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GENEROS DE OPINION

DEL ARTÍCULO A LA NECROLOGICA

ARTICULO DE OPINION
Escrito en prosa didáctico e interpretativo, el artículo se caracteriza por su brevedad,
subjetividad, estructura abierta, variedad temática. Su autor expone con originalidad su
visión sobre cualquier asunto, sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado
completo sobre la misma materia, y ofreciendo nuevos ángulos, resultados de
investigaciones o inquietudes de corte filosófico, cultural, religioso, sociopolítico,
económico, etc... Es el tipo de texto más reflexivo y articulado de un periódico.
Se le considera el legítimo heredero del ensayo, género literario que algunos
remontan a los escritos de autores greco-latinos, como Platón o Cicerón o incluso
Gorgias (Encomio de Elena), aunque el criterio dominante es que no se puede hablar
en justicia de ensayo moderno hasta Michel de Montaigne, cuyos Essais (1580)
pusieron en circulación el término. Lo fundamental del ensayo es el juicio sobre las
cosas y la actividad reflexiva, sin importarle el ser exhaustivo y sistemático. Ha estado
muy ligado a la prensa, sobre todo en el siglo XIX; si bien los ensayos más voluminosos
aparecían solo en libros
El artículo, marcado en su origen por una naturaleza introspectiva, moralista y
reflexiva, evolucionó hacia un carácter sociológico y didáctico. Subjetivo, con un
componente estético, es más ameno que riguroso y plantea una intercomunicación
intelectual entre el autor y un lector especializado. Mantiene una relación más
desapegada con la actualidad; incluso pueden hacer artículos conmemorativos,
auténticas piezas de divulgación histórica trufadas de reflexiones (el empleo de los
tiempos pretéritos verbales de la historiografía, es la marca del articulismo).
“El artículo confirma al lector sus intuiciones, la tesis que desea, y eso le
satisface (...) y sus intuiciones son confirmadas por un líder de opinión, y esto además
prestigia a sus ojos el valor de su propia tesis, proporcionándole el doble motivo de
satisfacción” (Gross: 1996: 202).
Más sosegado que un editorial, pues el autor ha tenido más tiempo para
escribirlo, puede confundirse con la columna, sobre todo por su común aureola

1
“autorial”. Mas existen vistosas diferencias; aparte de su mayor extensión (puede ocupar
una página entera o más), este pequeño ensayo se distingue de aquella por una
periodicidad más espaciada, su ubicación en la página abierta, la temática, un estilo de
tono ensayístico, permitido por el mayor espacio del que disponen) y su argumentación
más exigente (la deducción es propia de algunos artículos). La op-ed es el lugar natural
del artículo; aunque algunos periódicos habilitan una sub-sección denominada Tribuna
a quienes piensan muy distinto de su línea editorial (ej. en la sección Otras Razones el
diario monárquico La Razón cede la palabra a republicanos recalcitrantes como
Antonio García Trevijano).
Los artículos los escriben por lo común colaboradores no habituales del
periódico, elegidos en función de su idoneidad para opinar de un tema. Junto a la firma
del articulista se indica su cargo o especialidad, cosa que no ocurre con los columnistas,
que no necesitan presentación. Rotan continuamente, siguiendo el criterio expresado por
el editorialista americano J. W. Anderson: “Incluso entre los escritores profesionales no
hay muchos cuyas opiniones sobre el mundo merezcan ser leídas una semana sí y otra
no” (Graham, 1978: 106). De esta sabia norma quedan exceptuados los articulistas
habituales de cada periódico: Vargas Llosa y Savater en El País; Jorge de Esteban en El
Mundo, Francisco Nieva en La Razón).
A la luz de sus datos, Casals concluye que “Los articulistas contribuyen a
aumentar el conocimiento de muy variados asuntos hasta el punto de convertir al
periódico en un vehículo y sistema de permanente educación, instrucción y
contextualización” (2004:35).

Ejemplo de artículo periodístico:

ISRAEL: LA AMISTAD DIFICIL

Pese a la repugnancia que me inspira su Gobierno actual, conozco a muchos


israelíes que bregan por la paz y una solución negociada al problema palestino.
Pero, hoy por hoy, son una minoría electoral

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MARIO VARGAS LLOSA EL PAIS, 13 JUN 2010

Cada día es más difícil ser amigo de Israel, salvo para los incondicionales convencidos
de que todo lo que hacen las autoridades israelíes es bueno, que todos los palestinos
son terroristas y que las críticas a la política de Israel son siempre producto del
antisemitismo. Yo sigo siéndolo, pese a la repugnancia que me inspira su Gobierno
actual, la intransigencia fanática de sus colonos y los abusos y, a veces, crímenes que
Israel comete en los territorios ocupados y en Gaza, o fuera de sus fronteras, como
ocurrió hace poco con los nueve muertos y las decenas de heridos de la flotilla de la
libertad.

Esta última es sólo una de las caras de Israel. Hay otra, admirable y ejemplar,
desdibujada por la primera, pero más permanente y representativa, la de un país
democrático y pionero, que, en medio de un desierto y a la vez que libraba tres guerras,
ha sido capaz de construir una sociedad del primer mundo, próspera, moderna,
pluralista y de instituciones sólidas, y de integrar en su seno a gentes procedentes de
todos los rincones del planeta, de costumbres, lenguas y tradiciones diferentes. Aunque
no lo sea para los árabes, esta sociedad es para los israelíes absolutamente libre y en
ella se ejerce, de manera sistemática, la crítica al poder, a todos los poderes, con una
pugnacidad y virulencia que nunca ha conocido un país del Medio Próximo y que es
infrecuente incluso entre las más avanzadas democracias del Occidente. Lo trágico,
para mí, es que quienes se oponen a la política de Netanyahu y bregan por la paz y una
solución negociada del problema palestino son, hoy por hoy, una minoría electoral.

El bloqueo de Gaza no tiene excusa alguna. Condena a sus habitantes a una muerte
lenta

Pero están allí, movilizados, inasequibles al desaliento. Yo acabo de pasar nueve días
con algunos de ellos, y, por eso, pese a todo lo que ha ocurrido y puede ocurrir en un
futuro inmediato, creo que todavía hay esperanzas de que se revierta la tendencia en la
que parecen ganar terreno los halcones de Israel y los terroristas de Hamás, y resucite
el espíritu de Oslo, cuando la paz estuvo tan cerca y la frustró el asesinato de Yitzhak
Rabin.

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Ésta es la quinta vez que vengo a Israel. Llegué muy pocos días después de la torpeza
que cometieron las autoridades impidiéndole el ingreso al país a Noam Chomsky
-nadie como ellas para contribuir con sus metidas de pata al desprestigio de la imagen
internacional de su país- y partí tres días después de que los comandos israelíes
asaltaran en aguas internacionales el Mavi Marmara perpetrando unas violencias
inútiles que han hecho tanto daño a la imagen de Israel en el mundo como la invasión
del Líbano, lo han enemistado con Turquía, su único aliado entre los países
musulmanes, y han atraído sobre él una tempestad de condenas y críticas que está lejos
de cesar. Pero me consta que sobre todos estos temas ha habido en Israel protestas
enérgicas de esa minoría de "justos" -en el sentido que daba Albert Camus al vocablo-
que son la reserva moral de ese país.

