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Corazones

Oscuros Sheyla Drymon

CORAZONES

OSCUROS

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y a Drymon


Editora Digital

Corazones Oscuros Sheyla Drymon

Segunda edición, Enero 2010.

Publicado en ebook: www.editoradigital.com.ar Registro: C-272-08

Prohibida su distribución, sin el permiso del autor.

Todos los derechos reservados.

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Corazones Oscuros Sheyla Drymon


AGRADECIMIENTOS
Este libro no habría sido posible sin la inestimable ayuda y apoyo de mi madre,
de mi padre y de mi hermano, y como no, de mis queridas y pacientes amigas,
Cristina y Raquel quienes escucharon mis ideas iniciales y presenciaron como
iba cobrando vida este proyecto.

También debo agradecer a Bea por creer en mí y darme la oportunidad de


publicarlo en la editorial.

www.editoradigital.com.ar

Sin olvidarme, de Val quien me apoyó desde el primer momento en que lo


publiqué animándome cuando el desánimo aparecía en mi camino, y que me
acogió en su foro, donde pude conocer a buenas amigas.

www.cronicasoscuras.com

Gracias a todas y espero que disfrutéis con la lectura.

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Corazones Oscuros Sheyla Drymon


RESUMEN
Su nacimiento marcó un antes y un después en la historia de su raza. Su infancia
estuvo plagada de dolor y traición, convirtiendo a Jared Bastard en el hombre
que es. Un vampiro odiado por los suyos y perseguido hasta la saciedad por los
brujos.

Su futuro está envuelto en la oscuridad al ver como todo por lo que luchó es
consumido por el fuego y las ansias de poder de unos humanos que no solo
cambiarían su vida, sino la historia.

Su corazón de vampiro ansía la sangre de los brujos, los asesinos de su familia


adoptiva. Sin embargo por el camino escucha una voz que le cambiaría la
percepción de la vida.

Jared no esperó encontrar con la única mujer que podía salvarlo de la oscuridad
que era su vida.


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PRÓLOGO

Otoño 2003 en el Parque Nacional de Jasper, a seis horas de Toronto.

La densa niebla cubría el valle, como un espeso manto mortecino, ocultando a la


vista a un gran lobo de pelaje grisáceo que corría a gran velocidad adentrándose
en la oscuridad del bosque.

Sus brillantes ojos miraban a su alrededor, confirmando que la sangre que


manaba abundantemente de las numerosas heridas y quemaduras que marcaban
su áspero pelaje estaba atrayendo a las fieras que moraban en el bosque.

Jared Bastard estaba agotado, física y mentalmente. Aquella noche habían


atacado las tierras de los hechiceros de las sombras, humanos que le dieron
cobijo en su mansión y que le trataron como un miembro más de su familia.

Para él, un vampiro desterrado por los suyos, que solo conoció el dolor y el
desprecio desde su más tierna infancia, el que le abriesen las puertas de la
mansión Shadowś House fue una experiencia nueva que le caló hondo en su
quebrado corazón.

Durante quince años vivió con los hechiceros compartiendo sus risas y sus
preocupaciones, ayudándoles en sus misiones. En esos años se escucharon
rumores de ataques a otros clanes de cultura

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mágica por parte de mortales que aprendieron a utilizar el poder de los


elementos naturales, pero no le dieron mayor importancia.

Grave error.
Ahora lo sabía.

Jared gruñó.

La culpa le acosaba. No pudo hacer nada por salvar a sus hermanos y hermanas.

Aquella noche, él había salido junto al grupo de Rescate siguiendo el mensaje de


auxilio que recibieron vía satélite. Durante dos horas rastrearon las montañas
alrededor de las amplias tierras pertenecientes a los hechiceros y que lindaban
con el dominio del clan lycans Rhobsein. Cuando encontraron el lugar desde
donde se emitía la señal de socorro quedaron estáticos. Los hechiceros a los que
iban a salvar estaban todos muertos, con el pecho abierto y desprovistos de su
corazón.

No perdieron ni un segundo.

Dieron media vuelta y regresaron corriendo a la mansión principal.

Nadie habló durante el trayecto, todos estaban pensando lo mismo. Que la


mansión principal corría peligro.

Y no se equivocaron.

En cuanto llegaron a la cima de la montaña que separaba los dos valles del clan,
contemplaron mudos del horror las llamas que consumían la mansión.

Jared entrecerró los ojos al recordar lo que sucedió después.

No fueron capaces de mantener la sangre fría y se dejaron llevar por el deseo de


vengarse, corriendo colina abajo invocando sus poderes. Estaban dispuestos a
eliminar a los que destruyeron sus vidas, aniquilando su hogar y a sus familias.

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Pero fueron ellos los que acabaron siendo cazados como animales. No se lo
esperaron.

Los mortales que eran capaces de utilizar la magia elemental y de los que
escucharon tantos rumores, eran reales y los estaban esperando a la entrada de lo
que en otro tiempo fue una majestuosa mansión.

En cuanto estuvieron a la vista fueron atacados sin piedad por los brujos. El
fuego los quemó, obligándolos a levantar sus barreras defensivas descuidando
los hechizos de ataque que estaban invocando.

Ese descuido lo supieron aprovechar bien los brujos, que buscaron grietas en las
barreras y lanzaron nuevos ataques. El poder que demostraron poseer fue
inmenso. Imposible. Pues ningún mortal era capaz de soportar esa cantidad de
magia en sus cuerpos sin perder la vida. Pero aquella noche, Jared comprobó que
las teorías que aprendió de niño siempre tenían una excepción.

Jared rechinó los dientes.

Vaya manera de descubrir que los brujos realmente existían y que estaban
dedicándose a atacar indiscriminadamente a los clanes de seres inmortales que
vivían en relativa paz en aquel parque nacional protegido por los humanos que
desconocían que entre los árboles y los ríos que cruzaban los valles de Jasper
existían barreras mágicas que ocultaban de su vista las ricas y prósperas
propiedades de los hechiceros y del clan lycans Rhobsein.

Jared luchó junto a sus hermanos guerreros contra los brujos, pero le tomaron
por sorpresa, atacándolo por la espalda dos brujos que lo lanzaron por los aires,
estrellándolo contra la verja metálica que rodeaba a la mansión. El hierro
retorcido se clavó en su espalda, produciéndole una corriente de dolor que nubló
su vista unos

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segundos. El tiempo suficiente para que lo chamuscaran con una bola de fuego.

Jared se detuvo, olisqueando el aire. Estaba en problemas.

Había traspasado los límites de la propiedad de los hechiceros. Ahora estaba en


el dominio lycans.

Los lycans que vivían en aquellas tierras eran hombres y mujeres orgullosos que
se alejaron de las normas de su raza, y vivían bajo su apariencia animal en
cuevas ocultas en lo más profundo del bosque. Ellos cazaban a todo aquel que se
atrevía a cruzar sus tierras, destrozando sus cuerpos a mordiscos. Evitando de
esta manera volver a sufrir pérdidas de miembros de su clan a manos de intrusos.

A Jared le fallaron las patas delanteras, cayendo al suelo. La pérdida de sangre,


le estaba mermando los poderes. No podía mantener por más tiempo su
apariencia de lobo.

Lentamente, el lobo desapareció. Y en su lugar su forma humana se estiró con


dificultad, siseando de dolor y escupiendo sangre al suelo. Su cabello corto de un
color negro como las alas de un cuervo, estaba sucio de sangre y tierra. Su
flequillo pegado a su sudorosa frente fruncida por el esfuerzo sobrehumano que
utilizó para levantarse. Al quedar de pie, trastabilló mareándose un instante, pero
antes de caer nuevamente al suelo se apoyó contra un árbol, raspando las heridas
de su espalda contra la dura corteza del tronco.

Su metro ochenta y siete de puro músculo temblaba profusamente, procurando


no desmayarse. Los jirones en los que quedó su camisa después de desgarrarse y
quemarse, colgaban a ambos lados de su cintura, dejando al descubierto su
maltratada espalda.

Un ronco gruñido procedente de su derecha, lo sorprendió.

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Al girar la cabeza, encontró al animal que lo acechaba. Encima de una roca un


gran lobo de pelaje blanco roto le mostraba los dientes y no perdía detalle de su
futura presa, evaluando el momento idóneo para atacarle.

Antes de que pudiera reaccionar, el lobo saltó desde la roca sobre Jared,
hincándole los colmillos en su brazo, consiguiendo tirarlo al suelo con la fuerza
de su ataque.
Jared luchó por librarse del lobo, golpeándole con el puño en el húmedo hocico.
Al hacerlo el animal soltó un gemido de dolor y dejó ir a su presa.

Con esfuerzo, Jared se levantó y se puso delante del árbol donde se había
apoyado para cubrirse la espalda. Los lycans atacaban en manada. Los hermanos
de aquel orgulloso lycans no estarían lejos.

— Criatura, te encuentras territorio lycans y la condena es la muerte.

La ronca voz del animal tuvo toda la atención de Jared, quien lo examinó
detenidamente.

El macho lycans no era estúpido. Había percibido que no era humano y por tanto
había hablado rompiendo el silencio de la noche.

Si el lobo por el contrario se hubiera encontrado delante de un humano lo habría


destrozado sin piedad, sin revelar que era capaz de articular palabras.

Estaba ante un macho alpha poderoso, que no dudaría en arrancarle los brazos a
mordiscos con tal de mantener libre sus tierras de intrusos. Y en su actual estado,
malherido y con el núcleo mágico inestable, no estaba en condiciones para
enfrentarse a él. Si lo hacía corría el peligro de perder el control de su poder y
destruirse, quemándose desde dentro.

Tenía que evitar la confrontación.

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Intentaría calmar al orgulloso lycans.

— Mis disculpas, este camino lleva a donde pretendo llegar con prontitud.

Sin dejar de gruñir el lobo pateó el suelo con las patas delanteras y erizó el pelo
de su lomo encorvando la cabeza. Su raza era muy orgullosa, nacían guerreros y
nunca mostraban piedad ante sus presas. Su vida era dura y salvaje, marcada por
las traiciones y las disputas de poder. Los lycans tenían numerosos enemigos que
luchaban contra ellos en cruentas batallas en las que participaban los hombres y
las mujeres de su raza. Por ese motivo, la principal norma de su clan era no
permitir la entrada de ningún otro ser que no fuera un lycans. Las demás
criaturas inmortales tenían vedada la entrada, y si se atrevían a cruzar sus tierras
serían perseguidas y cazadas sin mostrar piedad ni parase a escuchar sus
excusas.

— Nada de lo que me digas me importa, criatura. Está prohibida la entrada en


mis tierras.

Jared entrecerró los ojos al escuchar como se acercaban los demás lobos,
siguiendo el rastro del lobo alpha de la manada. Era hora de poner fin al
enfrentamiento. Le urgía encontrar una cueva donde dormitar, sobre la húmeda
tierra curativa, hasta que sus heridas sanasen.

Además, posiblemente los brujos que atacaron las tierras de los hechiceros,
podrían haber seguido el rastro de sangre que dejó mientras huía, maldiciéndose
al tener que abandonar las cenizas de lo que llamó su hogar. No podía perder
más tiempo. Si lo encontraban los brujos, podría peder la vida. Los mortales
habían cazado a los hechiceros que lucharon valientemente por salvar su hogar,
arrancando después de asesinarlos, sus corazones, alimentándose del poder
latente en el palpitante músculo. Los brujos habían dejado de ser humanos la
primera vez que se alimentaron de

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corazones de seres inmortales, perdiendo su alma en la oscuridad de la sed de


sangre y de poder.

— Corréis peligro lycans. Tú y los tuyos deberías abandonar estas tierras y


buscar refugio en el clan Heimdall — el lobo mostró sorpresa cuando Jared citó
el nombre del clan principal de la raza lycans. Las seis castas de lycans le
juraron fidelidad al clan Heimdall, y era el lugar de refugio de los miembros que
sufriesen algún tipo de ataque o destierro.

— ¡Silencio! — le acalló el lobo, al tiempo en que se transformaba en hombre.

Era la primera vez que Jared veía la transformación de un miembro de la raza


lycans. No fue tan horrible de ver como le había descrito sus tíos las noches en
que le narraban cuentos con hombres lobo como protagonistas. Apenas en unos
segundos el lobo había dado paso al hombre, perdiendo el pelaje y poniéndose
de pie sin apenas esfuerzo. Era muy parecido a su propia transformación cuando
adoptaba la forma de un lobo.

Lo gracioso era que en verdad al transformarse aparecían desnudos, tal y como


nacieron. Jared compuso una expresión de disconformidad, teniendo en cuenta
que permanecía delante de él, un hombre de largos cabellos rubios, cuerpo
atlético y sin muestras de vergüenza ante su desnudez.

Jared se mordió la lengua para no gritarle que se vistiese, que cubriese su cuerpo
y dejase de moverse de un lado a otro. Era una visión un tanto inquietante, ver
como la larga verga del hombre lobo se balanceaba rozando sus blanquecinos
muslos cada vez que él se movía.
Alejando la mirada de la entrepierna del lycans, Jared dijo.

— No pretendo hacer ningún daño en tus tierras, lobo. Tan solo deseo llegar a las
cuevas de las montañas. Hace unas horas han

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atacado las tierras de los hechiceros, corréis peligro si los brujos deciden venir a
cazaros.

— Podéis engañar a otro con esa patética excusa, criatura, pero a mi no.

Jared pasó una mano por sus cabellos revolviéndolos.

— Que pesadez que me llames criatura — ordenó a su mente que los colmillos
que habitualmente mantenía retraídos en sus encías se alargasen, sorprendiendo
de esta manera al orgulloso macho —.

Nací vampiro, lobo — le señaló sonriendo abiertamente para que este pudiese
distinguir con claridad sus largos y curvados colmillos.

Gabeil Rhosban, macho alpha y jefe del clan lycans Rhobsein, cuyos dominios
eran las tierras del norte del parque, dejó escapar una carcajada irónica carente
de emoción. Aquella noche parecía que iba a ser aburrida y de golpe delante de
él se aparecía un estúpido y malherido vampiro.
Justo lo que necesitaba para alegrarle la noche.

Matar a ese chupasangre y saborear con gusto su palpitante y oscuro corazón.

De todos era conocida la aversión que sentían mutuamente las dos razas
inmortales más numerosas. El odio que sentía los vampiros y los lycans estaba
muy arraigado en sus corazones.

Y por nada, desaprovecharían la oportunidad de matar a un murciélago


chupasangre, librando al mundo de su odiosa presencia.

— Vampiro te has condenado al venir a mis tierras — sentenció Gabeil bajando


la voz y señalando con la cabeza a los hombres y mujeres lycans en su forma
lupina que se acercaban hasta ellos, rodeándoles lentamente sin dejar de mostrar
los colmillos que adornaban sus encías.

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Bravo, Jared esta vez te luciste. Rodeado de pulgosos, a punto de transmitirte la


rabia. Pensó Jared cerrando los ojos por unos instantes contando veintidós lobos
a su alrededor.

Procurando que no notasen la rabia que sentía en esos momentos al ver que su
advertencia era ignorada de tal manera que estaban a punto de atacarle, Jared
ocultó lo que sentía riéndose en alto.

Adoptando una postura relajada, descruzándose de brazos y manteniendo una


sonrisa en sus labios, Jared sorprendió a los lobos que lo miraron como si se
hubiera vuelto loco.

Jared disfrutó internamente al ver que había descolocado al macho alpha con sus
inesperadas carcajadas.

A que esto no te lo esperabas. ¡Eh, chucho!

— Estás loco vampiro — le gritó Gabeil una vez recuperado del shock inicial.
No era normal que la víctima se pusiese a reír como un loco mientras estaba
rodeado por sus futuros verdugos. Lo tuvo que preguntar — ¿De qué te ríes?
Estás en clara desventaja.

Jared negó con la cabeza manteniendo la sonrisa. Puede que el lobo pensase que
lo superaba y solo porque estaba cubierto por sus compañeros, pero lo que no
podía saber el lycans era que el poder que dormitaba latente en su corazón podía
con todos ellos. Jared no era un vampiro normal. Por sus venas corría sangre de
dos razas diferentes de inmortales.

Era poderoso, pero al tiempo peligroso y no solo contra los que luchara. Su
poder era su mayor enemigo. Si perdía en control de su cuerpo, acabaría muerto,
estallando en miles de pedazos y destruyendo todo a su alrededor como una
bomba atómica.

Siguiendo su costumbre de no servir a nadie más que a sí mismo, y no guardarse


nada de lo que pensase. Jared soltó.

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— ¿No te aconsejó tu madre que nunca te fiases de las apariencias, cachorro?

Gabeil gruñó amenazadoramente dando un paso hacia delante.

Odiaba que le llamasen cachorro. Por más que gruñese y gritase los demás jefes
de los otros seis clanes de su raza, seguían dirigiéndose a él como “el cachorro”.
Un título que a su pesar le quedó aún después de cien años gobernando con
eficacia su manada. Era cierto que tomó las riendas a los diecinueve años, pero
ya tenía más de un siglo de experiencia.

Maldición, deseaba de una puta vez que dejasen de incordiarle.

El vampiro le había dado donde más le dolía.

— Chupasangre de mierda. ¡Retira tus palabras!

Antes de que le atacase Jared procuró calmar al orgulloso lupino sin dejar de
maldecir por haberse precipitado en hablar. Pocas veces era las que se podía
controlar y no soltaba a la cara lo que realmente pensaba. Y esta vez había
cometido una gran estupidez al cizañar al lycans mientras era vigilado por su
gente.

— Te repito nuevamente que no deseo nada de estas tierras, permíteme continuar


mi camino lycans — Necesito encontrar las cuevas curativas. Si sigo así
acabaré desmayado. Esta vez me han jodido y bien. Pero esto no quedará así.
Pensó Jared, entrecerrando los ojos que brillaron con peligrosidad Juro por mis
dioses que acabaré con los brujos. Seré yo quien les arranque sus podridos
corazones.

Pero como supuso el lobo no iba a olvidar tan rápidamente la ofensa. Esta vez
fue él quien se echó a reír e indicó con un gesto de su cabeza a su gente que se
preparase para atacar.

En cuanto se cansase de ver como jugaban con la presa el lobo alpha daría
permiso para que acabasen con él, despedazándolo vivo.

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Joder, salgo de un infierno para meterme de cabeza a otro. Se lamentó Jared,


pasando una mano por la cara, retirando parte de la tierra y sangre reseca que
cubría su dolorido rostro.

— Por última vez lobo, déjame ir — advirtió con voz firme, concediéndole una
última oportunidad al lycans.

Pero de nada sirvieron sus palabras.

— Nunca, vampiro. Esta noche tu sangre manchará mis tierras.

Jared cerró los ojos y suspiró resignado.


¡Vaya, que original! ¿Por qué siempre los malos sueltan la misma amenaza?
Pensó Jared con sarcasmo. Soltó un suspiro y estiró el cuello, moviendo los
hombros en círculos, intentando quitar tensión a su maltrecho cuerpo. Bravo por
tu diplomacia.

Lo que en un principio pretendió ser una retirada a tiempo se estaba convirtiendo


en una nueva confrontación. Parecía que desde que abandonó a su clan
vampírico los problemas le perseguían, surgiendo hasta debajo de las piedras,
como si una maldición le persiguiese constantemente.

El ataque inesperado de los lobos, siguiendo una orden silenciosa de su jefe, le


sacó abruptamente de sus pensamientos.

Jared dejó que se abalanzasen sobre él antes de dejar salir parte de su poder,
procurando mantener su núcleo mágico en calma.

Como una explosión, unas llamas anaranjadas surgieron de su cuerpo y


alcanzaron a los sorprendidos lobos que gimieron de dolor cuando el fuego
lamió sin piedad sus cuerpos. Muchos de ellos después de recibir el golpe se
transformaron en humanos apagando con las manos el resto de fuego,
retirándose prudencialmente del campo de batalla.

Gabeil se tensó visiblemente al ver el potencial destructivo del vampiro.

No se lo esperó.

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No era normal que un chupasangre fuese capaz de dominar uno de los elementos
mágicos. Un vampiro era capaz de incinerar pequeños objetos como cerraduras
que le permitiesen entrar en las casas de sus víctimas. Pero no podían provocar
una explosión como la que presenció. El fuego que salió del interior del cuerpo
del chupasangre, parecía que tenía vida propia crepitando calmadamente a su
alrededor, protegiéndolo.

Mientras lo veía luchar fieramente, Gabeil analizó sus movimientos y descubrió


que se había equivocado con ese hombre.

Sus movimientos letales, la confianza en su poder y la destreza en la lucha le


indicaron que al menos debía tener trescientos años pues un vampiro no
conseguía desarrollar todo su potencial hasta la madurez y la alcanzaban después
de los doscientos años de existencia.

Su gente estaba perdiendo y por el momento debía agradecer que no hubiera


víctimas mortales. El fuego que dominaba con asombrosa facilidad el
chupasangre iluminaba con potentes fogonazos la oscuridad de la noche,
haciendo retroceder y caer a sus valerosos guerreros, que por más que intentaban
seguir atacándole después de levantarse, caían al suelo, malheridos con el pelaje
chamuscado y con el orgullo quebrado ante la derrota, adoptando su forma
humana.

Debía poner fin a esa locura. Su deber ante todo era mantener la seguridad de su
manada.

— ¡Basta! — rugió Gabeil con fuerza haciéndose oír entre los gritos de batalla.

Instintivamente sus guerreros cesaron al instante de luchar, transformándose en


lobos y permaneciendo a unos metros de él dispuestos, a pesar de las heridas, de
defenderlo si el vampiro osaba atacarle. Una lealtad que agradecía Gabeil y por
la que iba a rebajarse a concederle al vampiro inmunidad en sus tierras.

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Gabeil miró resentido al vampiro. Este parecía fresco e inalterable, como si la


batalla que acababa de librar no le hubiese restado fuerzas.

Pero la realidad era bien diferente. Por dentro, Jared estaba a punto de quebrarse,
luchando fieramente por seguir consciente procurando

que

su

poder

no

saliese

de

su

cuerpo

descontroladamente.

La batalla había mermado su fuerza considerablemente, pero ante todo un


vampiro nunca mostraba debilidad ante nadie.
Gabeil acabó diciendo a regañadientes.

— Tienes camino libre vampiro, pero no vuelvas a entrar en mis tierras.

Jared procuró normalizar su agitado corazón. La sangre que corría por sus venas
era escasa a causa de las heridas y debía mantener un nivel sanguíneo adecuado
si no quería morir desangrado. Su poder curativo era débil si lo comparaba con
su capacidad de destrucción. No podía sanar hasta que pudiese descansar en
condiciones, recostado sobre la tierra y en contacto con la naturaleza.

— Mi agradecimiento jefe lycans — le concedió Jared agachando la cabeza y


haciéndole una ligera reverencia.

Gabeil inclinó a su vez su cabeza y después de transformarse en su forma lupina


aulló en alto para luego correr seguido de su manada, internándose en la
oscuridad del bosque, regresando a su hogar, a las cuevas en las que vivían desde
que perdieron a los lycans antiguos tras una cruenta batalla contra clanes
enemigos de vampiros.

Los cobardes chupasangres, los atacaron de noche, llamando a sus esclavos de


sangre para que combatiesen en primera línea de

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batalla. Antes de que se dieran de cuenta, las gárgolas y los vampiers estaban
sobre ellos acabando con su gente.

Ellos eran pequeños cuando ocurrió, pero recordaban como fueron conducidos
por las mujeres a las cuevas ocultas en las entrañas de la montaña,
escondiéndolos para salvarles la vida.

Durante cinco días esperaron el regreso de sus familiares. Pero el quinto día al
ver que nadie aparecía, salieron de la cueva y se encontraron con la dura
realidad.

Sus padres, hermanos y tíos estaban muertos. Sus cuerpos despedazados


comenzaban a presentar signos de putrefacción y el olor que inundaba todo el
valle era nauseabundo.

Gabeil al ser el hijo del anterior macho alpha tomó el control y con tan solo
cincuenta años se convirtió en el jefe lycans más joven de la historia de los siete
clanes.

Ahora, vivían ocultos en los bosques. Ninguno de ellos quería volver a vivir
como en antaño, en una lujosa mansión. Siendo un blanco fácil para sus
enemigos.

El clan Rhobsein era único entre los siete clanes lycans y por muchos siglos
esperaban serlo.

************

Una vez que se encontró solo, Jared soltó el aliento de golpe y gritó de dolor,
antes de escupir al suelo sangre.

Las heridas se habían abierto y sentía como la sangre se deslizaba lentamente


por su cuerpo. Le dolía todo el cuerpo como si le estuviesen quemando las
entrañas, como si le retorciesen todos sus músculos y tirasen de ellos con fuerza.


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Miró a la cima de la montaña y soltó una maldición. Estaba muy lejos de las
cuevas, al menos a media hora si adoptaba nuevamente la forma de lobo.

— Demonios, por tierra no llegaré a tiempo — meditó unos segundos antes de


decidirse a tomar una nueva forma animal.

Ahora que estaba solo podía transformarse, ya que adoptar una forma animal le
llevaba más de cinco minutos, entre que se concentraba visualizando en su
mente la imagen del animal que iba a convertirse y luego invocaba su poder
encogiendo su cuerpo, ocultando su ropa con magia y cambiando su piel por
plumas o por pelo.

Con la práctica consiguió acelerar el cambio, pero aún así perdía más tiempo
durante la transformación de humano a animal, que de animal a humano.

Un cuervo. Esta vez me transformaré en cuervo. Pasaré desapercibido. Tendría


que haberlo pensado antes, pero cuando las llamas de los brujos me pisaban los
talones, solo conseguí visualizar a un depredador capaz de defenderse con sus
colmillos si me atrapaban.

Después de elegir el animal, Jared se concentró cerrando sus ojos y permitiendo


que su poder transformista se liberase. Su cuerpo se encogió y su piel se cubrió
de un oscuro plumaje hasta que la transformación se completó satisfactoriamente
y donde antes estaba un hombre, batía las alas un imponente cuervo.

Sacando fuerzas de la flaqueza e ignorando el intenso dolor que recorría todo su


cuerpo, Jared alzó el vuelo precariamente tomando rumbo a la cumbre.

El trayecto hasta la cima se le hizo eterno, una tortuosa tormenta de dolor.

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Cuando al fin se encontró a la entrada de una cueva Jared suspiró aliviado.


Permitiendo que su cuerpo adquiriese de nuevo su verdadera naturaleza, caminó
con lentitud hacia las entrañas de la montaña.

Escupiendo sangre cada vez que rompía a toser Jared se dejó caer al suelo y
cerró los ojos dolorido agradeciendo la tranquilad que le confería la fresca y
húmeda tierra, tan llena de vitalidad y energía positiva.

Antes de que la oscuridad de la inconsciencia lo llamase, Jared escuchó en su


mente los angustiosos gritos de sus amigos.

Sus muertes pesarían sobre su conciencia y condenaría su alma eternamente.

Pero antes de morir buscaría a los asesinos que atacaron su hogar y acabaría con
todos ellos.
La venganza era su único destino.

No le quedaba nada más.

************

No muy lejos de donde Jared dormitaba, las lenguas de fuego alcanzaban el cielo
nocturno iluminándolo levemente por unos instantes. Las salvajes llamas
consumían con rapidez los escombros de lo que en otro tiempo fue una lujosa
mansión, dejándola al estado de retorcidos hierros candentes y piedra
descascarillada y ennegrecida. Los jardines que rodeaban la propiedad estaban
cubiertos de ceniza y el humo que desprendía el potente fuego alcanzaba a cubrir
todo el horizonte.

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Los asesinos acabaron con todos los que allí moraban asegurándose que no
quedasen supervivientes entre las ruinas, registrando para ello palmo a palmo la
propiedad, dejando tras ellos un rastro de muerte y destrucción que difícilmente
sería olvidado y que daría comienzo a una guerra que cambiaría ese mundo.

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-1-

En medio del caos, con el humo y el olor a muerte a su alrededor, un hombre


vestido con una larga y oscura capa emblema de su clan, se acercó con pasos
lentos hacia su soberano, quien lo esperaba impaciente y cruzado de brazos cerca
del pedestal de lo que fue una bella estatua en honor a un rey hechicero muerto
hacía siglos, un héroe entre su gente y que ahora lucía roto, partido en dos en el
suelo.

— ¿Lo habéis encontrado?

Mac Vester inclinó la cabeza, echando la capucha hacia atrás mostrando su


aterrorizado rostro enmarcado por un enmarañado cabello castaño.

— ¿Lo atrapasteis? — repitió nuevamente el impaciente Soberano.

Mac negó con movimientos suaves temiendo el estallido de rabia de su


Soberano. El joven brujo no dejaba de temblar, retorciendo los pliegues de su
capa entre sus manos. Cuando le habían ordenado que fuese él el que le
comunicase a su Soberano que no habían podido capturar al vampiro que tanto
deseaba su Señoría, se temió lo peor, pues todo el mundo sabía que quien
enfureciese a William Walton, Rey de los miembros de la raza mortal de los
brujos, caminaría directo a la muerte.

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— ¡Maldición! Cómo es posible que dejaseis escapar a ese monstruo — le


increpó el Soberano del clan Walton elevando la voz y haciéndose oír entre los
murmullos asustados de sus hombres, que retrocedieron instintivamente.

Mac tembló visiblemente al tiempo que se retorcía las manos con nerviosismo.
Sus temores se estaban cumpliendo.

— Fue muy rápido mi señor. Después de acabar con tres de nosotros escapó al
bosque y allí le perdimos de vista.

Sin decirle nada más William Walton le dio la espalda y se alejó un paso.
Permaneció en silencio cruzado de brazos y con los ojos cerrados. Su mandíbula
adquirió un tono blanquecino por la presión.

Su plan, su perfecto plan, no había salido tal y como en un principio esperó. La


presa que deseaba para sí se había escapado de sus manos. El vampiro había
conseguido sobrevivir a su ataque, logrando escapar de sus garras.

Maldito fuese.

No se le volvería a escapar, conseguiría tenerlo. Su corazón iba a ser suyo.

El poder que del vampiro le catapultaría a la cima.

Convirtiéndole en el ser más poderoso de la tierra, después de haber absorbido la


magia de decenas de criaturas inmortales. Sonrió torciendo el gesto, al pensar en
sus víctimas.
Los inmortales eran seres patéticos que creían que nadie podía matarlos, pero los
cuchillos que poseían eran capaces de arrancarles sus

corazones

impidiéndoles

regenerar

su

cuerpo

dañado,

consumiendo sus vidas.

Con los ojos brillantes de miedo, Mac suplicó cuando su Soberano se volteó
mirándolo fijamente con los ojos inyectados de sangre. William parecía un ángel
vengador, con sus cabellos

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recortados mientras el aura que lo rodeaba se cubría de oscuridad, aterradora,


maléfica,…..mortífera.
— Perdóneme mi señor. No volverá a suceder.

La impenetrable expresión que reflejaba el rostro de William se tornó letal en un


instante y Mac a pesar de jurarle lealtad, deseó estar lo más lejos de su Señor y
no enfrentarse nunca más a su ira.

Esos ojos enrojecidos, con una chispa dorada que iluminaba la oscuridad de su
iris le producía auténtico temor.

— Piedad, mi señor — suplicó lastimosamente el brujo retorciéndose las manos.


—. Conseguiré cazarlo para usted. No le volveré a fallar.

— Por supuesto que no volverás a fallar — le contestó William elevando la voz


y entrecerrando los ojos peligrosamente. — Esta noche cometiste tu último error.

Sin añadir nada más William le seccionó la garganta de un solo movimiento. La


velocidad con que desenvainó su puñal ceremonial, sorprendió a todos. La
sangre del inepto brujo salpicó su rostro. Con asco William se limpió la mejilla y
dio un paso hacia atrás, contemplando con enfermiza satisfacción como manaba
la sangre rojiza de la herida del cuello hasta encharcarse a sus pies antes de que
el hombre cayese muerto al suelo.

Había matado sin piedad a uno de los suyos y no sentía remordimiento alguno.

Sus hombres no eran más que peones en una guerra contra los inmortales que
pretendía ganar como fuese y si para obtener una victoria debía sacrificar a un
puñado de ellos, él mismo los empujaría hacia la muerte.

Algunos de los presentes lograron ahogar los gemidos de terror y sorpresa, los
pocos que no consiguieron ocultar el desagrado que

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sentían se giraron y se cubrieron con las capas para ocultar su identidad a fin de
que William no les reconociese.

Debían andar con ojo teniendo un Soberano como tenían. Un hombre que no
respetaba la vida y sólo pensaba en obtener más poder, era muy peligroso.
Tenían que tener cuidado. Si le contradecían morirían.

Pues la palabra del Soberano era Ley.

William limpió minuciosamente el ensangrentado puñal de plata contra la manga


de su camisa negra. La expresión de asco al ver como la oscura sangre manchaba
su impoluta ropa se tornó en una mueca letal cuando alzó la cabeza y repasó con
la mirada los preocupados rostros de su gente.

— ¡No toleraré la incompetencia! — les bramó guardando el puñal en la funda


que cruzaba su espalda y en la que escondía sus pequeños tesoros grabados a
mano y con inscripciones mágicas. Un juego de puñales gemelos que solía
utilizar cuando se enfrentaba cuerpo a cuerpo con un enemigo y para arrancar el
palpitante corazón de sus presas —. El fracaso no será aceptado en mis filas.

Quien no cumpla su misión acabará como éste — señaló con un gesto despectivo
al brujo muerto que seguía desangrándose a sus pies — ¡¡Lo habéis
comprendido!!

Un aluvión de murmullos acompañaron a sus palabras.

Nerviosos sus hombres asintieron y desviaron las miradas incapaces de mantener


la vista clavada en sus ojos. Unos ojos llenos de locura y ambición a los que
temían y respetaban.

Disgustado al oler la incertidumbre en el aire, William les gritó sacándolos del


aturdimiento en el que se sumergieron tras sus palabras.

— Muévanse inútiles. No tenemos toda la noche — El aullido que escuchó a sus


espaldas hizo que William se volviera bruscamente

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y contemplara con cierto desagrado la espesura del bosque —. El dominio de


esos perros está cerca. — Escupió con odio la palabra perros, antes de continuar
—. Arrancad los corazones de estos hechiceros y larguémonos a casa.

Al instante sus hombres se movieron con rapidez por el campo de batalla


recolectando el preciado tesoro que habían venido a buscar. Los valiosos
corazones de los hechiceros. Un botín que valió la pena capturar aunque
perdieron cerca de treinta hombres en el intento.

Roger Walton se acercó a William y no esperó a que le diese permiso para


hablar, simplemente le soltó lo que pensaba confiado en la seguridad que le
confería el compartir sangre con él.

— William, ¿crees que es aconsejable que dejemos libre al vampiro?


William se giró y se le quedó mirando. Cualquier otro brujo habría temblado
bajo el escrutinio del Soberano. Cualquier otro…excepto Roger, quien debía ser
el único del clan que no le temía. William era su primo, ambos se conocían
desde niños. Habían compartido buenos y malos momentos. Le aceptaba y
respetaba a pesar de los numerosos fallos que tenía.

Su pregunta no alteró a William, siguió mostrando un rostro impasible carente de


emoción.

— Roger no podemos entrar en un dominio lycans. Por más que desee acabar
con esos lobos, nuestro ejército está agotado.

Roger asintió con la cabeza, los mechones de cabellos de una tonalidad caoba le
cubrieron parcialmente sus ojos.

— Tienes razón primo, pero a pesar de que nuestro cuerpo esté débil nuestros
poderes aumentaron considerablemente esta noche después de alimentarnos.

William le silenció levantando la mano.

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— Recuerda Roger que después de realizar el Ritual de sangre nuestro poder


queda mermado. Para poder absorber la vida y la magia de los corazones que
extraemos durante el Ritual, nuestro cuerpo se debilita. Bien es cierto que ahora
somos más poderosos que antes de llegar a estas tierras, pero no podremos hacer
uso de este poder si nuestra mente y nuestro cuerpo no actúan al unísono y
calmadamente. ¡Míralos! — Le indicó William señalando a los brujos que les
rodeaban y que paseaban entre los cadáveres de los hechiceros en busca de sus
corazones — .Están alterados tras la batalla. La adrenalina recorre sus cuerpos.
Si entramos en las tierras de los lobos y luchamos muchos de ellos morirán. En
una guerra hay que saber cuando sacrificar a tus hombres.

Roger suspiró derrotado, encogiéndose de hombros y cerrando sus ojos castaños.

— Como siempre, tienes razón, William.

Esbozando la primera sonrisa sincera de la noche William agradeció las palabras


de Roger palmeándole la espalda y caminando a su lado rumbo a su coche.

No necesitó mirar atrás para saber que los demás brujos le seguían de cerca.

En silencio fueron abandonando el destruido lugar y tomaron el camino a su


hogar, las propiedades Walton, morada de los brujos del fuego y la oscuridad
adoradores de la noche y cazadores insaciables de criaturas mágicas.

************

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Los ruidos de coche alertaron a las jóvenes que leían tranquilamente en un


cuarto de la segunda planta de la mansión en la que vivían la mayoría de los
miembros del clan del fuego.

Dejando los libros sobre las camas, las mujeres caminaron hasta las ventanas y
escudriñaron el exterior escondiéndose detrás de las amplias y pesadas cortinas
de seda negra. Como suponían cerca de treinta cuatro por cuatro de carrocería
negro metalizado, se acercaban a gran velocidad a las verjas que protegían la
propiedad.

Contuvieron el aliento un instante antes de ver como los ocupantes del primer
coche abrían las puertas de hierro forjado con un mando a distancia.

Los brujos escondieron los todo-terrenos a unos kilómetros de la mansión de los


hechiceros para no alertar con el ruido de los motores a los moradores del hogar
al que iban a asaltar. Después de la batalla, fueron a buscar los autos y montaron
en ellos para regresar a su hogar, a más de cuatro horas del parque.

Maldiciendo en alto, la más joven de las dos muchachas golpeó el cristal y


comenzó a pasearse por el cuarto visiblemente alterada.

Sus pisadas apenas eran perceptibles, ahogadas con la mullida alfombra turca.

— ¡Es nuestro padre! — susurró con preocupación.

Sharon Walton se alejó de los ventanales y se acercó a su hiperactiva hermana


pequeña abrazándola para confortarla.

— No debiste hacerlo.

Deborah Walton bufó furiosa y se soltó de su abrazo, alejándose unos pasos sin
dejar de insultar al destino.

— Esos hechiceros estaban avisados del ataque, como pudieron perder contra
nuestro padre y esa panda de locos.

Sharon se masajeó la sien.

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Los gritos de su hermana siempre le provocaban dolores de cabeza.

Comprendía su temor y el creciente odio que sintiera hacia su padre. Hacía


relativamente poco que la joven había sido obligada a participar en el ritual de
apareamiento con los guerreros.

Sin ir más lejos, ella misma había pasado por esa traumática experiencia cuando
cumplió la mayoría de edad hacía cinco años, conocía de primera mano la
humillación, el dolor y el asco que debía estar sintiendo Deborah.

Pero que odiase a su padre y a los demás guerreros por abusar de su cuerpo era
normal y muy peligroso. Si sus maldiciones e insultos llegasen a oídos de los
hombres estaría perdida y acabaría siendo torturada y vendida como esclava
sexual al clan vampírico vecino ya que eran los únicos que aceptaban de buen
grado la cruenta cacería que llevaban a cabo y comerciaban de todas maneras
con los brujos, intercambiando mujeres y joyas.

— Debes tranquilizarte Deborah. En cuanto lleguen seremos convocadas al gran


salón para servir a los vencedores.

Deborah soltó unas amargas carcajadas revolviéndose los largos cabellos


azabaches en un gesto de rebeldía y de locura transitoria.

El mundo que le tocó vivir la estaba volviendo loca, borrando su verdadera


personalidad con cada bajeza que cometían en su vulnerable cuerpo y todo
porque ellas tuvieron la suerte de nacer con poderes adquiridos en el momento
de la concepción y por tanto no necesitaban robarlos como les ocurría a los
hombres. La envidia a su magia innata les corroía sus corrompidos corazones y
los impulsó a esclavizar a sus mujeres, encerrándolas en sus casas y
convirtiéndolas en trofeos sexuales que disfrutaban cuando lograban llegar vivos
de una difícil misión.

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— No puedo remediar desear estrangular a ese bastardo que se hace llamar


nuestro padre, apretarle su garganta hasta que su último aliento se escape de su
boca y su corazón deje de palpitar.

Sharon suspiró cansada de oír la misma historia una y otra vez.

Cada noche que regresaban a casa los hombres después de capturar nuevos
corazones, Deborah se volvía insoportable poniendo en riesgo sus vidas con sus
palabras y su actitud. Debía tranquilizarla pues pronto estarían detrás de su
puerta ordenándolas que fuesen al salón para ser elegidas por los guerreros.

— Muérdete la lengua Deborah — Le recomendó Sharon vistiéndose con el traje


semitransparente y de tiras que debían llevar puesto cuando salían de sus
habitaciones —. Estoy de acuerdo contigo que esta vida es una mierda, pero no
dejaré que te maten por tu falta de sentido común. Le prometí a nuestra madre
que te mantendría con vida a pesar de todo.

Deborah cerró los ojos dolorida. Ella no había conocido a su madre. La mujer
había muerto tres años después de traerla al mundo.

— Estoy tan cansada de todo esto — Admitió en voz baja y rota por las lágrimas
que se deslizaban silenciosas por sus pálidas mejillas —. Ahora comprendo
porque Sarah tomó ese camino.

Preocupada ante el tono de derrota de su voz, Sharon se movió con rapidez por
el cuarto hasta quedar parada frente a su hermana y después de zarandearla para
que saliese de ese estado sombrío de desesperanza, le gritó.

— No vuelvas a decir jamás que el mejor camino es la muerte.

Sarah fue una cobarde al suicidarse — apretando sus manos en sus temblorosos
hombros hasta marcarla, Sharon continuó —. Te prometí que encontraría la
manera de sacarte de este lugar. ¿O no es

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verdad lo que digo? — esperó a que su hermana asintiese con la cabeza para
acabar por decirle —. Si se te ocurre matarte seré capaz de ir al infierno a por ti y
matarte con mis propias manos.

Rompiendo a llorar escandalosamente Deborah se echó en sus brazos y descargó


sobre ella todo el dolor que guardaba bajo llave en su torturado corazón. Lloró
amargamente hasta que escucharon las risas de los hombres resonar con fuerza
dentro de la mansión.

— Ya están aquí — Susurró Sharon preocupada, limpiándole con cariño el rastro


de lágrimas de las mejillas de Deborah — Aguanta un poco más hermana, dentro
de nada seremos libres.

— Sí — su suave susurro apenas fue escuchado.

Mientras abajo, en el salón los vencedores se desvestían tirando al suelo las


capas de combate que rápidamente eran recogidas y llevadas a arreglar por las
criadas. Orgullosos del éxito cosechado aquella noche, los brujos decidieron
celebrar una fiesta, donde el vino y las mujeres les alegrasen lo que restaba de
noche y entibiasen sus gélidos corazones.

William estuvo de acuerdo con sus hombres de celebrar una fiesta, después de
todo, esa noche él también deseaba desahogar el malestar que sentía al haber
perdido la presa. Tomaría con rudeza a una muchacha y descargaría con ella su
mal humor.

Antes de que pudiese ordenar silencio para poder dar comienzo con la
celebración, escuchó el móvil. Maldiciendo en alto ante la inesperada
intromisión, William contestó la llamada.

— ¿Diga?

La voz que escuchó al otro lado de la línea erizó sus cabellos.

Era Haufir Rocker.


Temía a esa criatura y agradecía tenerla de su lado. Las gárgolas eran seres
oscuros muy poderosos, que no temían a la muerte y se enfrentaban con honor
en las batallas que libraban.

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Tenerlos como enemigos era como abrazar el Apocalipsis y aceptar la muerte


como destino.

— Brujo, esta noche habíamos acordado reunirnos para discutir el ataque al


dominio Noctur. ¿Cómo osaste no presentarte a la reunión?

Indeciso, William contestó mientras procuraba alejarse de la vista de sus


hombres. Lo que menos deseaba era que su gente le viese titubear ante otro líder.
Se alejó unos pasos hasta quedar apoyado en los cristales del balcón, mirando sin
llegar a mirar los jardines coloridos que rodeaban la mansión.

— Tienes razón Haufir — tembló cuando escuchó el terrible y ronco gruñido,


corrigiendo al instante — Discúlpeme señor Rocker.

Esta noche estáis invitados a una fiesta que celebramos en mi hogar.

Repararé de esta manera el terrible error.


La grave voz se calmó al escuchar que lo trataba con la merecida cortesía.

— En diez minutos estaremos ahí.

William tembló.

— No es necesario que os deis tanta...

Asombrado y enfurecido por la debilidad de su temor, William calló y contempló


la pantalla de su móvil. La criatura se había atrevido a colgarle después de
decirle que estaba de camino.

Enfurecido lanzó el móvil al suelo estrellándolo con fuerza y rompiéndolo en


miles de pedazos que se esparcieron por el grisáceo mármol. Odiaba sentirse
desprotegido, asustado de la fuerza y el poder de las criaturas inmortales que
vivían entre los mortales, ocultando su verdadera naturaleza y aprovechándose
de los incautos que dejaban que gobernasen sus vidas.

Me haré más fuerte. Se juró William cerrando los puños con fuerza. Y cuando lo
sea, os destruiré a todos.

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— Me niego a bajar al salón. Que les den por culo a esos locos.
Sharon emitió un largo suspiro y siguió abrochando las tiras del vestido color
carmesí de Deborah.

— Me has oído hermana.

Tirando con fuerza de uno de los cordones, Sharon le contestó.

— Sí Deborah y de paso te han oído los que están en el salón.

Deborah se apartó una vez que su hermana acabó de vestirla y caminó hacia su
cama tumbándose en ella quedando boca abajo, abrazando su almohada.

— No te tumbes que arrugarás el vestido.

— Mira lo que me preocupa arrugar este trapo — le soltó Deborah


revolviéndose en la cama y pataleando en el aire.

Sin poder contenerse Sharon rompió a reír olvidando por un instante todas las
preocupaciones y problemas que rondaban sus vidas, como un ave de rapiña.

Se alegraba que el extrovertido carácter de su hermana aún no se hubiera


retorcido por las sesiones vejatorias de sexo obligado. La joven siempre
conseguía arrancarle una sonrisa en los peores momentos.

Un ruido detrás de la puerta captó la atención de ambas jóvenes.

Sharon carraspeó nerviosa y haciéndole gestos a Deborah para que permaneciese


callada, preguntó.

— ¿Sí? ¿Desean algo?

La puerta se abrió bruscamente y entraron dos hombres guerreros, después de


echar un vistazo a la confortable habitación examinándola con curiosidad, el
hombre de cabellos azabaches les comunicó.

— Vuestro padre exige que te presentes en el salón dentro de media hora.

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Sharon se preocupó.

— ¿Sólo desea que me presente yo?

Los hombres se pararon en el hueco de la puerta y se giraron.

— No fue lo suficientemente claro, mujer. William sólo desea que vayas tú. Tu
querida hermana está castigada a permanecer en el cuarto. Esta noche tenemos
unos invitados muy importantes y necesitamos que estén presentes las mujeres
más habilidosas.

Deborah enrojeció de rabia, sus ojos color esmeralda brillaron con intensidad.

Además de agredirla verbalmente, se atrevían a decirle a la cara que no era


buena amante. ¡Cómo no iba a serlo si la única experiencia que tenía era
quedarse quieta y permitir que la montasen hasta que alcanzasen el clímax!

Las risas jocosas de los hombres se escucharon hasta que alcanzaron las
escaleras que bajaban al salón.

Seguras en su cuarto, Sharon se acercó a la puerta y la cerró con pestillo.


Apoyando la frente en la fría y pulida madera suspiró y después de respirar
despacio durante unos segundos consiguió reunir la fuerza necesaria para darse
la vuelta y enfrentarse a su hermana.

— Esta noche descansa Deborah. Desvístete y acuéstate un rato.


Deborah permaneció quieta, sin atreverse siquiera a respirar, mientras miraba
con pena a su hermana mayor. Estaba realmente preocupada por Sharon. Cada
vez que venían de visita los vampiros del clan Asfert, Sharon llegaba a su cuarto
llena de moratones y mordiscos. Aunque no lo quisiese ni se atreviese a decirlo
en alto, Sharon temía a los vampiros.

— Sharon yo…

— No digas nada Deborah — la silenció al tiempo en que se recogía su larga


melena pelirroja en una coleta alta dejando al

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descubierto su esbelto cuello —. Ya arreglé las cosas para que dentro de dos
noches vengan a buscarnos.

Deborah la interrumpió muerta por la curiosidad. Esperaba que esa noche la


contase más acerca de los planes de huída. Porque cada vez que le preguntaba
acerca de lo que tenía en mente Sharon lo único que hacía era palmearle la
cabeza y decirle que todo iba a salir bien. Y la verdad Deborah ya estaba harta de
ser tratada como una niña pequeña.

— ¿Quién vendrá a por nosotras? Y además Sharon…. ¿cómo vamos a escapar


de esta prisión sin que detecten nuestra ausencia?
Como esperaba Sharon simplemente le contestó que no se preocupase por los
detalles, que lo tenía todo bien planificado.

Nuevamente la trató como a una niña pequeña dejándola con la palabra en la


boca y largándose del cuarto sin decir nada más.

************

Deborah aguantó una hora encerrada en su cuarto. Hasta que los nervios le
volvieron loca.

Sin poder contenerse Deborah se levantó y paseó por el cuarto vacío.

Debía hacer algo.

Se sentía como un animal enjaulado.

Necesitaba sentir que era útil, que podía servir para algo más y no solo para
obedecer y complacer. Siempre era ella la que debía esperar ser salvada. Esta vez
sería ella la que salvaría a su hermana.

De alguna manera encontraría un modo de escapar de la mansión y que mejor


momento que aprovechar que esa noche iban a reunirse a

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celebrar una fiesta en la que el alcohol nublaría sus mentes y le daría espacio
libre para escudriñar por la casa en busca de una salida segura para pode
escaparse.

¡Por el balcón! Puedo escaparme por el balcón y mirar las medidas de


seguridad que hay en los jardines. Si tengo cuidado nadie notará que falto de mi
cuarto.

Con esa idea en mente, Deborah se acercó al balcón y miró hacia fuera. La
noche era tranquila y los jardines estaban oscuros.

A pesar de estar en fiestas esta vez no habían encendido las farolas que
iluminaban tenuemente los vistosos jardines.

No la verían si tenía cuidado.

— No dejaré que todo el peso del mundo recaiga sobre tus hombros hermana.
Esta noche cambiaré nuestro destino encontrando una salida — se prometió
abriendo los ventanales y saltando de cabeza a los jardines.

Lo que no se esperó fue encontrarse atrapada por unos fuertes brazos que la
salvaron de estamparse contra el suelo al no calcular bien la distancia de caída y
al fallar nuevamente su poder. Una magia que desde niña no conseguía dominar
y por la que se metió en más de un lío provocando verdaderas catástrofes a su
alrededor, cada vez que utilizaba su poder.

— Pero qué…. — comenzó a protestar molesta por ser atrapada nada más
comenzar su importante misión y preocupada por quebrar una orden directa de
su padre.

El hombre se rió y la apretó contra su pecho, pasando uno de sus brazos por
debajo de sus rodillas y tomándola en brazos suavemente.

— ¡Qué inesperado tesoro me ha enviado el cielo!


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Deborah enrojeció y buscó con la mirada el rostro de su captor.

Pero la oscuridad del ambiente le impidió ver algo más que un contorno.

Abrumada por las sensaciones que la sacudían, le pidió murmurando en voz


baja.

— Déjame ir, por favor. Si me ven contigo estaré en problemas.

El extraño la apretó contra su cuerpo y la olisqueó gruñendo suavemente.


Acariciándola, contestó.

— No temas mujer, en mis brazos, nada malo te sucederá.

Deborah bufó.

Ni por asomo le creía. Nadie podía protegerla del bastardo de su padre. Tan solo
su hermana tenía ese poder.

— No te creo — le dijo elevando la voz. Poniéndose cada vez más nerviosa. Si


la encontraban fuera del cuarto a esas horas de la noche, la castigarían con diez
días en el calabozo. Con solo pensar en esos diez días a la sombra, Deborah se
angustió y comenzó a luchar por soltarse, pero era en vano porque los brazos que
la mantenían cautiva eran fuertes como barras de hierro —. ¡Suéltame! Si te ven
conmigo te atacarán, soy la hija del Soberano del clan.

El hombre acercó su rostro al suyo y la miró con intensidad con sus ojos rojizos.
Deborah quedó sin habla al verle con claridad. El hombre era hermoso, un bello
salvaje que la miraba con ferocidad como si sus ojos pudiesen verle el alma. Sus
cabellos eran blancos con tonos grisáceos y los mantenía largos y sueltos,
rozándole la cara con su sedosa suavidad. Las cejas que enmarcaban sus
penetrantes ojos estaban bien perfiladas y su mandíbula era fuerte con un
gracioso hoyuelo en su mentón al mostrar una clara y confiada sonrisa.

Pero lo que más le sorprendió a la joven bruja fue el tono de su piel. El hombre
tenía una piel de color azulada- grisácea. Curiosa al

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ser la primera vez que veía ese tono tan curioso de piel, Deborah alzó la

mano

le

rozó
con

suavidad

la

mejilla

dejándole

momentáneamente perplejo y callado.

La respiración del hombre se entrecortó. La miró fijamente durante unos


segundos de tenso silencio y soltando una ronca carcajada, comentó besándola
en la frente.

— Muchacha acabas de alegrarme la noche. Nunca esperé encontrarte.

Deborah tembló al escuchar la ronca voz del extraño y su corazón comenzó a


palpitar rápidamente retumbando con fuerza contra su pecho al tiempo que el
ritmo de su respiración se aceleraba.

— ¡Suéltame!

Atrapándola contra su cuerpo y obligándola a apoyar la cabeza en su hombro,


Deborah escuchó los acompasados latidos del corazón del hombre. Su ritmo
cardíaco estaba alterado bombeando con fuerza la sangre. Esa criatura estaba
alterada al igual que ella. Sin hacer caso de sus gritos el extraño tomó rumbo a
los jardines.

— Mierda, bastardo déjame ir. Debo regresar a mi cuarto.

— Nunca, muchacha. Serás mía para siempre — le contestó acariciándole el


trasero y parando en seco en medio de un descampado del jardín.

Deborah no se acordó de contestarle cuando presencio como de la espalda del


hombre surgieron unas alas plateadas que se extendieron con fuerza silbando en
el aire.

— ¿Pero cómo es posible?


Sus palabras susurradas, quedaron olvidadas cuando Deborah se encontró en
cuestión de segundos surcando las nubes en brazos de ese hombre. Nerviosa y
preocupada sobre todo por su hermana

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que pagaría las consecuencias de su repentina desaparición, se sumergió en la


oscuridad de la inconsciencia.

Por segunda vez en su vida Deborah Walton se desmayó en los brazos de un


hombre.

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-2-

Sharon no supo cuanto tiempo permaneció de pie cerca de la puerta de entrada


de la mansión luciendo una sonrisa forzada a las criaturas que llegaban y que se
suponía que debía dar la bienvenida.

Estaba cansada y le dolía la cara después de sonreír sin ganas a los invitados que
aparecían a cuenta gotas, dispuestos a pasárselo bien en la fiesta que convocó el
Soberano William para celebrar el éxito de la cacería de esa noche.

Por suerte Deborah seguía en su cuarto, porque con el humor que tenía esa noche
los brujos se habrían dado de cuenta que ella fue la que informó a los hechiceros
que iban a ser atacados. Informar al enemigo era alta traición y se condenaba a
muerte.

Después de dejar a su hermana descansando en el cuarto, fue a ver a William


siguiendo las órdenes de Roger que la encontró descendiendo las escaleras
rumbo al salón para atender a los numerosos invitados.

Caminó nerviosa hasta el despacho del Soberano situado en la segunda planta de


la mansión. Un hermoso lugar en el que se decidía la hora y el día de ataque a
comunidades de criaturas inmortales.

Después de pedir permiso para entrar golpeando suavemente la puerta, Sharon se


temió lo peor al ver al hombre tan nervioso. Lo primero que se le pasó por la
cabeza fue que el hombre supiese de su

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plan de huída, pero por el modo conciliador con que la miró, Sharon suspiró con
alivio.

No sabía nada de sus planes. Por suerte, William no sospechaba nada. Si lo


hiciese, en esos momentos las implicadas en la futura huida estarían en los
calabozos compartiendo celda con los demás prisioneros.

— Hija que hermosa estás esta noche — Sharon lo vio venir. Le iba a pedir algo.
Estaba segura, sino no seria tan amable con ella. Su suposición no fue por mal
camino —. Tengo que pedirte algo.

Sharon sonrió con sarcasmo en su mente. ¡Cómo conocía a su familia!

— Sí padre, en que puedo ayudarte — le contestó con fingida humildad que


sorprendentemente William creyó.

— Esta noche tenemos invitados muy importantes en casa.

Debes atenderlos con tus mejores galas.

Sharon asintió aunque por dentro estaba deseando estrangular con sus propias
manos a su progenitor. La trataba como una puta.

Una zorra de lujo que saltaba cada vez que él le decía que saltase. Y

para su desgracia se veía obligada a obedecerle si deseaba seguir viviendo.

¡Qué sorpresa se llevaría cuando se encontrase solo en aquella mansión,


gobernando a un puñado de cretinos que lo seguían ciegamente por los
beneficios que obtenían con sus estrictas y ridículas normas!

— Algo más padre.

— No. Eso es todo — le espetó con frialdad. De nuevo era el Soberano. Después
de conseguir sus objetivos retornaba su verdadero rostro dejando atrás al padre
cariñoso que fue una vez.

Nada más salir del despacho, Sharon tuvo que apoyarse contra una mesa de
madera tallada a mano y donde encima de ella

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permanecía colgado uno de los numerosos espejos que había por los pasillos de
la mansión, le fallaron las rodillas presa de los temblores.

Al ver su reflejo en el espejo lamentó nuevamente la vida que le había tocado a


vivir. Las ojeras que presentaban eran muy profusas acentuando el intenso color
azul de sus ojos. La delgadez de su cuerpo era fruto de los nervios y de la tensión
que vivía día a día.

Delineó con las yemas de sus dedos la clavícula que se veía con claridad, estaba
en los huesos. Apretó la mandíbula y observó su rostro. Su cara mostraba la
angustia que ahogaba su corazón y quebraba su alma lentamente.
Cuándo acabará esto.

Pero la preocupación por su futuro se borró de su mente al ingresar en el


bullicioso salón. El lujoso salón estaba adornado con fastuosidad, mostrando
todo el resplandor y todo el poder financiero que poseían los brujos, gracias al
apropiarse de los tesoros de sus víctimas.

Sharon quedó unos segundos parada en la entrada del salón observando a las
personas allí reunidas. Las mujeres de su clan, las únicas hembras en la mansión,
paseaban con sus vaporosos vestidos entre los alegres invitados mientras estos
las sobaban palmeando sus traseros y se reían de sus reacciones. Entre los
achispados y algo alcoholizados brujos bebían y conversaban seres de otras
razas.

Concentrando sus poderes, Sharon pudo distinguir vampiros y gárgolas,


peligrosas criaturas que comerciaban con los brujos ignorando a posta los
cruentos asesinatos que cometían, por el bien del comercio.

La joven tembló al ser rozada lascivamente por un vampiro que pasó cerca de
ella. Odiaba a los vampiros. Prefería mil veces acompañar a los hombres lobos y
a las gárgolas que a esos esnob chupadores de sangre. Era asqueroso como la
miraban con lascivia y

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se relamían los labios imaginándose posiblemente a que sabría su cálida sangre.

— Que tenemos aquí — Sharon levantó la cabeza y se encontró cara a cara con
los oscuros ojos de un vampiro que la miraba de arriba abajo observándola con
atención —. Eres una preciosidad.

Instintivamente Sharon se apartó, pero el vampiro al ver que ella daba un paso
hacia atrás la sujetó de los cabellos y la acercó bruscamente a él. El penetrante
olor a perfume caro le revolvió el estómago a Sharon.

El vampiro pertenecía al clan de esnobs llamados Asfert. Un clan vampírico que


se caracterizaba por tener a los más bellos vampiros entre sus filas, siempre
vestidos con caros y extravagantes trajes de marca y peinados a la última moda.
Un clan que se enorgullecía del éxito y del poder que habían alcanzado a través
de los siglos. Y el tatuaje que lucía en la base derecha del cuello con forma de
una punta de flecha atravesando su piel era el emblema de ese clan y la manera
más rápida de identificarles a simple vista.

Ahogando un gemido de dolor, Sharon se encontró atrapada entre los fuertes


brazos del vampiro.

— ¡Suéltame! — chilló desesperada mientras se revolvía.

Su miedo la superó.

Su mente le decía que debía dejarse tocar.

Las órdenes de su padre fueron que divirtiese a los invitados no que los
incomodase con sus gritos.

Pero al contrario de lo que pensó, sus gritos no enfurecieron al vampiro más bien
lo contrario, lo excitaron.

La rebeldía de la bruja le alegró la noche a Robeirt Sthepenson.

Era difícil encontrar esos días hembras que le excitasen. O se desmayaban al


descubrir que los vampiros existían realmente y no

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eran sólo personajes de la literatura o eran unas perras codiciosas que disfrutaban
con el dolor restándolo diversión.

A él le gustaban las mujeres que se le resistiesen. Deseaba que le mostrase las


uñas cuando él la estuviese montando y esta perra que sujetaba con fuerza le
daría una buena noche.

Con el propósito de hacerla suya Robeirt la arrastró por el salón en busca de uno
de los sofás que había en la esquina oscura de la amplia sala y que se utilizaban
para aliviar las necesidades sexuales que surgían después de disfrutar litros de
sangre y alcohol.

En uno de aquellos sillones la tomaría sin miramientos, sumergiéndose en ella y


bebiendo su cálida sangre hasta que el orgasmo lo dejase exhausto sobre ella.

Luchando contra la joven, que tiraba desesperadamente para liberarse de su


agarre, Robeirt saludó con la cabeza a los compañeros con los que se cruzó y que
le silbaron al ver la buena presa que había conseguido, riéndose en alto de
bromas subiditas de tono. Ignorando las sugerencias que le gritaron, Robeirt
lanzó a la bruja al primer sofá que encontró desocupado.

La mujer no le decepcionó, en cuanto se vio libre intentó levantarse y escapa.


Soltando una carcajada Robeirt la agarró del pelo y la tumbó de espaldas en el
mullido sofá aprisionándola con su cuerpo.
— ¡Ah! Bruja, no te resistas, esta noche será inolvidable.

Sharon bufó antes de contestarle escupiéndole en la cara.

— Nunca disfrutaré a manos de un vampiro.

El hombre se rió sobre ella, rozándole el vientre con su prominente y excitada


verga.

— Quien dijo que vayas a disfrutar de nuestro jueguecito — le sujetó los brazos
por encima de la cabeza dejándola expuesta e indefensa ante él, con la mano
libre le desgarró el vestido y chasqueó

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la lengua con aprobación al ver sus cremosos pechos —. Sólo te informé que no
olvidarás esta noche, mujer, no que disfrutarías de mis atenciones. Las que son
como tú no merecen disfrutar, me darás tu cuerpo y tu sangre — mientras la
penetraba bruscamente consiguiendo un jadeo de dolor y amargas lágrimas de la
joven bruja, Robeirt le susurró con la voz ronca —. Lo quieras o no.

Sharon cerró los ojos unos segundos, asqueada.

Se sintió sucia.

Los gemidos del vampiro la atormentaron y las fuertes embestidas la partían en


dos quemándola por dentro con su espantoso ritmo que con cada segundo que
pasaba se aceleraba.

Llorando en silencio e intentando vaciar su mente para no vivir la humillación


que estaba sufriendo, Sharon volteó el rostro y fijó su mirada en la pared,
deseando que la pesadilla finalizase.

Pero la suerte no estaba de su lado.

El ronco gemido que soltó el vampiro al alcanzar el clímax no fue más que el
principio de una larga agonía que Sharon tuvo que soportar hasta el amanecer,
momento en que el vampiro la dejó libre tirada en el sofá con varios mordiscos
en el cuello y pecho, el cuerpo cubierto del asqueroso semen del vampiro y el
vestido olvidado en un rincón del suelo.

Cuando se sintió capaz de levantarse del sofá, Sharon caminó con lentitud,
jadeando de dolor, hacia su habitación. Entre sus brazos sostenía la estropeada
tela de su vestido. Intentaba cubrirse su cuerpo desnudo y sucio con esa rasgada
tela pero era en vano.

Con esfuerzo Sharon abrió la puerta y entró en el cuarto yendo derecha al baño.
Necesitaba una buena ducha, limpiar toda la porquería de su cuerpo, porque la
mierda que sentía sobre su alma no se iría nunca.

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Debajo del chorro de agua caliente lloró hasta quedar sentada en el plato de la
ducha abrazándose y buscando un consuelo que le calmase su desgarrado
corazón. Sus lágrimas se mezclaron con la espumosa agua desapareciendo por el
desagüe, como siempre desaparecían sus sueños, lentamente alejándose de ella
hasta perderse en la oscuridad.

Minutos después, cuando consiguió calmarse, cerró el grifo de la ducha y salió


envolviéndose el cuerpo con una toalla.

No fue hasta entrar de nuevo a la sección de su habitación en la que estaban las


camas, secándose vigorosamente los cabellos con una pequeña toalla de mano
cuando buscó a Deborah con la mirada.

Le extrañaba que la joven no la hubiese parado en el momento en que entró en el


cuarto para acribillarla a preguntas.

Siempre que la obligaban a quedar en su cuarto Deborah la esperaba despierta ya


que según ella era incapaz de conciliar el sueño si no sentía que había alguien
más en el cuarto. Por más que lo intentase no podía superar su temor a la
oscuridad.

— ¿Deborah? — preguntó Sharon preocupada al no encontrar a su hermana en


su cama. Una cama que estaba intacta como si nadie hubiese dormido en ella.

Dejando caer al suelo la húmeda toalla con la que se estaba secando los cabellos,
Sharon registró el cuarto desde el vestidor hasta los tres armarios empotrados,
pero no encontró a Deborah por ningún lado.

— ¡Deborah! — chilló histérica.

El ruido de la puerta al abrirse sorprendió a Sharon que se giró y rezó que fuese
su hermana, que regresaba a su cuarto después de buscar un vaso de agua. Sus
esperanzas se quebraron al ver el rostro preocupado y ansioso de Roger.

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— ¿Qué sucede Sharon? — Abrió la puerta del todo y entró unos pasos en el
cuarto —. ¿Por qué gritas de ese modo?

Sharon dudó unos segundos.

Si le contaba que su hermana estaba desaparecida estaría en problemas, pero si


su hermana no había escapado por voluntad propia la que estaría en graves
problemas sería Deborah. La preocupación por su hermana venció al miedo de
una posible represalia a su persona.

— Deborah no está. Busqué por todo el cuarto pero no está.

¡Ha desaparecido!

Roger estuvo a su lado en cuestión de segundos. Sujetándola de los hombros la


miró a los ojos directamente acallándola con su pétrea mirada.

— Cuéntame lo que ha pasado — le exigió.

Sharon negó con la cabeza.

Ni ella misma sabía lo que había sucedido. Le había dejado las cosas claras a su
hermana. Creía que la joven había entendido que ella lo tenía todo preparado
para escapar de la mansión. Estaba segura que le debía de haber pasado algo,
Deborah nunca la dejaría atrás.
— No lo sé, Roger. No sé lo que le pasó a Deborah. Anoche seguí las órdenes de
mi padre y atendí a los invitados.

El hombre la interrumpió al preguntarle con impaciencia.

— ¿Regresaste a tu cuarto en algún momento de la noche?

— No. Estuve ocupada.

Roger la miró como si dudase de sus palabras.

Enfurecida, Sharon le gritó.

— Un vampiro se entretuvo con mi cuerpo durante toda la noche, me soltó


cuando el sueño diurno le impidió mantener los ojos abiertos.

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Roger la soltó y se alejó de ella un paso. La furia y el dolor que leía en sus
cristalinos ojos, le conmovió y revolvió algo que creía muerto en su corazón.

La conciencia.

En menos de quince años la situación de su clan cambió radicalmente. Bajo el


reinado de William las reglas que dirigían a su gente se habían vuelto más
estrictas y severas, sobre todo para las mujeres. Ellas habían sido las mayores
perjudicas.

Procurando que su voz no sonase afectada, Roger le habló calmadamente,


pensando al mismo tiempo en cómo le iba a decir a William que una de sus hijas
había desaparecido de la mansión y nadie se había dado cuenta.

— Tranquilízate Sharon. Cuando acabes de vestirte ven al despacho de tu padre.

— ¿Quién le dirá a…?

Roger la interrumpió con un gesto.

—Se lo diré yo si así lo deseas. William deberá entender que no fue culpa tuya
que la alocada de tu hermana se escapase — Sharon tuvo que morderse la lengua
para no chillarle que los únicos trastornados eran ellos —. Acaba de vestirte.

Sharon esperó a estar sola para maldecir en alto a su hermana.

— ¿Por qué no esperaste, Deborah? En dos días estaríamos las dos lejos de aquí.
Ahora,….ambas estamos en graves problemas. ¿Por qué Deborah? ¿Por qué?

Los gritos que se escuchaban a través de las puertas cerradas del despacho,
paralizaron a Sharon con la mano en el aire incapaz de abrirla y enfrentarse a los
dos hombres que la esperaban para interrogarla nuevamente.

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Permaneció quieta en el sitio hasta que escuchó la fuerte voz de su padre


ordenándole a Roger que la llevase a su presencia aunque fuese arrastrándola de
los cabellos si se resistía.

Ahora o nunca. Se animó la joven, respirando pausadamente mientras su alocado


corazón bombeaba con intensidad retumbando con fuerza en su pecho.

Sin llegar a pedir permiso para entrar, Sharon abrió la puerta y caminó hasta el
centro del despacho dejando intencionadamente abierta la puerta. Esperaba que
su padre no se atreviese a maltratarla fieramente si había testigos.

— Padre, Deborah no está en el cuarto — Pausó unos segundos para tomar aire
—. Deben de haberla secuestrado.

Pero su intento de restarle importancia a la desaparición, que no pensase que se


había ido por voluntad propia, abandonando a su familia y rompiendo las leyes
que las mantenían cautivas por siempre bajo las órdenes de los hombres del clan,
se vino abajo cuando William le contestó.

— Esa zorra ya no es mi hija. Quien me traiciona no merece más que la muerte.

Sharon tembló visiblemente retorciéndose las manos, estaba muy nerviosa. Su


padre había pensado lo que más temía, que su díscola hija menor se había
escapado.

— Pero padre, la deben de haber secuestrado, ella nunca se iría por voluntad
propia.

— No me hables más de esa puta — alzó la voz, acercándose peligrosamente a


ella y zarandeándola con salvajismo deshaciéndole el peinado y marcándole los
dedos en los hombros con la fuerza de su agarre —. Ahora lo único que quiero
saber es si tú sabías sus intenciones de escaparse.

Sharon gimió en alto, dolorida.


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— No, padre, no sabía nada.

Después de tirarla al suelo de un empujón, William comenzó a pasear por el


cuarto.

No la creía.

Algo en su interior le decía que su hija mayor le estaba mintiendo.

Pero ya le haría hablar.

Por las buenas o por las malas, ella le contaría todo.

Parándose en seco, William miró a su primo y le ordenó ignorando los lastimeros


intentos de la inútil de su hija mayor por hacerle entender que Deborah había
sido secuestrada.

Antes de admitir un fallo en las defensas de su hogar, se cortaría un brazo o más


bien dejaría a su hija en los brazos de su secuestrador.

Si claudicaba esta vez el clan podría pensar que se estaba volviendo blando con
los años y podría haber una batalla por el poder, pero si veían que la justicia y las
leyes se aplicaban a todos por igual sin importar su estatus social, seguirían
temiéndole.
— Roger, encierra a esta mujer en los calabozos.

Los hombres ignoraron el jadeo asustado de Sharon, Roger fue el primero en


hablar cuestionando la decisión tomada de su primo, por primera vez desde que
éste tomó el control del clan.

La locura del Rey estaba rayando el límite. No podía ser verdad que ordenase el
encierro de su hija, su heredera.

— Pero señor, todos los calabozos están ocupados.

William desplegó su poder y lanzó una bola de fuego a la mesa de su despacho


consumiéndose esta en cuestión de segundos ante la mirada atemorizada de los
demás ocupantes del cuarto.

— Obedéceme Roger si no quieres acompañar a esta puta en su castigo.

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Tras tragar saliva con dificultad, Roger le contestó.

— Cómo usted ordene, mi señor. Su hija será debidamente castigada.

Sin decir nada más, Roger golpeó en la cabeza a Sharon y la recogió antes de
que la desmayada mujer se diese de bruces contra el suelo.

— Como ordene…

Espero que los dioses perdonen mis acciones. Susurró en su mente el


atormentado hombre mientras salía del despacho con la joven bruja en brazos y
dispuesto a llevar a cabo el castigo.

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-3-

Los chasquidos del látigo al surcar el aire antes de impactar con crueldad en la
frágil piel de la condenada atrajeron como buitres a la carroña a los invitados del
Soberano.

Como si estuviesen presenciando un bello espectáculo los vampiros y los brujos


muertos por la curiosidad y excitados por el morbo se concentraron alrededor del
círculo donde mantenían cautiva a Sharon atada a un poste de piedra. El vestido
lo tenía roto y caía sin gracia en su cintura, dejando al descubierto su cremosa e
intacta espalda ante la morbosa vista de sus verdugos.

Su inmaculada piel no tardó en sufrir los daños de los continuados golpes. En


cuestión de segundos unos horrendos negrotes aparecieron y la sangre comenzó
a deslizarse lentamente por su espalda hasta gotear al suelo.

Ante el olor a sangre los vampiros se pusieron nerviosos. A pesar de estar


alimentados recientemente, exigieron que le brindasen mujeres con las que
saciar la intensa necesidad de sangre que sentían en esos momentos.

No tardaron en convertir en una fiesta la cruel exhibición de poder de los brujos.

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Brindaron con cada latigazo, apostaron cuanto tiempo permanecería la mujer


despierta antes de caer desmayada agotada física y mentalmente fruto del ataque.

Durante esos interminables minutos de agonía Sharon se mordió los labios para
no gritar de dolor ante sus captores.

Concentró su mente en los latigazos que recibía, jurando venganza con cada
golpe.

