, afirmando que “la sensibilidad es la capacidad de
recibir representaciones según la manera como los objetos nos afectan” y que “la sensación es el efecto
de un objeto sobre nuestra facultad representativa de ser afectados. Esto es la afección es el afecto que
los objetos y los sucesos producen en nuestra integridad psicosomática. La afectividad, como expresión
de amor, sería una afección específica.
La personalidad está constituida por la fuerza de los aprietos y las pasiones los cuales son
orientados por el entendimiento y dominados por la voluntad. Max Scheler distingue dos grupos
básicos de sentimientos: los que tienen un carácter afectivo y los que obedecen una intencionalidad.
Toma estos criterios como punto de partida para referirse, en primer lugar, a los sentimientos sensibles,
que consisten en la captación de determinado estímulo localizado en diversas partes del cuerpo. Esos
sentimientos se diferencian de la mera sensación (o sensibilidad) por su relación con vivencias que
comprometen a toda la personalidad, como son los sentimientos de dolor o de placer.
A continuación, Scheler menciona los sentimientos vitales, como son los sentimientos de
bienestar o de malestares generales, propios de la salud o de la enfermedad. En tercer lugar analiza los
sentimientos psíquicos, que son intencionales y más duraderos, y que impregnan los tejidos del ser
personal para poner de manifiesto ciertos valores, como son la alegría y la tristeza. Finalmente, existen
los sentimientos espirituales, que rebasan los estados de ánimo y que emergen de lo más profundo del
núcleo de la personalidad, confundiéndose con este. A este último grupo pertenecen todos los
sentimientos relacionados con el aspecto trascendente de la existencia. Este sucinto esquema no
permitirá orientarnos en nuestro análisis de la afectividad.
La afectividad es la sede de la esfera relacional, de la capacidad de entrar en relación con el
mundo externo. Son afines al concepto de afectividad la capacidad de amar, la bondad, la calidez, la
cordialidad, la consideración a los demás, la simpatía, el altruismo, etc. Educar la afectividad equivale a
robustecer la capacidad de simpatía y a erradicar la rudeza, la violencia y los bajos deseos. La
formación de la afectividad se propone fomentar el sentimiento de solidaridad con todo lo creado, el
respeto a todo aquello que existe junto a nosotros, sobre nosotros, y bajo nosotros.
La formación de la afectividad alcanza su punto culminante en la relación personal. En efecto,
las relaciones personales constituyen un elemento esencial de la vida humana, pues sólo por medio de
ellas el individuo puede desarrollarse como persona y conservar un carácter. Una sociedad sólo puede
subsistir en virtud de las relaciones interpersonales duraderas, positivas y complementarias.
LA SEXUALIDAD HUMANA
El ser humano está hecho para el amor, y el amor humano siempre es sexuado. La persona ama
desde la sexualidad que le es propia porque ésta es un elemento constitutivo de su ser. Suelen
distinguirse tres dimensiones en la sexualidad humana; la afectiva, la sexual, y la genital. En la persona
psicológicamente madura estos tres aspectos se armonizan íntimamente, y no solo permiten la vivencia
del amor, sino también la de la amistad. La dimensión afectiva hace referencia a la capacidad de amar,
y de ser amados, y nadie puede ni debe renunciar a ella. Es imposible vivir la amistad, la virginidad
como vocación o el matrimonio si no se ha alcanzado cierta madurez afectiva. En ausencia de ésta, el
individuo se sentirá infeliz, descontento y agresivo y se tornara desconfiado, egoísta, apático…
La dimensión sexual, propiamente dicha, se vincula con la forma de ser de la persona: el
hombre con su masculinidad, y la mujer con su feminidad. Ninguna persona, sea célibe o desposada,
doncel o doncella, marido o mujer, puede prescindir de su ser sexuado al relacionarse, al actuar, al
amar, al ser. No se trata sólo de una serie de características físicas o biológicas, sino de algo que afecta
a todas las facetas de la persona, sean estas de tipo biológico, psicológico, social o espiritual. El
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encuentro con los otros y con Dios no lo realizamos como seres neutros o indefinidos, sino como entes
sexuados y diferenciados.
La genitalidad es el aspecto más superficial y, a la vez el más vulnerable de la sexualidad
humana, porque debe estar al servicio de los otros dos aspectos antes mencionados, a saber; la
afectividad y la sexualidad. Por eso es importante conocer a fondo los aspectos biológicos de la
genitalidad y su fisiología. La genitalidad en sí misma no puede ser considerada un valor propiamente
humano si no se presenta vinculada con la afectividad. Los animales se guían por esta dimensión
biológica, pero sólo de manera instintiva, mientras que es característico del hombre el poder orientar su
genitalidad hacia la relación y la complementariedad, y no sólo vivirla como una fuerza irresistible del
instinto de reproducción.
La renuncia al ejercicio de la genitalidad por motivos distintos de los que se supones perpetuar
la especia no pone en peligro la realización de la persona, sino que incluso puede potenciarla, siempre
que enriquezca su libertad y su capacidad de amar. De hecho, todos atravesamos por una etapa de
nuestra vida sin ejercitar esta dimensión, por que nos es primordial alcanzar la madurez afectiva y la
apertura oblativa. La genitalidad tiene valor como fuerte de placer y su ejercicio es indispensable para
la reproducción, pero la vida requiere ante todo, responsabilidad y amor.
Tanto lo sexual como lo genital son realidades fragmentarias, y no absolutas que no pueden
dislocarse de la realidad integral de la persona. Ambas dimensiones han de integrarse en el amor que,
como fuerza superior, las asume, las orienta y las reúne. No podemos dividir radicalmente al individuo
en alma y cuerpo, sino integrar todos sus elementos de manera armónica, de lo contrario es muy fácil
caer en el dualismo e incluso en el maniqueísmo, privilegiando una dimensión en detrimento de la otra.
Tampoco podemos ignorar la realidad evidente de la pulsión sexual. Toda persona
fisiológicamente madura siente una vehemente atracción hacia las personas del sexo contrario. No
puede erradicar de su naturaleza el instinto de apareamiento y de reproducción, ni impedir que el deseo
de fecundidad (paternidad o maternidad) aflore desde las capas más profundas de su ser. (Excepciones
anomalías, y patologías, no las podemos considerar aquí) ni la virginidad ni la amistad, por más
espirituales que sean, pueden abolir en el ser humano los sentimientos y los deseos generados por dicha
pulsión.
Ahora bien, no es conveniente que la imagen del sexo contrario tiranice u obsesiones a la
persona. Es el amor la dimensión donde hay que buscar la felicidad y, para encontrarla, se requiere
libertad y dominio de sí mismo; sólo así podremos entregarnos en oblación gratuita a los demás. Por
eso, el amor precisa, además de la presencia del otro, de cierta autonomía y de una soledad aceptada,
que no nos aleje del mundo ni del prójimo, sino que establezca la distancia adecuada para poseernos a
nosotros mismos y acceder a Dios, fuente exclusiva e inagotable de todo amor verdadero.
Sólo en el ámbito de una sexualidad integrada en el amor podrá vivirse la virginidad, que no es
renuncia al amor, sino enriquecimiento del mismo en quien haya recibido esa vocación y podrá existir
la verdadera amistad como intercambio recíproco de amor benevolente. Tanto la virginidad como la
amistad son tendencias del espíritu y no de la carne. La integración y la aceptación de la propia
sexualidad serán elementos esenciales para poder vivir la castidad o para cultivar el amor y la amistad
dentro de la vida cristiana, además de constituir la base del aprendizaje de la generosidad y la entrega.
CARACTERÍSTICAS DE LA AFECTIVIDAD
En el campo afectivo cabe destacar ciertas notas distintivas, tanto en el plano introspectivo
como en el comportamental y en el neurofisiológico, en el primero nos encontramos con el hedónico
de agrado-desagrado y con otros factores a él asociados. En el plano comportamental, las
manifestaciones expresivas gestuales y posturales son, asimismo, bien conocidas y por supuesto pueden
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darse alteraciones del sistema autónomo, cuya intervención en las exteriorizaciones de la afectividad es
evidente. Pero hasta el análisis más profundo de la sintomatología resulta insuficiente al estudiar la
problemática afectiva del individuo. Para comprender la afectividad, en primer lugar hay que
engranarla en su intencionalidad, esto es, hay que inscribirla en el juego integrado de conocimientos y
de acciones que constituyen la unidad de la conducta motivada, de la cual la afectividad es un momento
inseparable. Una descripción atomizada de la afectividad juvenil, desvinculada de sus circunstancias,
resultaría insuficiente al no estar integrada funcionalmente en el conjunto de la conducta real.
La afectividad humana implica apertura a los demás y disposición para simpatizar, empalizar y
mostrarse cordial con ellos. Supone un aprecio gratuito y buena voluntad hacia la otra persona, que se
traducen en delicadeza, ternura y amabilidad. (Lógicamente, los sentimientos negativos también se
expresan) el polo contrario de la afectividad cordial sería la efectividad fría y pragmática que se
manifiesta como el deseo de lograr algo en beneficio propio, y en la que interviene el cálculo en
términos de rendimiento y utilidad. Según sus diferentes temperamentos, los individuos ponen el
énfasis en la afectividad o en la efectividad.
La efectividad es como la huella que deja el sujeto al actuar y que impregna toda su
personalidad, esta huella modifica al sujeto y puede, por consiguiente influir en sus motivaciones y en
sus proyectos de vida, es decir, la afectividad puede ser, y de hecho es, un momento determinante de
los procesos comportamentales, como cumplidamente lo ha puesto de relieve la psicología profunda.
Durante la adolescencia surgen y se desarrollan con pujanza fuerzas afectivas exuberantes y
altamente móviles, como lo son las siguientes:
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debilidad, buscando, sin darse cuenta, la exclusividad de su cariño. Esto sucede, sobre todo, en las
familias en las que sólo hay uno o dos hijos, y al final puede pagarse muy caro.
Por el contrario, el error más frecuente en que incurren los padres es acelerar el proceso de
alejamiento familiar por parte del adolescente al querer imponerle todo de manera autoritaria y sin
ofrecerle razones. Podemos afirmar, por tanto, que la causa principal de la inadaptación social y de la
desintegración educacional la constituye una afectividad mal entendida. Las tres carencias
fundamentales que impulsan a ese proceso son las siguientes: una enorme carencia de afectividad
social, una característica básica de afectividad familiar, y una carencia de comunicación que se traduce
en la carencia de un ideal o de un proyecto de vida.
La personalidad del individuo se consolida en función de la afectividad que la circunda. El
conocimiento y la acción están inmersos en esa fuerza mágica que todo lo preside y todo lo transforma.
Cuando hablamos de afectividad hablamos de una manifestación sustantiva del ser psíquico del
adolescente. Si nos referimos a su vitalidad, allí está presente la afectividad como característica de toda
su personalidad: soma y psique. No hay división cuerpo-alma, lo que hay es la persona. La afectividad
lo engloba todo: lo sentimental, lo emocional, lo intelectivo, lo volitivo, lo instintivo, lo intencional.
Todo el ser se rige por el común denominador de la afectividad. La carencia de afectividad puede
conducir a una indiferencia que desemboque incluso en una auténtica personalidad criminal. La
psicología ha estudiado este proceso desde dos ángulos:
En el primer caso, existen tres teorías para explicar este fenómeno psíquico:
Es más brusco y desinteresado que las chicas y valora menos las situaciones estables y los
detalles.
Es propenso a imaginaciones míticas, más dinámicas y menos románticas.
Tiende a centrarse más en lo social que en lo personal y le beneficia el contacto con los demás.
Busca la confrontación con el adulto en mayor medida, sin que pueda explicarse siempre la
causa concreta.
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Se deja llevar más por sus impulsos fisiológicos y llora con mayor facilidad. Es más sensible a
las emociones
Su tendencia a la confidencia es más pronunciada.
Es más propensa al drama interior y a experimentar cierto sufrimiento que no tiene explicación
lógica. A veces este comportamiento es producto de un mimetismo incrementado por su
imaginación y por lo que se dice: “El corazón es toda la vida de la mujer. La mujer encarna el
amor y es su guardiana. La mujer tiene necesidad de amar y de ser amada” para desempeñar el
papel que la sociedad le asigna, la muchacha tiene, sobre todo, necesidad de darse, de vivir para
los demás. “la mujer busca instintivamente la entrega. El aislamiento moral, la soledad, es la
peor de las pruebas para una mujer”. De aquí su necesidad de expansión, de hacer y de escuchar
confidencias que, a veces pueden desembocar en charlatanería.
Desea agradar; quiere saber lo que piensa de ella, la impresión que produce y por tanto, procura
llamar la atención de los demás.
Tiene mayor proclividad al ensueño
Posee una gran sensibilidad y experimenta emociones muy intensas.
Tiene mayor proclividad al ensueño.
Posee una gran sensibilidad y experimenta emociones muy intensas. Tiende a los extremos:
enojos y alegría; inconstancia, cambios de humor, susceptibilidad e impresionabilidad.
La huella de su vida afectiva se deja sentir incluso en la inteligencia; la mujer comprende por
intuición. Tiene un sentido de adaptación muy desarrollado, aunque en ocasiones le falta
confianza en ella misma.
Dos son los problemas que pueden plantearse en relación con la afectividad del adolescente:
1. Una infancia prolongada: en ocasiones, el preadolescente puede seguir siendo alegre, juguetón,
superficial, poco propenso a las situaciones de excitación emotiva. Esas actitudes infantiles no
siempre responden a un desarrollo anormal, por lo que todo lo que se requiere es serenidad y
paciencia. Lo que sí es importante es mantenerse alerta ante cualquier choque que pueda
provocar una ruptura inesperada.
2. Una adolescencia prematura: cuando el preadolescente presenta síntomas de una afectividad
exacerbada o se muestra receptivo a influencias ambientales morbosas, requiere de un
tratamiento muy discreto y el contacto con personas equilibradas. En todo caso, es preciso
enfrentar, delicada pero firmemente, los diversos problemas concomitantes que la precocidad
acarrea.
Para superar estos problemas hemos de entender la amistad como la base de la afectividad
selectiva, ya que entrelaza las necesidades afectivas con las necesidades sociales. Durante la
adolescencia, las amistades, aunque fluctuantes han de ser consideradas como algo valioso y
promovidas previniendo siempre los excesos.
El preadolescente experimenta oscilaciones ante la amistad y sólo cuando comprende de manera
práctica su función de entrega y no considera al amigo como mero instrumento de diversión puede
decirse que ha aprendido a justipreciarla. Desde el punto de vista educativo, es preferible una amistad
abierta a varios compañeros que la que se centra exclusivamente en una sola compañía.
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LA FORMACIÓN DE UNA AFECTIVIDAD SANA
La vivencia de una afectividad sana, sea con vistas al matrimonio, a la vida consagrada o a la
soltería, no se improvisa, es un don del espíritu. La afectividad y la sexualidad impregnada todas las
actividades humanas. Del corazón nacen todas las fuentes de vida. La efectividad implica y
compromete todas las pulsiones; emociones y sentimientos. El afecto proporciona calor y colorido a la
vida; es sinónimo de energía y fuerza, de lucha y pasión, de ternura y coraje. La maduración de la
afectividad reviste especial importancia, y frecuentemente se ve sometida a bloqueos y dificultades que
debemos considerar.
La evolución de la afectividad en el adolescente sigue las mismas reglas que en cualquier otra
persona, aunque comporta algunos elementos peculiares que podemos relacionar con tres variables: la
identidad personal, la motivación vocacional y el estilo de relación.
El autoconocimiento: la idea que se tiene de uno mismo y de los sentimientos que se albergan
hacia el propio yo, reviste gran importancia. Es necesario detectar los impulsos, los deseos, las
necesidades y las motivaciones correspondientes al yo real, así como tener conciencia de las
imágenes, los símbolos, los significados y las racionalizaciones dependientes del yo ideal.
Aceptar el propio cuerpo y la propia sexualidad con su genitalidad: el reconocer los impulsos
permitirá madurar las emociones y preparase para afrontar el encuentro con el otro y con la
soledad, cultivar el amor y la entrega, todo ello siempre bajo el signo de la libertad, para poder
decir sí o no sin que afloren las culpas.
Superar los temores. Es preciso saber despedirse de las comodidades de lo que es conocido y
seguro aprender a discernir de los demás con respecto y autocontrol, trabajar en el propio
conocimiento, comprometerse con las responsabilidades aunque estas impliquen riesgos,
superar las culpas, los resentimientos y las envidias.
Dinamizar la capacidad de amar y forjar una identidad fecunda: ello requiere liberarse del
miedo a los propios impulsos, al rechazo al “que dirán, al absurdo, a la entrega ciega que nos
descubre al amor como una experiencia de fecundidad.
Tener conciencia de los propios límites. Hemos de aceptar el desgaste físico y psíquico, cuidar
la salud y no descuidar el aseo personal. Para ello es indispensable ubicarse en un sano
realismo, adoptar criterios de discernimiento, aceptar el apoyo de los demás para dejarse guiar,
detectar las dificultades personales, propiciar la experiencias afectiva en la oración, forjar
proyectos de vida o de trabajo en colaboración con los demás, mantener viva la esperanza y la
ilusión, cultivar las amistades profundas, la misericordia y la ternura, la predilección por los
amigos y la caridad para con las personas necesitadas de afecto y amor.
Lo más normal será que un religioso o una religiosa encuentren amistades entre los miembros
de su congregación pero eso no restringe la posibilidad de que desarrolle la amistad con personas
ajenas a la comunidad, cualquiera que sea su sexo. En ciertas ocasiones podrá existir el riesgo de que
amistad y enamoramiento no estén bien demarcados. La amistad en cierta forma, es riesgo y aventura,
especialmente en el caso de las amistades mixtas entre una persona consagrada y otra que no lo está.
Nadie vive exento de peligros ni de tentaciones, lo que se requiere es adquirir conciencia de ellos y no
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someterse voluntariamente a su poder. Es fundamental mantener relaciones claras y abiertas, y evitar
formas de expresión ambiguas que puedan dar a malas interpretaciones.
Podemos distinguir, dentro de la experiencia afectiva, seis niveles que van ascendiendo de
manera gradual según la profundidad de las zonas afectadas en la persona.
LA EDUCACIÓN DE LA AFECTIVIDAD
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equilibrado, pues se trata de una labor psicológica sumamente delicada, este guía habrá de encontrar el
momento oportuno para provocar en el adolescente una reflexión constructiva y estabilizadora.
La educación afectiva se apoya en los valores propios, es decir, en los que han sido
desarrollados por impulso autónomo y que no se sustentan en criterios ajenos que sólo conseguirán
empobrecer a la persona. La afectividad hay que vivirla; no puede imitarse de los demás. El equilibrio
afectivo se consigue valorando las riquezas de cada cual, que siempre son diferentes de las de los
demás. Tan equilibrada puede ser una persona extrovertida como una introvertida.
La educación de la afectividad implica la educación de la sensibilidad estética, el cultivo de la
delicadeza, de las relaciones solidarias y de la virtud. Una educación para el amor significa fomentar
en el adolescente la búsqueda del la comunicación espiritual por encima de la relación corporal. No es
amor la simple satisfacción de las tendencias eróticas.
En la educación de los sentimientos superiores se comprenden de manera especial lo
sentimientos religiosos, éticos y estéticos cuando se participa en grupos juveniles de elevada
sensibilidad y esmerada formación. Como dice Pinillos la afectividad es una importa que la
intencionalidad del sujeto imprime en él cuando la ejerce. La afectividad lo impregna todo, todo lo
condiciona y, gracias a ella, a esa irresistible, pujanza del mundo endotímico, el joven proseguirá o
anulará sus proyectos vitales, se empeñará o se arredrará ante posibles empresas, dependiendo del
dinamismo y del colorido psicológico de sus motivaciones. La afectividad es tan rica que podemos
considerarla ontológicamente inexplicable. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que una afectividad
sana generará una juventud sana.
Una vez más, el sexo señala una diferencia notable, mientras que en la joven la madurez
afectiva, se alcanza alrededor de los 18 años, en el muchacho se da algo más tarde, entre los 22 y los 25
años, e incluso después. La afectividad desempeña un papel fundamental en el desarrollo de la
personalidad y constituye quizás uno de los resortes más decisivos en la vida del hombre. Es como una
tendencia innata y compleja, que se manifiesta como una inclinación-hacia. Pero tal vez su valor
esencial radical en el hecho de que pone en marcha nuestra voluntad.
La afectividad puede ser una capacidad innata, pero para pulirla es necesario armonizar las
ideas y los sentimientos: una idea clara y firme con un sentimiento fuerte y energético. Por eso decimos
que la afectividad es la actividad consciente que sigue al conocimiento de un objeto y mediante la cual
apetecemos dicho objeto, nos inclinamos hacia él y tendemos a su posesión. En la vida afectiva pueden
distinguirse tres tipos de sentimientos: biológicos (vitales), sensibles (placeres y dolores) e ideales
(pertenecientes a la esfera superior)
Hay que tener presente que el gusto o la aversión que nos inspiran determinadas cosas no deben
ser el único resorte de la afectividad: hay otros valores, de carácter más elevado, que nos impulsan a
querer.
Para concluir, debemos insistir en lo siguiente:
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Para lograr un desarrollo corporal satisfactorio es necesario observar hábitos de higiene, realizar
ejercicio físico y llevar una vida activa y ordenada.
Esta educación se ha de integrar en la formación de la voluntad con un conocimiento cada vez
más profundo y responsable de sí mismo.
1. ¿Es posible una formación que integre sexualidad, amistad, afectividad y amor?
2. ¿Qué entiendes por madurez afectiva y cuáles son sus condiciones?
3. ¿Cómo definir el amor auténtico?
4. ¿Qué es el pudor? ¿negar el propio cuerpo o afirmar su dignidad?
5. ¿Puede la falta de pudor ser considerada como una forma de exhibicionismo?
6. ¿Por qué la sinceridad, la honestidad y la integridad son cualidades deseables en la vida sexual
de cualquier ser humano?
7. ¿Por qué en mi vida sexual debo tomar una decisión personal y responsable sobre lo que haga o
deje de hacer?
8. ¿Por qué todas nuestras dificultades sexuales provienen de la ignorancia acerca de los que
somos y de lo que es la sexualidad humana?
Después de resolver este cuestionario, reflexiona sobre él y anota lo que más te ha llamado la
atención con el fin de entablar una discusión dirigida.
El amor es una realidad compleja e inabarcable cuyo contenido nos obligará a emprender un
recorrido psicológico. Freud, en un momento determinado, incluso recomendaba abandonar el término.
En la actualidad, su uso y su abuso nos inclinan a seguir el mismo derrotero. A fuerza de tanto utilizarla
y, con frecuencia, de modo tan desafortunado, la palabra amor se ha convertido en una expresión vacía
cuyo significado hay que recuperar. Desbrozar la profundidad de este último no es tarea fácil. De
cualquier manera, no es un tema banal; en él se dan cita un conjunto de diversos significados que es
preciso matizar.
El amor es una vivencia que pertenece al ámbito afectivo, pero que irradia hacia todas las demás
componentes del patrimonio psicológico, permeándolas y orientándolas hacia una actitud de
aproximación gozosa que nos inicia a la posesión de algo, ya sea material, psicológico, o espiritual.
Como apunta Joseph Pieper, amar significa aprobar. Amar algo es darlo por bueno, celebrar su
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existencia, reconocer que su realidad nos es grata. En resumen, el amor es tendencia, inclinación,
apetencia del objeto amado.
Antes de seguir adelante, quisiera detenerme un momento para comentar una confusión
generalizada, es común pensar que el amor, como elemento de la vida afectiva, arraiga principalmente
en lo sentimental, y esto no es correcto. El amor no sólo representa el primer acto de la voluntad, sino
que es también principio o fuente de las decisiones fundamentales. El amor contribuye a ordenar la
vida humana porque la virtud es el orden del amor. Y ese orden lo tenemos que labrar, día a día,
personalmente. Se desprende de ello una conclusión inmediata que no conviene perder de vista: en su
insistencia, en su cometido, en su perseverancia, en su lucha, en su conquista, el amor es un acto de
voluntad.
Si el amor fuera un fenómeno vivencial dependiente del viento de los sentimientos, bien podría
aceptarse que va y viene. Pero eso no es cierto. Ese modo de ver las cosas sólo llevaría consigo la
justificación, tan en boga, de que cuando entre un hombre y una mujer existen serios problemas de
convivencia es por que el amor ha muerto.
En realidad el “amor” al que alude en esa afirmación es sólo un producto de la industria de la
frivolidad, que nada tiene que ver con el auténtico y verdadero amor.
Son múltiples los significados del término amor. Analicemos algunos de ellos que circulan en el
lenguaje coloquial:
" Relación de amistad y simpatía que ha ido cobrando cierta intensidad hasta alcanzar un
considerable nivel de compenetración ideológico y funcional.
" Amplísima gama de relaciones interpersonales, que incluye a padres, hijos y demás familiares, a
amigos, a compañeros de estudio, de trabajo, a los vecinos, etc., como protagonistas del
encuentro afectivo.
" El término amor es asimismo, utilizado para referirse a objetos inanimados (amor a los muebles
antiguos, al arte medieval, a la literatura romántica, etc.,) por los cuales se siente especial
aprecio.
" También puede hablarse de amor hacia entidades ideales (amor a la justicia, al bien, a la
verdad, al orden, etc.,) o hacia actividades o formas de vida (amor a la tradición, al trabajo, a la
riqueza, a la vida natural, etc.)
" El amor al prójimo, entendido éste en su sentido literal como buena voluntad hacia todas las
personas, hacia el ser humano en cuanto tal.
" El amor entre un hombre y una mujer, el cual constituye una vía de conocimiento prácticamente
inagotable, ya que en él se compromete toda la naturaleza de la persona, desde el ámbito físico
hasta el espiritual y el psicológico.
" El amor a Dios, que le permite al hombre de fe establecer una verdadera amistad con su creador
cuando descubre que el amor natural se funda en el amor sobrenatural.
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Hay muchas clases de amor: amor-deseo; amor-pasión; amor-interés; amor-placer; amor-platónico;
amor-compasión y amor-entrega. El joven definirá su capacidad de amar según la respuesta que le dé a
las siguientes preguntas:
1- Amar es reinventar a la persona amada. ¿Cómo ayudas a la persona amada para que pueda
realizar su personalidad?
2- El amor es liberador. ¿en que medida liberas a las personas que amas para que encuentren su
razón de existir?
3- La sexualidad humana se ejerce en la relación con una persona, no con un animal ni con un
objeto. ¿tratas a los demás como persona y no como objetos? ¿Cómo se lo demuestras?
4- El amor es el camino de acceso a Dios, al vivenciar tu amor, ¿descubres al amor que Dios te
tiene?
5- Amar es construir juntos una sociedad feliz. ¿Qué haces a favor de la edificación de una
convivencia feliz?
6- El amor es el camino de acceso a Dios. Al vivenciar tu amor, ¿descubres el amor que Dios te
tiene?
7- El amor es la gran palanca que posibilita una grata convivencia. Señala cuatro enemigos del
amor.