El día que di una conferencia en la Universidad Hebrea de Jerusalén vi partir de allí


una manifestación de estudiantes árabes e israelíes, con carteles contra las tomas de
viviendas efectuadas por los colonos en la localidad de Sheikh Jarrah, y, al día
siguiente, estuve en la plaza vecina a este barrio donde, todos los viernes, se
manifiestan varios centenares de personas en contra de este último intento del
movimiento colonizador extremista Gush Emunim de invadir y ocupar casas y terrenos
palestinos. Allí me encontré con viejos amigos, como el escritor David Grossman, que
perdió un hijo en la guerra de Líbano y sigue, impertérrito, con su poderosa autoridad
intelectual y moral, liderando las campañas a favor de la paz y de la sensatez política
frente a quienes, víctimas de la paranoia y la arrogancia, creen que sólo la fuerza
bruta garantizará la seguridad de Israel. Estaban también Amira Hass, la periodista
israelí que desde hace años vive en los territorios ocupados -lo hizo primero en Gaza y
ahora en Ramallah- desde donde, gracias a sus crónicas en Haaretz, mantiene un
puente vivo de comunicación con la sociedad palestina, y mi amigo Meir Margalit,
dirigente de una organización de voluntarios israelíes que reconstruyen las casas de
los árabes dinamitadas por el Tsahal por pertenecer a parientes de palestinos acusados
de terrorismo. Meir es ahora concejal del Ayuntamiento de Jerusalén, donde da una
diaria batalla con su compañero de partido, Yosef Alalu, profeta laico de barbas
bíblicas, a favor del diálogo, la negociación y la paz.

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También estaba allí Yehuda Shaul, fundador de Breaking the Silence (Rompiendo el
Silencio), organización integrada por ex soldados del Ejército de Israel, empeñados
(son sus palabras) en "abrir los ojos de israelíes y extranjeros sobre los excesos y
violencias que comete nuestro Ejército con los palestinos". Yehuda es religioso, no
político. El fuego que lo anima es moral y cívico, como a sus compañeros. Las
exposiciones que organiza -ahora hay una en el Círculo de Bellas Artes de Madrid-
muestran, a base de fotos, vídeos y testimonios de militares, el vía crucis palestino. Con
Yehuda estuve todo un día recorriendo las cuevas del sur del Monte Hebrón,
espectáculo deplorable de campesinos y pastores árabes que, despojados de sus tierras
por los colonos de Gush Emunim, se aferran desesperados a un territorio, cercado por
puestos militares, donde los escasos pozos de agua que existían han sido cegados por
los invasores para obligarlos a partir. La inmensa mayoría de los israelíes, que han
alcanzado tan altos niveles de vida como los de los países más avanzados, no
sospechan siquiera que, a muy poca distancia de sus higiénicas viviendas, lindos
jardines, fértiles tierras e industrias de alta tecnología, malvive una sociedad miserable
condenada -si no cambian antes las cosas- a la desaparición.

Pero todavía es peor el espectáculo que ofrece Gaza, adonde volví luego de cinco años,
un día después del asalto de los comandos israelíes al Mavi Marmara. Las casas
bombardeadas en los barrios de Beit Lahiya, al norte de la Franja, y de Ezbt Abed
Rabbo, lucen sus interiores desventrados, sus muñones de fierros y sus escombros por
doquier. Lo peor no es la desolación del panorama, sino advertir que, en esas ruinas a
punto de desplomarse, viven familias enteras, nubes de chiquillos desarrapados y
descalzos que trepan y saltan entre los derrumbes con total inconsciencia del peligro
que corren. Bernard-Henri Levy niega, en un artículo publicado en EL PAÍS el 8 de
junio, que en Gaza haya hambre, pues Israel, dice, permite entrar camiones con
alimentos diariamente a la Franja. Está muy mal informado. En Gaza hay hambre,
desnutrición, enfermedades que no se pueden curar y gente que muere por falta de
medicinas y por falta de repuestos para los equipos médicos, como lo descubre
cualquiera que visita el Al-Shifa Hospital y habla con sus médicos y se horroriza con
las condiciones en que trabajan.

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El bloqueo de Gaza no tiene excusa alguna pues condena a su millón y medio de
habitantes a una muerte lenta. Las principales víctimas no son los terroristas de Hamás
sino los seres más desvalidos: los viejos, las mujeres, los enfermos y los niños. El
bloqueo no les permite exportar ni importar, ni siquiera pescar pues apenas se les
autoriza a hacerlo dentro de las tres millas marinas de la playa ¡donde no hay casi
peces! Quienes viven en esas condiciones difícilmente pueden evitar llenarse del odio y
resentimiento que hizo posible la victoria electoral de los fanáticos de Hamás.
¿Volvería ahora a ganar las elecciones la organización terrorista? Casi todas las
personas con las que hablé en Gaza me aseguraron que hay una decepción muy
extendida con las autoridades actuales y que Al Fatah ha recuperado la popularidad
que tuvo en tiempos de Arafat. Este fenómeno se debe, en gran parte, al auge
económico que han tenido en este último tiempo las ciudades palestinas de Cisjordania,
gracias a la política del primer ministro Salam Fayyad.

Una de las grandes paradojas de lo que ocurre ahora en Israel es que, por primera vez
en los 35 años que vengo visitando el país, todos los israelíes con los que conversé -y
fueron muchos- aceptaban como principio, algunos con alegría y otros con
resignación, la fórmula de dos Estados independientes como solución del problema
regional. ¿Cuál es la razón, entonces, de que no haya negociaciones? Los colonos. Son
sólo unos 400.000, pero activos, recalcitrantes y fanatizados. Sin embargo, en una cena
donde el periodista Gideon Levy, a la que asistían dos escritores que yo admiro, A. B.
Yehoshúa y Amos Oz, este último me aseguró que sólo una fracción de unos pocos
miles de colonos resistirían con las armas un acuerdo palestino-israelí. Lo que falta no
son ideas ni buena voluntad, sino un líder lúcido y valiente que actúe. ¡Ah, si los justos
de Israel estuvieran en el poder!

EL COLUMNISMO
Este género le debe su nombre a su formato habitual: la columna de 30 a 60 líneas de
extensión (aunque con frecuencia el texto se distribuya transversalmente en faldones).
Tiene su antecedente en el artículo de costumbres del siglo XIX, inspirado en la novela
realista, de la cual podría ser una semblanza o un fragmento. Surgió en Estados Unidos

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a finales del siglo XIX, cuando los periódicos dejaron de ser la voz del editor/director y
se convirtieron en entes impersonales, informativos, fuente de la necesidad de una voz
más cálida, identificada primero con siglas, luego con un seudónimo, y finalmente con
nombre, apellido y un retrato (Bond, 1965).
El columnismo español se inscribe en una venerable tradición que llega a los
libelos de Francisco de Quevedo (Anales de Quince Días). En términos estrictamente
periodísticos, su punto de arranque lo representan las obras de Mariano de Larra –el
gran crítico de las costumbres hispanas (recuérdese su celebrado Vuelva usted
mañana)- y de Ramón y Mesonero Romanos, quien a través una gran diversidad de
géneros (crítica literaria, opinión política) dio rienda suelta a su talante liberal. Ya en el
siglo XX, seguirán sus pasos Azorín, José Ortega y Gasset, y Wenceslao Fernández
Flores. Entre las plumas catalanas, imposible obviar a Joan Maragall; las glosas de
Eugeni d’Ors -apuntes breves y concisos de la crónica cultural y política-; y a Josep Pla,
el primer periodista profesional de Cataluña, renovador del artículo costumbrista y de la
semblanza.
En su vertiente más personal, el columnismo ofrece una exuberante
demostración de la variedad de recursos estilísticos disponibles a quienes practican la
opinión: heterogeneidad; cultismos, jergas profesionales, argot, neologismos,
diminutivos, tacos; el exacerbado “yo” con el que el periodismo parece desquitarse de la
impersonalidad obligada en los demás géneros; el uso de la digresión, esa parte central
de la pieza oratoria romana en la que el orador, tras plantear el caso y sus argumentos,
se “va por las ramas” sin perder el hilo, con el propósito de agradar al auditorio y darle
un respiro antes de atacar las conclusiones. En ciertas ocasiones adopta una estrategia
persuasiva basada en el “logos”, es decir, en el desarrollo de argumentos sólidos
basados en datos objetivos que apoyan la tesis defendida instando a los lectores a actuar
en el componente solución, mediante el uso de actos ilocutivos directivos en oraciones
imperativas.
Es el más literario de los géneros. Entre sus cultores figuran periodistas
devenidos “literatos” (Maruja Torres, Elvira Lindo, Alfonso Ussía) y escritores
profesionales (Javier Marías, Juan Manuel de Prada, Manuel Vázquez Montalbán,
Eduardo Mendoza). La compilación de columnas en formato libresco acredita la
facilidad con la que esos textos se convierten en una variante de la literatura ensayística.