Los contó.

Veintitrés latigazos.

Su padre ese día estaba inspirado.

Veintitrés.

Su edad.

Después de concluir el castigo, sus verdugos a los que no pudo reconocer al


llevar unas máscaras negras ocultando tras ellas sus rostros, fue desatada y
arrastrada hasta los subterráneos.

Al ver que la joven no podía caminar con facilidad, la sujetaron de los brazos y
alzándola la bajaron deprisa hasta el nivel de las celdas.

Pasaron de largo cuatro celdas de las que se escuchaban los roncos gritos
agónicos de sus ocupantes. Al llegar a la quinta celda, la abrieron y la lanzaron
dentro, para encadenarla de las manos y de los tobillos a una de las paredes.

— Aprenderás a obedecer, puta.

Antes de desmayarse Sharon escuchó las hirientes palabras de uno de los brujos
que no dudó en patearla antes de irse.

Las lágrimas que por tanto tiempo reprimió se deslizaron silenciosas mientras se
dejaba llevar por la consoladora inconsciencia, deseando de todo corazón que
todo lo que le estaba pasando no fuese más que fruto de su mente.

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No fue hasta cerca de la medianoche del día siguiente cuando Sharon recuperó el
sentido.

Dolorida entreabrió los ojos y reprimió las arcadas que le sobrevinieron ante el
nauseabundo olor que se condensaba en aquel lugar.

Olía a muerte y putrefacción.

Asimilando que la habían encerrado en una celda, Sharon paseó la mirada por el
lugar. Los tenues rayos de la luna que inundaban la sombría celda que
proyectaban extrañas sombras con las siluetas de los barrotes, le permitieron
distinguir con claridad su nuevo hogar durante los próximos diez angustiosos
días.

Era tal y como se había imaginado que serían los calabozos de la mansión.

Apestosos, fríos y con rastros de sangre y marcas de uñas en las paredes y en el


suelo, recuerdos que dejaron sus anteriores moradores. Unas marcas del horror
que allí vivieron los prisioneros hasta el momento en que los brujos se dignaron
a bajar para arrancarles el corazón y alimentarse de esa manera del latente poder
que palpitaba en un corazón inmortal, absorbiendo toda la magia y asimilándola
como suya. Un oscuro don que poseían los hombres nacidos en el clan y por el
que llegaron a convertirse en los más temidos y odiados por las otras criaturas
mágicas.

Estaba atrapada, encerrada en vida y no podía pedir ayuda a nadie. Por más que
quisiese nadie se dignaría a poner la mano en el fuego por ella. La habían
traicionado desde que tenía uso de razón, machacándola sin descanso ni piedad.

En ese momento recordó uno de los pocos consejos que le dio su madre antes de
su inesperada muerte.

Conoce a tu enemigo, busca sus debilidades y conviértelas en tus puntos fuertes.

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Por una vez le haría caso.

Estudiaría el entorno hostil en el que se encontraba y buscaría la manera de


encontrar una salida a ese infierno.

Con ese propósito, Sharon cerró los ojos y sondeó con su mente las celdas que la
rodeaban captando los tenues murmullos de los demás prisioneros. El dolor que
desprendían era tan grande que la colapsaron, obnubilando su mente durante
unos instantes. La angustia que sentían mezclada con el miedo y el odio la
impactó como si hubiera recibido una descarga y la dejó jadeante y temblorosa
apoyándose contra el muro para no caer al suelo de la impresión.

Su poder más desarrollado era la telepatía, captar los pensamientos y los


sentimientos de las personas que la rodeaban. Un don que muchos deseaban pero
que ella despreciaba con todas sus fuerzas al no ser capaz a veces de distinguir
entre la realidad o las sombras del pensamiento ajeno. Por suerte y tras años de
duras prácticas, consiguió dominar su personal maldición hasta el punto que era
ella cuando decidía entrar en una mente.

Sufriría esos diez días lo que nunca antes había pasado, pero nada comparado
con el infierno que tendría que vivir una vez pasado esos días de confinamiento.
Si los brujos no llegaban a encontrar a Deborah ya fuese viva o muerta, la
seguirían culpando y muy probablemente William ordenaría su muerte como un
medio de castigo para demostrar a todos que impartiría su poder por igual.

Su destino era muy negro.

Y si las cosas seguían como hasta ahora, acabaría como el quebradizo esqueleto
que pendía de unas cadenas en una esquina olvidada de la celda, consumiéndose
hasta acabar convertido en cenizas.

Sin poder contenerse Sharon rompió a llorar.

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— No llores muchacha, no les des el placer de verte vencida.

Sharon abrió los ojos sorprendida al escuchar esa voz ronca y grave cerca de
ella.

Miró a su alrededor y vio que en la celda en la que estaba no había nadie más.
Estaba sola acompañada tan solo de un escalofriante esqueleto que la miraba con
sus cuencas vacías.

El hombre que le había hablado debía ser un prisionero de una de las celdas
contiguas, que se aprovechó de la resonancia que había en los calabozos y que
conectaba las celdas por los conductos de aire.

— Es fácil decirlo — susurró en voz baja, tirando de las cadenas que la mantenía
presa —. Es muy fácil decirlo.

Ella no esperó que le llegase a escuchar.

Pero él lo hizo y su respuesta la desconcertó, ya que el hombre rompió a reír


escandalosamente moviendo sus cadenas que tintinearon al golpearse contra el
suelo.

Su extraña respuesta era todo un misterio. ¿Cómo un hombre que estaba


prisionero a manos de sus enemigos, que en un momento a otro podía matarle,
era capaz de reírse de esa manera?

El confinamiento en aquellas oscuras celdas trastornaban las mentes de los


prisioneros hasta que olvidaban hasta sus propios nombres. El encierro volvía
locos a cualquiera que se viese en esa situación.

Aquel hombre que la llamaba con la voz rota y ronca se reía en su agonía, y
trastornado o no, el hombre sobrevivía a la tortura de la soledad alejando su
mente de la dura realidad y agarrándose como un clavo ardiente a la voz de un
extraño.

— Niña debes aprender que la vida es un puto camino de desgracias — Le dijo


una vez que se calmó y dejó de reír —. Lo único que vale la pena es joderles la
vida a tus enemigos, hasta tenerlos

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suplicando a tus pies. Si tu quieres, puedes, muchacha, no lo olvides nunca y


sobrevivirás a esto.

Sharon bufó, negando con la cabeza a pesar de que nadie la veía.

¡Qué fácil era decirlo!

¡Qué fácil era decir que podía con todo si se lo proponía!

Pero después de escuchar durante años que solo servía para entretener
sexualmente y que no era más que una inútil mujer, no estaba muy convencida
de su valía.
Su corazón deseaba ser libre, escapar de todo, pero su mente racional no hacía
más que recordarle las traumáticas experiencias, minándole los ánimos.

Por eso le hacían gracia las palabras del hombre.

Era muy fácil dar ánimos, pero como decían las canciones antiguas las palabras
se las llevaba el viento y después quedabas sola con tus problemas y sin poder
hacer nada más que lamentarse al no haber reaccionado a tiempo.

— No sabes nada. Estoy jodida.

Las roncas carcajadas del extraño la interrumpieron.

— Acaso crees que estoy atado como un perro a la pared por gusto. El sado no
me va, niña.

Antes de que pudiese contestarle, otra voz se les unió.

— ¡Déjala tranquila perro! — La chillona voz de mujer resonó con fuerza —.


Nadie quiere escuchar tus estupideces. Bastante tiene la chiquilla con habituarse
a su nueva situación, como para soportar tus charlas inútiles.

El hombre gruñó con fuerza, tironeando con salvajismo las gruesas cadenas que
lo mantenían preso.

— Nadie te dio velas en este entierro, zorra. ¡No te metas en nuestra


conversación!

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La mujer chasqueó la lengua con reproche.

— Húndela más hablando de la muerte machito. Si es que eres inteligente……


— ironizó enfureciendo más al hombre, que comenzó a insultarla con un florido
repertorio de maldiciones.

Sharon no pudo reprimir una leve sonrisa.

La intensa discusión entre esos dos le recordó a las veces en que Deborah la
enfadaba y acababa chillando con ella perdiendo los nervios con sus ideas
disparatadas. Esos dos eran iguales, discutiendo acaloradamente desde sus
respectivas celdas sin que les importase que les separase unos muros de piedra.

Las maldiciones que se gritaban el uno al otro elevaron el tono de sus voces
hasta hacerse escuchar con fuerza en todas las celdas asustando a los presos por
la intensidad de la pelea. No querían que alertasen a los brujos. Si seguían
gritando de esa manera acabarían bajando para ver que sucedía.

Sharon cerró los ojos y permitió que su mente se vaciase.

El escuchar las voces de otras personas que estaban pasando lo mismo que ella,
la tranquilizaba. Si ellos podían sobrevivir a ese calvario, ella también lo haría.
No se dejaría vencer tan fácilmente.

Al abrir los ojos de nuevo, Sharon canturreó consiguiendo que esos dos se
callasen al momento y bufasen a la vez de disgusto.

— Los que discuten se desean.

El silencio que se produjo a continuación fue tenso, casi se podía palpar.

— Yo no deseo a…. — contestaron al unísono con intensidad, consiguiendo que


Sharon rompiese a reír de nuevo.
Al haber contestado los dos al mismo tiempo y las mismas palabras, protestaron
enérgicamente.

— ¡Eh! Maldito no repitas lo que yo digo — escupió la mujer con la voz


alterada.

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El hombre no se quedó atrás.

— Eres tú la que te metes en mi cabeza, zorra.

Sharon cerró los ojos y buscó con su mente los rostros de los dos prisioneros.
Después de unos segundos vagando y tanteando por las celdas de al lado,
consiguió verlos, o al menos a uno de ellos.

El hombre que en esos momentos se burlaba de la otra prisionera estaba atado en


la celda de al lado, con unas largas cadenas alrededor de su cuello. Cuando
levantó la cabeza Sharon ahogó un gemido de sorpresa.

Lo conocía.

El día que lo capturaron, ella estaba espiando desde los pasadizos que
conectaban el piso superior con la sala de audiencias donde llegaban los brujos
con las presas que deseaban mantener con vida. A pesar de que no era más que
una niña, los fieros ojos de ese hombre se le clavaron en su mente, grabándose a
fuego en su corazón, jurándose que nunca iba a matar despiadadamente como lo
hacían los demás. Por él se había negado a cazar para su familia, convirtiéndose
de ese modo en una puta de lujo.

Era Markush Heimdall, el poderoso Rey de la raza lycans. Un feroz guerrero que
ni los años de prisión consiguieron mermar su orgullo, ni la desesperación por
saber que ocurrió en su hogar después del ataque en el que lo apresaron. Pero
que por desgracia los suyos dejaron de buscarle después de cinco años sin tener
noticias de él, considerándolo oficialmente muerto.

Los miembros del Consejo Lycan le dieron por muerto y acallaron las protestas
de los allegados de Markush, amenazándoles con castigarles si continuaban
investigando.

Si su padre aún lo mantenía con vida muy probablemente era para asegurarse
que los lobos no los atacasen, pues si lo hacían los

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brujos acabarían con la vida de su líder después de sorprender a los lycans que
no se creerían que su Rey siguiese con vida.

Al verlo gruñir mostrando sus colmillos, Sharon recordó cómo era antes de
permanecer doce años prisionero en una celda. Su rostro estaba demacrado y sus
cabellos azabaches eran largos y grasientos. Su cuerpo se había resentido al
haber permanecido tanto tiempo confinado, sus músculos estaban débiles y le
dolían cada vez que realizaba un movimiento brusco.

Markush

habría

cambiado

físicamente

pero

sus

ojos

permanecían igual de brillantes, mostrando una fiereza y una inteligencia que


producían auténtico temor a quienes lo mirasen fijamente.

Dejando el rostro furioso del hombre atrás, Sharon buscó a la misteriosa mujer
que no dejaba de meterse con el lobo. Pero por más que intentó encontrarla, no
pudo.

Sabía en que celda estaba, sentía su presencia, pero había una barrera que le
impedía traspasar los barrotes de su prisión para poder verla.

Al tercer intento de romper las barreras, Sharon escuchó en su mente.

Ni lo intentes, niña. Tu poder no puede quebrar mis barreras.

Decir que Sharon quedó asombrada al escuchar la clara voz de la extraña en su


mente era decir poco, estaba completamente anonadada. Nunca nadie había
conseguido entrar en su mente de esa manera, tan fácilmente.

¿Quién eres?

Su pregunta quedó sin respuesta, ya que en esos momentos bajaron una cuadrilla
de brujos. Los presos al escuchar las pisadas de los brujos comenzaron a ponerse
nerviosos, aullando de temor y

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arañando los barrotes de las pequeñas ventanas que daban al patio de la mansión
y por los que ventilaban las apestosas celdas.

Sharon se mantuvo alerta, temblando al pensar que esos hombres iban tras ella.
Mantuvo la vista clavada en la puerta hasta que escuchó como se alejaban de su
celda y seguían de largo hasta pararse delante del calabozo de la mujer extraña
que comenzó a gritar a sus captores.

Al oír los agónicos gritos de la mujer que se resistió a ser sacada de la celda,
Sharon cerró los ojos con fuerza y deseó poder taparse los oídos con las manos,
pero las cadenas se lo impidieron.

Cuando los brujos pasaron cerca de su celda, Sharon abrió los ojos y pudo verla
a través de los barrotes. Sus ojos eran blanquecinos como si estuviese ciega con
largos cabellos plateados, esbelta y alta, una amazona hermosa y salvaje que no
dejó de golpear a sus captores, luchando por liberarse.

— ¡Dejadla tranquila!

Markush tiraba con fuerza de sus cadenas intentando liberarse.

Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. La luz, su única compañía durante


los años de encierro era llevada de su lado. Tenía que impedirlo, pero por más
que luchó, que forzó…las cadenas no cedieron ni un milímetro. Se sentía
impotente, inútil.

Ante él se llevaban a la hembra y él no podía hacer otra cosa que mirar a través
de unos gruesos y oxidados barrotes.

— ¡Markush! — Gritó la mujer con ansiedad revolviéndose —.

¡No! Debo quedarme con él. No podéis separarme de Markush.

Las risas de los brujos se escucharon por todo el lugar.

— ¡Soltadla! — gruñó Markush rechinando los dientes, dispuesto a destripar a


esos brujos que osaban tocar a la hembra que era suya. Los mataría, juraba por
todo lo sagrado a su raza que acabaría con ellos —. ¡¡¡Rhianny!!!

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Sharon escuchó los gritos de Markush que resonaron con fuerza.

Los brujos al escuchar la intensidad del deseo de protección del prisionero, se


burlaron de él y golpearon con sorna la puerta de su celda.
— Mirad como el lobo gruñe por la mujer. — las carcajadas de los brujos
alteraron más a Markush que comenzó a tirar con fuerza de la cadena hasta
acabar herido —. No te preocupes lobo, la trataremos muy bien.

Sharon no tuvo necesidad de invocar su poder para saber que los brujos estarían
sobando a la mujer delante de la celda de Markush para alterarle.

Ella conocía muy bien la retorcida mente de los hombres de su clan. Ellos
disfrutaban torturando mentalmente a sus presas antes de acabar lentamente con
sus vidas.

— ¡Soltadla malditos! — bramó Markush desesperado al sentirse indefenso e


inútil por no poder proteger a la mujer que amenizó los años de su confinamiento
—. Pagaréis por esto con vuestras vidas.

El juramento del lycans se escuchó en todas las celdas, sacando del estado
vegetativo de la mayoría de los presos, que sonrieron con debilidad al
imaginarse libres y con los brujos muertos a sus pies.

Sharon cerró los ojos e intentó calmar su alterado corazón, resentido por todo el
dolor que su gente causaba a los demás, avergonzando a los brujos y brujas que
no compartían las ideas radicales de su gobernante, pero que por temor se
mantenían ocultos en las sombras no dispuestos a perder sus vidas y su prestigio
para salvar la vida de un puñado de criaturas trastornadas y muertas en vida.

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Todos eran unos asesinos, los que alzaban los puñales y acababan con las vidas
de los condenados, y los que callaban y permitían esas atrocidades.

Sharon echó hacia atrás la cabeza y llorando en silencio le suplicó a la noche


ayuda.

Por favor, que alguien me oiga. ¿Por que todo tiene que ser tan difícil?

Llevaba cerca de dos días dormitando en una cueva oculta en lo más profundo de
la cumbre de la montaña. La nieve cubría la entrada y lo mantenía seguro ante
los cazadores naturales de ese hábitat y a pesar de llevar dos días en los límites
del dominio lycans ningún lobo había salido en su búsqueda. En su cautiverio el
hambre, la necesidad de sangre fue terrible, aumentando progresivamente hasta
hacerse casi insoportable.

Pero no pudo salir de caza, se arriesgaba a empeorar si se hubiese dejado llevar


por el hambre y hubiese salido de la cueva en busca de alguna presa a la que
llevarse a la boca. Pero no iba a cometer el mismo error dos veces. Se
recuperaría y buscaría venganza.

….Que alguien me oiga,…que alguien me ayude…

************

Jared se despertó de su sueño reparador al escuchar una voz en su mente.

Después de revivir la trágica noche en la que su familia adoptiva murió a manos


de unos asesinos una y otra vez en su

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torturada mente, escuchar una voz que no reconoció lo despertó de golpe,


sobresaltándolo.

Incorporándose con lentitud, dolorido aún por las heridas que no sanaban como
deseaba, Jared cerró los ojos y buscó esa voz.

Por favor….

Era una mujer.

Una joven que gritaba con desesperación a los vientos y que por el tono de
desesperanza de su voz no esperaba que alguien la escuchase.

Al notar su miedo Jared sintió la necesidad de protegerla, una necesidad


imperiosa de llegar hasta la mujer y alejarla de todo el peligro que la acechase.
Durante un momento hizo suyo su dolor y se le encogió el corazón hasta que
sintió que estaba a punto de salirse del pecho.

La intensidad de esos sentimientos fue tan abrumadora que lo dejó aturdido y


con el cuerpo tenso.

Gruñó antes de golpear el suelo con el puño. El dolor cruzó velozmente su brazo,
pero Jared lo ignoró y siguió golpeando repetidamente la dura tierra, hasta que
desahogó parte de la angustia que sentía.

¿Dónde estás? Murmuró en su mente procurando que sus palabras llegasen a la


mujer. Deseaba tranquilizarla, confortarla en su sufrimiento.
El tiempo pareció que transcurrió muy lentamente hasta que escuchó de nuevo la
temblorosa voz de la mujer.

Estoy presa. …. ¿Eres real? Le preguntó como si temiese que no fuese más que
una ilusión producida por su torturada mente.

Jared le envió sentimientos de calidez, al tiempo en que le contestaba.

Soy muy real.

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El llanto de la joven, le alteró. Sus lágrimas escocieron como lava ardiente en su


mente.

No llores pequeña, nada malo te sucederá. Iré a por ti.

Sharon abrió los ojos asustada.

Temerosa no por su vida, sino por la del hombre que intentaba consolarla. Si iba
a buscarla, si llegaba a encontrarla, su vida correría peligro. Los brujos no
dudarían en matarle y no podría soportar otra muerte más sobre su conciencia.

— No,… — susurró con voz débil mientras tiraba de las muñecas intentando
romper las gruesas cadenas, haciéndose daño. Pero no le importó las heridas que
se provocó, su corazón dolía con mayor intensidad —. No vengas a por mí.
Morirás si vienes.

Jared lo sintió.

Lo que nunca creyó conocer. El cálido sentimiento de la conexión que había


entre él y la mujer. Los de su especie solo tenían una verdadera compañera
durante su larga existencia. Eran pocos los que la encontraban. Hombres
afortunados que se condenaban a una vida de preocupaciones, protegiendo de
todo mal a su mujer.

Él siempre se juró no caer rendido bajo los influjos malignos de la conexión,


pero al sentir la desagarrada voz de la mortal dentro de su mente lo alteró. Su
corazón sintió su dolor, su cuerpo reaccionó a sus palabras.

Ella estaba preocupada por él, aún sin conocerlo.

Lloró por él.

En el momento en que ella lloró por él, se había condenado.

Decidido, Jared se levantó y estiró su dolorido cuerpo, mascullando una retahíla


de maldiciones por los calambres que sintió.

Iría a por ella.

Por la mujer mortal que fue capaz de atravesar las barreras de su mente y llenar
de luz la oscuridad que era su vida.

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Era la Elegida para ser la dueña de su corazón.

Lucharía por ella.

Por nada del mundo iba a permitir que nadie dañase lo que era suyo.

La salvaría de su mundo, de la soledad que consumía su alma.

No llores, mi dulce. Le susurró intentando plasmar en su voz una nota


consoladora. Nada malo me sucederá. No temas por mí.

Sharon se quedó mirando a la oscuridad de su celda. Las lágrimas corrían libres


y silenciosas por sus enrojecida y magulladas mejillas, dejando un rastro de pura
desesperación en su demacrada cara.

— No puedes saberlo. Los que subestimaron a mi familia, perecieron — susurró.

El corazón de Jared rebosó de cálida felicidad al sentir la preocupación de la


joven. Saber que alguien más se preocupaba por él le llenó de felicidad ya que
desde siempre él envidió el amor que unía a sus tíos.

Él también deseaba tener la suerte de encontrar un amor que lo acompañase por


toda la eternidad y le colmase de alegría y felicidad durante los fríos y largos
siglos venideros.

Un amor que no dudase en entregar su vida, en entregarse completamente, un


amor puro y salvaje.
Y ahora que había encontrado una mujer con la que podría iniciar una intensa
relación, no la dejaría marchar de su lado.

Sería su mujer.

Su compañera.

Confía en mí, pequeña. No permitiré que nada malo te suceda.

Que nada malo me suceda, dices. Pensó Sharon con ironía al tiempo en que se
reía amargamente en la soledad de su prisión.

Jared gruñó.

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La mujer no confiaba en que la salvaría. No creía sus palabras.

Pero ya descubriría que su palabra era ley.

Espérame. Le prometió finalmente. Esta noche serás libre….

¿Sin siquiera saber tu nombre? susurró con voz cansada la joven.


Jared sonrió.

Jared, pequeña. Mi nombre es Jared.

Cerrando la conexión que se abrió entre los dos Jared susurró a la noche
mientras salía de la cueva y respiraba aire limpio por primera vez desde hacía
dos días.

— Esta noche te salvaré y caminarás a mi lado por toda la eternidad.

Su promesa susurrada se perdió en el viento transportada lentamente por todo el


valle. Unas palabras que pronunció en alto con toda la intensidad de su corazón.

Ante todo un vampiro cumplía siempre una promesa.

Y él, aunque le costase su vida la llevaría a cabo.

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-4-

Los carceleros se llevaron a Rhianny hasta una de las salas acondicionadas para
torturar con la intención de interrogarla.

Según los informes que revisaron, la celda cuatrocientos dos no debería estar
ocupada. Por ese motivo se sorprendieron al ver a la enigmática mujer tumbada
cómodamente en el camastro y hablando pacíficamente con los demás
prisioneros sin signos de incomodidad o desnutrición.

Era muy extraño. Lo habitual era perder prisioneros no que estos apareciesen de
la nada.

Después de comentarlo con el brujo que llevaba los trámites de


encarcelamientos,

archivando

cada

nueva

adquisición

seleccionándolas para sacrificarlas en ocasiones especiales según los poderes


que pudiesen aportar, los carceleros aceptaron las sabias órdenes de su jefe.

“Cogedla, interrogadla y que nadie aparte de nosotros sepa jamás lo ocurrido”


Sus órdenes eran muy precisas, tenían que sacar a la mujer y torturarla hasta
averiguar cómo había entrado en la mansión y cómo se había colado en los
calabozos. Su presencia aquí era signo de debilidad en las defensas de la
mansión.

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Aprovecharon la ocasión y como costumbre en los últimos años, se burlaron del


más famoso prisionero, legendario por su orgullo y por no haber muerto aún
después de vivir en el infierno desde hacía tanto tiempo. Después la arrastraron
hasta la primera planta del ala este, lugar donde se encontraban las ocho salas de
tortura, antiguas habitaciones de los criados y que después de unas costosas
reformas se acondicionaron para las vejaciones y las torturas que se llevarían a
cabo en esos lugares.

Con el propósito de sonsacarle todo lo que supiese la encadenaron a una cruz de


madera y cerraron las puertas de la sala, colgando el cártel de ocupado. Nadie
entraría, a pesar de los gritos o maldiciones que se escuchase. Al ver el cártel
colgado del marco de la puerta los que pasasen cerca sabrían que dentro se
estaba llevando a cabo una “entrevista” muy especial y no debían ser
interrumpidos bajo ningún concepto.

Bruce Clayton, jefe de la sección de encarcelamientos, esperó a que sus


compañeros acabasen de encadenar a la prisionera antes de abrir uno de los
cajones de la cómoda de madera negra y extendiese en una bandeja puesta frente
a la prisionera los instrumentos que iba a emplear.

Tenazas, tijeras, astillas para las uñas de los dedos de las manos, alambre con
púas para rodearle los brazos mientras tensase el cuerpo de la mujer con la rueda
que había oculta detrás de la cruz, una barra de hierro con funda en el mango
para marcar su piel tersa y un puñal de plata.

No se olvidaba nada.

Habitualmente los prisioneros cantaban todo en cuento les enseñaba el uso de


dos de sus juguetitos, Bruce no creía que necesitase utilizarlos todos.

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Gruñó ante el bullicio de sus compañeros. A él le gustaba trabajar en silencio. Se


tomaba su trabajo muy en serio, por algo era el interrogador más eficaz del clan.
Era capaz de hacer hablar hasta a los mudos.

Sus compañeros de trabajo no eran para nada como él. No soportaban el silencio
y no podían reprimir las burlas y las amenazas contra los prisioneros,
olvidándose que ellos podían llegar a ser algún día la presa de un cazador más
poderoso.

— Lo pasaremos muy bien contigo.

— Sí, sí. Mi amigo tiene razón. Te ofrecerás a nosotros y nos suplicarás que te
tomemos con fuerza.

Bruce suspiró.

Sus compañeros se emocionaban demasiado. Eran muy impulsivos. No


comprendía como los pusieron a vigilar a los prisioneros teniendo un carácter tan
explosivo, pero cuando quiso imaginárselos de caza, sintió escalofríos. Unos
tipos tan ruidosos como ellos rebelarían la situación del grupo antes de conseguir
rodear a la presa.

— ¡Callaos, maldición! Perdéis el tiempo insinuándoos a la prisionera. Por


órdenes de nuestro superior solo debemos sonsacarle la información que
precisamos y luego matarla — les gritó agotada su paciencia. Si seguían
haciendo tanto alboroto los echaría a los dos.

La risa de la mujer atrajo la atención de todos. Los tres hombres la miraron


asombrados. Bruce dejó caer las tijeras oxidadas que estaba revisando a la
bandeja, después de apuntar mentalmente que debía pedir nuevo material para su
trabajo ya que el viejo estaba en un estado lamentable. La miró con curiosidad,
poniéndose los guantes de cuero negro. Sus ojos la examinaron buscando
indicios de locura. Si la prisionera estaba trastornada de poco valdría su
declaración.

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— ¡Está loca! — exclamó el más joven de ellos, diciendo en alto lo que los tres
estaban pensando seriamente en esos momentos.

Acariciándole el cabello, el otro carcelero que seguía cerca de ella acomodando


las cuerdas y las cadenas, comentó en alto regocijándose ante la perspectiva de
sumergirse en una mujer tan apetecible.

— Si está trastornada mejor para nosotros. Así se dejará hacer.

No pondrá pegas a ser sometida.

Chasqueando la lengua con dramatismo su compañero y amigo se lamentó en


alto.

— Pero a mi me gustan cuando luchan debajo de mí.

Sus palabras lograron que la mujer rompiese a reír nuevamente.

Cuando Bruce iba a intervenir gritándoles que se callasen de una vez por todas y
que se largasen a vigilar los calabozos y le dejasen a él la tarea de descubrir
todos los secretos de la joven, la prisionera los sorprendió, contestándoles con
una voz gélida y cortante.

— Niño, si querías una buena pelea, me lo hubieras dicho antes.

Bruce presenció todo sin poder creer realmente lo que veía.

La mujer nada más decir esas palabras tiró con determinación de sus brazos
consiguiendo romper las cadenas que la mantenían presa. Ante la mirada atónita
de los carceleros, la mujer voló por el aire saltando con decisión y se hizo con el
puñal que había expuesto en la bandeja, guiñándole un ojo al asombrado Bruce.

Bruce

intentó
recuperar

el

control

de

la

situación,

desenfundando la pistola de tranquilizantes de la funda atada a su espalda. Le


apuntó al cuello y le gritó.

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— No lo compliques más mujer, entrégate, o si no acabaremos contigo.

La mujer le sonrió torciendo los labios mostrándole los colmillos que adornaban
sus encías. La blancura de su piel resplandecía con intensidad y las mejillas
estaban adquiriendo una tonalidad rosada, su cuerpo brillaba con vida propia,
como si la sola idea de una buena batalla le diese energía.
Bruce tembló.

El poder que refulgía alrededor de la prisionera era aterrador, sobrenatural.


Había acabado con la existencia de vampiros, licántropos, gárgolas, hechiceros,
hasta consiguió capturar sirenas y kelpies, pero nunca antes se había encontrado
ante una fuerza descomunal parecida. Esa magia estaba en estado puro. Salvaje.

Indomable.

— Esta noche sentiréis en carne propia parte del dolor que inflingís a vuestras
presas, asesinos — les aulló la prisionera con los ojos relucientes.

Bruce respiró hondamente y dejó de lado el miedo que atenazaba sus piernas y lo
congelaba en el sitio. Esa zorra por más poderosa que fuese no podría con todos
ellos. Juntos eran letales, mortíferos, una marea de muerte y destrucción.

— Te arrepentirás de la decisión que has tomado — le amenazó disparándole en


el cuello, tumbándola de un solo disparo.

Él nunca celebraba una victoria si no veía como se pudría el cuerpo de su


víctima, pero sus jóvenes compañeros definitivamente no eran como él. Los
insensatos comenzaron a celebrar y a vitorear la pronta victoria de su
compañero, orgullosos de pertenecer a la prestigiosa familia de brujos.

Bruce no tuvo oportunidad de prevenirles, cuando vio como la mujer se


desvaneció del suelo donde hasta ese momento estaba

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tirada, apareció milésimas de segundos después detrás de uno de ellos


rebanándole el pescuezo con el puñal acabando con su vida.

El cuerpo sin vida del brujo cayó a cámara lenta al suelo, mientras los demás
ocupantes de la sala se estremecieron de auténtico temor. No la habían visto. Sus
movimientos habían sido muy veloces.

Una pregunta pasó por sus preocupadas y trastornadas mentes, ¿qué o quién era
ella?

Lamentablemente esa noche no tendrían respuesta a sus preguntas.

Antes de que pudiesen reponerse, la mujer volvió a desaparecer atacando esta


vez al otro joven carcelero que le insinuó que la iba a hacer suya.

Esta vez su muerte fue más lenta y dolorosa.

Rhianny estaba furiosa, sus planes se habían ido a la mierda y la culpa la tenían
esos mortales. Con furia cogió por los hombros al brujo que intentaba escapar.
Esquivó el ataque del tercer carcelero que comenzó a dispararle de nuevo y con
el puñal comenzó a rajarle la cara lentamente, disfrutando de los gritos agónicos
de dolor que profería el joven.

Bufó de asco cuando el hombre se meó y lo tiró al suelo pateándole el estómago.


Amenazándole con el puñal en alto, manchado de sangre, le gritó.

— Nadie me toca sin mi permiso. Sólo me entregaré a un hombre.

Gimoteando el joven se arrastró por el suelo, la sangre manaba con abundancia


de su lastimado rostro, las pieles de su cara colgaban dolorosamente, dándole el
aspecto del monstruo que en realidad era.

Rhianny lo siguió, jugando con su presa. Como un gato jugaba con un ratón.


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— Esta noche me habéis cabreado. No me gusta matar, pero haré una excepción
con vosotros.

Bruce aprovechó que la mujer estaba ocupada, para intentar escapar. Mientras la
prisionera permanecía de espaldas, gritándole al brujo que se desangraba en el
suelo, corrió hacia las puertas e intentó abrirlas.

No se abrieron.

Por más que tiró con todas sus fuerzas éstas no cedieron ni un milímetro.
Permanecieron cerradas, dejándolo a merced de una psicópata.

Angustiado las golpeó gritando para que le ayudasen.

— Chisk, brujo ¿a dónde vas?

Bruce quedó paralizado y sin respiración cuando sintió la gélida respiración de la


mujer sobre su nuca. Estaba detrás de él. Su peor pesadilla se estaba haciendo
realidad. Tenía al enemigo a sus espaldas y no había refuerzo que lo ayudase, esa
noche iba a morir.

— Creo haber escuchado que una vez que cuelgas ese cartel nadie entrará en esta
sala — se burló la joven riéndose de él.
Rozándole con sus fríos dedos la nuca retirándole los sudados cabellos, Rhianny
le aconsejó —. Elegiste el bando de los malos, niño. Lástima…. — chasqueó la
lengua —…tanto potencial desperdiciado por sueños imposibles.

Bruce hizo acopio del poco orgullo y valor que le quedaba en su angustiado
cuerpo. Si iba a morir quería morir mirándole a los ojos a la muerte, no de
espaldas ni arrastrándose por el suelo suplicando por su vida.

Se giró lentamente y sosteniendo con fuerza el arma, ya descargada, la miró a los


ojos.

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Rhianny se sorprendió del valor que vio brillar en el fondo de sus ojos. El mortal
se rebelaba contra ella, aceptando con orgullo su destino.

Lo cogió del mentón y le obligó a sostenerle la mirada.

— Es extraño encontrar a humanos como tú. Si juras aceptar los cambios que
ocurrirán en tu clan te permitiré vivir.

La voluntad de Bruce se tambaleó. El deseo de vivir era demasiado fuerte, pero


su orgullo lo era aún más. Apartándole de un manotazo la mano y golpeándola
en la mejilla con el puño, le escupió en la cara.
— Nunca. Prefiero morir a deberle algo a una criatura como tú.

Rhianny lo miró fijamente.

Después de unos tensos segundos, en los que pudo escuchar con claridad el
fuerte y desacompasado palpitar del corazón del mortal, Rhianny dictaminó,
encogiéndose de hombros.

— Cómo quieras. Es tu decisión, brujo.

Bruce no cerró los ojos cuando la mujer se abalanzó sobre él, aullando como una
fiera y enseñándole los largos y curvados colmillos. Al final era verdad que la
muerte era fría belleza.

Imparable.

Deliciosa.

************

Mientras tanto en una de las celdas del calabozo, Markush era incapaz de
permanecer quieto en la celda. Los asesinos se habían

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llevado a su hembra. Se sentía desesperado, a punto de volverse loco.

— Rhianny — susurró con angustia en la oscuridad de la celda, dejando caer los


hombros, dolorido por las heridas que se produjo al intentar liberarse, pero debía
de haber supuesto que las cadenas fabricadas de plata y forjadas con antigua
magia lo iban a mantener fieramente apresado al maloliente agujero en el que
sus huesos se pudrían desde hacía doce años —. Rhianny….

Repetía una y otra vez su nombre, obligándose a permanecer cuerdo, deseando


fervientemente que aún siguiese con vida. No podía pederla, cuando por fin la
había mirado a los ojos marcándola como suya.

Nunca antes la había visto. Después de ocho años escuchando como le gritaba y
le criticaba, ahora podía ponerle un rostro a esa ronca voz.

Sonrió al recordarla. Largos cabellos plateados y unos bellos ojos blanquecinos


que lo miraban……asustada.

Maldiciendo en alto, Markush golpeó con la parte de atrás de su cabeza la piedra


de su prisión.

Sentía que su corazón se desgarraba en dos, su mente se quebraba al no sentir la


presencia de la mujer.

Pasados unos minutos Markush aulló lastimeramente.

La necesitaba a su lado.

Ni las torturas ni las vejaciones habían conseguido quebrarle, pero separarlo de


su compañera…los brujos al final habían alcanzado sus objetivos. Que él
desease morir para liberarse de la pesada carga que había en su corazón.

************

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De cuclillas frente a uno de los cadáveres, Rhianny limpió minuciosamente el


puñal de plata con la rugosa tela del abrigo del fallecido.

Hablando sola Rhianny pensó muy seriamente que iba a hacer a continuación.

— Demonios, esto no entraba en mis planes. Se supone que soy una doncella en
apuros — se quejó en alto pateando el suelo con rabia.

Su misión era muy sencilla, permanecer oculta y atenta a lo que aconteciese en


ese agujero de ratas traidoras, informando cuando tuviese oportunidad de las
novedades. El que acabase descubierta no entraba para nada en su plan. Se había
despistado y no había renovado el camuflaje mágico que la mantenía lejos del
toque de la magia de los brujos. Ya debió suponer que la barrera se estaba
debilitando cuando sintió el intento de intrusión en su mente por parte de la
joven bruja. Pero en lugar de reforzarla se puso a discutir con Markush.

Grave error.
Un error de principiantes y que lo cometiese ella que tenía más de dos mil años
era muy, pero muy grave.

Al escuchar el tintinear de unas llaves al otro lado de la puerta la devolvió a la


realidad.

Rhianny dejó escapar un gruñido cuando la puerta se abrió.

Saltando hacia atrás se preparó para atacar alzando el puñal. Ya después de todo,
otra víctima más no le iba a suponer ningún problema.

Lo que no se esperó fue encontrarse cara a cara con una mujer de no más de
veinte años que sacudía un pañuelo blanco delante de su rostro.

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— No me hagan nada. Por favor, no me haga daño — balbuceó la joven


débilmente sin dejar de mover el pañuelo.

Rhianny se cruzó de brazos y apoyó el filo del puñal en su mejilla.

— Niña, si entras así estás pidiendo a gritos que te hagan daño, ¿qué quieres?

Como esperaba el aspecto que debía presentar toda cubierta de sangre y jugando
alegremente con un puñal, causó la impresión que pretendía.

Asustarla.

Riendo Rhianny se le acercó sigilosamente y le quitó el pañuelo. La muchacha


era pequeña, voluptuosa y como todas las demás brujas vestía con un vaporoso
vestido que nada ocultaba a la vista.

Denigrante.

Al ver que no le contestaba, Rhianny volvió a preguntar.

— ¿Qué es lo que deseas?

Tragando con dificultad, Marie ignoró el espeluznante espectáculo que se


encontró nada más entrar en la sala. Sabía que estaba en una sala de tortura, pero
la sangre manchaba las paredes, los cuerpos inertes de los brujos estaban
adquiriendo una tonalidad grisácea.

Era horrible. Las náuseas que sentía eran cada vez más fuertes.

Tartamudeando, consiguió contestarle.

— Venía a salvarla, pero…. — miró, a su alrededor, sin dejar de temblar —. Ya


veo que estás bien.

Rhianny pensó unos segundos las palabras de la chica. Eran extrañas,… ¿cómo
una bruja iba a salvar a una prisionera?

Alguien la enviaba, ninguna de las mujeres de ese clan tenían las agallas
suficientes como para oponerse a los hombres. De pronto

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le vino a la mente la imagen de Sharon. Tal vez sí existía. La joven bruja que
intentó por todos los medios entrar en su mente, tenía agallas, determinación.
Aún no habían consumido su alma. Le recordó a las antiguas brujas que
fundaron el clan hacía ya más de dos mil años.

— Gracias, niña. El detalle se agradece. No ocurre muchas veces que acudan a


salvarme — Chasqueando los dedos delante de su cara intentando hacerla
reaccionar, Rhianny le dijo —. Vamos, no te quedes parada, si nos quedamos
aquí nos descubrirán. Además…— pasó por encima del cadáver de uno de los
brujos caídos, seguida de cerca por la temblorosa bruja —…debo salvar a un
chucho pulgoso al que le cogí cariño.

Marie la siguió, intentando no perderla de vista. Había sentido que esa mujer
creía que estaba ahí porque la habían obligado, pero no era así.

Su compañero, desde hacía tres años era el jefe de la resistencia en las sombras,
el único que se oponía a las decisiones que tomaba el Soberano. Pero por más
que luchase para convencer a los demás hombres que debían rebelarse pocos
eran los que le seguían fielmente, y……desde las sombras.

Ella le ayudaría, haría cualquier cosa para asegurarse que su marido siguiese con
vida.

Le amaba más que a su vida y había conseguido cumplir su promesa de


mantenerla a salvo de los demás hombres. A su lado estaba a salvo, protegida,
amada de verdad y por ello y a pesar de que él le dijo que no cometiese ninguna
locura de las suyas, se puso sus mejores galas para poder entretener a esos brujos
antes de desmayarlos con su magia. Pero nada de eso fue preciso, la prisionera se
encargó de todo y de una manera tan…. Sangrienta.

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El trayecto a la entrada de los calabozos fue rápido. Con cuidado y procurando


que no notasen su presencia, la mujer la condujo con eficacia por los pasillos de
la mansión como si la conociese. En cuanto veía algún extraño, Rhianny la
sujetaba y la obligaba a agacharse para no ser vistas. Gracias a sus reflejos
consiguieron llegar sin problemas a la oscura entrada de los calabozos.

— Espera — le gritó Marie.

Rhianny paró en seco y la miró de reojo.

— ¡Qué pasa ahora!

Marie se revolvió nerviosa. Esos ojos, blanquecinos, como si estuviese ciega,...


eran escalofriantes.

— De…. — tartamudeó, después de tragar saliva con dificultad, Marie prosiguió


—. Debería ir yo antes. Si nos encontramos a los carceleros abajo, yo podría
entretenerlos y...
— No. No harás nada parecido.

Marie soltó un grito estridente hasta que una callosa mano le tapó con fuerza la
boca, acallándola. Con los ojos desorbitados y la respiración entrecortada por el
susto, Marie dejó de luchar.

— Mírame.

Hasta ese momento, Marie no se había dado de cuenta que había cerrado los ojos
al ser sorprendida.

— Me oíste bien, abre los ojos y mírame.

Marie le obedeció.

Al abrirlos, se quedó sin palabras al ver la furia en los ojos del hombre. La
expresión de su cara era amenazante, capaz de palidecer hasta al más valiente
guerrero. Sostenida con firmeza contra el cuerpo de él, Marie paseó su mirada
absorbiendo cada detalle de su rostro. Moreno de tez canela, curtido por las
batallas, impresionantes

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ojos azules, reluciendo con intensidad, nariz aguileña, labios rosados y tensos en
una mueca disconforme y enfadada.
— Saca tus sucias manos de ella, brujo.

En menos de tres segundos, Marie acabó detrás del hombre siendo protegido por
éste con su cuerpo.

— ¡Cómo has conseguido escaparte, criatura! — exclamó el sorprendido


hombre.

Rhianny rompió a reír.

— Me han sacado a pasear, para que me despeje un rato — Callándose de golpe,


ironizó —. ¿Tú que crees que pretendían hacer conmigo? Acaso hace tiempo que
no te alimentas que ya no te acuerdas de cómo acabáis con las vidas de vuestras
víctimas.

El hombre gruñó con fuerza. Pero cuando iba a atacarla Marie que se interpuso
entre los dos.

— No le hagas nada,… — aguantó las ganas de temblar cuando la miró


directamente a los ojos, en el fondo del iris blanquecino se veía con claridad una
fina línea rojiza que llameaba con luz propia —.

Es….mi marido.

La prisionera la sorprendió. Inmediatamente después de decirle entre titubeos


que era su compañero, la mujer de cabellos plateados se relajó visiblemente,
llegando a reírse con suavidad, mientras escondía el puñal entre sus ropas.

— Lo hubieses dicho antes, niña. No lo destriparé en agradecimiento ante tu


intento de ayudarme. Ahora tortolitos, si no os importa tengo trabajo pendiente.

— Maldita mujer — farfulló entre dientes el brujo.

Rhianny sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos. Al pasar cerca de ellos, le
miró directamente a él y después de comprobar por sí misma que el hombre
seguía sin fiarse de ella al proteger a su compañera con su cuerpo, Rhianny les
dijo.


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— No sabes cuanta razón tienes, brujo.

Ni siquiera le importó si la seguían o no, si iban a informar a los demás brujos de


su huída, nada……….no le importaba nada más. Solo quería salvarle.

Pero no estaría mal que de paso librarles del cautiverio a unos cuantos vampiros
y lycans enfurecidos.

Que el caos imperase a su alrededor, que los prisioneros de las celdas se abriesen
paso hasta las plantas superiores de la mansión mientras buscaban venganza.

Le vendría de perla.

Abrirían para ella un camino de huída, serían el cebo perfecto.

Los liberaría,…a todos.

No puedes Rhianny, estropearás tu tapadera si te apareces en los calabozos.


Deja que sean ellos los que se ganen el derecho de tener la confianza de los
prisioneros.

Gruñendo Rhianny se paró en seco y cerró los ojos.

Detrás de ella se quedaron mirándola la pareja. Ninguno de los dos podía


siquiera sospechar que la mujer estaba conversando con su jefa que estaba a
miles de kilómetros de distancia. Una jefa que tuvo que recordarle precisamente
en esos momentos cual era su situación y su papel en toda esta historia.

Joder, vaya mala suerte la suya.

Ahora que estaba animada, la perra de Nix la hundía. La muy zorra no le dejaba
cazar, que mantuviese su rol intacto.

¡Ja!

Que ironía, si ya se había cargado a esos brujos, que más daba unos pocos más.
Pero su jefa no lo veía igual, y por mucho que protestase no iba a conseguir
nada.

Lo mejor era seguirle la corriente y esperar.

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Después de todo llevaba ocho años esperando vengarse de esos brujos y al fin
había llegado el momento.

La profecía daba comienzo y ella por ahora debía ser una mera observadora.

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-5-

Sharon lloraba amargamente en su celda. La soledad que sentía era abrumadora,


aplastándola hasta casi asfixiarla y las heridas provocadas por el roce con el frío
metal la abrasaban las muñecas y tobillos.

Era una tortura, en la que el tiempo transcurría lentamente y lo peor era que en
esa locura la acompañaban los gritos y las plegarias de los demás condenados.
En especial los gritos de Markush. Unos aullidos desgarradores llamando a su
hembra.

Por más que quisiese decirle algo al orgulloso Lycans, su garganta estaba reseca,
cerrada por el dolor.

Ahí abajo estaban solos siendo torturados por los recuerdos y el llameante deseo
de libertad.

Sharon se dejó caer al suelo aplastándose las rodillas contra su pecho, buscando
calor. Los grilletes que la mantenían presa, rechinaron al tensarse. A pesar del
poder que bullía rabiosamente en su interior, era incapaz de romper las cadenas.
Los brujos no eran estúpidos, sellaron las celdas con complicados hechizos,
cerrando el acceso al núcleo de magia de los prisioneros.

— Deborah — Susurró —. ¿Por qué demonios no esperaste?

Al escuchar los chasquidos metálicos de las puertas que se abrían, Sharon fijó
toda su atención en la puerta oxidada de su celda.

La pequeña ventana con barrotes que había situada en la pared en la

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que estaba encadenada, proyectaba una luz languiceante hacia la puerta y el


tenebroso esqueleto que estaban frente a ella. Sin poder contener los temblores,
Sharon no apartó en ningún momento la vista de la puerta, rezando en su interior
que ocurriese un milagro, que se acordasen de ella y la liberasen, que la
perdonasen.

Al pensar en el perdón de su padre, Sharon, rompió a reír. Sus carcajadas


alertaron a las personas que estaban paradas frente de la celda.

Sharon dejó de reír y contuvo la respiración al escuchar que los que estaban
detrás de la puerta, buscaban la llave de su celda.

— Mierda, ¿cuál será la puta llave?

Sharon abrió los ojos asombrada. Venían a por ella.

— Cariño, no tenemos tiempo, déjame que….

Sharon no escuchó nada más.

¡¿Cariño?! Pensó anonadada Sharon ¿Desde cuando los carceleros se llaman


así?

Solo había una explicación, pero Sharon no quería expresarla en alto por si el
milagro se quebraba nuevamente delante de ella. Si lo decía en alto, tal vez su
deseo no se cumpliese, y la dura realidad se impusiese de nuevo.

— Mierda…— masculló el impaciente hombre tirando las llaves al suelo —. No


hay tiempo que perder.

Sharon entrecerró los ojos cuando vio como unas anaranjadas llamas rodeaban la
puerta, colándose por las milimétricas rendijas.

— ¡Sharon! — La joven dio un respingo al reconocer esa voz y débilmente se


puso de pie sujetándose y ayudándose con las cadenas —. ¡Cúbrete! Voy a tirar
la puerta abajo.

Sharon no reaccionó a tiempo.

— ¡Espera! Que no puedo utilizar mi magia. Hay hechizos represores escritos en


las paredes.

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No pudo decir nada más.

El estruendo de la explosión que lanzó la destrozada puerta contra la pared


estampándose a escasos centímetros de ella, la dejó aturdida unos segundos. En
su mente sólo escuchaba un ensordecedor ruido que retumbaba con fuerza en sus
sienes.

Manteniendo los ojos cerrados, sólo veía chispas y luces que revoloteaban en la
oscuridad, mareándola.

Sharon tuvo que parpadear un par de veces antes de conseguir enfocar la vista,
encontrándose con la conocida cara de su salvador.

— Ed…Edgard — susurró, temblando, su voz sonó ronca.

No podía ser verdad.

Aquel hombre no podía ser su hermano. El Edgar que recordaba apreciaba la


vida y rechazaba las matanzas que se producían en su clan, intentando por todos
los medios acabar con los sacrificios mágicos. El hombre que estaba delante de
ella, estaba cubierto de sangre reseca y portaba dos pistolas y un par de cuchillos
en unos cinturones de cuero que le cruzaban el pecho.

La última vez que lo vio fue la noche en la que su hermano se negó a violar a
una hechicera capturada, ante todos los hombres del clan. William le atacó al ser
desobedecido públicamente, hiriendo a su propio hijo.

Edgar tenía veinte años cuando fue expulsado del clan por su propio padre al
negarse a convertirse en un asesino como él. Y ahora cuando regresaba a casa…
sus ojos no mostraban la inocencia y la piedad que los caracterizaba.

************

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Las palabras que pronunció el hombre mientras rompía las cadenas no llegaron a
su mente. Después de la explosión no oía nada.

Liberada de las cadenas, Sharon se tambaleó siendo sujetada por Edgard Walton
que la cogió en brazos y salió con ella de la celda.

Sintiéndose segura en brazos del hombre, el ánimo de Sharon se vino abajo y


lloró silenciosamente.

Al ser liberada, su vida se había tornado desechable para su familia, al escaparse


saldrían de caza a por ella, su cabeza esa noche se había convertido en un trofeo
que el Soberano exigiría a sus seguidores.

El rostro de una delicada mujer la devolvió a la realidad. Sharon se echó hacia


atrás cuando la mujer se le acercó con un pañuelo y le limpió el rastro de
lágrimas de su rostro.

— No llores. Ahora estás a salvo. Te sacaremos de la mansión, tu padre no podrá


encontrarte.

Las palabras de la mujer llegaron a su mente como un murmullo.

— ¿Quién eres?

No conocía a esa mujer. Nunca la había visto ni en los dormitorios de mujeres, ni


en las habituales fiestas que celebraba el clan.

Fue Edgard quien le contestó, dejándola de pie y colocándole una chaqueta sobre
sus hombros.

— ¡Ah, hermanita! — Edgard la miró con cariño —. No te preocupes por nada,


mi mujer te pondrá a salvo.

Sharon quedó muda.


¿¡Su mujer!? Exclamó en su mente.

La había tomado por sorpresa.

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Hacía cinco años que no veía a su hermano mayor, el único hijo varón del
Soberano William, fruto de su primer y desastroso matrimonio.

— Ve con Marie, Sharon.

Sharon dudó.

— Edgar hace años que no te veo y ahora pretendes que confíe ciegamente en ti.

El hombre soltó un suspiro y pasó una mano por sus cabellos manchándolos de
sangre.

— No disponemos de tiempo para ponernos al día, hermana. En cuanto estemos


a salvo podrás preguntarme lo que quieras.

— ¡Nos abandonaste!

Edgar desvió la mirada al ver el dolor en los ojos de su hermana pequeña. La


noche en que su padre lo expulsó malherido de las tierras del clan, intentó
regresar por sus hermanas, pero los cazadores de su padre lo descubrieron en la
entrada al clan y le atacaron dándolo por muerto.

Fue la propia Marie, la hechicera a la que se negó violar quien lo salvó de la


muerte, al llevarle a su hogar y curarle las heridas.

— Intenté regresa por vosotras. Sharon yo… — titubeó.

— Creí que estabas muerto — susurró Sharon, lanzándose contra su pecho


mojándole con las lágrimas, olvidando durante un instante la angustia al pensar
que su hermano se había olvidado de ellas, para dejarse llevar por la alegría de
verlo vivo —. Cinco años Ed….cinco años…

Edgard la abrazó a su vez en silencio, confortándola. Le dolió dejar atrás a sus


hermanas pequeñas pues a pesar de compartir tan solo al padre, las quería. Sus
rostros demacrados surcados por las lágrimas le persiguieron durante años
atormentándolo en sueños.

Cada vez que cerraba los ojos las veía, con sus caras pegadas a las

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ventanas de su cuarto, llorando al ver que el único que las apreciaba


sinceramente se alejaba de ellas.
Por ellas y por su mujer, luchó para mejorar el dominio de su magia, negándose
a cazar y alimentándose de la energía que le cedía su mujer cada vez que la hacía
suya. Mejoró lentamente día a día, hasta alcanzar el nivel de su progenitor. Y
ahora, tras cinco años era poderoso, con un ejército que lo seguía fielmente y
compartía con él los ideales de un clan sin opresión y en el que las mujeres
recuperasen su posición social y a su lado tenía a su mayor apoyo y núcleo de
fuerza, su esposa.

Sin dejar de abrazar a su hermana, Edgard miró a su mujer. Su hermosa


compañera los miraba emocionada, conteniendo las lágrimas. Lentamente
deshizo el abrazo con su hermana y la empujó con suavidad a Marie.

— Marie, llévala lejos.

Sharon dudó.

— Hermano, ¿qué vas hacer?

Edgard sonrió torciendo los labios en una macabra mueca. Sus ojos azules
brillaron con intensidad.

— Llegó la hora de vengarse, hermanita. Esta noche acabaremos con el reinado


de terror de nuestro padre — escupió la palabra padre, como si odiase el
compartir genes con ese hombre.

Sharon compartió su sonrisa.

Marie interrumpió el intercambio silencioso entre los hermanos.

— La llevaré fuera, pero en cuanto la aleje de la mansión, regresaré para


ayudarte.

Edgard le contestó agarrándola por los hombros, visiblemente preocupado.

— No, Marie. No regresarás a la mansión.

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Marie se cruzó de brazos y lo miró entrecerrando los ojos, furiosa.

— Mucho dices de igualdad entre hombres y mujeres y luego no me dejas


participar en la batalla — Pateando el suelo —. ¡Es injusto!

Suspirando resignado, Edgard le explicó.

— Marie, amor. No comprendiste mis palabras. No deseo que estés en medio de


la batalla porque no podría soportar que te sucediese algo — le acarició los
hombros, bajando sus manos por su espalda, consiguiendo que la joven temblase
ante su toque —. Eres mi razón de vivir, si tu faltases me volvería loco.

A regañadientes, Marie aceptó alejarse junto a Sharon. La paz y la seguridad que


sentía cerca de ese hombre, la envolvió nuevamente. Amaba a su marido con
pasión y cada vez que escuchaba de su boca que él la amaba también unas
mariposas revoloteaban con fuerza en su estómago, iluminándole el rostro de
alegría. Si tan solo lo hubiese conocido antes, no habría vivido el horror que
quedó grabado a fuego en su corazón.

— Está bien, Edgard. Por esta vez te saldrás con la tuya.

Sonriendo cálidamente, Edgard la besó, mordisqueándole los labios y bebiendo


de ella, disfrutando de su afrutado sabor. Gimiendo contra sus labios, Marie se
agarró a sus hombros y lo apretó contra ella, deseando poder tener un poco más
de tiempo para pasarlo con su esposo antes de que se librase la batalla.
Edgard cortó el beso y le palmeó el trasero a Marie, sonriéndole pícaramente.

— Ve Marie, no hay tiempo que perder.

Sharon se resistió unos segundos a ser arrastrada por su cuñada. Girándose le


preguntó a su hermano.

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— ¿Quiénes atacareis a Padre? No veo por ningún lado tu ejército. Esos asesinos
son más fuertes, hermano. Se han alimentado hace poco.

Edgard asintió con la cabeza.

— Lo sé hermana. Pero no te preocupes. Mi ejército está a nuestro alrededor —


Al ver que no comprendía sus palabras, le señaló las celdas desde donde se
escuchaban los gritos de los prisioneros —.

Ellos lucharán fieramente por su libertad y por alcanzar su venganza.

Y como dice el dicho, hermanita……los enemigos de nuestros enemigos son


nuestros amigos.

Sharon le miró indicándole con la mirada que se cuidase, pues después de


reencontrarse con su hermano, no deseaba perderlo.

Cuídate hermano, no vuelvas a alejarte de nosotras. Que la diosa te proteja y te


de la victoria.

Markush esperó impaciente a ser liberado. Desde su celda había escuchado cada
palabra del brujo. Si lo liberaba, le ayudaría aunque fuese contra sus creencias.

Ayudaría al brujo pues tenían la misma intención, el mismo propósito, acabar


con William y con los bastardos que le seguían fielmente. Sus garras y colmillos
esa noche beberían la sangre de esos malditos. Vengaría los años que perdió
entre aquellas cuatro paredes. Sus ruegos no tardaron en ser atendidos. Cuando
escuchó como la joven bruja salía de los calabozos junto a la hechicera, el brujo
al que llamaron Edgard abrió su celda.

Edgard desistió de buscar las llaves y optó por abrir las restantes puertas con
bolas de fuego, eficaces y rápidas.

Pero Markush no tuvo la suerte de Sharon.

La puerta le golpeó de lleno, aturdiéndolo unos segundos.

Mascullando miles de insultos, Markush pateó la puerta con saña quitándosela


de encima.

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— Brujo de mierda.

Edgard se rió en su cara.

— Guarda tus garras lobo, las vas a necesitar si quieres desgarrar unos cuantos
cuellos. Acabo de liberarte, no soy tu enemigo.

Markush sonrió macabramente.

— Por ahora, brujo, por ahora.

Edgard cabeceó. El orgullo de un lycans era inalterable, nunca suplicarían, nunca


se rendirían, pelearían hasta la muerte. Sería un gran aliado…. que no querría
tener como enemigo.

Murmurando unos conjuros, rompió las cadenas y las calcinó hasta convertirlas
en un charco de metal a los pies del lobo.

Sin mirar atrás, caminó hasta la salida. A su espalda le seguía de cerca, el


prisionero.

Edgard fue a la siguiente celda liberando al prisionero. Para después continuar


con la siguiente, liberando de esta manera a todas las criaturas encerradas en
aquel espantoso lugar. Algunos ni siquiera pudieron levantarse de los camastros
en lo que estaban tirados, las fuerzas les habían abandonados, otros a pesar de
tener el poder para vengarse sus mentes se habían perdido en los mares de la
locura en algún momento de su encierro.

Pocos fueron los que realmente le servirían para atacar al clan.

Pero la furia que dominaban sus corazones sería más que suficiente para acabar
con los brujos que se opusiesen al cambio.

— Espera, joder — Le gritó al lobo al ver que este se largaba sin esperar a los
demás, escaleras arriba —. Debemos ir todos juntos y esperar a la señal de mis
hombres antes de atacar.

Markush gruñó con fuerza. No iba a esperar a nadie. Si esos imbéciles se


dejaban guiar por el brujo allá ellos, él era un Rey,

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odiado y temido por sus enemigos, admirado y respetado por sus aliados. A ese
niño le ayudaría, sí, pero a su manera.

No aceptaría órdenes. Mataría a los brujos que se cruzasen en su camino, pero no


se dejaría manipular por ninguna otra persona.

Antes muerto.

— Lycans, atiende — Markush se paró pero ni se dignó a mirar al hombre —.


Cuantos más seamos, mayor será nuestra fuerza.

Entre todos acabaremos con ellos.

Markush se rió, sus carcajadas retumbaron en el lugar.

— Brujo, nadie me ordena nada. Saldré de este infierno y acabaré con los que
encuentre, mi único propósito esta noche es recuperar mi hembra.

Edgard sopesó unos segundos sus palabras. Sus hermanos dirían que era un loco
al querer que ese arrogante lobo luchase de su lado, pero ellos no estaban delante
del lycans viendo su potencial, la fuerza que exudaba. Estaba dispuesto a
conseguir que le ayudase aunque fuese a base de chantajes.
— No te referirás a una mujer de largos cabellos rubios, y mirada plateada.

Markush se detuvo de golpe en el último escalón de las escaleras. Conteniendo


la rabia que bullía en su interior, se volvió y adoptando una postura de ataque le
preguntó entre gruñidos.

— ¿Sabes dónde se encuentra? ¡Habla!

Edgard no sonrió al ver que había captado la atención del lycans. Si sonreía le
restaría credibilidad a su rol de brujo poderoso que las tenía todas de su lado. Si
quería convencer al lycans primero debía estar convencido el mismo.

— Si luchas a nuestro lado, te lo diré.

El salto del lobo, lo sorprendió. Fue cuestión de segundos que se encontrase con
unas garras apretándole el cuello, asfixiándolo.

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Boqueando

asombrado,

Edgard
lo

atacó

su

vez,

aprovechándose de que el lobo estaba agotado y en baja forma.

Las llamas no aplacaron a Markush que después de sacudirse, apagando las


llamas que le rozaron, se lanzó nuevamente al ataque, agarrando por los hombros
a Edgard y lanzándolo contra una de las celdas.

— Debería encerrarte en ese agujero para que sepas lo que tu raza nos hace.

Antes de que llegase a contestar al enfurecido lobo, Edgard escuchó un largo y


chirriante silbido. Era la señal que esperaba. Sus hombres estaban rodeando la
mansión y en menos de diez minutos entrarían por las ventanas atacando como
una unidad.

— Mis hermanos ya están rodeando la mansión. No es momento de discutir


entre nosotros. Esta noche nos espera una gran victoria. Tú hembra la
encontrarás afuera, mi mujer la mantendrá a salvo junto a mi hermana pequeña.
Confía, lycans, por una vez en tu vida, permite que otros te ayuden.

La lucha que libró en su interior Markush fue demoledora. Su orgullo y la


horrenda experiencia en aquel lugar le gritaban en su mente que mordiese a ese
brujo en la yugular hasta desangrarlo por atreverse a darle órdenes, pero luego la
razón se impuso a sus instintos.

Debía ser cauto.

Ya una vez lo atraparon por dejarse llevar, por salvar a una mujer en apuros, una
arpía que lo condujo a la muerte con tal de salvar su pellejo. Nunca más
cometería el mismo error.

Le seguiría el juego.
Solo esa noche, mantendría alejado sus instintos de asesinar a todo aquel que
tuviese en su sangre un vestigio del clan de brujos, y les ayudaría a acabar con el
reinado de William. Y en cuanto se le

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presentase la primera oportunidad, saldría corriendo en busca de la hembra que


había alterado tanto su existencia. La retendría a su lado hasta que le saciase el
hambre voraz de sexo. La haría suya hasta que sus instintos de apareamiento se
calmasen.

Sonriendo, Markush contestó ácidamente.

— Comencemos entonces el juego, niño.

Edgard chasqueó la lengua e hizo una señal a los prisioneros.

— Vamos. Llegó la hora.

Markush se adelantó a los demás, a pesar de que había dicho que los ayudaría no
iba a luchar en la retaguardia, como jefe del clan Lycans su lugar era al frente,
cara a cara con el enemigo. La retaguardia era para los cobardes, no para un
Lycans.

No se detuvo hasta llegar a las puertas. Ante el límite de los calabozos con la
mansión, Markush esperó a los demás.
Al ver que el brujo dudaba, Markush le espetó burlándose.

— A que esperas niño, a que te den la bienvenida.

Edgard rechinó los dientes. Pero se contuvo. No iba a caer en la trampa. Se


mantendría sereno hasta el momento en que necesitase toda su furia. Mientras,
dejaría que el chucho pensase que llevaba las riendas de su destino.

— Calma lobo, no atacaremos hasta que mis hombres den la señal de que van a
entrar en la mansión. Solo entonces atacaremos.

La unidad hace la fuerza, no lo olvides lobo.

Markush bufó.

¡Qué bonito!

Antes de que pudiese decirle algo más al joven e idealista brujo, escucharon
nuevamente un silbido agudo que provenía del exterior. Los brujos ya estaban
alineados frente a los grandes ventanales de la propiedad. Esperaban las órdenes
de su Jefe.

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Y Edgard no se hizo esperar. Les respondió con un largo y ronco silbido.

Las explosiones y el estruendo ruido de cristales rotos despertaron a los


vampiros y brujos que dormitaban tirados por el suelo después de una noche de
fiesta en la que el alcohol, la sangre y las mujeres los dejaron exhaustos.
Sobresaltados, no tuvieron tiempo para reaccionar, encontrándose de golpe con
unos asesinos que estaban dispuestos a cobrarse la venganza que por tanto
tiempo rumiaron en su cuerpo.

Las llamas golpearon sin piedad los cuerpos sorprendidos de los vampiros,
calcinándolos hasta su muerte. Las cenizas de sus cuerpos eran pisoteadas por
los que intentaban escapar de la masacre. Los brujos atacaron a su vez con
fuego, esquivando como podían los ataques de sus ex amigos, considerados unos
traidores al haber rechazado estar bajo las órdenes de William. Las llamas
quemaban todo a su paso, arrasando sin piedad. Los atacantes no dudaron en
repartir justicia.

Las mujeres que se vieron envueltas en la lucha escaparon fuera de la mansión,


sin mirar atrás. Sus corazones se sentían libres al ver morir a los hombres y
criaturas que mancillaron sus cuerpos y sus almas.

En cuestión de segundos tan solo quedaron los combatientes batallando entre


ellos, por sus vidas. Ninguno de ellos tenía piedad por su enemigo, luchaban
fieramente.

Markush degolló más de una garganta disfrutando de los gemidos de agonía que
escuchaba. Con cada brujo que mandaba al otro barrio, aliviaba parte del peso de
su corazón tras doce años encarcelado. Pero en su interior sabía que por más
sangre que derramase al suelo no iba a librarse jamás de todo el dolor. Esos
recuerdos lo atormentarían durante años.

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— ¡Muere cabrón!

Markush se giró para enfrentarse al brujo que se abalanzó sobre él gritando


como un enloquecido. Sin perder tiempo ni energías en contestarle, Markush le
golpeó en la cara con sus garras desfigurándole y matándole al instante.

Mirándose las manos ensangrentadas y el cuerpo sin vida del hombre, masculló
con ironía.

— De mala manera aprendiste la primera regla de la caza — Tras unos segundos


de silencio, susurró —. Nunca muestres tu presencia ni pierdas tiempo con
palabras estúpidas. Ataca sin ser notado, sorprende a tu presa.

A escasos metros, fuera de la primera línea de ataque, Sharon observaba con


ansiedad la batalla que se estaba llevando a cabo.

Desde los jardines de la mansión no podía distinguir que bando estaba ganando.
Los brujos atacaban a otros brujos utilizando el fuego para apagar el fuego y en
medio de aquella lucha por el poder caían muertos los vampiros.

— Tranquila, Edgard saldrá vivo de esta.

Sharon se volteó y fijó su mirada en la preocupada mujer de su hermano. Por sus


gestos parecía que estaba tranquila, pero su mirada y su voz la delataban.

Marie estaba preocupada, muerta de miedo por su esposo y no era para menos ya
que si esa noche perdía acabaría destruido y todo por el sueño de devolver el
esplendor a su familia.

Al ver a su cuñada en ese estado, Sharon se sintió obligada a ser ella la que
reconfortase a la angustiada mujer.

— Lo sé, si alguien puede acabar con William ese es Edgard.

Sin decir nada más se acercó a su cuñada y le pasó un brazo por sus hombros,
apretando los labios para no gemir de dolor, pues

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al moverse bruscamente las heridas de su espalda le quemaron como si estuviese


un hierro candente acariciándola.

Ignorando el dolor Sharon puso su atención a la mansión, temblando


involuntariamente al escuchar los gritos de la batalla.

Una voz que ambas mujeres reconocieron, las sorprendió.

— Esta guerra no acabará esta noche.

Marie se giró y la abofeteó.

— Mi marido no perderá
Rhianny ignoró el bofetón.

— No perderá, pero tampoco vencerá. Esta noche conseguirá recuperar su hogar


pero no acabará con el demonio que envenena con su odio a los descendientes de
Astrix.

Ambas mujeres miraron a la extraña joven que observaba la batalla sin mucho
ánimo ni preocupación. Como si supiese realmente lo que esa noche iba a
suceder en aquel lugar.

— ¿Acaso sabes lo que va a pasar?

Rhianny susurró.

— Sí. Lo que esta noche acontecerá esta escrito hace miles de años. En esta
mansión dará comienzo la profecía.

— ¿Qué profecía?

Rhianny se sobresaltó al oír la pregunta de Sharon.

Había hablado de más.

Preocupada como estaba por su lobo no se dio de cuenta de que estaba revelando
información confidencial.

Los mortales no debían conocer nada de su futuro para que no hubiese


interferencias ni sorpresas desagradables en el transcurso de los acontecimientos.

Debían vivir sus cortas vidas en la ignorancia sorprendiéndose con cada suceso
de sus vidas. Si llegaban a saber lo que el futuro les

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deparaba, no llegarían realmente a vivir con plenitud, ya que nada los motivaría
ni los llevaría a tomar precipitadas decisiones.

— ¿De qué profecía hablas? — repitió nuevamente Sharon, cruzándose de


brazos y alzando la voz.

Rhianny se hizo la despistada, procurando desviar la atención de las mujeres.

— Hablaba por hablar niña. Tan solo barajo varias posibilidades — Al ver que se
disponía a interrumpirla, le dijo —. Lo único que debe importar es que todo esto
— señaló la mansión en la que se quemaba los pisos superiores —…termine
bien, para todos.

Al escuchar una intensa explosión que hizo temblar el suelo, Sharon y Marie
desviaron su atención y la centraron nuevamente en la casa. Las llamas
devoraban con intensidad consumiendo hasta los cimientos la mansión y hasta
ese momento ninguno de los hombres que valientemente entraron en aquella
propiedad había salido.

Nadie había salido de aquel infierno.

La preocupación por sus hombres creció en sus corazones hasta convencerlas de


que había llegado el momento de quebrar sus promesas y entrar para rescatarlos.
Preferían tenerlos enfadados que no fríos y gélidos acunados por la muerte.

— Vamos a ir…
— Entraremos en la…

Tanto Sharon como Marie se callaron al ver que ambas habían hablado al mismo
tiempo y se rieron en alto rompiendo parte de la tensión que había en el
ambiente.

— No perdamos el tiempo hablando, niñas. Entraremos en ese infierno y


salvaremos a nuestros hombres — les interrumpió Rhianny tomando rumbo a la
entrada de la mansión.

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A pesar de que su hermana le había recordado que no podía interferir tan


activamente en los problemas de los mortales, no estaba dispuesta a permitir que
le pasase algo malo a su lobo.

Markush sobreviviría a esa noche aunque tuviese que bajar a los infiernos a por
su alma.

Detrás de ella corrieron las dos jóvenes mortales, liberando con cada paso que
daban su poder, dispuestas a utilizarlo al máximo aunque les costase la vida.

Por amor eran capaces de todo.


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-6-

Jared corría salvajemente atravesando los frondosos bosques siguiendo sus


instintos y percibiendo con claridad la angustia que estaba sintiendo en esos
momentos. Su deber como macho era procurar que su hembra estuviese a salvo,
y viviese feliz el resto de su vida. Pero le estaba fallando. No estaba a sus lado y
eso le estaba torturando por dentro.

Estoy de camino. Esta noche vendrás conmigo. Le transmitió mentalmente,


alcanzándola y penetrando con sutileza en su mente.

El tiempo que tardó en contestarle la mujer se le hizo eterno.

No vengas, estarás en peligro. Están atacando la mansión.

Jared entrecerró los ojos y siguió avanzando con rapidez saltando con fuerza las
rocas que se encontraba en su camino.

No puedes prohibirme que vaya a por ti. Eres mía.

Sharon jadeó y a las puertas de su hogar se quedó quieta, a su lado la instaban a


continuar Marie y Rhianny. Las palabras del hombre retumbaron en su mente.

Eres mía….

Eres mía.

Aquellas rotundas palabras la pusieron nerviosa. Sonaban como una amenaza.

Nerviosa, le contestó usando la misma vía de comunicación.

No. No le pertenezco a nadie.


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Jared sonrió. Su mujer tenía corazón de guerrera. Los malos tratos y vejaciones
que sufrió no le marchitaron el carácter. Eso le gustó.

La haría suya cuando ella estuviese preparada y le pondría el mundo a sus pies.

No temas mujer. A mi lado estarás a salvo.

—…y te haré la mujer más feliz de la tierra…. — susurró para sí mismo a la


noche, alcanzando la cima del valle y parándose al ver a lo lejos las llamas que
lamían con salvajismo la mansión —. ¡Oh, diosa! ¡Qué no esté dentro de ese
infierno! — masculló preocupado.

**********

A escasos un kilómetro de él, Sharon cortó la comunicación levantando las


barreras mentales y asegurándose que estas permaneciesen impenetrables.

— Vamos Sharon, no perdamos tiempo.


Sharon cabeceó afirmativamente a Marie y la siguió al interior de la mansión sin
atreverse a mirar atrás, por si se encontraba a su Ángel oscuro, pues la última
frase que escuchó de él le había sonado muy cerca, como si estuviese a escasos
metros de ella, vigilándola…acechándola.

Nada más entrar, fueron atacadas por unos vampiros que pretendían escapar. La
que acabó con ellos fue Rhianny que reaccionó a tiempo quedando entre los
atacantes y las jóvenes. Ante la mirada asombrada de ellas, su bello rostro se
transformó, le crecieron unos largos y curvados colmillos, sus ojos cambiaron de
color de plateado a carmesí, sus orejas crecieron en punta hasta

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alcanzar unos veinte centímetros y sus uñas se alargaron apareciendo unas


peligrosas garras.

Los siseos que hizo no los entendió nadie. Parecía que estaba hablando consigo
misma, pero no eran más que gruñidos y siseos animales.

Acabar con esos vampiros le llevó unos segundos.