8- La técnica en sí no puede salvar a la humanidad. Sólo el amor salva. Explica porque es así.
9- El amor es darse ¿eres capaz de entregarte a los demás sin esperar nada a cambio? ¿Cómo es tu
entrega?
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EL INICIO DE LA AMISTAD
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AFECTIVIDAD Y AMISTAD
Si tuviera que definir en pocas palabras la amistad auténtica, diría que es la más cumplida
síntesis de afecto verdadero y de lealtad incondicional hacia otra persona. En ella no caben la
infidelidad, la mentira y las segundas intenciones. El amigo verdadero nunca opera en secreto, la
verdad va siempre por delante, aunque duela. Más no se trata de una verdad descarnada, intransigente y
adusta, sino de una verdad matizada por la compasión y la sinceridad.
Finalmente, podemos afirmar que la amistad es afecto incondicional. Quien pone condiciones
no es amigo; quien ama de verdad no sabe lo que es ser calculador. El cariño al amigo es siempre
gratuito. El sujeto narcisista, egocéntrico e indiferente a los demás difícilmente tendrá amigos. La
amistad requiere un mínimo de disponibilidad para acoger al amigo; contribuye a paliar las soledades y
a aceptarse tal como se es; alienta la generosidad y acepta las divergencias. Aunque no la exige, la
amistad supone la reciprocidad en lo afectivo y en lo espiritual. Trasciende la corporalidad y la
temporalidad, pero no las rechaza, y sabe apreciar la oportunidad de los encuentros y de los gestos
simbólicos para afianzarse. Para valorar una amistad, particularmente durante la época juvenil hay que
tomar en cuenta los siguientes puntos de referencia:
" La libertad y el respeto mutuos, que impedirán el chantaje afectivo, la manipulación intelectual
y la imposición de ideas.
" La apertura, que implica sinceridad y confianza, y que excluye cualquier ambigüedad e
hipocresía.
" La lucidez y el realismo, que evitaran la ingenuidad y la idealización.
" La moderación y la creatividad que contribuirán a prevenir las actitudes irresponsables o
impertinentes.
La amistad que se guía por estas coordenadas garantiza un amor maduro entre los amigos, amor
que se verá reflejado en un crecimiento psicológico y moral, en una mayor capacidad de servicio a los
demás. Una amistad así crecerá san ay contribuirá al desarrollo afectivo de las personas que la cultivan.
Amistad y enamoramiento
En la adolescencia tardía, la relación con una persona del sexo opuesto se va haciendo cada vez
más exigente y selectiva. Los jóvenes buscan caer bajo el embrujo del enamoramiento. Algunos lo
logran fácilmente, mientras que otros no lo consiguen aunque se esfuercen. Cuando un adolescente
cambia constantemente el objeto de su enamoramiento, ello se debe a que se siente vulnerable e
inseguro, y a que necesita encontrarse a sí mismo a través de los estímulos que le proporcionan otras
personas, lo que resulta curioso es que las elegidas suelen ser sumamente dispares y distintas entre sí.
Entre los que se mantienen inmunes a los amoríos y no consiguen encontrar a alguien con quien
compartir sus inquietudes e ideas, algunos se creen superiores, otros pueden sufrir una timidez
patológica, y hay quienes se aburren o no logran entrar en sintonía con lo que dicen o hacen los
miembros del sexo opuesto.
El enamoramiento altera la condición vital, hipoteca el comportamiento e incluso el
discernimiento, lo que piensa, opina o hace el elegido adquiere decisiva importancia. Uno es lo que el
otro quiere que sea y viceversa, los estudios, la familia y los amigos asan a un segundo plano, porque
toda la vida se centra en el otro, a quien se encuentra formidable y sin defectos.
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El enamoramiento también puede trastornar algunos hábitos: quita el sueño o, por el contrario,
permite dormir mejor que nunca; produce inapetencia o desencadena un hambre atroz. En el caso de las
personas muy sensibles, la palidez, feliz ante la presencia o el solo pensamiento de la persona amada.
Desea ser objeto de su admiración y se siente impulsado a realizar grandes cosas. Pero no puede
hacerlas porque le resulta muy difícil concentrarse. El enamorado no se aburre, tiene la risa fácil, da
gusto verlo. No obstante, esta etapa de frenesí tiende a durar poco; cuando el estado semihipnotico se
esfuma pueden ocurrir dos cosas: o el enamoramiento termina tan súbitamente como empezó, o se
consolida un amor más sereno y racional. En el primer caso, casi nunca coinciden las dos partes; el que
se desenamora antes sufre menos, mientras el otro se siente decepcionado y vacío: le parece que la vida
deja de tener sentido y, ya sea para llamar la atención del que se ha ido, o porque en verdad no puede
superar la separación, puede llegar a albergar ideas de suicidio.
Uno de los motivos principales de quebranto en el enamoramiento es la manera tan distinta en
que lo viven respectivamente los chicos y las chicas. Ellas maduran sexualmente antes que los chicos y,
como consecuencia, son más precoces en el enamoramiento. La chica no considera al chico como un
medio para satisfacer su sexualidad, sino como un camino que la lleva a confirmar su feminidad. Su
enamoramiento es sobre todo de tipo emocional y demanda igualdad de trato. Interpreta el impulso
sexual masculino como algo humillante, que la rebaja a un mero objeto sustituible y desecharle.
Ellos tienen más experiencia en el contacto físico-sexual que ellas. En el chico interviene un
factor biológico: se enamora para satisfacer su impulso sexual y liberar la tensión que este le produce.
No comprende que la chica espera de él una relación profunda o un compromiso duradero.
El tono afectivo del enamoramiento es pasional e intempestivo; esta sujeto a la temporalidad y a
esa intensidad vehemente que se deriva de la atracción sexual. Un estado continuo y prolongado de
enamoramiento indicaría cierta inmadurez afectiva, por lo que para evitar esta última, deberá
evolucionar hacia el amor de pareja o hacia la amistad.
El amor maduro no es la simple atracción de un hombre y una mujer ni se identifica con el
instinto de copulación, sea que éste se manifieste como deseo o que se haga efectivo en el coito.
Tampoco equivale a un ansia compulsiva de buscar al otro para escapar de la propia soledad. No se
reduce a un mero sentimentalismo, y tampoco se cumple como ensueño romántico o como ideal
platónico.
Desde la perspectiva psicológica, el enamoramiento responde a factores inconscientes. Según
Carl Gustav Jung, todos albergamos en lo más profundo de nuestra personalidad la imagen o el
arquetipo de ambos sexos. Cuando el anima ( lo femenino) o el animus ( lo masculino) buscan
integrarse en la vida real y lo logran, se desencadena entonces esa fuerza arrebatadora a la que
llamamos enamoramiento. Por eso se dice que el amor es ciego, porque al reflejarse en la imagen ideal
que ha logrado tomar el cuerpo, la persona ve exclusivamente el objeto de su anhelo.
Esa proyección fulminante puede surgir de la pasión que inspiran las cualidades que el otro
posee o de las que carece el enamorado, el cual tiende a apropiarse de ellas, o bien, puede obedecer a la
compasión que inspiran las carencias del otro, que el enamorado procurará subsanar.
El joven y la joven precavidos sabrán distinguir entre enamoramiento y amistad, y podrán vivir
sus relaciones afectivas de manera ecuánime y sin comprometer su dignidad personal, lo cual requiere
cierto sentido del pudor para defender la propia intimidad. La ascética preconciliar preconizaba la
negación de sí mismo, la represión de los sentidos, la renuncia a los placeres lícitos, el recelo ante el
propio cuerpo y sus apetencias, la mortificación voluntaria de los sentidos, los intercambios limitados
con las demás personas, el celibato como estado ideal, etc. La espiritualidad actual, en cambio, tiende a
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propiciar la autorrealización, la expresión de los propios sentimientos e ideas relativizando la opinión
de los demás, la integración de las necesidades afectivas y sexuales, la valoración de la corporeidad y
la gratificación sensual como elementos esenciales para el equilibrio integral del individuo. Sin
embargo, en toda persona existe naturalmente un sentimiento llamado pudor, que se erige como
protección ante los posibles ataques debidos a la indiscreción de otras personas y contribuye a la
expresión de las emociones con mayor prudencia y autenticidad.
El pudor nace de la reserva íntima que se opone al exhibicionismo, así como del sentimiento de
pertenecerse a otro o de pertenecerse a sí mismo. No es represión rígida ni ausencia de ternura o de
afecto en la relación; no es artificio ni compostura; no es distanciamiento defensivo ni falta de
naturalidad; no obedece a la desconfianza sino que es un medio para facilitar el respeto y la
transparencia en las relaciones. El pudor se opone a la indiscreción, a la vana curiosidad y a la
dispersión del corazón. Un pudor enfermizo puede dar lugar a la desconfianza o a una entrega
deficiente, pero por lo general es medio de depuración de las motivaciones y ayuda a mesurar la
expresión de los efectos.
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que contribuye a conservar el interés por la vida, mantiene despiertas las funciones psíquicas, retrasa el
anquilosamiento y ayuda a superar serenamente la sensación de aislamiento.
Algunos adolescentes definen a la amistad como una serie de actitudes afectuosas teñidas de
sensualidad. Y se sienten ofendidos si alguien aventura la hipótesis de que se trata de un
enamoramiento. Temen que su relación quede descalificada ante su propia conciencia o frente a la
valoración de los otros; pero lo que más temen es tener que tomar la decisión de romper si llegara a
descubrirse su verdadero sentir. Nunca será posible distinguir con precisión, el amor sensual de la
amistad, porque el primero no puede configurarse al margen de la segunda. Incluso en el ámbito de una
amistad espiritualmente adulta persisten las pulsiones sexuales inconscientes.
AMOR Y AMISTAD
1- EL amor erótico (el deseo posesivo, la atracción pasional) que nos impele a desear al otro por
su belleza física. A este amor lo denominaban eros.
2- El amor de benevolencia de amistad, de afecto al que denominaban filia.
3- El ágape que cosiste en un amor de predilección y de comunicación profunda en el plano
espiritual.
LA AMISTAD AUTENTICA
Apertura: el amigo admite que su amigo ame y sea amado por otras personas con libertad. La
verdadera amistad no acapara, no polariza, no desarrolla una proyección excluyente de otros afectos.
La preferencia legítima, pero los celos, y el egoísmo posesivo están reñidos con la amistad.
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Superación: los amigos deben servir de estímulo recíproco en la persecución del bien, la libertad y la
generosidad. El amigo se sabe aceptado y amado tal como es, se siente acogido sin desconfianza; pero
sabe que una buena amistad es exigente, y por ello sentirá el impulso para ser mejor y cobrará un
aliento para luchar por las metas más altas, la amistad es cuestión de altura de, volar siempre más lejos.
Gozo: la amistad genera satisfacción, gozo sereno, paz duradera, suavidad en el trato, cordialidad. El
encuentro entre amigos no es un placer superficial y pasajero, sino una alegría profunda, la presencia,
el trato, la palabra, el recuerdo, las cartas del amigo, provocan siempre sentimientos positivos. Su
ausencia física, la incomunicación temporal y la distancia significan otras formas de comunión, tal vez
dolorosas, pero nunca llegan a suscitar una añoranza insoportable o una nostalgia melancólica, ni la
desesperación que sufren los enamorados cuando, en contra de su voluntad, ha de separarse.
Paz: el amigo no se obsesiona por el amigo ni en su presencia ni en su ausencia seguirá sintiendo
afecto y benevolencia en el recuerdo, a través de la oración o de la comunicación a distancia, si por el
contrario, la presencia o la ausencia del amigo provocase desasosiego, inquietud, ansiedad, celos
envidias o discordias, entonces habría que pensar que, en vez de amistad lo que existe es egoísmo
disfrazado o inmadurez.
Generosidad: la amistad no tiene porque desplazar otras amistades ni separar al amigo de los demás ni
de los compromisos contraídos, sino que es solidaria. Los amigos abren su círculo para acoger a los
demás, en especial a los más débiles, nunca son absorbentes; antes bien, son capaces de crear
fraternales lazos de comunicación. La amistad permite desarrollar la propia vocación y la
disponibilidad para servir a los demás, aunque, ello suponga renunciar a la presencia del amigo en un
momento determinado, porque fomenta la generosidad y la responsabilidad, la amistad jamás esclaviza,
siempre es una fuente de donde manan la libertad y el amor abierto, un amor que se extiende sin
fronteras.
Comunión: la amistad promueve la sincronización de los corazones, de las vivencias y de los ideales.
Es una comunicación basada en la confianza y en la libertad. Los amigos se sienten unidos aunque no
estén juntos. Valoran y aprovechan las oportunidades de encuentro, las visitas mutas, la comunicación
epistolar. Las manifestaciones externas de afecto son positivas y necesarias, pero no imprescindibles,
un regalo, una carta, un abrazo, un saludo, una visita, una caricia: todas ellas son expresiones que
siempre agradan, pero la amistad va más allá. Se aman al amigo por lo que es, no por lo que nos da. Por
eso es preciso conocerlo con objeto de respetar su alteridad.
Gratuidad: la amistad no exige nada, no es utilitarista ni interesada, no busca la confidencia forzada ni
trata de penetrar en los secretos del amigo. Tampoco espera signos de afecto efusivos, gestos de
confianza infalibles o expresiones corpóreas de cariño.
Austeridad: la amistad, especialmente la que existe entre personas de distinto sexo, requiere un íntimo
de autocontrol y de prudencia para que las manifestaciones de afecto no se tornen ambiguas. El
ejercicio de la amistad supone la renuncia de si mismo para darse poseyéndose, como dueño y señor de
uno mismo, y para saber recibir sin apropiarse del otro. La búsqueda del placer erótico, la inmadurez
afectiva y la imposición de compensaciones son malos consejeros en el cultivo de la amistad.
Espiritualidad: la amistad es capaz de despertar en el hombre los sentimientos más nobles y
profundos. Ayuda a las personas a descubrir y a cultivar sus mejores cualidades y a fortalecer todas las
potencias del alma. La amistad en última instancia, debe conducir a la espiritualidad, de donde emana
todo amor y en donde maduran los frutos de este.
La amistad trasciende las riquezas, las ocupaciones, las cualidades y las virtudes del amigo. Es
una proyección vital que se orienta a otra persona, una fuerza que impulsa el corazón de los amigos
hacia el bien. El amigo es fortaleza para el amigo. Canto más excelsa y elevada es la amistad, tanto más
se complementan los corazones; cuanto más estrecha es la unión, mayor es el aliento que la impulsa
hacia la eterna unidad de la divinidad.
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El amor de amistad es un proceso que trasciende el narcisismo, el amor platónico, los ensueños
románticos, los amoríos pasajeros, los afectos eróticos, los enamoramientos repentinos, las pasiones
exacerbadas, el insistió de reproducción, la filantropía pasiva o la compasión.
Como ya lo hemos dicho, la amistad se funda en una sólida comunión de ideas, de afectos, de
sentimientos y de voluntades, provoca la unión de los corazones y fomenta a benevolencia recíproca.
Desde el punto de vista del sujeto es el amor a sí mismo que desea la propia dicha mediante la
comunicación del bien y de la felicidad a la persona amada. Según el objeto, la base es la bondad de la
persona amada.
La amistad exige un mínimo de madurez y de seriedad porque no se puede improvisar, sin o que
ha de cultivarse progresivamente, la amistad requiere disciplina, constancia, tiempo. La amistad resiste
el paso de los años, la distancia y las pruebas más difíciles, incluso la muerte del amigo. Normalmente,
la amistad crece y se desarrolla al ritmo de la vida, y se acrisola con el mutuo perdón de los errores y
las limitaciones; el tiempo y el conocimiento recíproco depuran sus motivaciones y su intencionalidad.
La amistad es sinónimo de aceptación y aprecio, y requiere paciencia y comprensión, tanto con el
amigo como consigo mismo. Sin valoración del amigo o sin autoestima no puede fructificar una
verdadera amistad. La amistad debe permitir ser y conocerse verdaderamente, así como realizar todas
las potencialidades porque se llega a ser persona desde el amor, en la relación; por eso uno se conoce
mejor en el encuentro con los demás. Es imposible amar sin la presencia de otras personas. El
autoconocimiento se asienta sobre la veracidad y la confianza; por tanto, no hay nada mejor que un
buen amigo para reflejar lo que somos y ayudarnos a descubrirnos.
Suma los sí y los no. Si tienes por lo menos 10 si, tu amistad goza de buena salud. Si tienes de 6 a 7 hay
puntos sobre los que debes trabajar. Si sólo tienes 3 ó 4 hoy mismo debes emprender un análisis a
fondo que te permita mejorar tu sentido de la amistad.
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FASES DE LA AMISTAD
Primera fase
Antes de nacer, el niño está protegido del mudo exterior por el cuerpo de su madre. Después
del nacimiento esta situación se modifica, pero el estrecho vinculo exístete entre la madre y el niño no
se pierde. Durante esta primera etapa, el padre permanece aún en segundo término. De los dos a los
cuatro años de edad, el niño empieza a desarrollar una voluntad propia, con lo que se inicia el proceso
de disolución de su unidad simbiótica con el medio. Descubre que la madre es limitada y empieza a
descubrir la esfera de acción del padre, cuya importancia aumenta además de autoridad, el niño de
cuatro años encuentra en su padre protección y refugio. El pequeño comienza a relacionarse con otros
niños para jugar y empieza a formar grupos.
Segunda fase
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En la escuela que asume una serie de funciones antes reservadas a la familia, tiene lugar la
segunda fase del proceso de separación del niño respecto de tus padres. Sin embargo, todavía se refugia
en la madre en busca de amparo y le cuenta sus pequeños disgustos. El padre adquiere aún más relieve,
mayor importancia y autoridad. Sobre todo en los varoncitos, es frecuente que sea el padre el ideal al
que aspira el niño. En una encuesta que se les hizo a 928 muchachos, los de cuatro a nueve años
eligieron como ideal al padre en una proporción de 4% y a la madre en una de 17% mientras que para
los de 10 a 11 años, el ideal era el padre para 23% de ellos, y la madre lo era sólo para 3%
Tercera fase
Los niños de nueve a 11 años de edad se reúnen en grupos de trabajo; construyen una casita en
un árbol o forman un muñeco de nieve. Esto los estimula para trabajar en común, para tener la vivencia
de la acción en grupo. El motor de la acción no son lo otros niños, sino el objetivo, las tareas. Se vive el
espíritu de grupo.
Cuarta fase
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importancia. La amistad no es una mera comunidad de intereses como la camaradería, sino una
comunidad de camino, una relación de alma a alma en la que intervienen el amor, la comprensión, la
consideración y la confianza.
Por lo general la necesidad de amistad se manifiesta antes en las chicas que en los muchachos.
En ellas, el intercambio de sentimientos es más íntimo y la actitud más afectuosa, pero también más
variable, su capacidad de adaptación es mayor y su deseo de complementar su vida y expansionar su yo
es más vehemente.
Entre los chicos la amistad suele ser distinta, ya que en su mente, las cosas y los hechos de la
vida práctica ocupan un lugar preponderante. La sentimentalidad se despierta en ellos más tarde y no
alcanza la misma magnitud, además de que la vida íntima se compromete menos en la relación
amistosa.
Debido a que se cimientan en lo más profundo de la persona y a los conflictos que originan, las
amistades son un elemento vital para la psique femenina. Ese hecho puede proporcionar horas de gran
felicidad, pero también de atormentadora tristeza. Sobre todo cuando la chica idealiza sin mesura a su
amiga por medio de la emoción, el eros y la fantasía, se forja una representación de la amistad que no
corresponde a la realidad. Cuando surge una dificultad se desmorona todo, y muchas veces, la amistad
termina.
Selluvan establece cuatro grados de amistad:
Por lo que se refiere a las niñas, las cualidades de la amiga deben ser, preferentemente, amor,
veracidad, comprensión, buen humor, confianza, reserva para con los secretos confiados, bien natural,
inteligencia, buenos principios y franqueza.
Entre los 11 y 12 años, las niñas comienzan a distinguir entre camaradería y amistad. A los 13
años, el concepto de amistad gana en claridad, ya que en el mundo de la niña los sentimientos de
simpatía, antipática, comprensión y confianza han evolucionado.
A pesar de que una gran parte de las amistades entre adolescentes terminan en enemistad y
desengaño, la profundidad y la pureza con que viven su relación rara vez volverán a presentarse, es
cierto que hay mucho de apariencia y cierto autoengaño en el sentimiento mismo, pero el desarrollo del
alma es real y la riqueza que ese afecto le comunica a la vida del sujeto es verdadera.
Dentro de una sociedad masificada como la nuestra, la amistad es el único punto de apoyo del
adolescente. En esta etapa, la necesidad de sentirse amados es imperiosa. Y el amor no es un supuesto;
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antes bien, ha de manifestarse y comprobarse mediante la actitud, expresarse por signos. La amistad es
aceptación, acogida, estar cerca, respeto, disponibilidad… ¡tantas cosas! No tendríamos tantos
problemas si amáramos de verdad.
En la prepubertad, la separación entre ambos sexos se completa, y tanto los chicos como las
chicas adoptan una actitud de reserva y, a veces, incluso de hostilidad respecto del sexo opuesto. La
chica es considerada por los muchachos como demasiado melindrosa y sensible, mientras que la
jovencita encuentra al chico violento y grosero y se siente ofendida por su conducta. Ni unos ni otras
se encuentran aún en edad de resolver el enigma de las complicadas relaciones entre los sexos.
En la vida psíquica de las chicas influye más el desarrollo biológico, de modo que la sexualidad
las afecta de manera más global y les resulta menos fácil sublimar los impulsos instintivos. Los
sentimientos y las emociones que integran la afectividad son fuerzas que Dios nos brinda para formar y
perfeccionar la personalidad, darle sentido a nuestra vida e impulsarnos a obrar con mayores energía y
constancia. No son faros destinados a guiarnos, sino fuerzas anárquicas que hay que aprender a dirigir.
No es conveniente dejarse gobernar por la afectividad y los sentimientos. Adoptar como norma de
acción el “porque me gusta”, es lo mismo que tomar un autobús sólo porque es más cómodo o más
bonito, sin tomar en cuenta a dónde se dirige.
La chica desea sobresalir ante los chicos; esto es un efecto del eros, del entusiasmo por la
belleza, la cual no se refiere únicamente al ser humano, sino a todo aquello que atrae en virtud de su
armonía. La gracia y la belleza de una muchacha, la prestancia y la decidida actitud de un joven
despiertan el mágico sentimiento del amor erótico. Eros es amor del alma, instintivo y espiritual a un
tiempo; puede inspirar canciones y poesías y, con frecuencia, aparece consignado en los diarios en que,
celosamente, los jóvenes anotan sus vivencias.
EL TRATO Y LA CONVIVENCIA
La chica casta, bien sabedora de lo significa el “vergel cerrado y sellado”, empieza pronto a
querer ser compatible con una insensata coquetería, a la que la impulsa el miedo de no perder una
oportunidad, estropeando con frecuencia lo que debió ser el resultado de una elección ponderada y
justa; estropeando también una amistad y una sana alegría de pandilla.
Es preciso tener siempre en cuenta que los años de la adolescencia son años de preparación.
Solamente cuando se ha alcanzado la madurez, cuando se ha logrado alcanzar el status de hombre y de
mujer adultos es cuando pueden establecerse relaciones con miras a compartir la vida. La adolescencia
constituye un periodo de desarrollo y de acrisolamiento para acceder a la plenitud, por lo que es
aconsejable no desparramar las fuerzas.
No hay que vivir bajo el influjo de las impresiones, sino de la reflexión y el dominio de sí
mismo. El galanteo inútil no lleva a ninguna parte.
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ES NECESARIO CONOCERSE
El deseo de agradar que caracteriza a la chica es una tendencia natural; antes de los 14 o los 15
años sale al mundo y dice “aquí estoy”.
El deseo de agradar es humano, tanto en los hombres como en las mujeres. Al chico le
preocupa quedar bien; a la chica le gusta caer bien. Todo ser humano anhela ser querido, y desde los
primeros años intuye quién lo ama y quién no.
Los padres creyentes pueden hacer que sus hijos que, además de que el origen de la sexualidad
es divino, Dios organizó el mundo en familias con el fin de proteger a los hijos.
En virtud de que la amistad es una de las formas del amor, para finalizar este capítulo hemos
elegido un texto que, a nuestro modo de ver, sintetiza con claridad y sencillez la dicha legítima que el
amor le reporta a quien lo entrega sin reservas.
Bienaventurados los que procuran por los intereses del otro como si fueran propios, porque
alcanzarán la paz y la unidad.
Bienaventurados los que están siempre dispuestos a dar el primer paso, porque descubrirán que
el otro está mucho más abierto de lo que parecía.
Bienaventurados los que nunca dicen “¡Ya basta!”, porque encontrarán un nuevo comienzo.
Bienaventurados los que primero escuchan y después hablan, porque serán escuchados.
Bienaventurados los que descubren el átomo de verdad que anida en cada discusión, porque
podrán integrar y mediar.
Bienaventurados los que jamás se aprovechan de su posición, porque serán respetados.
Bienaventurados los que nunca se ofenden ni desilusionan, porque ellos crearán un clima de
esperanza.
Bienaventurados los que son capaces de someterse y de perder, porque el Señor puede entonces
ganar.
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REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO
Es necesario que descubras que la amistad puede contribuir a tu propia superación. Responde a
las preguntas siguientes y después reflexiona en qué sentido se desarrollan tus amistades:
1. ¿Cuál es mi reacción cuando sobreviene una dificultad o aparece una diferencia? ¿Me dejo
llevar por el enfado? ¿Tengo la tentación de abandonarlo todo?
2. ¿Soy verdaderamente mejor desde que amo a ese amigo?
3. ¿Me olvido de mí mismo para buscar el bien de mi amigo?
4. ¿He sido capaz de luchar, de sufrir, de estar solo, con tal de ayudarlo?
5. Al discutir con él, al contraponer mis juicios con los suyos, ¿he logrado superar las
diferencias que podrían constituir un obstáculo entre nosotros?
6. ¿Hemos pensado alguna vez en llevar a cabo juntos una empresa superior a nosotros?
7. ¿Rezamos juntos? ¿Logramos comunicarnos nuestras intenciones por medio de la oración?
Tu amistad no debe apartarte de los demás en ningún sentido. Plantéate las siguientes
interrogantes con el fin de conocerte mejor en este aspecto:
1. ¿Mi amistad me hace más sociable, más amable, más abierto y más atento con los demás o,
por el contrario, la atención exclusiva que dedico a mi amigo me aleja de los otros?
2. ¿Qué le aporta mi amistad al grupo de mis compañeros?
3. ¿He reflexionado sobre la necesidad de armonizar inteligentemente la intimidad con mi
amigo con la dinámica del grupo?
Es necesario que lleves a tu amistad la oración. Tu amistad debe estar perneada por la oración.
No reces solamente para que tu amistad perdure; reza para que tú y tu amigo sean fieles el uno al otro,
en respuesta a la voluntad divina.