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Las plumas de prestigio han elegido la columna para su lucimiento, cosa que atribuimos
a las libertades y facilidades ofrecidas por ese género, que no debe atenerse a ningún
trabajo de campo ni preocuparse por la relación entre los hechos y su expresión verbal.
Su gran heterogeneidad hace de la columna un género difícilmente definible.
“Con un modo de expresión muy libre en lo formal y con ciertas exigencias de
identificación con el medio en cuanto al fondo, ocupa un espacio fijo y reconocible con
una periodicidad mínima de dos semanas al mes sin contar interrupciones vacacionales.
Pero no hay regularidad clara en la mayoría de los periódicos. (...) la columna sólo es el
espacio fijo creado por el periódico” (Casals, 2004:64).

Auge del columnismo


El columnismo es tal vez el género argumentativo más popular, junto con las viñetas, el
que leen los que se saltan los editoriales y los artículos de fondo. A su difusión ha
contribuido la creciente preferencia del lector por textos más cortos y la presión de los
medios por comprimir los espacios. En el citado estudio de Casals se contabilizaron 199
columnistas en los siete periódicos estudiados. Representan sólo el 7,84% del total de
autores de opinión (2.538), pero escribieron el 67,41% de los textos argumentativos
publicados. “Estas citas periódicas con los lectores constituyen la más importante
posibilidad de influencia ideológica que pueda organizarse. Además, muchos de ellos
opinan de tertulianos en las radio pública y privada, y fungen de “opinólogos”
igualmente en las televisiones” (ídem, pag. 64).
Los 199 columnistas tienen la misma representación profesional que el total de
los articulistas, pero con los valores invertidos:

Periodistas: 104 (52,26%)


Escritores: 32 (16,08%)
Profesores universitarios: 20 (10,05%)
Políticos: 7 (3,51%)
Aunque la profesión de columnista es principalmente periodística, más de una
cuarta parte (48%) son escritores, profesores y políticos.

Columnistas con más de 90 columnas al año:

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ABC.................................. 9
El Correo.......................... 1
El Mundo......................... 10
El País.............................. 1
El Periódico de Cataluña.. 5
La Vanguardia................. 4
La Voz de Galicia............. 4

Los periódicos que cuentan con el mayor número de columnistas con una
frecuencia de publicación mayor que la semanal (más de 90 artículos al año) son El
Mundo (10) y ABC (9), cabeceras que no casualmente muestran la ideologización más
marcada en la prensa analizada. Ninguno de ellos comparten sus columnistas con otros
periódicos; a diferencia de los otros cinco diarios que sí compartido a lo largo del año
estudiado algún columnista. Le siguen El Periódico de Cataluña (5); La Vanguardia
(5); La Voz de Galicia (4); El País (1); y El Correo (1).
El columnismo es muy relevante. De los 18.528 artículos publicados en las
secciones de Opinión analizadas, 12.503 corresponden a piezas de columnistas (cerca
del 68 por ciento). Lo más generalizado es el columnista de periodicidad semanal. Muy
pocos escriben casi todos los días del año, sin tomarse vacaciones. Esta elite la
componen Manuel Alcántara (El Correo); Jaime Campmany (ABC); Antonio Gala (El
Mundo); Eduardo Haro Tecglen (El País); y Baltasar Porcel (La Vanguardia).
Existe una tendencia creciente a disminuir el espacio reservado a los
columnistas, de tal modo que sus escritos tienen que resolverse en unas 300-350
palabras, cuando no menos. En algunos periódicos ese espacio se ha reducido hasta el
punto de que lo que escribe un columnista es una especie de sentencia. Es lo que hace a
diario Antonio Gala en su columna La Tronera (El Mundo).

Temática neocostumbrista y política


Dos grandes temas ocupan a los columnistas. Uno es el costumbrismo en el linaje del
larreano “Vuelva a Ud. Mañana”. Con un estilo realista o fantástico, estos moralistas
diseccionan las costumbres de la sociedad española y sus mutaciones al compás del

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proceso modernizador de los últimos años. La columna No pongas tus sucias manos
sobre Mozart, con la firma de Manuel Vincent, ejemplifica este neocostumbrismo
crítico enfocado en las usanzas de la clase media progre. Una visión crítica y aguda de
la vida humana, con un poco de filosofía y unas gotas de humor. (el tono severo y
dramático de Rosa Montero, divertido en Maruja Torres).
Su otro gran tema es la política. Cabe aquí distinguir las columnas de análisis, en
línea con el estilo inaugurado en Today and Tomorrow por Walter Lippman, que
manejan abundante información y marcan la tónica de la opinión firmada en The New
York Times o The Herald Tribune International (en España se encuentran en las
secciones de Internacional y de Economía de El País y La Vanguardia). “No suelen
juzgar de un modo contundente, es decir, utilizando juicios de valor o de intenciones o
categóricos. (...) tienen un tono frío (...) su personalidad como escritores no se basa en el
ingenio brillante, sino en la exposición clara e inteligente de las cuestiones tratadas (...).
Los nombres que presiden este tipo de columnas no son tan conocidos ni apreciados
popularmente como los que firman las columnas personales” (Casals, 2000:39).
En contraste, otro tipo de columnas se manifiesta abiertamente partidario en
materia de política nacional. Sus autores actúan de espadachines de la causa abrazada
por su periódico, circunscrita a la dicotomía Gobierno/principal partido de la oposición
(contra el PP los de El País, contra los socialistas los de El Mundo, Abc y La Razón),
tarea quie ejercen con mayor o menor autonomía (en El Mundo la coordinación de sus
columnistas en abordar el mismo tema político sugiere que responden a una consigna
lanzada por la dirección). Más mesura guardan los columnistas de La Vanguardia,
quizás por la distancia que mantienen con las cosas de “Palacio” que tanto encandilan a
sus pares madrileños.
De esos autores, Casals afirma: “Tienen una clara misión propagandística, muy
evidente en columnistas de ABC y de El Mundo (César Alonso de los Ríos, Carlos
Dávila, Jaime Campmany, A. Ussía; F. Jiménez Losantos, Gabriel Albiac...). Con
diferencias de grado, hacen ideología, sin que esto constituya ni mucho menos una
crítica negativa. En cada caso hay que analizar cómo y hasta dónde llegan en ese intento
persuasivo de la comunicación ideológica -de cualquier modo, discutible-, y del
adoctrinamiento, cuestión insoportable. Actúan, en su mayor parte, como ideólogos
activos en dos direcciones: los que son ejecutores de campañas políticas y los que tratan

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de combatir consignas y pseudorealidades propagandísticas o de distracción (Casals,
2004:62).
El País conjugó su apoyo al gobierno de Felipe González con la inclusión de
columnistas y articulistas situados más a la izquierda de su línea editorial, como Manuel
Vázquez Montalbán, el “cebo” para enganchar a votantes de Izquierda Unida que no
disponen de un medio que exprese sus opiniones. Años más tarde, El Mundo le aplicó
una dosis de su propia medicina arrebatándole su gran columnista, Francisco Umbral,
con el propósito de arrastrar a los lectores más izquierdistas de aquel periódico,
descontentos con su postura oficialista frente al gobierno de González. (Más
recientemente, Público, fervoroso partidario de JL Rodríguez Zapatero, recurrió a la
misma táctica con una plantilla de columnistas próximos a la izquierda más radical y al
15M). El País ha buscado mantener su amplitud ideológica con una oferta que abarca
desde un Pedro Schwartz, representante del neoliberalismo económico, un Herman
Terstch, visceral anti-comunista, antinacionalistas como Félix de Azúa, anti-feministas
como Javier Marías, teólogos progresistas como Miret Magdalena, y divulgadores
sociológicos como Vicente Verdú.
Menor presencia tienen la columna humorística o satírica, tan frecuente en años
anteriores, y la columna de divulgación científica y de política científica (excepción
hecha del desaparecido suplemento Futuro de El País).