Antes de que las mujeres pudiesen recuperarse del ataque, otra horda de
vampiros intentó arrollarlas.

Soltando una carcajada, Rhianny chasqueó los dedos restregando las


ensangrentadas uñas y creando unas chipas doradas con ese gesto.

— Esta noche parecía que iba a ser aburrida…. ¡Qué equivocada estaba!

Marie retrocedió un paso, pegándose inconscientemente a Sharon. La furia que


emanaba Rhianny la perturbó. En cuestión de unos segundos se había
transformado, pasando de ser una mujer indefensa a manos de los brujos a ser
una cruel y sanguinaria asesina que no dudaba en desgarrar los pescuezos de los
hombres que se interpusiesen en su camino. Mientras intentaba encontrarle algún
sentido a ese cambio, Rhianny seguía acabando con los brujos y vampiros
abriendo paso hasta llegar al centro del salón.

Fue en ese momento, bañada con la sangre de sus víctimas, Rhianny olió el
inconfundible aroma de su compañero.

Mascullando una retahíla de maldiciones, Rhianny cerró los ojos y recuperó su


anterior aspecto, limpiando nerviosamente las manos contra su vestido.

Tanto Sharon como Marie la miraron con curiosidad tentadas a preguntarle


porqué motivo hacía eso, pero cuando lo iban a hacer, Marie vio como su marido
entraba en el salón lanzando a unos brujos por los aires.

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Sin pararse a pensar, Marie corrió hacia él.

Edgard gritó al verla. Le había desobedecido y la muy inconsciente estaba


corriendo sin mirar a su alrededor, pasando entre mortales e inmortales que
estaban luchando por sus vidas y que podían herirla o incluso matarla.

Rugiendo de rabia, Edgard se abrió paso y abrazó con fuerza a su pequeña mujer.
Besándola en los labios con pasión. Maldiciendo en alto al recuperar el sentido.

— Insensata. No te dije que te quedaras en los jardines.

— Si, Edgard lo dijiste, pero si fuese yo la que estuviese en peligro estarías a mi


lado.

Edgard la obligó a agacharse mientras lanzaba una patada en el pecho a un brujo


que se abalanzó sobre ellos pensando que los cogería por sorpresa.

Pasado el peligro, Edgard le contestó.

— Ese no es el punto, Marie y lo sabes bien. Contigo aquí no me puedo


concentrar.

Marie se alejó un paso de él. Entrecerrando los ojos y congelando a un vampiro


que pasó cerca de ella.

— ¡No me tienes que proteger! Maldito seas Edgard, nací hechicera. Domino el
agua tan bien como tú puedas dominar el fuego.

Edgard la miró a los ojos, verla enfurecida lo excitó. Mantuvo el contacto visual
unos instantes hasta que recordó donde se encontraban.

— El que nacieses hechicera no lo podré olvidar jamás, Marie ya que cada dos
por tres me lo echas en cara — acercándose a ella y sonriendo al ver que no se
apartaba, continuó con voz suave —. Me moriría si algo malo te sucediese, mi
amor. Compréndeme. Te amo tanto que duele.

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Marie lo miró con expresión ensoñadora percibiendo en su voz un matiz de


ardorosa pasión. El muy fastidioso sabía como convencerla.

Cuando le hablaba de palabras de amor conseguía que saltase al fuego por él.
Pero esta vez no. No le iba a seguir el juego cuando su vida corría peligro.

— Yo también te amo — al ver la sonrisa orgullosa y satisfecha de Edgard,


Marie bufó. Él pensaba que se había salido con la suya —.

Pero esta vez no, Ed… Me quedaré a tu lado y lucharemos juntos.

Edgard había esperado que le obedeciese, por eso se sorprendió que ella se
negase a mantenerse a salvo. Pero al verla tan orgullosa mirándole con
determinación y con las manos apoyadas en su cadera, supo que había elegido
bien. Que todo el ostracismo que sufrió después de elegirla sobre el clan, valió la
pena.

La miró con expresión amorosa e inclinándose sobre ella, le susurró.

— Que haré contigo mi vida.

Antes de que la besase, Rhianny los interrumpió carraspeando.

— Parejita, dejad eso para cuando estéis solos — Ignoró la mirada furiosa de
Edgard y le preguntó —. ¿Dónde está el chucho?
Edgard parpadeó confuso.

— ¿Qué perro?…. ¡Ah! Te refieres al lycans.

Rhianny asintió.

— Si. ¿Sabes dónde está?

Una ronca voz la sobresaltó, logrando que su corazón palpitase con fuerza.

— Estoy aquí — Rhianny fue abrazada con fuerza desde atrás — . ¿Me
extrañabas? — le susurró, acariciándole con su aliento.

Rhianny miró hacia atrás de soslayo y reconoció el rostro que había visto tantas
veces en la oscuridad de su celda.

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— ¡Quién coño te extraña a ti, chucho!

Markush rompió a reír. El alivio que sintió al verla fue tan intenso que lo aturdió.

— ¡Ah, mujer! No lo niegues. Todo tu cuerpo ansia que te tome — le susurró al


oído consiguiendo que temblase en sus brazos.
Besándole la base de su cuello con suavidad, recorriéndolo lentamente hasta
llegar a su mejilla —. ¡Eres mía, y esta noche te lo demostraré!

El codazo que le asestó la mujer lo tomó desprevenido.

Ahogando un gemido de dolor, Markush la dejó ir. Rhianny no perdió tiempo


salió corriendo consiguiendo salir de la mansión en cuestión de segundos.

Sharon y los demás que presenciaron ese extraño intercambio, quedaron


mirándolos sin saber muy bien que pensar.

El lycans soltó unas roncas carcajadas sobándose el estómago.

Después de estirarse, haciendo crujir sus huesos, le guiñó un ojo a Sharon


reconociéndola por su olor como la muchacha que fue atada en la celda de al
lado.

— Me alegra verte libre. Recuerda mis palabras y lucha por tu futuro — en tono
confidente comentó —. Ah, mi guerrera. Cómo sabe que me gusta cazar — pasó
su lengua por sus resecos labios, mirando hacia la puerta con un brillo malicioso
en sus ojos —. Esta noche aullará para mí a la luna.

Con esas palabras se alejó de ellos y siguió el rastro de Rhianny que se perdía en
el bosque. No estaba dispuesto a dejarla escapar.

Permanecieron silenciosos mientras el lycans corría hacia la entrada.

La primera en romper el silencio fue Marie que abrazándose a Edgar le preguntó.

— ¿Conocías a ese lycans?

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— Sí y no — le contestó el hombre negando con la cabeza —.

Pero definitivamente, ese lobo está loco.

Sharon los miró con envidia. El amor que sentían esos dos era visible. Ella
siempre deseó sentir por alguien tanto amor.

Al ver toser con intensidad a su cuñada, Sharon se acercó a la parejita.

— Hermano, lleva a tu esposa a los jardines. El humo le ha afectado — le


regañó.

Riéndose Edgard, palmeó la cabeza de Sharon.

— Tienes razón, hermanita. Además,… — miró a su alrededor, la lucha estaba


llegando a su cenit, los brujos que le seguían estaban acabando con la vida de los
vampiros y los brujos seguidores de William — Lo que vinimos hacer ya esté
echo.

— ¿Mataste a William?

Edgard miró a los ojos a Sharon y suspirando reconoció.

— No. No acabé con ese desgraciado.

Rechinando los dientes, Sharon deseó con todo su corazón que su hermano
hubiese matado a su progenitor. A pesar de que tuviesen en su poder la mansión
si William seguía con vida la guerra no había echo más que empezar.
Esa mujer tenía razón. Pensó la joven recordando las palabras de Rhianny . Han
ganado una batalla, pero para ganar la guerra tendrán que enfrentarse
nuevamente a mi padre.

Preocupada por el bienestar de su reencontrado hermano, y recordando que


Deborah se hallaba perdida en alguna parte del país, Sharon pensó seriamente en
alistarse y quebrar la promesa que se hizo de no matar a nadie con sus propias
manos.

Ella había decidido no convertirse en una asesina como lo era su padre y su


decisión la llevó por el camino de la esclavitud sexual.

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Pero por asegurase de que su familia siguiese con vida, quebraría gustosa su
promesa.

No lucharás sola, mujer. Me tendrás a tu lado.

Sharon buscó a su alrededor al dueño de esa grave voz.

Al no encontrarlo dentro de la mansión decidió salir a los jardines.

Saludando con la cabeza a los brujos que reconoció y que su padre los consideró
traidores por haber seguido a Edgard, Sharon salió de la casa por la puerta de
atrás.

Una vez en los jardines, buscó en la oscuridad la presencia del hombre que le
prometió venir a por ella, iluminando su oscura estancia en el húmedo y
maloliente calabozo. Sonrió al sentirlo cerca, la mente que la colmó de
tranquilidad estaba en los alrededores de la mansión.

Estaba tan sumergida en su mente…..que no lo vio venir.

Sigiloso se le acercó por la espalda un vampiro y antes de que ella pudiese


reaccionar o presentir su presencia, le atravesó el pecho con el puño riéndose al
ver como la mujer se tambaleaba y caía al suelo desplomada en medio de un
charco de sangre.

— Esta es mi venganza, zorra. Púdrete en el infierno — siseó Robeirt lamiendo


la sangre de su mano, disfrutando al ver como la mortal boqueaba en el suelo.

Sus carcajadas se vieron interrumpidas por la profunda voz de un hombre a sus


espaldas.

— No, maldito. Esta noche serás tú quien te ahogues en los fuegos del infierno.

Robeirt se volteó y se encontró cara a cara con un vampiro que le mostró los
colmillos, amenazante.

El vampiro se erguía peligroso, gruñendo. Le sacaba más de treinta centímetros


de altura y su complexión era fuerte.

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Observándolo con atención, Robeirt reconoció a regañadientes que estaba


delante de un vampiro antiguo. Peligroso. Mortal.

— Qué te pasa, hermano. Si tanto deseas beber de esta hembra podemos


compartirla, después de todo ya la caté hace días y no suelo joder con la misma
mujer dos veces.

Robeirt no supo que esas palabras lo condenaron.

Jared sintió que la furia lo invadió y le nubló la mente. Soltando un grito


desgarrado, se abalanzó sobre su objetivo y lo zarandeó con salvajismo
golpeándole con los puños. Quería que sufriese. Deseaba matarlo con sus
propias manos, que sus ojos fuesen lo último que viese antes de fallecer.

Robeirt intentó defenderse, pero los golpes de Jared eran letales. Sus puños le
golpeaban como si fuesen barras de hierro quebrando con cada golpe sus
costillas. Boqueando sangre Robeirt intentó huir, pero Jared lo lanzó al suelo de
una patada en la espalda.

Sin dejar de pisotearlo, Jared le escupió y le pateó con saña sonriendo al


escuchar el sonido hueco de las costillas al quebrarse.

— Piedad — suplicó Robeirt tartamudeante con la boca llena de tierra y sangre.

Jared le golpeó nuevamente, hundiéndole la cara en la tierra.

— Nunca.
Nervioso al ver tan cerca su muerte, Robeirt le preguntó al desconocido.

— ¿Por qué motivo te ensañas así conmigo, hermano? Esa zorra no vale la pena.
¡Mírala!

Jared observó a su compañera y se preocupó al escuchar que sus latidos se


hacían cada vez más lentos. Se estaba muriendo rápidamente. Debía actuar con
decisión y sin demora. Acabaría con esa escoria sin piedad para alejarse de
aquella maldita propiedad y poner a salvo a su compañera.

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Debajo de él, el vampiro se revolvía intentando escapar. Lo pateó nuevamente,


hundiéndole con saña contra el suelo.

— Suéltame… Déjeme ir….

Jared se agachó y lo levantó, golpeándole en el estómago.

Robeirt boqueó sangre. Maldiciendo su destino. Si no hubiese perseguido a la


mujer, no se encontraría atrapado por ese enloquecido. Pero su deseo de volcar
su rabia y frustración sobre esa zorra fue su perdición.

Intentó defenderse, devolviéndole los golpes, pero por más que le golpeaba su
atacante no le soltaba.

Después de unos segundos, en los que Jared deseaba que ese bastardo sufriese,
decidió ponerle punto y final a su vida. Obligándole a mirarle a los ojos, Jared le
atravesó el pecho lentamente, susurrándole con la voz ronca.

— Mírame maldito, la muerte te acogerá esta noche. Saluda a la diosa de mi


parte.

Robeirt jadeó de dolor, incapaz de apartar la mirada de su asesino. La oscuridad


se le acercaba y él no podía oponerse a ella. La gélida muerte le abrazaba.

Antes de exhalar su último aliento, Robeirt barbotó entre sangre y bilis.

— Mis hermanos…..— rompió a toser — .Vengarán mi…muerte.

Soltando una seca carcajada, Jared le aseguró.

— Que vengan… Acabaré con ellos.

No lo soltó hasta que se aseguró que su vida se había esfumado. Solo entonces lo
lanzó lejos con asco y corrió junto a su compañera.

De rodillas a su lado, tomándola en sus brazos con suavidad, Jared lloró por
primera vez en su existencia.

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— Lucha, mujer, lucha por tu vida. No puedes morir — susurró roncamente —.


Te lo prohíbo. No puedes abandonarme.

Pero su compañera no le contestó.

Sin perder tiempo, Jared se mordió la muñeca, y la posó entre los pálidos labios
de la joven.

— Bebe, mujer.

Se angustió al ver que ella no bebía su sangre. Estaba inconsciente, perdida en su


mente, atormentada por el dolor. Pero debía beber, si no la perdería para siempre.
Su sangre era su única salvación, le curaría las heridas y le otorgaría fuerza y
agilidad.

Comenzaría el proceso de transformarla aunque ella no le hubiese dado permiso.


No la perdería.

— Bebe — le obligó masajeándole la garganta consiguiendo que tragase un poco


sangre —. Así, mi amor. Bébelo todo.

Jared cerró los ojos y soltó un gemido de placer al sentir la presión de los labios
de su mujer sobre su abierta herida. Sus labios succionaban con avidez su
sangre, recorriéndole un intenso placer por todo el cuerpo.

Mi mujer, mi compañera. La única que tendrá mi corazón, mi sangre… pensó


abrazándola y agachando su cabeza hasta quedar apoyado contra la coronilla de
ella.

Para un vampiro el compartir sangre era el ritual más sagrado de su raza. La


sangre era vida, otorgaba la eternidad, fuerza ilimitada y poder, por ello el
entregarlo voluntariamente conectaba a los dos seres, el dador y el que aceptaba
el oscuro regalo. Un vínculo irrompible que unía a las parejas por toda la
eternidad.

Al fin eres mía. Jared sonrió lamiendo su muñeca y cerrando la herida con su
saliva. La joven había bebido sangre suficiente para recuperarse, para sobrevivir
a la terrible herida de su pecho.

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Esperando pacientemente a que se recuperase la mujer y procurando que a su


vez su cuerpo aceptase la pérdida de sangre Jared siguió sentado con su
compañera en brazos.

Estaba agotado físicamente.

Aún no se había recuperado del todo de las heridas, y la reciente pérdida de


sangre había quebrado sus energías. Necesitaba un refugio. Si por él fuese
regresaría a la cueva y entre sus húmedas paredes descansaría unos días hasta
sanar completamente. Pero teniendo a su mujer entre sus brazos no la obligaría a
permanecer en aquella cueva.

Aunque le jodiese tendría que pedir ayuda, pues ya no tenía un hogar al que
regresar y para su desgracia solo le quedaba un lugar en el que estaría seguro.

Su antiguo hogar en el clan vampírico Noctur.

Rechinando los dientes al recordar por todo lo que pasó entre los que se hacían
llamar su familia, Jared cerró los ojos y buscó con su mente a su tío, el único en
quien confiaría lo suficiente como para dormitar en su casa sin temor a ser
atacado de noche.

Leif joder contesta, no me obligues a suplicarte viejo.

Sus pensamientos vagaron decenas de kilómetros hasta hallar el inconfundible


astro de su tío. Una vez que lo encontró rompió las fuertes barreras del hombre
hasta alcanzar su mente y nuevamente repitió.

Demonios, Leif…Contéstame.

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-7-

En una pequeña cabaña a kilómetros de la propiedad de los brujos, dormitaba


Leif Stainler junto a su compañera Gabrielle.

Después de una noche agotadora de sexo y sangre descansaban en su cama


arropados con sábanas de seda negra, sintiéndose seguros en su pequeño mundo,
ignorando a todos pues ambos vivían alejados de la casa principal del clan
Noctur.

El clan Noctur, uno de los trece clanes vampíricos que dominaban las tierras de
aquel continente, tenía la primera crisis grave desde la época en que se separó
del dominio del clan Nesfirt.

Después de la primera gran guerra entre clanes acontecida hacía cuatro siglos,
los seis clanes originales llegados del viejo continente se separaron asentándose
en diferentes puntos del continente y creando la actual sociedad vampírica.

El clan Noctur estuvo a cargo del clan Nesfirt durante doscientos años más hasta
que lograron la independencia económica y política y se hicieron un hueco en la
rígida sociedad vampírica. Pero ahora, después de décadas de paz, los problemas
internos del clan estaban a punto de provocar una lucha interna por el poder.

Nuevamente esa semana, Leif Stainler, venerado miembro del clan y Consejero
del Rey, había discutido con el caprichoso y egocéntrico Príncipe Asteir. Tuvo la
audacia de contradecir sus órdenes. Pero es que ya estaba harto. No podía
concebir como el

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joven Príncipe deseaba batallarse con los clanes de vampiros que rodeaban su
dominio, quebrando de este modo el tratado de paz que firmaron los trece
Soberanos originales.

Leif llevaba años aguantando las constantes muestras de egoísmo del Príncipe,
pero se las perdonaba al recordar que el vampiro era joven, inexperto y que solo
aceptó el cargo ante la repentina muerte de su progenitor y la misteriosa
desaparición de sus hermanos mayores. Pero al ver que con el paso de los años la
situación no mejoraba, Leif se preocupó.

Tal vez Jared había tenido razón, cuando acusó al Príncipe de haber conspirado
contra el anterior Soberano y mandando a su guardia personal que acabasen con
su propio padre.

Después de analizar las pruebas minuciosamente, Leif había llegado a la


conclusión que Asteir tenía todo en su contra. Pero no se atrevió a decirlo en
alto, a acusarlo como lo había echo su joven sobrino, pues eso significaría recibir
la misma condena que impusieron a Jared: ostracismo y la caza.

Si acusaba abiertamente a Asteir sería condenado y por nada del mundo iba a
permitir que cazasen a su mujer. Por eso decidió callarse, para asegurar la vida
de su esposa.

Actuaría desde las sombras, creando cizaña entre sus hermanos y hermanas, para
que estos despertasen del mal sueño que era el Reinado de Asteir y aceptasen
con sus propias mentes y criterios que era necesario un cambio. Y el único
cambio posible sería la muerte del Príncipe.
Soñando con ese momento en el que todos se verían libres de la horrorosa
presencia del Príncipe, Leif dormía hasta que escuchó una voz en su mente.
Despertándose sobresaltado, Leif revisó a su alrededor buscando la fuente del
ruido, pero no había nadie cerca de

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la cabaña. Las barreras que protegían el lugar estaban intactas, nadie había
traspasado las defensas.

Entonces cuando iba a levantarse para revisar de todas maneras los alrededores
de su hogar, escuchó la voz de nuevo y esta vez la reconoció.

Leif, joder contesta.

— Jared…— susurró levantándose de la cama intentando no despertar a su


esposa.

Leif caminó descalzo, cogiendo antes de salir de su cuarto su bata negra de seda
para cubrir la desnudez de su cuerpo, hasta el salón sentándose en el sofá y
contestando a su impaciente sobrino.

Jared, ¿dónde estás?

Con la bruja en brazos, Jared avanzaba rápidamente por la espesura del bosque
acercándose a la cabaña de Leif, si sus sentidos no le fallaban iba por el camino
correcto. A tan solo veinte minutos estaría a salvo, y podría recostar a su mujer
en una mullida cama hasta que se le curase las heridas.

— Al fin te tengo en mis brazos. No eres fruto de mi imaginación. Eres real, la


mujer destinada a mi — susurró mirándola con adoración.

Sus cabellos desperdigados por su brazo, sus mejillas sonrosadas después de


haber bebido su sangre, los latidos compasados de su corazón, la calidez de su
voluptuoso cuerpo, reconfortaron a Jared. La deseaba con urgencia, una bella
guerrera que cuando aceptase el compromiso eterno que le ofrecería le alegraría
las noches venideras.

Jared, ¿dónde estás?

— Al fin — dijo en voz baja al escuchar la réplica de su tío Leif.

Si no conseguía convencerle de que los acogiese, no le quedaría otra que


esconderse en el bosque, enfrentándose de nuevo a los lycans

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que allí moraban y que por respeto a su líder lo vigilaban de lejos sin acercarse a
él para no descubrir su posición. Pero gracias a sus poderes los sentía a su
alrededor, acechándolo, vigilándolo.

Estoy cerca de tu casa Leif.


Jared esperó que le contestase algo, pero su tío se mantuvo callado a la espera de
que le informase de su situación. Entrecerró los ojos, al recordar que Leif no le
apoyó cuando se enfrentó contra el Príncipe pero después de unos segundos,
Jared se tragó el orgullo al recordar que lo hacía por su futura mujer. Por ella
viajaría gustoso al mismísimo infierno pues cuando un vampiro encontraba una
hembra de su gusto y le daba a probar su sangre se unía a ella por la eternidad
permaneciendo fieles aun a pesar de ser rechazados por estas.

Necesito tu ayuda.

A kilómetros del joven vampiro, Leif pegó un grito al escuchar a su sobrino


pedir ayuda. Era la primera vez que le escuchaba rebajarse de esa manera, nunca
antes le había pedido nada, ni aún cuando era golpeado y torturado por sus
compañeros por ser mestizo. Nunca le dijo que le ayudase, tan solo le miraba
con una mirada llena de odio, como si culpase a todos de su desgracia.

Después de levantarse del suelo, Leif comenzó a caminar de un lado para otro
con las manos cruzadas a su espalda.

— Que te digo ahora, Jared — susurró para sí mismo.

Se decidió.

Había llegado el momento de apoyar plenamente a su sobrino.

Esta vez no le fallaría al joven.

No dudaría.

Esta vez no.

Dime que necesitas Jared.

Su respuesta no tardó.

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Solo te pido que me acojas en tu casa.

Leif se paró en seco. Acogerlo en su hogar era una falta grave, ya que el joven
estaba condenado a muerte. Si alguien del clan se enteraba que había dado
refugio a un traidor no tardarían en utilizarlo en su contra contándoselo al
Soberano, quitándoles así del medio pues serían condenados a muerte.

Está bien Jared. Mi hogar es tu hogar. Serás bienvenido.

A pocos minutos de la cabaña, Jared suspiró aliviado. Su tío no le había dado la


espalda, le ofrecía un cuarto en el que descansar. Por eso le estaría eternamente
agradecido.

Apoyando la cabeza de la bruja sobre su hombro, y acariciándole la frente con


cariño, Jared susurró.

— Esta noche descansarás. Y mañana te haré mía.

Sonriendo abiertamente, Jared avistó la cabaña de sus tíos oculta tras una tenue
barrera que la distorsionaba para que pareciese una gran roca de piedra y no la
magnífica cabaña de piedra que era.

Leif esperó la respuesta de su sobrino. Cuando la escuchó, tuvo que tomar


asiento.

Leif no iré solo. Conmigo tengo a mi compañera.

— Su compañera — susurró —. Encontró a su compañera….


Leif estuvo tentado a salir corriendo para decírselo a su esposa.

El que un vampiro encontrase a su compañera para toda la vida era un


acontecimiento que se celebraba por todo lo alto.

No hay problema Jared, tu esposa será bien recibida también.

Las roncas y secas carcajadas de Jared sorprendieron a Leif.

¿Por qué motivo se reía el joven?

Aún no es mi mujer, tío. Pero pronto lo será…

Leif dudó unos instantes, antes de decirle mentalmente.

Qué quieres decir con eso Jared, ¿es o no es tú mujer?

Jared sonó cortante.

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Es mi mujer aunque todavía no la he poseído.

Leif se rió en alto, burlándose de su sobrino.


¡Ah, joven! Vaya novedad, por fin has encontrado una mujer que se resiste a tus
encantos. Quien lo iba a decir del gran Jared conquistador de hembras y
paladín de las inocentes en apuros.

Jared le cortó en seco.

Deja de burlarte Leif.

No puedo desaprovechar la oportunidad, niño. Tengo ganas de conocer a tu


compañera. Debe ser toda una guerrera al oponerse a ti de esa manera.

Jared le gruñó y acalló a su tío por la ferocidad de sus sentimientos.

Cuando estés delante de ella ni se te ocurra decirle nada. Mi compañera sufrió


mucho en su hogar. No deseo que recuerde esos horribles días.

Leif no se atrevió a preguntar nada. La profundidad de los oscuros sentimientos


de su sobrino le dijo todo lo que deseaba saber.

Avisaría a su mujer que tendrían a Jared de nuevo en su casa.

¿Cuando llegas?

En diez minutos.

— ¡Cielos, Jared! siempre lo dejas todo al último momento.

¿Leif?

No pasa nada Jared. Avisaré a Gabrielle para que tenga un cuarto a tu


disposición en cuanto llegues.

Al sentir que la conexión mental se cortaba, Leif se levantó del sofá y se


apresuró a buscar a su mujer.

Al llegar junto a ella se arrodilló en el suelo y besó con dulzura su frente,


acariciándole la cabeza.

— Gabrielle, amor, despierta.


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Leif sonrió al ver como fruncía los labios. Gabrielle tenía mal despertar.

— Despierta amor.

— Ummm.

Leif rió en alto tocándole la punta de la nariz.

— Dormilona, despierta.

Gabrielle entreabrió los ojos, encontrándose con el rostro sonriente de su esposo.

— Aún es temprano.

Leif la besó acallando sus protestas.

— Dentro de cinco minutos llegará Jared con su compañera.

Debemos arreglar un cuarto para que descansen esta noche y….

El grito que pegó la mujer lo sobresaltó cayendo de culo al suelo. Sobándose las
nalgas doloridas Leif preguntó a Gabrielle que estaba de pie en la cama
buscando con la mirada desesperada su bata.
— ¡Qué te pasa! ¿Por qué demonios gritas así?

Gabrielle lo miró con furia, con las manos en sus caderas.

Dioses que hermosa eres. Pensó mirándola con deleite admirando su belleza y
recorriendo con voracidad cada centímetro de su hermoso y desnudo cuerpo. Su
melena suelta le rozaba los pechos turgentes y caía hasta alcanzar el valle
prohibido, para otros pero no para él. Leif sonrió, orgulloso.

Mía, eres mía.

Absorto, Leif no se esperó el cojín que le golpeó de lleno en la cara.

— Me has escuchado maldito. Deja de mirarme como un lobo hambriento,


tenemos mucho que hacer.

Dejando el cojín a un lado y levantándose del suelo, Leif carcajeó.

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— Que haría si no te tuviese a mi lado.

Gabrielle agarró la almohada dispuesta a golpear a su sonriente esposo. Pero


Leif saltó y la abrazó estrechándola con fuerza contra él.
Besándola con pasión recorriendo con sus manos su esbelto cuerpo, Leif susurró
al oído.

— ¡Ah, mujer! Me vuelves loco — le cogió la mano y la puso encima de su


protuberante verga que presionaba contra la sedosa bata —. Mira como me
pones cuando me miras con esa furia, mujer.

Con la voz rota por el placer, Gabrielle tembló entre sus brazos.

— Leif…no tenemos tiempo para….

Leif la acalló de nuevo besándola.

— Lo sé mujer, pero cuando dejemos a Jared en su cuarto no te dejaré dormir en


todo el día.

Gabrielle sonrió y bajando de la cama contoneándose coqueta, le dijo.

— Promesas, promesas….Veremos si las cumples.

Leif la vio desaparecer por la puerta. Al ver en que estado estaba, excitado como
un toro en celo y en bata de seda negra encima de su cama, Leif se echó a reír.
Antes de conocerla su vida había sido gris, pero gracias a ella su vida estaba
llena de color, de sonrisas y alegría.

Bajó de la cama de un salto, y cerrando la puerta de su cuarto Leif echó un


último vistazo a la cama revuelta, suspirando derrotado.

— Esta noche, mujer. Tragarás tus palabras, gemirás debajo de mí hasta que te
desmayes del placer.

Y todos sabían que la palabra de un vampiro era sagrada.


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-8-

— Gabrielle te prohíbo que te presentes así delante de Jared.

Jared sonrió al escuchar la inconfundible voz de su tío gritándole a su tía. Esos


dos no habían cambiado aún después de haber estado juntos más de quinientos
años, seguían peleándose y amándose como el primer día.

Sin soltar a su compañera, Jared golpeó la puerta utilizando su mente.

— Infiernos, ya han llegado. Maldita sea Gabrielle, hazme caso y regresa al


cuarto a vestirte en condiciones.

Las maldiciones de Gabrielle fueron acalladas, Jared volvió a golpear la puerta.

— Vete al cuarto, ¡ya!

— Por esta vez te sales con la tuya, Leif. Por esta vez.

Jared no tuvo que esperar mucho más para entrar en la cabaña. Nada más
escuchar las palabras airadas de Gabrielle, Leif le abrió la puerta y le abrazó sin
tener en cuenta a quien llevaba en brazos.

— Mi mujer, Leif. Cuidado con mí esposa.

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Leif se apartó como si se hubiese quemado con fuego.

Contempló con curiosidad a la pequeña mujer que sostenía su sobrino. Estaba


muy enferma, respirando trabajosamente y sus latidos bombeando con
regularidad pero sin potencia.

— Jared tu esposa está…

— La salvé de la muerte al ofrecerle mi sangre, se está recuperando de las graves


heridas que sufrió.

Leif siseó amenazante. El que dañasen a una mujer de esa manera era
denigrante, un acto de cobardía propio de seres débiles de mente.

— ¿Quién se atrevió a dañarla?

Jared pasó por su lado rumbo al salón.

— Ya está muerto Leif, el vampiro que casi la mató se pasea desde esta noche
por los infiernos.

Leif le siguió de cerca, señalándole el sofá con un gesto para que dejase ahí a la
convaleciente mujer.

Jared tumbó cuidadosamente a la bruja en el sofá, quitándose la camiseta para


cubrir su desnudez. Pues en algún momento de la lucha la joven había perdido la
chaqueta que le cubría y su delgado y desgarrado vestido colgaba en harapos de
su cuerpo. Sharon gimió y se revolvió en sueños cuando su espalda tocó la
rugosa tela del sofá.

Los magullones de las cicatrices de los latigazos aún no estaban curados del
todo.

Jared le acarició la cabeza quitándole de la frente un mechón pegado por el


sudor.

Leif permaneció callado. Si él viese en ese estado a su esposa se volvería loco,


no sabía como lo podía soportar Jared, como podía afrontarlo con esa sangre fría
y esa entereza.

Pero estaba muy equivocado Leif, Jared no estaba tranquilo, la fachada de gélida
indiferencia que aprendió a mantener en todo

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momento en su rostro, no era más que eso una máscara que lo mantenía a salvo
de los demás. Por dentro estaba bullendo de rabia y de preocupación.

— ¡Estás aquí de verdad! — dando un grito de sorpresa al ver la sangre que


manaba de los arañazos que tenía en los brazos Jared, la mujer chilló con
preocupación —. ¡Estás herido!

Jared se levantó y abrazó a su tía.


— ¡Qué gusto volver a verte Gabrielle! Veo que has sobrevivido a este
malnacido.

— No llames así a tu tío, niño.- le golpeó la cabeza con fingida fuerza.

Jared sonrió recordando los buenos momentos que pasó en aquella cabaña en
compañía de sus tíos, los únicos que lo trataron con cariño sin importarles su
descendencia.

— Tú tía tiene razón, niño. Debemos ocuparnos de esas heridas. ¿En qué coño te
metiste esta vez?

Jared se encogió de hombros.

— Sólo fue por ella…— miró hacia los ventanales abiertos desde donde se podía
contemplar la luna llena enrojecida al acercarse el amanecer —…después de
haber sobrevivido al puto infierno.

Leif lo interrumpió.

— ¿Qué fue lo que te sucedió?

Jared apretó los dientes con fuerza antes de soltar con amargura.

— Hace dos días atacaron el complejo de apartamentos.

Mataron a quienes se encontraron en su camino sin distinguir si eran mujeres o


niños. Cuando llegamos los apartamentos ardían hasta los cimientos y los
supervivientes corrían alejándose de las llamas, internándose en el bosque.

Leif le dijo.

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— ¡Cómo es posible que eso sucediese! El pacto entre las razas fue firmado con
sangre de los fundadores, es horroroso que se atrevan a romperlo.

Jared se rió con sequedad.

— Vi morir a mi familia y sólo se te ocurre decirme que el pacto no se debió de


romper.

Gabrielle posó su mano sobre el hombro de Jared intentando tranquilizarle con


su roce.

— Nadie intentó decir eso, Jared. Solo estamos sorprendidos por el ataque.
Debiste llamarnos.

Jared se apartó de ella y se arrodilló frente a Sharon buscando de ella un apoyo


emocional para no perder el control sobre sus sentimientos.

— Nunca antes necesité ayuda de nadie.- masculló en voz baja.

— Todo el mundo necesita alguna vez ayuda.

Jared no miró a Gabrielle a los ojos al contestarle.

— A veces aunque se precise ayuda no hay quien te tienda la mano.

Tanto Leif como Gabrielle guardaron silencio, se sentían culpables, las palabras
del joven vampiro estaban impregnadas de amargura y de dolor. Recordándoles
que no le ayudaron cuando los necesitó. No podían culparle de no haber acudido
a ellos al sobrevivir al ataque aun viviendo relativamente cerca. Estaban seguros
que si no fuese por la mujer, Jared no les habría llamado.

Debemos enterarnos que sucedió realmente, Jared oculta algo.

Lo se Leif pero no le preguntaremos esta noche. Mira a esa niña, está débil.
Dejemos que descansen y se recuperen.

Leif asintió mirando por encima de la cabeza de Jared a su mujer.

De acuerdo, mi amor.

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— Jared, Gabrielle te mostrará el cuarto que hemos preparado para vosotros.


Descansa, el amanecer se acerca — Miró de reojo la ventana en la que la pálida
luz del sol se estaba haciendo paso por la oscuridad del cielo acercándose
peligrosamente el alba —. Esta noche seguiremos hablando.

Jared asintió y levantó del sofá a Sharon con cuidado para no despertarla. Sin
decir palabra, siguió a su tía hasta que vio que esta abría unas puertas de metal y
bajaba unas escaleras encendiendo las luces para iluminar el largo pasillo que
descendía hasta las entrañas de la tierra.
A las puertas, Jared se paró.

— No dormiremos ahí abajo.

Gabrielle se volvió y le preguntó.

— ¿Por qué no Jared, es la habitación más segura?

Leif se puso detrás de él.

— Tu tía tiene razón, no puedes negarte. Es nuestro mejor cuarto, estarás a salvo
del sol y de posibles ataques.

Jared se negó a contestarles, pero si no les daba una explicación seguirían


insistiendo hasta que aceptase su propuesta.

Soltando un largo suspiro, les confió.

— Ella estuvo dos días encerrada en una celda bajo tierra, encadenada a la pared
— Gabrielle gimió de horror apoyándose contra la pared, sosteniéndose de la
barandilla —. Si despierta no deseo que lo haga en un cuarto que no tenga
ventanas.

Leif fue el primero en reponerse, gritándole.

— ¡Estás loco! Comprendo tu preocupación, pero debes pensar en tu alergia al


sol. O acaso esos años rodeados de estudiosos con sombreros de pico te ha hecho
olvidar que cuando nos toca el sol….plof — ironizó con los brazos —. Donde
estuvo Jared solo quedará un charco de ceniza.

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Jared se rió, sorprendiendo a sus parientes.

— Recuerda Leif, que decían los vampiros antiguos de mí…..— Jared lo dejó en
suspenso mientras pasaba cerca de él para subir a uno de los cuartos que había
en el segundo piso de la cabaña y que se reservaban para los invitados mortales
que tenían de vez en cuando la pareja. En lo alto de las escaleras, se giró y le
resolvió la duda —…El sol no me daña, Leif creí que lo sabías. Acaso no te
comenté alguna vez que duermo de noche y vivo de día. Soy una criatura
nocturna que se regocija viviendo a la luz del día, mi sangre es única —
Girándose y eligiendo un cuarto por la posición, tomando en cuenta el tiempo en
que tardaría de escapar de la cabaña si hubiese un ataque —. Acuérdate que nací
mestizo, por mis venas corre sangre de brujo. El sol no me consumirá.

Gabrielle cerró las puertas metálicas y abrazó por la espalda a su conmocionado


marido. Ella si recordaba haber escuchado esos chismes que circulaban de boca
en boca por la mansión principal del clan, pero nunca los había creído. Para ella
no eran más que difamaciones contra su sobrino para que fuese temido y odiado.
No se esperaba que fuese verdad. Era asombroso que pudiese caminar bajo la luz
del sol sin que éste le convirtiese en un carboncillo humeante.

El sol.

Como añoraba sentir los cálidos rayos de ese astro. Pasear por los prados verdes
y mirar durante horas el brillo perlado de las olas del mar siendo bañadas por el
sol.

Le gustaría caminar nuevamente por sus queridas highlands, pero no deseaba


verlas de noche, cuando la oscuridad deformaba y distorsionaba la belleza
salvaje de sus paisajes. Si caminaba por su antiguo hogar vería tan solo unas
piedras resquebrajadas sobre un montículo de hierbajos.

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Hogar.

Había abandonado todo por un hombre que la salvó de la muerte, dejando atrás a
su familia y sus amigas para irse a otro país donde nadie la conocía y no podrían
ver como el paso de los años no disminuía su belleza, ni marchitaban su rostro y
su cuerpo.

— Vamos querida, el sol saldrá en cuestión de segundos.

Gabrielle alejó de su mente los viejos recuerdos y se concentró en el hombre que


le tendía la mano.

¡Cómo le amaba!

Esbozando una sonrisa, le aceptó el apretón y dejó que la llevase de la mano


hasta su dormitorio, a unos metros de las puertas metálicas que cerró, oculta tras
unos paneles que parecían una librería antigua, encontraron la puerta que
conduciría hacia su dormitorio diurno, una hermética habitación en la que
dormían el sueño reparador durante las horas diurnas.

Mi hogar, está a tu lado.

En el piso de arriba, en el cuarto orientado hacia el norte, Jared tumbó a Sharon


en la mullida cama, cubriendo su débil cuerpo con el edredón.

Después de cerrar las cortinas se quitó la chamuscada y ensangrentada ropa y se


tumbó al lado de ella abrazándola desnudo, transmitiéndole parte de su calor
corporal. Pero al tenerla al fin entre sus brazos se excitó.

Sentir la suavidad de su piel, la calidez de la vida, el dulce aroma de mujer.

Su mujer.

No lo pudo remediar, su verga cobró vida presionando las redondeadas nalgas de


la desmayada joven.

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— No abusaré de ti, aunque la sangre me llame a enlazarme contigo, no te


tomaré hasta que estés preparada — susurró con la voz ronca.

Normalizando la respiración procuró calmar su agitado corazón, ordenando a su


cuerpo que soportase la tensión un poquito más. Él no iba a mancillar el
maltratado cuerpo de la bruja por aliviar sus instintos animales.

— ¡Joder! — masculló dolorido cuando Sharon se revolvió en sueños,


acariciándole sin intención —. Solo un beso, sólo probaré el sabor de tus labios
— se prometió acercando su rostro al de ella.

La besó acariciando con suavidad, como el toque de una pluma, sus labios,
jadeando cuando Sharon abrió sus labios permitiéndole que la saborease a fondo.
No perdió oportunidad de besarla con pasión, jugueteando con su lengua y
chupando haciéndola jadear.

— Basta — se reprendió separándose de ella y levantándose malhumorado de la


cama — No me voy a aprovechar de ti. Te tomaré cuando estés consciente y tu
cuerpo arda como el mío. Ahora iré a darme una ducha fría.

Murmurando y gruñendo de frustración Jared abrió el grifo de agua fría y


aguantando la respiración se puso debajo del helado chorro de agua.

— Maldición.

El agua estaba congelada, pero su amiguito seguía exhibiendo su poderío con su


rosada punta mirando hacia el cielo.

— Mierda, vaya día me espera. Mujer espero que me aceptes pronto, si no me


volverás loco.

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-9-

Un espeluznante grito quebró el silencio de la mañana, sobresaltando y


despertando del sueño reparador a Leif y Gabrielle.

Sentándose en la cama, miraron con preocupación el techo reconociendo los


angustiados gritos como la voz de una mujer. No hacía falta que ninguno de los
dos hablase, ya que ambos pensaban lo mismo. La mujer de Jared estaba
sufriendo una pesadilla.

— Deberíamos hacer algo Leif — susurró Gabrielle apoyándose contra su


pecho.

Leif la abrazó acercándola más a él y sin dejar de acariciarla, contestó.

— No, amor. Debemos dejarles solos. Jared debe vencer los miedos de su mujer.

— Al igual que tú hiciste con los míos — susurró mirándolo con adoración y
obteniendo como respuesta un cálido beso —. Gracias a ti aprendí amar la vida
de nuevo, a desear seguir viviendo aún a pesar de ser repudiada y perseguida por
mi propia familia.

Poco a poco el beso cobró intensidad, encendiendo los ánimos de los dos. Leif
tumbó en la cama a su mujer, empujándola con

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suavidad contra el colchón quedando encima de ella apoyándose con los codos
para no imponerle todo su peso.

— Ah, preciosa — La besó de nuevo —. Eres la única en mi corazón — La miró


a los ojos acariciándole la mejilla —. Desde la primera vez que te vi te quise
para mí.

Gabrielle se sorprendió ante esta revelación. No sabía que la conocía cuando era
niña. La primera vez que lo vio fue cuando se le acercó caminando entre la
niebla, mientras yacía tirada agonizante sobre las tumbas de sus antepasados
después de haber sido apaleada por su esposo. Su llegada la embrujó creyendo
ver un ángel vengador que se le aparecía para cumplir su última voluntad.
Vengarse del bastardo de su marido. Leif la convirtió, abriéndole un mundo de
amor y placer. Nunca se arrepintió de su decisión al tenderle la mano y aceptar
gustosa el don oscuro que le ofreció Leif. Junto a él conoció la autentica
felicidad.

Pero Leif consiguió que ella olvidase todo lo malo y a todos. Por él lo dejó todo
atrás. Y no se arrepentía. Los siglos que vivió a su lado eran un regalo que nunca
sería capaz de agradecer.

La noche que creyó morirse, renació de las sombras y alcanzó el paraíso.

— Si, mi amor — le susurró al oído Leif abriéndole las piernas con una rodilla y
pasando una mano por sus pliegues humedecidos por la pasión y el deseo
insatisfecho —. Alcanzaremos juntos el cielo.
Durante unas horas, ninguno de los dos atendieron a las disputas de la pareja que
permanecían encerrados en una de las habitaciones del piso de arriba, su mundo
eran ellos dos.

Jared se despertó al escuchar el grito de terror de su mujer.

Sentándose en la cama y apoyando la espalda en el cabecero, la sacudió con


suavidad intentando despertarla.

— Amor, despierta.

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Gimiendo en sueños Sharon se revolvió y gritó de nuevo.

Estaba perdida en medio de una pesadilla, recordando una y otra vez las risas de
los que presenciaron los latigazos, resonando con fuerza en su mente. Y por más
que gritase nadie acudía a salvarla.

En medio del bullicio escuchó una voz.

Despierta.

Se aferró a esa voz recuperando el control de su mente, alejando la oscuridad de


sus recuerdos. Sólo entonces las risas cesaron y ella pudo abrir los ojos al fin.

— Despierta, abre los ojos, muchacha.

Sharon entreabrió los ojos, encontrándose con el rostro preocupado de un


hombre que no reconoció.

Chillando Sharon se levantó golpeándole con la cabeza la barbilla de Jared.

— ¿Quién eres tú? — observó con atención a su alrededor buscando indicios que
le fuese familiar —. ¿Dónde estoy?

Sobándose la boca, Jared se acomodó contra el cabecero y le contestó


manteniendo un tono de voz neutral.

— ¿Cuál de ellas debo responderte antes?

Sharon le miró entrecerrando los ojos.

— No te hagas el estúpido — Golpeó el colchón con las manos —. ¡Contéstame


a las dos!

Jared pasó una mano por los ojos. Las cosas no iban a ser tan fáciles como en un
principio pensó. No encontraba las palabras para expresar lo que sentía. Ella era
suya. Así de simple, pero a la vez complicado. Sus vidas estaban unidas al
compartir sangre, sus mentes se fusionarían en los próximos días sin que ella
pudiese hacer nada para remediarlo. Sabía que la había forzado, se había saltado
las reglas de su raza de cortejar a la novia elegida, pero si no le hubiese dado su
sangre ella habría muerto. Cómo explicarle que sus

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vidas estarían unidas para siempre aun a pesar de estar físicamente separados.

Sharon se impacientó ante su silencio.

— ¡Contéstame, maldición!

Jared suspiró.

— Está bien — Clavó sus ojos en los escrutadores de ella —.

Eres mía al igual que yo soy tuyo. Y contestando tu respuesta de dónde te


encuentras, estás en un lugar seguro recuperándote de las heridas.

Sharon se quedó con la boca abierta, mientras asimilaba sus palabras.

Por más que le daba vueltas a esas palabras no se reponía del shock. ¡Cómo le
iba a pertenecer a un hombre que no conocía! Al que nunca había visto en su
vida.

¿¡Pertenecer!?

Por todos los demonios del infierno. Ella no le pertenecía a nadie. No se había
fugado de la mansión familiar, de la esclavitud sexual, para caer a manos de otro
hombre. Ni loca. Antes muerta que esclava de alguien más.

— ¡Yo no le pertenezco a nadie! — chilló levantándose de la cama y poniendo


distancia entre los dos.

Jared estiró los brazos por encima de su cabeza.

— No he dicho lo contrario, mujer. Por supuesto que no le perteneces a nadie —


Sonriendo al ver como ella se relajaba visiblemente, susurró roncamente —.
Solo me perteneces a mí.

La tranquilidad al creer haber entendido mal le duró muy poco a Sharon. Se


esfumó de un plumazo en cuanto él dijo que era suya.

Sharon explotó.

— ¡No te pertenezco, imbécil!

— Sí.

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Sharon chilló nerviosa, revolviendo sus cabellos, caminando de un lado a otro.

— Cómo puedo hacer para que entiendas que nunca — Recalcó la palabra nunca
con énfasis —. ¡Nunca más le perteneceré a un hombre! — repitió alzando la
voz hasta sentir la garganta ronca por el esfuerzo.

Jared se levantó y se cubrió con la sábana la cintura arrastrando la tela cuando


avanzó hacia ella.

Sharon se tensó al ver como se acercaba el hombre. A pesar de llevar enrollada


en su cintura la sábana, estaba completamente desnudo. En su mente la visión de
un hombre desnudo con el que acababa de discutir, era sinónimo de violación
brutal y salvaje, después de la cual acababa destrozada física y mentalmente.
Pero este hombre la sorprendió al pasar por su lado sin mirarla siquiera.

Jared sintió sus miedos y su preocupación, por ese motivo no la abrazó como
deseaba hacerlo. En cambio, buscó para ella una bata negra que encontró
escondida en el armario empotrado.

— Vístete. Te espero abajo.

Sharon miró embobada la sedosa bata. Hasta ese momento no se había percatado
que estaba desnuda.

Antes de que saliese del cuarto el hombre, Sharon preguntó.

— No me puedes obligar a….

Jared la interrumpió riéndose jovialmente.

— No temas muchacha, no te obligaré a nada. Tan solo pensé que tendrías


hambre — Abriendo la puerta contestó sin girarse —. Si tienes ganas de
desayunar te espero en la cocina.

Sharon no reaccionó hasta que escuchó el ligero portazo.

— Maldito demonio manipulador — susurró consternada al ver que el hombre


con sus palabras y sus acciones desenfadadas había

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conseguido que esbozase una sonrisa. Dejó de sonreír —. No, no pienso bajar —
golpeó con el pie el suelo.

Pero su determinación se vino abajo cuando sus tripas sonaron, rugiendo con
intensidad.

— ¡Tengo hambre! — se quejó mascullando una maldición.

Desde el día en que descubrió que su hermana no estaba en la mansión no había


probado bocado. Su cuerpo se quejaba necesitado de alimento, de energía.

Se puso la bata y caminó por el cuarto mientras pensaba si bajar a comer algo o
no.

Al final las ganas de alimentarse vencieron a su determinación y orgullo. Iría a


desayunar, y de paso buscaría un modo de escapar de aquel lugar.

Después de abrir la puerta y salir del cuarto se encontró delante de las escaleras
que conducían al piso de abajo. Las bajó despacio escuchando con atención. Se
escuchaba a los lejos una radio en la que emitían la canción de moda de esa
semana. Acompañando la música la voz del hombre cantaba agradablemente la
letra de la canción.

Siguiendo la música, Sharon llegó a la cocina. En cuanto se encontró delante de


la puerta abierta de la cocina, Sharon se percató que no había revisado el lugar.

Se reprendió mentalmente. Había seguido a la voz como una estúpida, como si


estuviese hechizada por el tono grave e intenso del hombre.

Estúpida, estúpida.

— Buenos días, muchacha. Toma asiento, el desayuno estará listo en unos


minutos.

Sharon parpadeó regresando a la realidad.


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Ante ella estaba el hombre vestido con una toalla carmesí enrollada en su
cintura, cocinando unos huevos fritos y bacon en la sartén.

Después de invitarla a sentarse a la mesa, Jared siguió cocinando y cantando el


último éxito, una canción pegadiza que le gustaba cantar cuando estaba
preocupado por algo.

Añadió otro huevo en la sartén, las burbujas del aceite le salpicaron la mano.
Después de lamer las enrojecidas manchas que aparecieron, sacó con la
espumadera el dorado huevo frito y lo colocó con cuidado en un plato.

Continuó cocinando hasta que llenó los dos platos con huevos, tiras de bacon y
salchichas.

Apagó el fuego y con los platos en sus manos se giró.

— Aquí tienes — Le puso el plato delante de ella y guiñándole un ojo le susurró


— Buen provecho cielo.

Sharon tragó saliva.

La comida olía maravillosamente bien, abriéndole más el apetito. Era un sueño


hecho realidad, que le pusiesen el desayuno sobre la mesa sin que ella fuese la
cocinera. Y más sorprendente aún que el que atendiese tan amablemente era un
hombre. Un extraño que no le había dado motivos para sospechar de él.

— Come pequeña, necesitas recuperar fuerzas.

Sharon levantó la cabeza, encontrándose con los ojos del hombre que se sentó en
el extremo de enfrente de la mesa. Lo observó con cuidado, asintiendo con la
cabeza. El extraño era hermoso, con cabellos cortos azabaches, ojos grisáceos
brillantes como la plata fundida, unos labios sensuales y enrojecidos, dentadura
perfecta y un cuerpo dorado en el que la musculatura marcada daba ganas de
besar y lamer, a pesar de las marcas blanquecinas que le rasgaban el pezón
derecho. Un dios del sexo, con aquel aspecto tan

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hermoso y atrayente, cautivador, que la trataba cuidadosamente sin ponerla


nerviosa con insinuaciones ni dobles propósitos.

¡Peligro!

La alarma de peligro sonó en su mente.

Ella no tenía tiempo para pensar en ese tipo de cosas, no importaba que estuviese
buenísimo, al ser liberada ahora lo que tenía que hacer era encontrar a sus
hermanas de cautiverio y a Deborah y ponerlas a todas a salvo en un lugar donde
nunca más se viesen subyugadas bajo el poder de otras personas.
Durante las horas que estuvo encadenada en el calabozo, lo pensó todo
detalladamente. Sin dejar cabos sueltos.

Como heredera del poder, conduciría a sus hermanas a la mítica isla rodeada de
niebla, de la que hablaba las leyendas. Allí comenzarían de nuevo y esta vez se
asegurarían de no perder el poder de nuevo. No cometerían el error de su
antepasada, que por amor dejó que su protector comenzase a tomar las
decisiones, y poco a poco su palabra no tuvo valor convirtiéndose en un mueble
decorativo que todo hombre quería poseer. Y cuando se sintiesen fuertes y
poderosas, ayudarían a vencer la guerra, acabando con la vida de aquellos que no
dudaron en dañarlas, en quebrar sus almas y sus sueños.

Jared comió en silencio, masticando lentamente. Una de las ventajas de su


condición de mestizo era que podía saborear la comida humana y llegar a
consumirla aunque no la necesitase, pero durante el tiempo que tardase en
convencer a su compañera no bebería sangre.

Sentía su mirada posada sobre él. La joven no era estúpida, a pesar de haberse
criado en un clan en el que las mujeres no se tenían en cuenta, Jared sabía que en
esos momentos, muy posiblemente, estuviese ideando un modo de escapar de él.

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Sonrió ante ese pensamiento. El que la presa se le resistiese, le otorgaba un
aliciente a la caza. Ella era una guerrera, pero él sería el único vencedor.

Rompiendo el silencio, Jared le preguntó.

— ¿Cómo te encuentras?

Sharon contestó.

— Bi-xgluf.

Jared no le entendió al tener ella la boca llena de comida.

Rompiendo a reír le sugirió.

— No te esfuerces muchacha, contéstame cuando termines de comer.

Sharon rompió el contacto visual y enrojeció de vergüenza. Con el hambre que


tenía pasó por alto los buenos modales.

Esto no me puede estar pasando. Pensó azorada y tragando de golpe.

Dejando el tenedor apoyado en el plato, Sharon contestó esta vez sin mirarle.

— Me encuentro bien…. — reuniendo coraje le fulminó con la mirada.


Pensando en las mujeres que la necesitaban —. Con ganas de irme a casa.

El hombre se cruzó de brazos y se echó hacia atrás apoyando la espalda contra el


respaldo de la silla. Sus ojos parecían que la estaban analizando, mirándole lo
que ocultaba en su alma. Su rostro no mostraba enfado, pero la intuición de
Sharon le decía que él estaba disgustado. Sus palabras le habían enfurecido.

— ¿A qué hogar te refieres? — El hombre arrastró las palabras consiguiendo que


Sharon temblase —. ¿Acaso deseas regresar a la mansión?

— No — chilló Sharon levantándose de golpe tirando la silla al suelo.

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Jared se levantó también apartando la silla de su camino quedando de pie y con


las manos apoyadas en la mesa. Por que en esos momentos lo que deseaba era
agarrarla y llevarla cargada al hombro a su cuarto para asegurarse que tras horas
de puro e intenso sexo ella no tuviese intención de abandonarlo.

— Tu hogar estará donde yo me encuentre.

Sharon comenzó a caminar hacia atrás, negando con la cabeza.

— No…yo no….

Jared caminó hacia ella.

— Sí, muchacha…ya te lo dije, tú eres mía…. — llegó hasta ella y acariciándole


la mejilla con dulzura, le susurró —….yo soy tuyo.

Sharon se asustó.

Las palabras del hombre parecían un juramento, una promesa que estaba
dispuesto a llevar a cabo fuese como fuese. La asustó.

Pero lo que más le asustó fue los encontrados sentimientos que luchaban en su
interior. A pesar que luchaba contra el deseo, cada vez que la tocaba su cuerpo le
suplicaba que se rindiese. Pero nunca más. Por más que doliese estar cerca de él,
no se iba a rendir.
— No…no lo aceptaré — chilló alejándose de él saliendo corriendo de la cocina.

No llegó muy lejos. Antes de que pudiese llegar a los ventanales para intentar
romper los cristales y escapar de aquel lugar, fue lanzada por el hombre al sofá.

Se quedó sin aire al chocar contra los cojines del sofá.

El miedo regresó a su mente al sentir el peso del hombre sobre ella. Los malos
recuerdos invadieron su cabeza. Las violaciones que sufrió la marcaron para toda
la vida, y en momentos como ese sus temores le jugaron una mala pasada.

— ¡No! — chilló angustiada, tirando hacia arriba para librarse de él.

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Jared le dio la vuelta enfrentándose a su temerosa mirada.

No soportaba verla en ese estado. Mataría de nuevo a los malditos que la


dañaron de esta manera tan espantosa.

— Tranquila. No te dañaré. Nunca te haría daño. Antes me cortaría una mano


que alzarla contra ti.

— No. ¡Suéltame! Déjame ir, por favor…. — rompió a llorar.


Jared se sentó en el sofá.

Verla rota, como una muñeca sin espíritu llorando y suplicando que no la
tomase, que no le hiciese daño, era una tortura.

Como las palabras no llegaban a traspasar la barrera que impuso la joven sobre
su mente, negándose a atender a sus palabras, a comprender lo que él le estaba
intentando aclarar, Jared se abrió paso en su mente, hablándole directamente, y
con un tono de voz suave y medido.

No me temas muchacha, no podría soportar que me temieses.

Conmigo estarás segura. Daría mi vida por ti.

Sharon dejó de lloriquear cuando la escuchó. La misma voz que la calmó y la


reconfortó cuando estaba en el calabozo.

Abrió los ojos, contestándole.

Eres….tú.

Siempre estaré a tu lado, pequeña. No te alejes de mí, dame la oportunidad de


mostrarte que a mi lado encontrarás el paraíso.

Sharon dudó.

Su corazón siempre deseó escuchar esas palabras. En su fuero interno siempre


deseó encontrar la verdadera felicidad, llegar a confiar en alguien y que este
alguien le devolviese la confianza con amor.

— Yo…

Jared la acalló posando delicadamente un dedo sobre sus labios, Sharon dejó de
mirar la alfombra que cubría medio salón y le

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miró a los ojos, sumergiéndose en las profundidades de esas lagunas plateadas.

— No contestes aún, pequeña. Tendrás tiempo para elegir, si al cabo de una


semana aún deseas marchar te dejaré ir. Solo deseo tu felicidad.

Jared le limpió una traicionera lágrima que se deslizaba por su mejilla, antes de
preguntarle.

— ¿Qué me dices, muchacha? ¿Me darás una oportunidad?

Sharon asintió con la cabeza al tiempo que le dijo con voz susurrante.

— Sí — Pero debo olvidarte. Disfrutaré de la semana que me ofreces. Deseo


saber lo que es ser querida. Pero después….me iré. No puedo dejar a mis
hermanas solas. Pensó desviando la mirada para que él no fuese capaz de leerle
la mente.

Pero lo que no sabía la joven era que al haber bebido su sangre Jared era capaz
de escuchar sus pensamientos cuando ella bajaba la guardia, tan claros como
cuando la joven rompía sus barreras con el dolor que atenazaba su corazón. Su
voz resonó fuerte en la mente de Jared, alimentando la duda y la sensación de
pertenencia.

Ella era suya.

Su compañera. La mujer que lo acompañaría por toda la eternidad.

Jared cerró los ojos y se apartó de la joven, manteniendo el rostro impasible,


procurando estar en aparente calma, pero por dentro estaba muerto de la
preocupación.

Un vampiro siempre cumplía sus promesas. Si ella deseaba irse de su lado, se lo


permitiría. Pero se mantendría cerca de ella, vigilándola desde las sombras hasta
que recapacitase y aceptase finalmente su destino.

Estar a su lado.

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La acompañaría allá donde fuese, pues su hogar estaba donde su compañera se


encontrase.

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-10-

Debía de haber supuesto que las cosas no iban a ser fáciles.

Jared había confiado que la bruja al conocerlo mejor se abriría a él. En eso no
habían fallado sus suposiciones. La joven hasta consiguió reírse de unas bromas
que le hizo. Pero cuando se hizo de noche y sus tíos salieron del cuarto, los
verdaderos problemas comenzaron.

La culpa era suya.

Les debía de haber comentado que Sharon odiaba a los vampiros, que
procurasen ocultar los colmillos unos días hasta que ella fuese formalmente su
compañera. Pero esos días no era el mismo, se comportaba como un estúpido,
dudando en todo momento como comportarse, temiendo dañarla más de lo que
ya estaba.

Él no estaba acostumbrado a que las mujeres se le opusiesen, se mantuviesen


recelosas y huidizas ante sus roces.

Desde joven nunca tuvo problemas para conseguir una buena hembra con la que
compartir unos buenos momentos en la cama.

Pero eso fue antes de desear con tanta pasión a una sola mujer.

Demonios. Masculló en su mente, cerrando los ojos y masajeándose el cuello


cansado de escuchar los gritos entre Sharon y su tío Leif Maldito sea el vínculo
de sangre. Por su culpa estoy todo el puto día empalmado.


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Cansado después de horas escuchando los mismos insultos y los gritos de esos
dos, Jared explotó lanzando a su tío con una onda de fuerza hasta el sofá en el
que se estrelló rompiéndolo.

— ¡Ya basta! Dejad de gritaros. Calmaros los dos.

Sharon le fulminó con la mirada.

— ¡Cómo quieres que me calme con este…— tartamudeó unos segundos


buscando una palabra para definir al vampiro que señalaba —…este monstruo
esté rondando por aquí!

Leif bufó e ignorando los avisos de su compañera contestó a la bruja enfurecida.

— Muchacha el que yo me encuentre aquí se debe a que te encuentras en mi


hogar, deberías ser más agradecida y...

— ¡Me has traído a la casa de un vampiro! — gritó Sharon a Jared


enmudeciendo a todos.

Jared, acaso no le has dicho que eres un…vampiro.

Jared giró la cabeza y se concentró en los ojos de su tío que lo miraba alzando
una ceja interrogante. Su voz sonó con fuerza en su mente, y sentía por detrás la
muda curiosidad de su tía.

Acuérdate tío que soy vampiro a medias.

Leif rodó los ojos y bufó en alto, mostrando su disgusto.

— A la mierda con tu maldito razonamiento Jared. Eres un estúpido. Si esta


mujer es tuya márcala y punto.

Sharon que hasta ese momento esperaba una respuesta de Jared cambió de
objetivo y concentró toda su ira en el vampiro, invocando las llamas que
dormitaban en su corazón.

— Pero de qué hablas loco. ¡Marcarme! ¡Ja! — soltó una seca carcajada —. A
mi nadie me marca como a un animal. Pobre del que lo intente porque lo
carbonizaré y bailaré sobre sus cenizas.

¿Pero cómo es posible que no le hayas contado nada?

preguntó Gabrielle con voz inquisidora.

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Mi compañera tiene razón Jared. Si has compartido con ella tu sangre debías de
haberle explicado los cambios que va a sufrir.

Jared bufó y paseó por la sala visiblemente nervioso.

Maldición, que querías que hiciese. Se moría, la tuve que salvar con mi sangre.

Gabrielle se le acercó.

Eso no te excusa, Jared. Has tenido un día entero para explicarle que mañana
cuando despierte comenzará su cambio y viendo como odia a los nuestros le va
a ser terriblemente difícil — Podéis dejar de miraros como si yo no existiese —
gritó Sharon, mirándolos acusadoramente.

Le

ponía

nerviosa

que

permaneciesen

silenciosos

observándose entre ellos. Estaba segura que estaban hablando entre ellos y
probablemente de ella y eso le jodía muchísimo. Era cierto que había aceptado
quedar con Jared una semana, dándole así tiempo a su cuerpo a recuperarse del
todo pues desde que despertó esa mañana se sentía cansada como si estuviese
falta de energía. Pero de ahí a pasar ser una prisionera en la que nadie le decía
nada y aún por encima descubría que estaba rodeada de vampiros la enfurecía y
la ponía al límite de ponerse a gritar y achicharrar a unos cuantos.

— Tranquila. No tienes de que preocuparte, con nosotros estás a salvo — la


mujer del vampiro la intentó tranquilizar, pero era en vano.

¿Acaso no podían comprender su miedo acérrimo a su raza?

Odiaba a los vampiros por lo que eran, unos malditos bebedores de sangre que
creían que el universo giraba a su alrededor.

— No debes temernos, muchacha.

Sharon apretó los dientes al escuchar la melosa voz del vampiro. Mirándolo a los
ojos y después de tomar aire procurando calmar su agitado corazón, contestó.

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— No os temo. Una bruja no le teme a nadie.

El vampiro reaccionó de una manera que la desconcertó. Se echó a reír


estruendosamente hasta que su compañera le golpeó en la cabeza acallándolo y
provocando que comenzasen a discutir entre ellos.

— Esta es una casa de locos — susurró para sí misma sin darse de cuenta que
Jared se había puesto a su lado.

— No sabes cuanto. Debías verlos en Navidad — le contestó el hombre


guiñándole un ojo con complicidad.

Para su disgusto Sharon se encontró correspondiendo a la espléndida sonrisa del


hombre. Al ver el brillo de deseo en sus ojos, Sharon recuperó la cordura y borró
la sonrisa desviando la mirada y posándola nuevamente en la extravagante pareja
de inmortales.

Jared se rió abrazándola unos segundos y susurrándole al oído con voz risueña
antes de soltarla para ir a separar a sus tíos.

— Cobarde.

Sharon agradeció que Jared estuviese de espaldas pues su cuerpo la traicionó,


derritiéndose por él ansiándolo como nunca antes había deseado a un hombre. Su
sangre corría caliente por sus venas alterándola.

Respira Sharon, respira y tranquilízate. No puedes sucumbir.

Una voz grave provocó que enrojeciese avergonzada.

Sí que puedes sucumbir, muchacha. Cuando lo desees soy todo tuyo.

— Imbécil — masculló la joven en voz baja.

Gabrielle dejó de discutir con su marido y contempló con una fina sonrisa en sus
labios. Ver feliz a su sobrino era lo que más deseaba. La culpa de no haberle
apoyado cuando lo debió hacer, lo acompañó durante el tiempo en que su
sobrino estuvo fuera del clan.

Él deseaba que fuera feliz, para librarse de la culpa y perdonarse

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finalmente, de haberle dado la espalda a su propia sangre, creyendo los rumores


que circulaban en el clan de Jared, apoyando con su silencio la expulsión de su
sobrino y su persecución. Pero al fin, después de tantas décadas de dolor y
preocupación su familia estaba nuevamente unida y con un futuro esperanzador
por delante.

Mírala mujer, ya comenzó el cambio.

Gabrielle miró de reojo a Leif. La voz de su marido estaba impregnada de


impaciencia, estaba preocupado por Jared. Si la mujer le rechazaba Jared se
volvería loco.

Dioses Gabrielle la ha convertido sin su permiso si ella le rechaza…

No nos preocupemos antes de tiempo Leif, confía en la muchacha. Cuando


conozca a nuestro Jared no lo dejará escapar.

Leif la miró con los ojos brillantes.

O tal vez acabe intentando matarle.

Gabrielle le golpeó con el puño en el hombro.

Eh, quedamos que no íbamos a recordar que casi acabo contigo.

Leif se rió en alto, sobándose la zona golpeada. Debajo de la ropa había unas
marcas blanquecinas fruto del ataque de su mujer cuando esta despertó de la
muerte mortal y se enteró que había sido transformada en vampiresa. Al
principio no se lo tomó muy bien, atacándole con su propia espada,
hundiéndosela hasta veinte centímetros en su vientre, deteniéndose cuando sintió
como propio el dolor del hombre, dejando caer la espada y llorando ante lo que
había echo. Cada vez que Gabrielle veía las marcas que dejó en el cuerpo de su
esposo recordaba aquella noche, sufriendo los remordimientos de haber dañado a
su compañero.

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— Ah, mujer. Cada noche acabas conmigo…. — dejó de reír y la miró con
intensidad haciéndola temblar —…Por siempre mujer. Por siempre.

Jared rompió el momento al decir en alto con voz divertida.

— Hacednos un favor e iros a vuestro cuarto. Si tengo que presenciar otra


manifestación de vuestro amor vomito.

Leif abrazó a su mujer y la acarició sin pudor delante de todos.

Jared rodó los ojos. Sus tíos le exasperaban, sobre todo teniendo en cuenta que él
se moría por abrazar y besar con igual pasión a su compañera hasta que ésta
recapacitase y se diese de cuenta que él era su destino, su futuro, su único
hombre.

— La que va a vomitar creo que soy yo...

Todos miraron con preocupación a la joven bruja que se tapaba la boca


respirando con dificultad presa de las arcadas. Sharon se encontraba mal, su
estómago se debatía entre echar o no echar la poca comida que consumió en el
desayuno. Sentía el amargo sabor de la bilis en su boca y por más que intentó no
devolver, se echó hacia un lado y vomitó todo el contenido de su estómago.

Jared se volvió y la sujetó arrodillándose a su lado.

— Tranquila pequeña.
Las suaves caricias circulares que le daba Jared en la espalda consolaron a
Sharon.

— Gabrielle trae una toalla humedecida.

Su tía obedeció saliendo del salón rumbo al cuarto de baño donde humedeció
una toalla de mano y regresó con ella, entregándosela a su sobrino.

— No fuerces el estómago — Susurró Jared a Sharon limpiándole la sudorosa


frente con la toalla —. Los retortijones pronto cesaran.

Sharon respiró profundamente antes de contestarle con sorna.

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— ¿Cómo lo sabes?

— He visto varios casos como el tuyo, el dolor cesará, confía en mí.

Sharon quiso averiguar más pero nuevamente las arcadas la acallaron,


vomitando un líquido amarillento que le quemó la garganta con su amargo sabor.

— Llévala a tu cuarto, Jared — aconsejó Leif —. Debe descansar.


— Avisadme si surge algo — les dijo Jared mientras cogía en brazos a Sharon.

Viendo como se alejaba su sobrino susurrando palabras de ánimo a su


compañera, Leif prometió.

— No permitiré que nada malo os suceda, esta vez te salvaré Jared.

A su lado Gabrielle le abrazó por la espalda apoyándole, diciéndole sin palabras


que ella estaría a su lado pasase lo que pasase.

Jared abrió la puerta de su cuarto con la mente y dejó sobre la cama a la


temblorosa joven. Después de lavarse las manos, cogió una nueva toalla y la
humedeció con agua fría.

Regresando al cuarto, se sentó en el borde de la cama y limpió con dulzura la


enrojecida y sudorosa cara de su mujer. La joven gimió y entreabrió los ojos al
sentir la frialdad de la tela sobre su calurosa piel.

— No me encuentro bien….

Jared apretó los dientes. Que ella se encontrase en ese estado era su culpa. La
joven estaba pasándolo mal mientras su cuerpo se acostumbraba al cambio. Los
millones de células de su cuerpo estaban mutando asimilando el gen vampírico.
En dos días ella dejaría de ser mortal y caminaría con él por toda la eternidad.

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— Lamento tanto que tengas que pasar este calvario. Pero es necesario. Pronto
acabará y caminarás conmigo por toda la eternidad.

— Susurró quitándole un mechón de pelo de la frente —. Es mi culpa que sufras,


pero esta será la última vez.

Por suerte para él Sharon se quedó dormida. Jared aún no estaba preparado para
decirle que dentro de poco ella se convertiría en lo que más odiaba en su vida,
una vampiresa, una criatura de la noche que necesitaría de la sangre fresca para
sobrevivir al paso de los tiempos.

Jared siento molestarte en estos momentos, pero si puedes baja al salón.

Estaré en unos minutos, tío.

Dejando por unos momentos las preocupaciones de lado, Jared se levantó.


Suspirando arropó a Sharon y después de echar un último vistazo a la joven
asegurándose que descansaba tranquilamente, Jared bajó al salón.

Antes de entrar al salón se paró en seco al percibir la presencia de dos hombres.

Reconociendo a los recién llegados, Jared abrió las puertas y lanzó unas
llamaradas que golpearon como si fuesen látigos a los dos sorprendidos
hombres.

— Cómo os atrevéis a apareceros antes mí. — Les gruñó con rabia llamando al
fuego que le obedeció ardiendo sus brazos —.

Vosotros me cazasteis como a un animal.

Jared estaba al borde de perder los nervios. Los recuerdos de su pasado le


golpeaban con fuerza en su mente.

Los dos hombres que permanecían con la guardia alta a unos metros de él,
pertenecían a la selecta Guardia de clanes, un grupo reducido de vampiros que se
dedicaban a cazar a los renegados y exiliados, matándolos cruelmente y que se
hacían llamar los
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Ejecutores. Esos dos malditos le rastrearon durante décadas, persiguiéndole


hasta que consiguieron cazarle. Las torturas que sufrió a manos de esos dos,
estuvieron a punto de volverlo loco. Cuando estuvo al límite, los Ejecutores
cometieron el error de dejarle solo una noche. Durante esas horas convocó su
poder y quemó las cadenas, hasta que el líquido metálico se incrustó en su piel,
marcándolo para siempre. Malherido, al borde de la muerte, caminó sin rumbo
por las calles. Fue entonces cuando lo encontraron.

Aquellos que llegó a llamar su familia. Sus hermanos y hermanas hechiceros,


que lo cuidaron después de escuchar la rabia de su magia, su muda súplica al no
desear morir sin haberse vengado de todos los que le dañaron en su vida.

— Muérdete la lengua niño, no quieras que te vuelva a azotar para que sepas que
lugar ocupas en nuestro mundo.

Jared gruñó con fuerza, mostrándole los dientes al Ejecutor que se hacía llamar
Blooder. El odio que sentía hacía ese vampiro era intenso y le recorría con
frialdad su cuerpo. Deseaba matarle.

Arrancarle el corazón con sus propias manos.

— Antes de que me llegues a rozar te mataré.


Su amenaza no surtió el efecto esperado. Blooder rompió a reír, carcajeándose
con fuerza.

— Pierdes tu fuerza por la boca chaval. Tus amenazas me hacen gracia. ¿Cómo
un crío como tú podría llegar a herirme? Me gustaría verlo.

Jared no pasó la oportunidad de probárselo. Volvió a invocar su fuego pero esta


vez se aseguró que las llamas tomasen la forma de unas dagas que silbaron al
atravesar la sala y golpear con fuerza el cuerpo del Guerrero. El utilizar su poder
mágico le debilitaba, pero se mantuvo erguido en el sitio, manteniendo una
postura confiada,

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ocultando la debilidad que sentía su cuerpo al usar la magia que bullía en su


interior.

Blooder se tambaleó y escupió sangre al suelo. Sorprendido miró sus manos


manchadas de sangre. Su sangre. Hacía años que no la veía. Sonriendo masculló
en alto una maldición.

— Coño, ver para creer. El mestizo tenía un as bajo la manga — Miró a Jared
con admiración oculta tras una pantalla de diversión en los ojos — Sería
interesante darte caza de nuevo. Ver cuánto duras esta vez antes de que te
atrapemos.
Gabrielle cruzó el salón y después de darle un cachete en la nuca, le recriminó a
Jared.