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8
La autoestima es la visión más profunda que cada cual tiene de sí mismo. Cuando esta visión se
traduce en una aceptación positiva de la propia identidad es porque está sustentada en la conciencia de
la valía y de la capacidad personales. La autoestima se estructura a partir de la suma de la
autoconfianza, del sentimiento de la propia competencia y del respeto a nosotros mismos. Por tanto,
refleja un juicio de valor que todos formulamos al enfrentar los desafíos que se nos presentan a lo largo
de nuestra existencia. Considerada como actitud, la autoestima es la forma habitual de percibirnos, de
pensar, de sentir y de comportarnos en relación con nuestro ser. Es la disposición con que evaluamos
nuestra identidad.
Para Carl Rogers (El Proceso de convertirse en persona, Paidós, Barcelona, 1994, pp.86-96), la
autoestima constituye el núcleo básico de la personalidad. Por su parte, Markus y Kunda (“Stability
and malleability of the self-concept”, Journal of Social Psichology, 51, 1986) consideran que la
autoestima desempeña un papel importante en la autorregulación de la conducta, mediando en la toma
de decisiones, influyendo en la elección de objetivos y determinando el establecimiento de planes de
acción.
El percibir que se nos valora de una manera positiva tiene una importancia decisiva para cada
uno de nosotros. Nuestra manera de actuar estará hasta cierto punto condicionada en mayor medida
por lo que consideramos que somos capaces de hacer que por la existencia objetiva de la capacidad en
cuestión. Lo que creemos ser condiciona lo que de hecho somos, de modo que nos comportamos según
la idea que de nosotros mismos nos forjamos.
Querernos a nosotros mismos y valorarnos como personas es algo a lo que la educación debería
contribuir. Y más aún durante la adolescencia, cuando la antigua seguridad del sujeto se desmorona y el
desarrollo corporal y la búsqueda dolorosa de la identidad se intensifican. En efecto, las preguntas
“¿quién soy?”, y, sobre todo, “¿quién seré?”, pueden constituirse en amenazas que destruyan el aprecio
que sentimos por nosotros mismos.
Una de las grandes tareas que los educadores tenemos entre manos es enseñar a cada educando
a amarse a sí mismo. Amarse a sí mismo significa aceptarse, valorarse positivamente como único y
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original mientras que valora al otro como original y único, aceptándolo incondicionalmente. En
definitiva, se trata de privilegiar el ser como el tener, según reza el título de uno de los libros del
psicoanalista Erich Fromm.
Una cosa es que no nos gusten ciertos colores, cierta música o ciertas sensaciones, pero cuando
rechazamos partes de nosotros mismos, las estructuras psicológicas que mantienen a uno vivo se ven
seriamente dañadas. Juzgarse y condenarse a uno mismo produce un enorme dolor. Y del mismo
modo como procuramos prevenir las enfermedades, solemos evitar todo aquello que puede provocar el
autorrechazo.
Cuando padecemos una baja autoestima enfrentamos mayores dificultades para desarrollarnos
con los demás, pues limitamos nuestra capacidad de abrirnos a ellos para pedir ayuda, resolver
problemas, etcétera.
Para evitar nuevos autorrechazos y juicios desfavorables levantamos barreras defensivas. Tal
vez nos inculpemos sin motivo, o nos encolericemos a la menor provocación, o nos paralicemos en un
afán de perfeccionismo. Por tanto, uno de los recursos para mejorar nuestra autoestima es tratar de
curar las antiguas heridas, fruto de anteriores autodevaluaciones. La forma en que nos percibimos a
nosotros mismos puede cambiar. Cuando así sucede, todas las áreas de nuestra vida se ven afectadas
de manera positiva.
EFECTOS DE LA AUTOESTIMA
Entre los efectos positivos que se derivan de un desarrollo adecuado de la autoestima (J. A.
Alcántara, Cómo educar la autoestima, CEAC, Barcelona, 1993) cabe destacar los siguientes:
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actividades y conductas le resultan significativas y asume la responsabilidad de conducirse a sí
mismo.
• Posibilita una relación social saludable. El respeto y el aprecio por uno mismo son sumamente
importantes para lograr una adecuada relación con las demás personas.
• Garantiza la proyección futura del individuo. Impulsa su desarrollo integral y permanente.
Todo lo anterior confirma nuestra convicción de que una de las tareas más importantes de la
educación es, sin duda, mejorar la autoestima de los alumnos.
A mayor grado de autoestima positiva, más preparados estaremos para afrontar las adversidades
y resistir las frustraciones, más oportunidades se nos presentarán en nuestro trabajo, mayor facilidad
encontraremos de establecer relaciones enriquecedoras, más inclinados nos sentiremos a tratar a los
demás con respeto y magnanimidad y más satisfacción encontraremos en el mero hecho de vivir. (S.
Ruiz, Crecer como persona, San Pablo, Madrid, 1994).
Por el contrario, el adolescente con deficiente autoestima menospreciará sus cualidades, creerá
que los demás no lo valoran, sentirá que sus recursos son escasos, se dejará influir fácilmente por los
demás, le costará mucho expresar sus sentimientos, mostrará poca tolerancia a las situaciones de
ansiedad, se frustrará fácilmente y se mantendrá permanentemente a la defensiva, tendiendo a culpar de
sus fracasos, errores y debilidades a sus semejantes: todo lo cual repercutirá en una serie de efectos
negativos en su evolución emocional, en su educación y en su rendimiento escolar.
Gozar de una alta autoestima es sentirse competente, capaz y valioso. En una situación
semejante no tenemos necesidad de echar mano de emociones negativas ni de ideas erróneas. Tampoco
nos sentimos obligados a interpretar papeles que no corresponden a nuestra personalidad. Somos como
somos y como tales nos aceptamos, sin que esto suponga pactar con la mediocridad. Reconocemos
nuestras aptitudes y nuestras actitudes positivas y, al mismo tiempo, estamos conscientes de las
negativas; por tanto, nos esforzamos honestamente en enmendarlas. En el caso de no conseguirlo de
inmediato no nos apabulla la frustración ni nos infravaloramos. Seguimos siendo quien somos y,
pacientemente, seguimos intentando mejorar, centrándonos más en lo positivo que ha de desarrollar
que en lo negativo que se ha de corregir.
Sufrir baja autoestima (Ruiz, op. Cit., pp. 61-62; Branden, Cómo memorar su autoestima,
Paidós, Barcelona, 1991, pp. 55-61) es sentirse incapaz de afrontar los desafíos de la existencia; no es
sólo percibir que nos hemos equivocado en tal o cual tema, sino aceptar que nos hemos equivocado
como personas. Esta situación se torna tan dramática que nos exige estar en permanente alerta contra
todo y contra todos. Pronto aparecen los sentimientos negativos que nos condenan como individuos.
Nuestra mente, entonces, es acosada por ideas obsesivas y erróneas, y nos prestamos a interpretar
personalidades idealizadas que no corresponden a nuestra realidad interior. En consecuencia, el
crecimiento personal se ve bloqueado por esos mecanismos autodestructivos.
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CARACTERÍSTICAS DE LA PERSONA CON UN BAJO NIVEL DE AUTOESTIMA
Por otro lado, nos encontramos con otro tipo de jóvenes que, en el fondo, creen que todo lo que
hacen es irreprochable. La menor crítica los abate; sólo escuchan a quienes los alaban. No quieren
encarar su limitación y se refugian en un sueño de perfección, en la imagen dorada que tienen de sí
mismos… Viven el papel de un personaje ideal y están convencidos de que los que no los ven así están
equivocados. No aceptan su connatural imperfección; temen romper el ídolo que se han forjado de sí
mismos. Este comportamiento obedece al mismo sutil mecanismo de defensa que, aparentemente, los
exime de la responsabilidad de asumir su autorrealización.
Pero, ¿cómo se detecta la baja autoestima? En algunas personas que la padecen podremos
encontrar, entre otras, las siguientes características (L. L. Hay, El Poder está dentro de ti, Urano,
Barcelona, 1996; H. Clemens, Cómo desarrollar la autoestima en niños y adolescentes, Debate,
Madrid, 1991):
• Sensación de ser inútiles, innecesarios, de no tener importancia.
• Incapacidad de disfrutar, pérdida del entusiasmo por la vida.
• Tristeza y melancolía permanentes.
• No se aceptan físicamente.
• Sienten que no tienen amigos.
• Se consideran inferiores a los demás.
• Son hipercríticos consigo mismos y viven en constante estado de insatisfacción.
• Están convencidos de no ser muy inteligentes.
• Temen desagradar y perder la estima y la aceptación de los demás.
• Son hipersensibles: sienten que la menor crítica los hiere y los agrede.
• Padecen indecisión crónica por temor a equivocarse.
• En ellos predominan la desesperanza, la apatía, la sensación de derrota y el abandono
total.
• Se sienten incapaces de hacer las cosas por sí mismos.
• Se consideran estudiantes deficientes.
• Adolecen culpabilidad neurótica y se autocondenan cuando cometen errores.
• Los obsesiona un perfeccionismo esclavizador que los conduce a un desmoronamiento
anímico cuando las cosas no salen como ellos esperaban.
• Los agobian el pesimismo, la depresión, la amargura, y una visión negativa global en la
que se incluyen a sí mismos.
Conviene examinar estas actitudes a fondo para intentar modificarlas adecuadamente, teniendo
en cuenta que la autoestima puede aprenderse y, en consecuencia, mejorar.
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Por otra parte, entre las características de la persona en proceso de crecimiento o de
autorrealización con un nivel adecuado de autoestima (A. H. Maslow; El Hombre autorrealizado,
Kairós, Barcelona, 8ª. Ed., 1989), se señalan las siguientes:
• Aceptación de sí mismo.
• Percepción clara y eficiente de la realidad.
• Apertura a las experiencias nuevas.
• Integración, cohesión y unidad de la personalidad.
• Espontaneidad, expresividad y vitalidad.
• Un yo real, una identidad firme; sentimiento de autonomía y de unicidad.
• Objetividad, independencia y trascendencia del yo.
• Creatividad.
• Capacidad de fusión de lo concreto con lo abstracto.
• Gran capacidad amorosa.
• Código moral propio.
• Búsqueda ocasional de la soledad para llevar a cabo un encuentro consigo mismo.
• Tendencia a preocuparse por los problemas de los demás y no sólo por los propios.
• Relaciones interpersonales profundas.
• Expresión espontánea de sentimientos y opiniones.
• Sentido del humor sano.
Por su parte, Carl Rogers (El proceso de convertirse en persona, Paidós, Barcelona, 1994)
describe, de manera similar, las características de la persona que se valora y se acepta a sí misma,
consiguiendo así alcanzar un nivel alto de autoestima.
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• Empieza a aceptar a los demás.
Dyer (Tus zonas erróneas, Grijalbo, Barcelona, 1995) considera que el perfil de la persona con
suficiente nivel de autoestima y que se encuentra en proceso de autorrealización puede dar la impresión
de un personaje de ciencia ficción, pero, por fortuna, no se trata de un ideal inalcanzable en la realidad.
La posibilidad de funcionar plenamente, liberándonos constantemente de los comportamientos
autodestructivos, es real, está a nuestro alcance.
En primer lugar, queremos insistir en la importancia que reviste para la autoestima aprender a
reconocer la dignidad intrínseca del ser humano.
Todos, por limitados que estemos, a pesar de los errores que comentamos, merecemos el
respeto de los demás y, sobre todo, de nosotros mismos.
Como lo expresó magistralmente Antonio Machado: “Por mucho que valga un hombre, no tiene
valor más grande que el valor de ser hombre.”
También conviene recordar una vez más que, en la génesis de la autoestima, la infancia es
decisiva, Judith McKay (Autoestima, evolución y mejora, Martínez Roca, Barcelona, 1991, pp. 199-
223) considera que un ambiente de aceptación, de diálogo y de amor en el seno familiar constituye el
clima adecuado para que el individuo crezca aprendiendo a confiar en sí mismo. En este sentido, no
basta con querer a nuestros hijos; es necesario que ellos se sientan queridos. Es conveniente
aprovechar todas las oportunidades para alentarlos y elogiarlos de manera sincera con objeto de que
confirmen lo mejor de su identidad. Pero también es preciso tener en cuenta que el elogio excesivo
puede resultar artificial y más coercitivo que estimulante. La mentira y la adulación no son métodos
adecuados para formarse una imagen positiva de sí. J. J. Brunet, y J. L. Negro (¿Cómo organizar una
escuela para Padres?, San Pío X, Madrid, 1994) hacen hincapié en la necesidad de que los padres, los
profesores y los educadores en general:
• Aremos los campos en los que nuestros hijos o nuestros alumnos puedan destacar.
• Corrijamos de manera oportuna y razonada, suprimiendo las palabras destructivas, las
amenazas y los malos augurios. En cualquier caso, lo que hay que criticar es la falla, no
a la persona. Es muy distinto decirle a un chico: “Eres un inútil”, que decirle: “Eso no
lo has hecho bien.”
• No exageremos las dificultades para evitarles peligros. Esta actitud sólo genera
ansiedad.
• Promovamos su crecimiento, buscando el equilibrio entre libertad y responsabilidad.
Fomentar una dependencia excesiva contribuye a formar personas inmaduras.
• Alentémoslos a superar desde los pequeños fracasos hasta las frustraciones más serias.
Hagámoslos entender que todos nos equivocamos, pero que eso no significa que nos
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autodefinamos o definamos a otros exclusivamente a partir de los errores, que es posible
corregirse, mejorar y, por lo tanto, que no hay que abandonarse al desánimo.
• Evitemos que nuestras acciones contradigan nuestras palabras. Hemos de ser
congruentes si queremos alentar conductas positivas.
Valía personal. Sentirse valioso significa autopercibirse en lo más íntimo como una persona
buena, lo cual no implica creer que se es perfecto. En el proceso educativo, cualquier momento puede
ser oportuno para fomentar la autoestima del alumno. Pero como ésta evoluciona al compás del
desarrollo psicoafectivo, pueden presentarse circunstancias críticas en su vida que la afecten
negativamente. Un disgusto familiar, una decepción amorosa, un fracaso escolar, una derrota
deportiva, etc., constituyen, sobre todo si la persona es muy sensible, una fuente de autodevaluación
ocasional. Conviene, pues, que el educador esté atento a cualquier indicio que el alumno manifieste, y
preparado para intervenir de manera apropiada.
En nuestros días, la reflexión que aborda la cuestión pedagógica que nos ocupa, ¿cómo mejorar
o enriquecer la autoestima?, es amplia y plural (Auger, Ayudarse a sí mismo, Sal Terrae, Santander,
1987; Branden, op. Cit., 1991; Hay, op. Cit., 1991; Martín, Razones para vivir, Atenas, 1992; Ruiz, op.
Cit., 1994; Lacase, Tengo una cita conmigo, Sal Terrae, 1994). A continuación ofrecemos, de manera
resumida, algunas respuestas que constituyen el común denominador de diversas investigaciones en
torno a la mejora de la autoestima:
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• Perder el miedo a manifestar nuestros sentimientos y nuestras debilidades ante los
amigos.
• Desarrollar habilidades sociales.
• Promover conductas positivas.
• Vivir según el propio sistema de valores, no permitiendo que otros nos impongan los
suyos.
• Derribar según el propio sistema de valores, no permitiendo que otros nos impongan los
suyos.
• Derribar las barreras internas con objeto de tener éxito en el campo laboral y en las
relaciones con otras personas.
• Ser auténtico y consecuente en las relaciones.
• Fomentar la autoestima de los otros.
• Tener el valor de aceptarse cada vez más, comprendiendo que ese es un derecho básico e
irrenunciable.
• Practicar el autorrelajamiento y la autosugestión positiva.
• Aprender a tomar decisiones.
• Entrenarse en la solución de problemas.
Si tenemos una percepción positiva de nosotros mismos y nos consideramos capaces de lograr
nuestros deseos, es muy posible que éstos se cumplan.
Como bien lo sabe cualquier persona que haya alcanzado la madurez, estructurar una identidad
propia no es tarea fácil. El niño llega a la adolescencia con una opinión sobre sí mismo que habrá
adquirido durante su infancia, y que se verá radicalmente transformada durante la nueva etapa, al
sumársele gran cantidad de impresiones que le brindarán un nuevo sentido de valía mucho más
personal.
Un adolescente que haya desarrollado una imagen positiva de sí mismo estará más capacitado
para:
• Actuar de forma autónoma e independiente.
• Asumir responsabilidades.
• Afrontar con entusiasmo nuevos retos y dificultades.
• Sentirse orgulloso de sus logros.
• Expresar con mayor amplitud sus emociones y sentimientos.
• Tolerar la frustración.
Los padres pueden influir en la autoestima del adolescente organizándole nuevas experiencias y
relacionándose convenientemente con él.
Podemos encontrarnos ante un adolescente que experimenta serias dificultades para relacionarse
con los demás; su autoestima es negativa o está poco desarrollada y, por tanto, piensa que los otros
83
tampoco ven en él algo agradable o atractivo. Aunque no es lo más frecuente, en este caso se hará
necesaria la intervención de los padres para que el adolescente pueda establecer nuevas amistades.
Como siempre, la comunicación es fundamental. Los padres debemos dedicar una parte de
nuestro tiempo para sentarnos al lado de los hijos y escucharlos, olvidándonos de nuestros prejuicios y
opiniones, y demostrándoles que realmente estamos interesados en su problemática. Es muy
importante que el adolescente se sienta tratado como un adulto. Para ese efecto, es conveniente
manifestarle nuestros sentimientos. “Siento lo que pasó ayer” o “Me preocupa tu amistad con ese
chico” son expresiones que pueden servir para estrechar los lazos. Por otra parte, podemos comentar
con nuestros hijos adolescentes nuestras dudas, dificultades o intereses, pero evitando siempre
abrumarlos y, además, tomando en cuenta su edad. La confianza genera confianza, y si hacemos
partícipes a nuestros hijos de lo que ocurre en nuestra vida, estaremos sentando las bases de una
relación más sólida y perdurable. Tal vez el adolescente no nos corresponda de inmediato, pero si
tenemos paciencia y confiamos tanto en él como en nosotros mismos, seguramente, a la larga,
tendremos éxito.
Es esencial respetar las amistades del adolescente, dándole la oportunidad de establecer sus
propios vínculos. Tal vez algún amigo no parezca ser la compañía más adecuada, pero hay que hacer
un esfuerzo y eliminar los juicios prematuros. Los padres podemos y debemos guiar las amistades y
conocer a las personas con las que se relacionan nuestros hijos, pero sería absurdo intentar prohibirlas,
pues así sólo conseguiríamos el efecto contrario. No debemos olvidar que un adolescente con baja
autoestima necesita establecer algún tipo de vínculo que le permita darse cuenta de que es capaz de
hacer las cosas por sí mismo. Por ejemplo, si no aprobamos ninguna de las amistades del adolescente
podemos crearle una gran inseguridad con respecto a sus criterios.
Resulta muy útil realizar alguna actividad agradable tanto para los padres como para los hijos,
como sería, por ejemplo, salir de campamento, ir al cine o a un museo juntos. Ello les ayudará a
establecer una relación más relajada, propicia para la comunicación. Como siempre, recomendamos la
paciencia. Nos podemos impacientar ante un adolescente tímido que nos contesta con monosílabos a
todo lo que le preguntamos. Tarde o temprano, su actitud más segura nos demostrará que ha
aprovechado la atención que se la ha dedicado.
Me ha llamado la atención una llamada telefónica que he escuchado a las doce de la noche, a
través del radio, donde una chica le solicitaba al locutor un poco de atención: “Me siento sola, muy
sola. Mis padres son demasiado importantes como para atender mis llamadas. Quiero hablarles del
colegio, decirles que tengo nuevos amigos, que me gusta un chico del vecindario, que a veces estoy
cansada de vivir, de tener que pasar mis crisis completamente sola. Usted me ha inspirado confianza y
por eso le llamo.” Pienso que los padres que no escuchan la voz de sus hijos están criando seres muy
tristes, que seguramente terminarán atrofiados emocionalmente. Los adolescentes son personas
necesitadas de cariño. Se les debe prestar atención, escucharlos, otorgar importancia a lo que dicen,
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darles apoyo, brindarles cariño. Si no lo hacemos, no nos sorprendamos mañana de estar ante unos
seres doloridos, malhumorados, condenados a vivir una existencia gris y fracasada.
Los hijos solitarios, abandonados por sus padres, aunque estén colmados de cosas materiales se
sentirán perdidos en una soledad insufrible. De ahí a la desesperación total sólo hay un paso. En el
seno del hogar es donde se despierta el interés por la vida. Los padres, con su presencia y su protección
atenta, son los que trazan los caminos de la verdad y del amor. Los buenos padres aprenden a impulsar
a sus hijos a ser ellos mismos, a desarrollar sus cualidades, a enriquecer su autoestima sin necesidad de
imitar a nadie.
Aprendan los padres a interrumpir lo que están haciendo cuando su hijo se les acerque.
Dediquen buenos ratos a estar con ellos, no solamente a su lado. Esto supone mirarlos, atenderlos,
escucharlos, acogerlos. Bajen el volumen de su televisor, tiren el periódico, devuelvan el libro al
estante y contemplen esa maravillosa joya que Dios ha puesto en sus manos: un hijo.
¿Quiénes son los que se comunican mal? ¿Los padres o los adolescentes? Sería de gran interés
estudiar detenidamente la forma en que los padres y los educadores entienden el lenguaje de los
jóvenes, sus inquietudes, su problemática existencia. Los niños y los adolescentes probablemente
saben mucho más sobre sus padres y sus profesores de lo que imaginamos. Son grandes observadores
y llegan a convertirse en nuestros jueces. Cuando no hallan en nosotros el ideal puro y digno con que
soñaron sufren una gran desilusión.
Para su buen desarrollo en todos los aspectos, el adolescente debe alcanzar una autoestima
suficiente. Para apoyarlo en este proceso, los adultos deberemos valorar más el esfuerzo y la
dedicación que los resultados. Conviene estar plenamente atentos a sus progresos, por insignificantes
que éstos sean, y resaltarlos debidamente. Su persona es infinitamente más valiosa que el mero
rendimiento académico. Como parte del respeto que debemos a sus capacidades, nos abstendremos de
evitarles cualquier esfuerzo, ya que sólo lo que se consigue con esfuerzo tiene verdadero valor para el
ser humano.
Habrá que combatir, en lo posible, el desánimo ante los tropiezos que se van a presentar
indefectiblemente. Con reproches constantes sólo conseguiremos minar la autoestima del adolescente.
La vida de estudio ha de ser una experiencia gratificante. Valorar de manera obsesiva los exámenes y
las calificaciones por encima del aprendizaje en sí puede aniquilar a un joven. Y, por supuesto, hay
que dejar a un lado toda comparación con los hermanos, los amigos, los vecinos o los compañeros.
Cada adolescente tiene su identidad y vive de manera diferente su adolescencia.
El adolescente deberá encontrar su camino, hacerse sus preguntas y encontrar sus respuestas.
¿Por qué estudio? ¿A dónde me conducirán los estudios que he emprendido? ¿Cuáles son mis objetivos
en la vida? ¿A dónde quiero llegar?
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Es imperativo crear en los ambientes educativos, especialmente en la familia y en la escuela,
una atmósfera cordial, acogedora, tranquila, serena, donde las relaciones entre los individuos estén
animadas por la confianza, la comprensión, la alegría y el buen humor. Conviene evitar, dentro de lo
posible, cualquier tensión. No existen ni la familia ni la escuela ideales. Tampoco encontraremos
padres o profesores perfectos. El ambiente adecuado no está exento de ciertas dificultades que deben
sobrellevarse con gran amor.
Resulta lamentable vagar sin rumbo por la vida, haciendo lo que hacen todos, viviendo
pendientes de lo que otros esperan de uno. Es preciso despertar, estar alerta para decidir
responsablemente. La libertad no es solamente un concepto abstracto. El adolescente tiene pleno
derecho a ser él mismo, a ser libre. A medida que va haciéndose mayor, irá tomando más decisiones
sobre sí mismo: sobre el dinero que puede gastar, sobre la hora de regresar a casa, sobre el tiempo que
va a hablar por teléfono, sobre dónde quiere ir. Ser libres también implica ser responsables.
Cada medida que tomamos como adultos para incrementar nuestra autoestima supone un regalo
indirecto para nuestros hijos (Dorothy C. Briggs). Al principio, la autoestima surge de los juicios
positivos que los demás emiten sobre nosotros. Más adelante, al ir acumulando pequeños éxitos,
llegamos a la convicción de que en verdad somos individuos capaces.
Por otra parte, la autoestima se contagia, se trasmite con el ejemplo, por medio de lo que yo
llamo “ósmosis psíquica”. Esto significa que los padres con buena autoestima, seguros de sí mismos,
le trasmiten a sus hijos de manera natural sus propios sentimientos de autoconfianza y de capacidad.
Casi siempre los mensajes no son verbales; se establece un sutil lenguaje de mente a mente, de corazón
a corazón, de psiquismo a psiquismo. Desafortunadamente, lo mismo ocurre con los sentimientos
negativos como son la ansiedad, la inseguridad, el miedo y una baja autoestima por parte de los padres.
Los hijos los detectan y se sienten desprotegidos y no merecedores de afecto, lo cual los detectan y se
sienten desprotegidos y no merecedores de afecto, lo cual se traduce en un golpe bajo a la autoestima.
Así pues, conviene determinar cómo se comportan los padres con baja autoestima. Por
principio, son inestables y ansiosos o, en ocasiones, perfeccionistas y escrupulosos. Casi todo lo
convierten en un problema, pierden el control con frecuencia y contagian a los suyos con su
inseguridad. No pocos pretenden que sus hijos “sean lo que ellos no pudieron ser”. Estos niños y
adolescentes viven en una permanente indefinición, dudando entre ser ellos mismos o ser lo que sus
padres han decidido que sean con el fin de superar su propia frustración, la cual vienen arrastrando
desde su infancia.
Otra característica de los padres con baja autoestima es que están incapacitados para motivar a
sus hijos reforzando y alentando conductos positivas, y puede ocurrir que no les alaben ni reconozcan
nada, o que los elogien a destiempo o por cualquier fruslería. Tal vez lo pero que pueden hacer esos
padres es acercarse a sus hijos para endilgarles más crítica negativa. A mayor autoestima, mayor
fuerza, ilusión y capacidad de amar a sus hijos tendrán los padres.
LA AUTOESTIMA NO ES EGOÍSMO
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“Aquel que es malo consigo mismo, no será bueno con nadie” (Proverbio). Por paradójico que
pueda parecer, el amor a sí mismo, la autoestima, es exactamente lo opuesto al egoísmo. ¿Por qué?
Porque el egoísta es alguien tan centrado en su ego que es incapaz de abrirse para amar a los demás. El
verdadero amor es consecuencia de un amor a sí mismo, tan generoso que necesita derramarse en otros
corazones y sentir la propia felicidad hecha eco en la felicidad de los demás. La frase bíblica “Ama a
tu prójimo como a ti mismo” deja bien en claro que el amor a la propia persona está inseparablemente
ligado al amor por cualquier otra persona.
