Sei sulla pagina 1di 6

Schejtman, F.: "La trama del síntoma y el inconsciente". Serie del bucle, 2006, Bs. As.

Del Síntoma al Inconsciente


La operación del síntoma
¿Qué es eso llamado Psicoanálisis? La operación del síntoma. En sus dos sentidos. Eso quiere decir que
en el psicoanálisis se opera sobre el síntoma, pero además, que se trata de la operación propia del
síntoma, digamos, que se opera con el síntoma. El síntoma deviene así herramienta, instrumento, del que
nos valemos en la operación misma que lo trata.
El síntoma analítico tiene una característica esencial, a saber: que solo puede ser atrapado con la oreja de
aquel que la dispone para escuchar lo que el síntoma tiene para decir, esto es, un psicoanalista. Es el
dispositivo mismo inventado por Freud el que altera, modifica, le da una forma novedosa –lenguajera- al
síntoma que pretende tratar. A partir de Freud hay la pareja del síntoma del neurótico y la oreja del analista
al que está dirigido. El dispositivo analítico le otorga al síntoma una dimensión que seguramente no existía
antes de su instauración: después de Freud, el síntoma es el síntoma en tanto que pasible de ser
escuchado.
Jeroglíficos:
¿Y qué es lo que del síntoma puede escucharse? Freud postula que el síntoma comporta un mensaje
desconocido -inconsciente- para el sujeto que lo padece. Y ese mensaje ignorado presente en el síntoma –
mensaje del que, en verdad, aquel nada quiere saber y por las mejores razones: porque concierne
propiamente a su deseo- es el que la interpretación analítica es capaz de revelar.
¿Cuál es el paso que da Freud, si mostrar que los sueños o los sintomas tienen un sentido ya era conocido
antes de su obra? El paso crucial dado por Freud es haber establecido que a ese sentido no puede
accederse más que por un proceso que se asemeja en todo al modo en que se descifra un jeroglífico. Es
decir, la novedad freudiana consiste en haber reconocido el material mismo del que están hechos los
sueños –y el resto de las formaciones del inconsciente-: de lenguaje.
Las formaciones del inconsciente son hechos de lenguaje y solo se resuelven por su relación con el
registro de lo simbólico. Solo por eso, entonces, es que las formaciones del inconsciente se prestan al
desciframiento. Los sintomas están estructurados como un lenguaje porque el inconsciente mismo lo está a
su vez.
Si el síntoma analítico llega a distinguirse del síntoma medico eso ocurre porque la estructura misma del
dispositivo freudiano termina de disponerlo para ser atrapado por las orejas. No es seguro que el síntoma
conlleve “naturalmente” esa forma. No, es más bien el artificio del análisis el que llega a transformarlo en
ese sentido. Es la presencia efectiva de una oreja –la de un psicoanalista-, dispuesta allí para escucharlo,
la que invita al síntoma a instituirse como jeroglífico, la que lo convoca a tornarse una pregunta para el
sujeto que lo padece, la que lo exhorta a volverse un mensaje que puede descifrase, la que lo convence
de prestarse a la interpretación.
Neurosis adormecida, portador asintomático:
En la vía de desarrollar de qué modo el psicoanálisis opera sobre el síntoma pasamos, ahora sí, a
considerarlo en una perspectiva diacrónica, es decir, a examinar sus diversos estatutos: antes de la
entrada en análisis y durante el análisis.

1
Debemos comenzar por señalar la existencia de un primer estatuto sintomático, el estado del síntoma
previo al análisis, el de una neurosis, digamos, no tocada aun por el dispositivo analítico. Y no tocado por el
psicoanálisis por una razón muy precisa: porque el síntoma no ha devenido aun un problema para el sujeto
que lo porta, no ha entregado, todavía, digámoslo de este modo, la dosis de padecimiento necesaria para
que una demanda de análisis embrague sobre ella y pueda tener lugar. Se trata, eventualmente, del
síntoma de una neurosis no desencadenada, de una neurosis adormecida. Aun no se ha despertado
aquello que puede llevar a un sujeto al encuentro con un analista.
Este es quizás el estado más extendido del síntoma. Corresponde a esa suerte de feliz adormecimiento en
que se encuentra el humano promedio. ¿Qué sería un síntoma que no es sentido como tal por aquel que lo
porta? ¿Podemos llamar a eso un síntoma?
Hay una suerte de egosintonía, una armoniosa relación del yo con el síntoma que por el momento no se ha
quebrado. El síntoma no se distingue aun del carácter mismo del sujeto, de lo que a veces se llama su
personalidad. No hay entrada en análisis posible porque no existe la dimensión de padecimiento del
síntoma, además, existe una utilidad que el sujeto extrae del mismo, un beneficio secundario. Es más una
solución que un problema. Ama a su síntoma como a sí mismo. Y esto porque, en verdad, no hay ninguna
diferencia entre lo que se llama “si mismo” y el primer estatuto del síntoma.