— Nada de ataques en mi casa.

Jared se burló, sonriendo de lado.

— Tan solo le di lo que me pidió. Una pequeña demostración de pirotecnia.

Gabrielle rechinó los dientes. Le ponía de los nervios que los hombres de su raza
fuesen tan violentos, tan dispuestos a luchar entre ellos.

— ¡Cómo se te ocurre atacarle de esa manera! Vino para ayudarnos.

— Ya. Seguro que sí— Jared bufó a modo de burla —. Prefiero bailar con tutú
delante de los brujos que aceptar la ayuda de éste vampiro.

Blooder sonrió descruzándose de brazos y limpiándose las motas de cenizas que


encontró en la chaqueta de cuero negro que vestía a juego con pantalón de cuero
y botas.

— Avísame niño que eso no me lo pierdo.

Christopher se sentó cerca del mini bar y se sirvió un buen trago de ron,
zarandeando la copa con el líquido dorado, comentó casualmente.

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— Haz el favor H. no le tomes más el pelo al crío — Bebió un buen trago y dejó
la copa vacía en la mesa —. Ya no cazamos. Nos retiramos. Estamos aquí para
zanjar una deuda de sangre con tu tío.

No os atacaremos, cumpliremos la petición de Leif — Desvió la mirada de su


amigo al joven vampiro que seguía observándolos con los ojos entrecerrados y el
ceño fruncido — La situación allí fuera es caótica. Los Ejecutores se disolvieron.
Los clanes ya no son lo que eran, los inútiles que los dirigen no hacen más que
joderlo todo. Ya no hay reglas, no hay ley, ni normas.

Jared miró a Christopher con los ojos entrecerrados.

Recordó lo que había escuchado acerca de ese vampiro.

Era un antiguo perteneciente al clan Nesfirt que fue exiliado por la Reina que lo
gobernaba en esos momentos. Su carrera como Guardián se vio truncada al no
poseer clan que lo respaldase. Se había dedicado en cuerpo y alma a cazar los
vampiros condenados a muerte y se encontró de un día para otro tras las
barreras. Pasó de ser un Cazador a Presa. Y todo por negarse a ser el títere de
una zorra que tomó el control de su clan valiéndose de engaños y mentiras. El
exilio le concedió la libertad que añoraba pero también lo condenó a muerte, ya
que un vampiro exiliado vivía fuera de la ley, vigilado por los Guardianes.

No sentía lástima por él, ni siquiera cuando pensó lo difícil que debió resultarle
ser perseguido y cazado por sus hermanos Ejecutores. Los recuerdos de las
noches de tortura a la que fue sometido por esos dos, eran suficientes para
desearle la muerte. O

mejor, para ser entregado envuelto con tan solo con unos lazos de color rojo, a
las puertas de la mansión Nesfirt y con una dedicatoria a la caprichosa Reina.

“Recién salido del horno, calentito y listo para saborear”

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— ¿Por qué están aquí Leif? — ¿Acaso no sabes que estos dos fueron los que
me torturaron hasta casi matarme? Que clase de broma es esta. Como van a
ayudarnos.

Leif suspiró. Interponiéndose entre su sobrino y los Guerreros, explicó.

— Ellos son exiliados igual que tú y…. — balbuceó unos segundos antes de
añadir —…yo. Me debían una y qué mejor momento que me devuelvan el favor
que utilizarlos como guardaespaldas.

Jared abrió los ojos sorprendidos.

Debía de haber escuchado mal. Su tío no podía ser un exiliado, era la mano
derecha del Rey, uno de sus Consejeros. El Rey no podía haberle condenado al
exilio, esa condena se reservaba a los vampiros que rompiesen las normas del
clan.

Pero así había ocurrido, el mensaje que recibió Leif de parte del Cazador del
Rey, fue muy claro.

“No habrá lugar en la tierra donde podáis esconderos. La muerte es vuestro


destino.

Jared acabó preguntando en alto.

— ¿Exiliado? ¿El imbécil ese se ha atrevido a exiliarte?


Blooder chasqueó la lengua, sonriendo irónicamente.

— Un punto para el crío.

Christopher barrió con la mirada a Blooder. Sus ojos rojizos se entrecerraron y


brillaron con una intensidad mortal, contrastando con los mechones azulados de
su cabello.

— H. Guárdate tus comentarios, a nadie le importa.

Blooder rodó los ojos al ser reprochado por su amigo.

— Dioses que aburrido eres. Con los años te vuelves más amargo, viejo.
Deberías salir más a menudo y divertirte. Búscate una mujer que te caliente la
cama y le ponga algo de color a tu rostro.

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Christopher ignoró los cáusticos comentarios de Blooder.

— Leif no perdamos más tiempo, ya le contarás más tarde al niño lo de tu exilio


forzoso, ahora debemos irnos. De camino a tu cabaña hemos avistado a una
avanzadilla de brujos. Están cazando indiscriminadamente, intentando por todos
los medios recuperar poder después de haber perdido su hogar. Si nos quedamos
aquí estaremos en peligro.

Leif asintió con la cabeza. No era momento para quedarse charlando. No cuando
por los alrededores de su cabaña buscaban indicios de asentamientos de criaturas
mágicas, los brujos que atacaron su hogar.

— Tienes razón Christopher. Gaby, amor, ve al cuarto y haz las maletas —


Recoge nuestros pasaportes y algo de dinero, lo necesitaremos. Le transmitió
mentalmente —. Debemos irnos ahora.

Ante el tono grave de voz de su esposo, Gabrielle no se atrevió a protestar.


Después de advertirle con la mirada a Jared deseando que fuese lo
suficientemente sensato como para comportarse, fue corriendo al cuarto que
compartía con su esposo. Pensando que debía guardar en la bolsa pues
probablemente esa noche sería la última vez que durmiese en su cabaña.

Jared esperó a que su tía saliese del salón para preguntar abiertamente.

— ¿Cuál es la situación real?

Leif esbozó una débil sonrisa con amargura.

— Estamos siendo cazados. Los brujos cada vez son más fuertes. Su poder
aumenta cada vez que derraman nuestra sangre.

Los lycans están huyendo de sus tierras. Ningún ser inmortal está a salvo
mientras esos brujos permanezcan con vida.

Jared asintió. Estaba de acuerdo con su tío. El mal debía ser erradicado. Debían
acabar con los brujos.

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Sonrió mentalmente al pensar en la caída de esos mortales.

Al fin obtendría su venganza.

No descansaría hasta bailar sobre las tumbas de los bastardos que acabaron con
su familia.

— ¿Y cómo cojones acabaron estos dos asesinos de nuestro lado?

Blooder le contestó sarcásticamente.

— Niño, el único culo al que quiero salvar es el mío, el de nadie más. Tu vida
me importa una mierda. Es más si mueres nos harás un favor a todos al
entretener a los brujos.

Jared le miró sin esconder el intenso odio que sentía por él.

— No me des la espalda asesino, pues serás tú el que entretenga a los brujos.

Christopher los acalló gruñendo en alto. El poder que emanó los amedrentó.

El antiguo estaba de pie mirando fijamente a un punto lejano de la ventana,


concentrado. Sus colmillos se alargaron y se veían a través de sus rosados labios.
Sus cabellos azulados se escaparon de la coleta que los mantenía presos y se
mecieron largos y suavemente con cada movimiento que hizo.

— Silencio. Ya están aquí. Debemos irnos ahora mismo — se volteó y miró


fijamente a Jared. Sus ojos rojizos, hizo temblar internamente a Jared. Eran
espeluznantes —. Ve a por tu compañera.

¡No esperes más! No hay tiempo que perder — gritó, sobresaltando a todos.

Leif se acercó a la ventana. Después de mirar hacia fuera, preguntó en alto.

— ¡No saltaron las alarmas! Es imposible que hayan visto esta cabaña.

Blooder sacó de su cinturón una par de dagas.

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— Leif, nunca dudes de la capacidad de Christopher. Si él dice que viene a por


nosotros, si fuera tú iría a por tu mujer y saldría corriendo de este lugar.

Leif cerró los ojos y se comunicó con su esposa mentalmente.

Gaby cariño, es hora de irnos.

— Jared ve a por…

— Sí tío, no hace falta que me lo repitas. Estaré con vosotros en cinco minutos.

Christopher le contestó mostrando sus largos colmillos.


— Que sean tres.

Jared corrió sin mirar atrás rumbo al segundo piso. Abrió la puerta de golpe y
despertó a Sharon con el portazo.

— ¿Qué pasa? — preguntó con voz soñolienta.

Jared se arrodilló a su lado.

— Sharon cariño debemos irnos.

La mujer parpadeó aún confusa, su mente estaba despertando lentamente. El


sueño aún la confundía.

— Por qué….

Jared le acarició la frente con dulzura.

— Los brujos que sobrevivieron al ataque de la mansión se acercan, buscan


criaturas de la noche para absorber sus poderes.

Sharon se levantó de golpe. Su rostro mostraba verdadero temor. Sujetándose de


los hombros del hombre, le preguntó.

— ¿No me dejarás sola? Yo no…

Jared la acalló con un beso. Atrayéndola después con sus brazos acunando su
cabeza contra su hombro.

— Chist, pequeña. Nunca estarás sola. Siempre estaré a tu lado.

Sabía que no había tiempo que perder, pero para él lo más importante en esos
momentos era calmar a su mujer.

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Susurrándole palabras de cariño al oído Jared logró calmarla, hasta que ella
permitió que la dejase unos segundos sola en la cama.

Cuando regresó junto a ella con un abrigo de piel y un par de botas altas, la
vistió y la tomó en brazos.

— No te preocupes pequeña. Iremos a un lugar seguro.

Sharon asintió, mirándolo con absoluta confianza. Se dejó llevar en brazos. Aún
se sentía cansada. Le abrazó y apoyó su cabeza en su hombro.

— Confío en ti — susurró la joven en voz baja quedándose dormida después de


decirlo.

Jared sonrió, bajando con cuidado las escaleras, escuchando el ajetreo de los
demás vampiros que se preparaban para salir de la cabaña.

— Debes ser la única, mi amor. Debes ser la única.

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-11-

Avanzaron durante una hora, escondiéndose entre las sombras.

El grupo de vampiros se movían de prisa corriendo sin pausa, sin mirar atrás. A
su alrededor los brujos intentaban cercarlos, rodeándoles, pero los vampiros más
antiguos acostumbrados a la caza lograron despistarlos.

A pocos metros de llegar a la guarida donde iban a ocultarse, unos brujos se


interpusieron en su camino.

— Pero que tenemos aquí — graznó uno de los hombres sonriendo


maléficamente, saboreando de antemano la dulce captura que suponía un grupo
numeroso de vampiros fugitivos.

— Esta noche es nuestra noche de suerte. Seis chupasangres para nosotros solos
— Humedeciéndose los labios, comentó —. Toca uno por cabeza.

Blooder fue el primero en romper el silencio. Carcajeándose mientras sacaba las


dagas se dirigió al jefe del grupo de brujos.

— Brujo, esta noche has cavado tu propia tumba. Estaba esperando entrar en
acción y vosotros seréis mi saco de boxeo.

El brujo bufó rodando los ojos. No creía las amenazas del vampiro. Para el
hombre, los vampiros estaban en clara desventaja.

Esa noche se sentían fuertes, ya habían cazado horas antes y el poder de los
licántropos que cazaron corría por sus venas, aumentando su magia. Se sentían
poderosos, invencibles.


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No iban a echarse atrás. Lucharían a muerte hasta tener los corazones de sus
presas en sus manos.

Christopher se adelantó a todos. Sin decir palabra se abalanzó sobre el jefe del
grupo y lo degolló con sus garras salpicando con su sangre el suelo.

Los brujos al ver caer muerto a su jefe jadearon de terror. No habían visto al
vampiro. Éste se había movido tan velozmente que había desaparecido por unos
instantes de sus vistas para aparecer al lado del cuerpo degollado de su jefe.

— Ostias, es un antiguo. Tenemos un vampiro antiguo ante nosotros —


murmuró consternado uno de los asustados brujos que dio un paso hacia atrás
chocando con otro compañero.

Blooder chasqueó la lengua mirando fijamente el charco de sangre que había


alrededor del cadáver.

— Coño viejo, siempre desperdicias comida. No te enseñó tu madre a


aprovechar hasta la última gota de sangre.

Christopher le gruñó mostrándole los colmillos.

— No estoy para tus juegos, H. Carguémonos a estos brujos y continuemos


nuestro camino.
Leif se interpuso entre los dos Guerreros.

— No podéis ir matando a mortales porque se interpongan en vuestro camino.


Solo debemos cazar si es por hambre o si estamos en peligro.

Blooder lo miró alzando las cejas. Apoyando una de sus dagas en su mentón, le
comentó con ironía.

— Y que me dices el estar delante de unos bastardos que huelen a sangre de lobo
y empuñan unas dagas ceremoniales manchadas de sangre de inocentes. ¿Es o no
es un buen momento para saciar nuestra sed?

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Leif se masajeó las sienes. Le dolía la cabeza. Odiaba que sus hermanos de raza
matasen indiscriminadamente, pero él los había llamado pidiendo auxilio. Desde
que Dominic le comunicó, mientras descansaba en el sueño diurno, que el
Príncipe le había condenado públicamente al exilio al enterarse que fue él quien
puso en su contra a los Guerreros de su propio clan, no dudó en contactar con
esos malditos trastornados

— Mierda. Haced lo que queráis pero por los dioses, no perdamos más tiempo.
Me estoy congelando en estas putas montañas.
Christopher sonrió con una mueca de burla.

— Cómo si necesitásemos tu permiso — sus ojos brillaron con intensidad. Sus


pupilas desaparecieron y su iris cobró intensidad, el rojo de sus ojos llameó con
vida propia. Los mortales temblaron al mirarle. Su gran poder era evidente. —.
Bien H. los dos gilipollas de la izquierda son tuyos.

Blooder protestó. No estaba de acuerdo. Parecía un niño pequeño al que le


quitaban su juguete nuevo.

— Ya te vale Christopher, ya te has cargado a uno. Y si no recuerdo mal, si


quitamos a seis uno quedan….

— Cero brujos — les gritó Jared cansado de tanta estupidez.

Con su compañera en brazos, Jared fulminó con la mirada a los brujos y estos se
quemaron instantáneamente sin darles tiempo a gritar, reduciéndose en cuestión
de segundos a cenizas que se esparcieron por el suelo en cinco montones. Si los
vampiros se asombraron del alcance de sus poderes no lo mostraron. De todos
era sabido que los hijos nacidos de dos especies inmortales diferentes poseían
características de ambas razas. Eran casos muy extraños y contados, pero muy
poderosos. Jared poseía la destreza y la fuerza de un vampiro junto con el
dominio del fuego al ser su padre un

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brujo. Su cuerpo soportaba la afluencia de dos poderes opuestos que luchaban
por tener el control de sus sentimientos. Él no fue entrenado de joven para
aprender a usar su poder que desarrolló sin tener que absorber la energía vital de
otro ser humano. Los brujos de nacimiento eran incapaces de realizar conjuros
de magia sin haber absorbido antes energía, bien sea matando y extrayendo el
corazón de su víctima o por el acto sexual, donde se desprendía gran cantidad de
energía. Jared, por el contrario, sí podía acceder libremente a su núcleo mágico y
disponer de él, repercutiendo tan solo en su estado físico, agotándolo. Por suerte
para él, su herencia vampírica por parte de su madre y hermana de Leif le curaba
las heridas con rapidez y mermaba los efectos del uso de magia.

Blooder quedó con la boca abierta y las dagas en sus manos dispuestas a dar
caza. Lanzando una maldición, se volteó y se enfrentó a Jared que mantenía su
vista en los restos humeantes de los brujos.

— Quien te ha pedido vela en este entierro, niñato. Esos brujos eran míos. Mis
amigas deseaban su sangre — Giró las dagas en sus manos, la plata centelleó
con la luz de la luna — Eres un maldito aguafiestas.

Christopher se ató los cabellos con una coleta baja. Y después de patear uno de
los montoncitos de ceniza, le ordenó que se callase a Blooder, que seguía
despotricando contra un sonriente Jared.

— Ya basta Herbert.....

— Joder, viejo prefiero que me llames H, si insistes en recordar viejos tiempos.


No quiero ni oír mi nombre otra vez.

Christopher bufó.

— Pues deja de comportarte como un crío. — Christopher observó al frente


entrecerrando los ojos, olisqueando el aire,

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buscando cualquier vestigio de magia en el ambiente —. No hay más brujos por


esta zona. Es hora de entrar en la Zona.

Leif suspiró y abrazó a su compañera que permanecía silenciosa cohibida ante la


imponente presencia de los vampiros antiguos.

Gabrielle no se sentía a gusto rodeado de otros seres de su especie. A pesar de


haber nacido como vampiresa hacía más de tres siglos, aún no aceptaba del todo
la necesidad de cazar criaturas vivas para poder sobrevivir. Ella solo bebía la
sangre de su esposo. No aceptaba beber de nadie más. Por eso tuvieron que
abandonar la mansión principal de su clan. Dejar atrás las intrigas y las matanzas
en grupo, celebradas como fiestas de unión entre hermanos de raza.

— Tranquila mi amor, dentro de poco estaremos a salvo.

Gabrielle cerró los ojos y apoyó su cabeza en su hombro. Se abrazó a él


deseando que le transmitiese parte de su confianza.

Odiaba sentirse tan indefensa. El mundo en el que se movía era oscuro y plagado
de sangre y venganza. La muerte formaba parte de sus vidas y por más que
quisiese acostumbrarse a eso su mente, su corazón aún lloraba de pena y
compasión por las víctimas.

Jared se posicionó a su derecha, rozándole el brazo con las piernas laxas de su


compañera.

— Vamos, abriremos la puerta a la Zona y podremos descansar esta noche.


Leif miró con curiosidad a su sobrino.

— ¿Acaso sabes dónde queda?

Jared torció los labios en un gesto de burla.

— Todos los exiliados conocen este lugar. La Zona fue creada para albergar a las
criaturas que son rechazadas por los suyos, así que…— paseó su mirada por el
grupo —. No os sorprendáis si os encontráis lycans, hechiceros o kelpies. Todos
los que fueron expulsados de sus tierras son bien recibidos en la Zona.

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Blooder bostezó visiblemente.

— Bla, bla, bla… Corta el rollo, tío. Entremos de una puta vez.

Estoy hambriento y necesito emborracharme para olvidar que me has jodido una
buena lucha.

Jared lo fulminó con la mirada, pero las palabras de Christopher que conjuró la
visibilidad de la puerta, lo mantuvieron silencioso.

Leif mantuvo su completa atención en lo que estaba aconteciendo. Era la


primera vez que presenciaba como se rompían las barreras del espacio y aparecía
delante de ellos una grieta que lentamente tomó la forma de una puerta
entreabierta por la que se podía escuchar el ruido de actividad.

— Entremos.

En silencio cada uno de ellos obedeció la orden de Christopher, atravesando las


barreras del lugar e ingresando en un mundo completamente diferente. En el que
el aire era más denso y siempre hacía calor, en el que el sol del día era tibio y no
les dañaba la piel ni los quemaba. Era un mundo echo para el disfrute de todas
las razas de inmortales, un lugar oculto a los hombres y solo revelado a las almas
malditas que vagaban por la tierra para otorgarles un poco de paz.

— Dios mío esto es asombroso — musitó en voz baja Gabrielle mirando con
curiosidad lo que sus ojos le abarcaban. Los niños corrían felices por el valle
detrás de una pelota. Los lycans jugaban con vampiros sin que importase su
procedencia.

— Te corrijo cielo. Este lugar es el paraíso. Christopher si me necesitas estoy en


la taberna.

Blooder le guiñó un ojo a Gabrielle antes de alejarse de ellos en busca de un


trago y una mujer a la que saborear toda la noche.

Christopher no manifestó sentimiento alguno ante la repentina marcha de su


amigo.

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— Acompañadme, os llevaré hasta Almaike. Él es quien anota a todos los que


deciden refugiarse en estas tierras. Os dará unos cuartos para que podáis
descansar.

No tardaron en encontrar al tal Almaike, el hombre que controlaba el lugar.

Para sorpresa de Leif y Gabrielle que era la primera vez que visitaban estas
tierras, el jefe que llevaba todo el cotarro no era más que un muchacho que no
aparentaba tener más de veinte años y que vestía completamente de negro con
piercings en sus cejas y labios.

— ¿Qué pasa Chris? Cuánto tiempo, veo que aún estás vivo. Oí lo que te pasó en
Vancouver. ¡Qué putada tío! — le saludó palmeándole la mano —. Pero que
tenemos aquí…— los miró uno a uno hasta detenerse unos segundos en la
dormida joven —.

Demonios J, esto va a traer problemas.

Jared abrazó con posesivamente a Sharon. Si ella no era bien recibida, se irían
lejos.

— Si nadie se entera de quien es ella, no habrá problemas K.

además…..— entrecerró los ojos y bajó el tono de voz —. Te recuerdo que me


debes unas cuantas.

Almaike levantó las manos en señal de rendición.

— Está bien J. Por ser tú. Eso sí, si descubren que ella es…. — “una bruja. Ella
estará en peligro si se enteran de quien es. Puedo oler tu sangre en su cuerpo, tu
olor oculta su esencia mágica. Pero si la descubren…” le dijo mentalmente no
permitiéndose pronunciar esas palabras en alto por miedo a que alguien la
escuchase y sus temores se cumpliesen —. Tendrás que abandonar este lugar.
Jared asintió.

— Tienes mi palabra, K.

Almaike asintió con la cabeza.

— Llegado el momento te lo recordaré.

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Ante el tono enigmático de su voz, Jared le preguntó.

— ¿Acaso sabes algo? No me digas que has tenido una de tus visiones.

Almaike sonrió y chasqueando la lengua le contestó.

— Que te puedo decir, amigo. Tu destino está lleno de lucha, pero también de
esperanza. Es lo único que debes saber.

Sin añadir nada más, Almaike desapareció en medio de una pantalla de humo,
como si fuese un espectáculo de un mago local.

Jared le insultó en varios idiomas. Odiaba que hiciese eso.


Un carraspeó atrajo su atención. Una mujer los miraba retorciéndose las manos,
nerviosa.

— Perdonadme…mi señor Almaike me pidió que os indicase vuestras


habitaciones. Seguidme por favor.

El trayecto a su cuarto se le hizo eterno. Jared esquivó con gruñidos y miradas


amenazantes las numerosas preguntas de los amigos que se refugiaban en
aquellas tierras.

Una vez en su cuarto depositó a Sharon en la cama y buscó en el cuarto de baño


un vaso de agua.

La cogió en sus brazos y la movió un poco para ver si despertaba.

— Sharon, abre la boca y bebe. Tienes que beber.

Sharon gimió y entreabrió los ojos.

— Tengo calor — susurró.

— Lo sé, pequeña. Dentro de poco te sentirás mejor. Pero ahora bebe. Necesitas
hidratarte — le posó el vaso en los labios y vertió un poco del líquido teniendo
mucho cuidado en no ahogar a la joven.

Sharon bebió con avidez. Sentía mucha sed, y el agua que bebía fue un bálsamo
reconfortante para su dolorido cuerpo.

— ¿Dónde estamos? — preguntó una vez saciada.

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Dejando el vaso en la mesita de noche que había al lado de la cama, Jared la


miró fijamente, como si buscase leerle su corazón y le contestó.

— Estamos en la Zona — Al ver su mirada confusa Jared le explicó—. La Zona


es un lugar protegido con magia antigua en la que vienen las criaturas que son
perseguidas o despreciadas por los suyos. Aquí están a salvo de…

— Nosotros — murmuró con voz débil.

Jared le acarició la mejilla.

— Sí, muchacha. Vienen aquí huyendo de los brujos.

— Lo siento.

Jared negó con la cabeza.

— No tienes que pedir perdón, Sharon. No tienes culpa de tener un padre como
ese.

Sharon le miró a la cara. La amargura que transmitía con las palabras y los
gestos el hombre solo podía ser debido a que él sufrió lo mismo que ella, el
repudio por ser quien era, según entendió cuando escuchó la conversación a
gritos entre Jared y su tío en la cabaña.

Deseaba saber que le había ocurrido. Consolarle.

Pero él era orgulloso, no aceptaría de buen grado que lo consolase. Tendría que
esperar a que fuese él mismo quien le contase su historia.

Bostezó, estirándose como un felino.

Jared la obligó a que se tumbase de nuevo.

Sharon protestó. Estaba harta de estar tumbada. Aún se sentía un poco


indispuesta, pero no se le iba a pasar porque se quedase tirada en cama todo el
día. Además, sentía curiosidad. Quería conocer todo acerca de ese lugar. Si era
tan seguro como le dijo Jared podría traer a sus hermanas y mantenerlas a salvo
tal y como le

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correspondía cuando aceptó el cargo que le dejó su madre al morir.

Ella era la actual Sacerdotisa que debía velar por el bienestar y supervivencia de
las demás brujas. Un juramento y una responsabilidad que le transmitió su madre
antes de quitarse la vida.

— No. Aún estás cansada. Quédate en la cama.

— No — se negó Sharon mirándole con los ojos chispeantes —.

No soporto más estar tumbada en la cama. Estoy harta de descansar.


Estoy aburrida de no hacer nada. Quiero levantarme de una vez y…

Jared la silenció con un beso.

Sharon dejó de protestar.

Gimió contra sus labios y se dejó llevar. Luchando con su lengua por el control,
jadeando al sentir como la mordisqueaba con suavidad los labios obligándola a
entreabrir los labios permitiéndole que la saborease a fondo.

Protestó cuando el beso cesó.

— Quien te dijo que solo se puede descansar en la cama. Qué poca imaginación
tienes, Sharon — Jared sonrió seductoramente acostándose al lado de ella,
tomándola la cara con sus manos. Bajó el tono de su voz —. Vas a ser mía — al
sentirla temblar, con los ojos momentáneamente nublados por los malos
recuerdos, Jared la tranquilizó besándole la frente —…Yo seré tuyo. Tu cuerpo
me aceptará y disfrutarás con nuestra unión.

Sharon entrecerró los ojos, respirando con dificultad. No podía creerle. Aunque
quisiese la desconfianza de que todo fuese una trampa, no la dejaba respirar
bien.

Como si le leyese la mente Jared susurró.

— No debes temerme Sharon. Daría gustoso mi vida por ti de ser necesario —


La subyugó con su apasionada mirada, cautivándola con la pasión que se veía en
el fondo de sus ojos —. Eres mi compañera, mi destino, la única mujer de mi
vida.

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Sharon resopló. No le creía. ¡Qué era la única mujer de su vida!

¡Ja! Ella había presenciado como se desposaban amigos suyos y después de unos
idílicos años se separaban. Por desgracia el amor para siempre no existía.

— Es mentira. No te creo. ¿Cómo voy a ser la única para ti? He visto como
tratáis a las mujeres. Las utilizáis como objetos y las desecháis. El amor no tiene
espacio para los de tu especie.

— Sí que lo tiene, Sharon. Mi raza solo se empareja una vez.

Habrá vampiros que no escuchen la llamada de sus compañeras, o bien son


humanos convertidos. Pero los vampiros de sangre, condenados a la eternidad
desde el día de su nacimiento, sólo tenemos un alma gemela. Una mujer
destinada a nosotros. Creí que era una leyenda, pero cuando oí tú voz supe que
eras tú. Mi compañera. Mi esposa.

Sharon le examinó entrecerrando los ojos.

— Hablas de ti mismo como si no fueses vampiro — después de unos segundos


en que pudo sentir como Jared se puso tenso, le preguntó finalmente —. ¿Qué
eres?

Jared suspiró derrotado. Había llegado el momento. No podía seguir


ocultándoselo más. Ella merecía saber la verdad. Y por los dioses que
conseguiría que lo aceptase tal y como era, pues el amor consistía en admirar las
virtudes pero también en aceptar los defectos y no procurar cambiar al ser
amado.

— Sharon, soy mestizo.

La mujer alzó las cejas en un gesto que le exigía que continuase.

Jared finalmente le dijo.

— Mi madre era vampiresa, hermana de sangre de Leif — Sharon abrió la boca


para contestarle pero Jared la silenció posándole un dedo sobre sus labios —.
No, escúchame primero, luego

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repróchame todo lo que desees. — Sharon asintió con la cabeza —.

Mi padre era un brujo del clan del fuego.

Esperó que le gritase, pero le sorprendió. Sharon se quedó callada, mirándolo


fijamente. Por su mente no pasaba nada. Los segundos de espera se le hicieron
eternos. Si le rechazaba se sentiría morir Su madre, su propia madre le había
odiado, su familia le había condenado y exiliado….su compañera……por los
dioses…….ella no, por todo lo sagrado que no lo rechazase.

— Eres un vampiro… mestizo— musitó con voz neutral Sharon.


Jared cerró los ojos y esperó oír sus insultos. No quería ver el asco reflejado en
su rostro. Pero ella nuevamente le sorprendió —. Eres único — Jared abrió los
ojos tembloroso al sentir sus caricias en su mejilla —. Eres especial Jared, como
tú me dijiste, no te puedo condenar por tus padres. No me importa que seas, me
salvaste, me diste esperanza cuando mi corazón estaba vacío. No me importa que
seas un chupasangre — murmuró asombrada al sentir que sus palabras eran
verdaderas. No le importaba que Jared fuese un vampiro. Después de todo,
durante los días de su encierro en los calabozos aprendió que no importaba la
procedencia, sino lo que se guardaba en el corazón.

Jared sonrió.

— Mitad chupasangre, querida. Acuérdate que también soy brujo.

Sharon resopló, rodando los ojos.

— Bonita herencia la tuya.

Jared torció el labio en una sincera sonrisa. Se sentía inmensamente feliz. Su


corazón saltaba con furia en su pecho. El motivo. Muy simple. Su compañera no
le había rechazado. A pesar del odio que sentía la joven hacia los vampiros, fue
capaz de verle

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como hombre y no como el monstruo sediento de sangre que se suponía que era.

Por fin había encontrado a alguien que no le juzgase por su procedencia. Que no
tuviese en cuenta su sangre, la herencia que corría por sus venas. Uno de sus
mayores temores era ser rechazado también por la compañera que eligiese para
pasar con ella la eternidad. La diosa que creó al primer vampiro sobre la tierra
los maldijo con un sencillo hechizo. Solo se unirían una vez en su vida a un
alma, después de haberse unido no había marcha atrás, quedaría
irremediablemente atado a esa persona hasta el fin de su existencia.

Miró con cariño a su compañera. Definitivamente había elegido bien.

— Jared, yo…— dudó unos segundos —. Quiero preguntarte algo, ¿este lugar es
seguro?

Jared le revolvió los cabellos.

— Sí, muchacha es seguro. No temas, nada malo te sucederá.

Sharon le golpeó la mano.

— No me trates como una niña. Se muy bien que al ser bruja los que habitan en
este lugar se pondrán en mi contra.

Los ojos de Jared brillaron.

Se inclinó sobre ella y lamiéndole los labios, sorprendiéndola, le susurró al oído.

— Ah, Sharon nunca te vería como una niña. Eres toda una mujer…carnal,
apetitosa,….caliente. Y por los demás, no te preocupes, estaré a tu lado. No te
tocarán un pelo. En cambio yo….

Sharon gimió cuando Jared se tumbó encima de ella. Su fuerte cuerpo la


aplastaba y no le importaba. No tenía miedo.

A pesar de que tenía un hombre encima de ella con la clara intención de joderla,
no tenía miedo. Su cuerpo no temblaba de temor, se estremecía por la espera.


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Deseaba sentirlo sobre ella, dentro de ella. Que le mostrase la belleza de ese
acto, que por culpa de los atroces rituales de apareamiento se había convertido a
sus ojos en una cruel tortura.

Jared le lamió el cuello, raspándola con su rugosa lengua.

— Ah, mujer me deseas. Puedo oler tu excitación. Tu cuerpo rezuma,


llamándome.

Sharon intentó contestarle pero de su garganta solo salían murmullos que no se


comprendían y gemidos rotos por la desesperación.

— Lo huelo. Es dulce. Apetitoso. Estás húmeda y excitada — Jared rasgó su


camisa y la lanzó al suelo —. Esta noche serás completamente mía. No hay
vuelta atrás. Completaré el ritual y te convertiré en mi compañera — Acarició la
tersa piel de Sharon —.

Gozarás toda la noche, Sharon.

Sharon cerró los ojos y arqueó la espalda. Las oscuras palabras del hombre
resonaron con fuerza en su mente. Iba a ser suya, y por todos los demonios del
infierno.

¡No le importaba en absoluto!


Jared sonrió mientras le acariciaba con sus labios la sensible base del cuello de
su mujer. Sentía el almizcle olor de su deseo mezclado con el picante aroma de
su cuerpo, y esa combinación era explosiva para él. Lo excitaba.

Al fin eres mía.

Se recostó encima de ella y pasó sus manos por sus pechos delineando una
imaginaria línea desde el cuello hasta el ombligo. Se sentía fascinado al ver
como la joven respondía tan ardientemente a sus caricias.

El cuerpo de Sharon estaba marcado de arañazos y mordiscos de otros seres que


osaron tocarla, pero a pesar del horror que había vivido se entregaba a él con
absoluta confianza.

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Casi con devoción, Jared le besó uno de sus pechos, mordisqueando con
suavidad su pezón hasta que éste se endureció bajo su lengua. Los gemidos que
escapaban de la boca entreabierta de la mujer eran afrodisíacos.

Estaba perdiendo el control de su cuerpo.

Pero antes de poseerla la haría acabar, que culminase de placer. Su orgullo de


hombre no le permitía saborear él solo el clímax de la pasión.
Sharon le acariciaba la cabeza sumergiendo sus dedos en su sedosa cabellera,
tironeando suavemente, al sentir como el deseo apremiaba en su interior. Estaba
ardiendo por dentro y por fuera, contoneando la cadera al tiempo en que Jared la
besaba con adoración.

— Jared…— susurró con voz entrecortada.

Sharon enfocó la mirada aturdida en Jared, gimiendo sin control. Jared le lamía
el interior de sus muslos, acariciando con suavidad los depilados pliegues de su
sexo.

Cuando la rasposa lengua de Jared se sumergió en su interior, poseyéndola,


tensándola hasta el borde de romperse en mil pedazos.

La estaba amando con la boca, lamiendo con frenética intensidad los pliegues
internos de su sexo mordisqueando casualmente su hinchado clítoris,
provocándole una corriente de electricidad que recorría todo su cuerpo.

Jared bebió de ella hasta que la dulce humedad que rezumaba la mujer, recorrió
los muslos mojando las aterciopeladas sábanas.

— Jared, por favor…— le suplicó con la voz ronca.

Jared apretó los dientes, la pasión le consumía por dentro. Su control se había
desmoronado. Conteniendo el aliento, Jared salió de entre sus piernas y se estiró
sobre su cuerpo apoyándose con los brazos para no aplastar a Sharon.

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— No puedo aguantarlo más…..— gruñó con voz tensa y el cuerpo rígido.

Sharon gimoteó y lloriqueó, agradecida. No quería más preliminares, lo ansiaba


en su interior duro, fuerte,….los mimos para otro momento.

— Entonces a qué esperas — Sharon elevó la cadera y se frotó contra su


henchida verga provocando que Jared maldijese en alto —.

Jódeme.

Acariciándole la mejilla, Jared la miró fijamente a los ojos y susurró.

— Esta noche te amaré Sharon, no lo olvides.

Sharon sonrió. Su corazón saltó de alegría al ver con que amor la miró. Con una
sonrisa seductora le incriminó: — Si sigues de cháchara no creo que lleguemos a
mucho.

Jared torció la sonrisa, abriéndole las piernas con la rodilla y rozando con la
punta de su verga la humedecida entrada de la mujer.

— Eres peligrosa, Sharon, puedes volver locos a los hombres con tu sonrisa, con
tus labios….con tu cuerpo — susurró roncamente, frotándose contra el cálido
cuerpo de ella.

Sharon le rodeó la cadera con sus piernas. Se abrazó a él pasándole los brazos
por los hombros, acercándole más a ella.

— Sólo deseo volverte loco a ti. Quiero que pierdas el control por mí.

El corazón de Jared saltó de alegría. En los ojos de ella no había rastro de dudas
ni de miedo. Solo absoluta confianza y deseo.

— Pues has salido vencedora, guerrera. Me has esclavizado con tu cuerpo.


Y pasó a demostrárselo, empujó dentro de ella con una fuerte acometida que
provocó un gemido ronco de Sharon.

Jared cerró los ojos.

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Estar dentro de ella era un sueño. Las paredes de la vagina le abrazaban la verga
succionándola desde la punta a la base.

Sharon no tuvo que suplicarle que se moviese, Jared nada más entrar comenzó a
moverse suavemente entrando y saliendo de ella gruñendo roncamente.

La meció con poderosas acometidas, frotando sus cuerpos sudorosos y calientes.


Los segundos se convirtieron en horas, incluso en días, el placer que los unía les
calentaba la sangre y les producía temblores exquisitos por todo el cuerpo.

Sharon le mordisqueó el mentón clavándole las uñas en la espalda, marcándole


como suyo. Jared disfrutó al sentir el dolor cuando las uñas se clavaron en su
carne hasta provocarle sangre.

Ante el olor de la sangre, Jared sintió el impulso de morderla, sus colmillos se


alargaron y su boca se entreabrió. Pero antes de morderla se aseguraría que no
temiese ese acto, que no le trajese malos recuerdos en un momento tan mágico.
Si intercambiaba sangre con Sharon en esos momentos la uniría a él por toda la
eternidad.

— Puedo beber de ti…— comenzó Jared besándole el cuello.

Sharon se tensó pero solo durante unos segundos. En cuanto miró que el hombre
que estaba dentro y sobre ella era Jared no dudó, se ofreció a él completamente,
mostrándole el cuello.

— Hazlo. Muérdeme.

No sintió dolor alguno. Los afilados colmillos de Jared se abrieron paso por su
piel, hasta perforar la yugular y comenzó a succionar bebiendo con avidez su
cálida sangre. Que bebiese de ella le produjo gran placer.

Gimiendo, Sharon cerró los ojos y agarró las sábanas tirando de ellas.

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Jared bebió su sangre sin dejar de poseer su cuerpo. Su verga entraba y salía con
movimientos rápidos y precisos, danzando un antiguo baile.

Pasados unos segundos en los que sus corazones latieron al unísono y la sangre
se mezcló caldeando sus almas y uniéndolos de por vida como compañeros,
Jared echó la cabeza para atrás y gruñó en alto, después de lamer las heridas
producidas por sus colmillos.

Sharon parpadeó confusa, perdida en los intensos sentimientos que bullían en su


interior lanzándola de cabeza al cielo, que no tardó en tocar cuando estalló en
miles de pedazos sacudiéndose presa de temblores y gritando el nombre de
Jared.

Cuando las estrechas paredes de la vagina de la joven se cerraron atrapándolo en


su interior, Jared explotó, vertiendo su simiente en lo profundo de la matriz.

Los dos cabalgaron la cima del clímax durante unos intensos segundos,
acabando desplomados sobre la cama, satisfechos, colmados en cuerpo y alma.

Jared intentó calmar su agitado corazón y su respiración, tumbándose al lado de


ella a acercándola hasta abrazarla.

— Al fin te encontré. Mi compañera. Mi alma gemela — Susurró —. Eres mía


para siempre.

Sharon bostezó, estaba cansada. La había agotado, la pérdida de sangre y el


intenso placer que sintió. Al escucharle, Sharon no pudo dejar de pensar.

Sólo hasta que el destino nos separe Jared. Mi padre no descansará hasta que
Deborah y yo estemos en su poder. Él no permite la deserción y preferirá vernos
muertas antes que admitir que ha cometido un error. Estaremos juntos solo hasta
ese momento.

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-12-

Un golpe seco en la puerta los despertó a los dos.

— ¿Qué pasa? — preguntó somnolienta Sharon incorporándose de lado y


quedando apoyada con los codos sobre la almohada — ¿Ha sucedido algo? ¿Nos
han descubierto? ¿Ya nos tenemos que ir?

Jared la cubrió con la sábana y se levantó.

— Quédate en la cama, Sharon. Descansa. Iré a ver quien nos molesta.

Antes de que Sharon pudiese contestarle, Jared se apareció al lado de la puerta al


otro extremo del cuarto. El vampiro se había movido a gran velocidad, siendo
casi imperceptible para el ojo humano.

Jared eran poderoso y Sharon cuanto más le conocía más orgullosa se sentía de
haberlo elegido como su Guardián. Pues a pesar de lo que la gente creía, una
bruja sólo abría su corazón una vez, con la persona que se sintiese
completamente a salvo, una vez tocada por esa persona, lo marcaba como su
guardián, abriendo desde ese mágico momento su corazón.

Jared era su Guardián.

Él le había salvado la vida. La había defendido. Tuvo paciencia con ella a pesar
de ser una criatura de carácter orgulloso y no muy acostumbrado a no obtener
inmediatamente lo que deseaba.

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Pero su futuro junto a él era incierto.

Su deber como alta sacerdotisa era poner a salvo a las mujeres de su clan que
sobrevivieron al ataque. Aunque le torturase tener que dejarlo, no podía darle la
espalda a sus funciones como sacerdotisa.

Había prometido con sangre a su madre que las protegería a todas, mientras veía
impotente como su madre perdía la vida dentro de un círculo de sal dibujado por
ella.

La grave voz del tío de Jared la devolvió al presente alejando de su mente los
dolorosos recuerdos que le dañaban el alma de la noche en que su madre, la
anterior Sacerdotisa, cambió su destino al suicidarse para transmitirle su poder y
mantenerla a salvo de las manipulaciones de su padre. Pero, por desgracia, su
sacrificio no sirvió de nada. William oprimió a las mujeres del clan, vengándose
de la traición de su esposa, jurando no volver a caer en la debilidad del amor.

Alejando la tristeza que la atormentaba Sharon observó como Leif miraba con
los ojos entrecerrados a Jared.

— ¡Cúbrete!

Jared se cruzó de brazos y se apoyó contra el marco de la puerta.

— No me digas Leif que te avergüenza verme desnudo. No preciso vestirme


pues cuando acabes de decirme lo que con tanta urgencia te obligó a acudir a mi
cuarto, tengo la intención de regresar al lecho con mi compañera.

Leif rechinó los dientes ante las palabras burlonas del joven.

— No es pudor Jared, pero no deseo ver las marcas de tu pecho. Me traen malos
recuerdos.

Jared gruñó.

— A quien debería joderle estas marcas es a mí, al fin y al cabo esa noche casi
muero por su culpa.

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— ¡No tuve culpa de lo que ella te hizo! — explotó Leif dando un paso hacia
delante y cerrando los puños. El recuerdo de Jared, con un puñal en el pecho le
acompañaría por el resto de su vida —. Si mal no recuerdo fuiste tu quien dijo
que no se volvería hablar de ese tema — desvió la mirada, sintiéndose
nuevamente culpable al no haber previsto que su hermana intentaría acabar con
la vida de su hijo, al sufrir una fuerte depresión.

Los ojos de Jared relucieron con peligrosidad en la penumbra del pasillo,


instintivamente Leif dio un paso hacia atrás, poniendo distancia. Su sobrino
podía llegar a perder el control y no estaba muy seguro que Jared se controlase si
decidía saldar las viejas cuantas que tenía con él.

— Esa historia es pasado... — arrastró las palabras con amargura Jared —. No


discutiré contigo. Sé muy bien lo que opinas, así que, ¿para qué intentar hacerte
ver que estás equivocado? — Comenzó a cerrar la puerta, antes de dar un
portazo, le aconsejó—.

Recuerda tío que yo solo era un bebé cuando todo sucedió, ¿Qué culpa tenía yo?
Yo no fui quien cometió el pecado de unirse a otra especie, de permitir que el
fruto de aquella unión creciera. Tu hermana fue quien cometió el error, quien me
condenó, y tú no hiciste nada cuando debiste protegerme. Recuérdalo, Leif.

Recuérdalo.

Jared cerró la puerta de un portazo fuerte que rompió el tenso silencio. Sentía la
mirada preocupada de su compañera sobre él, pero no estaba preparado para
contarle acerca de su pasado.

Los recuerdos eran muy dolorosos aún hoy en día para él, debía sanar su
corazón, limpiar su alma del odio y del rencor para poder confiárselo a Sharon,
sin que la maldad la salpicase.

Jared cerró los ojos, y se apoyó en la puerta. Levantó la cabeza y rozó con las
yemas de su mano derecha las marcas visibles

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que había en su pecho a la altura de su corazón. Unas marcas que le habían


acompañado desde que era un bebé y que cada vez que veía recordaba la traición
extrema que era capaz los de su especie.

Acuchillar a su propia sangre. Desear ver muerto a un inocente.

— ¿Jared estás bien?

Jared abrió los ojos y fijó su mirada en los ojos de Sharon, bebiendo de ellos,
encontrando una paz en la turbulencia de sus sentimientos.

— Estoy bien, pequeña. No te preocupes por mi — se apareció a su lado y se


tumbó junto a ella. Sharon buscó que la abrazase apoyando su cabeza en su
pecho y besando dulcemente las marcas de su pecho. Dando un respingo al sentir
su roce, Jared la tomó en sus brazos y sonrió —. A tu lado me siento pleno.
Contigo en mis brazos sé lo que es ser amado…. — le susurró —. Valió la pena
el dolor que pasé, al fin te encontré.

Sharon sonrió contra su piel.

— ¿No deberías vestirte? Tu tío quería hablarte y parecía urgente — le preguntó.

Jared suspiró con dramatismo.

— Ah, mujer es que me haces perder la noción del tiempo.

A regañadientes se levantó de la cama y buscó la ropa. Tras ponerse el pantalón,


la camisa y los zapatos, Jared regresó a la cama.

— Descansa un poco más Sharon, ya te aviso cuando sea la hora para cenar —
con un dramatismo que hizo reír a la joven Jared se despidió de ella y salió del
cuarto, encontrándose a su tío esperándolo en el pasillo.

— Jared yo…

El joven vampiro le cortó con un gesto.


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— ¿Por qué motivo interrumpiste mi encuentro sexual con mi compañera?

Leif no le quedó otra que aceptar que su sobrino no quería sus disculpas.
Carraspeando, le contestó, poniendo rumbo a las escaleras que daban a la planta
inferior de la casa principal de la Zona.

—Nos ha llegado nuevas noticias de unos supervivientes de la masacre.


Consiguieron salir de las celdas y han venido aquí para refugiarse.

— Bravo por ellos — ironizó Jared siguiendo de cerca de Leif —.

¿Pero qué importancia tiene eso? Semanalmente llegan nuevos refugiados aquí.
Por si no lo recuerdas pasé en este sitio más de treinta años después de que me
echaseis.

Leif pasó por alto las pullas de su sobrino y le explicó la situación


pacientemente.

— Estos supervivientes han estado encerrados en los calabozos durante años,


han aprendido las crueldades de los que son capaces esos mortales con su propia
carne. No debemos cometer nuevamente el error de subestimar a los humanos
solo porque no son inmortales.

Noche a noche salen de caza y están exterminándonos.


Jared soltó una seca carcajada, atrayendo la atención de los vampiros que se
hallaban reunidos en el salón principal de la mansión.

— Acaso no te dije lo mismo hace años. — Leif se mantuvo silencioso —.


¿Quieres que te recuerde lo que me contestaste, tío?

Por suerte para Leif, Christopher se hizo cargo de la situación.

— Si luchamos entre nosotros, nos debilitaremos. Así que... — sus ojos se


volvieron rojos inyectados de sangre —. ¡Callaos de una puta vez!

Blooder fue el único que se rió ante la amenaza de su amigo. Él no le temía, lo


conocía desde la época en que corrían desnudos y

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mugrientos por las calles empedradas de Roma en busca de migajas de comida.

— Bien amigo siempre consigues dejar a la gente con la boca abierta —


Christopher le contestó gruñendo —. Me encanta cuando me sonríes con ese
encanto tuyo, cielo.

Christopher le acalló cubriéndole la boca con un hechizo que le pegó los labios,
silenciándolo.

— Ahora si todos estáis de acuerdo — nadie de los presentes protestó —.


Comenzaremos la reunión. Almaike cuando quieras.

Almaike que hasta ese momento había permanecido callado, observando desde
las sombras las discusiones de los vampiros, dio un paso posicionándose al
frente de la gran mesa de madera.

Después de pasear su mirada por los presentes, comenzó.

— Según parece la actividad de los brujos se ha potenciado en estos últimos


años, las muertes que han causado se cuentan por miles. — ignoró el gruñido
salvaje de Blooder que permanecía de pie y cruzado de brazos apoyado en una
de las columnas de la sala con la espalda siempre a buen recaudo —.
Inexplicablemente esos mortales han conseguido unos poderes que consiguen
dañarnos.

Arrasan allá donde van, destruyéndolo todo sin arrepentimientos. La paz que se
firmó hace siglos ha sido quebrada, ha llegado la hora de reunirnos las razas
inmortales y acabar con los brujos.

Jared se tensó al escuchar eso último. Si lo que Almaike sugería se lleva a cabo y
se reunían de nuevo los guerreros de las quince razas inmortales, su mujer estaría
en problemas, joder ni él mismo se libraría de la caza. Cualquier ser que por sus
venas corriese sangre de brujo sería perseguido y aniquilado.

— No te preocupes J, sólo se cazará a los asesinos, los niños y las mujeres serán
indultadas de la caza.

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Soltando una palabrota Jared le increpó, pasando por alto el apodo infantil que le
dio Almaike cuando lo recogió en La Zona. Por más que le protestara su amigo
seguía llamándole J, acortando su nombre y reduciéndoselo a una consonante
que cuando la pronunciaba en alto parecía que estaba llamando a un perro.

— Maldito infierno, odio cuando me lees la mente Almaike. ¡No lo vuelvas


hacer, joder!

— No es culpa mía, niño, eres un libro abierto.

Jared bufó y rodó los ojos.

— Sí, claro. Un libro abierto.

Christopher golpeó la mesa con los dedos repiqueteando impacientemente.

— Almaike a lo que íbamos, ve al grano. No disponemos de mucho tiempo.

Blooder se rascó la barbilla en un gesto pensativo y con recochineo en la voz le


contestó a su impaciente amigo que seguía sentado en una de las cómodas sillas
que había alrededor de la mesa, una vez finalizado el hechizo silenciador que
duraba apenas unos minutos.

— Demonios amigo, esa mujer si que te la debe chupar bien para que te vuelvas
tan impaciente.

Christopher dio un puñetazo en la mesa.

— Ese no es el caso, tan solo tengo prisa. Este asunto es muy urgente.

Jared no desaprovechó la oportunidad para burlarse de su ex – torturador.

— Como también debe ser urgente que te arranquen esa toalla y descubran a tu
impaciente amiguito.
— ¡Silencio, niño! — gritó Christopher levantándose de golpe.

La toalla que tenía atada a la cintura se soltó, cayendo al suelo.

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Blooder rió.

Jared sonrió torciendo el gesto.

Leif tosió ocultando el ataque de risa que le invadía, el único que permanecía
inalterable era Almaike.

— Ah, amigo. Tú no estás con una mujer, estás con una tigresa — comentó
risueño Blooder mirando fijamente las marcas de arañazos y mordiscos que
cubrían el desnudo cuerpo de Christopher.

— Es una mujer lobo…— Blooder rompió a reír de nuevo —.

Maldición, cambiemos de tema. Centrémonos en las nuevas noticias.

Leif decidió intervenir.

— Cúbrete Christopher. Blooder deja de reír o acabarás con tu cabeza sobre la


mesa.

— Me hubieses avisado tío que traía la cámara de fotos. Este imbécil


decapitado… — señaló con la cabeza a Blooder que se miraba las garras con
gesto aburrido —…y ese con cara de yo lo sé todo completamente desnudo,…
esas fotos valdrían millones.

Sorprendiendo a todos Blooder le soltó.

— Chico, cada vez me gustas más.

— Puedes meterte tus amables palabras por el culo — susurró Jared rodando los
ojos.

Una voz de mujer los silenció a todos.

— Una pelea de gallos en la Zona, ver para creer…Almaike sigues tan permisivo
como siempre.

La dueña de esa ronca voz apareció al lado de Almaike. Los vampiros


retrocedieron instintivamente un paso al no haber percibido la entrada de la
mujer en el cuarto. Parecía que simplemente se había transportado al salón sin
pasar por su lado.

La miraron de arriba abajo buscando indicios de su raza, pero nada de lo que


veían les aseguró al cien por cien una procedencia.

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Sus cabellos eran claros como los kelpies, pero sus ojos se parecían a los elfos
del reino de la oscuridad que moraban bajo tierra y que eran incapaces de
permanecer a la luz del sol. Era alta, de gran belleza, su porte era regio y segura
de sí misma. Cuando ella los miró percibieron parte de su poder y nos les gustó
sentirse indefensos ante otro ser.

Almaike sonrió a la recién llegada torciendo el gesto.

— Y tú sigues siendo tan inoportuna como siempre, anciana.

La mujer no se molestó al ser llamada anciana, al contrario se rió de él y se sentó


seductoramente encima de la mesa quedando de lado y mirando abiertamente a
los vampiros.

— Vaya, reunido con un grupo de malvados murciélagos, planeando venganza…


— ladeó la cabeza y frunció los labios como una niña pequeña enfurruñada —.
¡Y no me llamaste!

Almaike mostró un leve tic en una de sus cejas.

— Corrígeme si me equivoco, pero no juraste que ibas a comportarte bien.

Rhianny cerró los ojos unos instantes, meditando. Después de unos largos
segundos, abrió de nuevos los ojos y negó con la cabeza.

— Nop… no recuerdo haber echo esa promesa.

Almaike resopló.

— Ya. No lo recuerdas — Se burló con énfasis —. Ahora te disculparás


achacándolo a la edad.

— ¡Eh! — chilló indignada Rhianny golpeándole en el pecho con una onda


invisible de poder, empujándole unos centímetros hacia atrás —. Qué no soy tan
vieja, apenas te llevo unos siglos.
Almaike extendió las dos manos y las movió delante de la encarnada cara de
Rhianny.

— Quieres que te recuerde cuántos siglos me sacas…— le susurró sonriendo


burlonamente.

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Rhianny se cruzó de brazos y le dio la espalda. Para ella el tema se había


zanjado, no le gustaba nada que le recordasen cuantos milenios tenía a cuestas.

— Contadme que vais hacer para libraros de esos bastardos.

Blooder cruzó media sala en cuestión de milésimas de segundos hasta quedar


detrás de ella, desenfundando uno de sus puñales, apuntó con el frío metal la
descubierta garganta de la mujer.

— Antes de contestar a tus preguntas debes contestar las nuestras — Presionó


levemente el puñal, rasgando la aterciopelada piel, logrando que brotase unas
gotitas de sangre, Rhianny ni siquiera se movió ni dio señales de sentir el corte
— ¿Quién cojones eres?

Rhianny cerró los ojos y Blooder quedó congelado en el sitio, paralizado.


— Niño malo — murmuró Rhianny mientras retiraba el brazo del hombre y el
puñal de su cuello —. No debiste de haberme amenazado, no me gusta que me
amenacen — dijo mirándolo a los ojos con su rostro a escasos unos treinta
centímetros.

Como única respuesta el vampiro gruñía roncamente, surgiendo sus gruñidos del
interior de su garganta, resonando con fuerza.

Blooder estaba encolerizado, pero más con él mismo, ya que debía de haber
supuesto que la mujer era capaz de realizar magia.

Era de novatos atacar sin haber evaluado el poder de tu contrincante y él como


un maldito novato había caído en su propia trampa.

Pasando de ser el que llevaba la batuta a la espera que la mujer no le trinchase


con el puñal. Estaba indefenso ante ella, paralizado por una poderosa magia que
no podía ni percibir ni distinguir. Odiaba eso.

— No, niño. Tú nunca has sentido el odio auténtico.

Antes de que Almaike diese por finalizado el juego, Rhianny le arrebató de la


agarrotada mano el puñal a Blooder y liberándolo con un movimiento de manos,
le empujó contra la mesa.

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— Así recordarás que no debes jugar con el fuego, pequeño murciélago.

De un tirón Rhianny extendió el brazo de Blooder que se debatía gruñendo,


preocupado al ver que la mujer lo retenía con asombrosa facilidad y con fuerza
Rhianny le clavó el puñal en la mano, hundiendo el metal hasta atravesar la
madera, como si no fuese más que mantequilla.

Blooder siseó de dolor.

Almaike masculló una retahíla de maldiciones.

— Maldición, Rhianny, nada de asesinatos en estas tierras.

Rhianny arrancó el puñal y lo dejó al lado de la ensangrentada mano. Levantó


los brazos en señal de rendición y se acercó hasta Almaike.

— Tranquilo Almaike, que no lo iba a matar. Éste aún me sirve.

Jared silbó atrayendo la mirada de Rhianny sobre él.

— Mujer no me importa qué eres, pero ya me caes bien. Tienes mi completo


apoyo si quieres cargarte a ese gilipollas. Hasta te ayudaré a sujetándolo.

Rhianny le sonrió guiñándole un ojo.

— Ese es el espíritu que busco en un guerrero chico. Tendrás un papel


importante en la guerra que se avecina.

Leif alzó una ceja.

— ¿Guerra? — Preguntó con suspicacia —. Creía que tan solo íbamos a derrotar
a los brujos no iniciar una guerra a escala mundial.

Rhianny resopló con burla.

— Hablas con tranquilidad de acabar con unos mortales pero te extraña que la
califique de guerra…— lo miró ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos —.
Sois extraños.

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Mira quien fue a decirlo. Pensó Leif guardándose las miles de preguntas que le
rondaban por la mente para más tarde. Ya llegaría el momento en que sus dudas
se resolviesen.

Almaike se acercó a Rhianny y le susurró al oído unas palabras que nadie


entendió. Hablaba en un idioma que más que palabras parecían siseos y gruñidos
animales.

Rhianny cabeceó afirmativamente y se levantó.

— Tengo que dejaros chicos, fue un placer conoceros — Se despidió con la


mano, echándoles una última mirada —. Ya nos veremos pronto, mientras…os
aconsejo que descanséis... — riéndose desapareció de la misma manera en que
apareció, desvaneciéndose en la nada.

Jared fue el primero en hablar.

— ¿A qué vino su presencia en esta reunión? — miró fijamente a los ojos de su


viejo amigo como si buscase la verdad en ellos —.

¿Qué nos ocultas Almaike?


Almaike soltó un largo suspiro.

— Más de lo que me gustaría amigo mío, pero por vuestro bien por ahora no
debéis saber nada más.

Blooder le atacó, por sus venas aún corría la adrenalina después de la


confrontación que tuvo con la extraña mujer. La rabia, el deseo de sangre era
muy fuerte en su corazón y atacó sin pensarlo a Almaike, lanzándolo por los
aires.

Jared se puso delante de Blooder y le mostró los dientes y las garras.

— Como osas atacarle, él es el sacerdote de este lugar, aquí está prohibida la


lucha.

Blooder

se

rió

amargamente,

mostrándole

la

mano

ensangrentada.

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— Ya veo como funciona las cosas en este lugar. Quien cojones decide quién
debe sufrir daño y quien no.

— Te lo merecías bastardo, tú la atacaste antes de darle oportunidad a que se


explicase.

Blooder rugió con fuerza sacando uno de sus puñales.

— Mocoso impertinente, estás pidiendo a gritos que te recuerde cual es tu


posición en nuestra sociedad.

Blooder no pudo llevar a cabo su amenaza, en cuestión de segundos acabó


desmayado en el suelo, tirado al lado de sus puñales a los pies de Jared.

Jared se giró y buscó con la mirada al que desmayó al vampiro.

La magia utilizada era muy antigua, poderosa. Una magia pura, sin diluir.

No se asombró al encontrarse al inalterable Almaike mirando con ojos cansado


al dormido vampiro. Desde que Almaike lo acogió en la Zona hacía ya tanto
tiempo, presintió el gran poder que tenía ese hombre con aspecto de chico. Le
había curado las heridas con tan solo tocarle y le había abierto las puertas de su
casa sin censurarle su procedencia mestiza y prohibida. Él nunca le había mirado
mal ni le había preguntado por su pasado, por los motivos que le llevaron a
refugiarse en aquel mundo. Nunca le preguntaba nada a nadie, tan solo los
acogía con una de sus sonrisas sinceras y amables y los aceptaba como
miembros de su gran y peculiar familia.
— Bien, creo que la reunión acabó — repuso Christopher levantándose de la
silla y sujetando los bordes de la toalla con las manos —. Bonita reuniones
Almaike, me recordaron mis tiempos jóvenes — Antes de irse del salón rumbo
al cuarto que iba a compartir con la amante de ese día, le comunicó —. Mañana
a la noche saldré para reconocer los alrededores si vamos a juntar a los guerreros
para atacar a esos malditos es necesario saber cuantos de

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ellos quedan con vida. Intentaré ponerme en contacto con los guerreros de las
otras casas que estén cerca, y... — miró a Blooder — . Creo que lo dejaré dormir
aquí. Tendría que despertarlo, necesita beber sangre y un buen polvo, pero el
muy necio se niega a dejarse llevar por algo más que no sea el deseo de
venganza…. — negó con la cabeza como si le compadeciese —. Mierda de
autocompasión… Si el haber encontrado a la compañera y perderla te deja en ese
estado,.. me quitaron las ganas de encontrarla. El amor es una jodida maldición.

— No siempre.

Christopher miró a Leif.

— Eres afortunado, Leif. No siempre sale bien. Hay mujeres que no aceptan en
lo que las convertimos al hacerlas nuestras y acaban matándose. Lo que le
sucedió a la compañera de Blooder es... — frunció los labios y entrecerró los
ojos que brillaron con dolor —.
Tenerla entre tus brazos para luego verla como se desangra en tu lecho…. Es
mejor no conocer el amor, así nadie te dañará.

Christopher se fue del salón sin decir nada más, dejando silenciosos y pensativos
a los restantes hombres.

— En cierta manera, los compadezco.

Jared resopló cruzándose de brazos.

— No comparto tu opinión, Leif. Acepto que es horrible perder a lo que más


quieres pero eso no es excusa para cazar y torturar a inocentes como esos dos
hicieron. Nunca olvidaré lo que me hicieron.

Leif se le acercó y le palmeó la espalda.

— Te comprendo, Jared. Pero no busques venganza ahora, los necesitamos.

Almaike colocó su mano sobre el hombro de Jared y le dedicó una mirada


sincera.

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— Su destino ya está marcado amigo mío, y aunque te joda, caminaréis un largo


camino juntos.

— No hay quien te soporte cuando te pones en plan oráculo, Almaike.

Jared se apartó de ellos y caminó hasta la salida del cuarto.

En su cabeza bullían los acontecimientos recientes, desde la entrada de la


extraña mujer hasta la conexión que mantenía Almaike con ella. Muchas eran las
intrigas en aquella trama, pero como toda buena película al final el guión daba
un giro inesperado y les resolvería todas las preguntas. Mientras tanto,
procuraría vengarse de los asesinos de su familia de acogida y mantendría a
salvo a su compañera. Ahora ella corría grave peligro, su familia la buscaba para
matarla y los vampiros que participaran en la rebelión querrían acabar con ella
por ser descendiente de brujas.

— Jared, esta vez no te fallaré.

Al escuchar aquellas palabras en boca de su tío la garganta de Jared se cerró


ahogándolo de la angustia. De joven deseó escuchar precisamente aquellas
simples palabras, pero que encerraban todo lo importante en la vida. Confianza,
amor, seguridad. Cuando más lo necesitó no las tuvo y ahora… Jared siguió en
su camino. No le contestó, prefirió actuar como si no las hubiese escuchado.

Leif permaneció en silencio viendo como se alejaba de él nuevamente su


sobrino. Soltó una amarga maldición.

— ¿Cuando me perdonarás, Jared? Cometí un error al creer en mi hermana, al


apoyarla, te perdí.

Almaike apoyó su mano sobre su hombro.

— Dale tiempo es joven y su corazón aún no ha sanado del todo. La mujer


ayudará a que vea su pasado con otros ojos. Ella curará sus heridas y lo
conducirá de nuevo a su verdadera familia.

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Leif quiso creerle. Deseaba de todo corazón creer en sus palabras, pero la
experiencia que otorgaban los siglos le indicaba que la vida era una amarga
continuación de errores y desgracias en los que la felicidad era escasa y muy
preciada.

— Ha tenido cerca de un siglo para perdonarme. Si no ha querido hasta ahora…

— Está a vuestro lado, acudió a vosotros cuando más necesitaba ayuda. Él os


aprecia pero debe aprender a olvidar, a perdonar.

Leif se volvió para encarar a Almaike.

— Tus palabras son sabias, eres una caja de sorpresas joven.

El hombre sonrió encogiéndose de hombros.

— Nunca juzgues por la apariencia vampiro. He vivido más amaneceres que los
de tu especie, simplemente…— sonrió con encanto —. Me conservo muy bien.

Leif entrecerró los ojos. Odiaba cuando se ponían en plan oráculo. Las criaturas
que eran capaces de vislumbrar el futuro eran odiosas siempre diciendo que el
futuro ya estaba escrito pero sin soltar prenda de él por temor a cambiarlo. Pero
si sabían que iba a ocurrir porque no podían impedirlo.

Leif acabasteis la reunión, te extraño.

La voz de su mujer resonó fuerte en su mente. Cerró los ojos y le contestó.


Sí, Gabby dame cinco minutos.

Tienes cuatro minutos o empiezo sin ti.

Leif sonrió abiertamente cuando escuchó las burbujeantes carcajadas de su


compañera en su cabeza. Ella era el verdadero motivo, el único más bien, por el
que aún no se había vuelto loco.

Compadecía a los vampiros que perdían o rechazaban la oportunidad de


encontrar la paz junto a su media mitad. Si él la perdía caminaría

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sin pensarlo dos veces al amanecer, hasta sentir los rayos del sol destrozar el
cascarón que se habría convertido su cuerpo.

Cuando quedó a solas con Blooder, Almaike suspiró con dramatismo,


agachándose al lado del desmayado vampiro.

— Y ahora que se supone que voy a hacer contigo. Te dejo dormir la mona aquí
o te llevo a un cuarto — después de pensarlo unos minutos y sonriendo con un
gesto de auténtico diablillo, comentó en alto mientras se levantaba y se sacudía
la ropa —. Que pases una buena noche vampiro.

Silbando una antigua tonadilla de guerra que no se escuchaba desde hacía dos
mil años Almaike salió del salón cerrando las puertas. Con pasos seguros y sin
vacilar caminó hasta las puertas de entrada de la mansión.

Nada más abrir las puertas, saludó con la cabeza a unos jóvenes lycans que
regresaban de cazar animales para comer.

De pie ante las puertas contempló el mundo que había creado junto a sus
hermanos, un mundo de paz en el que todos pudiesen vivir sus vidas a pesar del
pasado, un lugar que estaba siendo amenazado por la codicia de los hombres.

Borró de su rostro la máscara de inocencia que llevaba puesta delante de los


seres que vivían en aquella tierra, para mirar con fijeza el horizonte. La mueca
de su rostro era seria, preocupada.

— Esto no ha hecho más que empezar — susurró cruzándose de brazos —. ¿Por


qué tuvisteis que romper los sellos? Imbéciles…No sabéis lo que habéis
liberado. Otro dato que necesita aclaración, que son los sellos, no importa que el
lo diga nosotros somos lectores podemos saberlo, pero no los personajes.

En el piso de arriba, en una de las habitaciones para los invitados, Sharon se


estaba duchando mientras hacía tiempo. Su compañero hacía una hora que había
bajado al salón para asistir a

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una reunión. Pero por más que quiso dormir, no pudo. Los nervios le impidieron
descansar y para no andar por el cuarto dando vueltas sin hacer nada, se decidió
por ducharse y relajarse un rato.

Sharon echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos dejando que el agua caliente
cayese por su rostro y bajase lentamente por su pecho.

Sonrió de gusto apoyando las manos en las baldosas. Le encantaba la sensación


del agua caliente por su espalda. Era relajante. Y el calor del agua le relajaba los
músculos doloridos.

Después de unos minutos bajo el chorro de agua caliente, Sharon se agachó y


buscó el bote de gel. Fue en ese instante cuando sintió que alguien más estaba
con ella en el pequeño cubículo de la ducha.

Se giró asustada, recordando instintivamente una mala experiencia de su pasado.

— Tranquila, Sharon. Soy yo.

— Jared…—susurró Sharon sonriendo a su compañero.

Jared correspondió su sonrisa, abrazándola.

— Ah, amor. Que bien hueles — le olisqueó los húmedos cabellos quedando
bajo el chorro de agua caliente.

— ¿Qué haces?

Jared se restregó contra ella. Estaba desnudo, visiblemente excitado.

—Tú que crees, preciosa.

— Pero…pero es imposible que quieras…— tartamudeó Sharon mirando con los


ojos abiertos la excitada verga de cabeza sonrosada.

Jared se rió cogiéndole la cabeza entre sus manos. Después de besarla,


saboreándola a fondo, mordisqueándole los labios hasta enrojecerlos, le contestó.

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— Sharon, hasta el día de mi muerte te desearé cada vez que te mire. Eres lo que
siempre deseé y…— la atrajo de nuevo a él acariciándole las nalgas, delineando
círculos en su tersa piel. —…es hora de recuperar los años perdidos.

Sharon se puso de puntillas y sonriendo le pasó los brazos alrededor de su


cuello.

— Que suerte la mía — Susurró con voz ronca —. Encontré mi dios del sexo,
que me enseñó que con amor todo es posible,....hasta desear que me tomes...con
fuerza —. Sharon sonrió al verle tragar con dificultad, tensándose su cuerpo.

Sus palabras le habían afectado, y Jared procedió a demostrarle lo dispuesto que


estaba a complacerla……completamente. No una sino varias veces durante el
resto de la noche, hasta que el día los acunó con sus dorados y cálidos rayos
proyectando sombras en sus rostros dormidos.

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-13-

Los habitantes de la Zona tardaron tres días en averiguar que entre los recién
llegados había una bruja. En cuanto el rumor se extendió por los centenares de
kilómetros que comprendía aquel mágico lugar, Almaike tuvo que enfrentarse a
varias facciones que estaban dispuestas a tomar la mansión principal por la
fuerza para buscar a la bruja y matarla.

La tensión que había en la Zona se podía palpar en el ambiente.

Almaike ya no podía seguir reteniendo más a los furiosos dispuestos a hacer


justicia por su cuenta. Esa noche le comunicaría la decisión que tomó a Jared.

— Solo espero amigo mío, que algún día me perdones por lo que va a suceder,
pero no puedo intervenir. Aunque quiera ayudarte, tengo las manos atadas —
murmuró removiendo la copa de sangre que tenía en sus manos sin dejar de
mirar el exterior desde su cuarto privado.

A las puertas del cuarto que ocupaba el protagonista de los pensamientos de


Almaike, Sharon esperaba impaciente en el marco de la puerta.

— Vamos Jared, quedamos para cenar a las nueve y son las nueve y media
llegamos tarde de nuevo.

Desde el cuarto de baño Jared le contestó alzando la voz.

— ¿Y de quien es la culpa?

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Sharon bufó apoyando las manos en la cadera.

— A mi no me eches la culpa murciélago pervertido, eras tú quien no me dejaba


levantarme de la cama.

Jared no lo negó.

— Sí tienes razón. Ve entonces preciosa, estaré listo en unos minutos. Te veré


abajo.

Sharon sonrió a su pesar.

— Está bien Jared. Te espero en el comedor.

Cerró la puerta tras ella y caminó por el pasillo.

Las mujeres que se cruzaban en su camino se apartaban de ella como si tuviese


la rabia. Eso la extrañó.

Esto es rarísimo. ¿Qué les pasa a estas mujeres?

Sienten envidia de tu belleza, preciosa.

Sharon sonrió, cerrando los ojos.

No conseguirás nada con halagos, Jared.

La grave voz de Jared la hizo reír.


No estés tan segura mi cielo. Tengo mucha labia.

Nadie te ha dicho que te lo tienes muy creído, vampiro.

Jared se carcajeó. El sonido de su risa entibió el corazón de Sharon.

Sólo tú cielo. Nunca antes me lo han dicho. Si quieres te muestro las buenas
referencias que tengo.

Sharon bufó.

Engreído. Debo ser la única que se cruzó en tu vida que tenía sentido.

La joven se quedó en silencio en cuanto entró en el salón.

Como en los anteriores días, alrededor de la mesa del comedor principal de la


mansión discutían acaloradamente los tíos de su compañero con los Guerreros
vampiros que acudieron a la llamada a la guerra. En menos de tres días su vida
cambió radicalmente y

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cuando antes odiaba a muerte a esa raza ahora se veía rodeada de chupasangres
que la trataban con naturalidad.

Paseó la mirada por el cuarto reparando en los tíos de Jared, como todas las
noches Leif gruñía a Blooder que se insinuaba a Gabrielle en cuanto se veía libre
del acoso de la hija pequeña de la amante de turno de Christopher.

Sharon miró a la niña que pasó cerca de ella en esos momentos y que era una
auténtica pesadilla para Blooder.

— ¡¡Tío Bloody!!

Sharon sonrió. Blooder al escuchar la voz de la cría puso mala cara y se levantó
poniéndose tieso.

La cría corrió por el cuarto hasta llegar junto a él.

— Cógeme en brazos, tío Bloody — le exigió la pequeña extendiendo los


brazos.

Blooder se echó hacia atrás.

— Yo no soy tu tío, niña. Que te coja tu madre — Entrecerró los ojos y buscó
con la mirada a la mujer lobo progenitora de la niña —.

¿Por cierto dónde cojones está tu madre?

— Mi mamá está con Chris. Me dijeron que bajase a cenar y que te buscase, que
me ibas a cuidar mientras ellos hablan.

Blooder masculló una maldición.

— Bravo por el Casanova, él la mete y los demás que se jodan.

— Eh, Blooder cuida esa lengua que hay menores presentes — le recriminó
Gabrielle.

Guiñándole un ojo a la mujer, Blooder le contestó.

— Por ti cielo me coseré la boca.

Leif se interpuso entre el vampiro y su compañera.


Casanova: fue un famoso aventurero veneciano. Se le conoció sobre todo como
un hombre famoso por sus conquistas amorosas, que llegaron a ser 132.

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— Haznos un favor a todos y tírate con una cuerda por un puente.

Blooder elevó una ceja sin comprender la amenaza en esas palabras.

— Ya hice puenting hace medio siglo.

Leif sonrió de lado.