Nadie puede dar lo que no tiene. El autoamor o autoestima hace posible que el individuo rompa
las barreras del egoísmo, del aislamiento y del empobrecimiento emocional, y que se acerque a los
demás con una individualidad amorosa que, a su vez, es enriquecida por el prójimo.
1. ¿Recuerdas alguna ocasión en la que alguien te trató de tal modo que te hizo sentir que
respetaba tanto tu dignidad como la suya?
2. ¿Recuerdas si alguna vez alguien te trató como si el concepto de dignidad humana no existiera,
como si fueras un número o una cosa?
3. ¿Qué sensación te dejó cada una de esas experiencias?
4. Ante esas situaciones, ¿cómo debemos actuar?
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9
Se lamentaba la gran poeta George Elliot: “¿A dónde fue la sabiduría que perdimos con el
conocimiento, a dónde el conocimiento que perdimos con la información?” Hoy día estamos enterados
de todo, pero en realidad no sabemos nada. Vivimos bajo el imperio de la información, pero el
conocimiento languidece y agoniza la sabiduría.
El modelo atlético, eminentemente juvenil, está de moda y constituye el ideal de todas las
generaciones. La publicidad se encarga de fomentar ese sueño de eterna juventud, y las muchedumbres
que ya no son tan jóvenes castigan sus cuerpos con dietas, aerobics, gimnasios y cirugías estéticas. La
gente vive pendiente de las calorías, el colesterol, los triglicéridos, las bebidas light y los alimentos fat
free. Cada día es más frustrante ser feo, gordo, viejo o padecer alguna enfermedad.
El cuerpo, que durante siglos fue enfermizamente rechazado y castigado como algo inmundo,
condenado a la putrefacción, hoy se redescubre como fuente de placer.
Somos cuerpo, en efecto; un cuerpo hecho para el disfrute, y por eso debemos gozarlo. Pero
que el hedonismo o la búsqueda del placer se establezca como único modo de vida, y la satisfacción del
deseo como modo superior de conducta, conduce a una relajación de las costumbres y minimiza el
valor del esfuerzo. Se imponen la cultura de lo light, la actitud comodina y la debilidad de carácter en
un mundo fragmentado, cuyo repertorio de valores todo lo admite. La privación y el sacrificio,
reducidos exclusivamente a dietas y ejercicios extenuantes, sólo persiguen alcanzar el ideal del cuerpo
juvenil y nuevos disfrutes.
La ética es desplazada por la dictadura de las apariencias y la moral se torna relativa. Ser bueno
equivale a sentirse bien. Por consiguiente, cada cual hace con su cuerpo lo que quiere y resuelve su
sexualidad y su afectividad como puede.
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El problema reside en que en esta sociedad del libre mercado, en la que todo se comercia, el
cuerpo se convierte en una de las principales mercancías. Se generaliza así todo tipo de prostitución,
incluyendo la infantil, que a pesar de que legalmente está penada se está incrementando de manera
alarmante a nivel mundial.
Se consideran como válidas y normales las prácticas que hasta hace poco se consideraban
desviaciones enfermizas: sadomasoquismo, fetichismo, exhibicionismo, homosexualidad, bisexualidad,
zoofilia y necrofilia se expanden al ritmo vertiginoso de las nuevas tecnologías. Ya nadie puede
considerarse a salvo de esas tendencias, porque hasta el ciberespacio está siendo invadido con todo tipo
de materiales pornográficos.
El erotismo ha sido confiscado por el poder del dinero a través de la publicidad. La sexualidad
está siendo reducida a la mera genitalidad, y el sexo, que debiera ser diálogo de los cuerpos y de los
corazones, a simple gimnasia corporal. El único gran ausente dentro de este panorama social es el
amor.
LA IMAGEN CORPORAL
La idea de imagen corporal fue elaborada por Schilder, en un esfuerzo por integrar el
pensamiento biológico al psicoanalítico, y definida como la imagen que nos formamos mentalmente de
nuestro cuerpo; el modo en que lo vemos. Más tarde, Kolb afinó el concepto, desglosando la imagen
corporal en dos componentes: la percepción del cuerpo y el concepto del cuerpo. La primera está
integrada por las múltiples percepciones vinculadas con el cuerpo, mientras que el segundo depende de
los procesos psicológicos internos. Todos tenemos una imagen mental de nuestra apariencia, que
constituye algo más que la imagen que nos devuelve el espejo y que puede o no aproximarse a la
realidad. De hecho, aunque se trata de un fenómeno exclusivamente psicológico, la imagen corporal
abarca la visión que tenemos de nosotros mismos, no sólo en el sentido físico, sino también fisiológico,
sociológico y psicológico.
Un motivo muy común de inquietud es la adecuación del desarrollo sexual. Cuando éste es
atípico en relación con las normas del grupo al cual pertenece el adolescente, sea por la estatura o por la
configuración, tiene lugar una disminución de la autoestima, se adquiere una humillante conciencia de
sí mismo y se desarrollan adaptaciones malsanas.
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La estructura de la imagen corporal está determinada por la percepción subjetiva del aspecto
físico y de la capacidad funcional, por factores psicológicos internalizados, por factores sociológicos y
por la imagen corporal ideal.
Todo adolescente necesita tener certeza de su valor, y cualquier cosa que lo haga sentir
inadecuado o inferior puede suscitar de inmediato alguna clase de reacción defensiva por su parte. La
mayor parte de las aberraciones en el comportamiento de los chicos y las chicas que atraviesan por la
segunda década de la vida son ocasionadas por una incorrecta reacción ante la sensación de ser y
sentirse diferentes. Para un joven, ser diferente significa habitualmente ser inferior.
El adolescente se forma una imagen corporal ideal a partir de sus experiencias y percepciones,
así como de las comparaciones e identificaciones que establece con otras personas, tanto reales como
imaginarias. Esto se debe a que, a lo largo de su niñez, se le ha comparado con otros, básicamente en
lo que se refiere a la altura, el peso y la inteligencia. Ahora, sin darse cuenta, el adolescente se
compara con sus padres. Los medios de comunicación masiva contribuyen a exacerbar esta crisis al
otorgarle una importancia excesiva a normas poco realistas, en las que se determinan los parámetros de
cuerpo ideal, descalificando cualquier característica que se aparte de ellos.
Muchos de los problemas de adaptación de los jóvenes son consecuencia de las perturbaciones
de la imagen corporal asociadas con desviaciones reales, exageradas o imaginadas del proceso de
maduración.
Las condiciones que con mayor frecuencia influyen en la imagen que de sí tiene el adolescente
(autoimagen) son las siguientes:
Crecimiento físico: Los jóvenes que se desarrollan precozmente son tratados casi como adultos
y suelen desarrollar un concepto positivo de sí mismos, con lo cual resulta más fácil la adaptación.
Todo lo contrario ocurre con los que creen tardíamente y siguen siendo tratados como niños cuando ya
no lo son.
Atractivo sexual: Los intereses y un aspecto sexualmente atractivo favorecen una buena
autoimagen.
Nombres y apodos: Cuando éstos no implican el ridículo, resultan un estorbo y pueden crear
complejos.
Las relaciones familiares: Cualquier relación positiva entre el adolescente y algún miembro de
la familia es motivo de identificación.
Compañeros: La relación con los coetáneos influye en dos sentidos. En primer lugar, el
concepto de sí mismo que tiene el adolescente es un reflejo de lo que él cree que es el concepto en que
lo tienen sus compañeros. En segundo lugar, el grupo de amigos contribuye a desarrollar las
características de la personalidad, que son objeto de su aprobación.
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a) Somos corpóreos; somos un cuerpo, un cuerpo sexuado y, por tanto, nuestra figura
corporal lo mediatiza todo: nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros afectos y
conductas, nuestro modo de ser y de sentir y nuestro sistema de relaciones. De ello se
desprende que, para tener confianza en uno mismo y, en consecuencia, poder abrirse a las
demás personas, es esencial aceptar el propio cuerpo. Quien no estima su figura corporal
no se cree capaz de agradar ni de interesar a los demás.
c) La primera impresión que nos formamos de una persona, incluso antes de haber hablado
con ella, es la que corresponde a la percepción de su apariencia física (estatura, desarrollo
y proporciones corporales, rasgos faciales, ojos y mirada, color de cabello, forma de vestir
o de peinarse, etc.).
d) A su vez, nuestra apariencia es lo primero que le proyectamos a los demás. Este hecho
siempre ha sido importante, pero lo es aún más hoy, cuando estamos inmersos en una
sociedad que le otorga una enorme importancia a la imagen corporal.
En resumen, podemos definir la imagen corporal como la visión que cada quien tiene de su
apariencia física (positiva o negativa, perfecta o imperfecta), es decir, la visión que cada cual tiene de
su presencia personal susceptible de ser físicamente percibida y valorada por las demás personas.
En consecuencia, resulta claro que la imagen corporal constituye uno de los elementos
fundamentales de la autoestima, que podría considerarse como una dimensión relativamente estable de
la personalidad, cuyo contenido puede definirse como la teoría que las personas elaboran sobre sí
mismas (cómo se ven, representan, interpretan, etc.) y el grado de satisfacción que esa teoría les
proporciona (si se gustan o no, si se ven valoradas positivamente o no, si se afectan o se rechazan, etc.).
Quien no asume su cuerpo no puede entregarlo, no puede abandonarse al otro. Sin estar en paz
consigo mismo, sin confiar en la propia capacidad de atraer no es posible aventurarse al encuentro ni
mantener relaciones interpersonales satisfactorias.
Nadie puede amar a otra persona si antes no se ama a sí mismo. Quien no logra estimarse,
reconocerse como valioso y defender la propia identidad no está en disponibilidad para querer ni para
ser querido. Quien no se siente digno de ser aceptado no puede aceptar al otro. “Sólo si me quiero
puedo amarte.”
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etapa tienen su origen en defectos físicos imaginarios, o que, en el caso de ser reales, a menudo son
motivo de apodos u otro tipo de bromas por parte de los compañeros.
Esa problemática se agudiza y se hace aún más compleja debido a la influencia decisiva que los
modelos de belleza, impuestos por la sociedad, ejercen en los jóvenes.
Basta con poner atención a los medios de comunicación masiva y observar los desfiles de
modas o los prototipos de hombre y de mujer “ideal” que aparecen en las películas, las telenovelas o la
publicidad. Ese modelo, que se presenta socialmente como el bueno, bello y deseable, ejerce una
presión constante en el inconsciente. En consecuencia, determina de manera importante el equilibrio
psicosocial. Podría afirmarse que las nuevas patologías que afectan a los adolescentes y a los jóvenes
(como son la anorexia, la bulimia, la vigorexdia y la dimorfia) son el producto directo de la obsesión
social por la imagen corporal.
Desde el punto de vista histórico-cultural, siempre han existido prototipos de belleza, y cada
individuo concreto, en la corriente de su generación, los ha percibido y asimilado como modelos únicos
y estables. En la actualidad, la moda exige que parezcamos jóvenes, independientemente de la edad
que tengamos; que cumplamos con las características de altura, peso y proporciones ideales, sin tomar
en cuenta el cuerpo que realmente tenemos, y que lo que más nos debe preocupar es coincidir con el
prototipo dominante.
Tal vez la mayor amenaza para la autoestima es la tendencia a la comparación, uno de los
mecanismos mentales y emocionales más socorridos por el ser humano. Quien se compara se enajena
de sí mismo y toma al otro como referencia; está condenado a sentirse inferior, a vivir en el temor de
dejar de ser atractivo y a la envidia.
Las personas con baja autoestima acostumbran compararse, y lo peor es que se comparan con
mayor insistencia en lo que están menos favorecidos. Es propio de la baja autoestima recurrir a
diversas distorsiones cognitivas. Entre ellas es conveniente destacar las siguientes:
Entre los factores que suelen generar o reforzar una percepción negativa de la imagen corporal
podemos citar la presión cultural, los mensajes que relacionan el éxito con estar delgados o con ganar
peso, la falta de autoestima, los cambios producidos por el embarazo y los que perduran después del
parto, los signos de envejecimiento, las bromas referidas a defectos físicos, las enfermedades crónicas,
etcétera. De ahí que nuestros esfuerzos tengan que encaminarse a analizar y relativizar el modelo de
belleza dominante y a evitar las comparaciones.
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En función de la adecuación o la inadecuación respecto de ese modelo, cada cual se forjará una
autoimagen corporal positiva o negativa.
La representación mental en que finalmente cristaliza la propia imagen corporal tiene su origen
en las experiencias sociales vividas por cada sujeto, sean estas reales o meras fantasías.
Algunas de esas experiencias serían las siguientes:
En relación con la imagen corporal, podemos señalar, por lo menos, cuatro grandes hechos que
tienen lugar durante la pubertad.
2. Esas preocupaciones se ven magnificadas por los cambios propios de la edad que el jovencito
experimenta y por la actitud que los demás adoptan antes esos cambios. La imagen corporal se
convierte en el objetivo fundamental (prácticamente, en una obsesión) que acapara la máxima
atención en relación consigo mismo. Uno de cada cuatro adolescentes tiene dificultades
importantes respecto a su imagen corporal. El 75% de los adolescentes acepta que, si fuera
posible, cambiarían alguna característica corporal. Aunque en los últimos tiempos la diferencia
ha disminuido, las chicas se muestran más insatisfechas con su imagen corporal que los chicos.
4. Las chicas se ven obligadas a soportar una presión más fuerte y, por tanto, desarrollan más
ansiedad. Sin embargo, en los últimos años, el cuerpo del chico se ha convertido en sujeto
permanente de comparación, competencia y desafío.
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Es urgente elaborar e interiorizar un nuevo concepto de la imagen corporal, que sea
verdaderamente liberador y no opresor ni generador de traumas. El interés por el cuerpo ha de ser
replanteado de modo que se aplique, se encauce y se fundamente adecuadamente. Lo anterior no
significa que deban descuidarse por completo los aspectos estéticos, no sólo en función de los demás,
sino también de uno mismo. Es inevitable, e incluso positivo, preocuparse por el propio cuerpo y por
la imagen corporal, siempre que sea de manera razonable y dentro de los límites de lo sensato. Buscar
interesar a los demás es normal. Pero, además de reconocer y aceptar positivamente estas dos
preocupaciones, debemos efectuar una revisión crítica de cómo nos afectan.
Un cuerpo interiorizado es un cuerpo que piensa, que se acepta, que sonríe; es un cuerpo
satisfecho de lo que es, en armonía con su sexualidad, consciente de sus limitaciones y capaz de
compartir su riqueza con los demás.
Hay que educar al cuerpo para hacer de él una auténtica obrad de arte, aprovechando al máximo
todo su potencial. Hay que poner en obra nuestras cualidades conocidas y descubrir las que aún están
ocultas. Ello es cuestión de voluntad, porque requiere la constancia necesaria para adquirir una técnica
y un aprendizaje, como si fuéramos atletas.
Tenemos que desarrollar nuestro cuerpo y mantenerlo en forma mediante una alimentación
balanceada, ejercicio físico, descanso conveniente, etcétera.
Tenemos que preservarlo de los estímulos perjudiciales, como son el tabaco, el licor, las
pastillas no prescritas por el médico, las drogas, etcétera.
Tenemos que interiorizarlo mediante el desarrollo intelectual y la sensibilidad artística, y
expandirlo mediante las relaciones humanas.
Hemos de respetar y cuidar a nuestro cuerpo, no permitirle que actúe a su capricho.
Hemos de amar a nuestro cuerpo, pues es lo más valioso que tenemos.
Un cuerpo en paz, unos nervios en calma y un rostro sereno tranquilizan el alma. El cuerpo
resiente inmediatamente las tensiones del alma.
Para que el adolescente aprenda a vivir con su cuerpo convendrá inculcarle los siguientes
preceptos:
• Si tu cuerpo está sano y es feliz, tú estarás sano y serás feliz. Cuídalo.
• El cuerpo de los pequeños necesita caricias y abrazos, pero el de los mayores también.
• Ama y respeta tu cuerpo. Empieza por conocerlo.
• Trata a tu cuerpo con cariño: no es un forastero que va y viene, es tu permanente
compañero de viaje.
• No creas que tu cuerpo es otro yo. Tu cuerpo eres tú mismo. Identifícate con él; lo que
él es, eso eres también tú.
• Tu cuerpo necesita ejercitarse y descansar.
• Muchos viven como si el cuerpo fuese sólo la cabeza, descuidando el resto.
De la belleza se ha dicho casi todo, incluso la verdad; es decir, que no existe más allá de la
química ni más acá del amor. Es subjetiva, no tiene reglas.
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No existe la belleza más que dentro de nosotros mismos, y sólo desde lo más íntimo de nuestro
ser puede romperse la coraza de la vulgaridad para que brote la hermosura.
La exaltación desmesurada del cuerpo se debe al hecho de haber tomado una parte por el todo.
También sería un error considerar al cuerpo como la cárcel del alma. Cuerpo y alma constituyen dos
realidades diferentes, pero complementaras por cuanto una requiere a la otra.
Lo propio del alma es animar al cuerpo. Lo propio del cuerpo es reflejar el alma. De aquí la
importancia que tiene la persona: en ella, alma y cuerpo funden su destino y se vuelven inseparables.
Se distribuye a los participantes en grupos del mismo sexo. Se les pide que respondan a las
preguntas siguientes:
Con objeto de que cada cual sondee su imagen corporal, lo que luego servirá para orientar la
actividad educativa, se pedirá a los participantes que respondan a las siguientes preguntas:
95
10
De suyo, la adolescencia suele caracterizarse por sus contradicciones: una explosiva energía
física, momentos de atolondramiento y periodos de no querer hacer nada; una búsqueda constante de
originalidad y una intensa necesidad de autoafirmación, que puede llevar a la masificación y a la pérdida
de identidad al adoptar acríticamente la actitud de otros adolescentes. El adolescente es capaz de
realizar actos temerarios mediante los cuales intenta vanamente ocultar su timidez y su inseguridad;
puede mostrarse sensible y ser muy generoso con personas extrañas, pero con frecuencia es
desconsiderado con sus propios padres. Puede aparentar aplomo y, por dentro, sentir pánico al ridículo;
puede mostrarse desafiante aunque internamente se esté desmoronando al sentirse ignorado o rechazado;
quiere decidir libremente su conducta y sus horarios y, a la vez, seguir dependiendo económica y
afectivamente de su familia.
Ser adolescente es ser rebelde. Pero también es necesitar protección y cariño. Por naturaleza,
el adolescente tiende a ser gregario, le gusta andar en pandilla, y busca el ruido y las aglomeraciones.
Durante la adolescencia, los conceptos vivenciales que se formaron durante la infancia entran
en crisis. Es imprescindible cuestionarlos, sea para rectificarlos o para ratificarlos, antes de que
cristalice la personalidad adulta. Cuando un niño ha padecido una infancia infeliz, rodeado de
humillaciones y malos tratos, o bajo la presión emocional de una extorsión afectiva, seguramente se
sentirá mal consigo mismo, con los demás y con la vida en sí. Al entrar en la adolescencia, sin duda ese
niño presentará un cuadro mucho más agudo de contradicciones porque en su inconsciente perdura la
huella de las circunstancias que lo llevaron a “decidir” que no vale nada, que no tiene dignidad y que la
vida carece de sentido. No sólo mostrará una rebeldía normal, sino también depresión e inseguridad. Si
durante esta etapa de revisión y “apelación” no logra rectificar “su concepto experimentado” acerca de
él mismo, de la vida y de los demás, le será muy difícil lograr un cambio positivo en los años
posteriores. Nadie mejor que los padres puede colaborar con eficacia en esa rectificación, siempre que
sean capaces de aceptar que le han transmitido a sus hijos mensajes negativos, mensajes que devalúan.
Una buena gestión parental durante la pubertad de los hijos puede evitar que éstos, a futuro,
requieran algún tipo de psicoterapia para salir adelante.
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Pero aún en el caso contrario, es decir, cuando los hijos han recibido mensajes positivos que les
permiten disfrutar de la existencia, valorarse a sí mismos y valorar a los demás manteniendo una actitud
básica de optimismo y confianza en la vida, durante la adolescencia tendrán que revisar y cuestionar
esos conceptos “experimentados”, para convertirlos en conceptos “razonados”.
Por eso es sano correr el riesgo de sumar a los afectos seguros de los padres las lealtades
inciertas de los amigos y demás personas ajenas a la familia. El adolescente necesita saber y
demostrarse a sí mismo que en realidad vale, que es capaz, que es aceptado y apreciado, que es apto
para disfrutar y para hacer disfrutar a los demás.
Sin embargo, y aunque tengan muchos aspectos en común, no todos los adolescentes son
iguales. Los hay disciplinados y serios, y los hay que pertenece a grupos marginales. Estos últimos, en
su mayoría, crecen en compañía del alcohol, el tabaco, la droga y el sexo; es decir, de todo lo que
nuestra sociedad sataniza en los jóvenes pero admite sin reservas para los adultos. Vivimos en una
sociedad donde la doble moral impera. Vivimos en una sociedad hipócrita. Millones de adolescentes
están desenmascarando a un sociedad que cada día se muestra más incapaz de brindarles el espacio
social, cultural y recreativo que necesitan, sociedad que no sólo no les aclara sus dudas, sino que se las
multiplica.
Se pregunta un autor: “¿Qué improntas del padre y de la madre hay en el comportamiento del
joven? ¿En qué se parece a lo que fuimos nosotros?” En este sentido, muchos padres experimentan
cierta culpabilidad y bastante impotencia ante la educación de sus hijos. Preocupados, ven cómo se les
escapan de las manos.
Ante esa falta de autoridad, los adolescentes se las arreglan como pueden y, por lo general,
hacen lo que los manipuladores quieren que hagan.
BUSCÁNDOSE A SÍ MISMO
Para algunos psicólogos, la crisis más aguda y generalizada de la experiencia psicológica del
ser humano es la búsqueda de la identidad durante la adolescencia. A lo largo de toda una vida
consagrada a la observación y a la investigación, el psicólogo danés Eric Erikson (1902-1994) hizo una
importante aportación al estudio de ese fenómeno. La expresión crisis de identidad, acuñada por
Erikson, forma ya parte del léxico psicológico habitual. Los resultados de sus múltiples estudios fueron
respaldados por los de muchos otros investigadores que siguieron la dirección de Erikson.
Después de haber analizado cierta cantidad de casos provenientes de diversos medios sociales,
Erikson dedujo que el ser humano sigue un modelo de desarrollo a lo largo de su existencia. En ese
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patrón identifica ocho etapas que representan otros tantos momentos críticos de la evolución psicológica
mencionada. La crisis de identidad es la más decisiva, pues de su adecuada solución depende el ajuste
personal y social definitivo.
Esa crisis, que irá siendo superada de una u otra forma, requiere descubrir dentro de sí y en el
entorno una serie de interrogantes que no tienen respuesta fácil. El hombre en sí es un problema. Toda
persona se pregunta más de una vez.
• ¿Quién soy?
• ¿Cómo puedo llegar a ser yo mismo?
• ¿Cuáles son mis cualidades y cuáles mis limitaciones?
• ¿Cómo puedo reconciliarme conmigo mismo y vivir en paz?
¿QUÉ ES LA IDENTIDAD?
Ser uno mismo es la única manera de ser persona. Ser uno mismo es usar consciente, libre y
responsablemente la capacidad de ser, de pensar, de sentir y de actuar. Es asumir que uno es el sujeto
activo de sus propias acciones y aceptar las consecuencias. Es obrar y vivir sencilla y espontáneamente,
sin tener que demostrar que se tiene una gran personalidad.
Tenemos dos opciones: vivir interiormente libres, como personas, o vivir ajenos a nosotros
mismos, permitiendo que nos manipulen. Ser uno mismo es el mayor reto que se nos presenta en la
vida.
Por supuesto, algunos condicionamientos son irremediables, imprescindibles. Es imposible ser
inmunes a ellos, pero podemos conscientizarlos. Estamos condicionados por la educación, la
propaganda, las creencias, las tradiciones, las ideologías, etcétera.
Vivimos en un mundo que con terquedad e insolencia pretende dictarnos cómo vivir. Es más
urgente que nunca perfilar nuestra identidad y tener confianza en nosotros mismos. No puede pensar en
gobernar su propia vida quien no se siente capaz y seguro de sí mismo. En resumen, vivir puede
convertirse en un grave problema cuando nos sentimos inadaptados o ineptos.
Lo peor de este problema es que, por lo general, el sujeto prefiere ignorarlo, intentando falsas
vías alternas. Y aquí es donde aparecen dos maneras opuestas entre sí de vivir el mismo problema. La
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inseguridad que se siente puede negar a este último, o bien, conducir a la resignación de padecerlo.
Cada una de esas opciones desembocará en estilos de vida completamente distintos.
Los tres aspectos fundamentales de la identidad son los siguientes: el vocacional, el sexual y el
ideológico. En cada uno de esos tres ámbitos, el adolescente procurará responderse ciertas preguntas:
• ¿Quién soy?
• ¿Qué papel voy a desempeñar en la sociedad?
• ¿Soy ya un hombre? ¿Soy ya una mujer?
• ¿Cuáles son mis creencias?
• ¿Qué es lo más importante en la vida?
• ¿Cuál es el propósito de mi existencia?
La identidad sexual, que permite la identificación con el mundo adulto masculino o femenino,
según corresponda, también es fuente de conflictos. El adolescente toma conciencia de estar ingresando
a una comunidad de varones y de mujeres, lo cual requiere un nuevo enfoque de las relaciones
personales.
Esta crisis quizá sea más evidente en las muchachas de hoy, cuando el machismo a ultranza
que antes imperaba va dando paso a una sociedad en busca de un mayor equilibrio entre los sexos.
Por su parte, el joven ve incrementarse la competencia laboral ante un gran número de mujeres
que, legítimamente, desean alcanzar puestos profesionales importantes.
La identidad ideológica es otro de los dilemas que el adolescente tiene que afrontar. No puede
continuar aceptando ciegamente la ideología de los padres o de otros adultos cercanos. Necesita
explorar por sí mismo, y aceptar, rechazar o modificar los valores familiares de su iglesia y de su
comunidad. Tiene que alcanzar una convicción personal respecto a sus creencias y su ideología.
El adolescente se enfrenta al mundo adulto. El respeto y la admiración que los niños sienten
por los padres, los profesores y los adultos en general se desvanecen; en su lugar se presenta una actitud
desafiante. Ante las elevadas expectativas del adolescente, las imperfecciones de quienes alguna vez
consideró infalibles resultan manifiestas.
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interpretar una conversación en voz baja como la prueba de que se les está excluyendo o de que se está
tramando algo en su contra. Esta actitud suspicaz a menudo se dirige hacia los padres, pero puede
hacerse extensiva a otros familiares y a los mismos compañeros. Cuando esta característica se convierte
en desconfianza generalizada, el riesgo de deterioro de las relaciones es grande.