El divismo de los columnistas


La columna personal ha sido calificada por Martínez Albertos de gueto privilegiado del
periodismo impreso delimitado por: “espacios de tema absolutamente libre, como
cheques en blanco, para escritores famosos; con la única condición de que firmen sus
trabajos”. (1974:385). El columnista de nuestros días es, en múltiples ocasiones, el
único protagonista de sus comentarios. Quien más ha practicado un estudiado
exhibicionismo, con descaro y desparpajo, ha sido Francisco Umbral. Por su lenguaje
original y su capacidad para renovar los cánones del género, se convirtió “en el
columnista más significativo de la transición democrática” (López Pan, 1996). Su
celebridad le permitió gastarse boutades tales como las de publicar sus columnas en
ABC con la complicidad de su director, Ansón, quien lo “tomó prestado” de El Mundo.

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En el periódico conservador Umbral mantuvo su estilo provocador y desenfadado, hasta
que la protesta de los lectores le devolvió al cabo de un mes a El Mundo.
El columnista -un francotirador bien posicionado en comparación a los
batallones de reporteros- ha alcanzado en nuestra prensa una presencia enorme, por no
decir desmesurada. El magnetismo ejercido por algunos de ellos ha logrado que muchos
lectores comiencen a leer el periódico por la contraportada. “Cada columnista tiene sus
seguidores, convencidos de antemano que, al leerle, se ven reforzados en sus opiniones”
(Muñoz Alonso, 19995:41). Conscientes de su magnetismo, los editores se disputan los
columnistas: véase el fichaje de Umbral por El Mundo, en su afán de quitar una franja
de lectores progresistas a El País, el de Arcadi Espada por el mismo periódico, con el
objetivo de captar lectores catalanes anti-nacionalistas.
Es sintomático el giro realizado por El País, un medio que inicialmente no
apostaba por el columnismo, excepción hecha de Francisco Umbral. El periódico
prefería el articulismo de fondo, más afín al modelo prestigioso de Le Monde. Sin
embargo, cedió a la presión de la competencia y a partir de la segunda década de los
‘90, apostó decididamente por la columna y las firmas célebres que opinen de todos los
ámbitos de la vida social.
Hoy, acceder al estatuto de “firma” se ha vuelto la meta de muchos periodistas,
seducidos por el estrellato asociado al columnismo. El fenómeno subraya las
desigualdades internas de la profesión periodística, marcadas por el contraste entre el
“divismo” de unos pocos y las inicuas condiciones laborales de la inmensa mayoría de
los trabajadores de la prensa. Asimismo, el éxito de las columnas personales dice mucho
del perfil del público, demandante de una opinión fuertemente subjetiva, apodíctica,
polémica, que no busca convencer sino atacar, no debatir sino reafirmar.
Paul Johnson exhortaba a “no explotar nuestro poder de columnistas con fines
personales”. No todos han seguido su precepto. De la influencia desproporcionada que
pueden alcanzar los columnistas nos alecciona la trayectoria de las estadounidenses
Louella Parsons y Hedda Gabler. La primera brilló con su columna de cotilleos,
difundida en más de seiscientos diarios del mundo. Seguida religiosamente por más de
20 millones de lectores, acumuló un grado de poder sin parangón. Respaldada por el
magnate de la prensa, William Randolph Hearst, Parsons se convirtió en una de las más
poderosas voces de la industria cinematográfica estadounidense. Arbitro social y moral

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de Hollywood, sus juicios eran más temidos que los de los críticos de cine. Tuvo por
rival a Hedda Hopper, tristemente célebre por haber denunciado durante el macartismo
a muchos presuntos comunistas, muchos de ellos simplemente liberales. Este poder para
arruinar carreras y reputaciones fue retratado en el filme Sweet Smell of Success (1957,
A. MacKendrick) a través de las tropelías de un inescrupuloso columnista interpretado
por Burt Lancaster.

El columnismo y el respeto a los hechos


Otro aspecto crítico de la libertad del columnista concierne a su relación con los hechos.
¿Hasta qué punto puede en su discurrir literario apartarse de ellos? A diferencia de lo
acostumbrado en sus pares anglosajones, algunos columnistas españoles se escudan en
esa libertad para tratar de forma poco cuidadosa a los hechos en los que basan sus
opiniones. Un ejemplo lo pone la columna de David Gistau publicada en El Mundo
(10/03/2005), en relación a la muerte en Bagdad del periodista español José Couso por
causa del disparo de un tanque americano. Gistau polemiza con quienes imputaban su
muerte a una decisión deliberada del ejército estadounidense:

“tan audaz e interesado como decir que a kilómetro y medio de distancia, en lo


más crudo del combate y de los miedos, un tanquista fue capaz de identificar por sus
rasgos a un camarógrafo español y tomar la decisión de asesinarle a sangre fría”.
Sus afirmaciones provocaron la respuesta airada de Javier Couso, el hermano
de la víctima, en una carta enviada el 11 de marzo a El Mundo (que al parecer no fue
publicada), en la cual argumenta lo siguiente:
“he tenido que documentarme a fondo sobre los hechos sucedidos -cosa que Ud.
no ha hecho-, me permito hacerle las siguientes consideraciones
1ª.- Quien mandaba el carro de combate que disparó sobre al Hotel Palestina
era un sargento profesional con muchos años de experiencia y no un “chaval rebosante
de miedos.”. Era un soldado curtido, que cumplió una orden superior.
2ª- Que el visor de un carro de combate M-1 Abrahams es capaz de señalar, con
claridad, objetivos a 4 Km. de distancia.
3ª- Que el disparo se produjo en ausencia de combates; por lo menos en los 35
minutos anteriores a éste y después de 10 minutos de permanecer apuntando al Hotel.

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4ª- Que, según los protocolos del Manual de Combate Urbano del Ejército de
los EE.UU., antes de disparar sobre un edificio civil, se debe informar a las Secciones
G-2 y G-3 (Información y Operaciones) del Estado Mayor y lo debe autorizar el propio
general jefe de la División. Ambas secciones tenían perfecto conocimiento de que el
Hotel albergada a tres centenares de periodistas internacionales. Es decir, según la
Convención de Ginebra, era un edificio de carácter CIVIL. Se trata, pues de una clara
vulneración del Derecho Internacional de la Guerra.
Si después de estas matizaciones quiere usted seguir jugando a las columnas de
gracia simplona y desea seguir contribuyendo a la fácil coartada de la "politización",
hágalo, pero no ponga en duda mí legitimidad o la de mi familia para intentar el
esclarecimiento de lo que de verdad pasó aquel fatídico 8 de abril”.