La piedra en el zapato y el umbral del análisis:


Que el síntoma pueda ser considerado una solución, antes que un problema, no debe sorprender, Freud lo
enseña: solución de compromiso. Para el caso del “portador asintomático” se ve bien, entonces, como el
síntoma puede comportar para alguien una “ganancia” tal, que impide que se perciba padecimiento alguno.
Pero es necesario señalar que en esta posición no se comienza un análisis. Para ello se requiere el fracaso
de esta solución. El síntoma debe pasar a ser un estorbo, un inconveniente, algo que un sujeto desee
quitarse de encima. Si eso no ocurre, la demanda de curación a otro no tiene sustento.
El síntoma debe volverse “la piedra en el zapato”: algo que impide caminar, o al menos, que impide
caminar como se acostumbraba. Las cosas ya no pueden ser como antes, y es allí donde localizamos un
segundo estatuto sintomático: el padecimiento del síntoma.
Entonces para que pueda articularse una demanda de análisis se precisa una fractura en ese compacto “si
mismo”, una vacilación de ese amor por lo familiar del síntoma. La apertura de su dimensión sufriente es
necesaria para que alguien dirija una demanda a otro, eventualmente, a un psicoanalista.
Pero ese segundo estatuto del síntoma, la irrupción de padecimiento que el desencadenamiento de una
neurosis provoca, no debe considerarse todavía, sin embargo, síntoma analístico. Así como tampoco el
sujeto que sufre, el que encuentra en su síntoma “la piedra en el zapato”, debe considerarse aun un
analizante. Ese movimiento es necesario pero no suficiente.
Para que haya analizante, para que haya síntoma analítico, falta todavía otro pasó: es preciso franquear un
umbral, el umbral de la entrada en análisis. Trasponer ese umbral modifica, al mismo tiempo, al sujeto que
consulta y al síntoma por el que padece.
El sujeto, en lugar de ser trabajado por su inconsciente deviene trabajador: a este trabajador del dispositivo
freudiano es al que llamamos el psicoanalizante.

2
El síntoma, por su parte, capturado por el dispositivo analítico es puesto en forma y entrega así su tercer
estatuto en una mutación inédita: se torna pasible de ser descifrado, es decir, se vuelve analizable, pero
también el instrumento mismo de la operación analítica.

Goce del síntoma y transferencia:


Terminare señalando dos cuestiones. La primera, que del síntoma se desprende una dimensión, además
de su estructura de lenguaje, de su carácter palabrero, una modalidad de satisfacción para el sujeto, en
mayor o menor medida consentida por él, pero satisfacción al fin: lo que con Lacan localizamos como su
cara de goce, el goce del síntoma. Y la segunda, que el síntoma analítico supone como tal la inclusión del
psicoanalista en su estructura. De este modo, si el analista opera sobre el síntoma, modificándolo,
transformándolo, si efectivamente hay una eficacia del dispositivo freudiano en el tratamiento del síntoma,
esta se sostiene del hecho de que el analista no interviene desde afuera: opera con el síntoma desde un
punto que no puede suponerse exterior al mismo. La puesta en forma del síntoma bajo transferencia así lo
dispone.