Ahora bien, esa inestabilidad no se limita a las aptitudes. Algunos adolescentes consideran
tener mayor fuerza de voluntad o autocontrol que el promedio de sus compañeros, lo cual puede resultar
peligroso. Por ejemplo, cuando a un muchacho le ofrecen una droga y responde: “Yo puedo probarla
porque, desde luego, no me voy a enganchar… A otros les puede pasar, pero a mi, ¡qué va!” O cuando
una muchacha afirma ante una situación de riesgo: “¿Quedar embarazada? ¿Yo? Imposible.”.
El adolescente ofrece, en algunas ocasiones, una imagen inconsistente. Como el joven vive
tan apasionadamente, tiende a adoptar posturas extremistas. Esto provoca que los adolescentes incurran
en aparentes incoherencias. Por ejemplo, un grupo de adolescentes pacifistas se manifiesta en contra de
la violencia de manera tan radical que llega a usar la violencia contra la autoridades.
Los dos tipos más sobresalientes en este sentido son los fanfarrones, que pretenden negar su
inseguridad personal, y los tímidos, que la ocultan padeciéndola.
Los fanfarrones
Los fanfarrones pretenden soslayar su inseguridad negándola en primera instancia. Esta actitud
tiene dos vertientes: una con respecto a sí mismo, y la otra en relación con los demás.
En relación consigo mismos, los fanfarrones sufren y tienen miedo de sí mismos, de esa zona
negativa cuya existencia han optado por negar. Toda su vida se reduce a tratar de ignorar esa área
interna, tentativa en la que sólo a medias tienen éxito. Temen lo que no conocen, pero cuanto mayor es
su temor tanto más sienten inseguridad. Su personalidad es tambaleante.
Los fanfarrones son internamente débiles, pero no se lo pueden confesar a sí mismos y, como
defensa, hacia fuera aparentan todo lo contrario: aseguran no equivocarse nunca, y siempre están
prontos a atribuirle culpas y responsabilidades a los demás.
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• Como están dominados por una percepción negativa de sí mismos, inconsciente e
insoportable, los fanfarrones tienen necesidad de dominar, de colocarse por encima de
los otros, no pueden contenerse con ser uno más. Su lógica los lleva a pensar:
“Mientras más domino, más soy.”
• Viven las relaciones personales en función de un enfrentamiento exasperado, de una
envidia sutil y de una conflictividad llevada al extremo, todo lo cual manifiesta una
profunda inseguridad.
• Perciben al otro como un atentado a su propia seguridad, lo que los mantiene en una
constante actitud defensiva.
En resumen, su vida se reduce, por un lado, a una búsqueda afanosa del aplauso y, por el otro, a
una huida desesperada del fracaso.
Los tímidos
Los tímidos son aquellos que reconocen la propia inseguridad y no hacen nada por evitarla,
sólo la padecen. Ponen atención exclusivamente a los aspectos negativos de su personalidad, anulando
los positivos.
Los tímidos se sienten incapaces. Temen no poder y se cierran en sí mismos. Este sentimiento
de inseguridad-incapacidad se proyecta a todos los demás sectores de su vida, incluso al espiritual.
Se sienten oprimidos por un sentimiento de culpa permanente y son prisioneros de un complejo
de inferioridad; sin embargo, esto no significa que estén dispuesto a aguantar siempre todo:
ocasionalmente, los tímidos estallan en un desmesurado arrebato de ira.
Por lo normal, los tímidos tienden a aislarse; eventualmente se relacionan para incorporarse a
un grupo, lo cual les permite vivir sin comprometerse, delegando en los demás sus tareas y sus
responsabilidades. Proyectan en los otros sus sentimientos de culpa y de incapacidad, y justifican su
falta de compromiso adoptando el papel de víctima.
Es difícil que existan fanfarrones o tímidos en estado puro. Sin embargo, es probable que nos
reconozcamos en alguna de las características mencionadas, pues todos oscilamos entre estas dos
actitudes según las personas, las situaciones y los ambientes con los que entramos en relación.
Para mejor educar al adolescente, no está de más que los adultos tengamos presentes los
siguientes puntos:
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1. El joven procurará ser él mismo. Defenderá sus derechos, cumplirá sus obligaciones, respetará
a los demás. No permitirá que lo manipulen. No renunciará a la propia identidad para
satisfacer deseos ajenos ni para someterse al conformismo. Nadie debe ser la copia de nadie.
Los demás sólo son puntos de referencia.
2. Aprenderá a decir no sin sentirse culpable. Es preferible decir no directamente que engañar a
los demás con falsas promesas. Aceptar y luego encontrarse con la imposibilidad de cumplir el
compromiso es una situación sumamente angustiante. Al adolescente se le ofrecerán mil
propuestas a las que será preciso decir no.
3. Intentará controlar el estrés, la ansiedad y el temor, que no podrá evitar porque forman parte de
la vida y pueden contribuir a templar el carácter si se aprende de ellos. Hay que moderar el
ritmo acelerado de la vida, ritmo que a menudo se nos escapa de las manos. No puede hacerse
todo al mismo tiempo ni estar en todas partes de manera simultánea.
4. Enriquecerá sus capacidades a partir de la introspección y el autoconocimiento. Si el joven
observa sus reacciones, estudia sus gustos y atiende a sus pensamientos irá integrando sus
valores, los cuales no podrán ser menos que personales, reflexionados y capaces de otorgarle
sentido a su existencia.
5. Afrontará la crítica de manera constructiva, pues ello le permitirá mejorar su existencia y vivir
en paz. Nadie es dueño de la verdad absoluta. Criticar es un arte complejo, ya que supone un
análisis concienzudo, criterios sólidos, convicciones maduras y reflexiones serenas. Criticar por
criticar resulta una frivolidad más o menos malintencionada.
6. Aprenderá a dar y a recibir con humildad. Aunque en algunas ocasiones nos cuesta dar o
darnos, frecuentemente nos resulta bastante más difícil saber aceptar una dádiva, cualquiera que
sea ésta. Conviene aprender a recibir en la misma medida en que solemos dar. Al aceptar
apoyo estamos valorando a la persona que nos lo brinda.
7. No permitirá que lo sigan tratando como a un niño pequeño, incapaz de manejar su vida.
Evitará ser manipulado, porque toda forma de manipulación impide el adecuado desarrollo de la
personalidad. Para ello es preciso consolidar los propios criterios. El poder de decidir, de optar
entre diversas posibilidades, es la prueba de que su vida le pertenece al joven.
8. Procurará cultivar la amistad. Somos seres sociales y necesitamos a los demás para poder
desarrollarnos plenamente. Tener amigos supone vivir en los dominios de la solidaridad y del
aprecio mutuo. Los enemigos de la amistad son el egoísmo y la intransigencia. Cuando se
procura vivir únicamente para uno mismo y no se está dispuesto a compartir lo que se tiene y lo
que se es, muy pronto se encontrará uno solo, aislado, sin amigos.
Tener personalidad supone ser uno mismo y defender los propios derechos, pero también
requiere mantenerse al tanto de lo que sucede y reconocer los derechos de los demás. Nadie puede ser
feliz creyendo que el mundo le pertenece en exclusiva.
Depende de cada uno construir una personalidad madura o conformarse con un carácter de
derrotado. Ricardo León solía afirmar que en el interior de todo hombre suelen coexistir un caballero y
un pícaro. A veces el hombre de bien se impone al pícaro, pero, por lo regular, el pícaro aniquila al
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hombre de bien. Ser una persona integral, equilibrada y feliz es una aventura apasionante que está al
alcance de todos aquellos que en verdad se proponen ser mejores.
Por lo general ignoramos el contenido del pensamiento de nuestros hijos y, por lo tanto, no
podemos explicarnos el porqué de su conducta. También es verdad que los hijos desconocen el sentir
íntimo de sus padres. Los adolescentes tienen su identidad; no son un proyecto de adulto ni angelitos
inermes. Lo importante no es qué será de este niño mañana, sino qué es hoy. ¿Cómo se está
socializando, es decir, cómo se está desarrollando su personalidad en relación con el medio social?
Como adultos, tenemos el deber de facilitar el “vivir con”, de propiciar la culturización, el control de los
impulsos, la experiencia del sí mismo, la afectividad y la motivación. Sabemos que la infancia busca su
camino, desea romper el cordón umbilical y transitar hacia una adolescencia libre y autónoma. Y así ha
de ser.
En nuestra sociedad globalizada existen ciertos ritos iniciáticos utilizados por el adolescente
para mostrarse a sí mismo y demostrarle al grupo que “ya es”. Algunos empiezan a beber, otros
experimentan con las drogas, los más se atreven a transgredir normas que hasta ese momento eran
intocables; algunos jóvenes incluso se fugan del hogar. Los educadores debemos mantenernos alerta y
procurar que la iniciación implique los menores riesgos posibles, adecuándola a la edad real de los
chicos. Un paseo, un campamento o un viaje, si así es posible, son maneras sanas de canalizar sus
impulsos y su creciente necesidad de independencia.
Pero para poder acercarse a los adolescentes hay que haberse ganado su confianza, haber estado
a su lado desde que eran muy pequeños, haber sabido escucharlos. Los padres deben dedicar tiempo a
sus hijos, un tiempo cotidiano y de calidad. Es posible conocer a los hijos, es posible caminar y
disfrutar juntos, ser amigos. Esto no significa que los padres dejen de señalar los límites: los hijos los
precisan. Cuentan que una niña llamaba por la noche a su padre: “Papá, ven.” El padre fue y le preguntó
“¿Qué quieres hija?”, y ella no contestó. Así sucedió durante muchas noches, hasta que en una ocasión
ante la consabida pregunta del padre, la niña exclamó: “Quiero que me digas no”.
Darle a los niños juguetes, dinero y paseos sin medida es un error; haremos de ellos unos seres
egoístas y caprichosos. Si además no les damos nuestro tiempo y nuestra dedicación, tendrán la
sensación de que sólo queremos quitárnoslos de encima y nos considerarán no más que cajeros
automáticos. Hay padres que se dan cuenta de que tienen hijos sólo durante las vacaciones (algunos, ni
eso).
Tener hijos no es lo mismo que ser padres. La familia educa por ósmosis; los hijos aprenden de
los modelos vivos, del ejemplo, no de la crítica destructiva y casuística. En el hogar han de trasmitirse
los valores éticos, ha de educarse en función de los ideales, de la no violencia, de la aceptación de lo
distinto, de la reflexión, de la utilización del óptimo mediador que es el lenguaje. Hay que retomar la
charla, el sentimiento de proximidad, el interés por el otro. Sin embargo, la educación no se reduce al
ámbito familiar; la escuela, las revistas, la música, la TV y el grupo de compañeros son otros tantos
vehículos de educación. Los amigos pueden convertirse en fuente de socialización o de aislamiento. Es
importante conocer a los amigos de nuestros hijos y procurar, sin intervenir, que las amistades sean
sanas y duraderas. Tal vez es aconsejable que los hijos participen en círculos de conocimiento de la
naturaleza, o en viajes en grupo (que enseñan a evitar la endogamia, a valorar la riqueza de lo distinto),
o en grupo de teatro, de música, de pintura, etc. Ahí los amigos surgen con motivo de las actividades y
de las afinidades. Además, pueden colaborar en alguna ONG (Organizaciones no gubernamentales),
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donde ya se ha integrado una generación de jóvenes solidarios. Pero, independientemente de cualquier
actividad en grupo, hay otros grandes amigos que, como padres, tenemos el deber de presentarles: los
libros.
Hay que educar la capacidad crítica para que los jóvenes puedan defenderse de esos modelos
psicopáticos que abundan en la pantalla o en la TV, donde el duro, el vengador y el inmisericorde son
los que triunfan. Paralelamente, debemos esforzarnos para comprenderlos, respetar sus modas y
entender el mensaje implícito en los logotipos de sus camisetas. Debemos conocer sus intereses y
percibir sus emociones. Lo más básico de la educación no se le puede delegar a la escuela. Si urge
cierto problema con algún profesor es conveniente que los padres hablen con este último con el fin de
apoyarse mutuamente, en beneficio del adolescente. Lo que no conviene es erigirse en abogados de los
hijos, pues entonces haremos de ellos unos perfectos tiranos.
Hay jóvenes que no viven en casa, que la utilizan como un hotel: se marchan los viernes y
regresan los lunes por la mañana. Hay quien ejerce la violencia intrafamiliar. ¿Qué es lo que ha fallado
en la educación? El laissez-faire es un grave error; las normas y las sanciones son necesarias,
educativas; pero recuerde que la sanción puede ser positiva (para lograr hacer más y mejor) y nada tiene
que ver con el castigo físico.
Es tarea de todos los ciudadanos educar a los jóvenes en el respeto y el autodominio. Valorar
el silencio, conocerse a sí mismo, ponerse en el lugar del otro, emplear la razón y aprender a ser libres
son cuestiones que no pueden aprenderse sólo en la escuela, sino también en la cotidiana convivencia.
Asimismo, es preciso valorar lo realmente importante: la persona, los animales, el agua, los
árboles, el aire. Disfrutar del patrimonio cultural de nuestros pueblos y ciudades, sentirse partícipes de
un aprendizaje y utilizar el sentido del humor son lecciones que se viven en familia, entre amigos, e
incluso con desconocidos. Es urgente que nuestros jóvenes no vivan tan aprisa. Para ello tenemos que
reeducarnos nosotros los adultos.
Dice la canción vasca Txuria Txozi: Si yo le cortara las alas sería mío, no se escaparía…, pero
ya no sería nunca más un pájaro, y yo quiero al pájaro” (Javier Urra, “La educación en la encrucijada”,
Zaguán, núm. 8, abril-junio de 1998, p.5).
LA CONDUCTA ANTISOCIAL
Los graffiti que tanto auge han cobrado en algunas ciudades son, aparte de otras
consideraciones, el reflejo de la necesidad que tienen los jóvenes de expresarse; constituyen una
manifestación de rebeldía o una protesta contracultural ante un sistema incapaz de proporcionarles los
espacios adecuados. Es recomendable que las generaciones adultas estemos al corriente de todos estos
movimientos para poder tender más y mejores puentes entre nosotros y los adolescentes de hoy, tal
como son, no como éramos nosotros.
Definitivamente, en algunas ocasiones el grupo es decisivo, pues lo mismo puede ser foco de
problemas. Podemos encontrarnos casos sorprendentes de muchachos que, habiendo sido ejemplares
durante la niñez, acabaron en la delincuencia debido a la influencia del grupo.
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El natural afán por afirmar su personalidad, unido al resquebrajamiento de los valores
tradicionales y a la difícil situación socioeconómica, genera entre los jóvenes de hoy fenómenos como el
de las “tribus urbanas” que, en algunas ocasiones, adoptan acentuadas actitudes antisociales (C.
Izquierdo, Sociedad violenta, San Pablo, Madrid, 1999). En esos grupos coinciden las edades (púberes
y adolescentes que experimentan la necesidad de solidarizarse con sus semejantes) y la fuerza
psicológica de la cohesión. En algunas ocasiones las tribus urbanas llegan a extremos de violencia
contra las propiedades e incluso contra las personas. Este problema se agrava al resultar imposible
controlar a estas pandillas con los medios policiales y legales disponibles, ya que la mayoría de esos
delincuentes son menores de edad.
“Aquí estoy yo” Si, por naturaleza, el adolescente tiende a mostrarse desafiante, la influencia
de las modas y de los paradigmas sociales le inspiran estilos de vida que a menudo chocan con los de
sus mayores y levantan una barrera generacional. La prevención desde la infancia es, sin duda, la mejor
arma contra cualquier situación límite. Los padres y las madres de los niños y los adolescentes son los
naturalmente indicados para efectuar esa tarea preventiva con más éxito que ninguna otra fuerza social.
En términos generales, hay una serie de factores que van asociados con la conducta antisocial en los
jóvenes. Veámoslos:
Por lo general, los delincuentes provienen de hogares disfuncionales. Existen los padres
alcohólicos, los padres con conductas delictivas, o los padres que son demasiado severos, demasiado
laxos o en exceso incoherentes. También los hogares rotos o en los que hay problemas en las relaciones
conyugales propician la delincuencia juvenil. Cualquier problemática en casa tiende a favorecer la
conducta antisocial en el adolescente (C. Izquierdo, La delincuencia juvenil en la sociedad de consumo
Mensajero, Bilbao, 1987).
Lo que sucede en el hogar se refleja en la escuela. Ciertos factores escolares negativos (bajo
rendimiento académico, ausentismo, dificultades en la relación con los profesores y los compañeros,
etc.), se presentan con mayor frecuencia en los adolescentes conflictivos que en el resto de la población.
En términos generales, en los centros escolares de mejor calidad suelen darse los índices más bajos de
conducta antisocial. En concreto, el buen estado de las instalaciones, la limpieza, el orden, la
disponibilidad de los profesores y la valoración de la buena conducta han sido identificados como una
salvaguardia contra la conducta delictiva.
Por último, existen importantes diferencias respecto al sexo: los varones inciden hasta tres
veces más que las muchachas en las conductas antisociales. Además, ellos muestran los primero
síntomas de esa conducta mucho más prematuramente que las muchachas. Diversos estudios han puesto
de manifiesto que una buena orientación en las técnicas de interrelación social puede aportar cambios
significativos tanto en la prevención como en el tratamiento de la conducta antisocial en el adolescente.
Debido a que esta conducta generalmente se “aprende” en el grupo, es importante centrar la atención en
las relaciones.
El adolescente necesita aprender a:
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• Participar en actividades grupales que le produzcan satisfacción.
• Resolver los problemas de relación de manera constructiva.
Si se observan esos principios, el grupo será para el adolescente una fuente de influencia
positiva. En primer lugar, porque con su actitud inicial evitará incorporarse a un grupo negativo; en
segundo lugar, porque una vez integrado al grupo sabrá relacionarse de forma que no sólo sea
enriquecedora para él, sino también para los demás integrantes (J. Melgoza, Para adolescentes y padres,
Safeliz, Madrid, 1997, p.88).
1. Amarás a tu hijo con todo tu corazón, con toda tu alma, de verdad; pero también lo amarás
sabiamente, con toda la capacidad de tu inteligencia.
2. Verás en tu hijo a un a persona, no algo que te pertenece.
3. No habrás de exigirle amor y respeto; habrás de ganártelos.
4. La agresividad es mala consejera y tiene consecuencias funestas. Cada vez que estés a punto
de estallar, trata de recordar tu adolescencia.
5. Recuerda también que tu ejemplo será más elocuente que mil palabras.
6. Recuerda que tu hijo te mira como a un ser superior; no lo desilusiones.
7. Te habrás de convertir en una señal preventiva, pero no podrás impedir que tu hijo tomo
nuevos rumbos.
8. Enséñale a admirar las cosas bellas de la vida, todo lo bueno: la voz del niño, el humo de la
fábrica, el trabajo del abuelo; enséñale a buscar lo agradable, a estar abierto a la amistad, a la
verdad, a la honradez.
9. Debes estar siempre dispuesto a escuchar los problemas de los hijos; no son “problemitas”,
son “problemones”.
10. Harás de tu casa un verdadero hogar, un ámbito de armonía para ti, para tu esposa, para tus
amigos, para tus hijos y para los amigos de tus hijos.
¿Quién soy?
Descríbete en los aspectos que a continuación se enumeran:
Físicamente soy
__________________________________________________________________________
Mentalmente soy
__________________________________________________________________________
106
Emocionalmente soy
__________________________________________________________________________
Me desempeño mejor en
__________________________________________________________________________
Me desempeño peor en
__________________________________________________________________________
Mi meta en la vida es
__________________________________________________________________________
¿Qué siento?
Explora el temple de tus emociones completando las frases que siguen:
Me da miedo cuando
__________________________________________________________________________
107
No siento confianza cuando
__________________________________________________________________________
11
RELACIONES FAMILIA-ADOLESCENTE
RELACIÓN FAMILIA-ADOLESCENTE
Alguien dijo en cierta ocasión que vivir con un adolescente es compartir el hogar con una
persona que sufre una ligera locura pasajera. La afirmación no es del todo inexacta. Los adolescentes
experimentan una falta de control emocional de la que en gran medida no son responsables. Ello
sobreviene de pronto y a veces les asusta. En ocasiones se repliegan en sí mismos sin ningún motivo
aparente; a veces les gusta discutir por discutir, buscando y exagerando sus errores de lógica y los de los
demás. En resumen, su comportamiento es impredecible.
Y como no es realista esperar que existan padres y educadores infalibles, ante todo procuremos
ser discretos para no agravar las tensiones. Es preciso adoptar una actitud serena y un ánimo abierto que
nos permitan rectificar cuando así sea necesario, evitando intransigencias estériles que sólo agravan los
conflictos y aumentan la ansiedad en el seno familiar.
En las charlas que les dirijo a los padres de adolescentes suelo encontrarme con núcleos
familiares atrapados en un callejón sin salida, que todos los días protagonizan escaramuzas frustrantes
en las que no hay vencedores, sólo vencidos. Por ejemplo, el drama de la familia en la que todos los
días la madre se queja del desorden que existe en el cuarto de la hija adolescente. La madre regaña,
ordena, exige, amenaza e incluso insulta. Y todos los días la hija vuelve a dejar su cuarto hecho un
desastre. Durante semanas y meses sucede a diario lo mismo, con idénticos resultados. ¿No es
108
asombrosa la incapacidad del adulto para buscar nuevas opciones de solución a los motivos del
conflicto?
Hay padres sumamente reaccionarios que sólo saben gritar: “Así me educaron mis padres, y así
los voy a educar yo.” Estas palabras, y la decisión de que son portadoras, resultan un poco primitivas.
El mundo cambia, evoluciona; las costumbres se van transformando irrevocablemente.
Tenemos que educarnos como padres. Una de las cuestiones que tenemos que aprender es la
del alcance de nuestra autoridad y de su uso adecuado. Dicho de otra manera, no esperemos demasiado
de nuestra autoridad, pretendiendo que es infalible en todos los terrenos de la vida, sobre todo de la vida
moderna. Es frecuente que nuestros hijos, desde muy jóvenes, sepan más que nosotros, e incluso que
tengan más experiencia en asuntos que desconocemos, sencillamente porque cuando teníamos su edad
esas circunstancias no existían. Esto no significa que debamos inhibirnos ante sus planteamientos ni
que tengamos que darles la razón en todo.
Es indudable que a los adultos nos cuesta cambiar de manera de pensar, y por ello hablamos de
autoeducarnos y de entrenarnos seriamente para desempeñar nuestro papel de padres. Desechar
nuestros prejuicios, mantener nuestra flexibilidad y apertura mental sólo será posible si nos enteramos
de las nuevas formas y estilos de vida. Es necesario mantenerse alerta para comprender el presente
todos los días. Sólo mediante el conocimiento actualizado podremos formarnos criterios acertados y
maduros, y podremos cumplir nuestra función educativa con nuestros hijos, que así estarán más
dispuestos a tomar en cuenta nuestra autoridad. La inevitable brecha generacional, que afecta a la
sociedad en su conjunto y se manifiesta de manera más evidente en el seno familiar, empieza a hacer
sentir sus efectos cuando los hijos alcanzan, más o menos, los trece años de edad.
Para que todo siga funcionando bien en casa, para que los hijos puedan continuar formándose a
nuestro lado, hay que tratar de tender un puente de comprensión que salve esa brecha. La tarea le
compete en mayor medida a los adultos, ya que no se le puede exigir a quien apenas está intentando
encontrarse a sí mismo.
109
No se trata de ceder, sino de tender siempre una mano; de procurar estar presentes cuando se
nos necesita; de escuchar, de dialogar. También se trata de ser firmes cuando se requiere, pero siempre
con cariño. Se trata de asegurar una presencia, más que física, espiritual. No hay nada más triste y
perjudicial que los padres ausentes, desconocedores de los problemas de sus hijos.
Como padres, debemos reconocer nuestros errores de apreciación y también debemos ser
capaces de pedir una disculpa.
Por otro lado, la natural tendencia del adolescente a descubrir la propia interioridad se enfrenta
hoy día con el progresivo movimiento de desinteriorización que caracteriza al sistema, circunstancia que
provoca en el adolescente una sensación de superficialidad que lo abruma y lo excita a la vez, llevándole
a situaciones externas en las que incluso llega a exponer su vida (Heinrich Muchow).
Durante la infancia, el niño idealiza a los padres. Al llegar a la adolescencia los ídolos son
destrozados. Los hijos empiezan a notar defectos y limitaciones. Simultáneamente, anhelan ser
independientes. Se ha abierto una brecha entre criterios, valores, actitudes y formas de vida.
A continuación incluimos dos casos para diagnósticos de la forma en que se va modificando la
opinión que los hijos se forman de sus padres. Exponemos en primer lugar el caso de la hija respecto de
su madre:
Después de leer lo anterior no podemos menos que preguntarnos: ¿Cuáles son las diferencias
más significativas entre los padres y los adolescentes? Conviene conocerlas, pues ellas nos permitirán
actuar de manera constructiva. Veamos:
110
• Los padres son más autoritarios, serenos, seguros de sí mismos y anticuados. Los
adolescentes, en cambio, manifiestan ser más liberales, nerviosos e inseguros, y están
más dispuestos a emprender nuevas aventuras.
• El adolescente se rebela contra la autoridad, se niega a ser controlado. Cualquier orden,
observación o negativa es percibida como un bloqueo a su espontaneidad, como una
limitación a sus posibilidades.
• El adolescente es sumamente crítico respecto de sus padres y sus profesores, así como
de los sacerdotes, tendiendo a resaltar más los defectos que las cualidades de todos
ellos.
• Percibe el hogar como un hotel para dormir, un restaurante para comer y un banco para
obtener dinero; para algunos adolescentes, la familia se convierte en una “cárcel
azucarada” de la que ansían escapar.
• Rechaza las normas escolares, familiares y sociales. Le molestan los horarios, sobre
todo la hora señalada para volver a casa. Rechaza colaborar en el hogar y se siente
incómodo ante las exigencias de la cortesía.
• Expresa la necesidad constante de integrarse a un grupo de jóvenes para imitarlos.
Quiere una moto, quiere irse solo de excursión, quiere vestir a la moda y escuchar la
música del momento, etcétera.
• Suele aburrirse cuando cumple con un compromiso social o cuando viaja con sus padres
y sus hermanos, con quienes constantemente rivaliza.
• Se queja sistemáticamente de casi todo: del escaso dinero que se le asigna, de la ropa
que tiene que usar, de lo que se le manda hacer en casa, de las obligaciones escolares,
etcétera.
¿Qué tenemos que hacer los padres y los educadores para acercarnos a los jóvenes, para
ayudarlos si lo requieren, para facilitarles un desarrollo equilibrado?
• Intentar conocer a los hijos. Debemos vivir más cerca de ellos, sin que ello signifique
inmiscuirse en su vida. Procuremos ser objetivos al valorar lo que pueden dar de sí
mismos. Es preciso comprender las luchas internas propias de su edad, adivinar el
mensaje implícito en sus contradicciones y estar siempre dispuestos a responder a sus
demandas legítimas.
• Démosles estímulo en todo momento, siempre a partir de sus propias motivaciones. No
debemos imponerles nuestros gustos, y tampoco exagerar nuestras expectativas sobre su
desarrollo intelectual o social.
