Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Parece pues que Sócrates era un hombre peligroso, pero, ¿qué enseñaba? En cierto sentido,
nada. Sócrates era un filósofo moral que no mostraba interés alguno por la física y que no
era un sofista, aunque los atenienses lo consideraran uno de ellos, un sofista. Había
emprendido su propia búsqueda distinta y propia de la naturaleza de la verdadera virtud y
del bien verdadero, si bien aseguraba desconocer en qué consistían. Durante sus lecciones,
interrogaba meticulosamente a uno o varios jóvenes acerca de algún tema relacionado con
la virtud: ¿Qué es la justicia? ¿Qué es la belleza? ¿Y el valor? ¿Y el bien?
Los interlocutores de Sócrates ofrecían definiciones convencionales que Sócrates
desmantelaba con inteligentes y perspicaces preguntas. Por ejemplo, en Gorgias, Calicles
define la justicia como «la ley de los fuertes», dejando entrever en su respuesta su origen
aristocrático y su formación sofística. Sin embargo, el ataque de Sócrates a las creencias de
Calicles es tan devastador que éste, en vez de abandonarlas, simplemente huye. Aquellos
que no huían y permanecían con Sócrates llegaban a compartir su estado intelectual de
aporía o ignorancia ilustrada. Con Sócrates se veían obligados a reconocer que ignoraban
qué es realmente la justicia (o cualquier otra virtud sobre la que discutieran), pero se daban
cuenta de que se encontraban en una posición mejor ya que habían sido desengañados de
sus creencias, tan convencionales como erróneas. Sócrates temía que, habiendo adquirido
todo un imperio y debido a la desmedida h’ybris (soberbia) que esto había engendrado en
ellos, los atenienses se hubieran apartado del camino del autodominio o sofros´yne.
Consideraba que su misión era acabar con esa arrogancia imperialista y restaurar el
tradicional autocontrol griego.
Aunque Sócrates no enseñaba ninguna doctrina concreta, su enfoque filosófico contenía
varias innovaciones importantes. La primera de ellas era su búsqueda de la naturaleza de
las virtudes en general y de la virtud en sí misma.
Todos sabemos intuitivamente que tanto devolver un lápiz como establecer una
democracia son acciones justas, pero lo que ellas tienen en común, lo que es la justicia como
tal, no está tan claro. Tanto una puesta de sol como una sinfonía de Mozart son bellas, pero
lo que comparten, la belleza en sí, sigue sin descubrirse. Sócrates elevó estas dudas a un
plano superior. La justicia, la belleza, el honor, etc., son todos buenos, pero lo que tienen
en común, qué sea el bien en sí mismo, es de nuevo algo escurridizo. En el terreno de la
filosofía moral, Sócrates empezó a intentar comprender el significado y la naturaleza de
conceptos humanos abstractos tales como los de justicia y belleza. Platón y Aristóteles
continuarían y ampliarían esta búsqueda ética de Sócrates desde la ética hasta abarcar todo
el abanico de conceptos humanos en cada área, creando así el campo denominado
epistemología —la búsqueda de la verdad en sí misma—, una de las principales tareas de la
filosofía y la psicología posteriores.
La exigencia de Sócrates de que el conocimiento fuera una teoría que pudiera explicitarse y
defenderse, tras ser adoptada por Platón, se convirtió en el objetivo común de la filosofía
occidental frente a otras dos formas de pensamiento. La primera de ellas se corresponde
con los dogmas religiosos que no permiten que la razón natural cuestione o ponga en duda
la revelación divina. El Islam, después del siglo XIII, abandonó la filosofía naturalista y la
ciencia precisamente por ese motivo. De manera similar, en China tampoco era posible el
desarrollo científico debido al control ideológico absoluto por parte de sus emperadores,
designados por la divinidad, y sus burócratas, los mandarines confucianos (véase el Capítulo
4). La otra está integrada por las tradiciones que valoran la intuición por encima de la lógica,
como el budismo o el romanticismo occidental.
Así, tanto él como los demás griegos suponían que, debido a que todos buscamos la
felicidad, la eudaimonía, todos buscamos instintivamente la virtud, por lo que no es
necesario encontrar razones especiales para hacer el bien. En El Banquete, Platón dice
(205a): «Por la posesión de las cosas buenas, los felices son felices, y ya no es preciso
preguntar además: ¿Para qué quiere ser feliz el que quiere serlo?, sino que parece que la
respuesta tiene aquí su final». La casi total identificación entre felicidad y virtud que hacían
los griegos difería en gran medida de la de los sistemas éticos posteriores, entre ellos el
cristianismo, que nos insta a ser éticos pero nos advierte de que perseguir la virtud a
menudo conlleva sufrimiento en vez de felicidad.
Los filósofos éticos griegos y romanos no tenían ninguna dificultad en explicar por qué el
hombre busca la virtud, por lo que optaban por concentrarse en por qué a veces se elige
mal. Si virtud y felicidad son prácticamente lo mismo, la existencia del comportamiento
malo parece realmente difícil de explicar. El hombre quiere ser feliz y, por lo tanto, debería
actuar siempre de la manera correcta. Sócrates proponía una respuesta puramente
intelectual al problema del mal: sostenía que el hombre actúa mal sólo cuando ignora el
bien. Una persona sedienta no bebería veneno conscientemente, pero podría hacerlo si
cree erróneamente que se trata de agua pura. Las acciones perniciosas nunca se eligen
como tales, sino sólo cuando se desconoce su naturaleza maligna.