El síntoma y los Goces

Síntoma, Fantasma e Inconsciente:


En primer lugar, si se apunta a la juntura de lo “verdaderamente real” del goce sintomático con el que le
compete al fantasma –goce soñado por el neurótico siempre dispuesto a amodorrar al primero en su
tendencia dormitiva-, resulta que el goce del síntoma se presenta no-todo enmarcado por el fantasma.
Esto es, que si bien hay lo que del goce sintomático se encuadra en el fantasma –o lo que del goce
fantasmático hace síntoma-, engendrando así, por ejemplo, el síntoma de una neurosis adormecida o no
desencadenada, se vuelve necesario considerar, no obstante, y sobre todo en la perspectiva de situar
aquello que se produce como incurable al fin del análisis la posibilidad de un estatuto del síntoma depurado
de sostén fantasmático. Aunque es dable señalar, además, lo que del goce fantasmático podría no
sintomatizarse: ¿encontraría el acting out allí su lugar?
Por otro lado, si dando un paso más, consideramos el goce de la “copulación de los significantes en el
inconsciente”, señalaremos cuando menos que las formaciones del inconsciente se ubican, entre fantasma
e inconsciente, como “fuera-de-síntoma”. Y esto porque el síntoma puede concebirse como lo que del
inconsciente hace ex - sistencia. En efecto, Lacan aparte sobre el fin de su enseñanza, al síntoma de la
serie que Freud describió y que incluye al sueño, al lapsus, al acto fallido, al chiste. De las formaciones del
inconsciente, el síntoma se desprende entonces deviniendo “función del inconsciente”, lo único que nos
prueba su existencia. El inconsciente termina siendo lo que responde del síntoma.
Y es tan cierto que el síntoma se excluye de las formaciones que el inconsciente produce por su trabajo,
que este –el inconsciente- termina siendo para Lacan, “lo que responde del síntoma” y por tanto “el
responsable de su reducción”.

Un goce en lugar de otro:


Tendremos que considerar la idea –solidaria del pasaje del singular del goce al plural de los goces en la
enseñanza de Lacan- de que la pérdida de goce en la estructura no es sin alguna suerte de recuperación:

3
si caduca un goce surge otro en su relevo. Lo que impide, en sentido estricto, aquello que pretende
cualquier perspectiva terapéutica: su reducción a cero.
En esto, ciertamente, alcanza con ser freudianos y armarnos con su concepción que anuncia lo
indomesticable de la pulsión, debiendo concluir que el goce es Medusa: se corta una cabeza, crece una
más allá.
Conclusión: de modo transpuesto, transferido, desplazado, sustituto, o como fuere, la pulsión se
satisface…siempre. Aunque el yo nada sepa de ello. Y es en esto que el sujeto, para lacan, es feliz.
El goce en el chiquero:
Comenzamos señalando para aquel al que hemos llamado el “portador asintomático”, la primacía de un
goce más que avenido al principio del placer, puesto que dé el no se distingue: goce del dormir. “Gozar
como cerdos”, sentencia Lacan en el Seminario 21, puesto que en el chiquero se duerme abundantemente.
Política del avestruz -según la pluma freudiana- de alguien ignorante del goce que el síntoma le reporta.
Desentendido de ello, pero en él cobijado y adormecido, este neurótico -decidido a seguir atontado- es
aquel que no se ha separado aun de su síntoma: este no ha llegado todavía a distinguirse de su carácter.
La ganancia –secundaria- que de allí se extrae abona la estabilidad de una feliz incertidumbre.
Así, en la llamada egosintonía del síntoma, lo real del goce sintomático –el que solo mas adelante podrá
irrumpir- cede en sus dos frentes, ante el avance dormitivo del fantasma y el de la automaticidad de un
inconsciente por el que el sujeto es trabajado.
Se trata de la formidable tijera del discurso del amo que garantiza el recorte del goce de cada quien, del
que la realidad se sostiene –al precio de la incertidumbre antes aludida-, haciendo que de ese modo las
cosas marchen al ritmo marcial que el amo impone. En esta perspectiva no puede sorprender, por lo
demás, la preponderancia –entre las formaciones del inconsciente- del sueño como guardián del dormir,
que guarece al neurótico de lo real sosteniendo su “normachidad”.