Otra muestra de opinión basada en hechos infundados la dio el entonces columnista de


El País, Hermann Tertsch, al acusar el 11 de abril de 2003 al periódico El Mundo de
obligar a su corresponsal de guerra Julio Anguita Parrondo, muerto bajo el fuego iraquí
mientras cubría el conflicto “empotrado” en una unidad militar estadounidense, a
comprarse su propio chaleco protector para ir a la guerra de Irak. Terstch llegó a instar a
los periodistas de ese medio a realizar un plante ante “quien obligó a Julio a comprarse
el chaleco antibalas con su dinero, lo que le impidió tener uno que le hubiera permitido
cumplir los requisitos de seguridad que se exigía para sumarse al convoy que partía
hacia Bagdad y abandonar el campamento donde murió'. Una carta del director de El
Mundo pidió de inmediato una rectificación aduciendo un documento probatorio de que
Anguita Parrondo 'disponía de un chaleco de protección SI IIIA' que había comprado la
empresa editora en un lote de seis...”. A Terstch no le quedó más remedio que rectificar.
La otra cara de la libertad del columnista la tenemos en la historia de Hayword
Broun, una firma del periódico estadounidense World. En los años 20, Broun expresó
en sus columnas puntos de vista distintos a los de la línea editorial de su medio; cuando
venció su contrato no se lo renovaron. Su derecho a decir lo que quería chocó con la
potestad del dueño del periódico de suprimir la columna que no juzgaba conveniente.
En España algo similar le ocurrió a Cándido (seudónimo de Carlos Luis Álvarez), cuya
columna en ABC fue suprimida en 1968 por disentir con la línea editorial del periódico.
En 1983, le volvió a ocurrir lo mismo con otra columna y salió definitivamente de ese

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diario (Santamaría, 1997:120). Los columnistas lo saben y han aprendido a moverse en
el filo de la navaja.

OPINION ICONOGRAFICA
Llamamos opinión iconográfica a las obras gráficas realizadas para la prensa (chistes de
una viñeta, caricaturas, historietas, tiras cómicas o planchas enteras) que giran en torno
a la actualidad política y social. Preferimos esa denominación a la de humor gráfico,
para distinguirla de las tiras cómicas habituales en la prensa del otro lado del Atlántico.
La opinión iconográfica es de larga data; en parte por la fácil inclusión de los
dibujos en las planchas de grabado de los periódicos; en parte porque distendían al
lector atosigado de noticias duras; en parte por deslizar críticas más difíciles de plantar
abiertamente. Conoce tres modalidades: la caricatura, la viñeta y la historieta. La
caricatura es, según el caricaturista Enrique Agramonte, “…una línea o serie de líneas
que en conjunto forman la expresión de una idea. Esta idea debe ser expresada con
elementos básicos, para demostrar clara y concretamente lo que deseamos”.
Quintaesencia de la sátira, la caricatura puede desenmascarar, criticar o atacar a
una persona, un partido, una clase, una institución, un gobierno, una situación, una
nación o una etnia, destacando sus costados ridículos o negativos. Constituye un
instrumento de lucha ideológica y crítica social, uno de los medios más extraordinarios
para sintetizar una situación problemática con un gesto hiperbólico que dibuja y grita un
pensamiento. Le permite a un periódico exhibir su amplitud de criterios, admitiendo
bromas a costa de sus valores más preciados (Forges, por ejemplo, acostumbra burlarse
de las prácticas periodísticas tomando como blanco a las redacciones de prensa).
Los chistes gráficos tienen en la prensa la misma jerarquía que cualquier nota
escrita, ya sea el Editorial, las notas de opinión o bien las notas de actualidad. Dada su
importancia, no conforman textos de “segunda categoría” dentro del corpus de un
periódico, en la medida en que ellos también dan cuenta de la realidad, la evalúan, la
critican, la elogian, la ridiculizan, con una salvedad: su carácter gracioso, humorístico,
es lo que lo permite (Chamorro Díaz, 2005:16).
“En la memoria colectiva de este país está una famosa viñeta de Forges como
respuesta a una campaña institucional durante el régimen franquista en prevención de

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incendios forestales cuyo lema era ’si el monte se quema, algo suyo se quema’. En
plena efervescencia de este anuncio, el genial Antonio Fraguas publicó una viñeta en la
que un campesino repetía el mismo eslogan, pero añadiéndole al final: “....señor
Conde”. Aquel pequeño dibujo se convirtió en ese momento en una magnífica
herramienta como texto de opinión para denunciar el desigual reparto de la propiedad
rural” (Yanes Mesa, 2004:266ss). Este uso de la caricatura –muy habitual en España,
donde la mayoría de los viñetistas profesan ideas progresistas- no debe llamarnos a
engaño: en la caricatura, como en todo el espectro de la opinión, puede haberlas
sexistas, xenófobas, reaccionarias, etc.

Historia del humor gráfico


“Una historia general de la caricatura en sus relaciones con todos los hechos políticos y
religiosos, graves o frívolos, relativos al espíritu nacional o a la moda, y que han agitado
a la humanidad, resultaría una obra gloriosa e importante”, decía Baudelaire. Esa
historia se remontaría a las culturas mesopotámicas, precolombinas, egipcias...; más
será en la Francia decimonónica donde el género alcance su madurez, en el apogeo de la
prensa de opinión (véase la obra de Daumier satirizando a jueces y abogados). En
España la caricatura moderna se inicia con Goya y sus "Caprichos" y "Disparates”,
cargados de humorismo trágico. Le seguirán las Hojas Sueltas que circulan entre 1808
y 1812, grabados anónimos que arremetían contra Napoleón con títulos como “El
Arlequín de Europa”, “La salida del rey ambulante y su legión devota” o “Matador
corso en peligro” (Gómez Imaz, 1910). A mediados del siglo XIX, las caricaturas
aparecen firmadas por nombres como Alenza, Cilla, Sancha, Sileno, Tovar, Montagud,
Pons, Junoy, Grau, Apeles Mestre y Rodríguez Castelao, entre otros, en las revistas
madrileña El Fisgón y El Cascabel, la levantina Valencia Cómica, la granadina
Andalucía Alegre y las barcelonesas Madeja Política o Cu-Cut.
En los años 30, la caricatura mantuvo un perfil sobresaliente (Fray Lazo, El
Gato Negro, Gutiérrez), sufriendo un eclipse tras la Guerra Civil. El ojo crítico de los
humoristas siempre atrajo la mirada de la censura; sin embargo, esa vigilancia no
impidió la vigorosa salud del humor gráfico bajo los regímenes más represivos (La
Codorniz, con su “humor de patíbulo” en un país donde se fusilaba con asiduidad, o la
revista Humor en la Argentina de la dictadura). En las duras condiciones de la

16
inmediata posguerra española, la prensa satírica desapareció o pasó a la clandestinidad,
pero los humoristas fueron acogidos por la prensa generalista. A partir de los años ’50,
la viñeta humorística y la tira cómica retornan a los rotativos. La prensa satírica resucita
en cabeceras como La Codorniz, casi el único reducto del humorismo durante los 40
años de franquismo; luego llegaría Hermano Lobo, al amparo del clima de distensión
de los años ‘60; ya con la democracia, los dibujantes vuelven por sus fueros a las
cabeceras de humor (El Cocodrilo, El Jueves, Cuadernos de Humor), y a revistas y
diarios de todo pelaje. El alto nivel del humor gráfico actual lo corroboran las viñetas de
Forges, Gallego y Rey, Máximo, El Roto....
En The Washington Post, la caricatura, explicaba Herb Block, “es similar a una
columna o a cualquier artículo firmado, y distinta de los editoriales, que expresan la
posición del periódico en sí mismo. Otros periódicos trabajan diferente. En algunos, la
caricatura acompaña un editorial. El dibujante puede participar de la reunión donde se
discuten los contenidos de los editoriales y de las caricaturas, o puede recibir una copia
de los editoriales antes de ser publicados. En otros periódicos, el caricaturista de la
página editorial casi nunca aparece por las oficinas, se remite a entregar su trabajo o a
enviarlo por correo. Incluso, en otras oportunidades, los caricaturistas someten uno a
varios esbozos a la aceptación del periódico” (Graham, 1978:172)
La viñeta a dos o tres columnas ha ocupado el hueco dejado por el periodismo
humorístico practicado por Julio Camba, Miguel Mihura y Alvaro de la Iglesia. El
humor iconográfico parece ser un privilegio de los grandes medios. La prensa deportiva
no apela a él excepto en ocasiones especiales, y lo mismo puede decirse de los diarios
regionales y locales.