• Hay que animarlos a estudiar. Un buen estudiante es un adolescente con un alto nivel
de autoestima. Valorar los esfuerzos, destacar oportunamente los progresos y reconocer
los pequeños éxitos son factores que tienden a fomentarla.
• Alentar su responsabilidad. El adolescente tiene su lugar en la familia. Los padres
debemos fomentar las relaciones afectivas, permitiendo que el hijo madure por sí
mismo, dejándolo soñar y hacerse responsable tanto de sus éxitos como de sus fracasos.
Para crecer tenemos que aprender a equivocarnos.
• Evitar herir la autoestima del adolescente con críticas severas y castigos
desproporcionados. No es conveniente reprochar una y otra vez los malos resultados.
También debemos evitar hacer las cosas por él, pues esto hará de él un inútil. Favorecer
111
su creatividad y respetar su espontaneidad, aunque a menudo se equivoque, son
actitudes que benefician la libertad de nuestros hijos.
• Conviene crear en casa una atmósfera cordial, acogedora y tranquila. Una buena
comunicación ayuda a ver el lado positivo de las personas y de los acontecimientos. Es
preciso comprender y respetar la informalidad que el adolescente implanta en su
habitación, en su atuendo, etcétera.
Los padres conservarán la serenidad aún en medio de las frecuentes explosiones del
adolescente. No olvidemos que nuestro hijo está pasando por una etapa conflictiva: no está satisfecho
consigo mismo; busca afanosamente su sitio en el mundo, lucha por conquistar el territorio lejano de su
madurez personal. Más que reproches y castigos, lo que los jóvenes requieren son comprensión y
paciencia.
Hace poco, un adolescente me escribió estas palabras: “Hasta que la mano amiga de mi madre
se posó sobre mi espalda, no había logrado romper el silencio de mi vida ni intentado buscar soluciones
a mis problemas. Ahora, todo ha cambiado. He comprendido que mis padres pueden ser mis mejores
amigos. Sólo ellos pueden asomarse a mi interior sin quebrar mi interioridad. Pero, por otra parte, me
doy cuenta que cultivar una amistad profunda con ellos es tan difícil como sublime. Necesito a mis
padres para superar mi infancia y llegar hasta la madurez.”
Hay que tener en cuenta el comentario de Pedro Orive: El adolescente es un ser inmaduro que
vive una paradoja sumamente original: cuando más necesita ayuda del exterior, más se revuelve contra
ella, por temor a recaer en la tutoría de la infancia. Todos, padres, educadores y adolescentes,
debemos observar el siguiente decálogo del desarrollo humano, que vendrá a enriquecer nuestra vida.
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3. Es preciso ubicarse en el mundo del adolescente actual; conocer sus tendencias, sus
preocupaciones y sus necesidades en el marco de una sociedad en transformación
vertiginosa, cuyo ritmo resulta extremadamente difícil seguir.
4. Es preciso saber ser amigos y padres al mismo tiempo. La cátedra de la autoridad sin
fisuras ha perdido su eficacia. Podemos equivocarnos. Si aceptamos nuestros errores
podremos acercarnos constructivamente al universo adolescente.
5. Es fundamental respetar la vida privada de los jóvenes. Bajo ningún concepto debemos
violar su intimidad con preguntas inoportunas o impertinentes. Lo que interesa es saber
escucharlos con empatía cuando quieran confiarnos sus secretos.
6. Siempre que he escuchado a los jóvenes he aprendido de ellos sabrosas lecciones. También
ellos saben sentir y expresar hermosas verdades. Conviene dejarlos opinar, respetando sus
razones.
7. Del diálogo surge la verdad. Es conveniente dirigirse a los jóvenes de manera directa y sin
prejuicios.
8. No debemos condicionar jamás nuestro amor al comportamiento del adolescente.
9. Procuremos evitar la ironía y la desconfianza en nuestra relación con los adolescentes. Sólo
el respeto y la claridad mantendrán los caminos de la cordialidad. Es importante que todo
pueda analizarse sin tener que formular juicios de valor que no conducen a ninguna parte.
10. Hay que aceptar a los jóvenes tal como son, con sus defectos y sus cualidades. No
pretendamos que nuestros hijos estén hechos a nuestra imagen y semejanza.
Aunque los términos pubertad y adolescencia suelen usarse como sinónimos, aquí los
utilizaremos en sus dos sentidos diferentes: por pubertad entendemos el cambio biológico que se da en
forma necesaria y natural, y llamamos adolescencia al cambio psicológico que experimenta el joven y
que puede presentar infinitas características, dependiendo de las condiciones sociales, culturales y
espirituales. Así pues, no podemos hablar de la psicología de la adolescencia, sino de una psicología
del adolescente.
Conviene entender la adolescencia como una etapa en la que el desarrollo integral sufre cierto
desfasamiento, colocándose el crecimiento físico a la delantera y quedando el crecimiento intelectual un
tanto rezagado. En un momento determinado, el adolescente ha alcanzado la estatura, la fuerza física y
el equilibrio corporal que corresponden al adulto joven; pero en todos los demás aspectos de su
desarrollo no ha accedido aún a la edad adulta: todavía no es autosuficiente en lo económico, en lo
psicológico, en lo afectivo, en lo social y en lo intelectual.
La adolescencia ocupa el lapso que transcurre desde el momento en que el niño deja de serlo
biológicamente, hasta el momento en que, en el ámbito psicológico, ha logrado definir una personalidad
propia y adulta. Normalmente, ese lapso se sitúa en la segunda década de la vida del ser humano, pero
todos conocemos a alguien que en su tercera o cuarta década aún no ha logrado ser autosuficiente
113
porque no ha podido definir esa personalidad adulta e individual. En otras palabras, ese sujeto no
maduró a tiempo y continuará siendo adolescente durante toda su vida.
Si llega a ser preciso intervenir en sus divagaciones y volubilidades, que no sea arrojándoles un
jarro de agua fría. El adolescente transita por un estado de aguda inestabilidad emocional. Oponerse y
rebelarse constituyen par él una necesidad psicológica que lo impulsa a romper con su vida anterior para
poder buscar nuevos caminos. Los adultos no somos más que una parte del cascarón que los jóvenes
han de romper antes de acceder al nuevo mundo.
Los adolescentes sueñan con realizar grandes hazañas y ensayan el arte de agradar, sumidos ya
en el ensueño de amar y ser amados. Se entregan a la idealización y, como consecuencia, a la imitación
de personajes destacados: deportistas, profesores, músicos e ídolos de la pantalla se vuelven sujetos de
interés para el joven que empieza a buscar su identidad.
Ahora bien, aún cuando la mayoría de las características mencionadas son comunes a los chicos
y a las chicas, existen también entre éstos notables diferencias. En el género femenino, el proceso se
inicia un año o dos antes que en los varones. Estos últimos son más activos, más drásticos, absorbentes
e impetuosos; las chicas, en cambio, son más imaginativas y románticas, y se entregan en mayor medida
al sentimentalismo y a la fantasía.
En ambos casos, sin embargo, las contradicciones estarán a la orden del día: por un lado,
grandes ideales; por el otro, falta de voluntad a la hora de cumplir con los deberes. Los héroes y las
heroínas se exaltan y se desaniman alternativamente todos los días. Pero para eso estamos los padres y
los educadores: para tenderles la mano con firmeza y con absoluta comprensión.
114
Un momento clave de la adolescencia es el del primer amor. Antes, el chico consideraba a las
niñas como unos seres que le fastidiaban y con quienes no se podía contar; las tenía por chismosas,
miedosas, etc. Para la chica, los niños eran unos desconsiderados, unos brutos que destruían sus
muñecas y que perturbaban sus juegos.
Pero de pronto todo cambia. Ellos empiezan a lavarse el cuello y las orejas, y se esmeran para
lucir vestidos y peinados según la moda. Ellas miran de otra manera y con un interés especial a los
chicos: ensayan el arte de agradar, les gusta que algún compañero las acompañe hasta el portal de su
casa y, en el trayecto, se encargan de llevar la conversación en el caso de que él sea tímido.
Y el día menos pensado aparece el “primer amor”. Ese primer amor que casi nunca es el
verdadero ni el definitivo, pero que ha arrebatado al muchachito o a la jovencita de manera irrevocable.
En calidad de padres, ¿qué hay que hacer? Lo mismo de siempre, sólo que ahora de manera
más penetrante: brindar comprensión y actuar con tacto. Aunque es verdad que el adolescente ha
despertado a la sexualidad, no es menos cierto que el primer amor suele seguir el derrotero más idealista
y romántico. Por tanto, no amerita ninguna represión, sino sólo una discreta vigilancia.
Por ningún motivo y en ninguna circunstancia nos burlaremos de los jóvenes enamorados
trivializando su condición. Tampoco debemos gravar su conciencia con sentimientos de culpa que
luego pueden transformarse en traumas. Hay que respetarlos auque consideremos que lo que les está
aconteciendo no es el amor, sino algo provisional y pasajero. Para los jóvenes se trata de algo sublime
que puede ser el origen de muchas actitudes y conductas permanentes.
En resumen, lo que no debemos hacer cuando los adolescentes se enamoran por primera vez es
lo siguiente:
• Burlarnos de ellos mediante ironías, chacotas, desprecios, bromas de mal gusto,
etcétera.
• Exigirles capacidad de reflexión y experiencia de la vida.
• Prohibirles el trato con jóvenes del sexo opuesto.
• Permitirles indiscriminadamente el trato con jóvenes del sexo opuesto.
• Hacerles demasiadas preguntas sobre sus amistades.
• Montar una vigilancia policíaca sobre sus idas y venidas, interceptarles el correo, abrir
sus cartas y leerlas, revisarles sus cajones y sus cosas privadas; asomarse a sus diarios y
enterarse de sus apuntes.
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• Nuestros jóvenes se están convirtiendo en hombres y en mujeres; estamos a su lado, no
frente a ellos. Acompañémoslos en sus sucesivos altibajos adoptando una actitud
serena, amorosa y comprensiva.
• Debemos apoyarlos en sus estudios, en sus trabajos y obligaciones, pero sin eximirlos
de su responsabilidad.
• Un interrogatorio constante no conduce a nada; pero cuando el adolescente desee
confiarnos lo que le sucede, por muy grande tontería que ello parezca, es esencial
tomarlo en serio, escucharlo y comunicarle lo que pensamos. (A. Vallejo-Nágera, La
edad del pavo, Temas de hoy, Madrid, 1997).
Incluimos a continuación los lineamientos que, a nuestro juicio, resultan de mayor utilidad para
encaminar la educación de los jóvenes por parte de los padres.
Los que tenemos varios hijos podemos observar que cada uno es distinto de los demás a pesar
de venir del mismo tronco y compartir el mismo hogar. Ni siquiera los mellizos son iguales, afirman los
psicólogos.
• Nadie puede renegar de los hijos; debemos aceptarlos como son, no podemos modificar
la esencia de su personalidad.
• Nunca debemos ridiculizar a un hijo para enaltecer a otro.
• Hay que buscar lo bueno de cada uno en lugar de insistir en los fracasos de los menos
dotados. Los que aprenden con menor facilidad requieren mayor comprensión y
motivación. Debemos querer a todos los hijos por igual, tomando de cada uno según
sus capacidades y dando a cada uno según sus necesidades.
• Debemos conocerlos para encauzar su manera de ser por senderos positivos: sólo
entonces podremos tratar de limar aristas.
• De un niño inquieto y travieso no vamos a conseguir hacer un sujeto pacífico y
tranquilo, auque recurramos al autoritarismo. ¿De qué valdría que se convirtiera en un
ser anodino para su padres? ¿No sería mejor encaminarle a una integración grupal para
que canalizara su energía desbordante?
El niño bueno, modelo, que no causa problemas, a veces manifiesta falta de energía,
pobreza de iniciativa e incapacidad de autoafirmación. Tengamos siempre presente que
cierto grado de rebeldía es signo de un desarrollo psicológico saludable.
La familia en sí constituye un ámbito educativo. Los padres educan más con el ejemplo que
mediante sus órdenes y mandatos. Del ambiente que ellos creen depende la mentalidad de quienes se
desarrollan en él. Por diferentes que sean entre sí, los hijos reciben una misma impronta, que por lo
general es tanto más profunda cuanto menos se ha impuesto.
116
Entre mis alumnos hay un chico muy desordenado. En una ocasión hablé con sus padres, y
éstos me contestaron: “Mire, a nosotros nos gusta que cuando los hijos llegan a casa se la pasen bien, y
no nos parece que debamos atosigarlos con cuestiones de orden.” Entonces comprendí al muchacho y
traté de explicarle que pasarlo bien no está peleado con el orden.
En otra ocasión, un matrimonio me pidió que le dijera a su hijo que asistiera a la misa los
domingos. Hablé con el chico y me respondió: “Es que no entiendo a qué voy, porque no veo nunca a
mis padres en la iglesia. Me mandan a mí, pero ellos no van…”
La educación no entra a voces en el alma. Hay que dar ejemplo, pero sin ponernos de ejemplo.
El niño valora que sus padres dejen de leer el periódico para atenderlo cuando llega del colegio.
Cuando jugamos y platicamos con él, cuando rezamos juntos, cuando nos ve sonreír, estamos
proponiendo un ejemplo.
El niño necesita encontrar en la familia tres elementos clave para su educación:
1. Un yo qué imitar.
2. Un modelo qué admirar.
3. Una autoridad que sepa cómo poner límites, orientándolo.
El prestigio de un progenitor debe estar avalado por su conducta. Cuando se suscitan riñas y
discusiones entre los padres, éstos pierden prestigio y, en consecuencia, autoridad.
Esto afecta gravemente a los hijos, que se sienten entonces más inseguros. El prestigio se gana,
no debe imponerse. En cambio, se puede perder por alguno de los siguientes motivos:
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alienta: sólo sabe aplastar. Los psicólogos afirman: “Una vida familiar feliz indudablemente constituye
el camino más seguro para conseguir la felicidad.” Y también: “La formación de un niño en un hogar
feliz es el mejor remedio contra la infelicidad y los complejos.” Si hubiera padres más felices habría
menos hijos desgraciados.
1. Hay que darle desde pequeña cuanto desee; así crecerá convencida de que el mundo entero
le debe todo.
2. Hay que festejarle las tonterías; así creerá que es muy graciosa.
3. Hay que negarle cualquier formación espiritual: “Ya la escogerá cuando sea mayor.”
4. Nunca hay que decirle “Esto está mal”. El niño podría adquirir “complejos de culpa” que,
más tarde, cuando, por ejemplo, sea detenido por robar un coche, pueden resultar en
paranoia.
5. Es preciso levantar todo lo que va tirando por el suelo; así se reforzará su idea de que todos
estamos a su servicio.
6. Debemos permitirle el acceso a cualquier información: desinfectar la vajilla en que come,
pero dejando que su espíritu se recree en la torpeza.
7. Hay que discutir siempre delante de él; así se irá acostumbrando, y cuando la familia se
disuelva no se dará cuenta.
8. Démosle todo el dinero que pida; no sea que sospeche que para obtenerlo es necesario
trabajar.
9. Hay que satisfacer todos sus deseos: comer, divertirse, salir de noche, etc.; de otro modo se
sentirá frustrado.
10. Es imprescindible darle siempre la razón. Son los profesores, los agentes de la ley o el
resto del mundo los que están equivocados.
Y cuando los hijos ya sean un desastre, defendámonos diciendo que les dimos todo e hicimos
todo por ellos.
Cuando nos dispongamos a corregir a nuestro hijo debemos hacerlo con delicadeza, cordialidad
y mesura. Estamos hablando con un amigo, no con un enemigo. Hay que plantear el problema sin
precipitaciones, con prudencia y sinceridad, y en el momento oportuno. Sólo así podremos sentar las
bases del edificio de la personalidad de nuestros hijos. Y es conveniente no olvidar nunca esas normas,
que deberían convertirse en regla de oro del trato con ellos, especialmente con los adolescentes. Debe
prevalecer siempre un clima de amor y de diálogo. Es preciso evitar las ironías y los sarcasmos.
Debemos actuar con la misma delicadeza con la que curaríamos una herida.
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• La corrección ha de efectuarse cara a cara, sin intermediarios, afrontando la realidad con
delicadeza.
• Ha de llamarse la atención a la persona interesada de manera privada, para evitar
humillaciones.
• Es preciso evitar las comparaciones. No digamos en ningún caso “Aprende de tu
hermano” o “mira lo que hacen los otros”
• No hay que rejuzgar las intenciones ni presuponer culpabilidades. Resulta mucho mejor
atenerse a los hechos objetivos, abriendo un espacio para la reflexión.
• Las afirmaciones categóricas y absolutas suelen caer en el error. Hay que evitar las
palabras siempre, nunca, estoy seguro, etcétera.
• Se tiene que informar de pocas cosas a la vez, ya que si dejamos caer una lluvia de
información y recomendaciones abatiremos la seguridad del joven, dejándolo
totalmente desarmado y sin fuerza para reaccionar.
• Entre una y otra corrección hay que dejar transcurrir cierto tiempo para que las cosas
puedan mejorar. Nuestros hijos no son programables, son personas sensibles en busca
de ayuda para superarse.
• Hay que buscar el momento adecuado y aprovechar el estado anímico propicio para
llamarle la atención al joven. Para poder ejercer un influjo correctivo hay que estar
tranquilos y sosegados, tanto al hablar como al escuchar. Es absurdo apresurarse
obedeciendo al “cuanto antes mejor”.
• Hay que tomar siempre en cuenta las circunstancias personales de cada adolescente, su
carácter, las vivencias que ha tenido.
• Es necesario llamar la atención cuando así convenga, pero no hay que olvidar que el
elogio es la mejor terapia educativa. La educación de los hijos puede resultar una
experiencia gratificante y provechosa si se realiza como es debido.
Dice Víctor Hugo: “Amigos míos, retened esto: no hay ni malas hierbas ni hombres malos. No
hay sino malos jardineros.”
Por principio, sin perder la autoridad. No debemos asentir a todo lo que pida sin permitirle
hacer todo lo que le venga en gana. El abandono y la permisividad sólo fomentan la inadaptación,
fenómeno nada infrecuente en la actualidad. Ser padres no es fácil. Y tan reprobable es la postura de
unos padres déspotas y autoritarios como la de unos padres consentidores y débiles. Lo difícil es
alcanzar el justo medio, una dirección firme y, a la vez, comprensiva. Es difícil contemporizar con los
sentimientos y los estilos de una generación que no es la nuestra y, además, acertar en todo momento.
Es difícil enfrentar la agresividad y la insolencia con las que a veces reaccionan los jóvenes sin
responder con nuestra artillería pesada. Ser padres es difícil, pero, a la larga, puede ser altamente
satisfactorio (A. Vallejo-Nagera, op. Cit.).
Sólo seremos capaces de educar bien si continuamos educándonos a nosotros mismos durante
toda la vida. Y a ello contribuirá reflexionar sobre los siguientes puntos.
119
Se pretende que ellos puedan hablar con plena libertad de sus problemas con sus padres y que
éstos los escuchen con atención y serenidad. Conviene recurrir al sentido del humor para restarle
dramatismo a las situaciones apretadas.
A veces no estamos de humor y tenemos poca paciencia para soportar las “burradas”, las
incoherencias o las insensateces de nuestros adolescentes. Pero, como dice sabiamente el refrán,
“Hagamos de tripas corazón”, que no es lo mismo que aceptar lo inaceptable.
En resumidas cuentas, para poder conocer lo que piensan nuestros hijos tenemos que ser
capaces de enterarnos sin desfallecer, y planteadas en su peculiar lenguaje, de sus abruptas opiniones y
de sus juicios no pocas veces ofensivos. Sólo entonces podremos emitir nuestra opinión y contrastarla
con la suya.
De los muchos adolescentes y jóvenes con los que dialogo, un porcentaje muy elevado de ellos
reconoce que con sus padres no existe comunicación alguna sobre temas que les preocupan y les
interesan. En seguida se acaloran, no los toman en serio, se ríen de sus “despistes”, se los comentan a
las visitas, no admiten que se les contradiga… y muchas cosas más.
Hay asuntos que, para algunos padres, no se pueden tratar en absoluto, como son el
enamoramiento, la sexualidad y la religión, cada uno por un motivo diferente. La sexualidad, porque en
los albores del siglo XXI no hemos logrado desterrar el puritanismo; el enamoramiento, porque el
adolescente teme que se rían de él o que pongan al descubierto su intimidad; la religión, porque ésta se
reduce a un recordatorio de deberes. Pocas veces se entabla una conversación que realmente procure
responder a las muchas interrogantes y dudas que se plantea el adolescente.
Luis, Pilar y Juan, que están estudiando la preparatoria, me dijeron en una ocasión: “Parece
mentira que nuestros padres no se acuerden de que ellos fueron como nosotros; que tuvieron los mismos
problemas, pasaron por las mismas situaciones y vivieron momentos de desconcierto.”
Pilar, más explícita, comento lo siguiente: “Yo a mis padres no les cuento ni el cuento de
Caperucita. Si les digo a dónde voy o qué hago, me sermonean o no me dejan salir; si les llevo la
contraria, se enfadan y mi padre me hace callar. Piensan que todos los jóvenes somos unos vagos o
unos inconscientes. Como si ellos no hubieran tenido dieciséis años…”
Es urgente crear en casa un clima de diálogo y de confianza, donde pueda hablarse de lo divino
y de lo humano.
Los padres no han de desautorizarse entre sí, sobre todo delante de los hijos y en lo referente a
ellos. No son raros esos tristes espectáculos en los que los padres discuten, exhibiendo ante sus hijos su
propia inmadurez e inconsistencia. Pocas cosas pueden causarles a los jóvenes mayor desconcierto.
Está bien que uno de los progenitores intente fungir como abogado, siempre que ello se haga de mutuo
acuerdo y con destreza: así podrá perfeccionarse y humanizarse la autoridad. Pero si las disposiciones y
las resoluciones que han de tomar los padres al unísono son motivo de disputa entre ellos, si marido y
mujer no están de acuerdo, ¿cómo van a concentrarse con los hijos?
Aunque creamos que nuestro cónyuge ha cometido un error, no lo discutamos delante de los
muchachos. Tratemos el asunto en privado para después presentarnos conciliados ante nuestros hijos.
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No olvidemos que para éstos el desacuerdo entre los padres es fuente de angustia y una de las
principales causas de desarraigo y de las desviaciones morales y psicológicas.
Seamos consecuentes
Que nuestras órdenes y nuestros permisos no dependan del talante del momento. No nos
desautoricemos a nosotros mismos aceptando hoy y negando mañana. Si así lo hacemos, nuestro
prestigio caerá por los suelos y dejaremos de contribuir a que nuestros hijos vayan adquiriendo una
visión adecuada de la vida.
No seamos indecisos
Los que tienen derecho a ser indecisos, vacilantes, son los jóvenes. Ellos necesitan un apoyo
seguro, y ese apoyo lo tenemos que brindar nosotros. Somos su seguridad. Los adolescentes no sólo
quieren que les concedamos las cosas: también quieren que se las neguemos. Necesitan saber que hay
alguien que no los dejará ir más allá de donde deben, que hay alguien que sabrá frenarlos en el momento
preciso. Ese alguien psicológicamente robusto somos nosotros, los padres y los educadores.
No abdiquemos
Por difíciles que sean los jóvenes, por muy incomprensivos, díscolos y abúlicos que se nos
presenten, no nos retiremos, no los dejemos abandonados a su suerte. No hagamos lo que muchos
padres han optado por hacer: dejar que sigan su vida como puedan mientras ellos hacen la suya. Para
eso no los trajimos al mundo. Por mucho que protesten, nuestros hijos nos necesitan. No podemos
dejar a medias esa estupenda obra que nosotros iniciamos. Estamos ayudando a madurar al fruto más
excelso de toda la creación: el ser humano. Se trata de un hijo, de una hija. No abdiquemos hasta que
hayan conseguido ser todo un hombre o toda una mujer.
Pensemos que los adolescentes son lo mejor de cada casa, aunque a veces pueden convertirse
en los torturadores de sus sufridos y desconcertados padres, o someter al tercer grado a sus profesores y
demás adultos. Los padres tienden a imponer cada vez menos reglas por temor a parecer dictadores; a
veces no saben qué hacer y abandonan la lucha (A. Vallejo- Nágera, op. Cit.).
Nuestra labor como padres de adolescentes puede suavizarse si tenemos siempre en cuenta sus
tres necesidades básicas: búsqueda de identidad personal, necesidad de aceptación social y
cuestionamiento del sentido existencial. Se trata de tres aspectos simultáneos de una misma
interrogante esencial, la cual surge ante la agonía inevitable de la personalidad infantil, que debe
desaparecer para dar paso a la nueva personalidad adulta. A este proceso se le llama el parto psíquico.
Los cambios ocurridos durante la pubertad no sólo han modificado el cuerpo, sino también el
alma. De hecho, no existe una dualidad alma-cuerpo cuyos elementos evolucionan de manera
independiente, sino una bi-unidad que sólo se consolida en la madurez, gracias a la capacidad de
readaptación y de reubicación consigo mismo en lo espiritual, así como en relación con los factores
ambientales que retardan o favorecen ese progreso hacia el equilibrio.
121
¡Bendita crisis de identidad que lleva a muchos jóvenes de hoy a rebelarse contra el simulacro
de los valores religiosos, morales y sociales que la mayoría de los adultos sólo enarbolamos por
conveniencia y no por convicción! Sin crisis de identidad, los jóvenes se verían condenados a perpetuar
una inercia deplorable que cancelaría toda esperanza de un futuro diferente.
Las conductas provocativas que adoptan los adolescentes suelen ser las siguientes:
• Se muestran desaliñados y sucios. Procuran llamar la atención no sólo con el atuendo,
sino también con el lenguaje y con la forma de actuar. No se les entiende cuando hablan
entre sí.
• No parecen tener nada que comunicar a sus mayores; se muestran olvidadizos con las
tareas escolares y con las obligaciones domésticas. Discuten con los padres,
122
oponiéndose a cualquier límite o regla. Eventualmente se escapan alguna noche de casa
sin que los padres se enteren.
• Se pelean con los hermanos.
• Sus valores humanos parecen disolverse y sus puntos de referencia quedan anulados.
• En la escuela bajan el rendimiento y transgreden los reglamentos. Su desinterés parece
total. Faltan con cierta frecuencia a clase o se escapan un día completo con un grupo de
amigos.
• Presentan bruscos cambios de humor y se dejan dominar por la ira, la depresión o la
euforia.
• Con relativa frecuencia pierden el apetito y les cuesta trabajo conciliar el sueño.
• Adoptan habitualmente conductas irresponsables.
• Las nuevas amistades han desplazado a las antiguas y no se las presentan a su familia.
• Salen de casa sin decir a dónde y con quién.
• Su demanda económica es mayor y más presionante. Toman dinero u objetos valiosos a
escondidas.
• Están completamente desorientados: o se sienten seres superiores, casi profetas, o son
seres acomplejados y se sienten inferiores.