— Si, pero a que no probaste a tirarte desnudo…— se calló al ver la sonrisa


pícara de Blooder y decidió gritarle — A la luz del mediodía.

Antes de que el Guerrero contestase a las amenazas de Leif, Sharon se vio


atrapada en unos fuertes brazos que la alzaron del suelo.

— Niña que gusto encontrarte.

Sharon se removió incómoda. Volteó la cabeza encontrándose con los relucientes


ojos llenos de vida de Markush. Había cambiado.
Ahora se veía feliz, con una sonrisa radiante en el rostro y unos cuantos kilos de
más en el cuerpo. Ya no parecía un esqueleto andante, su cuerpo había
recuperado la fuerza y los músculos de antaño. Sus cabellos estaban limpios,
recogidos en una coleta baja, y la ropa que llevaba ya no le quedaba grande, se
adhería a su cuerpo como una segunda piel.

— Tú…— susurró la joven en voz baja.

Markush sonrió abiertamente y la abrazó, estrechándola con fuerza entre sus


brazos.

Sharon quedó unos instantes paralizada. No se esperaba encontrarse con el


lycans en aquella mansión.

— Mmm, hueles muy bien, niña.

Sharon se revolvió en sus brazos. El lobo la olisqueaba, enterrando su rostro


entre sus cabellos. La estaba poniendo nerviosa.

Puenting: es un deporte extremo, concretamente, una modalidad de salto


encordado que se realiza desde puente con cuerda(s) dinámica(s) (de escalada)
en forma de péndulo.

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— Suéltame.

— Ya lo oíste chucho. Quita tus putas manos de mi mujer.

Sharon tembló al escuchar la inconfundible voz de Jared.

Markush la soltó y se giró enfrentándose al enfurecido vampiro.

Jared permanecía apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.
La furia se leía con claridad en su rostro, sus ojos relucían con peligrosidad y su
cuerpo estaba tenso, preparado para el ataque.

Un silencio sepulcral los rodeó, siendo roto segundos después por unas fuertes y
roncas carcajadas que desconcertó a Jared.

— Tranquilo vampiro, a mi no me van las morenas.

Jared no se convenció, gruñendo avanzó por el cuarto hasta quedar frente a


Markush y de un tirón lo alejó de su compañera.

— Mujer, ¿de qué conoces al lobo?

Sharon entrecerró los ojos. Los dedos de Jared se clavaron con fuerza en sus
hombros, seguramente marcándola, pero no le importó la muestra de furia del
vampiro, lo que verdaderamente le molestó fue que su compañero no confiase en
ella.

Enfurecida contestó fulminándole con la mirada.

— ¿De qué lo conozco? — Soltó una seca carcajada —. Pues pasé unas noches
inolvidables a su lado.

Jared siseó pero no la miraba a ella, le miraba a él.

Markush contestó a sus siseos mostrándole los colmillos que se curvaron hasta
asomarse por sus labios.

— No me tientes vampiro, que desde hace tiempo deseo hincarle el diente a uno
de los tuyos.
— Adelante perro, veremos quien acaba mal de los dos.

Sharon se interpuso entre los dos hombres, furiosa. Por culpa de esos dos ella era
nuevamente el centro de atención atrayendo las miradas de todos.

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Se sentía incómoda al notar que los presentes la culpaban de la furia de los


hombres y sus ansias asesinas.

— Ya basta. Por qué cojones tenéis que hacer este espectáculo.

— Muy bien dicho — Rhianny apareció tras ella con movimientos sigilosos y
felinos —. Los hombres a veces parecen niños jugando a ver quien es el más
macho — se encogió de hombros sacudiendo la cabeza con dramatismo —. Se
merecen unos azotes.

Markush caminó hacia Rhianny, sonriendo. Nada más alcanzarla la abrazó con
posesividad mirándola fijamente a los ojos.

— Soy todo tuyo mi diosa, cuando quieras dejaré que me azotes — susurró con
la voz enronquecida.

Rhianny sonrió abiertamente, enlazando sus brazos alrededor del cuello de


Markush. Alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos.

Estaba orgullosa de Markush, había elegido bien a su compañero.

Markush era todo lo que ella siempre deseó en un hombre. Fuerte, orgulloso, un
guerrero hermoso, surcado por las cicatrices de las batallas que libró y venció,
todo suyo……eternamente suyo.

— Recordaré tus palabras mi amor, entre tanto, podrías dejar de coquetear con
otras mujeres.

Markush soltó una carcajada.

— No me lo puedo creer, ¡estás celosa!

Rhianny se separó de él.

— ¡No lo estoy!

Markush seguía con una sonrisa revoloteando en sus labios, convencido de que
la mujer mentía.

Rhianny le rozó con las uñas el pechoñ.

— Si estuviese celosa chucho, te mataría. No comparto con nadie lo que es mío.

Jared silbó con admiración.

— Vaya mujer.

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— ¡Eh! — Sharon le golpeó en el hombro —. Recuerda quien es tu compañera.

Leif silbó utilizando los dedos de su mano izquierda, atrayendo con el agudo
silbido la atención de las personas que permanecían de pie obstruyendo la
entrada al comedor.

— Si ya habéis acabado la actuación sentaos en vuestros sitios que algunos


tenemos hambre.

Los primeros minutos de la cena fueron tensos y silenciosos.

Los comensales estaban sentados en sus respectivos asientos, picoteando de los


platos que tenían delante de ellos. Como cada noche, desde que residía en la
Zona, Sharon observaba intrigada como

los

vampiros

comían

tranquilamente

comida

mortal

compartiéndola con los lycans invitados por Almaike. Ella siempre creyó que los
chupasangres solo podían beber sangre, pero a pesar de lo que ella creyese los
vampiros consumían todo tipo de alimentos, disfrutando de los sabores y los
aromas de las comidas.

La cena de esa noche era copiosa. Los aromas de las diferentes comidas se
mezclaban en el aire, inundando con su suavidad cada rincón del comedor,
abriendo el hambre de los comensales.

Sharon picoteó sin muchas ganas el guisado, revolviendo las patatas. Se sentía
cansada. Su estómago estaba revuelto y a pesar de tener a su disposición decenas
de diferentes comidas exóticas, no sentía hambre. Miró la larga mesa. Además
de los familiares de Jared, cenaban en silencio los Guerreros vampiros junto a
mujeres que calentaban sus camas por las noches. Y Markush….bueno,…solo
tenía ojos para la mujer que la acompañaba.

— ¿Te encuentras bien pequeña?

Sharon miró a Gabrielle, al ver la preocupación relucir en los ojos de la tía de


Jared, esbozó una débil sonrisa.

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— Sí estoy bien — Gabrielle no la creyó, apretó los labios con disgusto. Sharon
sonrió abiertamente. La vampiresa la trataba con cariño, como si fuese parte de
su familia —. Bueno, me encuentro un poco mal, tengo el estómago revuelto.

Gabrielle la miró fijamente. Al llegar a su vientre sonrió.

No me gusta esa sonrisa.

— No te preocupes, tu malestar es natural. Pronto cesarán las náuseas.

— ¿Cómo sabes que tengo náuseas?

Gabrielle sonrió enigmáticamente.

— Me lo supuse — Le cogió las manos y las apretó entre las suyas —. Eres
afortunada, Sharon. Pocas mujeres pueden concebir una vez transformadas — su
voz se rasgó de dolor. Al mirar a los ojos a la joven compañera de su sobrino
parpadeó intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos
—. Yo no tuve esa suerte. No puedo tener hijos.

¡Estoy….! No puede ser verdad. ¿Cómo pudo suceder? las imágenes de los
momentos que compartió con Jared vinieron a su mente. Ejem…bueno si que
puede ser verdad, no tomé nada para…y claro…la ducha, la cama, el
escritorio… ¡Oh, diosa! Si es verdad que estoy embarazada todo se ha
complicado todo.

Gabrielle no tuvo necesidad de leerle la mente a la joven para saber que lo que
menos se esperaba era que estuviese embarazada.

Sin dejar de sonreír le cacheteó con cariño las manos de Sharon.

— Puede que me equivoque, Sharon — al verla en ese estado Gabrielle lamentó


sus palabras. Pero la alegría de tener nuevamente un bebé entre sus brazos le
hizo le olvidar la actual situación que estaban pasando.

— Diosa, pero si es verdad…Seré una carga, un blanco fácil para todos. Este
bebé será un peón más en esta guerra.

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Gabrielle asintió con la cabeza. Comprendía el temor de la joven.

— Si nadie lo sabe por ahora no habrá peligro, no crees.

La joven la miró sin entender.

— ¿Quieres que se lo oculte a Jared?

— Sí, por ahora es lo mejor. Aún no sabes si realmente estás embarazada —


confirmó Gabrielle, bajando la voz por si los hombres que se sentaban frente a
ellas dejaban de hablar con los demás Guerreros de los futuros planes de la
guerra —. Es mejor esperar hasta que estés segura.

Después de pensarlo detenidamente durante unos segundos, Sharon aceptó


finalmente la sugerencia de Gabrielle.

— Está bien, hasta que no esté segura no le diré nada a Jared.

Pero si llego a estar embarazada…

— No pienses ahora en eso, Sharon. Disfruta de estos momentos de paz y apoya


en todo momento a tu compañero.

Sharon se concentró en el plato, vaciando su mente. Su vida en menos de una


semana había dado un giro de ciento ochenta grados.
Ahora era la mujer de un mestizo, un vampiro que adoraba su cuerpo por las
noches y le ofrendaba su sangre alimentándola hasta que el éxtasis los consumía
a ambos. Podía estar embarazada y lo peor de todo, aunque le avergonzase su
herencia, ella seguía siguiendo la hija del enemigo número uno de la familia de
su compañero.

Estaba echa un lío. Necesitaba estar unos minutos a solas y pensar en todo lo que
se le avecinaba.

Sharon miró a Jared. Éste al sentir su mirada sobre él, la buscó con los ojos y
sonrió llegando la felicidad que reflejaba aquella sincera sonrisa a sus ojos.

Diosa eres tan hermoso.

Jared le guiñó un ojo.

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Bueno es saber que te atraigo, preciosa.

Sharon le echó la lengua.

Mira que te lo tienes creído, vampiro.


Al escuchar las risas de Jared en su cabeza Sharon se sintió feliz, radiante.
Instintivamente posó las manos en su vientre. Cerró los ojos, concentrándose.
Nunca esperó ser madre y ahora, y todo gracias al hombre que conseguía hacerla
reír, podría tener una pequeña niña entre sus brazos dentro de unos meses.

Sintió arcadas. Sharon boqueó varias veces intentando contener las ganas de
vomitar.

Jared se levantó.

— ¿Te encuentras bien Sharon?

Sharon cerró la boca con fuerza. Se levantó angustiada. Tenía que vomitar.

— Tengo...que...vo…vomitar.

Echó a correr. Salió del salón y corrió hasta el cuarto de baño de su dormitorio.
Nada más entrar al baño se arrodilló y vomitó todo el contenido de su estómago.

— Shh, ya pasó. No te fuerces — Jared le acarició la espalda mientras le


sujetaba el pelo para que no lo ensuciara. Al ver que seguía vomitando, aún a
pesar de haber vaciado su estómago, se preocupó. No era normal — Esta misma
tarde irás a ver al médico.

Sharon negó con la cabeza.

— No…— murmuró limpiándose la boca con papel higiénico —.

No quiero ir al médico.

Jared se arrodilló a su lado sin dejar de masajearle la espalda.

— Irás al médico.

Sharon le miró echando chispas por los ojos. Esta vez no iba a ceder. Si iba al
médico y la examinaba podrían averiguar que estaba

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encinta. Aunque….lo pensó unos segundos….quizás si lo visitaba, podía librarse


de las dudas.

— Quiero acostarme un rato — alzó la cabeza, mirándolo con evidente


cansancio grabado en su rostro.

Jared la abrazó llevándola en brazos hasta la cama.

Jared la acostó y la cubrió con las mantas.

— Traeré al médico a que te vea, tú espera aquí.

Sharon asintió y cerró los ojos. Le dolía la cabeza y la garganta.

Cada vez que vomitaba se agotaba, como si perdiese sus fuerzas con cada
arcada.

No se movería. Esperaría en la cama la llegada del médico. Sólo esperaba que no


se retorciera su estómago de nuevo, no creía que llegase hasta el cuarto de baño.

Soltando un suspiro, Sharon se giró y se cubrió hasta esconder la cabeza bajo las
mantas.

Descansaría un rato hasta…

No pudo pensar más. Su cuerpo desconectó, quedándose dormida.

Jared salió del cuarto sin hacer ruido. En el pasillo se encontró a Leif.
— ¿Se encuentra bien? Nos sorprendió a todos que saliera corriendo del
comedor.

Jared miró a su tío.

— No se encuentra muy bien. Ha estado vomitando. Voy a buscar al médico.


Quizás esté teniendo un rechazo a la conversión.

Leif asintió acompañándolo hasta llegar al piso de abajo a las puertas de la


mansión.

— Ve entonces, regresaré al comedor. Gabrielle querrá saber que le ha sucedido.

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El médico del lugar por suerte vivía cerca de la mansión principal. Jared
siguiendo las indicaciones de unas mujeres que encontró a esas horas en los
jardines que rodean la casa, llegó sin problemas hasta el médico. Cuando se
encontró delante de la puerta del doctor, golpeó con fuerza la madera, bramando
que abriesen.

Pasados unos segundos, un joven en bata negra le abrió la puerta. Jared pudo
oler que no era humano, ni vampiro. El hombre que se abrochaba la bata delante
de él ocultando de esa manera su desnudez pertenecía al clan Serpiens. Unos
seres que eran capaces de transformarse en serpientes y que vivían recluidos
alejados de los de su especie por su guerrera naturaleza. No podían coexistir dos
de ellos en el mismo territorio pues acababan luchando entre ellos hasta la
muerte.

— ¿Qué sucede? ¿A qué viene tanto grito?

— Vístase doctor, debe atender a mi compañera.

El hombre siseó moviendo la cabeza de un lado a otro con disconformidad.

— Vampiros, todos sois iguales. Se os va la cabeza por vuestras hembras.

Jared gruñó.

— Muérdase la lengua serpiente, y vístase.

— Ya voy, ya voy — dejó la puerta abierta y caminó hasta su cuarto, ignorando


las furibundas miradas que le dirigió Jared —. Que prisas tiene.

************

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Sharon se enjuagó la boca y escupió. Cuando había conseguido quedarse


dormida la despertó las terribles ganas de vomitar.

Consiguió levantarse y llegar al cuarto de baño antes de que expulsara lo que su


sufrido estómago contenía.

— No me puede estar pasando esto a mí— murmuró limpiándose la cara con la


toalla.

Con las manos apoyadas en la barriga regresó al cuarto. Al ver un espejo encima
de la cómoda se puso delante de el.

Rozó la fría estructura con los dedos. Estaba confusa. En cuestión de días había
pasado de ser la esclava de los brujos a ser la esposa de un sobreprotector
vampiro. Y ahora,…cabía la posibilidad de que estuviera encinta.

Su primer bebé.

Sharon sonrió.

Ojalá estuviera Deborah a mi lado.

Al mirar de nuevo el espejo recordó una manera para comunicarse, que solo las
mujeres de su raza podían emplear.

— No debería… Pueden descubrirme — miró hacia atrás. La puerta del cuarto


estaba cerrada. Jared aún tardaría unos minutos en llegar, si se daba prisa nadie
la descubriría —. Aprovecharé que nadie me ve ahora, para intentar contactar
con Deborah.

Se mordió el dedo anular y dibujó con la sangre un círculo en la fría superficie


del espejo. Su sangre abriría un portal que la comunicaría con su hermana,
estuviese donde estuviese la joven bruja.

— Ábrete para mí, muéstrame lo que deseo ver en estos momentos.


Lentamente dentro del círculo comenzó a verse la imagen de una habitación a
oscuras. Cuando el hechizo se completó, Sharon no pudo evitar jadear de
sorpresa por lo que vio.

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— Pero que coño….¡Deborah!

La joven bruja se despertó de golpe sobresaltada. Se incorporó hasta quedar


sentada en la cama y tapándose con las sábanas rojizas, preguntó con voz
somnolienta.

— ¿Sharon?

Sharon bufó cruzándose de brazos, irguiéndose delante del espejo.

— No, soy el lobo feroz — Se burló con voz chillona —. ¿Que significa eso? —
preguntó señalando al hombre acostado al lado de Deborah y que seguía
durmiendo a pesar de los gritos.

Deborah frunció el ceño.

— Es un hombre, hermana.
— Eso ya lo veo Deborah, no me tomes el pelo.

Deborah se burló ladeando la cabeza.

— No comprendo porque me gritas por estar con un hombre, hermana. Según


veo tú también te lo has pasado muy bien últimamente.

Sharon se tapó el cuello donde sabía que se veía con claridad los mordiscos
eróticos que le provocaba Jared en la cumbre del placer, cuando ambos tocaban
la frágil barrera del clímax. A su compañero le gustaba mordisquearla en la base
del cuello succionando su sangre, acelerando el ritmo del pulso hasta que sentía
que se rompía.

— No cambies de tema Deborah. ¡Qué coño haces en la cama con ese hombre!

— ¿Tú que crees que hago, jugar al ajedrez?

Por el bien de su salud mental, Sharon pasó en alto los irónicos comentarios de
su hermana, concentrándose en lo que iba a informarle.

— Deborah nuestro hogar ha sido destruido.

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La joven dejó escapar un grito de alegría, pero cuando sintió como se revolvió
en sueños su compañero de cama, se tapó la boca con las manos hasta que su
agitado corazón se calmó después de haber escuchado lo que por tanto tiempo
rezó para que sucediese.

— Si de verdad han destruido esa mansión no comprendo Sharon porque estás


con esa cara de perro.

— Cuando descubrimos que te fuiste qué crees que me pasó.

No hizo falta explicar nada más, la amargura en el tono de voz de su hermana


mayor, los leves temblores que recorrían su cuerpo instintivamente, eran pruebas
suficientes para saber que le había sucedido. Con el corazón estrujado por la
culpa Deborah, contestó.

— Lo siento mucho Sharon, nunca pretendí escaparme, pero tuve un pequeño


inconveniente.

— Ya lo veo.

Deborah cerró los ojos dolorida. Su hermana no le creía.

— Pero es la verdad hermana. Cuando estaba buscando una salida para las dos,
él me encontró y me secuestró.

— No te veo atada ni encadenada Deborah.

La joven bruja aguantó las ganas de llorar.

— ¡No me importa si no me crees! — Mintió a gritos, pues siempre tuvo muy en


cuenta la opinión de su hermana, buscando su aprobación y su mirada de orgullo
—. Es la verdad.

Sharon entrecerró los ojos.

— Eso da igual ahora Deborah, no dispongo de mucho tiempo.

Sólo quería avisarte del ataque a la mansión, y prevenirte. Los inmortales se


están reuniendo para cazar a los brujos ahora que son débiles. Si te encuentran
no dudarán en matarte.
Deborah miró al hombre que dormitaba con un brillo especial en los ojos.

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Él no lo permitiría. O al menos eso es lo que me repite hasta la saciedad —


Después de acariciarle los cabellos — Por cierto, ¿dónde te escondes hermana?

Sharon carraspeó nerviosa.

— En un lugar mágico llamado la Zona.

— ¿Y? ¿Dónde queda ese lugar? — preguntó con curiosidad Deborah — Estás a
salvo, ¿no?

Sharon dudó unos segundos antes de contestar.

— Bueno, estoy a salvo, pero….

— ¿Pero qué hermana?

— No hay que bajar la guardia Deborah, solo ten cuidado y recuerda mis
palabras.
La joven bruja abrió la boca, pero antes de que pudiese preguntarle a su hermana
Sharon, la conexión entre las dos comenzó a romperse. La magia que rodeaba la
mansión en la que estaba viviendo en esos momentos impedía de alguna manera
que la magia de su clan perdurase. De algún modo la raza del hombre que la
mantenía presa con sus caricias, habían conseguido dominar la energía que
poseían para crear unas barreras mágicas que repelían la magia de otras razas y
los mantenían seguros y alejados de la guerra que se fraguaba en aquel
continente.

Sharon al ver que la conexión se estaba desvaneciendo, se apresuró a preguntar.

— Deborah, ¿dónde estás?

Pero no tuvo oportunidad de escuchar su respuesta. El puente mágico que la unió


a su hermana se había cortado abruptamente sin darle la oportunidad de escuchar
la respuesta de Deborah.

— ¡Mierda! — Golpeó el cristal con rabia —. ¡Por qué te cortaste ahora! Joder.
No sé donde te encuentras Deborah.

Dio un paso hacia atrás, murmurando entre dientes.

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— Al menos sé que no estás herida.

Cuando iba a limpiar con una toalla la sangre del espejo para que cuando Jared
regresase al cuarto no se alarmase al oler su sangre, un agudo chillido la asustó.

— ¡Eres una bruja!

Al girarse Sharon se encontró con dos mujeres que la señalaban. Sus ojos
chispeaban con autentico odio.

¿Por qué no cerré la puerta con pestillo? Pensó la joven al darse de cuenta que
la habían descubierto, que esas dos curiosas mujeres al escuchar sus gritos
habían entreabierto la puerta del cuarto aprovechando que esta no estaba cerrada
y se habían quedado sorprendidas al ver como Sharon dominaba el fuego para
mantener el portal abierto.

Al ver como esas mujeres presas del odio que consumía sus corazones se
transformaban en animales, Sharon transmitió mentalmente a su compañero.

Jared, ven rápido. Te necesito.

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-14-

Jared. Te necesito.

— Demonios — masculló en alto Jared.

Rasters Serpiens, médico del lugar, miró con curiosidad al nervioso vampiro.

— ¿Sucede algo?

El vampiro ni le miró al contestarle.

— Espero que no — aumentó el ritmo de las zancadas Sharon, ¿estás bien? Voy
para ahí pequeña.

No obtuvo respuesta.

Contesta mujer.

Exigió, pero sin éxito.

— Maldición, sigue con vida Sharon — murmuró Jared poniéndose a correr al


no obtener respuesta de su compañera.

A su lado lo siguió Rasters, escudriñando el horizonte, preocupado al ver las


llamas que surgían de una habitación la segunda planta de la mansión principal.

Jared se estaba volviendo loco, con cada paso que lo acercaba a la mansión
sentía que la culpa por haberle fallado a su compañera se cerraba en torno a su
corazón. La opresión que sentía en esos momentos en su pecho le estaba
drenando la cordura, poniéndolo al borde de la locura.


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Si perdía a su hembra, solo le quedaría la venganza. Y después de vengarse,


nada. No habría nada de este mundo que lo mantuviese cuerdo. Abrazaría la
muerte como su única salvación.

— No pienses en morir joven. Aún no — Jared miró de reojo a su acompañante.


El serpiens le había leído la mente con facilidad —.

Eso es porque estás preocupado y te has olvidado de guardar tus pensamientos


con las barreras adecuadas. Esconde la preocupación y enfréntate a la realidad
con frialdad.

—Para ti es fácil decirlo, serpiente. Ella es…

— Lo más importante para ti en estos momentos. Lo sé. Me conozco esa canción


— Olisqueó el aire con su alargada lengua bífida —. Estás de suerte vampiro, la
mujer que tiene tu esencia en su cuerpo sigue con vida.

************

Al ver la destrucción que había provocado al intentar quitarse de encima a las


lobas, Sharon masculló una retahíla de maldiciones.

El cuarto en el que vivió tan buenos momentos estaba completamente


destrozado, irreconocible.

— Bruja…cof…cof….debes…mo-morir…

Una de las lobas había conseguido levantarse a pesar de haber recibido el


impacto de las llamas. Con las cuatro patas temblorosas, se disponía a atacar de
nuevo a Sharon.

— Por la diosa, quédate quieta loba. Tienes quemaduras graves, si sigues


moviéndote empeorarás.

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La loba ignoró sus palabras, siguió avanzando hacia ella boqueando con
dificultad por la pantalla de humo negro que las rodeaba.

— No importa… debo matarte… si tu mueres habré vengado la muerte de mi


macho.

Sintió su dolor. Esa loba luchaba contra sus fantasmas y por desgracia Sharon
representaba al enemigo.
Pobre. Ella perdió a su compañero. Si perdiese a Jared no sé como lo tomaría,
quizás haría igual que ella.

La loba atacó. Gruñendo se abalanzó sobre Sharon. Sin esfuerzo la joven bruja
se apartó. La loba se estrelló contra la calcinada cama, el golpe de su caída
resonó con fuerza.

— ¡Basta! — Gritó Sharon mirándola fijamente —. Comprendo tu dolor, pero yo


no cacé a tu macho. Con matarme no solucionarás nada.

La loba sonrió, recuperando su aspecto de humana incapaz de seguir


manteniendo por más tiempo su forma lupina.

— Una bruja muerta es un brujo menos, maldita.

Sharon se giró al escuchar la voz de la otra mujer detrás de ella, pero sus
movimientos no fueron lo suficientemente rápidos como para esquivar la garra
que se enterró en su estómago.

Escupiendo sangre al suelo, Sharon perdió el control de sus poderes. Al sentir el


horrible dolor que subía con rapidez por su estómago hasta nublarle la vista, el
fuego que hasta ese momento consiguió dominar, estalló en su interior.

Ante la mirada sorprendida y asustada de las mujeres, del cuerpo malherido de


Sharon surgieron unas llamas rojizas que calcinaron todo a su alrededor,
haciendo estallar los cristales del balcón iluminando el exterior con su
intensidad.

Las mujeres no se salvaron, murieron abrasadas por el fuego.

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La mansión tembló alertando a sus habitantes que salieron de los cuartos y de los
comedores buscando asustados la fuente de ese gran poder que conseguía alterar
de esa manera la estructura del edificio.

De uno de los comedores salieron corriendo Leif y Almaike junto a los demás al
escuchar los gritos de fuego. Tanto Leif como Gabrielle se temieron lo peor.

Cuando se encontraron a Jared entrando visiblemente alterado por las puertas de


la mansión, confirmaron sus sospechas que la causante de aquella energía
terrorífica era la joven bruja.

— Jared. ¿Qué ha sucedido?

— Sharon está en peligro, lo percibo — gritó comenzando a subir las escaleras


que lo conducirían hasta las habitaciones.

Almaike se interpuso en su camino.

— Ahora no Almaike, si te atreves a decirme te lo advertí o tenía yo razón, te


mato.

Almaike negó con la cabeza.

— Salva a tu hembra y luego vete, J. Es lo mejor para ambos.

Se apartó dejándole pasar.

Jared no perdió tiempo en contestarle. Él ya sabía que al haberse revelado la


verdadera naturaleza de Sharon debía abandonar la Zona. En cuanto el rumor de
la presencia de la bruja se confirmase, las criaturas rencorosas buscarían a la
joven para obtener algo de satisfacción con su muerte.

En cuanto llegó al cuarto, las llamas lo recibieron.

— ¡Cuidado Jared!

Jared miró a su tía que intentaba liberarse del agarre de Leif. Le habían seguido
sus tíos y los demás guerreros. Los guerreros mantenían detrás de ellos a las
mujeres que salían de sus cuartos para ver que sucedía. Hasta Blooder mantenía
una expresión de

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cautela en su rostro al ver de donde surgían las llamas, como si en esos


momentos se diese de cuenta de la magnitud del problema.

— No te preocupes. Sus llamas no pueden dañarme — aseguró Jared poniéndose


delante de la puerta siendo alcanzados por las llamas.

Al ver que su sobrino era rodeado por las llamas Gabrielle chilló con fuerza,
tirando hacia delante su cuerpo, liberándose de su compañero. Pero no llegó muy
lejos. Leif la atrapó a unos metros de la bola de fuego en que se convirtió Jared.

— ¡Suéltame Leif! — Chilló golpeándole en el pecho, mientras lloraba de


desesperación —. Jared es mi hijo.

Leif contempló con cariño a su compañera. Él también amaba a su sobrino como


si fuese su hijo. Lo que más lamentaba, sobre todo por su compañera, era que
Gabrielle al transformarse dejó de ser fértil, siendo incapaz de concebir un bebé.
Su vientre se secó y sus sueños de llenar la casa de pequeños se quebraron
amargándola hasta que tuvo entre sus brazos al pequeño Jared. Comprendía su
miedo, pero no por ello iba a permitir que se pusiese en peligro.

Jared había elegido su destino desde el momento en que eligió a esa joven como
su compañera para toda la eternidad, él no iba a entorpecer el camino tomado
por su sobrino.

— No,...déjame...debo ayudarle…

— Shh, pequeña, confía en Jared.

Gabrielle escondió el rostro entre los pliegues de la camisa de Leif, llorando en


silencio.

— Mirad — gritó uno de los presentes.

Las llamas que hasta ese momento rodearon a Jared se removieron en círculos,
hasta que finalmente se apagaron.

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Todos miraron con admiración y temor a la criatura que se erguía con la cabeza
echada hacia atrás, delante de la puerta del cuarto.

— ¿Jared? — preguntó con voz débil Gabrielle incapaz de creer que ese ser era
su adorado sobrino.

Pero la criatura en que se convirtió Jared la miró al escuchar su voz. Sus ojos
asustaron a los presentes, eran negros sin brillo. Su rostro no mostraba
sentimiento alguno, se mantenía inexpresivo, mirando a los presentes sin pararse
a mirar a uno fijamente. El color de su piel era veteada predominando el cobrizo
oscuro entre el azabache. Sus largos cabellos revoloteaban en el aire, danzando y
chispeando pues eran lenguas de intenso fuego. La ropa que vestía se había
quemado y en su lugar había aparecido unos extraños tatuajes que le cubría cada
centímetro de piel. Esa criatura estaba desnuda, cubierto de cicatrices y tatuajes,
mirándolos como si no los reconociese, rodeado de un aura que parecía consumir
el oxígeno del aire.

— No puede ser Jared.

— No juzgues por la apariencia, mi amor. Mira más allá — le recomendó Leif,


abrazándola —. Esa criatura es Jared — Leif intentó ocultar el miedo de su voz.
Ahora comprendía el temor del Rey de su clan cuando nació Jared. Un mestizo
era una criatura peligrosa, poderosa, temible. Siempre lo había creído, pero
ahora, al ver el poder devastador que bullía en el interior de su sobrino se
confirmaba sus creencias.

Extendiendo los brazos, Jared apagó las llamas que consumían las cortinas del
pasillo. El fuego desapareció de las humeantes cortinas para sumergirse en su
cuerpo. Absorbió todo el fuego que ponía en peligro las demás habitaciones y sin
mirar a sus tíos, para no ver en sus ojos el desagrado que por tanto tiempo le
persiguió por

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ser mestizo, Jared entró en su cuarto, buscando desesperadamente a Sharon.

Después de unos segundos, la localizó. Su compañera estaba cerca del balcón, en


trance. Con los brazos levantados, la cabeza echada hacia atrás y los ojos
cerrados, Sharon era parte del fuego, saboreando la destrucción que había a su
alrededor. La bruja había perdido el control. Sólo deseaba destruir lo que la
dañaba, cubrir el mundo con la oscuridad, calcinar todo a su alrededor.

Jared intentó llegar a ella a través de su mente.

Mujer, mírame. Debes calmar tu magia.

Sharon entreabrió los ojos.

— Ja-Jared — susurró roncamente enfocando sus perdidos ojos.

Su garganta ardía, como si hubiera tragado agua caliente y se hubiera quemado.

Sí, mi amor. Céntrate en mi voz. Así muy bien, ahora drena tu poder. Permite
que fluya despacio. Lentamente.

El cuerpo de Sharon se convulsionó, retorciéndose por el dolor.

Jared siguió avanzando hacia ella, absorbiendo las oleadas de llamas que la
joven bruja le lanzaba para alejarlo de ella.

— Tranquila, ahora estás a salvo. No luches, permite que el fuego se libere.


Sharon sufrió otro ataque, convulsionándose. Sus huesos crujieron por la
presión. Su cuerpo estaba a punto de estallar. Si no liberaba el fuego que pulsaba
por consumirla, por abrirse paso, Sharon se calcinaría.

Entreabrió los ojos.

— No...no...pue-puedo Jared. El fuego me llama.

Jared caminó los últimos metros que lo separaban con ella, y la abrazó.

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— Mírame, Sharon. No apartes tus ojos de mí — la joven abrió los ojos y enfocó
su atención sobre él —. Muy bien, mi amor. Ahora hazme caso, y permite que te
ayude a liberar tu poder.

Sharon cerró los ojos, negando con la cabeza.

— No, si lo hago puedo dañarte. No podrás absorber toda mi magia.

Jared la abrazó. Apoyó su mentón en la coronilla de la joven y susurró.

— Confía en mí, pequeña. Juré protegerte. Es mi deber como tu compañero.


— Ja-red.

Sharon cerró los ojos y se recostó sobre el pecho de Jared.

Entre sus brazos se sentía segura. Al lado de Jared nada malo le sucedería.
Confiaría en él.

A pesar del miedo de dañarle, Sharon permitió que su compañero comenzase a


invocar su magia absorbiendo el fuego que comenzó a resurgir de su interior con
una fuerza descomunal.

Jared apretó los dientes procurando no gruñir de dolor al sentir como su cuerpo
se resquebrajaba al absorber tal cantidad de magia.

Era la primera vez que realizaba un hechizo de retención y por todos los
demonios que estaba dispuesto a entregar su vida de ser necesario con tal de
salvar a la mujer.

Sharon gimió enterrando sus uñas en la espalda descubierta de Jared. El


ramalazo de dolor excitó a Jared. Alejando de su mente y de su pulsante verga el
intenso deseo de sumergirse en el cálido y estrecho interior de la hembra, Jared
susurró con la voz enronquecida.

— Aguanta pequeña, acabará todo dentro de poco.

La mujer asintió.

— Perdóname Jared.

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— No hay nada que perdonar, Sharon — Le acarició la cabeza —. Estoy


orgulloso de ser tu compañero.

Ninguno de los dos dijo nada más. El crepitar del fuego fue el único sonido que
se escuchó en lo que restó de hechizo. Lentamente el fuego se hizo más débil,
hasta que las últimas oleadas de llamas, vagaron con lentitud de un cuerpo a
otro, abrazándolos, entremezclándose, uniéndolos mágicamente.

En cuanto Sharon se vio liberada de la rabia del fuego, cayó rendida en los
brazos de Jared. Mientras ella aceptaba la oscuridad curativa, Jared apagó con
una ráfaga de viento los últimos vestigios de fuego que perduraban en las
cortinas y el colchón. Una vez que se cercioró que no había fuego, se vistió
haciendo aparecer sobre su cuerpo unos pantalones y unos zapatos, y salió del
cuarto con su mujer en brazos.

Nada más aparecer en el pasillo, Gabrielle corrió hacia ellos seguida de cerca de
Leif.

— Oh, Dios. Jared, ¿estás bien?

Al mirarla a los ojos Jared pudo percibir que su tía le temía.

Con voz ronca y rasgada como la hojarasca seca, le aseguró que se encontraba
bien, apaciguando la preocupación que mostró Gabrielle.

Leif lo observó detenidamente, apoyando una mano sobre el hombro derecho de


Jared cerca de donde se veía la horrible cicatriz que le quedó después de que su
propia hermana intentase acabar con la vida del joven.

Siento no haber comprendido tu dolor.

Jared se sobresaltó, pero su confusión sólo duró unos segundos.

No podías saber el monstruo que era.


Gabrielle le sonrió tímidamente.

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— No eres un monstruo Jared. Eres especial.

Jared sintió ganas de echarse a reír como un histérico. Él no se consideraba


especial, su maldita herencia le había exiliado de su familia. La mezcla de sangre
que corría por sus venas no fue más que un veneno que lo condenó al infierno en
la tierra.

Ahora ya daba igual.

Hace décadas habría dado todo lo que tenía por escuchar de los labios de sus tíos
que lo aceptaban tal y como era, que no le temían ni le odiaban. Pero ahora, le
era indiferente. Su pequeña bruja era la única que le importaba y ella le aceptaba.

— Debo irme — fue lo único que les contestó.

Después de eso, pasó al lado de sus tíos.

Las criaturas que habían acudido a esa planta para averiguar que era lo que había
pasado, al verlo caminar hacia ellas, salieron corriendo con sus crías de las
manos rumbo a sus cuartos. Sus alaridos temerosos perforaron la mente de Jared.
Nuevamente se alejaban de él chillando, mirándolo como la bestia que era en
realidad, odiando y temiendo en lo que se podía convertir cuando concentraba
los núcleos de magia que poseía su corazón.

Jared…

Al escuchar la tranquila voz de Sharon en su mente, Jared consiguió tranquilizar


su agitado corazón. Esta vez no estaba solo, no recorrería el mundo eternamente
solo. Sharon estaba a su lado, y aunque ella creyese que solo lo iba a estar
durante un corto periodo de tiempo, él se aseguraría que fuese hasta que la
muerte los reclamase a ambos.

— Buena suerte amigo.

Jared se paró y asintió con la cabeza.

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— Gracias, Almaike — se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras —. Por


todo.

Ante la mirada asustada de los curiosos, Jared bajó las escaleras manteniendo en
todo momento la guardia en alto.
En cuanto llegó frente a las puertas de entrada de la mansión, el doctor que fue a
buscar le paró posando su mano en la sudada cabeza de Sharon.

— Ella es tu compañera — Jared asintió silencioso. Después de unos segundos


en los que Rasters analizó el tembloroso cuerpo de la joven, le aconsejó —.
Cuídala bien, sufrirá en un futuro cercano una gran pérdida.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó receloso Jared.

Rasters suspiró. Estaba cansado de poder ver el futuro de la gente.

Era horrible vislumbrar lo malo que les iba a suceder a las personas que acudían
a él. Deseaba de todo corazón poder alguna vez ver algún suceso dichoso para
variar un poco.

— Sólo puedo decirte eso Vampiro, por vuestro bien es mejor que no sepáis nada
más.

Jared se enfureció.

— ¿Quién decide si quiero o no quiero saberlo? — le gritó —. Si le incumbe a


mi compañera debo saberlo.

Rasters negó con la cabeza.

— Os incumbe a ambos, pero no voy a decirte nada más. No insistas joven, sólo
te advertí porque me caíste bien.

— ¡Patética excusa matasanos! — chilló perdiendo el control Jared, sus ojos


volvieron a adquirir un tono rojizo, como si el monstruo que dormitaba en su
interior luchase por salir de nuevo —.

Dímelo ahora mismo si no deseas morir calcinado.

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— No preguntes más. Estás perdiendo un tiempo muy valioso.

Vete, aléjate a las montañas. Las lobas que mató tu compañera tienen familia en
esta zona, irán a por ella. No pierdas el tiempo preguntando — le aconsejó una
voz de mujer.

Jared se volteó para buscar a la dueña de esa voz, perdiendo de vista unos
instantes al médico serpiens que aprovechó para aparecerse en su cabaña y
alejarse del vampiro.

— Tú…— susurró Jared al reconocer a la mujer.

Apoyada contra el marco de la puerta de entrada, Rhianny miraba con


preocupación a la bruja.

Que cerca estuvimos de perderla.

Una gélida voz que sonaba lejana llegó a la mente de Rhianny.

Debes vigilarla, hermana. Ella nos hace falta para entrar a ese mundo. Sin su
sangre seguiremos atrapadas para siempre. Asegúrate que aún no muere.

Joder la que faltaba. Debía revisar las barreras de su mente para impedir que esa
arpía se colase en su cabeza siempre que lo desease.

Rhianny cerró los ojos y se masajeó la sien. Mantener una conversación con sus
hermanas era doloroso y le consumía mucha energía.
Rhianny, has escuchado mis órdenes.

Rhianny bufó en alto. ¿Qué si la había escuchado? Demonios, como no lo iba a


hacer. La estridente voz de su hermana mayor resonaba con fuerza en su mente,
acribillándola con cada palabra que le enviaba.

Si, coño. Te he escuchado. Viajaré con la joven y me aseguraré que se mantenga


con vida hasta que la necesitemos.

Muy bien Rhianny y…

Rhianny explotó.

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Basta Eirle. Me produces dolor de cabeza. Ya te contaré como sigue todo esto.
Hasta entonces mantente alejada de mi mente si no quieres que patee ese fofo
culo tuyo cuando te vea.

Su hermana se rió de sus amenazas. Escuchar las vibrantes carcajadas de Eirle en


su mente puso de mal humor a Rhianny.

Después de todo sus hermanas solo esperaban desde su hogar y ella era a la que
le tocaba pasear entre los mortales.
Bueno, admitió a regañadientes. No era tan malo después de todo, gracias a que
perdió una apuesta había conocido a Markush, solo por eso les estaría
eternamente agradecidas por haber echo trampas para que fuese ella la
perdedora.

Esos siglos en la tierra no han conseguido suavizar tu carácter, Rhinny.

Vete a tomar por culo.

Cerró la conexión mental, levantando unas fuertes barreras que la


imposibilitaron de escuchar la respuesta de su hermana.

— ¿Por qué no debo preguntar más?

Rhianny se concentró en el joven vampiro.

— Bien, como puedo explicártelo para que lo entiendas…— Rhianny se


golpeteó la barbilla con un dedo —. El futuro tiene varios caminos, según las
decisiones que tomes te conducirán a uno u otro.

Ahora lo único que debe preocuparte es poner a salvo a tu hembra.

Jared extendió el brazo dispuesto a atacar a Rhianny.

— Yo de ti no lo haría si no quieres salir herido vampiro.

Por detrás apareció Markush gruñendo y mostrando las garras.

— El que faltaba a la fiesta. Cuantas veces te tengo que repetir que no hace falta
que me defiendas, se defenderme muy bien.

Markush se encogió de hombros.

— Eres mi hembra, mi deber como tu macho es mantenerte a salvo. Además —


Sonrió mostrando sus colmillos curvados —.

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Mordisquear el culo de un chupasangre era uno de mis pasatiempos favoritos.

Rhianny compuso una mueca de asco.

— Si le muerdes en el culo olvídate de besarme.

Demonios estoy rodeado de locos. Masculló Jared.

No tienes ni idea, niño. Le contestó Rhianny.

Jared la miró fijamente.

¿Quién eres? ¿Cómo es posible que rompas mis barreras con esa facilidad?

Rhianny ladeó la cabeza.

Práctica. Mucha práctica, créeme cielo.

Jared rechinó los dientes. La desquiciada de esa mujer lo estaba tratando como si
fuese un niño pequeño.

Te exijo que me digas que le depara su futuro. Señaló con la cabeza a su


compañera que seguía durmiendo en sus brazos. Debo protegerla.

¿La protegerás de sí misma?

Jared la miró con confusión.


¿Qué quería decir la mujer? ¿Acaso Sharon intentaría quitarse la vida como la
compañera de Blooder?

Rhianny negó con la cabeza.

No pequeño, ella no intentará matarse, quédate tranquilo. Pero sufrirá mucho. Y


si quieres vivir una larga vida junto a ella es mejor que no sepas nada, pues si
conoces de antemano lo que va a suceder podrías crear un futuro paralelo y de
ser así no te aseguro que ella siga viva.

Las palabras de la mujer eran retorcidas pero ciertamente podría ser verdad. Tal
vez lo mejor era no jugar con el futuro y mantenerse alerta ahora que estaba
prevenido.

— Me voy.

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— Espera Jared, nosotros nos vamos contigo.

Leif y Gabrielle bajaban las escaleras cargados con unas bolsas de viaje. Estaban
vestidos con gruesas capas de viaje y lucían una mirada decidida. Ambos iban a
apoyar a su sobrino, esta vez no lo iban a dejar solo.
— No hace falta que vengáis.

— No me repliques — Le amonestó Gabrielle con cariño, colocándole por


encima de los hombros una capa para ocultar su pecho desnudo —. Somos tu
familia debemos permanecer juntos.

— Buscaremos un lugar al que llamar hogar Jared.

El nudo que sintió en la garganta impidió al joven vampiro contestar a sus tíos.
Tan solo asintió y permitió que lo acompañasen afuera de la mansión.

Rhianny esperó a que se fuesen los vampiros para llamar a su compañero.

— Markush.

No tardó en acercarse hasta ella.

— Debo irme. Espérame en…

— ¡No! — le contestó con fuerza Markush.

Rhianny suspiró. Como suponía iba a ser difícil convencer al orgulloso lycans
que la esperase en la Zona. Le dolía dejarlo atrás pero así al menos sabía que
estaba a salvo, lejos de las garras de los brujos. No podía permitirse el lujo de
perderlo.

— Markush por favor…

El lycans la agarró de los hombros, enterrando sus garras en su carne.

— No Rhianny. Eres mía, nunca me alejaré de ti, ni permitiré que te alejes de mí.

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Las mejillas de la mujer se encendieron. Cómo deseaba tirarse encima de su


macho y rogarle que la montase hasta que la dejase jadeante y complacida.

Pero por desgracia primero eran los negocios. En cuanto finalizase lo que vino a
hacer a la tierra ya podría concentrarse en Markush.

Sonriendo, le sugirió.

— Bien si no quieres quedarte aquí, ¿qué te parece hacer un pequeño viaje?

Markush le agarró el mentón obligándola a que lo mirase a los ojos. Tragando


saliva nerviosa Rhianny rezó para que Markush nunca descubriese lo que ella era
realmente, si lo hacía seguro que la rechazaría.

— Algún día…— susurró Markush —. Te obligaré a decirme toda la verdad —


La soltó y le puso el abrigo que llevaba puesto sobre los desnudos hombros —.
Mientras tanto, vamos. Protegeremos a la pequeña bruja.

Rhianny lo miró con adoración.

Gracias, padre, madre. Por ponerme a este lycans en mí camino.

Juntos cruzaron las puertas de la mansión y salieron de la Zona siguiendo el


rastro de los vampiros.

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-15-

Nada más salir de la seguridad que confería la Zona, se encontraron inmersos en


la dura realidad. Ningún lugar de esos bosques era seguro. Los brujos campaban
entre las miles de hectáreas recolectando corazones para su Rey.

— Maldición ¿y ahora qué hacemos? — preguntó con angustia Leif.

Jared contestó mirando el cielo estrellado con detenimiento, calculando


mentalmente las horas que quedaban para que amaneciese.

— Iremos a Toronto. Si mantenemos un buen ritmo podremos llegar antes de


que salga el sol. Allí podemos ocultarnos.

— ¿Y si no Jared?

Jared soltó una maldición.

— No hay otra alternativa, Leif. En los bosques no podemos quedarnos, en


Toronto tendremos más posibilidades de sobrevivir.

— ¿Y por qué Toronto? No sé si te has dado de cuenta pero nos queda a cinco
horas de camino.

Jared asintió con la cabeza.

— Lo sé Leif, pero en esa ciudad estaremos a salvo, conozco a alguien que nos
podrá ocultar en su casa.

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Leif aceptó finalmente el plan de su sobrino. Después de todo no les quedaba


otra que seguirle, ellos no tenían un hogar al que regresar.

Una vez que todos aceptaron su decisión, Jared agarró con fuerza a su hembra y
echó a correr marcando el ritmo necesario.

Detrás de él le siguieron Leif y Gabrielle, manteniendo su paso sin dificultades.

Durante dos horas corrieron alejándose de las montañas, internándose en el


valle. No se detuvieron en ningún momento, hasta que los lastimeros aullidos de
unos lobos los hicieron parar en seco.

— Joder, ¿qué ha sido eso? — preguntó Leif observando a su alrededor.

Los troncos de los árboles y los arbustos le impedían ver con claridad lo que les
rodeaba, los vampiros cerraron los ojos y se concentraron en analizar cada
sonido que surgía en el valle para buscar la fuente de aquellos espeluznantes
gritos.

No tardaron en encontrarla.

A unos metros a la izquierda, detrás de una pequeña pendiente, un grupo de


brujos jugaban despiadadamente con unos jóvenes lycans. Sus secas risas,
acallaban lastimeros aullidos de los lobos.

— Debemos ayudarles — determinó Gabrielle entreabriendo los ojos anegados


de lágrimas.

Soltando un juramento Jared le entregó el desmayado cuerpo de Sharon a


Gabrielle.

— Protégela.

Esbozando una sonrisa, Gabrielle, aseguró.

— La protegeré como si fuese mi hija.

Jared asintió. Confiaría en su tía.

— ¡Leif!

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Su tío se desabrochó el abrigo y lo dejó caer al suelo, después de desabotonarse


los botones de las muñecas, arremangando las mangas de la camisa, contestó.

— Ya echaba de menos una buena pelea. Cómo en los viejos tiempos.

Jared sonrió. Se podía imaginar a Leif vistiendo un desgastado kilt negro


emblema del clan vampiro que lo vio nacer y que lo acogió cuando vivió en el
siglo doce en Escocia, corriendo por las tierras altas luchando con sus puños y su
espada.

— Anciano.

Leif se irguió y girándose le fulminó con la mirada.

— Mocoso, veremos quien de los dos acaba antes con el enemigo.

Sin decir nada más Leif echó a correr hacia la batalla, Jared soltando una
carcajada le siguió, invocando al fuego.

Como habían supuesto unos brujos tenían acorralados a unos cachorros de lobo
que gruñían e intentaban defenderse de los mortales. Sus cuerpos estaban
maltratados y el pelaje manchado de sangre, sangre que manaba de las
abundantes quemaduras que le provocaron los brujos.

— Pero ¿qué tenemos aquí? — masculló con sorna Leif echando chispas de
indignación por los ojos. Los malditos mortales no distinguían entre adultos y
cachorros, era horrible ver que cazaban indiscriminadamente, y solo por obtener
mas poder. Un poder maldito que algún día les iba a pasar factura a sus oscuras
almas.

Jared se puso a su altura.

— No son nada Leif, un puñado de cobardes que se atreven a atacar a unos


cachorros.

Uno de los brujos picó. Desviando su objetivo, les gritó enfurecido.

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— No te atrevas a llamarnos cobardes, monstruo. Las únicas aberraciones que


existen en la tierra sois todos vosotros. Merecéis morir.

Jared apretó los puños y mostró los colmillos en una mueca de furia.

— ¿Quién decide quien merece morir y quién merece vivir?

¿Vosotros? Un puñado de locos mortales. ¡Ja! No me hagas reír humano, no sois


mejores que nadie.

— Vampiro de mierda — masculló con odio escupiendo en el suelo otro de los


brujos.

Bien hecho Jared, ahora tenemos su completa atención. Es hora de atacar.

Leif no esperó que su sobrino contestase su mensaje mental, soltando un grito de


guerra, se lanzó de cabeza a la batalla.

Los brujos no tardaron en reaccionar, lanzando unas bolas de fuego que con
asombrosa facilidad Leif esquivó, mostrando su pericia.

Se movió con rapidez, acabando con la vida de seis de los trece brujos que había
en ese lugar. La sangre manchó el verde suelo del valle, inundando el ambiente
con su olor dulzón, poniendo nerviosos a los inmortales que reaccionaron al olor
a muerte.

Mientras sus hombres luchaban fieramente contra los asesinos, Gabrielle tumbó
en el suelo a Sharon.
— Vamos pequeña, reacciona. Nos necesitan — cacheteó con suavidad las
pálidas mejillas de la joven —. ¡Despierta!

Su

grito

penetró

la

obnubilada

mente

de

Sharon,

despertándola.

— No, otra vez no — se quejó con voz débil Sharon, tocándose la cabeza con las
manos —. Dime que no me desmayé de nuevo. — suplicó mirando a los ojos a
Gabrielle.

La vampiresa sonrió, ayudándola a levantarse.

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— Si no quieres saber la verdad ¿por qué preguntas niña?

Sharon pateó el suelo, enfadada.

— Mierda. Como es posible que desde que lo conozco me haya vuelto tan débil.
No hago más que desmayarme como una doncella en apuros. Que rabia me da.
Yo no soy así. Soy una bruja, una sacerdotisa, poderosa. ……— se calló de
golpe al darse cuanta que había revelado más de su pasado, de su presente de lo
que pretendía. Llevada por el enfado que sentía hacia sí misma había revelado
que ella era la actual sacerdotisa del clan.

Gabrielle tomó nota de lo que escuchó pero se abstuvo de preguntarle a la joven.

— ¿Dónde está Jared?

Al menos pregunta por su macho.

— Está luchando junto a Leif contra unos brujos.

— ¡Qué! — chilló sorprendida Sharon mirando a su alrededor intentando


encontrarlos —. ¿Dónde están luchando? ¿Tenemos que ayudarles?

Gabrielle se cruzó de brazos y ladeando la cabeza mirándola fijamente le


contestó.

— Si realmente estás embaraza no serías más que una carga. Y

si Jared se entera que te permití luchar estando en estado me mata.

Además…. — miró de reojo hacia atrás, hacia donde se percibía la presencia de


los vampiros —.…De vez en cuando necesitan sentirse útiles. Dejémoslos luchar
a ellos, no perderán contra un puñado de brujos.

Leif lanzó de una patada a un brujo mientras esquivaba agachándose el ataque de


otro de ellos. Los mortales estaban luchando con ferocidad, seguros del poder
que poseían tras haber absorbido los corazones de decenas de inmortales.

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Trastabilló y una lengua de fuego le rozó la pierna derecha, quemándole hasta


alcanzar la piel.

— Demonios — maldijo Leif saltando hacia atrás y palpándose la zona dolorida.

Jared saltó hasta quedar a su lado. Después de echar un rápido vistazo a la herida
de su tío, sonrió con burla.

— Viejo, te quejas por nada, no es más que una quemadura de nada.

Leif le fulminó con la mirada.

— Insolente.

Un ruido de ramas pisadas los acalló a los dos vampiros que se giraron al tiempo
para ver como Markush aparecía saltando sobre ellos y lanzándose gruñendo
hacia los brujos que permanecían con vida.

— Joder, con el lobo — susurró silbando Leif.

Como si le hubiese escuchado, Markush se volteó tras lanzar al suelo al brujo


que atrapó al aterrizar.
— Vas a seguir hablando o acabaremos con estos imbéciles de una vez por todas.

Soltando una carcajada Jared se unió a la batalla seguido de cerca de Leif. Entre
los tres acabaron con rapidez con los brujos, destrozando sus cuerpos y
salpicando con su hedienta sangre las vírgenes tierras.

— ¿Qué haces aquí lycans?

Markush miró al compañero de la bruja. Este se limpiaba la sangre contra una de


las chaquetas de uno de los cadáveres.

— No puedo pasear tranquilamente por el bosque — preguntó a su vez el lycans


con recochineo en la voz.

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— Mmm — murmuró Jared observándolo con cuidado —. Que suerte la nuestra


que el malvado lobo paseaba por esta zona y quisiese un poco de sangre.

Markush rompió a reír.

— Un punto para ti, vampiro.

Jared después de haberse asegurado que no quedaba ni rastro de sangre en sus


manos se levantó y se acercó hasta el lobo.

Al pasar por su lado le dijo.

Si tantas ganas tienes de pasear tal vez quieras acercarte a Toronto con nosotros.

— Ahora que lo dices vampiro, tengo ganas de ver como ha cambiado en estos
siete años Toronto.

Sin decir nada más, Jared regresó junto a su compañera. Al verlo aparecer
Sharon corrió hacia él.

— Diosa me tenías preocupada — murmuró Sharon abrazándolo, enterrando su


rostro en la camisa ensangrentada de Jared.

Jared la estrechó entre sus brazos, inhalando el dulce aroma de su compañera.


Sonriendo le contestó.

— Nunca te abandonaré pequeña, te lo prometí y siempre cumplo mis promesas.

Sharon se apartó, soltando un grito preocupado al ver la sangre.

— ¡Estás herido!

Sin dejar de sonreír Jared le sujetó las manos.

— No Sharon, esta sangre no es mía.

Temblando Sharon se apartó un paso, mirándose las manos fijamente. Por su


mente pasó la imagen de unos brujos muertos a manos del vampiro que la
miraba con tristeza y preocupación. La sangre que manchaba sus manos era
sangre de humanos como ella,

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la cálida esencia de su clan salpicaba los suelos de esas tierras. Su familia estaba
maldita, muriendo a manos de los seres que por tanto tiempo cazaron
indiscriminadamente.

La próxima podría ser yo. Pensó preocupada.

— No mi amor, nada malo te sucederá.

La joven levantó la mirada de sus manos para posarla en los brillantes ojos de
Jared.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro? — preguntó con voz débil.

Mientras ella siguiese con vida era un objetivo por ambas partes. Su propia
familia, su propio padre la buscaría hasta dar con ella, y los inmortales que
comenzaban a luchar por su libertad, por erradicar de la tierra la maldita sangre
de los brujos querrían matarla para imposibilitar que una nueva generación de
brujos naciese.

Jared la abrazó calmando sus temblores con sus caricias.

Nosotros no cazamos como los hombres. No matamos ni mujeres ni críos. Nadie


te dañará.

— Ya, claro. Y esas mujeres que…. — soltó un agudo gemido al recordar con
claridad como su poder quemó hasta reducirlas a ceniza a las mujeres que la
atacaron en la Zona.

Su compañero le besó la frente con cariño.

— Fue en defensa propia pequeña.

— ¡Yo las maté! — Chilló Sharon rompiendo a llorar —. Nunca había….¡Soy


una asesina!

El corazón de Jared se estrujó al ver el dolor en los vidriosos ojos de su


compañera. Le dolió ver su sufrimiento, cada amarga lágrima que derramaba la
mujer era por su culpa. Él tenía que haberse asegurado que nada malo le pasase.

Perdóname pequeña, por mi culpa estás sufriendo.

Sharon dejó de llorar.

Tú no tienes culpa Jared. ¿Por qué dices una como esa?

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Debía de haberme asegurado que estuvieses a salvo, pequeña.

Y en lugar de eso permití que te vieses obligada a usar tu poder.


Leif carraspeó consiguiendo la atención de Jared y Sharon.

— Siento interrumpir, Jared pero si no avanzamos no llegaremos a tiempo a la


ciudad. — Miró el cielo entrecerrando los ojos —. El sol está cerca.

Jared asintió tomando en brazos a Sharon.

— ¡Eh! Bájame puedo caminar — protestó enérgicamente la joven pateando en


el aire.

— Sé que puedes hacerlo Sharon, pero no podemos perder tiempo y aún estás
muy débil para seguir nuestro ritmo.

Sharon quedó quieta.

— Pero…

— ¿Quieres ver como se calcinan por el sol Leif y Gabrielle?

Su compañera negó con la cabeza permaneciendo quieta entre sus brazos,


aceptando finalmente que la llevase el trayecto hasta Toronto.

— ¿Y ellos? — preguntó Markush señalando con la cabeza a los lobos que


esperaban agazapados, intentando pasar inadvertidos.

— ¿Acaso no eres el Rey de los lycans? Ellos son responsabilidad tuya. Que
vengan de paseo con nosotros si pueden seguirnos.

Markush asintió con la cabeza, agradeciendo en silencio al vampiro. Después se


giró y aulló. Los lobos nada más escucharle se le acercaron mostrando con
docilidad sus pescuezos, una muestra de fidelidad entre lycans.

— Ya le habéis oído cachorros, seguidnos.

Jared recordó su anterior encuentro con un lycans en aquellas tierras.

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— Mejor que esperen a que lleguemos hasta la casa de Vin — Carraspeó


ocultando la sonrisa —. Según recuerdo ellos aparecen completamente desnudos
al transformarse.

— ¿Sois del clan Rhobsein? — Markush preguntó confirmando sus sospechas al


ver como los lobos asentían —. Mierda, y como haremos para que no se pongan
nerviosos los humanos al ver a quince lobos paseando por las calles.

Jared le palmeó el hombro.

— Ya se nos ocurrirá algo, lycans. Ahora poneros en marcha.

Markush iba a protestar, no le gustaba que le dejasen con la palabra en la boca,


pero la voz de su compañera le hizo olvidar el motivo de su enfado.

— Ya escuchaste Markush, quiero darme una buena ducha y dormir en un


colchón blandito.

El lycans sonrió a Rhianny que lo esperaba al lado de un muro de piedra medio


derruido. Su compañera no se alejaba de él, su aroma lo rodeaba y esa seguridad
de tenerla a su lado le confería fuerza.

************


A la entrada de Toronto, unas horas después.

Las brillantes luces de las farolas se veían con claridad a lo lejos. Los rascacielos
tocaban las nubes bajas que se movían por el cielo siguiendo los caprichos del
viento.

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Los vampiros dejaron en el suelo a sus mujeres y estiraron los hombros


doloridos. El trayecto hacia la ciudad fue más movido de lo esperado. Habían
cargado durante tres horas a sus compañeras, corriendo con todas sus fuerzas
para ganar a la salida del sol y por suerte lo habían logrado. Llegaron a tiempo a
la ciudad.

— Daos prisa. El club de Vin no está lejos y el sol no espera.

Leif asintió mirando el cielo tapándose parte de la frente con una mano. Solo un
vampiro podía ver como los anaranjados rayos del sol vencían a la oscuridad de
la noche, alargándose como lenguas por el cielo nocturno.
— Joder, que calor hace.

— No te quejes tanto viejo.

Leif gruñó entre dientes.

— Que te jodan Jared.

Markush carraspeó atrayendo la atención de los vampiros sobre él.

— ¿No crees que llegó la hora de buscar una solución a este pequeño problema?
— preguntó con recochineo Markush señalando con la cabeza a los lycans que
esperaban a unos metros órdenes.

Jared se masajeó la cabeza.

— Sí, tienes razón. Ordénales que se transformen en hombres.

Markush gruñó.

— No acepto órdenes de nadie, chupasangre.

Rhianny se interpuso entre los dos.

— Vamos, vamos no hagamos más difícil esto. Markush cariño, ¿podrías


decirles que acepten coger forma humana?

Markush besó con pasión a Rhianny, mordisqueándole los labios hasta hacerle
sangre.

— No te vuelvas a interponer, Rhianny. No debes ponerte en medio cuando esté


a punto de atacar, puedo hacerte daño — le

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susurró con la voz ronca —. Ya habéis oído cachorros, ¡transformaros! — gritó


antes de girarse y alejarse un paso. Su corazón latía desbocado, había estado a
punto de atacar a su hembra. Si lo hubiera echo habría perdido el control. Un
macho lycans nunca dañaba a su hembra.

No tardaron ni diez segundos en adoptar su aspecto humano.

Los quince lycans miraban con recelo y temor al líder de las nueve manadas.

— Si no son más que unos niños.- murmuró Gabrielle.

— Son lycans, unos guerreros, luchaban con valentía por sus dominios — afirmó
rotundamente Markush revisando las heridas de los cachorros. Eran siete machos
y ocho hembras de no más de ochenta años cada uno. Debían de haberse
escapado de la protección de sus mayores. Deseaba preguntarles que había sido
de Gabeil, el joven lycans que dejaron al cargo del clan Rhobsein.

Jared se les acercó y sonrió internamente al ver que a pesar del temor que
sentían, los lycans permanecieron quietos en el sitio, mostrando la característica
valentía que predominaba en la sangre de su raza.

— Bien, un problema menos ahora solo queda vestiros — concentrándose


conjuró un hechizo de ilusión. Al momento una neblina cubrió los desnudos
cuerpos de los jóvenes lycans, apareciendo al materializarse ropa.

Leif exclamó en alto al verlos vestidos.


— ¿Cómo lo has hecho? ¡Has creado ropa de la nada!

— No te confundas Leif tan solo he ocultado su desnudez con una ilusión, al


igual de la ropa que me viste, a excepción de la capa, claro — Encogiéndose de
hombros aseguró —. Es un hechizo sencillo que me enseñaron mis hermanos
hechiceros.

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Leif se calló al escuchar como Jared se refería a los hechiceros como sus
hermanos. Le dolía ver como el vampiro tuvo que buscar una familia que lo
acogiese teniendo parientes con su propia sangre.

Cerró los ojos.

Había cometido un error al rechazarlo, ahora se daba cuenta.

Gabrielle sintió su dolor y le reconfortó abrazándolo.

Leif asintió, abrazándola a su vez. De nada servía lamentarse, el pasado no era


más que eso, pasado. No podía volver atrás y arreglar sus errores, ahora solo le
quedaba seguir hacia delante y apoyarle rezando que algún día Jared le
perdonase.
En silencio caminaron por las calles pasando entre putas que discutían entre ellas
por un trozo de calle donde quedarse en busca de clientes. El olor a desperdicio
era muy fuerte, casi nauseabundo. Las calles estaban infestadas de hombres y
mujeres que balbuceaban inmersos en el sueño de la droga.

— Jared…— titubeó Leif al ver el ambiente que les rodeaba —.

¿Ese tal Vin vive en un sitio así? — señaló con asco a un grupo de muchachas
jóvenes que sostenían entre dos a una chica de no más de dieciocho años que
vomitaba al suelo.

— La ciudad ha cambiado desde que os fuisteis Leif. Los barrios de noche son
tomados por los delincuentes, las putas y los drogadictos.

Gabrielle se acercó instintivamente a Leif.

— No puedo creer que el hombre haya cambiado tanto, como pueden desear
acabar así — miró con pena a un muchacho que pateaba un cubo de basura presa
de una pesadilla por una sobredosis.

Jared miró donde miraba su tía, percibió el mal en el corazón del joven humano,
la droga había acabado con la inocencia de su espíritu, ya nada quedaba del
muchacho que una vez fue, ahora solo

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era un cascarón necesitado de su dosis para poder seguir viviendo sin dolor.

— Las ansias de destrucción siempre ha habitado en los corazones de los


mortales, y en este siglo cuando no pueden matar impunemente a su semejante
se autodestruyen.

Nadie contestó las palabras de Jared, continuaron en silencio el resto del camino.

Cuando llegaron hasta un edificio de tres plantas, con paredes de colores


chillones y un letrero con letras rojizas de neón brillando con intensidades el que
se podía leer el nombre del local, Jared se paró en seco.

— Es aquí.

Sus acompañantes miraron con estupor el edificio. El local que tenían delante
rezumaba fuerza, rodeado por un campo de energía poderoso, infranqueable,
imperceptible para los mortales que entraban y salían del lugar.

El olor a alcohol y el estridente ruido eran fuertes, intensos. Las risas de los
hombres y mujeres que estaban dentro quedaban acalladas por el ritmo frenético
de la música.

— Pero… ¡es una discoteca! — exclamó Sharon mirando con los ojos abiertos
de par en par las puertas abiertas del local.

Jared sonrió.

— Quien iba a pensar que el local más famoso de la ciudad es un nido de


renegados como nosotros.

Sharon no lo miró mantuvo en todo momento clavada su mirada en la pista de la


discoteca que e entreveía entre las puertas abiertas y el ir y venir de la gente.

— ¿Estás seguro que ahí dentro se esconde ese hombre al que llamas Vin?

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— Sí muchacha — Jared la giró y le cogió la cara entre las manos, mirándola a


los ojos susurró —. Confía en mí. Él nos ayudará.

Entraron sin problemas al local pasando entre los guardias de seguridad que se
apartaron e inclinaron sus cabezas a su paso. Nada más entrar el bullicio
ensordecedor les aturdió unos instantes, pero siguieron a Jared hasta la segunda
planta.

Jared se movía sin dificultad por aquel ambiente, durante años había estado en
aquel lugar y lo conocía perfectamente. Aunque cuando las puertas de aquel
edificio se abrieron por primera vez no era más que un club privado para los
caballeros que acudían para olvidar con alcohol y sexo las familias que les
esperaban en sus casas.

— ¿Quién se supone que nos va a ayudar?

Jared miró de reojo a Markush. El lycans había echo la pregunta que todos
deseaban obtener una respuesta.

— Se puede decir que es mi padrino. Vin fue quien me acogió cuando me largué
del clan Noctur.

— Me alegra ver que aun te acuerdas de mí J.

Todos voltearon y quedaron congelados ante la presencia del hombre que se


acercaba hasta ellos. Era alto, cerca de los dos metros, con largos cabellos
plateados hasta cerca de la cadera, recogidos por una coleta baja. Sus ojos eran
grisáceos, brillantes e intensos como la plata fundida. La ropa que vestía era
negra, apretada y con cada movimiento se marcaban los duros músculos que
poseía. La sonrisa que mostraba era cálida pero en sus ojos se leía la reserva al
oler la presencia de los machos que acompañaban al joven Jared. Vincent
Blacker era un triunfador, un hombre que se creó a sí mismo después de salir de
la nada, luchando duramente por hacerse un hueco en una sociedad que le temían
y le despreciaban.

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Sin mostrar sentimiento alguno Jared se adelantó y antes de que pudiese


reaccionar a tiempo le asestó un puñetazo que hizo tambalear a Vincent.

— Mierda y esto a qué coño viene — protestó Vincent abriendo y cerrando la


boca, dolorido.

Jared sonrió elevando solo un lado de los labios, su rostro era una máscara de
furia contenida.

— Por dejarme atrás cabrón.

Vincent rompió a reír estruendosamente, atrayendo la atención de las mujeres


que bailaban en la pista central de la planta de arriba.
— Ah, muchacho da gusto ver que no has cambiado nada en estos 55 años.

Borrando de golpe su imagen sonriente y despreocupada Vincent paseó la


mirada por el variopinto grupo de espectadores que aguardaban a escasos cuatro
metros sin perder detalle.

— Menuda comidilla has traído a mis dominios — silbó al repasar con los ojos
el largo y escultural cuerpo de Rhianny cubierto tan solo por un vaporoso vestido
azul oscuro que se pegaba con sensualidad a su piel.

Markush por instinto se interpuso entre su compañera y Vincent. Tras gruñir


amenazadoramente, le dijo.

— Aparta tu vista de mi hembra si no deseas tragarte tus putos ojos.

Jared pudo comprobar como Vincent se tensó ante las palabras de amenaza del
orgulloso Rey Lycans. Desde que había sido rechazado por los suyos Vincent
juró no ser pisoteado de nuevo por nadie, y el maldito lycans le recordó con sus
duras palabras los difíciles tiempos en que fue esclavo.

— Dile a tus acompañantes que guarden a buen recaudo sus pollas o su estancia
en mi ciudad será un auténtico infierno.

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Jared asintió.

— Estarán tranquilos Vin, no te darán problemas. Solo queremos que nos acojas
hasta que planeemos una solución.

Pero Markush no estuvo de acuerdo con sus palabras.

Nada más asegurar Jared que no darían problemas, y tras liberarse del agarre de
Rhianny que se sujetó de su brazo para impedir de alguna manera que actuase en
contra de Vincent, Markush acortó la distancia de un salto y lo agarró por las
solapas de la camisa de lycra que llevaba puesta.

— Escúchame bien maldito, no necesito nada tuyo. Métete tu ayuda por el culo,
bastardo.

Vincent le ignoró deliberadamente y con un toque de sarcasmo en la voz replicó


a Jared mirándole a los ojos por encima de la cabeza del alterado lycans.

— Y eso que me aseguraste que no armaría un escándalo.

Markush volvió a gruñir.

Al escuchar los roncos gruñidos de animal las parejas de mortales que bailaban y
bebían en esa planta pararon de moverse de golpe mirándolos con cara
asombrada sin poder creer lo que escuchaban.

Los murmullos asombrados y curiosos cobraron vida, y en menos de cinco


minutos acabaron rodeados de gente que no deseaban perderse detalle.

Vincent revisó a sus clientes.

Si había una pelea en medio de su local, sus competidores no dudarían ni un


segundo en utilizar esa baza contra él.

Muchos eran los que querían verle muerto y hundido en la mierda, y no iba a
permitir que un estúpido lobo lleno de testosterona le jodiese en cuestión de
segundos.


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Sin miramientos le propinó un golpe en la cabeza al lobo, desmayándolo. Al caer


hacia delante el cuerpo sin sentido de Markush se escuchó unos gemidos de
sorpresa generalizados.

Nadie de los presentes, a excepción de los inmortales, había visto sus


movimientos, para los jóvenes mortales que iban cada fin de semana al local un
hombre se había desmayado delante del dueño.

Vincent recogió el cuerpo del lobo y lo sujetó por la cintura.

Si por mi fuese te dejaba tirado en el suelo, perro.

Escondiendo todo rastro de rabia en lo más profundo de su ser, Vincent suspiró y


mostró una deslumbrante sonrisa que cautivó a los presentes.

— Se le fue las manos con el alcohol — Soltó una carcajada que sonó auténtica
—. ¡Qué poco aguanta!

Muchos rieron su broma alzando sus copas, para luego regresar a lo que hacían
antes de ir a curiosear.

Vincent esperó a que se largasen para decirle a Jared.

— Vamos a la planta de arriba. Allí hablaremos con calma de vuestros planes


contra esos malnacidos.

— Vin, ¿sabes acaso lo qué...?

— ¿Lo que sucede? — le cortó en seco —. Sí, Jared. Las noticias vuelan.
Además…— comenzó a caminar hacia su oficina en la planta alta del local, un
lugar aislado de todo ruido y protegido por firmes medidas de seguridad —.
Almaike me llamó por teléfono y me lo contó todo y es hora que de sepáis la
verdad — murmuró las últimas palabras más para sí mismo.

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-16-

Jared paseaba de un lado a otro por la oficina de Vincent, sus pisadas eran
enérgicas, mostrando lo enfadado que estaba.

Al llegar a la ventana se paró y miró a través de los opacos cristales, un nuevo


día saludaba a los ajetreados ciudadanos que corrían por las calles de la ciudad
para llegar a tiempo a sus trabajos.

Después de haber subido a la tercera planta siguiendo a Vincent, éste los había
distribuido por las habitaciones blindadas que había en esa planta y donde
acostumbraba a vivir el fin de semana para atender mejor a sus negocios. Con la
excusa de que el sol despuntaba por el horizonte, Vincent consiguió convencer a
todos que hablarían a la noche de los planes contra los vampiros.

Como el sol comenzaba a despuntar por el horizonte molestando con sus tenues
rayos a los tíos de Jared, estos se retiraron a dormir, aceptando a regañadientes
las palabras de Vincent. Sharon no tardó en acostarse también siguiendo los
consejos de su compañero, preocupado por su salud después del episodio de
estallido mágico. Tan solo quedaron en la oficina Jared y Vincent, después de
que Rhianny se llevase consigo al desmayado Markush.

Había pasado media hora desde que los dejaron solos, Jared masculló.

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— Demonios, cómo es que Almaike se puso en contacto contigo.

— No comprendo tu asombro J. Conozco a Almaike desde mucho antes de que


tú nacieses.

Jared se apoyó contra la ventana quedando de lado.

— Me lo debía de haber dicho — murmuró por lo bajo el vampiro.

Aunque al escucharte llamarme J debí suponerlo, Almaike te ha contagiado su


manía de llamarme como un perro.

— Jared siempre me he preocupado por ti, cuando te refugiaste la primera vez en


la Zona Almaike me llamó. Dejé que te quedases en ese lugar hasta que te
perdonases y regresases a casa. Nunca has estado solo, pequeño.