Estilos de viñetas
Hay humoristas directos, sutiles, casi abstractos, surrealistas. Algunas viñetas (Máximo)
rezuman un humor metafísico levemente anclado en la actualidad. Las tiras de Peridis y
Battlori, en cambio, mantienen una relación directa con la información que abre la
sección de Nacional de El País y La Vanguardia respectivamente, como si formularan
el sentir íntimo del autor del texto informativo, un sentir que éste no expresa
abiertamente.

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Las viñetas de Gallego y Rey y Nacho, publicadas en la sección de Opinión de El
Mundo, conectan con el editorial del día a través de relaciones de refuerzo o
complemento.

Y las historietas de El País de las Tentaciones, junto con las de Malena en El País
Semanal, son críticas graficas de costumbre (de las costumbres de los jóvenes
alternativos en el primer caso, y de la condición de la mujer profesional en el segundo
caso).
Más fuerte es la apuesta de ABC, que se permite ilustrar con una gran caricatura
de Mingote la portada.

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Imitando a la viñeta de Plantu en Le Monde, el diario argentino Pagina 12 lleva una
viñeta en la portada -lo primero que leen los lectores- y constituye un auténtico editorial
sobre la noticia del día.
Hay viñetas con o sin palabras. La última modalidad encierra una mayor
creatividad e invención estilística que el dibujo que alterna con lo verbal: al ser
enteramente visual su comicidad está más lograda, porque deslumbra al destinatario y lo
sorprende. “El dibujo, por sí solo puede restituir una disyunción, la cual puede tener
contenidos sólidos acerca de determinadas prácticas de la realidad social, situaciones
estereotípicas de la ciencia, los hábitos, la moda, las costumbres. Sin embargo, muchas
veces la escritura compensa la falta de brillo en lo gráfico, y por medio de la instancia
verbal le confiere mayor luminosidad” (Chamorro Díaz, 2005:13).
La importancia cardinal de la caricatura fue reconocida por el periodismo
americano en la persona del citado Herb Block, ganador de tres premios Pulitzer: el
primero por sus viñetas favorables al New Deal de Franklin D. Roosevelt: el segundo
por su crítica al macartismo; y la tercera por sus viñetas sobre el caso Watergate.

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Que el poder de las viñetas mantiene toda su virulencia lo confirmó la crisis
internacional desatada en septiembre de 2005 con motivo de la viñeta publicada en un
diario danés , que pintaba un Mahoma cargado de bombas (ver abajo). El despido del
redactor jefe de France Soir más el proceso abierto a la publicación satírica gala
Charlie Hebdo por publicar dichas viñetas son algunas de las consecuencias de esa
polémica, motivo de un crispado debate sobre los límites de la libertad de opinión
iconográfica.

OPINION FOTOGRAFICA
Aunque el estudio de la fotografía de prensa entra en el campo de otras asignaturas,
creemos oportuno detenernos un instante en un punto que salta a la vista de cualquiera

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que lea las páginas de Opinión de ciertos rotativos: el uso de la imagen fotográfica
como vehículo de juicios valorativos.
El modelo periodístico dominante concede la fotografía de prensa un papel
auxiliar de los géneros informativos. A ella le compete aportar el testimonio visual que
corrobora y refuerza los hechos referidos en la noticia anexa. Tal regla es trasgredida
cada vez que se le imprime un claro sentido opinativo mediante una leyenda o pie de
foto (Abreu, 2000). Mucho mayor es la trasgresión perpetrada por la fotografía
editorializante de portada, una práctica a la que recurre asiduamente el periódico francés
de izquierda Liberation. Su ejemplo ha sido seguido por el rotativo argentino Página
12 –centroizquierda- y en España por los conservadores ABC y La Razón.
Para mayor escándalo, los mencionados periódicos no sólo se valen de las
fotografías para vehiculizar opiniones; además las manipulan con ayuda de la tecnología
del Photoshop. Mediante este procedimiento Liberation confeccionó una portada
mostrando el rostro del presidente galo Jacques Chirac desfigurado por las radiaciones,
y así expresó su rechazo a los ensayos nucleares franceses en la isla de Mururoa.

Valiéndose de la misma técnica, La Razón, desde un ángulo ideológicamente opuesto,


dedicó dos portadas al líder nacionalista vasco Xavier Arzalluz; en una le borró la boca
(expresando el deseo de los editorialistas de acallarlo); y en otra perpetró un
fotomontaje superponiendo su rostro al de Osama Bin Laden, con el fin de demonizarlo.

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Semejantes prácticas están mal vistas en el medio fotoperiodístico español, donde se
entiende que el testimonio fotográfico no debe manipularse con fines distintos al de
corroborar los hechos presenciados por el fotógrafo.

NECROLOGICA
Sostiene un dicho que la prensa es una institución que nos recuerda que ha muerto
alguien de quien ni siquiera sabíamos que estaba vivo. Pues bien, ése es precisamente
uno de los cometidos de la necrológica u obituario. Género apenas presente en los
manuales de Redacción Periodística, la necrológica da muestras de una gran vitalidad.
Siempre ha gozado entre los anglosajones de alta estima; tanta que los servicios de
documentación periodística surgieron en esos periódicos en la primera mitad del siglo
XIX, con la finalidad de acopiar información retrospectiva para la elaboración de
obituarios, y fueron llamados Morgues. En los últimos años las necrológicas se han
puesto de moda en la prensa española, que a menudo dedican una página entera a los
obituarios.
Biografías resumidas, redactadas de prisa, salvo los contados personajes de
avanzada edad o condición terminal cuya muerte se prevé con antelación, tornando
factible la confección de necrológicas de antemano. Esa práctica prudente ha dado lugar
a publicaciones a destiempo, fuente de jocosos comentarios del estilo de: “Los muertos

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que vos matáis gozan de buena salud” o “Toda noticia sobre mi muerte es ligeramente
prematura”. O se dan situaciones como la creada por la necrológica sobre el cómico
Bob Hope publicada por The New York Times el 29 de julio de 2003, donde si bien la
muerte de Hope era real, su autor, Vincent Canby, había fallecido casi tres años antes.
El obituario tiende a ser apologético, pues buscan hacer del fallecido un ejemplo
edificante (una cualidad acentuada en España, en donde, como decía Luis Miguel
Dominguín, “no se puede hablar bien de los vivos ni mal de los muertos”, y por lo tanto,
se parecen sospechosamente a las hagiografías, esas vidas de santos que fueron tan
populares en la Edad Media). Respecto de ese punto, la columnista Rosa Montera
escribió un texto, “Necrológicas detestables” (El País Semanal, 8/11/1997) en el que
denunciaba la condición mentirosa del género por omitir los aspectos negativos del
muerto. Eso no quita que The Economist se despachara en el obituario dedicado al
fallecido magnate de la prensa Robert Maxwell, con un lapidario: “era un mentiroso”.
Cuando una muerte posee un valor periodístico excepcional, se sutrae al
pequeño formato de la necrológica y salta a la sección informativa correspondiente: la
muerte de un Papa recibirá amplia cobertura en Internacional; el fallecimiento de un
escritor famoso ocupará varias páginas de Cultura; y la desaparición de un futbolista
mítico provocará un gran despliegue en Deportes. En tales circunstancias, acompañan la
información sobre el deceso colaboraciones que constituyen auténticas necrológicas.
Por el contrario, a veces los difuntos aludidos en los obituarios le suenan poco o
nada al lector medio. En un texto titulado Detrás de las buenas necrológicas, el
escritor Andrés Trapiello “adivinaba el alma de un novelista, de alguien que ponía en
claro esas vidas, muchas veces oscuras: «En general, eran notas cortas, veinte, treinta,
cuarenta líneas de una columna. Solían corresponder a gentes notables o que lo habían
sido hacía mucho, gente que había brillado en su tiempo, pero que se había apagado; en
fin, esa clase de hombres y mujeres que creíamos muertos desde hacía mucho tiempo
(...) Eran vidas también, en su mayoría, de otras partes, de países lejanos, a veces de
países extraños o que habían dejado de existir, como Siam, de épocas remotas, un
violinista del imperio austro-húngaro, el rajá que se gastó toda su fortuna con una
suripanta, la penúltima amante de Mussolini, el inventor que moría pobre mientras veía
enriquecidos a los usurpadores de su talento, o el penúltimo propietario del diamante
'Excelsior'” (El País, 26/08/1996).