Signo de lo que no anda en lo real:


No faltan encuentros con lo real –lo que Freud localizaba más bien del lado de lo traumático- que
posibiliten el quiebre. Allí encuentra el adormecido la chance que la contingencia le ofrece para despertar a
lo mas intimo –mejor todavía, extimo- de sí mismo. El síntoma pasa a ser en ese punto el “signo de lo que
no anda en lo real”.
Si hasta ahí las cosas marchaban a expensas de la hipnosis subjetiva impuesta por el discurso del amo, el
síntoma deviene ahora “lo real en tanto se pone en cruz para impedir que las cosas anden”. La apertura de
lo real del síntoma es correlativa, por lo tanto, del paso en falso del fantasma que, por su vacilación o
realización –en cualquiera de los casos, de la suspensión de su función- pone en jaque la significación
cristalizada que garantizaba para el neurótico la estabilidad de su realidad.
En el caso de la vacilación fantasmatica la angustia es señal de haberse asomado al borde del agujero. La
vacilación del fantasma deja al sujeto inerme ante la falta del Otro. En el segundo caso, de realización del
fantasma; el pánico, el horror, el espanto –o una serie de afectos que se anotan en esa línea-, dan cuenta
del encuentro con el goce del Otro. Los dos casos se oponen tanto como el sueño de angustia a la
pesadilla.

4
Pero este paso a lo real de un goce inédito también es correlato del detenimiento del trabajo automático del
inconsciente, que con su producto de sueños custodiaba el dormir: tropiezo del “trabajador ideal” con la
piedra del síntoma, cese de su automaticidad.

El texto del síntoma y la transferencia:


Pasamos ahora a dar cuenta del síntoma en su estado más complejo y desarrollado: el que se alcanza
cuando es puesto en forma en la transferencia analítica.
En un movimiento inverso, en cierto sentido, respecto del que relatábamos recién, la puesta en marcha del
análisis produce el detenimiento de la hemorragia de goce que el tiempo anterior implicaba. Torniquete del
psicoanálisis en el que se verifica un efecto terapéutico, allí donde la apertura del inconsciente opera el
cierre de lo real del síntoma, transformándolo en analítico.
Primera lectura de la propuesta de Lacan que asegura que “el inconsciente es lo que responde del
síntoma” y el “responsable de su reducción”: la insistencia palabrera del inconsciente, responde de la
resistencia del síntoma reduciéndolo -reduciendo su cara real- … por la interpretación. El “inconsciente-
interprete” fuerza al síntoma a volverse plenamente un mensaje dirigido al Otro: el síntoma deviene, de
este modo, quizás por vez primera interpretable.
Trama del síntoma y el inconsciente que permite al primero la entrega de un guion, de un argumento. El
síntoma adquiere, por ese entramado inédito, una nueva textura: en efecto, se vuelve texto pasible de
desciframiento.
Esta puesta en forma –de texto- del síntoma comprende, a la vez y fundamentalmente, una transformación
de goce – el alcance preciso del efecto terapéutico recién referido-: del goce sufriente del síntoma al goce
del desciframiento. Terapéutica propiamente psicoanalítica que descansa en el trabajo de quien devine
psicoanalizante: alguien ya no trabajado por el inconsciente, sino, trabajador –lo que rigurosamente escribe
el discurso analítico-.
Por lo demás, es sabido que la otra vertiente de esta reducción del síntoma era ya adjudicada por Freud a
la transferencia: “… es inevitable entonces que los síntomas queden despojados de libido […] toda la libido
es esforzada a pasar de los sintomas a la transferencia y concentrada ahí…”. Destacamos aquí,
únicamente, la vía por la que la transferencia del fantasma sobre la relación con el analista posibilita, en
cierto sentido, una restauración de su función –la del fantasma-, aquella que había sido puesta en cuestión
por la apertura de lo real del síntoma en el tiempo anterior.
Hacer del síntoma, Witz:
Abordemos ahora, cuando menos sucintamente, la cuestión del síntoma en el final de la cura.
Afirmamos con Lacan que, siendo el síntoma el partenaire sexual del ser hablante, es decir, aquello con lo
que se suple el lugar dejado vacante en la estructura por la inexistencia de La mujer, no debiera esperarse
del final de un análisis su liquidación-la desaparición lisa y llana del síntoma, puesto que el fin de la cura
psicoanalítica no hace existir La mujer que no hay.
De este modo es concebible que un síntoma –ciertamente, uno que debe a ese final su singularidad- reste
como respuesta frente al ausentido de la relación sexual. Y bien, por lo menos una vez, Lacan planteo en
términos de identificación la posición de aquel que finalizó su análisis, respecto de ese resto sintomático:
“Identificación con el síntoma”, tal la respuesta del analizado frente a la falla ineliminable de la estructura.