• Son apáticos y conformistas, sistemáticamente rebeldes e improductivamente
inconformes.
• Son solitarios y reservados cuando no están con su grupo. Buscan sitios solitarios; se
resisten a salir con la familia y, cuando lo hacen, presentan episodios de nerviosismo o
de malestar físico inexplicables.
• Existe un desinterés por todo y no tienen ilusiones ni metas razonables.´
• Descuidan totalmente sus pertenencias.
• No cooperan en ninguna circunstancia.
• Se adjudican todas las libertades sin pedir permiso y sin importarles los regaños o
castigos, ya que están dispuestos a desafiar toda autoridad. Asumen posturas obcecadas
y no aceptan razones.
• Son intolerantes e incapaces de aceptar ambientes distintos de los de sus amigos;
cuando están con éstos, se identifican al grado de perder la propia individualidad en aras
del grupo.
Es innegable que los adolescentes necesitan disciplina. Sin embargo, es más cómodo
maleducar que educar bien, pues es agotador estar luchando desde que nos levantamos hasta que nos
acostamos con un chico que nos dice que no a todo. Tanto los niños como los jóvenes requieren límites
para saber a qué atenerse. Si no se señalan esos límites, los chicos se hacen caprichosos y a veces se
convierten en verdaderos dictadores de sus padres. Pongamos el ejemplo de la hora de llegar a casa: si
les decimos que vuelvan a las 12, probablemente lleguen una hora más tarde; pero si no se les pone
límite, en lugar de llegar a la una de la madrugada llegarán a las siete de la mañana. Los jóvenes
demandan libertad a gritos, sobre todo en lo que les está prohibido. Las presiones que el sistema le
impone a nuestros adolescentes son inaceptables, y se necesita una resistencia casi heroica para
contrarrestarlas.
Ahora bien, al educar a nuestros hijos, ¿no corremos el peligro de ser demasiado intransigentes
y de que ellos acaben rebelándose aún más?
123
Es que hay de límites a límites. De éstos, los más conflictivos son los que son negociables.
¿Cuáles son los límites negociables? Los que no atentan contra la vida y la seguridad del joven o de
terceras personas, ni contra los valores morales que la familia sustenta. La forma de vestirse y la hora de
llegar a casa son negociables. Pero hay límites que no lo son, como conducir un automóvil sin tener
licencia o traer al novio a dormir a casa. La primera escuela es el hogar. A nosotros, los adultos, los
jóvenes nos parecen “irracionales”, y reaccionamos con enfado ante la descortesía y la rudeza de sus
modales en vez de hablar serenamente sobre el tema. Es conveniente adoptar cierta perspectiva sin
llegar a despreocuparnos, y permanecer tan ecuánimes como sea posible, sorteando las provocaciones
con paciencia y sentido de justicia. Si nuestro hijo ha tenido siempre una conducta promedio, no hay
duda de que esta época pasará sin dejar secuelas en él.
Un problema grave es que ahora muchos padres apenas están en casa. Pero los niños tienen
una capacidad de adaptación fantástica. Desde muy pequeñitos se dan cuenta de que sólo tienen a sus
padres a una hora determinada o durante los fines de semana. Lo importante es que en esos momentos
el padre sea padre y la madre sea madre. Más que la cantidad, lo que importa es la calidad de lo que se
comparte. En el tiempo que se está con ellos deben prodigarse el amor y la confianza.
Antes, cuando un hijo se iba de casa quedaban otros cuatro, y cuando se iba el último
empezaban a llegar los nietos. Nunca se quedaba la casa sola. Ahora, en cuanto los hijos se hacen
mayores, los padres se encuentran con que han invertido dedicación, dinero y cariño en unas personas
que no se sabe si se van para no volver. Por lo general los hijos se recuperan si hemos sabido estar con
ellos. La edad del pavo afortunadamente pasa y, al final, nos encontramos con unos seres que se
parecen bastante a nosotros. Hay que ser realistas. Incluso los padres que saben desempeñar bien su
función con los chicos experimentan problemas, reveses y desengaños en el camino. La familia
irreprochable y el adolescente de conducta intachable no existen.
Hasta en las mejores familias las cosas se estropean de vez en cuando. A pesar de ello, los
padres que son responsables y tenaces salen adelante.
Incluso el joven que ha recibido una meticulosa y buena información puede cometer, a veces,
estúpidos errores, casi siempre por equivocación, no por mala voluntad. Los cambios por los que está
atravesando, además de las influencias de los compañeros y de las presiones sociales, lo tienen
desconcertado.
Existe, por otra parte, una cuestión que conviene aclarar, a saber: que un padre no puede ser, en
primera instancia, amigo de su hijo. El progenitor tiene que ser un ejemplo, un guía; tiene que estar ahí
donde los amigos no pueden estar porque les falta experiencia. Los adolescentes buscan a sus amigos
para desarrollar una dimensión fundamental de su vida, para descubrir nuevos caracteres y personas que
se identifiquen con sus criterios e ideales, etcétera.
Otro de los problemas es el que se plantea como sigue: ¿Es normal que, en su afán por salirse
con la suya, el adolescente ataque al padre más débil? Sí, el hijo va a chantajearlo cuanto pueda. Por
eso es importante que los cónyuges estén de acuerdo uno con el otro. No puede ser que un padre funja
como “el bueno” mientras el otro desempeña el papel de “el malo”. Ahora bien, no es fácil estar de
acuerdo, y menos cuando la pareja está separada. Como quiera que sea, hay que realizar un esfuerzo de
entendimiento y, en el caso de separación conyugal, no es conveniente que los progenitores intenten
ganarse al hijo con regalos.
124
No es raro que los hijos deseen autoafirmarse retando a sus padres. ¿Qué hacer ante esas
provocaciones? No amedrentarse. Al respecto, los psicólogos aconsejan seguir una regla de oro, difícil
de llevar a la práctica, pero que suelo tener presente: “Mientras el hijo esté en casa no debe salirse con la
suya.” No se trata de imponer una norma porque “aquí mando yo, y punto”. Lo que hay que hacer es
exponerla con respeto, pero también con firmeza. Probablemente ese hijo no se extralimite, pero si lo
hace, habrá que aplicarle un castigo: tal día no sales, o en tantos días no hablas por teléfono. Esto
último funciona sobre todo con las chicas, que son auténticas adictas al teléfono. Pero los padres deben
saber, tanto en la adolescencia como en la infancia de sus hijos, que éstos necesitan confirmar que sus
padres distinguen entre lo que es su comportamiento y lo que son ellos en sí. Los padres quieren a sus
hijos sin condiciones, pase lo que pase, hagan lo que hagan, los quieren tanto que se proponen corregir
sus faltas y así, forjar su carácter.
Muchas veces los adolescentes resultan problemáticos aún sin querer causar problemas. En
estos casos es conveniente serenarse para no crear más tensiones. Se han portado mal, pero no son
malos.
Comunicarle a los hijos que uno se siente defraudado es mucho más eficaz que una explosión
de violencia: “Has fallado de nuevo, pero confiamos en que no volverás a cometer el mismo error por
tercera vez.” Este modo de hablar les refrenda nuestro amor por ellos y nuestro gran deseo de verlos
madurar. La disciplina ha de ser consecuencia del cariño.
Ahora conviene considerar la manera en que los adolescentes reaccionan ante un conflicto.
Desde pequeños, los chicos buscan ocupar un puesto en la jerarquía; las chicas, en cambio,
buscan el consenso. ¿Cómo? Contándose secretos. Si se observa un recreo de alumnos de primaria,
notaremos que los chicos invaden el patio con juegos en los que interviene la competencia, mientras que
las chicas se sientan a platicar en algún rincón. Estas tendencias se conservan en la adolescencia. Como
los chicos no están ejercitados en el arte de la dialéctica, cuando algo les molesta dan un portazo y se
encierran en su cuarto con la música a todo volumen. Respecto a las chicas, todo es objeto de disección
lingüística, todo lo discuten y no es frecuente que se aíslen.
Por último, trataremos brevemente dos cuestiones que siempre serán motivo de preocupación
para los padres: el alcohol y el sexo.
Por lo que al último se refiere, sucede que cuando los jóvenes entran en la adolescencia se
niegan a hablar sobre sexo con los padres. El tema les interesa y les preocupa en gran medida, pero no
quieren que los adultos se enteren de ello. Para que a esta edad exista confianza es necesario empezar a
tratar el asunto desde que los niños son muy pequeños, cuando surgen muchas preguntas de manera
espontánea. El 80% de los abusos sexuales cometidos contra menores son perpetrados por una persona
que los conoce. Tenemos la obligación, como padres, de prevenir a nuestros hijos para que nada malo
les ocurra, igual que los prevenimos para que aprendan a cruzar la calle. Es absolutamente necesario
explicarle al niño pequeño que nadie tiene derecho a tocarle los genitales ni a pedir que se los toquen.
También es imprescindible decirle que si algo así ocurre no debe mantenerlo en secreto, sino que ha de
contárselo de inmediato a sus padres o a sus profesores.
En lo que toca al alcohol, ¿qué debe hacerse ante el abuso de bebida por parte de los jóvenes?
Digamos, al respecto, que un descuido ocasional no es motivo de desesperación. Si nuestro hijo vuelve
a casa borracho, de madrugada, o si nuestra hija ha probado alguna vez un cigarrillo de marihuana con
un grupo de amigotes, ello no significa que los jóvenes se han dado a la perdición. Por supuesto,
debemos actuar con rapidez y decisión y hablar seriamente con ellos. A veces puede aprenderse mucho
125
de los errores aislados. Lo que importa es que esos errores no se conviertan en hábitos. De nuestra
comprensión dependerá la ayuda que podamos brindarles. Nuestra responsabilidad es sacar a nuestros
hijos adelante. En cuanto a la bebida, hay que dar el ejemplo. Si los padres se moderan, los hijos no
podrán menos que hacer lo mismo.
En definitiva, ¿qué hacer con un hijo adolescente? Respondamos que, ante todo, hay que estar
ahí, a su lado, siempre. Los hijos necesitan atención. Ellos constituyen nuestro proyecto vital más
importante. Un niño es un libro en cuyas páginas en blanco tenemos que escribir los padres. Lo que
escribamos entre su nacimiento y los siete años va a condicionar toda su vida. No se trata de llenar
muchas páginas, sino de consignar algo constructivo con fundamento en el amor.
Los niños no pueden ser objetivos porque aún carecen de perspectiva. Cuando se merecen un
castigo porque se han extralimitado no debemos ahorrárselos. Pero es muy importante hacerles ver que
son responsables de sus acciones. Ignoremos las impertinencias propias de su edad: lo fundamental es
brindarles comprensión y guía firme. Reflexionemos en los puntos siguientes con el fin de consolidar
en nosotros las cualidades que precisa el ser padres:
• Hay que tener en cuenta que el hijo también se sorprende de las cosas que hace, ya que
no todas ellas dependen de su voluntad, sino que son consecuencia de las
transformaciones que está experimentando.
• Los padres nunca debemos perder los estribos ante las insolencias de los adolescentes.
• Es conveniente hablar con otros padres que se encuentran en una situación semejante a
la nuestra. Así adquiriremos una mejor perspectiva del problema y estaremos en
condiciones de restarle dramatismo a los problemas.
• Existe una gran cantidad de libros sobre la educación que corresponde a cada edad.
Consultémoslos.
• Ya que los adolescentes no pueden ser objetivos, entonces seámoslo nosotros.
• Como padres, debemos distinguir entre su comportamiento y lo que ellos son en sí.
• Cuando el hijo comete algún error es necesario controlar el impulso de hostigarlo y de
responder con gritos a sus gritos. Tal vez sea necesario esperar a que los ánimos se
calmen para hacerle ver que, aún cuando nos decepcionó, seguimos confiando en él.
Para finalizar, deseo hacer una reflexión sobre algunos de los puntos más significativos que
pueden ayudarnos a entender a los adolescentes y a entendernos a nosotros mismos en el trato y la
convivencia con ellos. Para muchos jóvenes, los vínculos familiares tradicionales representan una
camisa de fuerza que paraliza su creatividad y amputa su libertad. Otros muchos se sienten
desarraigados, desposeídos del sentido de pertenencia. La permisividad, que no es sino una reacción
extrema ante el autoritarismo a ultranza, ha generado una generación de niños narcisistas, egocéntricos,
preocupados exclusivamente por su bienestar, sin límites ni puntos de referencia, sin anclaje en el
pasado ni lineamientos en el presente, sin una verdadera estructura, sin parámetros estables, sin
capacidad para tolerar la frustración, etc. Esos niños carecerán de recursos emocionales al llegar a la
adolescencia, y difícilmente podrán superar la crisis.
126
Para comprender mejor el problema que nos ocupa debemos retomar algunas nociones relativas
al desarrollo del niño y del adolescente.
Desde el momento de nacer nos vemos perennemente confrontados a un doble deseo. Este
fenómeno es conocido como ambivalencia, es decir, un deseo de dependencia que se opone al deseo de
autonomía, antagonismo que es preciso resolver para poder crecer.
El deseo de dependencia surge de la necesidad de apego, de afecto, de presencia, de
continuidad y de pertenencia a un grupo (la familia, los amigos, la sociedad).
El mito de hoy día, como lo señala Murielle Forest en un excelente artículo intitulado “Le
Retour de la Familla” (en Psychologie Preventive, núm. 20), es el de la relación igualitaria (el padre-
amigo), que conlleva una actitud de “dejar-hacer” y teme y evade la confrontación.
Tal es prototipo de padre que impera en la actualidad: el que poco a poco le permite a su hijo
que abuse de él. El temor a “frustrar” al hijo a causa de los castigos y las prohibiciones nos ha
conducido a la permisividad. ¡Cuántos progenitores no se lamentan de no haber corregido a su hijo a
tiempo!
En consecuencia, no está de más que cuestionemos nuestros conceptos a propósito del niño y
de la educación:
• En nuestro fuero interior todos imaginamos al niño de nuestros sueños: un pequeño ser
ideal, dócil y gratificante, que hace la felicidad y el orgullo de sus padres. Ese niño no
existe. El niño real llora, hace pipí y a veces se enferma. En fin, a la vez que nos
inquieta es motivo de satisfacción. Es necesario desprenderse del ideal y aceptar al hijo
real que, antes que nada, es otra persona.
• Hablamos de reproducción, hablamos de reproducirnos. Instintivamente, cada
progenitor busca en el niño que acaba de nacer rastros de semejanza consigo mismo.
Pero, como lo dice Jacquard en Elogio de la diferencia, se trata de un ser
completamente diferente de todos los que lo han precedido. Se trata de un ser original,
único, distinto de nosotros. Sólo mediante la educación iremos creando semejanzas y
afinidades. Es absolutamente necesario que ayudemos al niño a diferenciarse, a
127
afirmarse en su yo de manera original. Se trata de celebrar la rica complejidad de la
humanidad, no su uniformidad.
Otra cuestión que conviene considerar con mayor lucidez es la que se refiere a las etapas del
desarrollo. A la luz de los descubrimientos basados en el psicoanálisis nos hemos habituado a
considerar la evolución del individuo como una secuencia de etapas, lo cual se traduce en una visión
demasiado lineal. Tengamos presente, en primer lugar, que la evolución no ocurre de manera aislada,
sino en un contexto específico, es decir, en determinado ambiente familiar y en una sociedad concreta.
El enfoque sistémico, desarrollado durante los últimos 20 años, pone de manifiesto que cada etapa del
niño provoca inevitablemente una modificación en la comunicación existente entre los progenitores; el
ingreso a la escuela provoca en el pequeño el descubrimiento de un mundo más amplio, donde existen
otros adultos y otros niños de su misma edad.
Por lo que se refiere al adolescente, éste tiene la necesidad de afirmarse, de rechazar toda forma
de autoridad familiar con el fin de experimentar por sí mismo los valores; se siente inseguro ante la
sexualidad y ve su futuro profesional como una preocupación lejana. Toda esta problemática ha de ser
compartida por sus progenitores que también experimentan sus propias crisis. En efecto, a estas alturas
muchas parejas empiezan a contar el tiempo hacia atrás, a cuestionarse sobre su femineidad o sobre su
masculinidad, a preguntarse si deben abandonar ciertas ilusiones y a revisar sus objetivos de vida, a
experimentar pérdidas (muertes o separaciones). Esta superposición de dos crisis, la de los padres y la
de los hijos, es la que a mi juicio hace tan difícil la adolescencia. Necesitamos aprender a reconocer y a
manejar esas crisis familiares.
No debemos temer a las crisis como si sólo fueran portadoras de destrucción. Se entra en crisis
por estar sometido a presiones; al estallar, el caos resultante nos permite reorganizarnos en un estado de
equilibrio superior. Hay que considerar la crisis como una curación, como un ascenso de nivel.
Si tenemos en cuenta las anteriores observaciones y estamos conscientes de la crisis innegable
por la que atraviesan los jóvenes, las familias y la sociedad en su conjunto, nos preguntaremos: ¿Qué
conviene hacer? ¿Habrá que regresar a los valores tradicionales?
Responderé con lo que sólo en apariencia es una paradoja: Sí y no. Veamos los siguientes
ejemplos:
• Como educadores, debemos ayudar a nuestros jóvenes y a sus progenitores a recuperar
la seguridad, la confianza y la calidez, contribuyendo a la consolidación de las
estructuras y a la definición de las reglas y los límites. La familia tiene que ser de
nuevo el primer lugar de pertenencia si lo que se quiere es favorecer el desarrollo del
sentimiento de identidad.
• Lo que no debemos hacer es retroceder a un autoritarismo estrecho, anquilosado en
preceptos rígidos y sofocantes, donde la obediencia ciega y el miedo sustituyen a la
comunicación. Los papeles estereotipados en los que nos confinamos y pretendemos
confinar a los jóvenes impiden toda creatividad.
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• No negar las propias necesidades, no anteponer el niño a la pareja. Se trata, más bien,
de armonizar la convivencia.
• Como progenitor, evitar culpabilizarse actuando de la mejor manera, según nuestros
conocimientos y, sobre todo, con amor.
• Enfocar las crisis de manera positiva.
• Facilitar eventualmente la intervención de un tercero: de un pariente próximo, de un
amigo o de un profesional.
Para concluir, permítanme citar a Murielle Forest: “Ningún niño quiere que se le dirija ni que
se le controle, pero todos saben que necesitan ser educados. Todos los niños aman la libertad, pero
ninguno cuenta aún con la capacidad para ejercerla. Es en estos contextos en los que la autoridad
paterna adquiere su sentido: una autoridad al servicio de la formación de la identidad del niño, en lugar
de una autoridad al servicio del poder” (“Le Retour de la Familla”, Psychlogie Preventive, núm. 20).
Esa identidad constituirá la plataforma desde la cual el joven diseñará su proyecto de vida. En
efecto, al finalizar la adolescencia, cuando se está a punto de terminar la educación media, empieza a
surgir la pregunta: “¿Qué voy a hacer de mi vida?” La familia entera se siente obligada a tomar
decisiones al respecto, pero sólo el adolescente es responsable de su elección.
Las vivencias del joven, el grado de madurez que ha alcanzado, el conocimiento de sí mismo y
de la realidad, su capacidad para aprovechar las oportunidades que el medio le ofrece, todos ellos son
factores que influyen en la toma de decisiones y en la orientación que seguirá su proyecto de vida.
Tal vez el conocimiento de sí mismo sea el factor de mayor importancia para la construcción de
ese proyecto. En la medida en que tenga identificados sus recursos personales, sus debilidades y sus
fortalezas, le será mucho más fácil seguir el camino que conduce al desarrollo personal.
Le corresponde, pues, a los padres y a los educadores ayudar al joven a revisar, jerarquizar y
construir su proyecto de vida mediante una formación que le permita identificar, reforzar y movilizar
sus recursos (talentos, aptitudes y experiencias).
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Los problemas, las crisis y los errores son oportunidades de aprender. Al experimentar,
mejoramos. Si mejoramos, podemos superarnos y seguir adelante.
1. El adolescente debe ser tratado siempre con respeto. No es un hombre o una mujer a medias. Es
una persona capaz de pensar, de elegir y de tomar decisiones.
2. El adolescente tiene derecho a experimentar sus sentimientos y a expresarlos.
3. Es capaz de llevar a la práctica sus opiniones y de expresarlas; sin embargo, no debe atribuirles
el carácter de verdad absoluta, pues puede equivocarse. Por ello es oportuno que advierta con
claridad la diferencia entre su verdad y la verdad.
4. El adolescente tiene derecho a ser escuchado y tomado en cuenta. Es esencial que diga lo que
piensa y siente, que advierta que no es un don nadie, sino una persona que reflexiona, siente,
piensa y decide.
5. El adolescente puede y debe decidir su creencia. Nadie puede decidir por él en su fuero más
interno.
6. El adolescente tiene derecho a pedir lo que crea conveniente. Los demás, por supuesto, pueden
concederlo o negarlo sin que ello represente una frustración insuperable.
7. El adolescente ha de estar consciente de que va a cometer errores, y también debe saber que ello
no es una tragedia, sino una forma de crecer en la vida y de aprender a superar la frustración.
8. El adolescente debe amar y cuidar su propio cuerpo: alimentarlo correctamente, hacer ejercicio
físico, descansar, dominar sus impulsos, etcétera.
9. El adolescente tiene derecho a la intimidad. Tiene derecho a mantener sus secretos, a escribir
sus vivencias en diarios íntimos, a cultivar sus amistades sin que los padres interfieran con afán
de control absoluto.
10. El adolescente asumirá su responsabilidad en el momento de tomar decisiones, de comportarse
en cierta forma, de integrar su ideología y de expresar sus sentimientos.
El adolescente irá tomando conciencia de sus derechos a medida que evoluciona. Es necesario
dejarlo que aprenda a reflexionar, a decidir, a asumir las consecuencias de sus actos. El es la única
persona capaz de saber qué le conviene en cada instante. Es vital que aprenda a cuidar de sí mismo, que
tenga autoestima y que se valore. De no ser así, ¿cómo esperar que los demás lo valoren?
PENSÁNDOLO BIEN…
• En una familia, todos han de mirar en la misma dirección: una dirección en la que
inicialmente figuran dos, luego tres, etcétera.
• Debemos educar a los hijos para el amor, que sólo se predica con el amor. Aquí, el fin
y el medio son una misma cosa.
• El amor debe expresarse mediante la bondad, procurando el bien del otro.
• Ser padre es ser ejemplo, responsabilidad, presencia en el hogar y respeto.
• El hijo que dialoga con sus padres recorre con mayor decisión el camino de la vida.
• Ser padre es tener la capacidad de seguir siendo joven a través de los hijos.
• Ser hijo es ser capaz de no provocar un envejecimiento prematuro en los padres.
• La juventud de nuestros hijos no debería hacernos sentir viejos, sino estimularnos a
rejuvenecer nuestro corazón.
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• El joven debe aceptar su responsabilidad para la renovación y el progreso de la sociedad
actual.
• La inseguridad del joven proviene de la insatisfacción consigo mismo.
• Muchas veces, la “crisis de la adolescencia” es más un prejuicio por parte de los adultos
que un estadio por el que pasan los jóvenes.
• El adolescente vale por sí mismo, no porque se esté convirtiendo en adulto.
• No hagamos padecer al adolescente inquieto, nervioso y confuso un doloroso proceso
de enfrentamiento con la vida.
• No llamemos “hijo difícil” al adolescente que sólo busca ser él mismo y se resiste a ser
sometido, manipulado.
• Los adultos hablamos de la crisis de los adolescentes, los criticamos y los juzgamos,
pero olvidamos fácilmente que con nuestros comportamientos inmaduros hemos
generado una buena parte de esa crisis. ¿Acaso la sociedad de consumo no ha sido
inventada y organizada por los mayores? ¿No son los adultos los artífices de la
publicidad, de las modas y de los más chabacanos espectáculos?
• El adolescente no es ni un niño grande ni un adulto pequeño.
• La adolescencia es la etapa durante la cual el joven elabora su proyecto de vida; es la
etapa de la entrega total y desinteresada, es la etapa de los sueños. Respetémosla.
1. ¿Qué opinas del ambiente que prevalece en tu familia? ¿Te sientes oprimido, o libre y feliz?
2. ¿Qué tendrían que hacer los padres para acercarse a sus hijos y poder ayudarles mejor?
3. ¿Qué piensas de la orientación que te dan tus padres? ¿Está pasada de moda?
4. ¿Crees que tus padres conocen tu vida, tus ilusiones e inquietudes, o eres un desconocido para
ellos?
5. ¿Qué opinas de los adolescentes que consideran su hogar como una posada para dormir, una
fonda para comer y un banco para sacar dinero?
6. Menciona cinco tareas, valores o actitudes con las que enriqueces tu vida familiar.
7. Menciona cinco cosas o valores que recibes de tu familia. ¿Te consideras agradecido?
8. ¿Qué actitudes consideras acertadas de tu parte en el trato con tus padres?
9. ¿Qué actitudes consideras que tus padres deberían corregir para mejorar el ambiente familiar?
10. ¿Qué puedes aportar para que tu familia sea más feliz?
(Puesta en común con la participación de todo el grupo. Debate dirigido por un moderador.)
131
12
PADRES EN GUARDIA
Hay padres que sobrellevan con pánico la etapa adolescente de sus hijos: esperan “sufrirla” en
vez de “disfrutarla” (que sería lo correcto), y ello es porque se han dejado influir por el entorno, que les
ha pintado esa etapa como una “enfermedad que se cura con el tiempo”. Gran cantidad de progenitores
viven en tensión perpetua y en guardia, sofocando despiadadamente el más mínimo intento de
independencia por parte del chico o de la chica. Esos padres encaran la adolescencia como un periodo
de constantes enfrentamientos, de los cuales han de salir a toda costa vencedores sin que importen las
vejaciones y los sufrimientos infligidos al supuesto adversario.
Las dificultades que se presentan en la relación padres-hijos adolescentes no deben ser vistas
como algo necesariamente anómalo. De una u otra forma, en mayor o en menor cuantía, ellas surgen
prácticamente en todos los casos. Constituyen algo explicable y normal en relación con las
circunstancias. Entre los padres y sus hijos adolescentes existe una triple distancia (biológica,
psicológica y generacional) que explica por sí misma las deficiencias en la comunicación.
Lo que debe ser considerado una anomalía son los conflictos persistentes. Esta situación puede
prevenirse en la mayoría de los casos desde la infancia, y limarse durante la adolescencia mediante una
educación adecuada. La capacidad de adaptación del adolescente a su nueva situación es directamente
proporcional a la actitud de los padres.
Paradójicamente, en la época en la que los jóvenes pretenden alcanzar mayor independencia los
padres imponen mayor disciplina. En algunas ocasiones, esa disciplina llega a ser indiscriminada y se
ejerce sobre cosas sin importancia, descuidándola en las situaciones que de verdad la requieren.
Una actitud que debe evitarse es pretender eliminar los factores que generan la inseguridad
ocupando el lugar del joven para resolver sus problemas. Toda ayuda innecesaria limita. Además,
aumenta la inseguridad, incapacita para afrontar la vida e impide aprender por experiencia propia. Los
hijos suelen rechazar esa actitud sobreprotectora.