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¿Con qué rasero se decide en una redacción quien merece una necrológica? A
modo tentativo, diríamos que ni las personas demasiado importantes (su muerte
adquiere de inmediato el estatuto de “noticia”), ni las demasiado irrelevantes. Lo que
mejor le cuadra son personajes con una trayectoria poco conocida para el lector, y que
guarde algún interés. Una pauta que se desvía del criterio tradicional de ejemplaridad.
El obituario va titulado con el nombre del fallecido y su profesión o actividad
más destacada, un atributo fundamental ya que su desempeño en ésta suele ser donde
reside todo el interés de la persona de cara al lector. Encabeza el cuerpo del texto una
mención a las circunstancia del fallecimiento (fecha, lugar y, si no supone un daño a la
intimidad, la causa). Según los periódicos, puede ir acompañada de una fotografía del
difunto.
Es preciso no confundir ese género con la noticia del fallecimiento, un material
informativo básico para su elaboración; ni con la esquela, notas breves publicadas en la
prensa por los deudos a la memoria del difunto.
Por último, decir que algunos periódicos estadounidenses han adoptado la
costumbre de cobrar a los deudos de los fallecidos por publicar custom obituaries
escritos por ellos, a medio camino entre la esquela y la necrológica. Tales textos
incluyen recuerdos emotivos del difunto e información sobre sus aficiones y demás
actividades en vida.
El obituario es, por otra parte, un buen ejemplo de la mezcla de planificación y
espontaneidad del material periodístico. La muerte es un acontecimiento aparentemente
imprevisto: no podemos saber exactamente cuándo un líder político o un jefe de estado
o una figura del espectáculo morirá, pero sí saber que lo hará, tarde o temprano. Por eso,
los obituarios pueden prepararse con antelación, dejándose en blanco solo un par de
líneas referidas a la fecha y circunstancias de muerte, que serán puestas por el redactor
de turno cuando ella ocurra.

TRES EJEMPLOS DE NECROLOGICAS ESPAÑOLAS

'Muere Celia Gámez, cuyas canciones reflejan casi toda la vida de España en
este siglo',

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'La popular tonadillera, que padecía mal de Alzheimer, será enterrada hoy en
Buenos Aires'

Por Eduardo Haro Tecglen (EL PAIS)

A las 10 de la mañana de ayer en Buenos Aires murió, escondida del paso de


las décadas, una leyenda española: Celia Gámez, La Celia. El mal de
Alzheimer, que la invadía desde hace años, apagó su voz en un hospital
geriátrico cercano al arrabal de La Chacarita, en cuyo cementerio será
enterrada hoy, cerca de donde la célebre tonadillera nació. Tenía 87 años, pero
aquí, en el que fue su Madrid, su edad fue siempre un misterio impenetrable,
parte de su identidad, casi desde que llegó a España con su inconfundible voz
nasal adolescente. Murió como vivió, rodeada de gente, de su gente. La huella
de sus tangos, cuplés y chotis atraviesa casi toda la España de este siglo».

La Celia, la llamaba el pueblo madrileño: una adopción. «Eso quien lo canta


bien es La Celia», le dijo un día una muchacha española en una casa de París
donde estaba escondida, de incógnito, como si huyera de un amante (luego lo
cuento), cuando la escuchó tararear la 'Estudiantina portuguesa' mientras se
planchaba un traje (todas sabían planchar: costumbre de camerino). Vino aquí
con papá, de niña, cantando tangos -con buen estilo, como Imperio Argentina;
los paseó por la monarquía, y por el Madrid golfo del teatro Pavón, las
churrerías al amanecer -con aguardiente-, los militares ludópatas del Círculo de
Bellas Artes, los señoritos con pistola y las 'vedettes' amantes de generales (La
Caobita con el dictador Primo de Rivera; y otras que aún viven y tienen título
del franquismo). Era una belleza: una gran belleza. Un día le dije que sus fotos
en 'Crónica' y en 'Estampa' habían sido una de mis primeras pasiones sexuales
de niño y no le hizo gracia: era un recordatorio de la edad. Y lo cierto es que los
años le embellecían. Pasó con felicidad de la monarquía a la República. Como
el Madrid golfo, y la Puerta del Sol de los grandes cafés de tratantes de ganado
-El Colonial- y los periodistas, los intelectuales -Correos, y Pombo: tiraron la
casa de ese templo, y aún sigue siendo un solar en la calle de Carretas-; hay

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un gran retrato de época en los primeros tomos de memorias de Cansinos
Assens (Alianza Editorial); del tercero no se sabe nada. En esa época le llegó
su apogeo: centro de la revista más bien soez de la época, Celia entró en un
monumento -cuidado, dentro del género- que fue 'Las Leandras', de Muñoz
Román y del maestro Alonso: 'Pichi', 'La java de las viudas'...

Los números aún se cantan, y existe un disco con su voz de aquella primera
época, aunque trágicamente reformado: la voz es la misma, pero han creído
mejorarlo al añadir a su banda sonora una gran orquesta moderna (Colección
Con Plumas: dicho sin mala intención).Celia, falangista: siguió siendo durante
toda la República amiga de militares, señoritos con pistola; añorante de un rey
por el que no se sabe si tuvo amoríos -era un rey muy aficionado al teatro; muy
madrileño y, como todos, ilusionado por Celia Gámez- aunque ella no
desmentía nada: ni afirmaba. Los fascistas pasaron La guerra civil la cogió
fuera, en la gira -entonces se decía 'tournée' por el Norte; y se sumó con
alegría y con ilusión. Es verdad que ciertos oficios necesitaban de las clases
poderosas para subsistir: las castas que mantenían.

Además, esos oficios eran profundamente católicos, y llenaban sus cuartos de


imágenes. Celia ganó la guerra y se lanzó a la victoria con un chotis: 'Ya
hemos pasao'. Era una respuesta burlona al 'No pasarán' de los madrileños. En
las 'Canciones para después de una guerra', de Basilio Martín Patino, está,
entero, tal como se filmó entonces: con imágenes de los portadores obligatorios
de paz en el contrapunto de la Cibeles protegida por ladrillos y sacos terreros y
del Madrid hambriento. No, ciertamente, por voluntad de quienes le defendían,
que eran los hambrientos. Pero Celia, con su triunfo militar, se quedó sin
género. ¿Cómo iba a reponer 'Las Leandras'?