Sócrates explica el comportamiento malo a partir de la tesis del élenchos, según la cual el
hombre conoce intuitivamente la virtud, pero las falsas creencias adquiridas a lo largo de
su vida nublan este conocimiento y pueden llevarlo a hacer el mal. Cuando una persona
sabe realmente qué es la virtud, pasa de inmediato a actuar de la forma correcta. Así,
Calicles, que abandonó su diálogo con Sócrates, participó en un golpe de estado realizado
por los aristócratas porque seguía dominado por la falsa creencia de que la justicia era el
gobierno de los fuertes.
Desde el punto de vista de Sócrates, Calicles no era malo, sólo estaba mal orientado. Si no
hubiera abandonado su contacto con Sócrates, habría aprendido que la justicia no era la ley
de los fuertes y no habría intentado derrocar la democracia. Para Sócrates el conocimiento
del bien —no la buena voluntad o el deseo de alcanzar la virtud— era lo único que se
necesitaba para actuar bien. Algunos filósofos éticos posteriores griegos y romanos, entre
ellos el propio Platón y los primeros cristianos, consideraron que la solución intelectual de
Sócrates no era plausible, porque resulta evidente que algunas personas disfrutan haciendo
el mal y que incluso las personas virtuosas, en algunas ocasiones, hacen el mal
conscientemente porque su voluntad es demasiado débil para resistirse a la tentación. Esta
búsqueda del origen del mal en el comportamiento humano se convirtió en uno de los
temas importantes de estudio de la psicología de la motivación.
Fuente: Leahey,T. H. (2005). Historia de la psicología (6ª ed.) Madrid, España: Pearson
Educación, S. A.,
SÓCRATES
Fuente: Greenwood
LA BÚSQUEDA SOCRÁTICA
Como a los sofistas, Sócrates se interesa en el ser humano ardientemente; pero el ser
humano captado en una perspectiva esencialmente moral.
Al alma como principio de movimiento y de vida, colocada en primer plano por los jonios,
él añade como valor esencial la razón y el carácter moral; ve en ella la sede de esa
personalidad espiritual que su método quiere instaurar y consolidar, para hacerla
plenamente dueña del cuerpo que anima.
Su meta
Buscar, en las fluctuaciones de la vida sensible, “invariables” capaces de dar sostén a ese
papel del alma en cuanto sujeto razonable del conocimiento y de la acción. Las descubre en
las nociones (justicia, verdad, virtud, felicidad, belleza) que a su juicio expresan la verdadera
naturaleza del hombre y las cuales se esfuerzan en definir en su esencia idéntica y
permanente. Su identificación de la moral y de la verdadera ciencia postula que la acción
humana puede y debe estar sometida a principios válidos para el ser humano en general,
por cuanto todo individuo posee una naturaleza profunda, sustraída a las vicisitudes
temporales. Lo que es bueno o verdadero para uno debe ser bueno y verdadero para los
demás.
La investigación socrática envuelve una universalidad de derecho orientada toda ella sobre
un aspecto de la vida que, indudablemente, se descuida demasiado en nuestros días: el de
los valores encarnados por la existencia del ser humano y del sentido que confiere a la vida.
A las convenciones, a los prejuicios, a las ideas recibidas sin examen, Sócrates opone la
existencia de una reflexión capaz de instaurar una vida moral que se determina con pleno
conocimiento de causa. La tentativa expresa una elevadísima coincidencia subjetiva, y se ha
observado que con todo el “demonio” que él invoca, fuente profunda de su inspiración,
aparece una suerte de esbozo de la “Profesión de fe del vicario saboyano”, y del imperativo
categórico de Kant. Antes del cristianismo, este moralista invita a sus contemporáneos a
un incesante examen de conciencia, al esfuerzo sostenido de una toma de conciencia en sí
para sí y en relación con el otro, con vistas a un progreso moral, que considera es lo único
verdaderamente importante. Esfuerzo que perseguirá para con todos y contra todos, hasta
su misma muerte. Su conócete a ti mismo se inscribe en esta mira esencialmente ética. El
conocimiento no versa sobre la realidad del alma, de la cual no duda, sino sobre sus riquezas
ocultas que hay que descubrir para volverse mejor; si exhorta a los atenienses a este
conocimiento de sí mismos por sí mismos, es porque lo mueve una convicción profunda de
que saldrán ganando en la firmeza moral, de que ya no se dejarán impresionar por las
argucias de los sofistas.
Por lo que respecta a la naturaleza y al destino del alma así entendida, la dificultad de
distinguir entre sus propias ideas y las de Platón no nos permite más que conjeturas. Baste
con observar que la concepción socrática supone, en todo caso, una fe metafísica: la de una
racionalidad inmanente a las profundidades de la vida.
El lazo de la razón y las pasiones se mantiene en cuanto el hombre esclarecido, que obra
entonces forzosamente bien, según Sócrates, poner su pasión en esa acción buena. Pero no
deja de ser cierto que todo el dominio verdaderamente “psicológico”, por ejemplo, el de
los conflictos que surgen entre los mandamientos de la conciencia moral (por no hablar de
las vicisitudes de esta última) y las fuerzas instintivas se halla ausente de tal concepción
exclusivamente ética y, a pesar de las apariencias, más preocupada por una idea de lo
humano que por los hombres en su diversidad concreta. Parece que Sócrates fue un hombre
de salud física y moral excepcionales, animado por una fe no menos excepcional en el poder
de esa razón humana que experimentaba en sí mismo. La mayor ceguera a sus ojos, si
hemos de creer el testimonio de Platón, es desconocer que la mayor desdicha, peor que la
enfermedad del cuerpo, es “vivir con un alma no sana, sino corrompida, y además injusta e
impía”.
Fuente: Mueller, F.L. (2003) Historia de la psicología. De la antigüedad a nuestros días. (2ª.
ed). México, D. F.: Fondo de Cultura Económica