Jared cerró los ojos.

Se sentía confuso.

Las palabras de su amigo le aturdieron. Recordó con claridad la primera vez que
se encontraron hace tanto tiempo, cuando él no era más que un muchacho que
vagabundeaba por las calles embarradas de Londres en busca de comida.
Mordiendo sin pensar en su víctima, odiando a todo ser viviente que se cruzase
en su camino.

Él había sido expulsado por su clan, apaleado hasta casi la muerte y rechazado
por su familia de sangre. El odio le corroía la mente y el cuerpo.
Durante los años que vivió en las calles de la decadente Londres del siglo
diecinueve, no le importó matar para obtener lo que deseaba, y su único deseo en
aquellos tiempos era la sangre fresca.

Se había refugiado en aquella ciudad con la esperanza de escapar de los


cazadores que envió el padre del actual Príncipe Noctur tras él desde la sede del
clan en Irlanda. Pero no tuvo suerte, o tal vez el

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rastro de sangre y muerte que dejó a su paso condujo a los asesinos hasta su
guarida en un pequeño cementerio a las afueras de Londres.

Vincent le salvó de la muerte al acabar con facilidad con los cazadores. Al ver su
poder, quiso ser como él. Deseó esa fuerza para no ser pisoteado de nuevo, para
acabar con aquellos que se le acercasen con intenciones de dañarle.

Al lado de Vincent aprendió a respetar la vida, jurando que no mataría


impunemente. No deseaba tener más rostros que le perturbasen en sueños. Ya
tenía demasiados fantasmas bajo su cama.

Todos me dicen que desean ayudarme, protegerme, que sus casas son mi hogar
también, pero…. Se calló, silenciando su mente.

Una imagen fugaz cruzó velozmente su cerebro. La sonriente cara de Sharon


caldeó su confuso corazón, retornándole por el camino que tomó al convertirla
en su compañera, en la mujer que caminaría junto a él hasta el fin de sus días Sí,
ella es mi ancla, mi casa estará donde ella se encuentre.

Le devolvió a la realidad la presión de la mano de Vincent sobre su hombro


izquierdo.

— J, no es bueno vivir en el pasado.

Jared percibió con claridad la preocupación en el rostro de su amigo, la


necesidad que sentía el hombre por protegerlo como si de verdad fuese su
cachorro.

— Corta el rollo Vin, no necesito un padre a estas alturas de mi vida — contestó


apartándole la mano con un gesto brusco.

Vincent suspiró y se apartó.

Ya había perdido la cuenta de las veces que había mantenido esta discusión con
Jared. Desde el momento en que lo vio por primera vez, luchando fieramente por
su vida, pudo percibir el

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intenso poder que refulgía a su alrededor, como un aura anaranjada que rodeaba
su cuerpo.
Al ver la furia con que miraba a sus perseguidores el joven, Vincent se sintió
identificado con el chico. Los ojos del vampiro estaban cargados de dolor, viejos
a pesar de no presentar más de noventa años. Sintió la necesidad de ponerle a
salvo, y después de acabar con sus perseguidores, se lo llevó a casa, acogiéndolo
como un miembro más de su familia, llegando incluso a presentárselo a su
compañera.

Lo educó para que Jared se convirtiese algún día en su heredero pero el joven
vampiro rechazaba ese futuro, negándose a ser tratado como un hijo, burlándose
cada vez que sacaba ese tema.

— Aunque te moleste J, siempre serás un hijo para mí — Al escuchar el


resollado de burla del joven, Vincent reconoció —. Puede que sea un mal padre,
pero siempre me preocupé por ti y velé por tu seguridad aunque fuese a
distancia. Necesitabas espacio encontrar por tus medios un hogar nuevo, y lo
hallaste.

— No hables de ellos tan impunemente, tú no sabes nada. ¡Por mi culpa


murieron! — explotó Jared al recordar a su familia adoptiva.

Vincent se tragó el nudo que sentía en la boca del estómago. La voz de Jared
estaba impregnada de dolor, un dolor profundo que lo acompañaría hasta el día
de su muerte, pues la culpa era una pesada carga que no te dejaba descansar en
paz.

— Deja de lamentarte, J — sus palabras atrajeron la atención del vampiro que le


fulminó con la mirada enrojecida —. En lugar de lamentarte, vuelca todo tu
esfuerzo en vengarlos.

— ¿Y por qué crees que vine aquí? —preguntó con un deje de burla en el tono
de su voz, cruzándose de brazos y apoyándose completamente en la ventana
quedando en frente de Vincent, que se había sentado en la mesa de su escritorio.

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Vincent alzó una ceja.

— Por tu mujer.

Jared no pudo contestarle. Su amigo y mentor nuevamente tenía razón.

Al ver al joven callado, sumergido en sus pensamientos, Vincent decidió que


había llegado el momento de ponerse en marcha.

Ya le había explicado a Jared que Almaike le había puesto al tanto de la actual


situación.

Hacía unos días había percibido las explosiones que destruyeron la mansión de
los brujos, pero nunca pensó que una disputa entre brujos por el poder, llegase a
convertirse en una caza entre especies.

Los refugiados lycans aparecían a puñados en la ciudad, alterando la tranquilidad


de lo mortales que no se explicaban como era posible que hubiese tantos perros
salvajes en los montes.

Las especies ligadas al mar, acudían a su compañera en busca de ayuda, y


después de ser curadas eran conducidas hasta el lago Ontario donde se
sumergían en sus aguas para refugiarse en la ciudad que había en aquellas aguas.

Fue asombroso ver como seres que habitaban los parques nacionales de Jasper y
de Branff acudían a aquella zona de la ciudad conocida como Golden Horseshoe
para esconderse de sus perseguidores
entre

los

ocho

millones

de

mortales

que

aproximadamente residían.

Era irónico que el propio nombre de la ciudad significase “encuentro” pues


después de siglos de conflictos desde que cruzaron el Atlántico desde la vieja
Europa las familias de vampiros y lycans era la primera vez que se reunían
dispuestos a poner fin a un mal como era la existencia de los avariciosos brujos.

— Acompáñame J, iremos a ver a los refugiados lycans que permanecen en mi


hotel MoonLine.

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Jared se irguió sacudiéndose una mota imaginaria de polvo de la camisa nueva,


regalo de Lucille compañera inseparable de Vincent y una valerosa guerrera
Kelpie.

— Nunca creí que fueses un samaritano, viejo.

Vincent se rió.

— Quien te dijo que lo hago por ayudar — Ante la puerta de la oficina y con el
picaporte en la mano, se volvió y dijo —. Me deben una, y no dudaré en
recordárselo cuando me convenga.

Jared esperó a que Vincent saliese del cuarto para ponerse en marcha. Paseó su
mirada por el familiar y a la vez extraño cuarto, recordando con nostalgia el
antiguo mobiliario antes del gran incendio de 1904 que arrasó el local hasta los
cimientos. Un incendio provocado por los enemigos de Vincent que intentaron
destruirle con atentados, pero lo único que consiguieron fue morir de una manera
dolorosa. Alejando los viejos recuerdos de su mente, susurró para sí mismo.

— Ese es el Vincent que conozco, nunca haría nada sin esperar nada a cambio.

Cerca de las escaleras que conducían a la segunda planta del local, Vincent cerró
los ojos y murmuró entre dientes, tras haber escuchado las palabras del vampiro,
pues su audición estaba más desarrollada de lo que los demás creían.

— Eso es lo que crees Jared y por ahora dejaré que creas — sujetó con fuerza la
barandilla incrustando sus garras en el frío metal —. Pero algún día te darás de
cuenta que tú has sido y siempre serás mi hijo, no importa lo que decidas,
siempre te tenderé la mano cuando lo necesites sin esperar nada a cambio.


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-17-

Boqueando sangre Roger se apoyó contra una fría piedra que encontró en el
camino que conducía las cuevas sagradas de su clan.

Las heridas que sufría lo estaban debilitando por momentos, las quemaduras
sufridas en el primer ataque a la mansión no habían cicatrizado del todo y le
escocían con cada movimiento que hacía.

Tal vez en esos momentos ya estuviese curado del todo sino fuese por la orden
que les dio William a todos los hombres que consiguieron huir del parque Jasper
a las cuevas sagradas del parque Branff.

Desde que se convertían en guerreros los brujos conocían la existencia de las


cuevas sagradas, un lugar al que solo un brujo podía acceder y que utilizaron
para ocultarse de sus perseguidores por una noche, hasta que el Rey con los ojos
enrojecidos de rabia les ordenó que saliesen de los túneles subterráneos en busca
de corazones inmortales con los que obtener más poder para llevar a cabo un
contraataque.

A pesar de no estar de acuerdo con la orden del Rey, Roger se vio obligado al
igual que los demás a obedecerle. Salieron en busca de corazones y sus manos se
mancharon de sangre inocente una vez más. Cazaron indiscriminadamente,
acabando con los inmortales que encontraban en el camino, llegando incluso a
matar a niños asustados que lloraban sobre los calientes cadáveres de sus padres.

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No dejaba de pensar, con cada nuevo corazón que obtenía, en qué clase de
monstruos se habían convertido. Nunca pensó que la causa de su clan significase
la pérdida de su alma. Porque estaba seguro de que si había un infierno después
de la muerte, irían de cabeza a él. Su alma había sido condenada por un
tenebroso sueño y alimentada por el venenoso deseo de la venganza. Pues la
verdadera causa de su desprecio hacia la vida, fue desde el momento en que la
cálida sangre de su joven mujer le manchó las manos. Nunca olvidaría la noche
en que encontró el cadáver aún caliente de su esposa recostado como si durmiese
en el suelo del salón de su cabaña.

Antes de que se acercara a ella supo que estaba muerta, la postura extraña de su
cuerpo y el charco de sangre que la rodeaba le mostró lo que tanto temía. Su
mujer, asesinada por una bestia, destrozada y con marcas de garras que rasgaban
su nacarada piel.

El grito que profirió abrazado al cuerpo sin vida de Hellen se escuchó en todo el
valle. No tardaron en llegar a su hogar los brujos que vivían cerca de él.
Silenciosos le mostraron su pesar ante su pérdida y le aseguraron que le
apoyarían en la caza de los asesinos.

Los expertos dictaminaron esa misma noche que el ataque fue perpetuado por
varios lycans. Como pruebas tenían las marcas de colmillos y los desgarros de la
carne que solo unas garras afiladas como la de los lycans podían dejar.

Roger juró desde ese día convertirse en cazador, para vengar con cada muerte de
un lycan la pérdida de su mujer. Nada de lo que hiciese se la iba a devolver pero
al menos con cada lycans caído su dolor se diluía, entremezclándose con la
culpa, hasta dejarlo vacío, seco por dentro y con un corazón tan negro que no
merecía alcanzar la felicidad.

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Tuvo que detenerse dos veces antes de llegar al centro de las cuevas en lo más
profundo de la tierra. El calor que había en el ambiente le dificultaba la
respiración, volviendo el aire pesado. Las escasas fuentes que mantenían el lugar
tenuemente iluminado pendían mágicamente de las paredes rocosas de la gran
sala. La fina mecha de fuego tintineaba moviéndose fantasmagóricamente
proyectando extrañas sombras a su alrededor. Las paredes estaban marcadas con
extraños jeroglíficos de la época en que las brujas aún tenían el permiso de entrar
en aquel lugar, según los eruditos del clan, aquellas marcas sin forma narraban
los orígenes de su gente hasta la época en que aconteció la primera guerra entre
las razas.

Roger cayó de rodillas en el centro de la circular sala. Soltando un juramento se


tumbó en el suelo sobre las líneas circulares, cerrando los ojos unos instantes. Su
cuerpo estaba al límite, ya no podía más.

— Hay alguien... ¿William? Necesito un curador — sus murmullos resonaron


con fuerza en el cerrado espacio.
Al no obtener respuesta, Roger se incorporó con dificultad hasta quedar sentado.
Le extrañaba que no hubiesen acudido a su llamada.

Se suponía que nada más acabar las cacerías los brujos debía regresar a las
cuevas donde se mantenían ocultos desde el ataque a la mansión. Las últimas
noches en cuanto llegaba le salían al encuentro los curadores para atenderlo,
pero esta noche parecía que estaba solo y eso le preocupó.

Acaso nos han encontrado. Pensó preocupado el hombre pasando una mano por
la cara, limpiando con ese gesto instintivo parte del barro y sangre que le
manchaba el rostro. Es imposible que no haya nadie. ¿Dónde están los demás
cazadores? Joder, ¿dónde se metió William?

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Haciendo un último esfuerzo Roger se levantó del suelo y tambaleante se acercó


hasta el trono de piedra que había frente a él, pegado a la pared rocosa. Cada
noche, cuando regresaban de una cacería, William los esperaba sentado en el
trono, dispuesto a contabilizar el botín capturado.

Rozó con los dedos fríos la rugosa superficie del trono, pensando en el siguiente
paso a dar.
Solo tenía dos opciones, salir de la cueva y buscar a los brujos que aún seguían a
esas horas patrullando por los bosques para idear un plan de ataque y
reconocimiento a las cuevas o investigar los oscuros túneles por su cuenta.

— Maldición, aunque quisiese no podría enfrentarme a esta situación solo —


tosió con fuerza escupiendo saliva sanguinolenta — No en mi estado actual.
Estoy jodido.

Lo había decidido, saldría de las cuevas y buscaría refuerzos, no iba a


enfrentarse él solo a una posible emboscada.

Al escuchar pasos, que resonaron huecos por la acústica del lugar, Roger sacó las
dagas de las fundas y se preparó para el ataque. Apoyando la espalda en la pared
para asegurarse que no lo atacasen por detrás y enfrentarse al enemigo cara a
cara, alzó los puñales hasta colocarlos a la altura de la cara.

No bajó la guardia hasta que reconoció al hombre que se le acercaba. Soltando


un suspiro aliviado, Roger bajó las armas y relajó la postura.

— Mierda, que susto me has dado William. — su primo no le contestó, pero con
el alivio que sentía Roger pasó por alto ese detalle —. ¿Dónde están los demás?

El soberano del clan de brujos caminó relajadamente y en silencio hacia su


subordinado, el único ruido que producía era el suave susurro de la capa al rozar
el suelo.

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Una vez que estuvo delante de Roger habló, sentenciando su destino y el de su


clan.

— Te estaba esperando, eres el primero que necesitamos.

Servirás bien a tu Rey.

Roger no entendió las palabras de su primo. Al principio creyó que estaba


bromeando pero al ver que William lo miraba con un brillo de locura
entremezclado de odio se asustó. Delante de él su primo se había transformado
en una bestia que no reconocía.

— William... ¿qué hiciste? — murmuró finalmente temblando al notar el oscuro


poder que comenzaba a acercarse a ellos. La intensidad de la magia que los
rozaba con salvaje determinación era poderosa, antigua. Sobrehumana.

William sonrió retorciendo los labios en una mueca grotesca.

— Alcanzar a los dioses “primo” — escupió con asco la palabra primo, riéndose
al ver el dolor en los ojos de su amigo —. Esta noche al fin comenzaré mi
venganza.

Los gritos que profirió Roger al ser capturado por el hombre al que juró proteger
y seguir fielmente, se escucharon fuera de las cuevas, resonando por el bosque
que rodeaba la cueva del parque Nacional de Branff.

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-18-

Junto a Vincent, Jared recorrió las calles de Toronto.

Después de cerca de un siglo, Vincent había logrado una fama que le abría las
puertas para obtener la información que quería. Su sola presencia bastaba para
hacer hablar hasta al más reacio de los informadores. Ninguno de los que
entrevistó se atrevieron a pedirle nada a cambio de su valiosa información pues
no deseaban hacer enfadar al hombre más poderoso de la ciudad.

Dueño de una línea de hoteles de lujo, desperdigados por todo Canadá y con
sede en Toronto, Vincent era un respetado hombre de negocios de día. Pero los
verdaderos negocios que le otorgaban poder en la ciudad, eran los que
desempeñaban de noche, oculto en las sombras y fuera de la ley. Las discotecas
y salas de baile que tenía en su poder eran una tapadera de venta de droga que le
traía un amigo de la infancia afincado en Sudamérica y dueño de una inmensa
plantación de cocaína oculta a la vista de los mortales con poderosos hechizos de
ilusión.

No eran los únicos inmortales que se servían de sus poderes para hacerse un
hueco y encontrar su lugar en una sociedad en la que el dinero era el verdadero
poder. Cinco de las siete familias lycans volcaron su perseverancia en los
negocios humanos alcanzando fácilmente el éxito.

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— Visitaremos a un viejo amigo antes de regresar al Moon — rompió el silencio


Vincent aparcando su coche cerca de la entrada de un viejo edificio que parecía
en ruinas.

Jared bajó del coche tras Vincent, cerrando la puerta con cuidado después de
haber recibido una reprimenda al haber cerrado la puerta con ganas, pues
Vincent desde que salió el primer lanborgini al mercado se había enamorado de
las líneas de ese peculiar coche.

— ¿Pero alguien vive en estas ruinas?

— J, debes ver más allá de las apariencias — sugirió Vincent traspasando una
barrera mágica transparente desapareciendo de la vista de Jared.

Siguiendo a su mentor y amigo, Jared caminó hasta donde desapareció Vincent,


cerró los ojos y al abrirlos buscó indicios de magia. Delante de él se materializó
una barrera amarillenta que rodeaba el viejo edificio de cuatro plantas, con
curiosidad tocó la fina superficie y pasó su mano a su través.

A que esperas J, o acaso quieres una invitación firmada.

— Imbécil — murmuró Jared pasando por la barrera encontrándose con un


sonriente Vincent que permanecía cruzado de brazos y apoyado contra una
magnífica puerta de madera con filigranas de oro.
Al mirar hacia arriba Jared se maravilló de las riquezas que ostentaba la
ornamentada fachada del edificio. El color blanco de la impoluta pintura se
entremezclaba con el dorado brillante del oro y entre aquel lujo las estatuas de
ángeles colgados en los balcones que parecían que te miraban directamente.

— Demonios, quién coño vive aquí — exclamó Jared después de silbar al


admirar todo el esplendor del lugar.

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— Un amigo….que me debe una.

Lo suponía. Masculló en su mente Jared parándose al lado de Vincent y


esperando que éste golpease la puerta.

No tardaron mucho en atenderles una vez que timbraron, a los pocos segundos
una joven vestida con vaqueros rojos, camiseta de tiras negras y unas chanclas
les abrió la puerta. Sin dejar de masticar el chicle y no llegando a abrir la puerta
del todo, la joven muchacha de cabellos morados les preguntó.

— ¿Qué queréis tíos?

Jared tosió disimuladamente al ver la expresión que puso Vincent ante el descaro
y la falta de respeto de la joven.
— Avisa a los de la casa que Vincent está aquí.

La joven explotó el globo que formó con el chicle y preguntó alzando las cejas.

— Te lo tienes creído, ¡eh tío! Acaso eres un rey o algo para que tengan que
atenderte solo porque vengas de visita.

El tic en el ojo izquierdo de Vincent fue evidente para todos. La actitud


desafiante e irrespetuosa de la chica le estaba poniendo nervioso. Respiró
profundamente, manteniendo el control.

Esa joven irrespetuosa aunque fuese una pequeña arpía de cabellos extraños no
dejaba de ser una débil mortal. Si se dejaba enfurecer por ella se rebajaría a su
nivel.

— Joven, avisa a tus mayores — le ordenó con voz grave fijando su peligrosa
mirada en los chispeantes ojos de la adolescente.

— Vete a tomar por culo — fue la única contestación que tuvo Vincent antes de
presenciar como la adolescente cerró la puerta dejándolos fuera de la casa, con
unas muecas de genuina sorpresa en sus rostros.

Vincent gruñó mostrando su dentadura. Tenía el cuerpo tenso, con ganas de


desagarrar un fino cuello hasta saciar su sed de sangre.

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— Mocosa impertinente — masculló entre gruñidos cerrando los puños con


fuerza —. Como se atreve a hablarme así.

— Es joven.

Vincent se giró y miró a Jared que seguía apoyado contra la barandilla de


mármol mirándolo con diversión en los ojos. El muy maldito se lo estaba
pasando bien viéndole en apuros.

— ¡Y con eso qué! — Le ladró Vincent contestando a las palabras de Jared —.


Que sea joven no le libra de la educación y la obediencia.

Jared ladeó la cabeza sonriendo.

— ¿Cuántos años llevas conviviendo entre mortales?

— ¿Qué tiene que ver eso? — preguntó a su vez Vincent confuso.

Jared movió una de sus manos en el aire.

— Tú solo contesta a mi pregunta Vin.

— Cerca de dos siglos — murmuró Vincent no queriendo dar una fecha


concreta.

Nada más oír la respuesta de Vincent Jared estalló en carcajadas. Vincent lo miró
como si le hubiese salido dos cabezas.

— Ahora por que coño te ríes Jared.

— Me río porque después de tanto tiempo aún no has comprendido lo simple


que son los mortales. Cuando pasan por los años después de la niñez son
rebeldes por naturaleza y tú no hiciste más que echar leña al fuego al decirle a la
chica que llamase a sus mayores.

Vincent movió una mano en el aire restando importancia a las palabras de Jared.
Sinceramente le daba exactamente igual que la mocosa estuviese atravesando
una difícil etapa de su insignificante vida, él solo deseaba y esperaba tener el
trato que merecía, después de todo él era quien decidía quien vivía y quien debía
largarse de la

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ciudad. El poder fue un bocado deliciosamente amargo que consiguió después de


siglos de lucha y determinación, y por nada del mundo iba a permitir que le
pisoteasen su estatus social.

— Pasa de ella Vincent, es solo una niña.

Vincent gruñó rechinando los dientes.

— Maldición, J, no me leas la mente.

Jared sonrió de lado.

— No te he leído nada, Vin. Después del dolor de cabeza que me provocaste la


última vez que intenté vislumbrar lo que estabas pensando no he entrado en tu
mente nunca. Pero es que tu rostro es demasiado expresivo cuando pierdes tu
máscara de impasibilidad.

Antes de que Vincent contestase, escucharon gritos y maldiciones al otro lado de


la puerta.

— ¡Pero qué coño pasa ahora! — masculló Vincent sacando de una funda atada
a su espalda un puñal de oro blanco, regalo de su compañera la cual mandó
grabar las iniciales de ambos para recordar el día que se conocieron. Un lluvioso
día en el que lucharon y se amaron, y desde entonces no se separaron nunca.

Jared se colocó al lado de él tomando una postura defensiva.

Sus ojos chispeaban adquiriendo matices rojizos bordeando alrededor del iris.

Cuando la puerta se abrió, se prepararon para un posible ataque. Después de


todo, Vincent no confiaba en esos mortales.

Aunque le habían jurado fidelidad, que lucharían de su lado llegado el momento,


no se fiaba de su palabra. Los humanos eran traicioneros, unas criaturas
malvadas por naturaleza y egoístas. Esa lección fue la primera de su vida, que
nunca olvidaría. Una lección salpicada de sangre. Su sangre.

— ¡Señor Vincent! — Chilló con voz aguda el hombre que les abrió la puerta
mientras les dirigía una mirada asustada —.

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¡Perdónela! Mi hija a veces se comporta como una estúpida. Ya sabéis como son
los jóvenes de hoy en día. Les han perdido el respeto a sus mayores. Pero
descuide que será severamente castigada.
El rostro de Vincent no mostró ninguna de las encontradas emociones que estaba
sintiendo en esos momentos. El asco y la repulsa que sentía por ese hombre, le
revolvió el estómago. El jefe del clan de cazadores era un hombre débil de mente
y cobarde. Que no dudó en aliarse con su peor enemigo, un inmortal aun después
de haber jurado ante la tumba de sus antepasados que dedicaría el resto de su
vida a dar caza a los seres inmortales. Cada vez que le miraba se le pasaba por la
mente la imagen de una babosa, un diminuto ser que se arrastraba por el suelo y
procuraba recoger los beneficios del arduo trabajo de otros.

— Wilbort — le contestó otorgándole a su voz un tono frío, afilado.

El aludido tembló visiblemente al escuchar su nombre en boca del poderoso


Vincent. Sujetando el pomo de la puerta con fuerza intentando esconder en lo
posible los temblores que sacudían su cuerpo, abrió la puerta de para en par
dejando el espacio libre para que pudiese pasar Vincent y su acompañante.

— Perdone Vincent, no se donde tengo la cabeza. No se quede ahí, pase, pase.

Jared siguió a Vincent al interior de la mansión. Al percibir la desconfianza en


los ojos de su amigo, Jared se puso en guardia, abriendo su mente para poder
percibir con claridad los pensamientos de los humanos allí reunidos. El choque
de las voces en su mente le produjo un ligero mareo, hasta que al cabo de unos
segundos se acostumbró a la invasión de voces ajenas.

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En aquella casa vivían más de cuarenta personas, todas ellas relacionadas de


alguna manera por la sangre. Y según parecía vivían por y para la caza.

Jared entrecerró los ojos al escuchar como murmuraban en sus mentes los
recuerdos de las cacerías que libraron en los pasados días.

Escuchar con aquella monotonía en la voz, como si careciesen de sentimientos o


no les importasen que aquello que cazaban eran padres de familia, o madres con
hijos que la esperaban en sus hogares, le enfureció.

Cálmate Jared.

Jared se giró y fulminó con la mirada al impasible Vincent que escuchaba sin
atender del todo las disculpas del jefe.

¿Cómo puedes permanecer delante de ese bastardo sin desear desgarrarle la


garganta?

Vincent suspiró en su mente. La tensión en sus hombros era evidente solo para
ojos expertos ya que la aparente postura relajada que presentaba no era más que
una máscara que mantenía ante aquellos mortales.

Por ahora me son útiles. El día que no lo sean…

Jared asintió.

— Padre no comprendo porqué motivo dejas entrar en casa a esos seres. ¿Acaso
no son nuestros enemigos?

Todos se volvieron hacia la chillona voz femenina.

Wilbort soltó un juramente venenoso antes de acercarse en dos zancadas a su


joven hija pequeña y propinarle un puñetazo en la cara que la tumbó al suelo.

— ¡Cállate mocosa! No haces más que traernos problemas a la Organización,


eres una deshonra para los Cazadores.


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Durante unos instantes los ojos de la muchacha brillaron de dolor, pero se


apagaron con rapidez, no transmitiendo nada, como si estuviese acostumbrada a
ocultar lo que verdaderamente sentía.

En silencio Mireilla se levantó del suelo y levantó la cabeza enfrentándose con la


mirada de su progenitor. Ante todo era orgullosa y nunca permitiría que las
hirientes palabras de aquel hombre la afectasen. Destruyesen su sueño de llegar a
ser la mejor Cazadora de la Organización. Hacía mucho tiempo que le había
dejado de importar lo que los demás opinasen de ella. Su infancia fue dura pero
le mostró como dominar su poder y como manipular sus sentimientos para poder
alcanzar sus objetivos.

— Lárgate a tu cuarto, Mireilla.

La furia que sintió Mireilla, fue fugaz, oscureciendo sus ojos, pero a pesar de
que procuró no mostrar su disgusto no fue suficiente, los inmortales lo vieron y a
pesar de que Vincent renegase de la raza humana, sintió lástima por la joven
humana. Lástima por la determinación que se podía leer en su mente de ser la
mejor, aunque le costase el alma y su vida. La joven deseaba el poder para
vengarse de aquellos que la denigraron de niña y la golpearon innecesariamente
por ser débil. Con esfuerzo y mucho sacrificio logró poder y fuerza, dejando
atrás su pasado enfermizo. Pero sus esfuerzos parecían que no eran suficientes
para sus padres. Todo logro que alcanzaba era pisoteado por los de sus
hermanos.

Pero ella tenía paciencia.

Esperaría el momento.

¡Oh,sí!

En el futuro la Organización estaría bajo su mando, los hombres que se rieron de


ella, trabajarían bajo sus órdenes,….quisiesen o no.

Manteniendo una mueca inexpresiva, Mireilla asintió.

— Cómo ordene, padre.

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Una vez que su hija salió del recibidor, Wilbort sonrió e invitó a los inmortales
que le siguiesen hasta su despacho.

Vincent fue el único que contestó, aceptando la invitación, pues Jared ardía por
dentro. Cerrando los puños con fuerza, ahogaba con dificultad las ansias de
partirle la cara al desgraciado por haber golpeado tan despiadadamente a su hija.
Lo siguieron al interior de la mansión, pasando por un angosto pasillo adornado
con lujosos candelabros y mesas talladas en madera. Los espejos que colgaban
de las paredes estaban cubiertos con paños negros. El suelo estaba tapizado con
una alfombra rojiza, en la que se podía percibir el olor a la sangre.

El lugar a pesar de ser inmenso, estaba silencioso, como si nadie viviese en él.
Una contradicción pues se escuchaba con claridad cerca de ochenta latidos
desperdigados por todo el lugar, desde los calabozos de las plantas bajas hasta
las habitaciones superiores.

Todos los habitantes de aquel extraño lugar andaban sigilosamente, cuidando de


no hacer ruido.

A los pocos minutos y tras caminar unos cuarenta metros llegaron ante las
puertas del despacho. Wilbort las abrió y entró seguido de Vincent y Jared.

El despacho no era más que una gran sala circular en la que cerca de la ventana
había una mesa de madera negro y dos sillones de cuero uno enfrentado a otro y
separados por la mesa. Los grandes ventanales que cubrían la mayoría de las
paredes de la instancia estaban descubiertos, las cortinas habían sido descorridas
y atadas con borlas doradas que muy posiblemente eran de oro. El suelo era frío,
de mármol traído del viejo continente, comprado en una explotación de Grecia.

Wilbort se dirigió hacia el minibar que había en una esquina de la sala y sirvió
tres copas de whisky. Acercó la bandeja con las

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bebidas hasta la mesa y se sentó en el sillón, esperando que los inmortales se


acercasen.

— Tomad, un trago. Es de buena cosecha, traído de Escocia — levantó la mano


derecha revolviendo el vaso. El hielo golpeteó las paredes de cristal del vaso
salpicando gotitas del dorado líquido al cuero del sillón.

Jared soltó un siseo disconforme. El único trago que deseaba de ese cabrón era
de su cuello, con gusto le mordería y tomaría sólo un poco de su sangre,… sólo
hasta que se desmayase y se partiese esa cara de cabrón contra el blanco mármol.

Jared sonrió. La imagen de ese hombre tirado en el suelo en un gran charco de


sangre, le hizo sonreír. Eso si que sería un final perfecto para la mierda del día
que estaba teniendo.

Vincent soltó una ronca carcajada sorprendiendo a todos. Sin dejar de esbozar
una sonrisa se acercó hasta el sillón libre y se sentó tomando una de las copas de
la bandeja. Agitó la copa y olió el contenido buscando algún signo de veneno,
pero no halló nada en el líquido. Cuando iba a dar un trago, se frenó en seco con
la copa en la boca al ver la sospechosa sonrisa del mortal. Olisqueó
disimuladamente, cerrando los ojos y vaciando su mente. Al cabo de unos
segundos en los que solo se concentró en los olores afrutados de la copa, lo
encontró. El muy maldito había ocultado el veneno en el hielo. La sustancia casi
era imperceptible para el olfato a no ser, porque el hielo, a causa del calor que
desprendía sus manos al contacto con el vaso, se derritió.

Malnacido. Debería acabar con tu miserable vida. Vincent sonrió haciendo ver
que bebía un buen sorbo. Si, sonríe, que será lo último que hagas

Jared se apoyó contra la ventana mirando de reojo a los dos hombres que
hablaban amigablemente. Bufó ante tanta hipocresía. Él

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no servía para aquel teatro, la información que necesitaban se la habría sacado a


golpes al mortal. Definitivamente Vincent por algo era el jefe de aquella ciudad.
Su dominio era fuerte y unificado y todo gracias a su poder de persuasión.
Aquellos con los que hacía tratos no se atrevían a traicionarlo, Vincent era un
jefe bondadosa cuando lo necesitaban pero era sanguinario con aquellos que
levantasen sus manos contra él.

— Mi compañera se encuentra bien de salud, muy amable por preguntar, Wilbort


— Miró el reloj de su muñeca izquierda, un rolex bañado en oro blanco —. No
disponemos de mucho tiempo, así que, contesta a esta simple pregunta Wilbort.
¿Los brujos os llamaron solicitando vuestra ayuda?

Wilbort tragó nervioso.

— Eh,...no. No nos llamaron.

La sonrisa afable que mostraba Vincent desapareció dejando ver su verdadero


rostro. Sus ojos brillaron con intensidad y sus labios se entreabrieron dejando ver
unos largos y afilados colmillos.

— ¡No mientas maldito! Se que os llamaron para que fueseis a ayudarlos.

— Có-como sabéis eso.

Vincent estalló el vaso con la mano dejando caer los pedacitos humedecidos de
cristal sobre el impoluto escritorio.
— Se todo lo que sucede en mi ciudad, mortal — Wilbort tembló visiblemente,
nunca antes había visto a Vincent así. Parecía una bestia sedienta de sangre. Su
sangre.

Temiendo por su vida sacó una pistola del cajón de su escritorio y apuntó con
ella a Vincent.

— Aléjese de mi, lárgase de mi propiedad o si no...

— O si no qué — preguntó con ironía Vincent cruzándose de brazos y


reclinándose contra el respaldo del sillón con tranquilidad,

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como si no le importase que tenía una pistola apuntándole a la cabeza a tan solo
un metro.

Wilbort no podía dejar de temblar. A pesar de haber cazado seres como ese
hombre durante décadas, Vincent le causaba un temor que era incapaz de
controlar.

— Te mataré — le contestó con voz chillona.

Las carcajadas que profirió Vincent fueron acompañadas de las de Jared.

— No me esperaba esto de ti, después de tanto tiempo sacaste algo de valentía


de tu patético cuerpo — Vincent se limpió unas imaginarias lágrimas, sonriendo
de lado —. Lástima. Tenía grandes planes para ti, pero ahora…— se encogió de
hombros.

Wilbort comenzó a gritar para que sus hombres acudiesen a la sala. Al escuchar
las carcajadas del acompañante de Vincent se calló.

— Por más que grites nadie vendrá. He insonorizado el lugar, podríamos jugar
un poco contigo que nadie escucharía nada.

Cuando el extraño sonrió, Wilbort vio sus largos colmillos alargados, muy
diferentes de los gruesos colmillos de Vincent, aquel hombre era un vampiro.
Consternado por tal descubrimiento miró a la ventana, los rayos del sol entraban
a raudales por los cristales, la actividad de la ciudad era audible a aquellas horas
de la tarde. ¿Cómo era posible que un chupasangre se pasease a esas horas y no
sufriese daños por el sol?

Su pregunta no tardó en hallar respuesta. El propio Jared que leyó la confusa y


sorprendida mente del mortal le contestó, pasando una mano por sus cabellos.

— Hay mucho que no sabes de los inmortales, humano. Pero no importa lo que
descubras hoy ya que nunca podrás decírselo a nadie.

No saldrás vivo de esta sala.

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Todo sucedió muy deprisa. Wilbort se levantó y corrió despavorido hasta la


puerta de entrada, pero fue interceptado por Jared que le golpeó en la cara y lo
derribó al suelo. Escupiendo sangre Wilbort se arrastró para alcanzar la pistola
que voló de sus manos cuando fue derribado.

Vincent pateó el frío objeto de metal lanzándolo lejos de su alcance.

— No necesitas eso, viejo amigo.

Jared procura leer su mente antes de desangrarlo necesito saber los planes que
tienen. Estos desgraciados se han unido a los brujos lo sé. Mis informadores son
incapaces de mentirme.

Jared entrecerró los ojos.

Si sabías de un principio que este gilipollas te iba a traicionar, ¿por qué cojones
hemos venido?

Vincent contestó en alto.

— Quizás me estoy haciendo viejo J, pero quería darles una oportunidad — Se


agachó quedando de rodillas frente al lastimoso cuerpo del humano —. No
pasaste la prueba Wilbort, y ya sabes lo que le suceden a aquellos que me
traicionan.

No,…piedad….no me mate….no….

— ¡Piedad! — Exclamó en alto Vincent levantándose —. Que sabrás tú lo que


significa esa palabra. Te he permitido vagar con libertad estos últimos treinta
años pero ya no más, humano. Pagarás por tus crímenes. J, te obligué a esperar
por tu desayuno — Señaló con la cabeza el cuerpo del mortal —. Ahí lo tienes.
Buen provecho.

Quince minutos después, Jared dejaba caer al suelo el cuerpo sin vida de
Wilbort.

— Creo que voy a tener una indigestión por culpa de este tipo.

— No sabría tan mal J.

Jared escupió con asco.

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— Tú que sabrás. La sangre de este mortal era pura maldad.

Vincent pateó el cuerpo tirado en el suelo.

— Esto no entraba en mis planes, debemos deshacernos del cadáver y salir de la


casa sin levantar sospechas.

Jared levantó el cuerpo y lo zarandeó.

— Este tipo ya no sirve en este estado. Y no creo que podamos engañar a nadie
paseándonos con el cadáver bajo el brazo y diciendo que se pasó con el alcohol.

Vincent se paseó por la sala. Debía pensar algo. Habían acabado con el jefe de la
Organización y por desgracia estaban en el corazón de la mansión. Sus viejos
huesos le pedían acción, podían salir luchando acabando con quienes se
interpusiesen en su camino.

Enseguida desechó esa opción. Su poder en esa ciudad era frágil como el cristal,
ahora le obedecían, pero si se divulgaba que había masacrado a humanos
inocentes sus enemigos no dudarían en organizarse para acabar con él.

— Y si lo dejamos sentado en su sillón y salimos por patas por la ventana.

Vincent murmuró para sí.

Estaba pensando seriamente la propuesta de Jared.

Antes de que pudiese contestar al joven vampiro, las puertas se abrieron.

La joven que entró se quedó paralizada en el hueco de la puerta, con los ojos
abiertos como platos.

— Habéis matado a…

Jared la empujó metiéndola dentro de la sala, antes de que la humana se acordase


de cómo gritar.

— Ahora si que tenemos un problema Vincent.

El aludido gruñó disconforme y masculló.

— Con esta mujer ya son dos, Jared. No te olvides del fiambre.

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Pero la mujer los sorprendió a los dos, al reírse.

Jared la dejó libre, destapando su boca y alejándose un paso de ella.

— Mujer, ¿estás loca? Acabas de ver el cadáver de tu padre y solo se te ocurre


reírte delante de sus asesinos.

Mireilla se limpió las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas.

— Debería llamaros asesinos pero hicisteis lo que todas deseábamos hacer. Nos
habéis hecho un favor al matar a este cabrón.

Decir que tanto Jared como Vincent estaban sorprendidos era decir poco. Ante
las palabras mordaces de la humana los dos hombres quedaron sin palabra,
anonadados.

— ¡Es tu padre por dios! Cómo puedes decir eso — exclamó confuso Jared.

Mireilla apretó los labios.

— Tú lo viste, ese hombre era una bestia. Nos trataba como objetos. Nadie le
echará de menos.

Vincent apoyó una mano sobre el hombro de Jared acallando una posible réplica.
Jared se volvía muy sensible cuando se trataba de traiciones familiares, le
recordaban su pasado.

— Déjalo estar Jared — Jared asintió y se guardó lo que pensaba para sí mismo
—. Niña, indícanos la salida.

Mireilla entrecerró los ojos.

— Por haber matado a este sádico os permitiré salir de la mansión, pero no


saldréis con vida si os vuelvo a encontrar.
Vincent sonrió. El coraje de la joven era asombroso. Nunca antes un humano se
había atrevido a amenazarle de esa manera tan abierta.

Asintiendo con la cabeza, Vincent contestó.

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— Niña, tienes un gran futuro por delante. Solo te aconsejo que no cierres tu
mente a los nuevos caminos que encontrarás ante ti.

— Basta de cháchara, tío — lo acalló Mireilla moviendo la cabeza de un lado a


otro. —. Debemos irnos ahora, os llevaré por el pasadizo. Si salís ahora sin mi
padre sospecharán los demás.

— ¿Acaso no os hicimos un favor matando a ese desgraciado?

Mireilla se encogió de hombros.

— Si, nos ayudaste a sus mujeres y a mí, pero a sus hijos…. — miró
directamente a Vincent a los ojos —. Ellos buscarán venganza por la muerte de
su padre.

Vincent restó importancia a esa revelación.


— No esperaba menos. Muéstranos la salida, mujer.

Mireilla echó un último vistazo al cuerpo sin vida de su progenitor.

Ojala te pudras en el infierno maldito.

Sin decir nada, caminó hasta el minibar. Buscó una vieja botella de ron añejo y
cuando la encontró tiró de ella hacia delante. Abriendo de esta manera una
trampilla que apareció una vez que el mueble del minibar se movió hacia un
lado.

Mireilla buscó en su chaqueta un mechero, con el encendió la primera de las


antorchas del túnel y la desenganchó tendiéndosela al inmortal de largos cabellos
plateados que esperaba a unos metros.

— Seguid este camino y acabareis en el barrio Sant Louis, al final del túnel
habrá una puerta de metal, para abrirla tirar de la manilla hacia delante.

— ¿Tú no vienes? — le preguntó Jared, desconfiando de las indicaciones de la


humana. ¿Y si al final del túnel no había nada? ¿Y

si no era más que una trampa?

Mireilla ignorando las sospechas que levantó en el vampiro, contestó negando


con la cabeza.

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— No, no puedo abandonar la mansión. Regresará a mi cuarto y esperaré a que


mis hermanos encuentren el cuerpo. Después…. — cerró los ojos —. El nuevo
jefe decidirá que rumbo hemos de tomar.

No me fío de ella Vincent. Opto por salir por las ventanas y correr.

Estaríamos rodeados antes de que llegásemos a las verjas de entrada, J.


Seguiremos este túnel.

Jared siseó.

Maldición y si es una trampa.

Vincent ladeó la cabeza mirándole divertido.

¿Le temes a la oscuridad, vampiro?

Jared siseó de nuevo mostrándole los colmillos.

— No me jodas viejo.

— Ni aunque me dejases, Jared — bromeó Vincent.

Mireilla intentó por todos los medios esconder el miedo que le provocó ver
como el rostro del hombre más joven se deformaba adquiriendo una mueca
horrenda de maldad.

Confía en mí, J. Este túnel ya lo conozco. No olvides que ayudé a los primero
Cazadores a construir esta mansión.

Jared se quedó unos segundos sin habla.

Una vez que reaccionó, gritó.

— ¡Tú hiciste qué!

— Dejemos el dramatismo para luego Jared — ignoró al vampiro y su tono de


voz imperioso y sorprendido, y se concentró en la joven. Olía el miedo en ella,
pero su rostro no denotaba tal sentimiento. Era una buena actriz. Sería una gran
Cazadora —.

Humana no olvido un rostro, recuérdalo.

— Yo tampoco, criatura. Yo tampoco olvido una cara — contestó Mireilla,


alzando la cabeza con orgullo, obligándose a no desviar la mirada de los ojos del
inmortal.

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No tardaron en entrar en el túnel iluminado tan solo por la tenue luz que
proyectaba la antorcha.

El ruido al cerrarse la trampilla les recordó al golpe seco de la tapa de un ataúd,


estaban encerrados en vida en las entrañas de la tierra, caminando por la
oscuridad del estrecho y claustrofóbico pasillo, siguiendo el instinto y los
recuerdos de Vincent.

Los minutos se le hicieron eternos a Jared. No soltó el aliento que retuvo durante
el camino hasta que se encontró delante de la puerta que les mencionó la mortal.

Jared no tenía la paciencia de Vincent, nada más estar delante de la puerta la


derribó de una patada. El metal salió disparado aterrizando a los pies de una
cafetería en la avenida de Sant Louis, tal y como había asegurado la mortal.

— Tan diplomático como siempre — farfulló Vincent, fulminando con la mirada


a los humanos que tomaban unas copas en la terraza de la cafetería y que no
podían creer lo que veían, pues ante la mirada asombrada de todos, unos
hombres habían surgido detrás del cartel de lencería femenina.

Jared aspiró el aire, agradeciendo haber dejado atrás el hediondo olor a tierra. Ya
le bastaron los días que tuvo que esconderse en las entrañas de aquella cueva que
encontró en el parque nacional de Jasper que ir arrastrándose por todos los
malditos pasadizos que encontrasen por esa ciudad.

— Larguémonos a casa, Vincent. Ya tenemos la información que queríamos —


Miró el cielo, estaba ya oscuro —. Dentro de una hora despertará mi compañera,
es un poco remolona con la cama, pero suele despertarse antes de las ocho y
media — Levantó el brazo mostrando su arrugada y sucia camisa —. Necesito
una ducha.

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— Tienes una hora J, a las nueve vendrán los líderes de los dominios vecinos.
Los rumores de una guerra han llegado hasta el otro extremo del continente y
todos desean respuestas.

Jared asintió silbando y levantando una mano, parando un taxi.

— Cuanto antes lleguemos mejor — dijo Jared ante la mirada interrogante de


Vincent.

Como si de una película se tratase, los mortales que presenciaron la aparición de


los dos hombres a través de la valla publicitaria, reaccionaron una vez que estos
se largaron en taxi, perdiéndose el amarillo vehículo por las atestadas carreteras
de la ciudad.

Sacaron sus móviles de los bolsos y narraron lo ocurrido, exagerando lo


presenciado. No todos los días se veía algo así, y menos en una ciudad tan
aburrida y monótona como era Toronto.

A pesar de ser solo las ocho y media de la tarde, en la entrada a la discoteca ya


había una fila de personas esperando impacientes a que abriesen el local. Entre
aquellos jóvenes vestidos con colores chillones a la moda y ropa escasa y pegada
al cuerpo, se ocultaban los inmortales líderes de los siete dominios que rodeaban
al amplio territorio de Vincent.

Por primera vez dejaban de lado sus diferencias, y accedieron a reunirse en aquel
lugar para informarse de las novedades. La caída del clan del fuego y la
sanguinaria e indiscriminada caza a inmortales les tenían preocupados.

Ante todo quería saber cómo fueron capaces esos humanos de obtener esas
armas capaces de dañarlos a tal extremo de acabar con sus vidas.

La llegada al local del dueño, provocó un gran revuelo entre los presentes. Las
mujeres silbaron al verle pasar, y los hombres le saludaron animosamente
intentando lograr su atención. Lo trataban

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como a una estrella de cine, pues Vincent Blacker era conocido por todos en
aquella ciudad.

Vincent ellos ya han llegado.

— Ya los sentí Jared — murmuró Vincent mirando de reojo los rostros serios de
los jefes que acudieron a su llamada.

— Y bien… ¿los dejas pasar?

Vincent negó con la cabeza ingresando en el local y saludando con un gesto al


portero.

— Que esperen.

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-19-

Nada más entrar en el local, Jared se despidió de Vincent que quedó hablando
con los guardias de seguridad para informarles que la hora de entrada en el local
no sería hasta las diez y media de la noche y que hasta ese momento nadie debía
entrar en el recinto.

Jared subió las escaleras que le conduciría hasta los dormitorios de dos en dos.
Estaba ansioso por ver a su compañera. Hacía apenas unas horas que la había
dejado durmiendo en la cama exhausta tras una maratoniana sesión de sexo, y ya
estaba duro con solo pensar en ella.

Necesitaba sumergirse en su cálida vagina y perderse en el torbellino de


emociones que le provocaba aquella pequeña mujer.

Al entrar al cuarto que le asignó Vincent, la buscó con la mirada, encontrándola


aún dormida en la cama. Con un gruñido ronco, se acercó hasta ella olfateando el
aire, intoxicándose con su atrayente aroma.

Mía…Eres mías…

Al subirse a la cama, procuró no despertarla. Aún no. Una vez que estuvo a la
altura del rostro dormido de la mujer, Jared le acarició las mejillas con una
suavidad casi imperceptible.

Sharon no despertó.

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Jared sonrió abiertamente y esta vez la sonrisa llegó a sus ojos.

— Ah, dormilona. Eres una delicia para mis ojos — delineó con las yemas de
sus dedos la fina línea de sus cejas, hasta pararse en la garganta de la mujer,
sintiendo los fuertes y rítmicos latidos de su corazón.

La necesitaba.

Saborearla.

Poseerla.

Marcarla como suya hasta que la joven perdiese la consciencia, por el placer.

Jared besó sus labios, como una suave caricia de pétalos de una flor. Solo cuando
sintió como la mujer correspondía tímidamente, volvió más agresivo el beso.
Presionó con pasión sus labios contra los de ella, y con la lengua comenzó a
lamer la pequeña abertura de los labios entreabiertos de Sharon, exigiéndole que
se abriese completamente a él. Ella aceptó sus exigencias y abrió los labios
permitiéndole entrar, permitiéndole saborearla a fondo.

Jared gimió cuando sintió el sabor de la mujer. Era como la primera vez que la
probó. Intoxicante. Adictivo. Un veneno que recorrería hasta el final de su vida
sus venas y del cual necesitaba su dosis diaria para no volverse loco.

Batalló por el control. Su lengua se movió con firmeza por la boca de su


compañera, logrando que Sharon se agarrase a sus hombros y se sintiese
desfallecer.

Jared la había despertado de una manera que nunca creyó sentir. Había soñado
con que la despertasen entre besos dulces, pero la dulzura había dado paso a la
pasión febril. Jared la besaba como si no existiese un mañana. Como si sus besos
fuesen su única salvación.

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Sharon era incapaz de esconder el deseo que sentía. Con tan solo unos besos ya
estaba húmeda, preparada para recibirlo.

Jared cortó el beso y se separó para contemplarla, sonriendo internamente al


escuchar la muda queja de Sharon.

— Ja-Jared….por favor…

Jared se tumbó encima de ella, restregando intencionadamente su pelvis para que


ella notase el estado en que lo dejó su sabor. Se apoyó con los codos, procurando
aliviarla del peso de su cuerpo.

— Qué mujer, dime que quieres — le susurró con la voz ronca al oído,
consiguiendo que temblase de nuevo Sharon ante su voz.
— A ti. Te quiero a ti — Jared sonrió, mirándola con un brillo salvaje en sus
ojos.

Sharon no dejaba de retorcerse debajo de él. Jadeó de placer al sentir su dureza


presionando contra su vientre. Pasó una lengua por sus labios resecos. Tenía sed.
Quería saborearlo, tomarlo con su boca y lograr que perdiese el control de su
cuerpo. Verlo alcanzar el clímax mientras gritaba su nombre.

Guiándose por sus instintos Sharon acarició la protuberancia por encima de la


ropa, consiguiendo que Jared jadease por la sorpresa. Este no se había esperado
que Sharon comenzase a tocarlo de aquella manera. En sus encuentros era él
quien tomaba la iniciativa, teniendo siempre presente que la mujer sufrió desde
joven vejaciones de todo tipo.

— Sharon detente — gruñó con la voz rota Jared. Si seguía tocándole así se iba a
correr.

Sharon lo empujó y quedó sentada encima de él. Jared la miró agarrándola por
las caderas, subiéndole el camisón y rompiéndole de un tirón las finas bragas. Si
ella deseaba empalarse y cabalgar sobre él que así lo hiciese, más tarde en el
segundo asalto él la conduciría hasta la cumbre.

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Pero Sharon lo sorprendió al golpear sus manos y bajar hasta quedar sobre su
cadera. Ella sin dejar de sonreír, le bajó la cremallera del pantalón negro y sacó
su miembro que cobró vida en cuanto se vio libre de su prisión.

Sharon miró aquella verga, por un instante sintió miedo y náuseas. Sin quererlo
había recordado las sesiones con los Guerreros de su clan, cuando ellos la
obligaban a ponerse a cuatro patas y aceptarlos con sus bocas hasta que se
corriesen. En aquellos momentos ella solo deseaba que acabasen de una vez y al
finalizar, cuando sentía el amargo líquido blanquecino por su garganta, rezaba
por no tener náuseas. Si vomitaba continuaría la tortura.

Pero ahora, delante de Jared, sentía verdaderos deseos de tomarlo. De pasar su


lengua por la cabeza y probar el líquido que goteaba.

Jared sintió su temor. Cuando ella iba tomarle, la paró sujetándole la cara con las
manos.

— No tienes porque hacerlo Sharon.

— Pero quiero hacerlo — contestó sacudiendo la cara, mirándolo con muda


súplica.

Ella quería abrirse a él. Borrar de su mente todos los malos recuerdos de su
pasado. Hacerle sentir como él la hacía sentir cuando la colmaba con su lengua.
Quería demostrarle que él también era lo más importante en su vida, que se
había colado en su corazón y la había echo cautiva. Por él podría olvidarlo todo.

Jared la contempló largamente, observando todos los cambios que pasaban por el
rostro de la joven. Desde el miedo hasta la determinación.

— Sharon no…

— ¡Déjame Jared! Sólo deseo amarte….

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Jared se rindió. Sería de estúpidos negar que él no deseara que le acogiese en su


boca. Pero ante todo era el bienestar de su compañera. Él nunca la obligaría
hacer algo que ella no quisiese.

Entrecerró los ojos y se recostó en la cama, liberando la tensión de su cuerpo.

— Soy todo tuyo, nena. Ya lo sabes.

Sharon se rió, soplando suavemente sobre la cabeza enrojecida de la verga.

Jared gimió. Los minutos que pasase en esa posición a merced de su compañera,
iban a ser una tortura…..Sharon comenzó a lamer la base de su pene, acariciando
sus pelotas.

Ah, dioses…. Iba a ser una tortura deliciosa.

Vincent mientras tanto, ponía en orden sus pensamientos mientras bebía una
copa en la planta baja del local.

Se había acercado hasta el almacén de bebidas y detrás del panel luminoso que
había en una esquina, accionó un diminuto botón abriendo de esta manera la
trampilla, traspasándola entró en una sala donde encontró a su compañera
durmiendo bajo el agua. Aquella sala era especial, la había construido hacía
tiempo para que su mujer no tuviese que ir al mar en el periodo de fertilidad de
su especie. La amplia piscina que cubría toda la base del edificio de la discoteca,
era una simulación perfecta de un lago natural. El agua que contenía era agua de
mar, purificada gracias a unos filtros y una purificadora que permanecían
encendidas constantemente. El suelo de la piscina era de roca blanca y los
azulejos que adornaban las paredes tenían pintados motivos marinos, desde
imágenes de conchas, hasta estrellas de mar.

Cuando le había mostrado la piscina, Lucille chilló de alegría.

Ahora no tendrían que separarse, ella podía pasar esos días cerca de Vincent,
aunque fuese en una especie de estado vegetativo

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que adoptaba para poder sobrellevar mejor el dolor que le provocaba entrar en la
época de apareamiento.

Vincent la contempló dormir mientras bebía sorbo a sorbo el contenido de su


copa.

Lucille era hermosa, una hermosa kelpie, y era toda suya. Sus largos cabellos
azulados ondulaban en el agua, siguiendo los movimientos del agua. Su rostro
era ovalado, con una piel nacarada, blanquecina, sin rastro del paso del tiempo.
Sus cejas eran dos finas líneas que perfilaban sus bellos ojos. Su cuerpo desnudo
era una tentación para cualquier hombre. Pechos turgentes y llenos, con unos
pezones pequeños erectos por el frío agua. Su cintura estrecha, su cadera amplia,
largas piernas y contorneadas, echas para abrazarle mientras la penetraba con
locura.
Recordó el día que la conoció, cuando la encontró malherida en la orilla del mar.
Sus ojos lo miraron con fiereza, siseando cuando la intentó cogerla en brazos
para llevarla a un lugar seguro.

Vincent sonrió al recordar aquellos días.

Ella había luchado tanto con él para no dejarse vencer, pero al final había
perdido la batalla de sus sentimientos. Él la había echo suya. La convirtió en su
compañera a pesar de pertenecer a otra especie. Su corazón le gritó desde el
momento en que olió su sangre que esa mujer, sin importar su procedencia, fue
echa para él.

Dejando la copa vacía encima de una mesa, Vincent se acercó hasta la orilla de
la piscina, y pasó una mano por las frías aguas.

— Te necesito, Lucille. Lo que tanto temíamos ha sucedido.

Necesito tanto tus consejos mi bella sirena — Susurró —. Pero no puedo pedirte
que dejes el confinamiento. Sé cuánto te duele el cuerpo en este periodo — cerró
los ojos con dolor. Su compañera era una kelpie y como tal dos veces al año
entraba en periodo de apareamiento. Durante los tres días que duraba el periodo,
su cuerpo

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sufría al no aceptar el semen de un macho de su especie. Al no quedar
embarazada. El sueño de ambos era tener hijos, pero sus razas no eran
compatibles, por eso cuando Vincent llevó a casa a un joven Jared, Lucille se
había sentido dichosa, plena en su papel de madre y esposa —. Perdóname,
pequeña.

Se sentía culpable. Por su culpa, por su egoísmo le había negado una familia.
Pero a pesar de los remordimientos que sentía cuando ella entraba en periodo de
confinamiento, no se arrepentía.

Su alma era oscura, lo sabía, pero no lamentaba haber tomado a la mujer y


hacerla suya, convirtiéndola en su compañera para toda la vida. Después de ella
conoció la luz, antes….solo vivió en una oscuridad que corrompió su corazón y
lo llevó a cometer tantas locuras.

Después de echarle un último vistazo a Lucille, Vincent se levantó y salió de la


sala, cerrando con cuidado.

Antes de entrar a la discoteca, Vincent echó un vistazo hacia atrás.

— Que largos se me van a hacer estos tres días, Lucille.

Ocultando el dolor que sentía al no poder escuchar los pensamientos ni la voz de


su compañera, Vincent dejó atrás el almacén.

Después de saludar con la cabeza a unos conocidos lycans que acudían de vez en
cuando al local para pasar la noche, Vincent subió a la segunda planta hasta su
despacho. En cuanto diese las nueve despertaría a sus invitados para que no se
perdiesen la importante reunión que se iba a llevar a cabo aquella noche. Los
líderes de clanes lycans, vampiros, druidas y gárgolas se habían acercado hasta
Toronto desde diferentes puntos del país para conocer las novedades y participar
de alguna manera en aquella incipiente guerra.

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Al pasar por la puerta del dormitorio de Jared, Vincent quedó parado unos
segundos.

La voz entrecortada y jadeante de Jared se escuchaba con claridad por todo el


pasillo.

— Oh, Sharon sigue….dioses….

Vincent sonrió. El joven se lo debía de estar pasando muy bien, porque se había
olvidado de insonorizar el dormitorio.

— Me alegro que encontrases a una buena mujer, Jared — susurró.

Silbando, Vincent caminó hasta su despacho. Al entrar miró el reloj que colgaba
de una de las paredes.

Las nueve menos cinco.

— Reuniré a los demás a las nueve y diez — Murmuró Vincent, sentándose en


su escritorio y poniendo un poco de música —.

Permitiré que se divierta un rato.

Unas puertas más allá, Jared explotaba de placer derramándose en la ávida boca
de su mujer. Sharon tragó todo, chupando con ansias hasta que Jared cayó
rendido contra el colchón y con la respiración entrecortada.

Lamiéndose los labios, Sharon se levantó y se tumbó al lado de Jared,


contemplándolo mientras le acariciaba el pecho, jugueteando con los botones de
su camisa.

En esos momentos, el hombre presentaba una hermosa estampa, sus mejillas


estaban coloreadas de un rubor, sus ojos permanecían entrecerrados, brillantes.
Sus labios que unos segundos antes gritaron su nombre cuando alcanzó el
orgasmo, ahora estaban entreabiertos concentrados únicamente en respirar.

Jared esperó que su corazón volviese a latir con normalidad y no con la fuerza de
un ciclón. El placer que le había otorgado su compañera con tan solo su lengua
juguetona y sus manos, fue

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indescriptible. Sintió que con cada lenguetazo y cada lamida era amado
completamente. Que la mujer se entregaba a él completamente, sin reservas.
Rompiendo la última barrera que los separaba. El miedo. El terror a los
recuerdos del pasado.

Recuperado, Jared se giró y buscó con la mirada los ojos de su mujer.

— Me parece que no lo hice tan mal, ¿eh? — musitó en voz baja Sharon sin
dejar de acariciarlo.

Jared le cogió las manos y las colocó encima de su pecho, cerca de su corazón.
— Lo escuchas, Sharon. Late por ti. No puedo expresar con palabras el placer
que me has regalado, mujer.

Sharon rió feliz, abrazando a Jared y apoyando su cabeza en el pecho de este,


disfrutando del acompasado latir de su corazón.

— Ya lo has hecho Jared.

Jared abrazó a su vez el caliente cuerpo de Sharon. Cuando había entrado a la


discoteca solo deseaba sumergirse en ella, pero tenerla así entre sus brazos,
disfrutando del momento, tampoco estaba tan mal. Le gustaba verla feliz,
sonriente, sin temor en sus ojos o en su mente.

Con un brazo la atrajo más hacia él, dejándole media tumbada sobre su cuerpo,
con el otro brazo libre cerró la cremallera de sus pantalones, tomando la decisión
de saborearla a fondo más tarde, una vez que la reunión terminase y tuviese todo
el tiempo del mundo.

Sharon vio como él guardó su verga. Ella creía que ahora la iba a tomar. ¿Acaso
se había equivocado al leer el deseo en sus ojos?

Curiosa levantó la cabeza y preguntó.

— Jared, no íbamos a…

El hombre la silenció con un beso. Un beso cargado de promesas.

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— Debes alimentarte primero, Sharon. Desde ayer no has tomado nada — le


susurró abriendo la camisa.

Ella se iba a negar. Aun no aceptaba del todo beber sangre humana para poder
sobrevivir. Pero sus quejas quedaron silenciadas cuando olió la sangre de Jared.
El hombre se había cortado cerca del corazón y la sangre comenzaba a manar
lentamente de la herida. Ese olor la volvió loca. Sin decir nada, acercó sus labios
hasta la herida y sus colmillos se alargaron facilitando el mordisco.

Cuando sintió los colmillos de Sharon penetrar en su carne Jared gimió en alto,
abrazando su cabeza, acercándole más a él.

Adoraba ese dolor, la sensación de ser succionado, la electricidad que le recorría


el cuerpo cuando la joven hundía sus colmillos en su carne.

Sujetó con fuerza sus cabellos, urgiéndola sin palabras que chupase más
duramente. Sharon lo complació. Hundió del todo sus colmillos, que después de
las últimas mordidas habían adquirido la longitud de unos colmillos de vampiro
adulto.

Sharon estaba intoxicada con el dulce sabor de la sangre.

Bebía con avidez el rojizo líquido, saboreando hasta la última gota. Su corazón
comenzó a bombear al mismo ritmo que el de su compañero.

Sus gemidos se escuchaban por todo el cuerpo y en su mente.

Le arañó el pecho hundiendo sus uñas que se alargaron, marcándolo como suyo.

El amor entre vampiros era puro placer, dolor, sangre, desesperación,


entremezclado con necesidad.

Sharon dejó atrás sus dudas y renació esa noche como la compañera para la
eternidad de Jared, una vampiresa mestiza que poco a poco descubriría sus
nuevos poderes.

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-20-

Fuera de la discoteca los inmortales se entremezclaban con los humanos. Vincent


espió desde la ventana de su despacho, escondido detrás de las cortinas.

Cerca de la entrada, y si su vista no le fallaba, un licántropo discutía con el


portero. El hombre era alto y fuerte, de mirada orgullosa y temperamento fogoso
típico de su especie. Sus ojos negros como la noche, armonizaban con el duro
rostro que parecía esculpido en piedra. Sus cabellos cortos estaban plagados de
grisáceas canas, una contradicción si se tenia en cuenta que su rostro no
aparentaba más de treinta años. Era un lycans antiguo, uno de los primeros.

Medio oculto y charlando amigablemente con dos muchachas jóvenes, que se


reían de sus gracias, estaba Christopher….no se acordaba de su apellido, solo
recordaba que ese vampiro había pertenecido al clan Nesfir hasta que la actual
Reina acabó con los Reyes e intentó ganarse el favor de Christopher. Este, al
contrario de lo que esperó la nueva Reina, juró vengarse y se exilió de su clan
dejando atrás a su familia. No había cambiado nada. Se mostraba seguro de sí
mismo, moviéndose entre los mortales como uno de ellos, sonriendo a las
mujeres a las que trataba como meros juguetes sexuales.

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— ¿Dónde está el otro? — murmuró en alto buscando con la mirada la sombra


de Christopher. El vampiro al que todo el mundo conocía por Blooder.

No tardó en hallarlo. Blooder, se mantenía alejado del gentío, oculto en la


oscuridad, apoyado contra una farola. El vampiro no despegaba la vista de su
amigo, mientras miraba a su alrededor con repulsión.

Blooder se sintió observado. Miró de reojo las ventanas de la discoteca. El


maldito que lo espiaba había ocultado su presencia con magia. Gruñó
malhumorado. Odiaba estar rodeado de tantos mortales. Pero había jurado a
Christopher que esa noche se comportaría.

Sonrió.

Lo que no le dijo fue cuanto tiempo. Esperaría un poco y luego ya dejaría salir a
la bestia que tenía dentro.

¡Oh,sí!

Después de todo… ¿que le quedaba a un vampiro que lo había perdido todo?

El deseo de sangre.

Llanamente.

Y él se dejaba llevar por él, gustosamente.

Vincent frunció el ceño al ver la sardónica sonrisa de Blooder.

Ese vampiro iba a traer problemas. Llevaba en la cara la frase, métete conmigo y
muere cabrón.

Debía vigilarlo de cerca.

La burbujeante risa de una mujer atrajo la atención de Vincent.


Buscó con la mirada a la dueña de aquella risa y cuando la encontró casi tropieza
del susto.

— Dioses, no…ella no…

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Rezó una oración de agradecimiento a los dioses al estar su compañera dormida.


Pues ahí abajo, coqueteando con unos hombres, se contoneaba la Alta Druida.
Quien la viese no sospecharía que aquella esbelta mujer, de largas piernas,
nacarada piel, largos cabellos índigos y mirada ardiente, era la Alta Druida del
prestigioso clan de Druidas, protectores de la magia elemental que mantenía el
equilibrio en la tierra.

— No…ella…no — maldecía en alto Vincent pasándose una mano por los


cabellos.

Esa mujer había sido su peor pesadilla en el pasado. En su empeño de tener a


todo hombre que desease, no dejó de perseguirlo durante dos años, aun a pesar
de decirle que ya estaba unido a una mujer. Esa caprichosa Druida no atendió a
sus palabras y siguió insistiendo hasta que Lucille lo descubrió todo y casi la
mata.
Espero que recuerde que estuvo a punto de morir en esta ciudad y no siga con su
estúpida seducción.

Una ráfaga de viento mágico, sobresaltó a Vincent que dejó de observar a la Alta
Druida para buscar en los cielos al causante del viento.

No tardó en hallarlo.

Posado sobre el tejado del edificio de apartamentos frente a la discoteca, se


alzaba orgulloso con las alas extendidas el representante de la raza de las
Gárgolas, al quedar de espaldas a la luna no pudo verle los ojos, pero juraría que
brillaban con luz propia.

Era alto, musculoso, con los cabellos cortos y oscuros como el color de su piel.
Un ejemplar macho joven de la raza de las Gárgolas.

Algo brilló en su pecho por encima del costoso traje que vestía.

Vincent entrecerró los ojos y los fijó en el emblema que pendía del pecho de
aquella criatura.

Jadeó de sorpresa al ver que era un dragón.

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El dragón rodeado de llamas, era el emblema de la casa Real de Rocker. Ese ser
era un enviado del Rey Haufir Rocker. El más temido jefe del clan de las
Gárgolas.

Recuperado del shock inicial, Vincent murmuró en alto.

— Al parecer, ya estamos todos.

Se alejó de la ventana y tras mirar el reloj de la pared fue a despertar a sus


invitados. Había llegado el momento, en que todas las razas inmortales supiesen
la verdad.

Al llegar a la puerta de Jared, agudizó su oído buscando indicio de encuentros


sexuales, pero solo escuchó silencio.

Bien, J es hora que dejes a tu compañera y nos acompañe.

Golpeó la puerta y esperó.

Sonrió al escuchar las maldiciones del vampiro mientras se levantaba de la


cama.

Borró la sonrisa cuando la puerta se abrió.

Jared lo miró malhumorado.

— ¿Qué quieres Vincent?

— Llegó el momento. Todos los jefes han llegado. Es hora de que comience la
reunión.

Jared sujetó con fuerza el marco de la puerta.

— En cinco minutos estoy listo. — tras ver que Vincent asentía con la cabeza,
Jared cerró la puerta y se acercó hasta la cama donde dormitaba con una sonrisa
feliz en el rostro su compañera.

Cuando se sentó a su lado, la joven se despertó. Estirándose media adormilada,


Sharon sonrió a su compañero.

Se había quedado dormida, aun después de haber descansado todo el día,


después de saciar su sed se había dormido en los brazos de Jared, escuchando su
acompasado corazón, dejándose llevar por la tranquilidad y la paz que sentía
cada vez que estaba en sus brazos.

— ¡Me quedé dormida! — susurró.

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— Sí, pequeña — Sonrió Jared —. No, no te levantes aún.

Descansa un poco más — la obligó a volverse a echarse en la cama.

Sharon bufó, cruzándose de brazos.

— Estoy harta de estar en la cama. Desde que te conozco no salgo de ella.

— No vi que te quejases.

Sharon sintió que enrojecía.

— Ya sabes a lo que me refiero, maldito casanova.

Jared le acarició la mejilla.


— Te comprendo, pequeña. En cuanto tus heridas sanen del todo iremos a dar un
paseo por la ciudad.

— ¡Una cita! — chilló feliz Sharon, cogiéndole la mano y mirándolo con los
ojos brillantes de la ilusión que le hacía tener su primera cita —. Nuestra primera
cita.

La besó. Jared la besó con dulzura saboreándola hasta que se vio obligado a
separarse para tomar aire.

— Sí, mi dulce. Tendremos nuestra primera cita. Ahora debo irme — Sharon no
le soltó la mano y le miró interrogante. Jared suspiró. No podía ocultarle nada a
su compañera —. Han llegado los jefes de varios clanes inmortales, Vincent los
convocó para una reunión urgente.

— ¿Pero no os habías reunido en La Zona?

Jared asintió.

— Eso fue diferente Sharon. En La Zona vinieron guerreros vampiros para


rastrear el parque en busca de los brujos, pero ahora han venido jefes de otros
clanes para intercambiar información y llegar a un acuerdo de las actuaciones
que debemos tomar ante esta nueva era.

Sharon no supo que contestar. Ella sabía de primera mano de lo que eran capaces
de hacer los hombres de su clan.

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Los días que pasó en los calabozos le mostraron una mínima parte de la crueldad
a la que eran capaces. No lloraría por nadie. Los brujos solo merecían la muerte.

El rostro de su hermano le vino a la mente. ¿Estaría bien? ¿Y su mujer?


Preocupada al haber sido tan egoísta al dejarse llevar por la calidez de su actual
situación, tuvo remordimientos. Sus hermanas aun seguían perdidas por los
bosques, esperaba de todo corazón que llegasen a la isla a través del lago del
parque, invocando a las puertas del tiempo. Cerró los ojos con pena. Ella era la
encargada de las puertas del tiempo. Ella debía de haber llevado antes que nada a
sus hermanas hasta la isla perdida y luego buscar la felicidad que por tanto
tiempo le fue negada.

— Tus hermanas están bien, pequeña.

Sharon abrió los ojos sorprendida.

— No te puedo ocultar nada, ¿eh?

Jared la abrazó, acariciándole la espalda.

“No, pequeña. Eres mi compañera. Tu mente es la mía, tu cuerpo, tu corazón...tu


sangre. Y yo soy tuyo, hasta que la muerte nos separe.”

Sharon enterró su cara en el hueco del cuello de Jared y llorando


silenciosamente, le preguntó con la voz entrecortada.

— ¿Cómo sabes que mis hermanas están bien?

— Cuando estuvimos en La Zona los guerreros que salieron para rastrear los
bosques encontraron una procesión de mujeres. Las siguieron y para su asombro
las vieron desaparecer en las aguas del lago, envueltas en una bruma.

Sharon rió y lloró a la vez. Sus hermanas estaban bien. En la isla perdida
recuperarían las fuerzas. Y cuando todo pasase podría llamarlas para las que
deseasen regresar.

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Jared la sostuvo entre sus brazos hasta que sintió las voces de su tío y del
orgulloso lycans. Nuevamente esos dos discutían acaloradamente. Suspirando, se
separó de Sharon y la acostó en la cama, arropándola con las sábanas.

— Duerme un poco, no tardaremos.

— ¿Me lo prometes? — susurró.

Después de besarla, Jared contestó.

— Te lo prometo.

Con esa promesa tranquilizó a la joven que quedó dormida, desfallecida después
de haber llorado.

En silencio, Jared abandonó el cuarto y se acercó hasta Leif y Markush que


discutían al pie de las escaleras.

Antes de que llegase hasta ellos, la misteriosa hembra del lobo interrumpió la
discusión besando a su compañero.
Markush se sintió furioso al ser interrumpido de aquella manera, hasta que la
juguetona lengua de Rhianny le volvió loco. La estrechó entre sus brazos y se
entregó a aquel beso, mordisqueando y gruñendo de satisfacción.

Cuando el beso finalizó, Markush la miró con suspicacia.

— ¿Por qué me interrumpiste mujer? Acaso no te dije que no permitiría que te


interpusieses en mis peleas.

Rhianny no mostró signos de sentirse cohibida ante el tono autoritario de su


compañero.

— Me excité al verte tan entregado en la discusión — comentó la mujer


encogiéndose de hombros.

Markush carraspeó para ocultar el jadeo de sorpresa. La hembra lo sorprendía


cada día que pasaban juntos. Era una delicia comprobar que su vida volvía a ser
apasionante. A su lado nunca se aburriría. Sus instintos de macho alpha le
dictaminaban que debía mostrarle de una vez por todas que su lugar era el ser su
compañera,

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no intervenir nunca en sus asuntos y solo atender sus necesidades.

Pero después de haber pasado tantos años sumergido en la oscuridad de una


celda, con solo su voz como consuelo, Markush era incapaz de enfurecerse por
mucho tiempo con ella. Ella era su luz, la fuerza que lo mantenía cuerdo. Él la
amaba indómita, siempre rebelde. No deseaba apagar las llamas de su corazón
por un instinto animal.

Rhianny sonrió al escuchar los pensamientos de Markush. Había elegido bien. Él


la aceptaría, no se sentiría despreciado ni menospreciado cuando supiese la
verdad de su existencia.

Al escuchar los pasos del lycans mestizo y dueño del local, Rhianny alejó de su
mente todo sentimiento ajeno a lo que esa noche iba a acontecer.