Tampoco es correcto negarle al hijo todo tipo de ayuda, esperando que resuelva exclusivamente
con sus fuerzas los problemas que se le presentan. Esta es una postura abandonista que genera, sobre
todo, un conflicto de carencia afectiva y fomenta, asimismo, la inseguridad. Si no se sienten apoyados,
los adolescentes no se sentirán amados.
132
Como siempre, hay que buscar el justo medio. Una actitud equilibrada buscará ayudar sólo en
la medida en que sea necesario. Una ayuda semejante será solicitada por el hijo, y no consistirá en
resolver el problema por él, sino en guiarlo e informarlo respetando su libertad personal.
Un dilema que ocasionalmente tendrán que afrontar los padres es el que consiste en encontrar
la manera de suscitar en los hijos la necesidad de recibir ayuda cuando así se crea conveniente, e incluso
cuando ellos no la soliciten. Otro dilema es el que surge cuando nos vemos obligados a negarles una
ayuda necesaria cuando son ellos quienes la solicitan. En este caso debemos evitar dar la falsa
impresión de que se les abandona.
Los adultos, por desgracia, hemos olvidado nuestra juventud. Los padres sólo podrán educar a
los adolescentes si se reeducan a sí mismos. En el momento en que entendemos a nuestro hijo
adolescente aflora el pujante material psíquico que guardábamos en el desván de los recuerdos, y que
quizá había permanecido reprimido.
Con base en una encuesta dirigida a los adolescentes (y elaborada por ellos mismos) sobre la
educación y la libertad en la familia, exponemos a continuación las siguientes acusaciones que los hijos
le dirigen a sus padres.
“¿Qué representan tus padres para ti? ¿Qué esperas de ellos?” La respuesta no se hace esperar:
“Que me quieran y que me quieran de verdad, pues si tratan de compensar con obsequios o dinero el
tiempo que no me brindan, es un amor demasiado pobre. Nuestro padre resulta formidable para todo el
mundo, excepto para nosotros. Todo le apasiona, todo lo motiva, todo, excepto los hijos. La prueba
fehaciente es que nunca está en casa.”
El problema de la incomprensión
Se debe comprender a los hijos: su timidez, sus complejos, sus vacilaciones. “Limitan mi
libertad, me atosigan con prohibiciones, parece que mis padres nunca fueron jóvenes.”
133
A veces se sueña con el hijo ideal sin tener en cuenta las aptitudes y las limitaciones del h hijo
real. Es vital dejar a los chicos ser ellos mismos: que sean lo que pueden y lo que quieren ser. La
madre se debate en medio del ausentismo del padre y de la maraña de problemas del hijo.
En muchos hogares, todo el peso de la educación de los hijos recae sobre la madre. “Tengo la
impresión de que soy una viuda; a mis hijos los estoy educando yo sola.” La negligencia del padre es
producto de una incapacidad generada por un monstruoso egoísmo. Conozco un hogar donde el padre y
la madre trabajan. Cuando llegan a casa al anochecer, el padre se apoltrona ante el televisor y rechaza a
los hijos cuando éstos le quieren exponer sus pequeños problemas, sus alegrías y sus tristezas, pues
“está cansado”. Mientras tanto, la madre se dispone a preparar la cena. Algunas veces el padre se siente
inopinadamente jefe y toma todas las decisiones importantes. Otras veces encuentra a su mujer más
capacitada y trata de descargar sobre ella “los conflictos de los niños”. Muchos padres, cuando se
sienten aventajados por sus hijos en algunos aspectos, temen perder su prestigio y adoptan posturas
rivalizantes.
El problema de la confianza
Hoy, más que nunca, los hijos necesitan mantener una relación de confianza recíproca con sus
padres. La ausencia de éstos amenaza gravemente la comunicación en el hogar. Muchos padres
experimentan esta situación dolorosa: sus hijos adolescentes han perdido la confianza en sí mismos y en
ellos, y no saben cómo acercarse de nuevo a los chicos para ayudarlos a romper el hielo. Es conveniente
que el adulto realice un autoexamen lúcido con el fin de afrontar este delicado problema.
Hay muchos padres que brindan una confianza desconfiada. Los hijos se desconciertan ante
esas posturas ambiguas, desprovistas de sinceridad y de tacto. Decía una muchacha: “No confían en
nosotros porque dudan de sí mismos.” No todos los padres se esfuerzan en conocer a fondo a sus hijos.
Algunas lecturas sobre la psicología de la adolescencia pueden ser útiles para emprender las tareas
formativas, pero de quienes más hay que aprender es de los propios hijos. Se quejaba un muchacho: “Es
difícil tener confianza en los padres, porque ellos desconfían de nosotros; quitan por un lado lo que dan
por el otro.”
La confianza restringida, lejos de estimular a los jóvenes los hace más desconfiados. A veces
no es fácil arriesgarse a tener una confianza total, pero merece la pena esforzarse por ella, pues sólo así
podremos conocer mejor a los hijos y ellos tendrán la oportunidad de demostrar que son dignos de
nuestras expectativas.
Los adolescentes tienen confianza en quien escucha sin juzgar, aconseja sin tomar partido y
brinda apoyo en los momentos difíciles. Esta no es una tarea sencilla, pero resulta indispensable si se
pretende ser buenos padres. Fiarse de los hijos significa ir delegando gradualmente en ellos las
responsabilidades. La desconfianza anula su incipiente personalidad y la torna desconfiada, temerosa.
La confianza y el amor son las fuerzas que están al servicio de un mismo fin, a saber: el desarrollo
armonioso de la persona. La confianza exige disponibilidad, sinceridad e intimidad.
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A su vez, los educadores deben desconfiar de una formación que no lleve a esa aceptación
mutua y al nacimiento de la amistad y del amor.
Me preocupa, por supuesto, la actitud de no pocos padres que se acostumbran a no hacer caso
de los gritos de auxilio de sus hijos. Cuando surge alguna dificultad grave, tienen que lamentar el haber
llegado tarde. Reflexionemos un poco sobre este hecho.
Existen innumerables adolescentes que nunca escuchan de sus padres una palabra de interés, de
alivio, de cariño. Tal vez la forma en que expresan sus necesidades no siempre es fácil de entender.
Los padres no llegan a percibir el grito de socorro implícito en la perentoria necesidad de llamar la
atención.
Hay muchos adolescentes, aparentemente fríos y ausentes, que en su interior reclaman ser
tomados en cuenta, ser abrazados.
A veces me pongo a pensar que nuestro mundo está lleno de padres, pero de padres de hijos
huérfanos. Incluso algunos padres que están ahí, en el hogar, parece como si no estuvieran. Atienden
prioritariamente el periódico, la televisión, los negocios, el teléfono y a los amigos, pero se deshacen de
los hijos, dejándolos instalados ante el televisor, o en su habitación, rodeados de objetos materiales.
Piensan que con proveer ese tipo de satisfactores ya han cumplido su misión educadora. La falta de
afecto familiar, provocada por ausencias repetidas y dolorosas esperas, impele a los adolescentes a
convivir con los amigos más horas de lo que es normal, y también puede llevarlos a recurrir al alcohol o
a la droga. Los jóvenes buscan fuera de su familia lo que no encuentran en ella.
¿Quiénes son los que no saben comunicarse? ¿Los padres o los adolescentes? El día en que los
padres y los educadores logren entender el lenguaje de los jóvenes, sus inquietudes y su problemática
existencial, ese día se reestablecerá la comunicación. “Los niños y los adolescentes saben mucho más
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sobre sus padres y maestros de lo que imaginamos; lo han aprendido observando lo que hacen y
comprobando lo que dejan de hacer. Son nuestros jueces más severos y sufren una gran desilusión
cuando no cumplimos sus expectativas” (Alzola).
1. Que sus padres se interesen por ellos y los ayuden, aún cuando muchas veces manifiesten lo
contrario.
2. Que sus padres los escuchen y traten de comprenderlos. Quizá no estén de acuerdo con sus
ideas, pero el diálogo en sí mismo le proporciona bienestar emocional al joven.
3. Que sus padres les ofrezcan amor y aceptación. Los jóvenes saben de sobre que cometen
algunos errores, pero necesitan que sus padres, además de las reprimendas, les ofrezcan perdón,
cariño y aceptación.
4. Que confíen en ellos, para poder demostrarse a sí mismos y a sus padres que son capaces de
ejercer una libertad responsable.
5. Que se les confiera cierta autonomía en función de esa confianza. La autonomía es una facultad
que ha de irse desarrollando en el adolescente; si sus padres se oponen a ir dosificándola, la
maduración biológica proseguirá, pero no así la emocional.
Mucho se ha hablado acerca de las crisis de los adolescentes, pero apenas se mencionan las
crisis de los padres que tienen hijos adolescentes. Lo cierto es que muchos de los temores,
inseguridades y contradicciones que se manifiestan en la conducta del adolescente obedecen a la actitud
que adoptamos los mayores.
Es tanto lo que hemos escuchado sobre los peligros (reales o imaginarios) que acechan a esa
etapa de la vida, que en no pocas ocasiones nos alarmamos ante conductas o actitudes que, lejos de ser
una señal de alerta, son claros signos de maduración personal.
A veces la madre se siente molesta cuando el hijo o la hija, que antes disfrutaba siempre de las
actividades familiares, prefiere ahora salir con sus amigos o quedarse en casa escuchando música. El
padre puede sentirse rechazado cuando la hija responde a su ofrecimiento de llevarla a donde va:
“Gracias papá, no te molestes. Me voy caminando.”
El padre y la madre se preocupan cuando notan que el hijo se aísla, no quiere hablar de lo que
le sucede o explicar a qué obedece una baja calificación. También sienten que, sin razón aparente, el
hijo les ha perdido la confianza.
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Resulta curioso que los padres de familia, habiendo vivido su adolescencia, se hayan olvidado
de ella. Pero si logran recordar los temores y la inseguridad que experimentaron en carne propia a esa
edad, aún cuando las circunstancias sean otras podrán comprender y apoyar a sus hijos de mejor
manera.
¿Por qué la mayoría de los adultos no conservamos recuerdos nítidos de nuestra adolescencia?
Seguramente porque pretendemos juzgarlos desde una perspectiva de adultos. Tal vez nos resultan
ridículos o, habiendo sido fuente de angustias, los hemos soterrado en la región oscura del inconsciente:
preferimos no recordarlos.
Por esta razón, de manera automática y sin razonar, los adultos repetimos algunas conductas
equivocadas frente a las conductas que consideramos equivocadas en nuestros hijos. Nos desesperamos
ante sus contradicciones, somos intolerantes ante sus respuestas inusitadas, incomprensivos frente a sus
estados de ánimo fluctuantes; a veces minimizamos sus angustias, los reprendemos acremente por sus
fallas y tropiezos, ridiculizamos sus actitudes y negamos su capacidad para crecer en libertad y en
responsabilidad. Si recordáramos nuestra propia adolescencia podríamos establecer cierta empatía y no
nos dejaríamos llevar tan fácilmente por las actitudes que han generado nuestras frustraciones.
La adolescencia no tiene que ser, ni para los padres ni para los hijos, una etapa necesariamente
dolorosa y conflictiva. Como en cualquier otra etapa de la vida, a veces surgirán conflictos o reinará la
melancolía, pero ello n significa que estos sucesos fortuitos se conviertan en la tónica dominante. Y si
bien los hijos pueden y deben colaborar para instaurar la armonía en las relaciones, la mayor
responsabilidad nos corresponde a los padres.
Actitudes equivocadas
No olvidemos que en todo tiempo y lugar ser padre es difícil. Pero cualquier dificultad puede
superarse con ideas claras y con un corazón bien puesto en su lugar.
Muchas veces los padres piensan que su trabajo de papá empieza y termina con traer el
sustento a casa. Y como esto resulta cada día más difícil, en esa obligación se invierte casi todo el
tiempo. Si además agregan unos toquecitos de “autoridad” para que los chicos no se desbanden,
entonces todo está bien.
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Sin embargo, los chicos escapan a su control y los padres no saben por qué. El papel de padre
va mucho más allá de proporcionar bienestar material. La verdadera seguridad se forja por medio del
cariño, del afecto.
Hay muchas formas de maltratar a un hijo. Además del maltrato físico (tragedia que a veces
también se cierne en algunos hogares), puede existir un maltrato emocional, cuyo resultado es que los
hijos se sientan menospreciados. Y entonces sucede que se les acusa, no se les corrige. La corrección
cree en un cambio, pero la acusación solamente recrimina, dando por hecho que el cambio no es posible.
Ignorar la necesidad de amor, de ternura y de compañerismo que tienen nuestros hijos equivale
a un maltrato emocional agudo. ¿Cómo no buscar afuera aquello que, como el aire, nos es vital, y no
recibimos en el hogar? No hay riqueza ni pobreza, abundancia ni miseria que justifique la falta de amor.
Pero para querer hay que conocer, y para conocer hay que escuchar: en efecto, la charla y el diálogo son
pasos que conducen al amor.
También es necesario enseñar. No importa que nos equivoquemos (sobre todo si somos
capaces de recapacitar). Lo que no puede hacer un padre es borrarse, dejar inerme al hijo, sin ideas, sin
metas, sin opiniones. Si dejamos que persista este vacío los jóvenes lo llenarán de cualquier manera,
con las ideas, las opiniones y las razones de otros que quizá estén más desorientados que ellos mismos.
De aquí que no trasmitir enseñanzas constituya también un maltrato emocional.
Pero tal vez la tarea más difícil de la misión de los padres es ser. Nadie puede proyectar lo que
no es. Si un padre no actúa de acuerdo con aquello que le predica a los demás (en particular a sus
propios hijos), les inflige entonces el maltrato emocional de la incoherencia.
Así pues, la mayor dificultad de ser padres tal vez consista en “aprobar” el examen de “ser
humano” delante de esa sangre nueva, fresca y pura, que son los niños y los jóvenes. Lo más
complicado no es “dar la vida”, sino “entregar la libertad” a los hijos. Esto sólo se consigue mediante
un correcto ejercicio de la autoridad (que es servicio), en procura de su crecimiento, desarrollo y
prestigio.
Aprendan los padres a dejar de hacer lo que están haciendo cuando su hijo se les acerque.
Dediquen buenos ratos a estar con ellos, no sólo físicamente presentes. Mírenlos, atiéndanlos,
escúchenlos y acójanlos. Apaguemos el televisor, tiremos el periódico al cesto, devolvamos el libro al
estante y contemplemos esa maravillosa joya que Dios ha puesto en nuestras manos: nuestros hijos.
Los Hijos
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Podéis otorgarles vuestro amor,
más no vuestros pensamientos,
porque ellos poseen los propios
Podéis dar cobijo a su cuerpo,
más no a su alma,
Porque sus almas habitan
en la morada del futuro,
a la cual no podéis acceder
ni siquiera en vuestros sueños.
Podéis esforzaros por ser como ellos,
más no intentéis
que ellos sean como vosotros,
porque la vida no anda hacia atrás
ni se para en el ayer.
Sois los arcos
de los cuales vuestros hijos
han sido disparados
como dardos vivos.
El arquero ve el blanco
en el camino del infinito,
y él os doblega con su poder
para que sus dardos
puedan ir lejos y raudos.
Permitid que por placer
sea la mano del arquero
la encargada de doblegaros,
pues aunque él ama el dardo que vuela,
también siente amor por el arco en tensión.
Son los padres quienes han de desempeñar un papel fundamental en la educación de los hijos, y
es el seno familiar el lugar idóneo donde han de aprenderse las primeras pautas. Los hijos
reproducirán lo que vean; con el ejemplo adquirirán la práctica de hábitos sanos. En el hogar se dan
también los primeros pasos en el camino de la socialización.
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Desde pequeños ha que enseñarles a hacer su cama, primero con nuestra ayuda, después sin
ella. No importa que no quede “perfecta”.
La integración y la aceptación de las diferentes responsabilidades que se van presentando en el
seno familiar son el primer paso para la posterior incorporación a la sociedad.
Los medios de comunicación masiva (la televisión, la radio, el internet) son positivos cuando se
usan correctamente, para servirnos, pero pueden resultar contraproducentes cuando se convierten en
una obsesión. Por tanto, es conveniente dosificarlos, eligiendo junto con nuestros hijos la
programación que consideremos más conveniente. Permanecer frente al televisor durante horas impide
la realización de otras actividades más necesarias para el desarrollo integral de los chicos, como son la
lectura, el deporte, el arte, etcétera.
En cuanto a la alimentación, el niño tiene que se educado para comer de todo (dieta
equilibrada) y no desperdiciar la comida, fomentando así el sentido del ahorro y de la solidaridad.
La comunicación forma parte esencial de la convivencia familiar. Tenemos que propiciarla
para que ellos se nos acerquen con confianza y con la seguridad de que no vamos a esquivar sus
preguntas. No olvidemos que ellos tienen a sus amigos. Si acuden a nosotros es porque esperan una
opinión más sólida y más crítica, aunque sólo sea para discutirla.
Por lo que se refiere al dinero, debemos pagarles pequeñas sumas en compensación por algunas
tareas que les asignemos, de modo que aprendan a administrarse. El desembolso que hagamos deberá
ser proporcional al trabajo que hayan desempeñado.
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En cuanto al tiempo libre, es importante que nuestros hijos ocupen sus ratos de ocio en algo que
los divierta y que a la vez contribuya a su formación: la lectura, el cine, el teatro, los deportes, las
excursiones, las visitas a museos, la participación en grupos juveniles y en talleres de arte para jóvenes,
etcétera.
En general, no debemos evitar tratar con ellos ningún tema, por difícil o trivial que éste
parezca: sexualidad, primer amor, amistades, consumo de tabaco y de alcohol, educación vial,
conducción de vehículos, etcétera.
Como lo podemos ver, todas las actividades mencionadas favorecen la comunicación familiar,
la sensación de pertenencia a la unidad básica de la sociedad. La comunicación con nuestros hijos no
tiene por qué interrumpirse al llegar la adolescencia. Es en el marco familiar donde nuestros hijos
tienen que aprender a discutir y a ser tolerantes, a superar las frustraciones.
En el caso de que así sea necesario, los padres tenemos la obligación de acudir a escuelas para
padres o a charlas y conferencias, actualizando nuestros conocimientos acerca de la adolescencia con el
fin de comprender mejor a nuestros hijos.
También es conveniente colaborar con el colegio a través de las asociaciones de padres, del
consejo escolar, o mediante reuniones con los responsables de la educación escolar de nuestros hijos.
Esta serie de medidas no pretenden erigirse en dogmas; constituyen más bien una orientación,
un mero punto de referencia. No se trata de obtener el título de padres modelos ni de crear hijos
perfectos, sino de aprender a vivir juntos en armonía física, social, espiritual y moral.
Ya hemos visto que una educación autoritaria tiene como consecuencia la rebeldía o una actitud
de confinamiento en la represión por parte de los hijos. También hemos analizado cómo una
educación paternalista produce ansiedad y vacilación tanto en los padres como en los hijos. ¿Cómo
educarlos entonces?
Durante mucho tiempo, la idea de autoridad fue confundida con la de poder. Muchos padres
pensaban que su función equivalía a “imponer su autoridad”, es decir, a conseguir que los hijos
acataran sus decisiones sin la menor queja y obedecieran al instante, como autómatas.
Cuando la experiencia demuestra que una actitud o una actuación es errónea, parece que lo más
fácil es optar por el extremo opuesto. En los años 50 se alzó la voz del doctor Spock, afirmando que
los niños no debían ser contrariados para no traumatizarlos. No tardaron en hacerse patentes los
estragos producidos por esta mentalidad permisiva, que obligaba a los padres a eludir gran parte de por
esta mentalidad permisiva, que obligaba a los padres a eludir gran parte de sus responsabilidades y
dejaba a los niños en una situación de desamparo. El doctor Spock tuvo la valentía de reconocer
públicamente que se había equivocado, y les aconsejó a los padres que actuaran con serenidad, pero
con energía.
Actuar con autoridad al educar, para los hijos equivale a manifestar que poseemos las
cualidades necesarias para ello. Para que un niño pueda recibir educación resulta indispensable
desarrollar previamente en él el sentimiento de seguridad. Si el pequeño no encuentra en su medio
familiar esa firmeza, más tarde se sentirá perdido en un mundo complejo y adverso. Al carecer de la
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experiencia que le permita situarse correctamente en la realidad, difícilmente alcanzará la madurez
emocional.
Los padres no pueden ignorar que el adolescente:
Lo contrario del autoritarismo es la flexibilidad: saber hablar, saber escuchar a los hijos, darles
razones conforme a su capacidad. Escribe Gustavo Thibon:
Es conveniente explicar los motivos de sanción, pero se necesita también a veces castigar
cosas que todavía no se pueden comprender. El niño obedecerá primero y después
comprenderá también el motivo. Así educa la fuerza de las cosas. Cuando el niño toca el
fuego, ¿comprende por qué se quema? Quita primero la mano y no la vuelve a poner, queda
por esto predispuesto para la neurosis del fracaso. Como el temor a Dios, el choque con la
experiencia férrea de la necesidad es el inicio de la sabiduría.
Tanto el autoritarismo como el paternalismo van en contra de la libertad de los hijos, no sólo
porque anulan su voluntad, sino también porque les impide ejercitarla y aprender a asumir la
responsabilidad correspondiente.
Por eso, muchas veces el origen de esas posturas erróneas de los padres está en la comodidad o
en el miedo: es más fácil dictar una orden tajante que explicar sus motivos; es más fácil hacer uno
mismo las cosas que enseñar a hacerlas.
Y es que, precisamente, la autoridad se refuerza mediante la participación. La autoridad trata
de convencer, de comprobar la validez de su postura ante la verdad que se ha descubierto y que parece
imprescindible. La autoridad recurre al diálogo como un medio que propicia la libertad y el
compromiso de cada cual con la verdad.
¿Cómo alcanzar ese punto de equilibrio, esa comprensión, esa fortaleza? Por el camino de la
confianza en los hijos y del afecto al que todos los niños responden. Ejercer la autoridad constituye
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todo un programa al que los padres deberán apegarse a la hora de diseñar y poner en obra su tarea
educadora. Decía un gran sacerdote:
Aconsejo siempre a los padres que sean padres de sus hijos. Hoy corren las
ideas de hacerse amigos de sus hijos. No comparto esa tendencia. Los padres no
deben olvidar que son padres. No se trata de ser colegas. El ser padre es la tarea
fundamental. Se puede armonizar perfectamente la autoridad paterna que la misma
educación requiere con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna
manera al mismo nivel de los hijos. Los chicos –aún los que parecen más díscolos y
despegados- desean siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres. La
clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de
familiaridad, que no se den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y
que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen
engañar alguna vez: la confianza que se pone en los hijos hace que ellos mismos se
avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven
que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre.
Resulta sumamente conveniente tener en cuenta los intereses, las motivaciones y las
experiencias característicos de la adolescencia para evitar dar una formación desconectada de la vida
real. De este modo se facilitará la maduración progresiva de su fe.
Sin embargo, y puesto que los intereses de los chicos no coinciden exactamente con sus
necesidades ni las agotan, será oportuno tener en cuenta la doctrina católica para evitar el riesgo de
mutilar la dimensión trascendente de la persona.
• La sinceridad es un medio indispensable para que puedan llevar una vida auténtica. Esa
cualidad se adquiere mediante el conocimiento y la aceptación de sí mismos, incluyendo
sus limitaciones.
• La reciedumbre y la fortaleza los ayudarán a ser personas sobrias, templadas; a ejercer su
señorío y dominio en el uso de las cosas.
• La actitud de colaboración y de servicio hacia los demás ha de ser uno de los objetivos
esenciales al que apunte su capacidad de ilusión y de entrega.
2. Forjar la personalidad. Esta edad es un momento decisivo para edificar una personalidad
auténtica, así como también constituye la ocasión propicia para ceder a formas desorganizadas
de vida. Por ello:
• Deberá orientarse a los jóvenes de modo que no cifren la personalidad en las meras
apariencias, sino en valores profundos.
• Se les debe orientar igualmente en la adquisición de discernimiento y de criterios
personales.
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3. Profundizar en el recto sentido de la libertad valiéndose de la razón y haciendo hincapié en los
condicionamientos a los que está sujeta la libertad humana. Hay que destacar, en primer
término, que la libertad supone capacidad de decisión, que existe un compromiso cuando se
ejerce la libertad, pues es necesario ser consecuente y responsable ante las decisiones que se han
tomado. También es necesario recalcar que la autoridad no coarta la libertad, sino que, antes
bien, permite ejercerla. Asimismo, es preciso señalar que el límite de nuestra libertad es la
libertad de los demás, a la que debemos evitar lesionar incluso a costa de la propia.
4. Enseñar el valor del trabajo. Debido a que en esta etapa los adolescentes ya han adquirido una
mayor capacidad de trabajo individual y de organización de su tiempo, es oportuno orientarlos y
ayudarlos para que la desarrollen con seriedad, perseverancia, orden, espíritu de servicio,
etcétera.
6. Los padres le deben ofrecer siempre al adolescente tanto los privilegios como las
responsabilidades que les corresponden a este último.
7. Por último, es importante ejercer control sobre el chico, pero el apoyo emocional incondicional
nunca deberá faltar.
1. Antes de hablar, escuchemos a nuestros hijos con atención. Su mundo nos interesa.
2. No nos fijemos sólo en lo que dice, sino en cómo lo dice. El tono de voz, la expresión del rostro
y la postura corporal son a veces más expresivos que las palabras.
3. No les dirijamos palabras airadas; éstas no producen ningún efecto positivo y, en cambio,
pueden hacer mucho daño.
4. Dialoguemos con nuestros hijos a profundidad; que no sólo nos interese lo que hacen y a dónde
van, sino también sus dudas, sus temores, sus anhelos y sus insatisfacciones.
5. No nos alarmemos si nuestros hijos hablan poco. Es propio de esta edad y no significa nada
personal contra los padres.
6. Reconozcamos sus méritos y cualidades con palabras de aprecio; esto les hará darse cuenta de
que estamos con ellos.
7. No insistamos reiteradamente en la misma idea una vez que la hemos expuesto con claridad. Al
repetirla una y otra vez pierde fuerza y provoca frustración en los jóvenes.
8. Evitemos las expresiones que impiden la comunicación (“¿Cómo estuvo el viaje?”), y utilicemos
aquellas que la facilitan (“Cuéntame lo que más te ha gustado del viaje”).
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9. Con cariño, advirtámosles acerca de las consecuencias que pueden acarrear ciertos
comportamientos. Si, de todos modos, incurren en ellos y se convierten en víctimas de su propia
conducta, nunca hay que decirles “Te lo dije”, pues ya lo saben.
10. Cuando sea preciso, no tengamos reparo en aceptar y reconocer nuestros errores; además,
pidámosles una disculpa por ellos.
“El Mundo de los Adolescentes,” Izquierdo Moreno Ciriaco, Ed. Trillas, México, 2003.
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