5
Pero conviene señalar que los distintos estatutos del síntoma que hemos examinado hasta aquí ya
comportaban otros tantos modos de vérselas con ese agujero,es decir,suplencias que vienen al lugar de la
relación sexual que no hay. Más precisamente, señalemos que tal función de suplencia se evidencia
inequívocamente como una solución en los casos de los primeros y terceros estatutos del síntoma
examinados: el síntoma de la neurosis adormecida y el síntoma analítico son “buenos remedios” frente a la
inexistencia de la relación sexual. Mientras que en el segundo estatuto considerado –el padecimiento
sintomático que introduce el desencadenamiento de la neurosis- es la dimensión de problema la que
predomina: lo que, en el mejor de los casos, precipita la consulta al analista.
Destaquemos entonces, en primer término, que si resta un síntoma al fin del análisis, tal síntoma ya ha
entregado, de sentido, lo que un psicoanálisis puede extraer de él. No abierto ya a desciframiento alguno,
persiste su “hueso”: núcleo de goce incurable del síntoma.
Ahora bien, ese goce que obtiene el analizado royendo el hueso del síntoma no puede confundirse con el
que le aportaba el fantasma. Lo que nos habilita a señalar que presupone su atravesamiento. Lo que nos
habilita a señalar que presupone su atravesamiento –el del fantasma-. Atravesamiento de este, entonces,
identificación con aquel.
¿Sino con aquel hueso sintomático, con que real podría calarse la pantalla fantasmatica? En efecto, es con
el síntoma –lo “que muchas personas tienen de mas real”– que se rebate la significación coagulada que
comporta el fantasma fundamental del sujeto. Ningún otro “instrumento” habilita ese relámpago de lucidez,
cuando acontece.
¿En que tomara apoyo ahora el analizado, llegado al borde mismo de su neurosis, cuando ya no cuenta
con el dudoso amparo que proveía el goce-sentido, el “gonce-zonzo” del fantasma, sino en lo incurable del
goce del síntoma? La paradoja de la estructura -S (A barrado)- revelada, no sin angustia, por el
atravesamiento del fantasma fundamental, puede resolverse en invención… sintomática. Con el síntoma,
aquel que llego al término de su análisis, se hace una respuesta novedosa frente al ausentido de la
relación sexual –en todo caso, una que ya no lo deniega.
Porque, a la identificación con el síntoma que asoma ya en ese: “hacerse”, debe sumarse, todavía, un
importante resguardo. Efectivamente, es preciso que en esa identificación postrera con el síntoma el
analizado pueda, además, no hacerse uno con el –como podría creerse-. Así, objetando cualquier identidad
reforzada que de allí pudiese surgir, impugnando cualquier transparencia que de ahí pudiera ganarse,
Lacan prefería interponer, en ese punto, las “garantías de una especie de distancia”. Garantías que aquí
referimos, sin más a la acción de un inconsciente que el fin de un análisis tampoco elimina.
No se trata ya aquí de la respuesta de la insistencia de la cadena significante –del “inconsciente-discurso
del amo”- operando el apaciguamiento de algún real sintomático por el sentido, sino de la letra del
inconsciente que puede hacer, del síntoma, Witz. El inconsciente realizado reduce el síntoma volviéndolo
Witz; el atravesamiento del fantasma alivia al inconsciente del goce-zonzo; la identificación con el síntoma
trueca la repetición fantasmatica en una que no sea vana.
Se trata aquí de “apostar” el hueso del síntoma en el lugar conveniente. Impidiendo que la identificación
con el síntoma devenga “identifijación consolidada” –lo que engendra, menos un analizado, que una
estatua de bronce siempre idéntica a sí misma-, el inconsciente realiza su responsabilidad al responder del
hueso del síntoma –verificado como incurable en el fin del análisis-, equivocándolo. Una-equivocación y
una-equivocación y una-equivocación: fecundas zancadillas de la letra del inconsciente que hace de la
identificación con el síntoma un “saber-hacer-ahí” - cada vez, en la contingencia - con lo real.

Potrebbero piacerti anche