Tal y como lo habían previsto sus hermanas, los inmortales se reunirían para
decidir el rumbo a tomar. Eran tan predecibles.

Vincent evaluó con la mirada a sus invitados que estaban parados en medio del
pasillo de la segunda planta.

— Jared, Leif, Markush. Nos esperan.

Markush esperó que Rhianny protestase. Ella siempre se negaba a quedarse


fuera. Siempre quería estar a su lado, pasase lo que pasase, pero por primera vez
no protestó, se quedó quieta mirándolo con esos ojos inquietantes.

— Espérame en tu cuarto Rhianny — la incitó, deseoso de verla gritar de


frustración. Ella ni se inmutó. Markush jadeó de sorpresa al escuchar como ella
aceptaba de buen agrado su orden —. Rhianny, ¿te encuentras bien? — le
preguntó nervioso. Su compañera nunca habría aceptado una orden directa. Le
debía pasar algo. ¿Y si estaba enferma? ¿Qué podía hacer él?

Rhianny acarició las mejillas de Markush. Sentía su inquietud, su preocupación.


Estaba dichosa. Markush se preocupaba por ella, y solo por eso ella se sentía en
el cielo.

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— Te esperaré en el cuarto Markush. Estoy algo cansada — Antes de que


Markush comenzase a interrogarle, comentó con fingido reproche —. Casi no
me dejaste dormir.

Leif rompió a reír al ver como el orgulloso lycans sonreía orgullosamente ante
las palabras de su hembra.

— Esperaré también en el cuarto, Leif, no quiero encontrarme con…—


Gabrielle se echó a temblar —. Con otros inmortales.

— Está bien Gabrielle, lo comprendo. Espera en el cuarto, cuando todo termine


te contaré lo que sucedió — murmuró Leif besándola en los labios.

Vincent esperó en silencio a que se despidiesen de sus compañeras mientras


tanto Jared llegó hasta él y le preguntó.

— ¿Dónde vamos a reunirnos?

— En la cueva de curación.

Jared aceptó la decisión de Vincent. Su amigo había escogido el lugar de la


reunión sabiamente. Esas cavernas eran un lugar que podía considerarse neutro
para las diferentes especies.

Las propiedades curativas de los cristales que pendían del techo de los
kilómetros de túneles eran conocidos por todos los inmortales y sin importar la
procedencia, acudían a aquellas tierras para sanar sus heridas. En esas cuevas,
estaba prohibido luchar, derramar sangre.

— ¿No íbamos a reunirnos aquí? — preguntó curioso Jared, al recordar una


conversación con Vincent cuando le había protestado acerca de poner en medio a
los mortales.

— Sí, J. Pero es preferible estar en terreno imparcial.

— ¿Acaso no confías que se contendrán?

El tenso silencio que les envolvió, le bastó para confirmar sus sospechas a Jared.
Vincent no confiaba en los recién llegados.

— Si dan muestras de traición, no dudaré en acabar con ellos.

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Vincent asintió.

— No esperaba menos de ti, J

Una vez que los demás hombres estuvieron junto a ellos, Vincent lideró la
marcha, descendiendo las escaleras. Caminó hasta la entrada, seguido por Leif y
Markush. Jared se mantuvo en todo momento a su lado. Antes de salir del local
Vincent llamó con un gesto al portero.

— ¿Sí, señor? — preguntó el gran hombre inclinando la cabeza con respeto al


quedar parado frente a él.

— La reunión se llevará a cabo en las cuevas. Esta noche tenéis libre.

El portero no dio muestras de sorpresa, mantuvo su rostro inexpresivo. Después


de unos segundos, dijo.

— Como desees, mi señor. Avisaré a los demás.

Nada más salir de la discoteca, Christopher se puso delante de Vincent.

— Fue muy descortés de tu parte dejarnos esperando fuera. Si no fuese por la


buena compañía…— guiñó un ojo a una de las mujeres que le entretuvieron
hasta ese momento, provocando que la mujer enrojeciese y se lamiese los labios
incitándolo a que se acercase a ella nuevamente. — Espero que la reunión no
demore mucho,...tengo planes.

Vincent se abstuvo de contestarle, pasó por su lado y buscó con la mirada a la


Alta Druida. La encontró a unos metros charlando amigablemente con dos
hombres que la devoraban con las miradas.

— Sé que me escuchas, Druida. Es hora de comenzar la reunión — susurró en


voz baja.

Rosaire Claireker, miembro del clan druídico y Alta Druida desde hacía más de
dos décadas, echó un vistazo por encima de sus hombros. Claro que lo había
escuchado, sus sentidos estaban muy

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desarrollados. Ignoró las miradas suplicantes de los mortales que la rodeaban y


se despidió de ellos con una promesa, que no pensaba cumplir.

Volverlos a ver.

No hizo falta que Vincent llamase a Blooder, el vampiro al ver como se


acercaban los unos a los otros dio por echo que la reunión comenzaba, así que se
posicionó a la derecha de Christopher siempre dispuesto a guardarle las espaldas,
hasta que su amigo alcanzase la venganza y recuperase el poder que una maldita
zorra le había arrebatado con injurias y traiciones.

— Seguidme, la reunión se celebrará en las cuevas curativas.

No tardaron más de diez minutos en llegar a la entrada a las cuevas. A simple


vista era una caseta vieja de chapa de una obra, olvidada quizás por los
constructores después de finalizar las obras, pero en realidad era la entrada a las
cuevas.

En esos momentos, la gárgola hizo acto de presencia.

Descendió de los cielos batiendo con fuerza las alas. Antes de tocar tierra
escondió las alas en su espalda y adoptó el aspecto de humano.

Muchos lo miraron con curiosidad. Las gárgolas no se dejaban ver, formaban


una comunidad cerrada, en la que no permitían la entrada de extraños. No iban a
desaprovechar la oportunidad de mirarlo con curiosidad.
— Fiu, ¡qué hombre! — silbó Rosaire, admirando los músculos de la gárgola.
“Qué brazos,…que pecho…ahora comprendo porque las mujeres abandonan a
sus familias al aparearse con uno de estos machos”

Y es que según las leyendas que rondaban acerca de esta misteriosa raza, las
mujeres que eran capturadas por los machos y consideradas sus hembras, no
regresaban jamás a sus casas.

Vincent revisó que estuviesen todos.

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Mierda.

El lobo.

Faltaba el representante que enviaron los siete clanes lycans.

— Markush aúlla, que falta el lycans.

El lobo entrecerró los ojos y gruñó.

— A mi nadie me da órdenes.
Vincent gruñó desesperado. ¿Por qué cojones tuvo que pedírselo si estaba seguro
que el lobo se negaría? Joder, con el maldito orgullo lycans.

Sorprendió a todos cuando cerró los ojos y aulló. Su aullido era una llamada
entre líderes alpha, antigua como la raza misma, y solo permitida entre líderes.

— Pero, qué cojones…— farfulló sorprendido Markush, olisqueando el aire. Ese


hombre que los acogió en su hogar, lo había sorprendido. A simple vista parecía
un vampiro, y por todo el infierno, olía igual que un chupasangre. Entonces
como era capaz de hacer el llamado de juntanza. La respuesta se presentó en su
mente —.

Eres…eres un mestizo.

— Eres lento, chucho — ironizó Jared, consiguiendo que Markush se girase e


intensase golpearle.

Markush reprimió una maldición al no haberle partido la cara al joven vampiro.


Ni siquiera lo había rozado.

— Un respeto a tus mayores, vampiro.

Blooder, bufó.

— El día que un vampiro respete a un lobo, me pego un tiro.

Jared sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos.

— Lo hubieses dicho antes, que por verte pegarte un tiro soy capaz de alabar al
chucho.

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Vincent ignoró a los vampiros, y buscó con la mirada la presencia del otro
lycans. Por suerte el lobo no tardó en aparecer, corriendo en su forma animal
calle abajo.

— Ahora sí estamos todos — murmuró Vincent tirando de la manilla de la


puerta de la oxidada caseta, abriendo la puerta.

Nada más abrirla, el olor a tierra inundó el aire. La magia antigua se podía
percibir con claridad, una magia que los llamaba.

Una energía que movía el mundo desde el principio de los tiempos.

Una vez que estuvieron todos en las entrañas de la tierra, la puerta de chapa se
cerró tras ellos con un chirrido oxidado. De las paredes pendían antorchas
iluminadas con unas parpadeantes llamas, que proyectaban extrañas sombras. En
el aire se percibía el olor a tierra entremezclado con el humo.

La marcha a través de los pasillos fue lenta, roto el silencio de la procesión por
los saludos entre los dos machos lycans.

Jacques Forrester, al principio se negó a asistir como representante de los lycans


a la inesperada reunión que solicitó Vincent Blacker, pero ahora tras haberse
encontrado cara a cara con su Rey al que creía muerto sentía que había valido la
pena el viaje de cinco horas en su jet privado. Era incapaz de dejar de mirar a su
Rey.

No podía creer que Markush estuviese vivo. Después de cinco años de búsqueda,
perdieron la esperanza de hallarlo sano y a salvo. El Consejo dictaminó que
Markush había muerto y ahora tenerlo caminando a su lado era todo un golpe.

Se sintió culpable. Él debía haberle buscado cuando los otros líderes se dieron
por vencidos. Él fue su maestro, su amigo, y le dio la espalda. Era despreciable.
Se sentía despreciable.

Markush agradeció la presencia de Jacques. Estar rodeado de vampiros le volvía


un poco quisquilloso.

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Ahogó la furia que sintió por unos momentos al recordar que Jacques juró
protegerlo, servirle y nunca fue a por él. Al verlo, transformarse afuera en la
calle, estuvo tentado a preguntarle porqué. ¿Por qué lo dejaron podrirse en
aquella celda? ¿Por qué nunca fueron a liberarle? Pero al ver los ojos culpables
de su amigo, se mordió la lengua, ya encontraría el momento para saber quien
fue el que dio la orden abandonarlo a su suerte.

Porque al que lo dejó en manos de los brujos lo mataría.

Al final del pasillo encontraron una puerta doble. Estaba entreabierta.

Entraron.
Leif silbó admirando la belleza de la cueva. Había escuchado que era una
belleza, pero nunca la había visto con sus ojos. Las paredes brillaban con tonos
dorados, como si tuviesen incrustaciones de oro. El suelo era de piedra blanca,
lisa, pulida sin marcas ni desperfectos.

Del

techo

colgaban

estalactitas

de

cristales

transparentes que relucían con las llamas de las antorchas.

Así que esos son los cristales mágicos. Pensó Leif tentado a arrancar uno para
llevárselo de recuerdo a Gabrielle.

Te aconsejo que no lo hagas, tío. Los cristales son seres vivos.

Si dañas a uno sus hermanos derrumbarían las paredes de la cueva y nos


enterrarían vivos.

Leif miró con curiosidad los cristales.

¿Cómo sabes eso?

Jared se encogió de hombros.

Experiencia propia. Hace tiempo intenté arrancar uno y me sepultaron. Por


suerte me acompañaba Vin..

Leif desvió la mirada de los cristales a su sobrino. Había tantas cosas que no
sabía de él. Habían pasado tantos años separados por su estupidez.


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Cuando todo acabe tienes que contarme de tu vida lejos del clan. ¿Me gustaría
saber como acabaste con los hechiceros?

Jared asintió con la cabeza.

Tus preguntas encontrarán respuesta, tío.

Vincent paseó por la cueva, hasta pararse delante del altar de piedra. La magia
que rezumaba el antiguo altar era palpable cuanto mas se acercaban a este. La
energía electrizante los rodeaba, acariciándolos, reconociéndolos.

Saucer Rocker aguantó la respiración al sentir como la transparente energía le


rodeó, arañándole la piel por encima de la ropa. La bestia que habitaba en su
interior deseaba revelarse, luchar contra aquella energía.

Luchó por mantener el control.

— Oh, dios mío.

Saucer se giró al escuchar el jadeo de la mujer. Estaba incómodo, la magia le


había excitado, alterándolo muy a su pesar, llegando a ser evidente su excitación.

Al mirar a los ojos a la mujer Saucer tuvo que morderse la lengua para no jadear
como un cachorro. El simple contacto visual le provocó que su corazón palpitase
con fuerza contra su pecho.

Saucer quedó petrificado.

¡No podía ser verdad! Él no merecía esa suerte.

— Eres tú — susurró observándola atentamente, memorizando cada línea de su


rostro, cada curva de su cuerpo.

No había otra explicación posible. Todo su cuerpo le gritaba que esa mujer era
suya, la única, la elegida para engendrar a sus vástagos. Su matriz había sido
hecha para acoger su simiente y germinar con fuerza.

Rosaire tragó saliva. Esos ojos. Rojizos. ¿Cómo era posible que le hubiese
cambiado el color de los ojos al hombre? Antes eran de un

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color oscuro, pero ahora….eran rojos como la sangre recién vertida y la miraban.

¡Oh, dioses como la miraba!

Reconocía esa mirada.

Deseo.
Puro.

Intenso.

Salvaje.

Y ella era la fuente de aquellos fuertes sentimientos.

Tuvo miedo. Miedo de la fijeza de aquellos ojos. De la intensidad que


proyectaba el hombre con solo mirarla.

Cuando la gárgola paseó su mirada por su cuerpo, Rosaire se sintió desnuda y


tuvo el impulso de taparse con las manos los pechos donde el hombre se relamió
los labios al notar como sus pezones se volvieron duros.

Rosaire quiso gemir, pero su garganta estaba seca. Quiso desviar la mirada pero
estaba atrapada. Perdida.

Cerró los ojos, y aún así sintió su mirada sobre su cuerpo, recorriéndola,
acariciándola con lascivia, marcándola como suya.

Estaba asustada.

Ella era la Alta Druida, un cargo que le pesaba sobre los hombros, pero que se
vio obligada a aceptar tras la muerte de la anterior Alta Druida, su madre.

El clan Druídico, al que pertenecía era matriarcal. Se guiaban por leyes tan
antiguas como el tiempo en las cuales era la mujer quien gobernaba con maternal
postura al clan. La figura de la Alta Druida era considerada sagrada, un deber
que solo la elegida era capaz de desempeñar.

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Maldijo al destino. La atracción salvaje que sentía por aquella gárgola era un
fruto prohibido. Nunca podría dar rienda suelta a su pasión, por mucho que lo
desease.

Si mantenía relaciones antes de que el Consejo dictase su consentimiento sería


expulsada del clan y tachada de traidora.

Negó con la cabeza.

No,..no….no quiero quedar sola…. murmuró en su mente asustada.

Lucharía contra el deseo. Y ganaría.

Mantendría su máscara de devora hombres, ocultando así su humillante verdad.


Ella…a sus treinta y seis años aun era virgen. Y no porque lo desease, sino
porque el Consejo aún no había encontrado el momento propicio para que ella se
uniese con el Elegido y engendrase a la futura Alta Druida. Una unión sagrada,
que ella esperó con ansias los primeros treinta años de su vida, hasta que aceptó
la realidad.

Y ahora, después de haber experimentado el deseo, el fuego candente


recorriéndole todo el cuerpo, alterando su mente, el ritmo de su corazón,
humedeciéndola, preparándola para aceptarlo, ya no sería lo mismo.

Esa gárgola con solo mirarla, la había condenado.

Cuando llegase el momento de la unión con el Elegido, un momento de su vida


que tendría que ser inolvidable se transformaría en una pesadilla.

Quiso llorar.

Su cargo era una pesada losa que la sepultaría hasta el día de su muerte.

Mantente lejos, este hombre es peligroso.

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Saucer presenció todos los cambios de humor de la mujer.

Desde la sorpresa, hasta el miedo. Gruñó cuando olió este último sentimiento. Él
deseaba su pasión, no su temor.

Al ver que ella cerraba los ojos rompiendo el contacto visual, se lo permitió. No
la iba a presionar. Ella sería suya de una manera u otra.

Mujer, cuando bajes la guardia…..serás mía.

La grave voz de Vincent atrajo la atención de todos.

Éste estaba detrás del altar, delante de un gran libro de tapas negras. Al acariciar
las rugosas tapas de cuero, el altar comenzó a brillar. El lugar vibró con vida
propia, sorprendiendo a los presentes.

— Encontré este libro hace un siglo. Al principio no entendía lo que aquí estaba
escrito. Hasta que un día las palabras cambiaron y tomaron formas, narrándome
una historia con imágenes.

— ¿Pero cómo es posible eso? — preguntó Jacques en alto.

Rosaire agradeció que la reunión hubiese comenzado. Cuanto antes acabasen


mejor. Tenía pensado escapar de la ciudad en cuanto finalizase la junta.

— Magia — contestó llanamente Vincent, abriendo el libro y mostrando su


interior.

Las páginas eran amarillentas, rugosas al tacto y las imágenes que se veían eran
rojizas.

Jared olisqueó el aire al percibir el olor a sangre.

— ¡Es sangre! Ese libro está escrito en sangre.

Vincent cabeceó afirmativamente.

— Correcto Jared. Según la historia este libro fue escrito con sangre de dioses.

Christopher intervino por primera vez.

— Y qué tiene que ver ese libro en la revuelta de los brujos.

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Vincent sacó una daga que tenía oculta atada en el gemelo de la pierna izquierda.

— Este libro habla de una guerra entre inmortales. Tengo que reconocer que al
principio dudé si hablaba de esta guerra. Al fin y al cabo los brujos son mortales,
pero después de escuchar como esos hombres arrebatan los corazones de los
inmortales que matan, no tuve ninguna duda. Todo está escrito en este libro. Por
desgracia solo muestra el comienzo de la batalla, las imágenes del transcurso y
del desenlace no están. Sus páginas están en blanco.

El silencio que siguió a sus palabras fue tenso.

Markush gruñó. Él no creía en el destino. Su vida había sido un puto infierno y


no por culpa del destino sino por la avaricia de unos hombres.

— No creo que el final de la batalla esté ya escrito, son nuestras actuaciones las
que marcan el camino día a día.

— Cierto, lobo. Pero el camino que seguiremos ya está marcado — le aseguró


Vincent —. Mira si no crees mis palabras — se cortó la mano con la daga,
dejando caer sangre en las páginas del libro.

En el momento en que la sangre tocó las páginas fue absorbida por una fuerza
invisible y las imágenes allí dibujadas tomaron vida saliendo del libro y
revoloteando por encima del altar.

Todos miraron asombrados aquella muestra de poder. Las escenas que se veían
eran nítidas, de una realidad impactante.

Contuvieron el aliento al reconocer algunos de los rostros que salían en aquellas


imágenes.

— ¿Por qué no informaste cuando viste esto Vincent? ¡Pudiste salvar muchas
vidas! — le recriminó Jared al ver la matanza de su familia de acogida, el clan
de hechiceros. Ante sus ojos se repetía la escena que quería borrar de su mente,
de su corazón. Los hombres y

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mujeres que una vez llamó hermanos morían de nuevo delante de sus ojos. Se
sintió impotente. Culpable.

Vincent frunció el ceño. Sus puños estaban apretados y los nudillos se volvieron
blancos de la presión.

— Crees que no pensé en detener todo esto. Claro que pensé en avisar a todos,
pero el libro me advirtió que si intervenía el curso de la batalla se volvería en
nuestra contra, que la muerte nos atraparía a todos.

Jared intentó calmar su corazón.

— Aún así Vincent, esta información es muy valioso, debiste convocar una
reunión y mostrar esto — Señaló el aire, donde se veía como los brujos acababan
esta vez con unos lobos —.Tenían derecho a elegir.

— Sí, maldita sea — bramó enfurecido Markush —. No tenías derecho de haber


escondido esta información.

Vincent cerró los ojos. Ya había supuesto esta reacción por parte de todos.
Cuando al fin había tomado la decisión de mostrarles a todos el libro, aceptó que
solo obtendría de ellos su desprecio. Pero verlo en los ojos de Jared le dolió.
— Entiendo vuestra postura.

— No, no creo que entiendas nada. Tenías este poder y no lo usaste — gritó
Jared perdiendo los nervios.

Vincent gruñó golpeando el altar con sus manos. Sus ojos refulgían, su rostro era
una mueca de rabia.

— ¡Qué sabrás tú de la pesada carga que he guardado en mi corazón! Crees


acaso que deseé tener este poder. Saber quien va a morir y no poder hacer nada
por salvarle — golpeó nuevamente el altar resquebrajando la piedra —. ¡No se lo
deseo a nadie!

Jared apretó los labios con fuerza. Vincent lo sabía todo desde el principio y no
dijo nada. Era un bastardo.

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Como si le hubiese leído la mente, Vincent señaló el aire donde seguían


mostrándose imágenes de batallas y murmuró unas palabras que nadie entendió.
Al instante apareció la figura de una mujer ataviada con una larga y oscura capa
que la cubría de pies a cabeza.

Solo sus ojos relucientes se entreveían entre los pliegues negruzcos de su


vestimenta.

Con voz gélida, carente de sentimientos la misteriosa mujer habló.

— El futuro has entrevisto, sus muertes están escritas, tu mano mortal no los
salvarán. Una advertencia has de escuchar, tu intervención causará la
destrucción.

La imagen se difuminó, apareciendo en su lugar una serie de imágenes que


mostraba la tierra desbastada. Reconocieron la estatua de la libertad destruida,
resquebrajada en dos, segundos después la giralda emblema de Sevilla rota por
la mitad, esparcidas sus piedras por la plaza. Ciudades conocidas por todos
aparecieron destruidas delante de sus ojos, quemadas, humeantes,
resquebrajadas, París, …Londres…Milán…Tokyo…Toronto.

Jared jadeó al ver como Toronto era destruida y consumida por el fuego.

— Después de esta advertencia tome la decisión de callar. Mi silencio causó


muertes, mi alma está condenada, pero fue un pequeño precio que debo pagar
por salvar la tierra.

Saucer no quería creer. Su vida era sencilla, la fuerza era poder. Así de simple,
los fuertes vencían. El que existiese unos seres superiores capaces de causar tal
devastación era perturbador.

— ¿Cómo sabes que todo esto es real y no es solo magia?

Vincent cerró el libro con un hechizo y lo hizo desaparecer.

— Hace mucho tiempo me salvaron de morir ahogado. Una mujer apareció de la


nada, poseía unas alas hermosas, como las de

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un pájaro, con plumas rojizas como el fuego. Ella me sacó de las aguas y me
trasladó a tierra. Su tacto era frío, su mirada vacía, como si nada de lo que
viviese la colmase. Antes de irse se giró y sin hablarme supe que me había
elegido para ser el poseedor del libro — Vincent se puso delante de Saucer —.
No se si era una diosa, un demonio, un ángel….pero no era de este mundo.

Blooder masculló una maldición en alto.

— Joder, odio cuando no soy el cazador. Y ahora que coño se supone que
hacemos, ¿esperamos nuestras muertes o reventamos unas cuantas cabezas?

— Lucharemos — afirmó con rotundidad Vincent —. Los brujos han provocado


la inestabilidad en nuestro mundo si acabamos con ellos, evitaremos la
destrucción.

Rosaire dudó unos segundos.

— ¿Estás seguro de eso? ¿Si acabamos con los brujos nada de lo que vimos
pasará? Pero no te dijeron que no contases nada, ¿por qué motivo ahora nos lo
muestras?

Vincent ya se esperaba esa pregunta.

— La última escena que me mostró el libro fue la destrucción de la mansión de


los brujos, después no hubo nada más. Llegó el momento de tomar las riendas.
Ahora tenemos vía libre.
— ¿Y por qué antes no?

Vincent se encogió de hombros.

— Quien sabe, tal vez los dioses son caprichosos y deseaban esas muertes.

Markush se apoyó contra el altar. Lo que había visto le puso los pelos de punta.
Su raza no luchaba con magia, su poder era la fuerza, la agilidad. Pero no iba a
permitir que destruyesen su hogar, a su gente. Su deber era luchar. Batallar hasta
que las fuerzas se consumiesen, aunque tuviese que morir para ser libres.

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—El clan lycans luchará —dictaminó con voz segura.

— Los clanes lycans seguirán a nuestro Rey. Su palabra es Ley.

Moriremos antes que ser esclavos del destino — Jacques se golpeó el pecho con
el puño a la altura del corazón. Ahora que su amigo estaba de vuelta lo seguiría
hasta la muerte.

Vincent asintió con la cabeza.

— Lamento decir precioso — Vincent entrecerró los ojos al escuchar ese odioso
apelativo en boca de la Alta Druida —. Que mi clan no va a ayudaros.

— ¿Por qué? — gritó Jared sobresaltando a la mujer.

Saucer tuvo que contenerse para no arrancarle la cabeza al vampiro por haberle
gritado a su hembra.

— El clan Rocker no luchará.

— Jodidos cobardes hijos de puta — explotó Jared echando chispas por los ojos.
No entendía como podían negarse a luchar después de lo que habían visto.

Vincent se interpuso entre los dos.

Saucer gruñía amenazadoramente, tomando la forma de gárgola. La suavidad de


su rostro se tornó dura, sus ojos perdieron el negro de la pupila, refulgiendo con
intensidad el color de la retina.

Ojos rojos como llamaradas de fuego. La piel se tornó de un color grisáceo


oscuro, veteado de negro. Sus cabellos ondulaban al aire.

Los colmillos asomaban por sus enrojecidos y entreabiertos labios.

— Retira tus palabras vampiro — gruñó Saucer.

— Nunca — Contestó Jared con igual furia —. Sois unos patéticos cobardes.

Antes de que ambos perdiesen el control Vincent miró a los que se negaron a
participar y les aconsejó.

— Iros entonces si no vais a participar.

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Rosaire asintió con la cabeza. Ver como el hombre que la atraía se transformaba
en esa bestia la asustó. Quería huir, correr lo más lejos posible. ¿Por qué
demonios no había aceptado la sugerencia de un escolta? Estúpida. Estúpida.

— Sí,..sí….tienes razón — titubeó nerviosa, retorciéndose las manos —. Lo


siento Vincent pero no me creerían — susurró apenada por no poder ayudarles.
Su clan nunca aceptaría la nueva información como cierta.

Sin más Rosaire echó a correr por los pasillos de la cueva alejándose de todos.

Saucer al ver que su hembra escapaba por los túneles, masculló en alto una
retahíla de maldiciones en varios idiomas y dejó atrás a un asombrado Jared.

— ¿Pero qué coño ha sido eso? — preguntó descolocado Jared volviendo a la


normalidad, retrayendo los colmillos, normalizando su corazón.

Markuhs rió.

— Pobre, está condenado — se burlo entre carcajadas.

— Eso es lo que sucede cuando te obsesionas por una sola mujer — afirmó
Christopher.

Blooder se golpeó la rodilla, entendiendo a lo que se refería su amigo.

— Espero que esa mujer le haga sufrir — Christopher le miró alzando una ceja
—. ¡Qué! No me mires así viejo. El niño tiene razón, son unos malditos
cobardes.
Jared trastabilló al escuchar eso. Con una mano en el pecho y fingiendo un
ataque, contestó.

— Decidme que escuché mal. Ese imbécil me ha dado la razón.

Markush rompió a reír nuevamente.

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Jacques miraba asombrado el intercambio de insultos. Ver tan relajado a


Markush fue desconcertante. Su Rey aceptaba los insultos con una sonrisa en los
labios y contestando igualmente con palabras.

El Markush que él recordaba habría acabado con ellos por osarse a faltarle el
respeto.

¿Qué te hicieron amigo? ¿A qué torturas te sometieron?

Vincent sacó unos pergaminos de su pantalón y los desenrolló encima del altar.

— Señores prestad atención.

Jacques esperó que Markush le gruñese y le rebanase el pescuezo por haberse


atrevido a darle una orden, pero nuevamente su pupilo lo sorprendió al acercarse
hasta el altar y mirar silencioso el mapa.

Al ver que tenía la atención de todos, Vincent comenzó.

— Según mis informadores, los brujos se han trasladado. Han dejado la reserva
Jasper para esconderse en Branff. Ahora bien no me han sabido decir
exactamente dónde se escondieron. Pero no sería un problema si cercamos el
parque. De esa manera no tendrán oportunidad de escapar.

— Te olvidas que nosotros no toleramos muy bien que digamos el sol — se


burló Blooder.

Vincent desplegó el segundo pergamino que resultó ser una lista de nombres.

— Eso no es inconveniente. Haremos dos grupos de búsqueda, de día rastrearán


los bosques los lycans. De noche, los vampiros.

Jared al leer los nombres preguntó.

— No tenías previsto a los druidas ni a las gárgolas, ¿por qué?

Vincent hechizó el pergamino con la lista de turnos para que todos tuviesen una
copia.

— Digamos J que los conozco muy bien.

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— ¿Y por qué los llamaste? — preguntó Jared.

— Merecían saber la verdad, el que no la acepten es su problema, no el nuestro.

Markush leyó su lista. Todo estaba muy bien planeado hasta el último detalle.

— ¿Cuándo comenzamos? — preguntó deseoso de vengarse.

Vincent agradeció no tener como enemigo a Markush. La sed de venganza que


se leía en sus ojos haría que hasta los mismos dioses temblasen de miedo.

— En cuanto descanséis.

************

A miles de kilómetros, traspasando las barreras del tiempo en medio de un


mundo helado una mujer sonrió con ironía al escuchar las irónicas palabras del
mestizo, sin dejar de mirar el espejo desde donde observaba la tierra de los
mortales desde la sala del trono de su gélido Reino. Sus fríos dedos acariciaron
la pulida superficie del mágico espejo, sin dejar de mostrar una mueca que
podría considerarse una sonrisa sardónica.

Su voz sonó hueca.

— Cuan equivocado estás mortal. El destino de vuestro planeta recaerá sobre


quince personas — sus carcajadas resonaron en el castillo de hielo donde vivía
—. Definitivamente, la guerra no ha hecho más que comenzar.

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-21-

Sharon cerró el grifo y salió de la ducha, entonando una alegre canción. Estaba
feliz. Esperaba con ansias el regreso de Jared. Tenía tantas ganas de ir de paseo
por la ciudad cogidos de la mano.

Charlando amigablemente, caminando por las atestadas calles, tomando un


humeante café con leche y mirar las estrellas a la orilla del mar.

Silbando, miró el espejo del baño. Con la punta de la toalla limpió la vaporosa
superficie y sonrió a su reflejo.

— Chica que suerte tienes.

Antes de que pudiese reaccionar, la visión se le hizo borrosa, desapareciendo su


reflejo. Una ráfaga de magia antigua le golpeó el pecho, haciéndola caer hacia
atrás, al tiempo que su grito resonó en el cuarto de baño. Una intensa luz cegó a
Sharon y la sumió en las tinieblas.

Sharon cayó en medio de una sala oscura, iluminada por tenues llamaradas.
Levantó la mirada y la paseó por el lugar. Pero no podía ver bien, como si una
pantalla de niebla le dificultase la visión.

Intentó gritar pero ningún sonido salió de su garganta.

Levantó las manos y se las miró.

Se echó hacia atrás asustada. Sus manos estaban manchadas de sangre. Y por
algún motivo sabía que era su sangre, pero ese

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cuerpo…. Era un hombre. Era el cuerpo de un hombre de mediana edad.

Sharon miró sus piernas, estaban atadas con unas robustas cadenas.

¿Quién eres? preguntó al hombre, dueño de aquel maltrecho cuerpo ¿Por qué
me muestras tu tormento?

Los labios del hombre se torcieron en una mueca que podía considerarse una
sonrisa franca. Aunque no pronunció palabra, Sharon comprendió el mensaje
que el hombre le intentó transmitir con su corazón.

Traición. Dolor. Ellos….Ven. Detenlos. Muertes. Cuevas.

Sacrificios…. Solo tú puedes. Perdón. Necesito tu perdón. Paz. Quiero morir.

El corazón le dolió compartiendo la pena del hombre. Estaba atormentado por


los recuerdos, por su pasado. Le suplicaba perdón.

¿Acaso te conozco?

El hombre alzó las manos y las puso a la altura de los ojos para que Sharon
pudiese ver el reflejo de su rostro gracias a la lisa superficie de las gruesas
cadenas que colgaban de sus dañadas muñecas.
Sí. Me conoces. Perdón. Perdón. Perdón.

Sharon ahogó los jadeos de horror que sintió cuando reconoció aquel rostro. Era
Roger, primo de William. Su rostro estaba deformado por los golpes. La sangre
reseca cubría parcialmente su cara. Las heridas que tenía en las mejillas estaban
aún abiertas supurando un líquido transparente. Pero lo peor de todo, lo que le
causó una gran impresión, revolviéndole el estómago, fue que las cuencas de sus
ojos estaban vacías.

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Le habían arrancado los ojos.

¿Qué te hicieron? susurró sobrecogida Sharon, sintiendo las lágrimas de


agradecimiento deslizarse por sus mejillas.

Roger alzó la cabeza en su celda y forzó una sonrisa. La bruja a pesar de todo lo
que había vivido, a pesar del dolor que le había causado era capaz de
compadecerse de él. No se lo merecía.

Aceptaba que su único futuro era la muerte. Se merecía desvanecerse en la nada,


olvidar todo el dolor y todas las alegrías que vivió. Sumirse en un sueño eterno.

Roger intentó hablar pero su garganta estaba reseca, dolorida por los gritos que
profirió cuando William le arrancó con los ojos para ofrecérselos a los dioses
oscuros que contestaron su llamada a través de un altar de piedra, aceptando el
sacrificio y otorgándole poder a cambio.

William. Contestó llanamente Roger, cerrando los ojos y acostándose cansado en


el suelo de la celda en la que lo encerraron después de la ofrenda. Su cuerpo se
pudriría y sus huesos se convertirían en cenizas, olvidados en una celda oculta en
las entrañas de la cueva.

Sharon jadeó con horror. Definitivamente William se volvió loco.

Había perdido el juicio. Tenían que pararle. Si fue capaz de hacerles esa
atrocidad a su propio primo, su único amigo y fiel a su palabra, no quería ni
pensar de qué era capaz de hacerle a los demás.

Tenía que informar a Jared de lo acontecido.

Con esa idea en mente le preguntó a Roger.

¿Dónde estás? ¿Dónde se esconde mi William?

Roger entreabrió los párpados, pero los volvió a cerrar al no ver nada. Cuando
perdió los ojos, fue incapaz de tocarse las cuencas vacías de sus ojos, desde esa
noche no dejó de llorar sangre, que brotaban de los lagrimales que fueron
resecándose con el paso de las

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horas. Ahora era incapaz de llorar. Aunque lo desease, a pesar de necesitar


desahogar su dolor sus lagrimales se habían secado, reduciéndose a unas masas
resecas inútiles.

Con la voz cansada, agotado, Roger le comunicó finalmente la posición a


Sharon.

Cuevas Leirak, ocultas roca con ojos. Branff.

Sharon dejó su mente abierta y permitió que Roger le mostrase las imágenes que
deseaba transmitirle. Vertiginosamente, se vio transportada por los aires a través
de los bosques del parque nacional de Branff, segunda morada de su clan.
Memorizó el caminó que Roger le mostró por los aires y acabó parada frente a
una roca de color verdusca, con marcas grisáceas. Como si supiese lo que hacía,
Sharon alzó la mano y presionó una de las marcas. Estas se abrieron y metió la
mano derecha, la roca se cerró y le cortó la muñeca, para que su sangre se
mezclase con las grisáceas marcas. Cuando la roca confirmase que era la sangre
de un brujo, se abriría, rompiéndose en dos y entreviendo la entrada a la cueva.
Antes de que entrase en la oscuridad, Sharon se vio arrastrada de nuevo al cuarto
de baño.

Con la respiración jadeante, Sharon abrió los ojos y miró a su alrededor. Estaba
de nuevo en su cuarto de baño, de rodillas en el suelo y con una toalla alrededor
de su húmedo cuerpo.

— ¿Qué ha sucedido? — se preguntó intentando levantarse.

Caminó tambaleante hasta la puerta del baño. Antes de salir, escuchó por última
vez la trémula voz de Roger.

Perdóname… Creí en él, pero él….nos traicionó a todos…

************

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Jared frunció los labios mientras miraba como Vincent repartía las tareas de
rastreo con los dos ansiosos lycans. La reunión se estaba alargando más de lo
debido y todo porque esos lobos no concebían la idea de trabajar mano a mano
con los vampiros. Su impaciencia estaba causando desajustes en los perfectos
planes de Vincent.

Christopher estaba harto de todo aquello. Los últimos días fueron caóticos.
Corriendo de un lado a otro, rastreando la pista de los últimos brujos, salvando a
inmortales que en otros tiempos fueron sus acérrimos enemigos, descubriendo
tramas de guerras escritas en libros milenarios. Y ahora, aguantar una reunión
con dos hiperactivos lycans que no deseaban esperar. Esos locos lycans tenían la
intención de atacar el parque Branff sin ayuda. El deseo de vengarse les había
nublado la mente.

Christopher se levantó y movió la cabeza de un lado a otro haciendo crujir los


huesos del cuello.

Joder. Necesitaba sangre.

Cansado de la cháchara, Christopher gruñó acallando a los lobos.


— Pensad por una puta vez en vuestra vida. Hasta mañana no podemos ir a
atacar el parque Branff. De nada nos sirve discutid entre nosotros ahora,
descansemos esta noche y mañana por la noche tomemos rumbo al parque. —
Miró a los presentes —. Con o sin ayuda.

Vincent asintió.

— Mañana dos helicópteros de mi compañía nos acercarán al parque. Tendré que


llamar a un amigo para que aligeren los permisos para volar de noche —
murmuró para sí mismo, anotando en su mente lo que debía hacer —. Una vez
en el parque nos dividiremos en tres grupos. Os entregaré unos móviles. El
grupo que encuentre la

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pista de presencia de brujos, llamará a los otros dos para reagruparse.

Blooder siseó atrayendo la atención de todos sobre él.

— Joder, no. Ni loco me meto en ese aparato.

Christopher sonrió con sarcasmo.

— No me digas que aún sigues con tu pánico a volar, H.

— ¡Yo no tengo miedo a nada, viejo! — bramó enfurecido Blooder, caminando


de un lado a otro.

— Si lo repites varias veces más igual hasta te lo crees, amigo.

Blooder rechinó los dientes fulminando con la mirada a Christopher.

— Bastardo.

Jared se carcajeó.

— Si al pobre le da miedo volar que quede en tierra.

Girándose de golpe, Blooder le asestó un puñetazo en la cara, rompiéndole el


labio inferior. Jared escupió sangre al suelo, pero la sonrisa socarrona no se le
borró del rostro.

— Mañana a la noche subiré al puto helicóptero y machacaré a los brujos.

— Guarda tus fuerzas Blooder — le aconsejó Christopher —.

Ahora bien — Miró a Vincent —. Si la reunión ha finalizado me gustaría ir a


cazar un buen bocado — entrecerró los ojos pasando su lengua por los labios —.
Dejé unos bombones ahí fuera.

Markush refunfuñó entre dientes la estupidez de los vampiros y su obsesión por


la sangre, pero no se opuso a que la reunión se diese por finalizada. Había dejado
a Rhianny en la discoteca y estar alejado de ella le estaba ya afectando. Se sentía
angustiado al no poder sentirla cerca, oler su aroma, intoxicarse con su belleza.

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Vincent guardó los planos en los bolsillos de la chaqueta plegándolos. Rodeó el


altar y después de decirles que le siguiesen, los condujo fuera de las cuevas.

Jared no escuchó la voz de Sharon hasta que se encontró fuera de la cueva y a


punto de regresar a la discoteca.

Jared. ¡Jared! ¿Me escuchas?

Jared sonrió.

Sí, preciosa. Te escucho. Ahora mismo hemos acabado la reunión, en cinco


minutos estaré contigo.

La voz de Sharon sonó urgente, nerviosa.

Que vengan todos, tengo noticias importantes.

Jared abrió los ojos, preocupado.

— Esperad todos — les dijo logrando que los restantes inmortales quedasen
parados en el sitio esperando —. Mi compañera me está hablando y tiene
noticias.

Jared cerró los ojos.

Sharon, ¿qué ha sucedido?

Sharon carraspeó.

Roger, el primo de mi padre ha contactado mentalmente conmigo. Fue horrible


Jared…. Jared apretó los labios al sentir el dolor y la confusión de Sharon Fue
horrible Jared. ¡Le sacaron los ojos!

— ¿Qué pasa Jared?


Jared posó la mirada en los ojos interrogantes de Vincent.

— Un brujo se ha puesto en contacto con Sharon. Según parece fue torturado —


Te dijo dónde están Sharon la respuesta de su compañera no se hizo esperar. Sí.
Sé dónde se esconden —.

¡Demonios! — Bramó en alto Jared —. Ella sabe donde están.

— ¿Qué quieres decir Jared? — le preguntó Vincent acercándose un paso.

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— El brujo le dijo donde se esconde el bastardo de su Rey — Sonrió con


promesas de sangre y muerte —. ¡Ya los tenemos!

Soltando un aullido, Markush crujió los nudillos. Ya faltaba poco. La sangre de


los malditos brujos bajaría por su garganta, y salpicaría su ropa.

Después de cortar la conexión con Sharon, Jared corrió seguido de los demás
hasta la discoteca, para reunirse con su compañera que los esperaba acompañada
de Gabrielle y de Rhianny.

Subieron las escaleras de dos en dos y abrieron las puertas del despacho.
Sharon nada más ver a Jared corrió a sus brazos.

Jared la abrazó, estrechándola contra su cuerpo.

— Ya pasó todo, pequeña — Sharon tembló apoyando su cabeza en el pecho de


Jared. Durante unos segundos los dos permanecieron silenciosos, escuchando los
latidos del corazón del otro, calmando sus mentes.

Al sentir que su compañera se calmaba Jared se separó y la sujetó la cara,


mirándola a los ojos.

— Dime mi cielo. ¿Dónde están?

— En el parque Branff.

Blooder resopló.

— ¡Qué! — protestó al ver como le miraban con disgusto —.

Que esas sabandijas están escondidas en el parque Branff ya lo sabemos.

Jared ignoró al vampiro y sin dejar de acariciar las mejillas de Sharon le


preguntó de nuevo.

— ¿Sabes la ubicación de su escondite?

Sharon asintió con la cabeza.

— Sí, se esconden en unas cuevas sagradas para mi gente.

— ¿Sabrías mostrarnos en un mapa dónde se encuentran?

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La joven dudó unos segundos.

— Roger me lo mostró. Sé llegar porque sus recuerdos son los míos. Tendría que
ir con vosotros al parque y mostraros el camino.

Jared se paralizó del miedo. La sola idea de que Sharon les acompañase le
estrujó el estómago por el temor de perderla.

— No irás.

— ¿Cómo te atreves? — gritó Sharon, golpeándole el pecho con la mano —. No


puedes dejarme fuera.

Nada de lo que le dijese le iba a hacer cambiar de opinión. Ella no iría. No se


pondría en peligro.

— No irás.

Sharon tartamudeó mientras intentaba gritarle. Se sentía impotente.

— No puedes impedirme ir.

Cruzándose de brazos, Jared se irguió y la miró con fijeza.

— No irás y no se hable más.

Sharon resopló. Por más que se negase, le acompañaría.


Estaría a su lado, luchando codo a codo con él, asegurándose que siguiese con
vida cuando todo finalizase.

— Nada de lo que me digas me hará cambiar de opinión, Jared.

¡Te acompañaré!

El aire alrededor de Jared se oscureció, como si su rabia ocultase la intensa luz


del despacho de Vincent. Su rostro se transformó en una mueca atemorizante. En
otro tiempo Sharon habría saltado asustada ante su muestra de agresividad.
Ahora, se sentía fuerte, capaz de hacer frente a su compañero sin amedrentarse.

— Te quedarás aquí, Sharon — dijo él bruscamente.

Sharon sonrió de lado.

— De ser así tendréis un pequeño problema.

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Jared frunció los labios mientras la miraba. Los ojos de Sharon chispearon, como
si ocultase algo.

— ¿Qué quieres decir?


Sharon ladeó la cabeza.

— Soy la única que conoce la ubicación de las cuevas — Jared adquirió una
expresión malhumorada.

— Me mostrarás la ubicación. Abrirás tu mente y me mostrarás donde se


encuentran las cuevas.

Sharon negó con la cabeza.

— Seguiréis teniendo un problema. Tan solo la sangre de un brujo puede abrir


las cuevas. Y chicos…— paseó la mirada por los presentes, hasta fijarla de
nuevo en Jared —. Soy la única bruja que tenéis a mano. Sin mí, no podréis
entrar.

Jared se pasó la mano por el espeso cabello oscuro, revolviéndolo.

Infiernos, eso no se lo esperaba. Farfulló en su mente.

Sharon sonrió abiertamente al saberse vencedora. Sin ella, ninguno de los


presentes atraparía a los brujos que se ocultaban reuniendo fuerzas.

Vincent carraspeó ruidosamente, como si le costase encontrar las palabras.

— J, ella nos conducirá hasta los brujos — Jared le miró con ganas de romperle
la cara —. En cuanto ella abra las puertas, quedará fuera de la batalla.

Sharon bufó.

Que te crees tú eso. Estaré al lado de Jared y nadie me lo impedirá.

Jared apretó la mandíbula, entrecerrando los ojos. Comprendía que era necesaria
la presencia de su compañera, pero su instinto de macho se negaba a permitir
que su hembra se pusiese con peligro.

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No estaré en peligro, Jared. Teniéndote a mi lado nada malo me sucederá.

Jared intentó mantener una expresión malhumorada, pero las palabras de su


compañera caldearon su corazón.

Pequeña manipuladora. Masculló utilizando la conexión mental.

Sharon sonrió abiertamente. Lo había logrado. Acompañaría a los hombres.

— Todas iremos — sentenció Rhianny abrazando a Markush.

Gabrielle asintió acercándose a su compañero que cabeceó afirmativamente


consintiendo que lo acompañase.

Vincent presenció, con cierto alivio, el silencioso intercambio entre los machos y
sus hembras. Problema número uno resuelto, ahora llegaba lo peor.

Organizar un ataque con tan solo…Miró con desánimo a su alrededor. Con tan
solo…diez inmortales.

Esa noche iba a ser larga.

Muy larga.

Ya dormiría mañana a la mañana después de prepararlo todo.

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-22-

La noche dio paso al día y los vampiros se ocultaron para descansar. Los lycans
comieron y durmieron gran parte del día ya que estaban agotados después de
acompañar a los vampiros en la reunión y posteriormente en la caza nocturna en
busca de un bocadito.

Tan solo Jared permanecía despierto mirando el horizonte de la bulliciosa ciudad


desde la terraza que había en el tejado del edificio y que serviría esa misma
noche como improvisada pista de aterrizaje para los helicópteros que solicitó
Vincent.

Apoyado contra la barandilla olisqueó el aire. Olía a mar y a humo de coche,


entremezclándose con olores de diferentes comidas.

Se pasó una mano por los ojos, su cuerpo estaba cansado pero era incapaz de
conciliar el sueño. Cuando cerraba los ojos veía una y otra vez las imágenes que
les mostró Vincent. Por más que quisiese olvidar, los recuerdos de las muertes de
los hechiceros lo atormentaban. Ellos fueron una auténtica familia para él. Lo
recogieron una noche cuando logró escapar de las garras de los Ejecutores
Blooder y Christopher. Se había arrastrado por las calles, malherido, cuando las
fuerzas lo abandonaron se dejó caer al suelo, esperando que la muerte lo
liberase. Pero los bondadosos hechiceros lo recogieron y lo curaron a pesar de
ser un vampiro mestizo. Ellos le cuidaron en alma y cuerpo, le amaron, le
enseñaron la belleza de la

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vida en familia. Cuando mostró que era capaz de hacer magia los hechiceros, a
los que acabó llamando hermanos y hermanas, se ilusionaron y le enseñaron
todo lo que sabían.

Cuando cerraba sus ojos, sus rostros sonrientes se transformaban en unas muecas
horrendas de terror grabadas en sus rostros para siempre. La sangre de sus
hermanos y hermanas fue derramada por culpa de la avaricia de los brujos que lo
persiguieron incansablemente por las ciudades en las que se ocultó, hasta que lo
alcanzaron en los territorios de los hechiceros. Por su culpa murieron.

Si no lo hubiesen salvado no estarían muertos.

Jared cerró los ojos con dolor.

La culpa de sus muertes lo acompañaría toda la vida.

Se llevó la mano a los ojos, le escocían como si estuviese a punto de llorar.


Sonrió con pena. Era imposible. Nunca había sido capaz de llorar. Sus ojos
estaban secos, el dolor que sentía y le estrujaba el corazón nunca podría
materializarlo con lágrimas amargas.

La lucha interna que estaba sufriendo lo estaba matando de la angustia. Después


de ver morir a los hechiceros, ¿cómo iba a permitir que Sharon se metiese en la
boca del lobo? Si la perdiese se mataría, después de acabar con todos.

Después de un rato en silencio, luchando consigo mismo Jared dio un paso atrás
y dejó la terraza.
Necesitaba acostarse al lado de Sharon, abrazar su cálido cuerpo y descansar la
mente, calmar el corazón.

Entró en el cuarto que compartía con la mujer y se tumbó a su lado.

La contempló dormir. Alzó la mano para acariciarle la mejilla.

Sharon.

Su pequeño tesoro.

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Jared agradecía a los dioses la oportunidad que le dieron de ser feliz después de
haberla encontrado. La noche en que escuchó su angustiosa voz en su mente,
revivió. Después de la masacre en la mansión del clan hechicero solo sentía
deseos de vengarse, de luchar hasta la muerte con los brujos que acabaron con la
ilusión de una familia. Él estaba vacío, con el veneno del odio recorriendo sus
venas y cuando escuchó la ronca voz de Sharon su corazón volvió a latir con
fuerza. El odio se tornó en deseo, el camino a la muerte que había escogido se
transformó en ilusión por una nueva vida.

Sharon era su luz, su esperanza y su deber como compañero, era protegerla.


Acercó su rostro y la besó con calidez en los labios.

— No te dejaré morir, pequeña. No te lo permitiré.

A las nueve en punto de la noche, todos esperaban en el tejado de la discoteca a


la llegada de los helicópteros, que solicitara Vincent y que los llevarían a la
entrada del parque Branff.

Los presentes se mantuvieron en silencio, sabedores que aquella noche


cambiarían el rumbo de la guerra. Cuando se enfrentasen cara a cara con los
supervivientes del clan de brujos fieles a William no podían dudar, sus manos no
podían temblar cuando alzasen sus puñales y acabasen con la vida de los
malditos.

Vincent hablaba con el móvil, fumando con furiosa calma y gritando con sus
subordinados entre calada y calada. Los helicópteros ya tenían que estar, pero los
permisos para volar de noche se habían retrasado y los pilotos no pudieron
despegar del aeródromo hasta que obtuvieron el permiso de la torre de control.

El ruido que produjeron las hélices al cortar con velocidad el aire los sacó de sus
pensamientos y los presentes miraron al cielo.

Sobrevolaban a gran altura dos helicópteros blancos con el emblema

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de la compañía que creó Vincent pintado en letras negras en el vientre de los
aparatos.

Los transeúntes que paseaban a aquellas horas de la noche por la zona buscaron
con la mirada los helicópteros. Fue asombroso el espectáculo de ver sobrevolar
entre los rascacielos los dos helicópteros, los aparatos se movían con elegancia y
precisión.

Vincent apagó el móvil. Al fin habían llegado.

— Veilter — gritó para hacerse oír por encima del ruido que aumentaba cada
metro que se acercaban los helicópteros.

— Sí, señor — gritó a su vez uno de los porteros de la discoteca que esperaba al
lado de la puerta de entrada a la terraza.

Vincent le lanzó las llaves del local, guardando el suyo en el bolsillo trasero de
sus pantalones de cuero negro.

— Esperad nuestro regreso — El hombre asintió cogiendo las llaves en el aire


—. Si algo me pasase…

— Cuidaremos de su compañera, jefe — le interrumpió Veilter saludándolo con


respeto agachando la cabeza.

Después de estas palabras Veilter salió de la terraza y entró en la discoteca


dejando atrás a su jefe y deseándole suerte en su misión.

Vincent se acercó hasta los demás inmortales que esperaban el aterrizaje de los
helicópteros en el helipuerto improvisado de la terraza.

Cuando el primer helicóptero, un aparato de diez plazas, comenzó a aterrizar,


bajando suavemente, se tuvieron que agachar para evitar ser empujados por la
fuerza de las hélices.

— Debemos subir ahora — bramó Vincent señalando las puertas del helicóptero
que en el momento en que tomó tierra se abrieron —.

Jared, Sharon, Markush, Rhianny, vais en este. Subid.


Nada más montar en el helicóptero, se cerraron las puertas.

Sentados en sus correspondientes asientos, atados con los cinturones

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de seguridad, aceptaron los cascos que les tendió el piloto auxiliar desde la
cabina de mandos.

Se los pusieron.

En cuanto estuvieron preparados, el piloto encendió los motores y comenzó a


elevar el aparato, balanceándolo hacia delante.

Después de despegar el primer helicóptero, el segundo que esperaba a cierta


distancia, parado en el aire gracias a la pericia del experimentado piloto, tomó
tierra.

Vincent gritó a los restantes inmortales, señalando el aparato.

— Este es el nuestro.

Blooder, Christopher y Jacques se abrocharon las chaquetas de cuero que vestían


y que les ayudaban a ocultar de la vista las parejas de puñales que portaban
además de los revólveres de 9 mm.
Entraron detrás de Vincent.

Blooder nada más sentarse buscó con ansiedad el cinturón y se aseguró que
estuviese abrochado.

Christopher olió su miedo, pero no comentó nada. El esfuerzo que estaba


haciendo Blooder al montar en el helicóptero era sobrehumano

— Christopher — El aludido parpadeó centrándose en la voz que lo llamaba —.


Me debes una cabrón — le gruñó Blooder antes de colocarse los cascos.

Christopher asintió.

El helicóptero no tardó en ponerse en camino, siguiendo el rumbo del primero.


Debían darse prisa. El viaje hasta el valle del parque Branff les llevaría dos
largas horas.

Blooder se mordió el interior de la boca, hasta sentir el amargo sabor de su


sangre.

Dioses…que alto… ¡Odio volar! Masculló después de echar un vistazo por la


ventanilla.

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************

Dos horas después.

Los helicópteros sobrevolaban el parque nacional Branff. Las hélices giraban a


dos mil revoluciones por minuto, moviendo las copas de los árboles a su paso.

Dentro de las cabinas de los aparatos el ruido era ensordecedor y a pesar de


llevar puestos los cascos los inmortales escuchaban un siseo intenso.

Después de sobrevolar en círculos una amplia zona, visualizando el terreno en


busca de una explanada donde poder bajar hasta casi nivel del suelo para dejar a
los pasajeros, sin quebrar las leyes del Estado, ya que solo consiguieron el
permiso para sobrevolar el parque no para aterrizar en el.

Una vez que los pilotos encontraron el lugar perfecto, acordaron mediante la
comunicación interna de los aparatos que había llegado el momento de despedir
a los ocupantes de las cabinas de pasajeros y regresar a la ciudad antes de que la
gasolina se acabase.

El copiloto del primer helicóptero se giró y gritó con fuerza que había llegado el
momento de saltar del aparato.

— No podemos ir más allá, es hora de que saltéis.

Sharon jadeó por la sorpresa.

¡Como vamos a saltar! Estamos al menos a… Miró por la ventana y gimió por la
impresión. … A quince metros de altura.

Jared la miró.

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No tengas miedo. Mi sangre recorre tus venas, eres fuerte Sharon, podrás saltar
sin problemas.

Sharon entornó los ojos.

¡Qué alentador Jared! Se burló. Digas lo que digas no saltaré.

Jared se quitó los cascos y los colgó del gancho que había encima de su asiento.
Después de desabrocharse el cinturón de seguridad, se agachó para quitarle los
cascos a Sharon.

— Vamos — le gritó a Sharon haciéndose oír a pesar del fuerte ruido.

Sharon se sujetó a los hierros de su asiento, negando efusivamente con la cabeza.

— No — Chilló histérica —. Me niego. No voy a saltar.

Mirándola a los ojos Jared le dijo.

— Saltaré por ti. En unos segundos los dos estaremos en tierra — Sharon dudó
unos segundos —. Confía, pequeña.

Suspirando Sharon se levantó y abrazándose a Jared, cerró los ojos y esperó.

Jared abrió la puerta del helicóptero con la mano libre y se lanzó de cabeza al
vacío, sujetando contra su cuerpo a su compañera.
Sharon chilló al sentir como caían. Los segundos que tardaron en llegar a tierra
fueron eternos, angustiosos en los que no dejó de pensar que acabarían
estrellados contra el suelo.

— Ya está, mi cielo — Sharon abrió los ojos. Estaban a salvo en tierra —. Algún
día tendré que mostrarte de lo que somos capaces los vampiros. Mira un ejemplo
de nuestro poder, pequeña.

Sharon siguió con la mirada la mano de Jared que señalaba el cielo. Abrió los
ojos asombrada al ver como saltaban sin temor los tíos de Jared cayendo de pie y
sin dificultad al lado de ellos, sin revolver siquiera la tierra con su caída. La
preocupación que sintió se tornó en sorpresa al no ver muecas de dolor, ni
huesos quebrados,

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tan solo cayeron como si saltar desde tanta altura fuese algo habitual para un
vampiro.

— Nuestros cuerpos son fuertes, Sharon. No olvides que somos cazadores.


Podemos saltar y aterrizar desde grandes alturas sin dañarnos. Somos capaces de
romper muros y aguantar la respiración bajo el agua más de dos horas. Somos
diferentes de los mortales, y pequeña…. — Jared le sonrió —. Disfrutarás con
tus nuevos poderes.
Una vez que todos los pasajeros saltaron del primer aparato, el helicóptero voló
lejos tomando rumbo a Toronto, pero antes buscarían una explanada donde poder
aterrizar y repostar gasolina que portaban en dos pequeños bidones de 10 litros
cada uno.

Jared y los demás esperaron a que saltasen los inmortales que viajaban en el
segundo helicóptero.

Cuando estuvieron todos, y el segundo aparato siguió la misma ruta que el


primero Jared se giró y con las manos en los hombros de Sharon le dijo.

— Ahora te toca a ti, Sharon. Indícanos donde quedan las cuevas.

Sharon asintió. Alejándose un paso de su compañero cerró los ojos, vaciando su


mente para concentrarse en las imágenes que le mostró Roger.

Como si estuviese viendo una película rebobinada a gran velocidad, Sharon


vislumbró el camino desde las cuevas hasta donde se encontraban ellos.

Memorizado el camino, Sharon abrió los ojos y dijo en alto.

— Estamos cerca — invocó al fuego que crepitaba en su interior. Sus ojos


llamearon —. Las cuevas están a unos doscientos metros al oeste.

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Instintivamente Jared dejó libre su magia. Los demás inmortales siguieron sus
ejemplos y desenfundaron sus armas, preparados para la batalla.

Corrieron detrás de la joven bruja, en una procesión silenciosa.

Sus pisadas no dejaron huellas.

El bosque estaba silencioso, como si los moradores del mismo intuyesen la


batalla que estaba a punto de llevarse a cabo y se hubiesen escondido en sus
madrigueras. A medio camino, la luna se ocultó tras una pantalla de nubes
oscuras. Los ojos de los inmortales cambiaron, agrandándose las pupilas para
adaptarse ante la falta de luz.

Sharon se detuvo.

— Detrás de estos arbustos se encuentra la entrada, es una roca con marcas que
la cruzan que parecen ojos.

Jared apoyó una mano en la espalda de Sharon.

— Nos esperarás aquí, pequeña.

— ¡¡Qué!! — exclamó sorprendida la joven. Bajando la voz para que nadie más
la escuchase, aseguró —. No pienso esperar a que regreses de las cuevas. Te
acompañaré.

Jared la silenció posando un dedo en su boca.

— Sharon, si tú nos acompañas no podré concentrarme — suavizó la voz —. Si


algo malo te sucediese…

Sharon suspiró.

— Está bien — aceptó finalmente —. Abriré las puertas y me ocultaré.

Ignorando la sonrisa socarrona que se formó en la cara de su compañero, Sharon


se acercó hasta las rocas redondas que cubrían la entrada a las cuevas. Eran de
un color grisáceo, con marcas horizontales que la cruzaban de arriba abajo. Los
márgenes de las rocas estaban astillados, carcomidos por el uso.

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Estaba enfadada. Ella no quería ir a esconderse donde se ocultaban en esos


momentos Gabrielle y Rhianny después de discutir con sus compañeros. Los
hombres eran unos estúpidos. Unos imbéciles que no creían que fuesen capaces
de defenderse.

Ahogando las maldiciones que pugnaban por salir de su garganta, Sharon se


concentró en examinar de cerca las rocas. Pasó una mano por la rugosa
superficie hasta que encontró una pequeña hendidura en una de las marcas
centrales.

Recordando lo que le mostró Roger, presionó la marca susurrando un antiguo


hechizo que hizo que apareciese una grieta.

Sharon cerró los ojos y se concentró. Cuando su magia la envolvió provocando


que refulgiese su cuerpo, metió su mano derecha en la grieta y murmuró en alto.

— He aquí un ser de fuego, abre tus puertas. Te lo ordeno.

Gimió cuando sintió como unas puntas de hierro se clavaron en su muñeca. La


puerta la estaba probando, antes de obedecerla tenía que cerciorarse que su
sangre era de una bruja, una heredera del poder de la diosa de la oscuridad.
Cuando las puntas dejaron su carne, Sharon suspiró aliviada.

Nada más retirar la mano, las puertas comenzaron a abrirse rechinando al rozar
contra la gravilla de la tierra.

— ¡Tu mano! — Jared le examinó la herida que le provocó las puntas de hierro
—. Estás herida.

— No es nada, Jared — susurró Sharon sintiendo que enrojecía ante la mirada


penetrante de su compañero.

Ignorando las palabras de su compañera, Jared se angustió al oler su sangre, al


ver las rojizas marcas en su nacarada piel. Le tomó la mano y le lamió la herida.

— Escóndete, Sharon. Ve junto a mi tía y Rhianny.

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Sharon asintió con la cabeza y corrió hasta llegar junto a Gabrielle y Rhianny
que espiaban desde detrás de los arbustos.

Gabrielle al verla llegar sonrió.


— Eso fue impresionante, Sharon.

Sharon correspondió su sonrisa.

— ¡Ah, gracias!

Rhianny agarró del brazo a Sharon empujándola hasta ocultarla junto a ellas.

— Guardad silencio chicas. Van a entrar.

Una vez que la entrada se abrió completamente, entraron de uno en uno


manteniendo en todo momento sus sentidos en alerta.

Nada más entrar lo olieron.

Sangre.

Sangre y muerte.

Quedaron paralizados al oler la intensidad a putrefacción, como si estuviesen en


una fosa común.

Demonios, Jared. Si los brujos se ocultan en estos pasadizos, ¿qué coño hacían?
¿Cómo pueden aguantar este nauseabundo olor?

Jared miró a su tío, entrecerrando los ojos, observando con asco el suelo de los
pasadizos. Esparcidos por el suelo había huesos astillados y charcos de sangre
reseca.

Tienes razón Leif. Esto es…

Sospechosamente escalofriante. Les interrumpió Christopher.

Y que lo digas viejo. Masculló Blooder pateando con asco una tibia que encontró
en el suelo, rompiéndola en pedazos con el golpe.

Está muerto.

El ronco gruñido que barbotó Markush acalló a los vampiros que se detuvieron y
se giraron para mirarle en la penumbra.

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La escasa luz que penetraba desde la entrada era engullida por la oscuridad de
los pasadizos. El aire con cada paso que daban, se enranciaba, consumiendo el
oxígeno.

Al ver como el Rey lycans adquiría una postura defensiva, preguntaron.

— ¿Hueles algo?

Markush asintió. ¡Cómo no lo olían los vampiros! Estaban siendo rodeados,


aunque la cueva apestase a muerte, el olor de los brujos que se acercaban
acechándolos se percibía claramente.

— Al fondo de este túnel huelo treinta hombres — Cerró los ojos y gruñó —. Y
detrás nuestra, en la entrada…— olisqueó el aire — . Dieciséis hombres. Han
entrado después de nosotros.

Blooder se palmeó la rodilla.

— Una puta emboscada — Sonrió torciendo el labio superior — ¿A quién


atacamos primero?

Vincent masculló una maldición. No se había esperado que lo cercasen. Se


suponía que los brujos supervivientes, seguidores de William estarían ocultos en
las entrañas de la tierra. Pero sus planes se fueron a la mierda cuando
aparecieron los brujos en la entrada.

Se callaron de golpe. Escucharon voces.

Se acercaban.

Ante esto, no perdieron tiempo con dudas, los brujos se acercaban desde la
entrada. Y si eran inteligentes, al verla abierta se esperarían encontrar a los
intrusos en los pasadizos.

Con los puñales a la altura de los ojos, pegaron las espaldas a las húmedas
paredes del túnel y esperaron en silencio la llegada de los brujos.

Joder, un bicho se ha metido por mi camisa.

Jared se mordió los labios para no reír al escuchar el tono de queja de Blooder.

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La conexión mental que estableció con los demás vampiros aún permanecía
abierta. Sus mentes estaban conectadas.
Deja de actuar como un crío, H.

Al cabo de unos segundos, aparecieron los brujos. Estos caminaban procurando


no hacer silencio e iban unos detrás de otros, guardándose las espaldas.

Cuando estuvieron a su altura, los inmortales se abalanzaron sobre unos


sorprendidos brujos, tomándolos por sorpresa. Los golpearon y los derribaron
hasta que los brujos quedaron tirados en el suelo, malheridos y boqueando
sangre.

Con los puñales en las manos, los inmortales agarraron de los pelos a los brujos
que tenían a mano y apoyaron el frío metal en sus gargantas. Antes de que se las
cortasen, escucharon un grito agudo y desesperado.

— ¡No! No los matéis. Es mi hermano. Son los brujos que luchan contra
William.

Jared soltó al brujo que sujetaba y se irguió.

— Demonios. No te dije que esperaras fuera, Sharon.

Sharon frunció el ceño.

— ¿Y que iba a hacer al ver entrar a mi hermano junto a sus hombres? —


preguntó con ironía apoyando una mano en la cadera —.

Dejar que los mataseis. ¡No, Jared! Es mi hermano, mi familia.

A su lado, Marie gritó preocupada al ver a su marido magullado, con el rostro


casi irreconocible por los golpes. El labio partido en dos, supurando sangre y los
ojos ennegrecidos.

— ¡¡Edgard!! — chilló corriendo y arrodillándose junto a él.

Edgard entreabrió los ojos.

— Tienes que esperar fuera, Marie — Tosió sangre al suelo, cerrando los ojos
del dolor —. Esto es peligroso, si nos encuentran…

— Estáis todos muertos.


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Se giraron al escuchar aquella gélida voz. Ante ellos, a unos metros estaba
parado William, sonriendo de una manera escalofriante, como si disfrutase al
encontrarse a más de veinte personas intrusas en los pasadizos de su cueva.

Antes de que pudiesen reaccionar, William invocó su poder, generando una ola
de fuego que barrió la cueva llegando a cada rincón de aquel lugar. Los cuerpos
de los inmortales recibieron el mayor impacto del ataque, al cubrir con sus
cuerpos a sus compañeras.

Cuando el fuego se apagó, los intrusos cayeron al suelo con graves quemaduras
en sus cuerpos.

William rió en alto. El intenso olor a carne quemada inundó sus fosas nasales.

Chasqueó la lengua.

— Que patéticos sois. De verdad creías que no iba a enterarme si entráis en mis
dominios —. Pasó por encima de los cadáveres calcinados de un puñado de
brujos traidores- Debería daros las gracias. — se paró delante del cuerpo
quemado de Jared, lo apartó de una patada, descubriendo el tembloroso cuerpo
de su hija mayor —.
La habéis traído hasta mí — se agachó y golpeándola en la mejilla, la despertó
—. Bienvenida a casa, hija — Sharon intentó gritar del miedo al ver los ojos
enrojecidos de locura de su padre, pero de su garganta no brotó sonido alguno.

William desmayó a su hija golpeándola en la cabeza. La cogió en brazos y al


girarse les ordenó a sus seguidores que esperaban a cierta distancia.

— Coged a las mujeres que encontréis. Matad a los hombres.

Los brujos ocultaron su miedo. Temían a William. Pero si no le obedecían, ellos


serían los que acabasen calcinados.

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Al pasar su Rey al lado de ellos, los brujos agacharon las cabezas.

— Sí, señor— contestaron al unísono — Como ordene, mi señor.

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-23-

Cuando Sharon despertó estaba atada de pies y manos en un círculo de piedra en


el suelo. Intentó moverse. Las cadenas que tenía en las muñecas y en los tobillos
rechinaron al golpear contra el suelo.

Intentando mantener la calma, Sharon miró a su alrededor.

Jadeó al ver que estaba en un altar de piedra circular, frente a un trono en el que
William la miraba mientras bebía con postura tranquila una copa de sangre
recién vertida.

— Al fin despiertas, hija.

Sharon deseó gritarle que dejase de llamarla así. Ese monstruo no era su padre.
Su padre murió el día en que regresó borracho a casa y violó a su madre, después
de golpearla hasta la saciedad.

Desde esa noche, William se transformó en un ser violento, lleno de rencor. El


padre cariñoso que conoció se transformó de la noche a la mañana en un hombre
iracundo y agresivo.

Desde aquella William cambió las leyes del clan, humillando a las mujeres, hasta
convertirlas en esclavas sexuales a la fuerza.

— Bast-ar-do — masculló con la voz enronquecida.

William sonrió con ironía.

— Cría cuervos…— movió la cabeza divertido —. Siempre has sido una


molestia, ninguno de mis hijos ha cumplido mis expectativas, pero esta noche…
— se levantó del trono y caminó hasta ella quedando a la altura de su cara —.
Me servirás bien hija.

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Con tu sangre romperemos uno de los sellos. Abriremos las barreras del tiempo.

Sharon le escupió.

— Estás lo-co.

William la pateó en el pecho, provocando que Sharon jadease de dolor y se


retorciese en el suelo.

— Dentro de una hora no estarás tan habladora, hija — William se rió en alto.
Sus frías carcajadas resonaron en la sala, viajando a través de los corredores de
la cueva hasta los calabozos de los prisioneros que iban a ser sacrificados.

Sharon se encogió y adoptó una postura fetal. Las cadenas se estiraron y le


permitieron tumbarse de lado y acercar las rodillas al pecho. Le dolía todo el
cuerpo, desde la cabeza a los pies. Las quemaduras que sufrió le laceraban la
piel, los golpes que recibió del bastardo de su padre estaban adquiriendo un tono
azulado. Pero lo que más le dolía era el corazón.

Jared…Jared… ¿Dónde estás?

No podía sentirlo. Sus mentes se desconectaron en el momento en que Jared


cayó al suelo después de recibir el impacto de las llamas.

Sharon se sentía vacía, se había acostumbrado a la presencia de Jared en su


mente, escuchar su voz. Y ahora, nada. Solo silencio.

Estaba preocupada. A esas alturas Jared ya se habría puesto en contacto con ella.
Solo había una respuesta posible para su silencio.

Le había ocurrido algo, y por todos los demonios del infierno, esperaba de todo
corazón que no estuviese muerto.

¡Contesta!

Gritó

en

su

mente.

¡Contéstame

maldito

chupasangre! Sharon comenzó a llorar en silencio. Sus lágrimas se deslizaban


por sus mejillas. Por favor. Susurró con la voz rota.

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Al final de uno de los oscuros pasillos de aquel laberinto en las entrañas de la


tierra, estaban los calabozos, unos cubículos pequeños creados después de picar
tierra durante décadas. Las puertas que mantenían a los presos allí olvidados
eran de magia. Se podían ver a su través, un método de tortura ya que durante el
encierro, la única vista que tenían los presos era el dolor y la desesperación del
prisionero de la celda de enfrente.

Cuando despertó Jared se encontró en una de esas celdas. La voz llorosa de su


compañera le despertó. Antes de ponerse en contacto con ella para calmarla,
escuchó una voz.

— No contestes J, si el padre de la chica la ve llorando creerá que aún estás


desmayado.

— Eso no tiene sentido Vincent — le recriminó en voz baja Jared, apoyando la


cabeza hacia atrás en la fría piedra, agradeciendo el contacto con la palpitante
piel de su espalda. Protegiendo a su compañera se la había quemado.

Vincent estiró las piernas haciendo ruido con las cadenas que lo mantenía preso.

— Piénsalo bien, J. No estás encadenado porque creyeron que nunca


despertarías después de recibir el ataque de William. Nos han subestimado.

Jared paseó la mirada por la celda en la que estaba. El olor ha sangre era intenso,
las paredes y el suelo estaban pegajosas al tacto.

La oscuridad que reinaba en el lugar solo era rota por la luz que entraba a través
de la puerta. Enfocó la mirada en la puerta, sorprendiéndose al tener como
vecino a Blooder. El Guerrero estaba tirado en el suelo, en medio de un charco
de sangre y uno de sus brazos tenía una postura extraña, posiblemente roto.

— ¿Y los demás? — preguntó Jared.


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Vincent intentó estirar el cuello, pero las cadenas no se le permitieron. Su cuerpo


estaba agarrotado, tenso. Le dolían todos los músculos.

— Después del ataque, los brujos nos recogieron. No fui el único que estaba aún
consciente. Blooder lo estaba también al igual que Markush. Lucharon por
liberarse y recibieron una paliza, hasta que perdieron el conocimiento. A las
mujeres se las llevaron a otras celdas.

Jared cerró los ojos y masculló una maldición.

— Joder Vin, la noche va de mal en peor.

— Sí, J — le contestó Vincent —. Pero mientras estemos vivos esto aún no se ha


acabado.

Jared apoyó las manos a ambos lados de la pared e intentó levantarse, el primer
intento falló. Cayó al suelo, soltando un quejido de dolor al raspar la espalda
contra la pared.

— Shh,… no hagas tanto ruido, Jared — le recordó Vincent bajando la voz.

Imbécil. Pensó Jared mientras intentaba ponerse de pie de nuevo.

Esta vez lo consiguió, se mantuvo de pie. Al intentar caminar las piernas le


fallaron, pero esta vez no cayó al suelo, se sujetó enterrando las garras en las
paredes para tener un apoyo.

Se sorprendió al ver como sus uñas que se alargaron como las garras de un felino
atravesaron con facilidad la compacta roca. Miró con detenimiento la marca que
quedó después de apartar las manos.

Tal vez, había hallado el modo de escapar.

— Vincent, estas rocas se pueden destrozar — le informó hundiendo de nuevo el


puño logrando esta vez un boquete del tamaño de su cabeza a la altura de su
pecho.

— Te avisaré si viene alguien J.

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Jared asintió con la cabeza y siguió golpeando la pared. Los puñetazos que daba
eran secos, concentrando su fuerza vital y su poder mágico en sus nudillos.
Lentamente la pared se desmoronó a sus pies, salpicando la celda con su
gravilla.

Los golpes despertaron a Blooder. Siseando por el intenso dolor que sentía en el
pecho, Blooder se levantó apoyando las palmas de las manos en el suelo. Al
quedar de rodillas vomitó todo el contenido de su estómago.

— Maldición — Masculló después de limpiarse la boca con la manga de su


chaqueta de cuero — Los mataré.

— Al fin el bello durmiente se despertó.

Blooder se sentó y buscó al dueño de aquella voz. Lo encontró frente a él. De pie
y con los brazos cruzados estaba Jared, mirándolo con un brillo de burla en los
ojos.

Ahogando toda clase de insultos que se le pasaron por la mente, Blooder intentó
levantarse. Tuvo más suerte que Jared, ya que él lo consiguió a la primera.

Al quedar de pie, Jared ahogó una exclamación de sorpresa al verle el pecho


abierto, rajado de arriba abajo. La carne estaba cortada dejando al descubierto
parte del esternón.

— Intentaron trincharte como a un pavo en acción de gracias, Guerrero.

Blooder miró su pecho y soltó un juramento.

— Putos jodidos. ¡Me han destrozado mi cazadora de cuero nueva!

En un arranque de rabia se quitó la chaqueta siseando cuando pasó el brazo roto


por la manga. El simple contacto con el cuero le envió miles de señales de dolor
a su cerebro que estuvieron a punto de colapsarlo. Pero estaba acostumbrado al
dolor, era lo único que le permitía saber que aún seguía vivo, que aún era capaz
de sentir algo.

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Desde la muerte de su compañera, se sentía vacío, un muñeco sin vida cuyo


único propósito era la lucha, la sangre.

Recordó la noche en que su corazón perdió la calidez humana, hasta convertirse


en una roca sedienta de sangre.

“Se sentía exultante. Había encontrado a su compañera.

Sonriendo de felicidad Blooder extendió el kilt en el suelo y dejó sobre el, el


cuerpo dormido de su mujer. Había llegado a tiempo.

La había rescatado de una boda que solo le traería pesar a la mortal.

A pesar de ser de día, se apareció galopando en su corcel negro entrando en la


iglesia ayudado por el animal y rescatando a la mujer, cuando estaba a punto de
aceptar el matrimonio concertado por su padre el laird del clan.

Blooder se tumbó a su lado y contempló el cielo estrellado. Su cuerpo aún


estaba maltratado por las quemaduras que le produjo los rayos del sol. Pero al
ver que perdía a su compañera no lo dudó y se lanzó de cabeza luchando contra
su enemigo natural, la luz solar.

Se giró y quedó tumbado de lado, contemplando como dormía la mujer. Su


pecho subía y bajaba acompasado con el fuerte latir de su corazón. Su
compañera era hermosa, alta, esbelta, con largos cabellos rojizos, unos ojos
verdes que le recordaban a los hermosos bosques de aquella tierra. Paseó su
mirada por su rostro. Carnosos labios sonrosados, cejas finamente trazadas en
la perfección de su rostro ovalado, pequeñas motas de pecas doradas en la
punta de su naricilla.

Delineó con un dedo el perfil de su rostro.

Estaba seguro que ella no le recordaba. La había conocido cuando ella no era
más que una niña que temblaba asustada delante de un jabalí rabioso. Él la
había salvado y había quedado atrapado

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por aquellos ojos verdes. Desde esa noche la vigiló de cerca, esperando el
momento de hacerla suya, de convertirla en su compañera para toda la vida.

Pero sus planes se arruinaron.

Cuando la joven despertó no mostró alegría. Al ver que él era un chupasangre,


comenzó a gritar asustada. Blooder intentó calmarla por todos los medios, pero
la joven no atendía a sus palabras. Al escuchar como la mujer llamaba a gritos
al hombre con el que pensaba casarse, Blooder la cogió en brazos levantándola
del suelo y le susurró con la voz cargada de odio hacia ese hombre que había
manipulado a su mujer, y había borrado su esencia de su corazón, que ella era
suya, que la había marcado como su hembra. Que era una de ellos.
La mujer perdió el control de sus actos. Comenzó a golpearlo, hasta que
Blooder la dejó ir, soltándole el brazo para que no se hiciese daño.

Al comprobar con sus manos que los colmillos de sus encías eran alargados, que
sus manos tenían garras, la mujer le creyó.

Blooder nunca olvidaría el odio que destiló la mirada de la muchacha cuando lo


miró fijamente a los ojos antes de quitarse la vida con la espada que encontró
en el suelo al lado del kilt extendido.”

Parpadeando, Blooder encerró en lo más profundo de su mente los dolorosos


recuerdos de la muerte de su compañera. Después, enfocó la vista en los ojos
entrecerrados de Jared.

— ¿Cuando salimos a desgarrar unos cuantos pescuezos? — preguntó mostrando


los colmillos.

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Jared golpeó una vez más la pared, tirándola abajo. Salió por el boquete y se
puso delante de la puerta mágica de Blooder.

— A que esperas, ¿o acaso quieres que te abra la puerta? — se burló Jared.

Blooder soltó una carcajada seca y de un solo golpe abrió una brecha en la pared
de su celda con el brazo sano.

— El día que necesite tu ayuda me cortaré una mano.

Jared se concentró entonces en la celda de Vincent. Su amigo estaba encadenado


a la pared con unas cadenas alrededor del cuello y las muñecas. Él no podría
romperla como hicieron ellos.

— Amigo, esta vez serás tu quien me debas una.

Vincent rió entre dientes, reconociendo sus palabras en la frase de Jared.

— Recuérdamelo más tarde, J. Ahora abre esta puta puerta.

Situándose delante de la puerta mágica, Jared la revisó buscando un punto donde


abrir una grieta. Desgraciadamente no encontró nada. La barrera era firme, de un
grosor de unos diez centímetros. Tendría que golpearla con su magia,
enfrentando el poder que la mantenía en pie con su núcleo mágico, hasta que la
barrera cediese.

Blooder pasó por su lado.

— Buscaré a los demás, en cuanto termines ven a por nosotros.

Jared asintió, sin mirar al vampiro que se internó en la oscuridad del pasillo,
alejándose de la única fuente de luz que era la barrera mágica.

— Cierra los ojos Vincent. Voy a invocar mi poder para poder romper la barrera.
La luz podría dañarte los ojos.

— Date prisa J. Me pica la nariz — estiró el brazo, pero las cadenas no le


dejaron acercar la mano a la cara.

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Jared cerró los ojos y se concentró en la magia de la barrera.

Visualizó las hebras doradas que se entremezclaban entre ellas formando una
capa compacta. Tenía que romperla utilizando las micras de distancia que había
entre ellas. Enfocando su magia en los huecos existentes que encontró, la lanzó
de golpe desequilibrándola.

Por unos segundos la puerta desapareció.

— Vuelve hacer lo que hiciste, J. La barrera ha desaparecido durante unos


segundos.

Jared volvió a concentrar su poder y lo volcó todo a la vez abriendo las grietas
entre las hebras provocando que la puerta se derrumbase y desapareciese.

Nada más desaparecer la barrera, Jared entró para liberar a Vincent. Arrancó las
cadenas de la pared y después las rompió, liberándolo.

Vincent se levantó sin ayuda y estiró el cuello, dolorido.

— Es hora de mostrarles a esos bastardos quien tiene el poder.

Cuando llegaron al final del pasillo, encontraron a Blooder junto a Christopher a


los dos lycans y a otros cuatro hombres que reconocieron como brujos. Uno de
ellos tenía los mismos ojos que Sharon.
Jared lo miró de arriba abajo. Ese hombre debía ser el hermano mayor de su
compañera.

Markush los saludó con un movimiento de cabeza.

— Os esperábamos.

Vincent al ver que solo había cuatro brujos en pie preguntó.

— ¿Y tus hombres?

Edgard entrecerró los ojos.

— Muertos. Los que sobrevivieron al ataque de William les han arrancado sus
corazones.

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Jared apretó la mandíbula con fuerza. Esos malditos. Esa noche tenían que
acabar con ellos.

Christopher se quitó la chaqueta, descubriendo las tiras de cuero que le cruzaban


el pecho. Portaba cuatro puñales, dos revólveres y una muñequera de hierro.
— Debemos agradecer que esos brujos no tengan cerebro — sonrió pasándole
tres puñales a los brujos —. A pesar de tener la oportunidad de desarmarnos no
lo hicieron. Su confianza les costará la vida.

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-24-

La ceremonia estaba a punto de comenzar. Los brujos vestían unas túnicas


blancas y estaban parados alrededor del círculo de piedra donde estaba atado el
sacrificio, Sharon.

El humo de las velas encendidas ocultaba el olor acre a sangre.

La parpadeante luz de las velas y las antorchas que pendían de las paredes
iluminaban el ambiente.

La quincena de brujos que rodeaban el círculo sagrado, comenzaron a entonar


una canción en una antigua lengua. El tono de sus voces fue aumentando de
intensidad, hasta que sus voces corearon en alto el cántico.

William esperaba delante del trono a que el cántico finalizase.

En sus manos portaba una daga ceremonial echa con huesos de dioses. Con ella
el portador rompería el sello que encerraba Sharon en su cuerpo.

William sonrió.

Con cada sello que se rompía las barreras entre el mundo de los mortales y el de
los dioses se debilitaba, y algún día se rompería y cuando eso ocurriese la Reina
del otro mundo le otorgaría su mayor deseo.

La inmortalidad y el poder.

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Recordó el día en que descubrió un viejo libro en la biblioteca familiar de la


mansión. Desde el momento en que lo vio el libro pareció brillar con vida propia
como si lo llamase. Nada más cogerlo en sus manos, el poder que encerraba sus
páginas le mostró el verdadero camino. En sus páginas leyó la historia de cómo
unos Guerreros encerraron en un mundo de fuego a los dioses, para librar a la
tierra de su tiranía. Él libraría de su encierro a los dioses para alcanzar sus
sueños y para ello necesitaba encontrar a los portadores de los sellos vestigios
del poder de los primeros Guerreros que murieron el instante en que los dioses
cruzaron al otro mundo y las barreras rodearon la tierra.

El silencio que siguió al finalizar el cántico devolvió a la realidad a William.


Caminó hasta el círculo y los brujos se apartaron dejándole solo. Alzó el puñal y
se cortó la muñeca, vertiendo su sangre sobre el vientre de Sharon.

— He aquí el sacrificio, ven a nosotros Dios de la vida y de la muerte.

Sharon se revolvió. Intentó gritar pero las palabras se ahogaron contra el trapo
que le cubría la boca. Estaba amordazada a merced de unos locos que la iban a
sacrificar a un dios de la muerte.

Cuando la sangre de William salpicó su vientre expuesto, su vista se nubló por el


dolor. Sharon jadeó y lloró. Le dolía, el vientre le dolía como si algo estuviese
recorriendo su cuerpo, acuchillándola desde dentro.

Por favor que cese. Que alguien me ayude.

Tuvo arcadas. Tragó con dificultad y sintió el sabor de su sangre.


Cerró los ojos llorosos con fuerza, sin dejar de gemir y de revolverse. La sangre
de William fue absorbida por su cuerpo,

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desapareciendo de la vista. En ese instante la cueva comenzó a temblar.

El ruido de la roca crujiendo fue demoledor. Parecía que las paredes iban a
derrumbarse sobre ellos. Los brujos se removieron nerviosos. A pesar de ser la
segunda vez que presenciaban la ceremonia de rotura de un sello, pues hacía tan
solo unos días Roger sirvió como sacrificio perdiendo sus ojos en la ceremonia,
temían al ser que iba a aparecer.

Ante sus miradas temerosas, apareció de la nada una grieta anaranjada, que fue
tomando forma hasta convertirse en una puerta al otro mundo. A través de ella
apareció el dios de la muerte, acudiendo a los mortales tras oír la llamada.

Broilerc Stardeisx, dios de la oscuridad y de la muerte posó sus pies en la tierra


de la cueva revisando con la mirada su alrededor.

— Sea bienvenido, mi señor. El sacrificio está preparado.

William ahogó el jadeo de temor al ver como el dios lo miraba fijamente con sus
metalizados ojos azules. Cuando se acercó a él, tuvo que levantar la cabeza para
poder mirarlo a los ojos. El dios medía dos metros diez, era musculoso, con el
pecho descubierto donde se podía ver marcas de uñas y unos tatuajes con
extrañas formas. Sus largos cabellos azabaches los mantenía recogidos en una
coleta baja, permitiendo ver su duro rostro, que mostraba inconformidad y
disgusto.

— El puñal — le exigió con su grave voz.

Broilerc sonrió de lado al oler el miedo que desprendió el mortal al tenderle el


puñal ceremonial.

Necio. La Reina cuando consiga su objetivo te matará.

Se giró y caminó hasta el círculo de piedra donde le esperaba el sacrificio.

Os matará a todos.

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Sharon jadeó de horror al ver como se alzaba sobre ella el dios que atravesó la
barrera. Cuando sus ojos se encontraron tembló de miedo. Los ojos del dios
estaban vacíos, carentes de vida, como si no tuviese corazón.

Echó hacia atrás el cuerpo, pegándolo contra el frío suelo, al ver que el dios se
agachaba sobre ella con el puñal en la mano.
Broilerc alzó el cuchillo por encima de su cabeza y lo hundió de un solo golpe en
el vientre del sacrificio.

Sharon jadeó, cerrando los ojos al sentir como el cuchillo se hundía en su carne
hasta le empuñadura. El dios la acuchilló destrozándole el vientre, hasta que la
sangre de la joven se deslizó por las rendijas de los símbolos grabados dentro del
círculo ceremonial.

Broilerc sacó el puñal del vientre del sacrificio y dio un paso hacia atrás. Ya
estaba hecho. Había acabado con el portador del sello.

Ahora la Reina Moiler señora del mundo de fuego del que provenía, estaría feliz,
retorciéndose las manos saboreando con la idea de regresar al mundo de los
mortales.

¡Maldita zorra!

Tiró el puñal al suelo.

Él solo deseaba su muerte. Una muerte lenta, dolorosa. Pero hasta entonces, se
tragaría el orgullo y seguiría a sus órdenes.

Cuando iba a entrar de nuevo por la grieta, Broilerc fue golpeado y lanzado
contra la pared, quedando incrustado en la roca.

— ¡¡¡Sharon!!!

La joven entreabrió los ojos, intentando enfocar la mirada en la conocida voz de


su compañero.

— Ja- Ja- red — vomitó sangre, cerrando los puños de dolor. El vientre le ardía y
la sangre corría a través de sus muslos.

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Sharon lloró cuando lo sintió. En el momento en que el dios le clavó el cuchillo


la vida de su hijo no nato se apagó, como el aliento de una débil llama.

Jared al entrar en la sala y ver a su compañera en ese estado perdió el control de


sus actos. Sharon estaba desnuda, aprisionada con gruesas cadenas en un círculo
de piedra. La sangre que manaba de la herida que tenía en el vientre discurría por
sus piernas y los costados de su estómago hasta encharcarse en el suelo.

— ¡¡Sharon!! — gritó matando a dos brujos que se interpusieron en su camino.


Su único pensamiento en esos momentos era llegar junto a su compañera y
salvarla de la muerte.

Cubriéndole las espaldas, Vincent junto a los vampiros, los lycans y los brujos
que luchaban de su lado atacaron a los brujos vestidos con las capas blancas
utilizadas para la ceremonia. Ninguno de ellos tuvo piedad. Acabaron con todos.

Al llegar junto a Sharon, Jared saltó entrando en el círculo y arrancó con


desesperación las cadenas. Sharon cayó al suelo. Jared la cogió en brazos, le
quitó la venda que le cubría la boca y la acunó contra su pecho.

— No me dejes — Murmuró con la voz quebrada —. Te prohíbo que me dejes.

Sharon entreabrió los ojos.

— Ja- Jared — intentó tocarle la cara. Las lágrimas de sangre que brotaban de
los enrojecidos ojos del vampiro le mojaban la cara.
—. No llores…— fue presa de un ataque de tos. Hizo a un lado la cara y vomitó
en el suelo sangre y bilis amarillenta.

Jared gritó. La vida de su compañera se estaba apagando en sus brazos. Se


mordió la muñeca y la presionó contra la boca semiabierta de Sharon.

— Bebe — Le ordenó —. Bebe mi sangre.

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Sharon le obedeció.

— Muere monstruo.

Jared alzó la cabeza y miró con odio al brujo que se disponía a matarlos. Lo
calcinó en menos de un segundo, esparciendo sus cenizas por el suelo de la sala.

Una explosión los tomó a todos por sorpresa. Jared se echó hacia delante
cubriendo con su cuerpo a Sharon.

Al levantar la cabeza cuando la nube de polvo se difuminó, pudo verle.


Sacudiendo el pantalón negro que llevaba puesto, un hombre de más de dos
metros de altura salió del agujero en la piedra donde lo estrellaron.
— Maldita zorra — masculló con su voz atronadora—. ¿Dónde te escondes? Sal
y da la cara, puta.

Saliendo detrás del trono apareció Rhianny. Después de golpear al dios se había
ocultado detrás del trono para que los hombres no la encontrasen, pero el
bastardo de Broilerc la había visto.

— Que malo que eres, Broily. Después de todo el tiempo que no nos hemos visto
y me tratas tan mal — Rhianny chasqueó la lengua, ladeando la cabeza.

Markush se puso nervioso al verla expuesta contra ese hombre.

Iba a llamarla. A gritarle que se pusiese a su lado, pero los ojos de su hembra le
perforaron la mente, paralizándolo en el sitio.

— Veo que el tiempo no te ha cambiado Rhianny, sigues manipulando a los


hombres a tu antojo — Broilerc miró de reojo al lycans. A pesar de que Rhianny
intentó ocultar su preocupación, él la había percibido en sus ojos cuando ese
macho se había acercado hasta ellos. La magia de Rhianny envolvía al lycans,
protegiéndolo.

Rhianny negó con la cabeza.

— ¡Cállate! Está prohibido estar en el mundo de los mortales.

Estás cometiendo un delito.

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Broilerc rió en alto, cruzándose de brazos.

— Y que haces tú aquí. ¿Turismo? — Se burló —. Dime Rhianny ¿quien debe


cumplir las normas y quien no?

Los gritos que profirió Rhianny lograron que Broilerc riese una vez más antes de
lanzarse de cabeza contra ella.

Rhianny esquivó su golpe agachándose, y en el suelo le golpeó con la pierna


dándole en el pecho. Broilerc bramó a su vez agarrándola de los cabellos y
lanzándola cayendo la mujer cerca de Markush que hacía lo imposible por
liberarse de le energía invisible que lo mantenía preso en el sitio.

Al levantarse Rhianny quedó frente a Markush. Al ver sus ojos incriminadores,


fijos en ella, le dijo.

— Perdóname Markush, por ocultarte lo que soy.

Las palmadas de Broilerc se escucharon detrás de ella.

— ¡Qué tierno! — se burló sin dejar de aplaudir —. Quien iba a decir que un
demonio de la destrucción era capaz de tener sentimientos.

Rhianny se volvió siseando. Lo había perdido. Ahora Markush no la aceptaría,


no después de saber lo que era ella de verdad.

Sus ojos cambiaron de color, tornándose rojizos. Sus cabellos crecieron hasta
llegar a la altura de la cadera. De su cabeza le surgieron cuatro cuernos, dos en
cada lado, apuntando hacia atrás, como los cuernos de los dragones.

Sus garras se alargaron, sus colmillos crecieron. Ante ellos mostraba su


verdadera apariencia. Una diablesa de más de veinticinco mil años de edad,
criada para la lucha y con la única misión de procurar que los dioses no entrasen
en la tierra de los mortales.

— Morirás Broilerc. A la mierda las reglas, te mataré aquí y ahora — bramó


siseando con rabia.

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Atacó con todas sus fuerzas, destrozando el suelo y las paredes que tocaba.
Broilerc esquivó cada uno de sus ataques.

Cuando Rhianny hizo aparecer una espada de hueso de su brazo derecho, y se


lanzó para clavársela a su enemigo, una niebla la envolvió, paralizándola.

— No hermana. No romperás las reglas.

Rhianny insultó en varios idiomas a su hermana mayor.

Su misión era una mierda, si tan solo le dejasen acabar con Broilerc los dioses
nunca podrían penetrar en el mundo de los mortales ya que el único que podía
entrar en este mundo para romper los sellos era el propio Broilerc y si acababa
con la fuente del problema….Adiós problema.

Ella lo veía tan fácil, pero sus hermanas no le dejaban. Y

siempre con la patética excusa del equilibrio entre los mundos ya que al igual
que solo Broilerc era el único dios que podía entrar en el mundo mortal ella era
el único demonio que podía vivir entre los humanos sin perder la vida.
Rhianny luchó revolviéndose, agitando los brazos y las piernas, pero la niebla se
hizo cada vez más espesa engulléndola, rodeándola hasta que solo quedó visible
su rostro.

— ¡No! No podéis obligarme — chilló enfurecida —. ¡¡Soltadme!!

Atrapada en la niebla, la magia de Rhianny perdió fuerza y dejó libre a Markush.


El lycans nada más sentir que podía moverse de nuevo corrió hacia su hembra y
la intentó sacar de la niebla.

— ¡¡Rhianny!! — gritó buscando los brazos de la mujer en la niebla para


agarrarla y sacarla.

Rhianny le miró pidiendo disculpas con los ojos.

— Markush, suéltame. Te pueden dañar.

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El lycans acercó su rostro al de ella y mirándola con fijeza transmitiendo la


intensidad de sus sentimientos con sus ojos, le bramó.

— Eres mi hembra, siempre estarás a mi lado, aunque tenga que obligarte.


Broilerc se sorprendió, aunque no lo mostró públicamente, al ver llorar al
demonio. Rhianny, el demonio elegido para traspasar las barreras de su mundo al
mundo mortal, la más mortífera de las hermanas, sin corazón ni conciencia a la
hora de matar despiadadamente a sus enemigos, estaba llorando por un hombre,
por una criatura del mundo humano. Un ser que tendría que ver morir, pues al fin
y al cabo, todas las criaturas de aquel mundo morían llegada su hora, consumirse
con el paso del tiempo, quedando nuevamente sola y con la eternidad como
castigo.

— Markush — barbotó entre sollozos Rhianny deseando abrazarle por última


vez —. Bésame, por favor.

Markush escondió la angustia que sentía y la besó con ternura, saboreándola a


fondo, mostrándole su amor con aquel beso que se tornó salvaje, desesperado
como si fuese el último entre ellos dos.

— Rhianny — susurró Markush con la voz ronca, cuando se separaron para


tomar aire.

La niebla la cubrió completamente, para luego desaparecer en un fogonazo de


luz que deslumbró a Markush.

El lycans quedó parado, mirando el espacio vacío por donde desapareció


Rhianny. Su corazón dolió como nunca, quebrándose su sueño de crear una
familia, de tomar las riendas de su destino y ser feliz junto a su hembra
predestinada.

Markush cerró los ojos con fuerza, negándose a llorar.

¿Por qué el destino le permitió conocer a su hembra si después se la arrebataba


de sus manos?

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Broilerc se encogió de hombros y decidió regresar a su mundo pues su misión en


la tierra ya había finalizado.

Se giró y buscó con la mirada a William, cuando halló al mortal escondido en


una esquina de la sala, le dijo con voz gélida.

— Esta esfera te mostrará la ubicación del siguiente sacrificio — abrió una mano
y tiró al suelo una esfera plateada. Al instante aparecieron escenas de una ciudad
llena de luces que pudieron identificar como Vancouver —. En cuanto lo tengas,
invócame.

Después de susurrar unas palabras que nadie entendió, abrió la brecha entre los
mundos. Delante de la brecha anaranjada desde la que se podía ver un mundo de
fuego con un cielo negro como la noche, Broilerc sonrió maléficamente y lanzó
un rayo plateado al techo de la cueva provocando unas grietas que la atravesaron
de lado a lado.

— Disfrutad de mi regalo.

Antes de que el techo cayese sobre él, Broilerc pasó a su mundo cerrando la
barrera a su paso.

Entre Vincent y Jacques agarraron a Markush que se negaba a abandonar la


cueva. Le sujetaron los brazos y tiraron de él, hasta conseguir seguir a los demás
inmortales que escaparon por los pasillos antes de que el techo se derrumbase.

Nada más salir de la cueva, presenciaron como las rocas que se desprendieron
taparon la entrada. Estaban agotados por la carrera pero felices al haber
sobrevivido.

— ¡¡Leif!!

El vampiro se giró y sonrió a su compañera. Gabrielle corría hacia él, luciendo


una sonrisa aliviada, feliz.

— ¡¡Gabrielle!! — La estrechó entre sus brazos —. Cuando no te encontré en la


cueva, creí enloquecer.

Gabrielle le besó y le acarició las mejillas con dulzura.

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— Cuando vinieron a por nosotras en la cueva Rhianny nos cubrió con su cuerpo
y nos dijo a Marie y a mí que escapáramos fuera, que debíamos esperaros fuera,
a salvo.

Leif enterró su rostro en la revuelta cabellera de su compañera, inhalando


profundamente su aroma. Si alguna vez veía de nuevo a Rhianny le agradecería
el haber salvado a Gabrielle.

Los gritos angustiados de Markush hicieron que se alejasen y mirasen al lycans.


— ¿Qué le sucedió? — preguntó preocupada Gabrielle.

Leif suspiró.

— Perdió a su hembra.

Gabrielle levantó la cabeza con los ojos desorbitados.

— ¡Ha muerto Rhianny!

Leif negó con la cabeza.

— No, no ha muerto, desapareció envuelta en una niebla.

Además…. — dudó unos instantes en si debía contarle o no que Rhianny resultó


ser una criatura de otro mundo, un ser que cuando adquiría su verdadera forma
daba miedo, auténtico miedo con esos cuernos y garras —…Rhianny se alejó de
Markush — concluyó.

Gabrielle miró con pena a Markush que gritaba el nombre de Rhianny una vez
que salió del shock inicial que le produjo ver como su hembra desparecía de su
lado, y revolvía los escombros de la entrada de la cueva, intentando abrirse paso.

Su Maestro y amigo Jacques intentaba hablar con él, hacerle entrar en razón,
pero Markush no atendía a nada. Él solo deseaba recuperar a su hembra, hallar el
modo de regresar a la sala circular y buscar el modo de traer de vuelta a Rhianny.

— ¡¡Rhianny!! — bramó aullando y gimoteando, como un perro apaleado,


destrozándose las manos con las piedras.

Jacques le sujetó un brazo.

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— Markush basta. Debemos irnos.

— No — tiró del brazo y se liberó del agarre de Jacques —.

Tengo que recuperarla. Tengo que…

Jacques le obligó a levantarse y sujetándolo de los hombros le gritó.

— ¡Ya basta Markush! Tenemos que irnos, este lugar no es seguro. Debemos
regresar a casa y contar lo que vimos.

Markush soltó una amarga carcajada.

_No lo entiendes Jacques sin ella estoy muerto.

Jacques cerró los ojos unos segundos ante la intensidad de las palabras de su
discípulo. Él no tenía una hembra aún por ese motivo no comprendía el dolor de
Markush. Aún así, había jurado protegerle, y por todo el infierno, que lo haría,
aunque fuese en contra de sus deseos.

— Regresarás conmigo a casa Markush.

— ¡¡¡No!!! — bramó tirando de su cuerpo para liberarse, pero antes de


conseguirlo Christopher se le acercó por la espalda y le golpeó la cabeza,
desmayándolo.

Markush cayó hacia delante, siendo recogido por Jacques.


El lycans miró al vampiro y le dio las gracias.

— No hay de qué, lobo. Es todo un placer patear un lycans de vez en cuando —


contestó Christopher asintiendo con la cabeza. Miró el cielo entrecerrando los
ojos, si sus cálculos no fallaban eran las cuatro de la madrugada y le quedaban
dos horas hasta su ciudad natal. Tenía que informar acerca de lo que vio, de la
gravedad del problema. Pues no solo eran los brujos sus enemigos sino unos
seres de otro mundo capaces de destruir la tierra con solo desearlo —. Será
mejor que corras a tu guarida y te lleves a este antes de que se le ocurra cometer
una locura. Blooder — llamó a su amigo —. Debemos

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ponernos en marcha tenemos un largo camino hasta los dominios Nesfirt.

Después de despedirse de todos, Jacques colocó a Markush sobre su hombro


derecho y se alejó de la entrada de la cueva sin mirar atrás, internándose en el
bosque. El camino al dominio del clan lycans Forrester era largo, pero llegaría
antes de que Markush recuperase la conciencia.

Jared sostenía a Sharon que permanecía de pie junto a él.

Después de mirar el cielo siguiendo el ejemplo de Christopher se preocupó. Tan


solo quedaban tres horas para el amanecer y les hacían falta en las actuales
condiciones en que se encontraban después de la lucha, cuatro horas al menos
para regresar a Toronto.

— Vincent, debemos buscar un refugio en las montañas, descansaremos bajo


tierra hasta mañana a la noche. Hoy no llegaríamos vivos a Toronto.

Vincent ocultó la alegría que sintió al oír en boca de Jared que tenía la intención
de regresar a Toronto. Esperaba de todo corazón que el joven vampiro aceptase
finalmente su propuesta de ser su heredero.

— No les ocultéis nada de lo que habéis presenciado a vuestros Soberanos — les


aconsejó Vincent a los vampiros que se disponían viajar a los dominios del clan
Nesfirt.

Blooder resopló entre dientes.

— No le debo fidelidad a nadie, salvo a Christopher — Girándose se enfrentó a


su amigo —. Es hora de que recuperemos tu patrimonio. El dominio del clan
Nesfir te pertenece y no dejaremos que esa zorra siga usurpando tu trono.

Christopher agradeció la confianza que le tenía Blooder.

Palmeándole la espalda, le dijo.

— Con tu ayuda me siento capaz de conquistar el mundo.

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Blooder se cruzó de brazos y pensó unos instantes sus palabras.

— No me tientes viejo, tener el mundo a nuestros pies es una verdadera


tentación.

La aparición de William los interrumpió.

— Malditos, habéis acabado con mis hombres — Todos se volvieron hasta


quedar frente a William, los machos inmortales protegieron con sus cuerpos a
sus hembras —. Debéis morir.

En sus manos se formaron unas bolas de fuego que lanzó contra los inmortales.

Después se giró y atacó de la misma manera a los brujos que consiguieron salir
con vida de las cuevas, estos no tuvieron la suerte de los inmortales que
consiguieron esquivar el ataque. El fuego los quemó, matándolos al instante.

Edgard vio morir a sus compañeros. Gritó furioso y atacó a su vez a su padre.

Los dos brujos se enzarzaron en una batalla de magia, en la que el fuego arrasó
todo lo que tocó alrededor de los dos hombres.

Los reflejos de Edgard estaban mermados por las graves heridas de su cuerpo y
acabó tirado en el suelo, respirando con dificultad.

— Tenía que haberte matado hace seis años, pero por ser mi hijo te exilié, que
grave error cometí — se lamentó William creando un látigo de fuego con el que
tenía pensado azotar a su hijo hasta la muerte —. Pero esta noche, remediaré ese
error.

Lo que no se esperó William fue ser atacado por dos vampiros que defendieron
al joven brujo.

Blooder no veía el momento de devolverle la hospitalidad a William, contó cada


golpe que recibió estando en la celda, se lo

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devolvería a ese cabrón uno a uno. Con ese pensamiento en su mente, le asestó
un puñetazo en la cara y lo lanzó lejos.

Christopher ayudó a Edgard a levantarse.

— Acaba con el trabajo — le dijo el vampiro sorprendiendo a Edgard —. Mata a


ese bastardo.

Edgard se soltó y se irguió aguantando el dolor.

Dio un paso hacia delante.

— Pagarás por tus crímenes, William.

William se levantó del suelo y se rió con fuerza.

— Veremos quien de los dos acaba herido esta noche.

Atacó con toda su magia, expulsando hacia atrás a Blooder y a Christopher.

Jared se puso delante de sus tíos y su compañera e invocó una barrera mágica
que impidió que el fuego creado por William los rozase.

Edgard no recibió el impacto. Marie se interpuso entre él y el ataque.

— ¡¡Marie!! — gritó angustiado al verla caer al suelo.


William rompió a reír disfrutando con la desesperación de su hijo. Él no habría
conseguido dañarlo de igual manera que la zorrita que se tiraba Edgard, su único
hijo y un traidor a la raza.

William sonrió abiertamente. Aquella zorra estaba respirando su último aliento.


Morir delante de él. Que retorcido giro del destino que lo beneficiaba. Su hijo
quedaría destrozado al ver morir de esa manera a su mujer.

— Te dejaré vivir, Edgard. El dolor que sientes será mi venganza.

Después de echar un último vistazo a sus hijos, William desapareció envuelto en


una llama, utilizando el fuego, un medio de

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transporte que los brujos eran capaces de utilizar desde el nacimiento de su raza
para proteger a las mujeres.

Sharon lloró al ver como su hermano lloraba abrazando el cadáver de su esposa.

Esa noche, todos habían perdido algo muy importante para ellos.

Jared dijo en alto.

— Edgard…—el brujo le miró con los ojos anegados en lágrimas —. ¿Ahora


que vas hacer? Si quieres…— carraspeó buscando las palabras —. Puedes venir
con nosotros.

Edgard negó con la cabeza, levantándose del suelo con el cuerpo sin vida de
Marie entre sus brazos.

— Regresaré a casa y enterraré a Marie. A ella siempre le gustó ver el amanecer


desde la terraza de nuestra casa — Susurró con la voz rota — Después…—
levantó la cabeza y los miró fijamente —. Iré a Vancouver para detener a ese
bastardo. No dejaré que se salga con la suya — dio media vuelta y comenzó a
caminar. Sin mirar atrás dijo en alto —. No descansaré hasta verle muerto.

Sin decir nada más, Edgard se trasladó a su hogar en la costa oeste utilizando el
fuego como transporte. Quemando el suelo desde donde se trasladó, formando
un círculo ennegrecido.

Todos y cada uno de los que participaron en la batalla se retiraron para sanar las
heridas en sus hogares y narrar lo que esa noche había sucedido a sus
congéneres, buscando un apoyo logístico y militar que necesitarían si querían
salir bien parados de la inminente guerra que se avecinaba. Si lo que habían
presenciado y oído aquella noche era alguna clase de ritual para abrir los mundo
estaban perdidos. Todos los seres que habitaban la tierra morirían si se abría los
portales que conectaban los dos mundos.

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La luz de la luna los iluminó, proporcionando a la noche un matiz plateado.


Vincent aprovechó que solo quedaban ellos para buscar un lugar donde
esconderse hasta la noche siguiente.

Necesitaban descansar los cuerpos y recuperarse de las quemaduras infringidas


en la cueva de los brujos.

— No podemos perder más tiempo. El día se nos va echar encima.

Jared suspiró, cogiendo en brazos a su esposa. Su sangre había curado su cuerpo


pero su mente estaba dañada por todo lo que vivió y perdió aquella noche.

— Guíanos Vincent. Necesitamos olvidar por unas horas.

Por suerte para todos, en menos de cuarenta minutos Vincent halló un buen lugar
donde poder ocultarse de la luz del sol. Siguiendo al mestizo, los vampiros se
adentraron en la grieta de la montaña y caminaron hasta que la oscuridad los
engulló asegurándolos que los rayos solares no les dañaría.

Vincent tomó forma de lobo y durmió en la entrada de la grieta guardando con


su cuerpo aquel lugar, manteniendo sus sentidos en alerta.

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-25-

La noche siguiente al ataque, Toronto.

Después de descansar durante todo el día en las entrañas de la montaña, tomaron


rumbo a Toronto. Al llegar a la ciudad, Vincent los condujo hasta su hotel de
cuatro estrellas. Situado en el centro de la ciudad, el hotel Brillant era un icono
de lujo y una parada obligatoria para los turistas de dinero que deseaban disfrutar
de confort en la ciudad de Toronto. En su fachada poseía quince banderas de
diferentes partes del mundo, una gran alfombra roja cubría las escaleras de la
entrada y en una esquina había una rampa para que pudiesen acceder las
personas con alguna minusvalía física sin tener que depender de la ayuda de
terceros.

Siguiendo a Vincent, entraron por las puertas giratorias de la entrada principal.


Las personas que en ese momento circulaban por la recepción del hotel se les
quedaron mirando mostrando unas muecas de disgusto al ver el lamentable
aspecto que presentaban. Sus ropas estaban rotas, desgarradas y chamuscadas
por la batalla. Sucias de tierra después del descanso en las entrañas de la
montaña. Sus rostros estaban sudorosos, por la carrera.

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El gerente al ver eso, no dudó en acercarse a ellos para expulsarlos del hotel ya
que no cumplían los requisitos de etiqueta correspondiente a las cuatro estrellas
que poseía.

— Tenéis que iros — les dijo con malos modos, interponiéndose en su camino.

Vincent rechinó los dientes, dando un paso hacia delante obligando al estirado
gerente levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.

— Señor Warryuer, cómo se atreve a ordenarnos que abandonemos mi hotel —


recalcó con efusividad la palabra mí.

El hombre tartamudeó cuando lo reconoció.

— Lo-lo lamento señor. No le había reconocido — tragó con dificultad al ver


como Vincent entrecerraba los ojos, oscureciendo sus facciones.

Vincent acalló su tartamudeante discurso, con un gesto de la mano.

— Ya hablaremos más tarde de sus modales — Hubo un incómodo silencio —.


¿Están libres los apartamentos de la última planta?

El gerente Warryuer asintió con la cabeza, retorciendo entre sus manos el


pañuelo de seda con el que se secó el sudor de su frente.

— Sí, señor. Están libres.

— Excelente — Vincent se giró y les dijo a sus acompañantes — . Jared quedaos


esta noche aquí. Descansad. Podéis quedaros todo el tiempo que deseéis —.
Jared cabeceó afirmativamente —. Hazme un favor Jared, esta vez cuando te
vayas, ven a despedirte. Lucille se despertará esta noche, al menos despídete de
ella.

Antes de que Jared le diese una respuesta, Vincent le dijo al gerente con voz
dura, fulminándolo con los ojos.

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— Son mis invitados. Si recibo una queja de ellos, serás despedido.

Warryuer tragó saliva con dificultad. Todo el mundo sabía que Vincent solo
avisaba una vez, a la segunda, su trabajo estaría condenado y con el todos los
lujos y beneficios económicos que conllevaba.

— No se preocupe señor, serán bien atendidos.

— Por tu bien espero que así sea — posó sus ojos en Jared —.

Os espero en el Moon.

Sin decir nada más, Vincent salió del hotel y caminó con paso apurado a su
discoteca. Lucille estaría a punto de despertarse de su sueño y él le había jurado
estar siempre ahí.

Lucille, cuanto tengo que contarte. Pensó recordando lo que había vivido la
noche anterior. Lo que está por pasar cambiará el mundo. No es una lucha entre
mortales, esos seres que intentan traspasar su mundo para ingresar en el
nuestro… Cerró los ojos y visualizó al dios que exudaba poder y sabiduría, capaz
de destruirlos a todos si ese era su deseo. Estamos perdidos si no conseguimos
pararlos.

Siguiendo las órdenes del dueño, Warryuer condujo a los invitados del señor a la
última planta del hotel. Para acceder a esta, tuvieron que subir en el ascensor
dorado. Una vez en el ascensor cuando las puertas del mismo se cerraron, sacó
una llave del bolsillo, la introdujo en la cerradura y la giró, abriendo de este
modo un panel semioculto donde pulsó el botón para subir. Tardaron apenas dos
minutos en llegar a la planta veintidós.

Salieron del ascensor y lo siguieron hasta llegar a dos puertas grandes con
ribetes dorados.

— Este será su cuarto — les tendió la tarjeta metálica a Leif y Gabrielle que la
cogieron y la miraron con curiosidad.

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— ¿Esto qué es? — preguntó Leif golpeando con un dedo la tarjeta magnética
negra.

Una llave, estúpido. Pensó Warryuer mordiéndose la lengua. En lugar de eso les
contestó.

— Con esta tarjeta accederéis a vuestro apartamento — se la cogió de las manos


y le demostró como debía pasarla por el lector de la puerta para que esta se
abriese —. Así, veis — la puerta se abrió y Warryuer le devolvió la tarjeta a un
asombrado Leif.

Warryuer le tendió la segunda tarjeta magnética a Jared.

— Esta es la vuestra — señaló con un gesto la puerta contigua —. Y este es


vuestro apartamento. Podéis llamar si deseáis algo, estaremos las veinticuatro
horas disponibles para ustedes.

Los vampiros entraron en sus respectivas habitaciones con las promesas de


ducharse, descansar un poco para luego ir al club nocturno de Vincent, y decidir
el siguiente paso a dar.

Sharon admiró la belleza del apartamento. El salón era amplio con vistas a la
costa. El mobiliario era exquisito, con una decoración hermosa. Las mullidas
alfombras que cubrían el suelo silenciaban sus pasos, las cortinas recogidas eran
de un color dorado y estaban atadas con cadenas plateadas en las esquinas de los
grandes ventanales.

— Esto es hermoso — susurró con voz baja.

Jared podía percibir su dolor. Y le estaba desgarrando por dentro. Su deber era
protegerla y no estuvo a su lado cuando sacrificaron la vida de su hijo.

Cerró los ojos con fuerza, sintiendo la pena ante la pérdida de su hijo como un
veneno que lo consumía desde dentro.

Un hijo.

Iban a ser padres, a formar una familia.


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Pero el destino había sido cruel con ellos, arrebatándole la vida a un inocente.

Debía ser fuerte, ahogar sus penas y su dolor por el bien de su compañera.
Sharon era la que más había sufrido, ella sintió como la vida de su bebé se
apagaba cuando el puñal atravesó su vientre.

Sería fuerte por ella.

Sharon observaba el salón con la mirada perdida, su mente estaba en otra parte.
Jared caminó hasta ella y la abrazó por detrás.

— Dúchate, Sharon mientras, llamaré pidiendo ropa nueva.

Sharon cerró los ojos y asintió con la cabeza.

— Está bien Jared.

Soltando un suspiro Jared, buscó el teléfono encontrándolo encima de una mesita


redonda que había al lado del cómodo sofá.

Después de leer la etiqueta que tenía pegado el teléfono donde informaba del
número de atención del servicio, marcó el 002.

Al cabo de unos segundos escuchó la voz de la mujer que atendía la centralita


del hotel.

— Recepción. ¿Desea algo?

— Tráiganos la cena, algo de carne y ensalada. Para beber vino tinto.

Se escuchó como tecleaba la mujer el teclado del ordenador de la centralita


anotando el pedido del cliente.

— Desea algo más.

— Sí, señorita. Un vestido negro largo de versache talla 38 para mi mujer, unos
zapatos talla 37 a juego con el vestido. Un pantalón negro de vestir de hombre
talla 42, una camisa verde oscura talla mediana y unos zapatos a juego talla 46.
¿Lo anotó todo?

La mujer tecleó durante unos segundos.

— Sí, señor. Su pedido ha sido anotado, en diez minutos lo tendrá en su


habitación.

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Joder, que rapidez.


Después de darle las gracias a la mujer, Jared colgó el teléfono.

Cuando iba a sentarse en el sofá a esperar la llegada del botones con el pedido,
escuchó unos sollozos que le rompieron el corazón.

Sin hacer ruido, se adentró en el dormitorio al final a la derecha del salón y


buscó a su compañera. Sharon estaba en el baño, llorando.

Se esperó encontrar la puerta del baño cerrada con el pestillo, pero estaba
abierta, tan solo giró el pomo y la abrió encontrándose a su pequeña compañera,
llorando amargamente de rodillas en el suelo del plato de la ducha bajo el chorro
del agua caliente.

Jared abrió la mampara de cristal y se metió en la ducha con Sharon.

— Mi amor — Se arrodilló a su lado y la estrechó en sus brazos —. Lo siento


tanto, mi pequeña. Serás una gran madre, mi cielo — Sharon rompió a llorar
escandalosamente —. Juntos superaremos la pérdida.

Sharon no podía dejar de llorar, toda la angustia que guardó en su interior se


desbordó. Enterró la cara en el pecho de su compañero y lloró
desconsoladamente. Jared en ningún momento se quejó, la sostuvo entre sus
brazos sin importarle que el agua los empapase.

— Mi amor — le susurró Jared acariciándole la espalda desnuda, queriendo


absorber su dolor y hacerlo suyo, librarle a su compañera de la angustia y la
desesperanza que la acompañaba —. No te dejes vencer, pequeña.

Jared temía lo peor, si Sharon no superaba la pérdida podría cometer una locura.

Sharon alzó la cabeza y le miró con unos ojos enrojecidos e hinchados.

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— Jared… era nuestro hijo. Él me apuñaló…— tembló —. Pude sentir como


moría. Su vida se apagó y lo perdí.

— Lo sé pequeña — la levantó y salió de la ducha con ella en brazos —. Lo


sentí, estaba conectado contigo. Pero ahora necesitas descansar — la tumbó en la
cama y la cubrió con las sábanas.

Escuchó como alguien golpeaba la puerta del cuarto. Sería el botones con su
pedido. —. Espérame pequeña. Ahora regreso.

Cruzó el salón mojando la mullida alfombra, y abrió la puerta.

No se había equivocado, era el botones cargado con dos percheros con ruedas.

El muchacho carraspeó nervioso.

— Su ropa, señor.

— Gracias — le contestó Jared agarrando los percheros y empujándolos dentro


del salón.

Detrás del muchacho una mujer vestida con un uniforme de falda blanco y
negro, arrastró un carrito con la cena hasta la puerta de la habitación.

— Su cena, señor.

Jared le sonrió, mostrando su mejor sonrisa.


— Muchas gracias — miró a los dos jóvenes que esperaban una propina —
Lamento deciros que no tengo suelto — el rostro del botones y de la criada
mostraron disgusto —. En cuanto vea el gerente del hotel le diré que os de un
plus por vuestro trabajo.

Los jóvenes sonrieron abiertamente.

— Muchas gracias, señor — contestaron al unísono, despidiéndose con una


pequeña reverencia, cuchicheando entre ellos felices al haber obtenido un
dinerillo extra esa noche.

Al regresar al dormitorio Jared se preocupó al no encontrar a Sharon en la cama.


Cuando iba a gritar su nombre, la vio salir del

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baño vestida con una de los albornoces que colgaban de la puerta del cuarto del
baño.

— Sharon, yo…

— Tienes razón. — Le interrumpió Sharon —. Debo superar su…— su voz se


quebró.

Jared caminó hasta ella para abrazarla.


— No será fácil, Sharon. Perder un hijo, es duro. Necesitaremos tiempo para
aceptarlo y superarlo. Pero quiero que sepas que estaré a tu lado.

Sharon asintió, luchando contra las lágrimas.

— Ven, acompáñame al salón. Te tengo una sorpresa.

Esbozando una sonrisa, Sharon posó su mano en la mano extendida de Jared y


permitió que su compañero la llevase hasta el salón. Al ver los platos humeantes
con trozos de carne asada sintió hambre. Llevaba medio día sin comer, lo último
que había consumido fue la sangre de Jared, necesitaba ingerir alimentos sólidos.

— Eso no es todo, mi cielo — abrió uno de los percheros y sacó un vestido


negro largo con escote en pico —. Te prometí una cita. Se que aún estás cansada,
y no es el mejor momento para…. — Jared negó con la cabeza, él quería que ella
se distrajera, que disfrutara de unos buenos momentos y alejara de su mente la
tristeza — Esta noche iremos a dar un paseo, después de despedirnos de Vincent.

Sharon sonrió débilmente, agradeciendo a su diosa el haber conocido a Jared. A


su lado sería capaz de sobrellevar el futuro que les deparó el destino. Junto a
Jared formaría una familia y aprendería a ser una buena madre.

La muerte de su hijo siempre ensombreciera su corazón. No habría un día que no


pensara en la vida que se perdió. Pero tenía que continuar.

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Como si le hubiese leído la mente, Jared contestó con voz firme.

— Nunca lo dudes Sharon. El día que tengamos hijos, serás una gran madre.

Sharon notó el tono amargo en la voz de Jared al pronunciar la palabra madre,


quiso preguntarle a que se debía, pero no se atrevió.

Jared se pasó una mano por el pelo, despeinándose.

— Mi madre…— comenzó a decirle —. Fue…Ella era la hermana de sangre de


Leif. Cuando Leif despertó como vampiro transformó a su hermana pequeña.
Ellos dos estaban muy unidos y mi tío no podía concebir una vida sin su
hermana —. Jared torció la boca en una mueca de burla —. Mi madre disfrutó
sus nuevos poderes, utilizándolos para tener bajo control a los hombres que
deseaba. Pero una noche sus planes le salieron mal y acabó siendo…— desvió la
cabeza para no mirar de frente a su compañera —…violada. Esa noche la semilla
de su violador germinó en su matriz de ella. Y…

nueve meses después me tuvo —. Jared apoyó una mano sobre la marca que le
cruzaba el pecho a la altura del corazón —. Leif tuvo que acabar con su vida
cuando la encontró apuñalándome en el pecho — Jared cerró los ojos. Nunca
antes le había contado a nadie cómo había conseguido esa cicatriz. Tan solo sus
tíos sabían la verdad —. Me apuñaló y yo aún estaba unida a ella con el cordón
umbilical.

— ¡Oh, diosa! — murmuró consternada Sharon con una mano cubriendo su


boca.

Jared se sentó en el sofá, cubriéndose la cara con las manos.

— Ella me odió, quiso matarme porque le recordaba al brujo que la violó — alzó
la cabeza y la miró con ojos angustiados —. Yo solo era un bebé. Un recién
nacido.

Sharon se sentó a su lado y le cogió las manos.


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— No sabía…— hubo un silencio entre los dos —. Lo siento tanto Jared.

El vampiro cerró los ojos apretándole las manos buscando el consuelo que le
confería tocarla.

— Desde ese día mi tío me odió. Por mi culpa se vio obligado a matar a su
propia hermana. Fui repudiado por los miembros del clan vampírico por ser
mestizo — Abrió los ojos y los fijó en los de ella —.

Hasta que te conocí nunca supe lo que era confiar plenamente en otro ser vivo.
En tus manos…— se las apretó—. Tienes mi corazón, Sharon.

Sharon bajó la vista y grabó sus palabras en su corazón. El amor que sentía por
ese hombre crecía cada día que pasaba.

Con voz serena le contestó.

— Te amo, Jared. Siempre te amaré.

Dos horas después, Sharon caminaba del brazo de Jared luciendo un elegante
vestido negro que se pegaba a su piel con sedosa hermosura. Vestidos los dos
elegantemente, provocaron miradas celosas cuando salieron del ascensor y
caminaron por la recepción del hotel.

Antes de salir se sorprendieron al encontrar a Leif y a Gabrielle esperándolos


sentados en unas butacas leyendo tranquilamente unos periódicos, poniéndose al
día en los acontecimientos del mundo mortal.

Al verlos llegar se levantaron y doblaron los periódicos dejándolos sobre las


butacas.

— Al fin os decidisteis a salir de vuestros cuartos — se burló Leif.

Jared le palmeó la espalda.

— Eres un viejo verde, Leif.

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— De viejo nada — contestó con fingido reproche — Estás muy hermosa esta
noche, pequeña.

Sharon sonrió.

— Definitivamente eres un viejo verde.


Leif frunció el ceño.

— Estos dos no me comprenden — se giró hacia Gabrielle poniendo cara de


cachorro —. Dime que no soy un viejo verde.

Gabrielle mostró una sonrisa cómplice.

— Ah, Leif no me importa lo que seas, te quiero tal y como eres.

Rompiendo el silencio que hubo después de esas palabras con unas carcajadas,
Leif tomó de la mano a Gabrielle y abriendo la puerta de la entrada al hotel
caballerosamente, salieron a la calle, aspirando el aire de la noche. Disfrutando
de unos momentos de tranquilidad.

Caminaron por las calles de Toronto hablando amigablemente entre ellos. En


menos de veinte minutos de agradable paseo, llegaron hasta las puertas de la
discoteca Moon que esa noche iba a permanecer cerrada al público con la excusa
de unas reformas de última hora.

Hablando con uno de los porteros, encontraron a Vincent acompañado de una


mujer de pequeña estatura y grácil cuerpo.

— Buenas noches Lucille — dijo en alto Jared sonriendo a la acompañante de


Vincent.

La mujer chilló de alegría al verlo. Se tiró a sus brazos y le besó las mejillas,
feliz al haberse encontrado de nuevo con su pequeño.

Ella lo quería como un hijo, desde que Vincent lo invitó a su hogar ella lo crió
como si fuese su cachorro. Le enseñó buenos modales y etiqueta, le mostró la
belleza del océano y la alegría de una noche en

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la playa. Hacía más de medio siglo que no le veía y estaba dichosa al


encontrárselo de nuevo.

— Jared — le examinó la cara, moviéndosela con las manos a un lado y a otro,


observando cada cambio que sufrió su muchacho durante los 55 años que no se
vieron —. ¡Qué guapo estás!

Jared le cogió las manos y se las besó.

— Tú sigues tan hermosa como recordaba, Lucille — La mujer de Vincent


sonrió —. Permíteme que te presente a mi compañera.

Sharon, ella es Lucille.

— Encantada, Lucille — Sharon se sorprendió al ser abrazada por la mujer.

Lucille la abrazó aceptándola en su familia. Esa joven había conseguido borrar


del corazón de Jared toda la oscuridad que le acosaba desde su traumática niñez.
Por supuesto que era bienvenida.

— Que alegría que hayas encontrado a tu compañera, Jared — dio un paso hacia
atrás colocándose al lado de Vincent que los miraba en silencio después de
despedir con un gesto al portero — Ahora, cuídala bien, ¡eh!

Vincent eligió ese momento para preguntarle a Jared lo que por tanto tiempo
llevaba esperando preguntar.

— Jared. A Lucille y a mí nos encantaría que considerases la oferta de ser


nuestro heredero. ¿Qué te parecería quedarte a vivir aquí con nosotros? Tendrías
a tu disposición el apartamento del hotel.

Jared dudó. Ahora que tenía una compañera debería buscar un lugar donde
asentarse y formar una familia, pero no iba a obligar a Sharon a que se quedase
en aquella ciudad. Su compañera querría ir junto a sus hermanas brujas en la isla
mágica de su familia, de ser así él la acompañaría.

No, Jared. Mi hogar está donde tú estés. Le transmitió mentalmente Sharon.

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— Además…— comentó en alto la bruja —. Esta ciudad me gusta — con


fingido enfado le golpeó el pecho con un dedo —. No creas que me he olvidado
que me prometiste una cita.

Sonriendo, Jared besó en los labios a Sharon y después contestó a Vincent.

— Ahí tienes la respuesta a tu pregunta, Vin. Nos quedaremos una temporada.

Lucille chilló de alegría.

Vincent sonrió pero su sonrisa se borró al ver la tristeza en los ojos de los tíos de
Jared.
Carraspeando, dijo en alto.

— Sois los tíos de Jared, tenéis un apartamento a vuestra disposición todo el


tiempo que deseéis.

Gabrielle miró a su compañero que no dejaba de observar con curiosidad un


cartel colgado en unos paneles luminosos a la entrada del local.

— ¿Qué miras Leif? — preguntó Gabrielle.

Leif señaló las escenas que salían en el cartel.

— Ya lo creo que nos quedaremos — Comentó Leif señalando el cartel —. Ese


espectáculo no me lo pienso perder.

Gabrielle chilló indignada al ver las imágenes de unas mujeres con los pechos al
aire bailando alrededor de una barra metálica.

— ¡Maldito pervertido! — Le golpeó en la cabeza —. Y solo por eso…— señaló


despectivamente el cartel —. Tienes pensado quedarte.

Leif se sobó la cabeza.

— Eh, no — Miró a Jared —. Por supuesto que nos quedamos para estar a tu
lado sobrino.

Jared rompió a reír.

— Ah, tío, nunca cambiarás.

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Jared paseó su mirada a su alrededor, observando detenidamente a las personas


que lo acompañaban.

Su vida había dado un giro de trescientos grados en menos de una semana. Antes
estaba solo, con un futuro negro y desolador.

Ahora, estaba seguro que no necesitaba nada más.

Se sentía completo, dichoso.

Capaz de hacer frente a lo que viniese.

Era un hombre diferente, y todo gracias al amor.

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EPÍLOGO

Mundo Humlleih, castillo de la Reina.

Broilerc Stardeisx, temido y envidiado guerrero de la oscuridad, caminaba con


pasos rápidos hacia la entrada del castillo de la Reina Moiler. Al pasar por el
puente levadizo, atravesando bajo él un río de llamas y lava, ocultó sus
sentimientos bajo una máscara de indiferencia. En su mundo, los sentimientos no
eran aceptados, sólo la fuerza y el poder movían los corazones de los dioses.

El tenebroso castillo estaba cargado de magia oscura, poderosa.


Cada rincón del mismo escondía historias de intrigas y traiciones. Sus suelos
olían a sangre.

Su mundo era oscuridad.

Aterradora.

Gélida.

Y la mujer que gobernaba con mano dura aquel mundo no era otra que Moiler
Blastar.

Para unos la Señora absoluta de todo. Hermosa. Letal.

Para él. Una caprichosa. Celosa. Sedienta de sangre y poder.

Broilerc se mordió el interior de la boca para no insultar en alto a Moiler. Odiaba


a esa zorra con toda su oscura y podrida alma. Y

solo esperaba el momento de librarse de su condena.

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Ignoró las miradas de envidia de sus compañeros de batalla que se congregaron a


la entrada a la sala del trono. Solo los que tenían el favor de la Reina podían
entrar en aquella sala y asistir a las reuniones en las que se decidía el futuro de
su mundo. Muchos matarían por tener el honor de asistir.

Él mataría por poder librarse de aquellas reuniones.

Al frente de la puerta de madera, con filigranas de oro, que daba acceso a la sala
del trono, Broilerc respiró profundamente.

— Amigo, cuando salgas tienes que contarnos que pasará ahora que se ha roto el
primer sello.

Broilerc miró de reojo al hombre que había hablado. Se trataba de un guardia de


rango dos, encargado de las celdas de los prisioneros. Su única misión era
torturar y hacerles la vida un puto infierno a los condenados. Su voz había
sonado amigable pero sus ojos eran los de una víbora, ambiciosos.

Broilerc le fulminó con la mirada, entrecerrando los ojos cargando de odio el


tono de su voz.

Si no deseas morir, no preguntes.

Broilerc sonrió internamente al ver tragar saliva al curioso guardia.

Sin decir nada más, abrió las puertas y entró en la sala del trono cerrándolas
después de un portazo.

La intensa luz que iluminaba la sala le dañó los ojos durante unos segundos. Su
mundo estaba en perpetua oscuridad, el día se alejaba de aquellas tierras y
siempre era de noche. La Reina iluminaba sus estancias con antorchas, como si
fuera siempre de día.

Ella deseaba caminar por el mundo de los mortales hasta reducirlo a cenizas.
Ansiaba lo que no podía tener.

En medio de la sala había un altar de piedra, la base eran cuatro patas echas con
los huesos y las calaveras de antiguos
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enemigos muertos a mano de la Reina. La piedra que era soportada por las
cuatro patas estaba manchada de sangre, y era reciente por el olor metálico que
aún se percibía en el aire.

Broilerc paseó la mirada por el lugar, echando un rápido vistazo. Los sacerdotes
de la Reina, cubiertos por sus capas negras permanecían a ambos lados del
inmenso y brillante trono de oro macizo.

Contó treinta dos hombres.

Zorra.

Calculadora.

Siempre rodeada de su guardia. Siempre con un chivo expiatorio a su alrededor


dispuesto a morir por ella.

Maldita.

Algún día la mataría.

Cuando posó su mirada en la Reina, Broilerc ahogó un gruñido.

Moiler permanecía semi acostada en su gran trono, con su vaporoso vestido rojo
sangre que dejaba entrever su aterciopelada carne. Sus cabellos rubios ondeaban
a su alrededor como si tuviesen vida propia, otorgándole un aspecto irreal,
magnífico. En otro tiempo Broilerc estuvo hechizado por esa belleza, ahora,…
veía lo que realmente era esa mujer. Una venenosa serpiente.

Moiler Blastar, Reina del mundo Humlleih, dueña y señora de cada vida de aquel
mundo, admiraba con avidez el hermoso cuerpo de su guerrero preferido.

Broilerc era una tentación para cualquier mujer. Con sus dos metros diez de puro
músculo, piel dorada, largos cabellos azabaches y ojos azules, era un pecado
para la vista. Humedeció sus labios con su lengua, recreándose con el felino
andar del guerrero. Los pantalones que llevaba puesto se adherían a sus piernas
como una segunda piel dejando a la vista de aquellos que lo miraban lo bien

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dotado que era. Y ella por experiencia propia sabía que nada de lo que él
mostraba era falso... Excepto quizás su humildad. Sentía que Broilerc ya no la
deseaba como antaño, sus ojos no mostraban el brillo que tenían antes. Ahora
solo estaban opacos, vacíos de todo sentimiento, de toda calidez. Ya no quedaba
nada en aquel hombre, del guerrero que la hacía gritar con sus fuertes
embestidas.

Esperó que fuera él quien le hablara primero.


— Mi Señora — dijo Broilerc con fingida humildad agachando la cabeza una
vez que estuvo frente a ella —. ¿Me llamabais?

— Broilerc, mi mejor guerrero — Broilerc apretó los labios con fuerza al


escuchar aquello —. Que noticias nos traes del mundo humano.

Procurando que no se notase el odio intenso que sentía por aquella mujer,
Broilerc se irguió y con las manos en la espalda en una postura militar comenzó
a reportar las nuevas del mundo humano.

Para desgracia de muchos guerreros fieles a la Señora, él era el único que poseía
la capacidad de saltar a través de la grieta entre los dos mundos y caminar sin ser
dañado por el mundo de los mortales.

— Tenemos la localización del segundo y del tercer sello, mi Señora.

¡Excelente! — chilló feliz la Reina, sonriendo —. Te encomiendo la misión de


atraparlos, Broilerc. No acepto fallos — le recordó con voz gélida, arañando los
brazos de oro del trono con sus alargadas uñas —. Atraparás a los sellos con la
ayuda de esos ineptos mortales y romperás las barreras entre los dos mundos.

Ahogando las maldiciones que lucharon por brotar de su garganta, Broilerc


asintió con la cabeza.

Como ordene, mi Señora.

Moiler sonrió torciendo los labios. Que vacías sonaban esas palabras en boca de
ese hombre.

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Si fueses capaz de darme lo que tanto deseo. Pensó con furia la mujer.

Broilerc escuchó los caóticos pensamientos de la Reina.

Sonrió con ironía al comprobar que el duro entrenamiento al que se sometió


estaba dando sus frutos. Era capaz de escuchar los pensamientos de su gente sin
que estos sospechasen su intrusión en sus mentes.

Nunca zorra. Antes me sacaría el corazón y lo lanzaría al fuego eterno que


adorarte como deseas.

Moiler ante el silencio de su guerrero observó con intensidad el rostro de este


buscando algún indicio de lo que sentía en esos momentos. Pero como siempre
le sucedía con ese hombre, no vio nada. La máscara de impasibilidad
acompañaba en todo momento al guerrero, ocultando a todos lo que
verdaderamente pensaba.

Después de un tenso silencio, moiler concluyó.

— Cuando el sol se oculte en el mundo mortal y la luna brille en todo su


esplendor, abrirás de nuevo la brecha y entrarás en su mundo. Espero nuevas
pronto.

Broilerc asintió y dio media vuelta dispuesto a irse de aquel lugar. Pero antes de
llegar a la puerta escuchó las palabras que no esperaba obedecer.

— Pero hasta entonces guerrero, ven a mí….Compláceme.


Broilerc cerró los ojos unos instantes. La muy zorra quería que la jodiese. Iba a
usarlo como utilizaba a todos los guerreros a su disposición. Los trataba como
juguetes desechables, que siempre tenían que estar dispuestos a seguir sus
órdenes y por los cuales no sentía nada de dolor si se les rompían.

No podía negarse. A pesar que todo su cuerpo y su mente se revelasen, Broilerc


no podía negarse a cumplir el mandato de la Reina.

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Buscando fuerzas del odio que sentía, Broilerc se giró y contempló con velada
furia la imponente y escultural figura de la Reina.

Sonrió, torciendo la sonrisa. Logrando que los que lo miraran en esos momentos
temblasen ante la oscura promesa de dolor que había tras esa mueca. Iba a
presenciar una lucha de poder entre los dos seres más fuertes de aquel mundo.
Una explosión de sensualidad, que estaban obligados a ver al no poder
abandonar a la Reina. Su guardia personal siempre estaba a su lado,
manteniéndose en la sombra, presenciándolo todo.

Moiler no fue la excepción, al ver la sonrisa de su guerrero favorito tembló de


excitación. Esas horas que tenían para los dos prometían mucho. Broilerc era un
amante prodigioso, pero lo era más cuando la furia le poseía, entonces se
convertía en un amante posesivo, agresivo...y ella amaba el dolor.

Todos los derechos reservados

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PROXIMAMENTE

LA SOMBRA DE LA DUDA

PRÓLOGO

Mundo Humlleih, castillo de la Reina.

El gélido viento silbaba con fuerza en el inhóspito mundo de Humlleih,


provocando una densa niebla grisácea que se elevaba al cielo, ante el contraste
de temperaturas que acontecía al llegar la noche. El magma que fluía en el
interior de la tierra provocaba que el suelo fuera inerte, impidiendo el
crecimiento de vida. La desolación de las tierras Humlleih era evidente. El tono
grisáceo del horizonte y la ausencia de luz natural, aumentaban las ansias de
atravesar las barreras entre los mundos para conquistar la tierra de los mortales.

Dentro del importante castillo, núcleo neurológico de Humheill, la Reina Moiler,


Soberana absoluta de aquel mundo, se estiraba con languidez sobre su trono. Su
cuerpo estaba cubierto por una fina

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película de sudor. Los temblores, últimos vestigios del orgasmo que saboreó, le
recorrían cada centímetro de piel.

Estaba desnuda, sonriendo internamente al haber gozado de una sesión de


salvaje y desenfrenado sexo, con el mejor de sus Guerreros.

Moiler se sentó y recogió su vestido deslizándolo por su cuerpo, atando las


correas, cubriendo su desnudez. A sus pies estaba sentado en los escalones que
accedía al dorado trono Broilerc Stardeisx, un bravo y despiadado Guerrero que
una vez suspiró por ella complaciéndola en todos sus caprichos.

Broilerc estaba de espaldas a ella, acogiendo su ropa y vistiéndose en silencio.


Un feroz y hermoso hombre de más de dos metros, con despiadados ojos azules
y largos cabellos azabaches que mantenía sueltos en aquel instante.

Moiler lo contempló de arriba abajo con detenimiento, mordiéndose el labio


inferior hasta hacerse daño. El sabor de su sangre la excitó. Adoraba el dolor y
las marcas de sus arañazos en la espalda del Guerrero era muestra de su oscuro
placer. Levantó un brazo y lo estiró frente a ella, sus muñecas mostraban las
huellas del agarre de Broilerc. El Guerrero la sujetó con fuerza mientras la
sometía contra el trono, provocándole gemidos de placer entremezclados con los
de dolor.

Sonrió abiertamente, una sonrisa fría y calculadora. A pesar que ese dios ya no
bebía los vientos por ella, seguía cumpliendo sus órdenes, doblegándose a sus
caprichos. Poco le importaba que no le perteneciera completamente, mientras
siguiese a su lado.

Broilerc se maldijo anteriormente. Su cuerpo olía a sangre y a sexo, y aquella


mezcla de aromas le resultó vomitiva. Su rostro era una máscara de frialdad, que
no varió ni aún cuando su traicionero cuerpo rozó la cumbre del placer. El
orgasmo que doblegó su orgullo

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durante escasos segundos, fue breve, instintivo, que lo dejó vacío por dentro.
Sólo fue un desahogo en el que se retiró a tiempo para no verter su semilla en el
interior de aquella zorra. El odio era lo único que sentía por la Reina y las ganas
de acabar con su retorcida existencia era su motivación para continuar viviendo.

Broilerc se levantó y se colgó la espada a la cintura, abrochando la correa que la


sujetaba.

— Recuerda, mi guerrero, no me gusta que me decepcionen.

Broilerc apretó los dientes.

Tuyo nunca más. Maldita perra. Pensó, alejándose del trono sin mirar atrás,
bullendo de ira interiormente al ver las sonrisas burlescas de los Guardias de la
Reina que presenciaron su humillante reverencia.

Había acudido a la audiencia con Moiler Blastar para confirmarle que el primer
sello había sido destruido. Los núcleos de energía que se escondieron entre los
mortales eran la única barrera que les impedía a los dioses abandonar su mundo
y conquistarles. Durante la última batalla entre demonios y dioses, la raza
Externa, seres inmortales que contemplaron el nacimiento de las culturas que
residían en aquel universo, les obligó a pactar una tregua. Y uno de los puntos
que aceptaron era no pisar el mundo mortal. Si más de un ser de la raza de los
dioses o los demonios la pisaba se quebraría la tregua.
Moiler decidió esperar unos siglos antes de comenzar a buscar la naturaleza de
los sellos, enviando para ello a Broilerc, al ser el único que podía atravesar las
barreras sin sufrir daños. Había sido proclamado el Protector de los Sellos por
los Externos, pero ahora, y todo gracias al egoísmo de Moiler, tenía como única
misión la de destruirlos.

Uno a uno.

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Sin importar que se viese obligado a sesgar vidas humanas.

Broilerc abandonó la sala del trono y caminó con rapidez por el pasillo central
del castillo. Antes de salir, una voz le detuvo en seco.

— Veo que has vuelto a dejar claro tu papel en la corte.

Broilerc se giró, a su derecha, apoyado contra una de las columnas de alabastro


negro que estaban dispuestas desde la sala principal del castillo hasta ña entrada,
se encontraba Seinark Blaider.

Aquel dios, de metro ochenta, cortos cabellos rubios y ojos azules era uno de los
Guardias personales de la Reina, fiel al monarca con la que gozaba de sus
favores.
Broilerc esbozó una cruel sonrisa. A pesar de que Seinark procuraba ocultar el
odio que le profesaba, sus ojos le traicionaban, reluciendo con oscuras promesas.
La rivalidad entre ambos duraba siglos. Seinark no soportaba que Broilerc
tuviese más poder que él.

Por más que entrenó, nunca consiguió superarle. Quiso hundirle, acusándolo de
traición ante la Reina, pero su brillante plan fue un total fiasco. La voluptuosa y
caprichosa Moiler se encaprichó del Guerrero convirtiéndolo en su amante.

— Y tú tan ocioso como siempre — contestó con burla Broilerc alzando una
ceja. Se cruzó de brazos y echó los hombros hacia atrás dejando clara la
diferencia de altura entre ambos —. ¿O es que ahora sólo sirves como perro
faldero?

Seinark gruñó con fuerza, dando un paso hacia delante. Los soldados apostados a
ambos lados del pasillo, los observaban sin perder detalle. No iban a intervenir.
No podían moverse de sus puestos y aún pudiendo, en su mundo la debilidad se
consideraba una horrenda cualidad que conducía a la muerte. Sólo los fuertes
sobrevivían.

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— Algún día, tu sangre conocerá el sabor de mi arma — Seinark posó su mano


sobre el hacha que colgaba de su espalda. El metal brilló bajo la luz de las
antorchas.

Pesaba cerca de veinte quilos de indestructible metal forjado.

Una obra maestra creada por los enfeirs que trabajaban para ellos después de ser
subyugados al perder cuando estaban siendo invadidos por los dioses.

Broilerc soltó una gélida carcajada.

— Tus amenazas son inútiles, perro. No posees ni la fuerza ni las agallas para
enfrentarte a mí.

Seinark cogió su hacha, blandiéndola con rabia. Apretó con fuerza los dientes,
siseando con odio. La mueca que mostraba aterraría a los mortales, pero no a
Broilerc.

— ¿Dónde quedó el control de tus sentimientos?

Seinark dio otro paso hacia delante ante las palabras de Broilec.

Su poder mágico refulgía a su alrededor, rodeando su cuerpo como un halo


dorado que resquebrajaba las baldosas del suelo. Sus músculos, ejercitados por
duros entrenamientos, se hincharon levemente marcando varias venas de sus
brazos. La adrenalina que corría por sus venas y la sed de sangre le nubló la
mente.

Antes de que se produjera el choque entre ambos, se escuchó una atronadora voz
que los interrumpió.

— ¿Deseáis morir?

Tanto Broilerc como Seinark se giraron. Vladimer Stalvik, estaba plantado al


lado de ellos, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su postura mostraba el
orgullo que poseía al ser el Guardia encargado de comandar a los soldados vigías
del castillo. Un puesto que ganó con mucho esfuerzo y derramando su sangre en
numerosas incursiones, y por nada del mundo lo pondría en peligro.


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Con su metro noventa y dos, largos cabellos blanquecinos y un rostro marcado


por las batallas que libró, Vladimir destacaba entre sus hombres quienes lo
apodaban el Ángel. Sus ojos negros profundos era la única herencia que le dejó
su padre, un dios herrero que desapareció en la última batalla entre los dioses y
los demonios.

— ¡Tomad las armas! — bramó Vladimer a los soldados a su cargo. Estos


obedecieron al momento. Más de cuarenta soldados mostraron sus armas —. A
mi señal, atacadles — bajando la voz para ser oído únicamente por Broilerc y
Seinark, les dijo —. Si deseáis morir continuad. Está penado con la muerte
batallar dentro del castillo. Vosotros decidís. ¿Queréis vivir o morir?

Broilerc soltó una carcajada y chasqueó la lengua.

— Algún día, todos desapareceremos. Nuestros cuerpos se pudrirán y nuestros


nombres quedarán en el olvido.

La frialdad de sus palabras dejaron silenciosos a los demás dioses. Vladimer


bramó una orden a sus soldados para que guardaran sus armas.

— ¿Qué te mueve Guardián?

Broilerc miró a Vladimer alzando una ceja.


— ¿Qué es lo que nos mueve a todos? — preguntó a su vez, antes de dar media
vuelta y caminar hacia la salida.

No hizo falta que contestase. Todos y cada uno de los soldados que lo vieron
salir pensaron exactamente lo mismo.

¿Qué era lo que los movía en aquel mundo?

Muy sencillo.

La venganza.

El intenso y oscuro deseo de acabar con la vida de otra persona.

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