Era la supuestamente divertida historia de unos provincianos que van a un


burdel y se equivocan con un colegio religioso -la orden de las monjas
Leandras, o de San Leandro-, y los chistes eran los adecuados: «Tenemos una
pupila que hace unas maravillas en puntillas», aludiendo a la labor que
aprendía la niña, y a los paletos se les hacía la boca -o lo que fuera- al pensar
en esa maravilla pequeñita que se ponía de puntillas para el sexo... Tardaría
muchos años en revisarse la letra, el argumento y dejar casi solamente los

26
números para que Celia pudiera reponerla. La revista no cesaba, pero era
modosa, con trajes largos y pequeñas insinuaciones sin exageración. Nada de
eso era digno de Celia Gámez -o Gómez, su verdadero apellido-: inventó un
género. En realidad era la opereta, o la comedia musical, pero adaptada a sus
condiciones. Sus condiciones eran ella misma: nunca tuvo voz -el tango fue
todo estilo-, ni supo bailar. Era otra cosa: su belleza, y no sólo eso. Un ser
carismático en el escenario, al que no importaba rodearse de chicas jovencitas
y guapísimas, porque ella era «doña Celia». Este género tenía «dignidad»: era
el momento en que el teatro se vestía de lujo -decorados, traje- y ella lo hizo
mejor que nadie, con los mejores escenógrafos y decoradores de la época. Y
los poetas escribiéndole las letras de las canciones -la estructura teatral la
siguieron los autores del género: Ramos de Castro, Rigel, Muñoz Román, José
Luis Sáenz de Heredia- y los grandes músicos populares, de teatro: alguno
como el maestro Padilla ('La violetera', 'El relicario'), que vino de París para
servirla. Cambió de público: ya no era tan popular, pero había una clase media
amplia: y fueron a verla las señoras. Y la Señora. Su género había sido sólo
para hombres -y demi mondaines- y ya tenía «clase». Esa clase. El matrimonio
como escándalo Y se casó. Quiso entrar en la burguesía por la puerta grande,
por la de San Jerónimo el Real. Si sus amores habían sido relativamente
escandalosos, su matrimonio lo fue más: una apoteosis de todos los
escándalos. En la gran escalinata del templo se habían acumulado miles de
madrileños con flores: cuando la vieron llegar vestida de blanco, como una
virgen, su indignación fue enorme. Quisieron lanzarse sobre ella para
arrancarle lo que les parecía una burla. Iba del brazo de lo quedaba del general
Millán Astray, tantas veces caballero mutilado, que era su padrino: y éste tuvo
que gritar el clásico «¡A mí la legión!», y los caballeros legionarios les
protegieron y entraron con ellos en el templo; y les sacaron por una puerta
trasera cuando la multitud lo invadía, persiguiéndoles. Al día siguiente hubo
que hacer en los Jerónimos ceremonias especiales de rehabilitación de la
iglesia profanada... Unos hermosos espectáculos que ya no se pueden
producir.

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Todavía le quedaba lo que podría ser su gran amor: el periodista Francisco
Lucientes. «Por fin uno del 'Heraldo' se acuesta con Celia», dijo el cínico
González Ruano: un cuarto de siglo de retrato. Lo vivieron como una tragedia.
Paco dejó todo para dirigir la compañía de revistas; luego, ella dejó el teatro y
los dos se fueron a vivir a París Al exilio sexual. No fácil: eran dos
temperamentos duros. A Paco le hirió de muerte. Cuando se separaron
definitivamente, él fue a Estados Unidos -donde había conseguido su mayor
fama- y volvió a España para morir prematuramente. Ella siguió en el teatro:
pero ya mal. Se volvió a Buenos Aires. De cuando en cuando volvía: recibía un
calor popular, pero tenía que dejarlo. Recuerdo de ella dos imágenes: poniendo
el jazmín en la solapa a Lucientes, en la reposición de 'Las Leandras'
(censurada), cuando se conocieron; y en París, diciéndome: «Me ha dicho una
vidente que seré presidenta de la República Española. Cuando elijan a Paco
presidente, claro»: vi que por el bar del hotelito modesto pasaba la sombra de
Eva Duarte

OBITUARIO. FRANCISCO GARCIA-VALDECASAS

Un rector contra las algaradas


Su gestión pasará a la Historia por la dura represión
de la revuelta estudiantil de los años 60

Roger Jiménez, El Mundo, 25 de enero de 2005

Rector de la Universidad de Barcelona entre 1965 y 1969, Francisco García-


Valdecasas será recordado por la posteridad como el rector que abanderó la
represión contra el incipiente movimiento antifranquista de los estudiantes
catalanes. Catedrático de Farmacología y padre de la ex ministra popular Julia
García-Valdecasasas, el ex rector falleció el pasado sábado en Barcelona.
Tenía 94 años.

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Mi recuerdo de Francisco García-Valdecasas se remonta casi a 40 años
atrás. Un día invernal de 1966, un grupo de jóvenes periodistas de diferentes
medios fuimos citados en el edificio central de la Universidad de Barcelona,
donde debía celebrarse una asamblea convocada por el recién nacido sindicato
democrático de estudiantes.
El ambiente era muy tenso. Los bedeles nos vetaron la entrada, pero
insistimos y nos hicieron pasar al despacho del rector, quien pidió nuestra
identificación y, finalmente, ordenó a su secretaría que nos extendiera una
autorización a modo de salvoconducto para poder transitar por el recinto. No
sin una admonición fulminante: «Son ustedes libres de hacer lo que quieran,
pero tengan en cuenta que de lo que escriban sobre lo que ocurra en esta casa
se les pedirá cuentas en la otra vida».
El rector Valdecasas era un hombre fiel a su época. De convicciones
firmes, depuró en los 60 a muchos brillantes universitarios -profesores y
estudiantes- que se vieron obligados a posponer sus estudios por haber
fundado un sindicato contrapuesto al oficial SEU. El balance de aquella
represión fue de 266 alumnos y 69 profesores expulsados, entre los que se
contaban personas de la categoría de Ernest Lluch, Jordi Solé-Tura, Evaristo
Manzano o Miquel Roca. Los vicerrectores Martin de Riquer y Entrena Cuesta
presentaron su renuncia.
Francisco García-Valdecasas había llegado a Barcelona tras aprobar
en 1939 las oposiciones a cátedra. Tras su etapa como rector, disfrutó de una
larga vida que le permitió ser padre de 10 hijos. Una de las hijas, Julia, quien
también siguió los estudios de Farmacia, destacó después en la política,
primero como delegada del Gobierno en el primer mandato de Aznar y después
como ministra de Administraciones Públicas. El antiguo rector, que ha muerto
nonagenario pero en envidiables condiciones mentales, fue distinguido con la
Orden de Isabel La Católica y con la Cruz de Sant Jordi.
Francisco García-Valdecasas, ex rector de la Universidad de
Barcelona, nació en Córdoba en 1910 y falleció en Barcelona el 22 de enero de
2005.

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(Contra-necrológica)

Francisco García-Valdecasas, investigador y docente

JOSEP LAPORTE, presidente del Institut d'Estudis Catalans

La Vanguardia, 26 de enero de 2005

El nombre de Francisco García-Valdecasas, fallecido hace pocos días, es bien


conocido por su ejecutoria como rector de la Universitat de Barcelona en una
época especialmente conflictiva. Pero no hay duda de que relativamente pocas
personas de fuera del mundo universitario conocen a fondo su trayectoria como
docente e investigador. En tanto que componente de la Escuela de
Farmacología, que dirigió durante cuarenta años, quisiera recordar algunos
aspectos de su paso por la facultad de Medicina.
Conocí al profesor García-Valdecasas en el transcurso del año 1940,
cuando, tras su llegada como catedrático de Farmacología, fue encargado de la
enseñanza de la Fisiología Especial. Los que cursábamos esta asignatura en
aquella triste época tras la Guerra Civil, a consecuencia de la cual un selecto
grupo de profesores había tenido que emigrar, padecíamos la enseñanza de
una asignatura tan fundamental por parte de un grupo de supuestos profesores
de cuyo nombre no quiero acordarme.
Valdecasas adquirió pronto fama de profesor serio y preparado, con un
listón de exigencia relativamente elevado, pero, en todo caso, justo en su
valoración global, sin que -a diferencia de lo que se estilaba- influyeran en sus
calificaciones factores de tipo extraacadémico. En 1947 fui aceptado en su
laboratorio. Y así, desde mi perspectiva, la figura del Valdecasas docente se
completó con la del investigador. La realización de la tesis doctoral en aquel
entorno cambió el rumbo de mi carrera, ya que de aspirante a endocrinólogo
clínico me transformé en aprendiz de investigador e inicié, al poco tiempo, la
actividad docente. Valdecasas consiguió hacer renacer el espíritu del

30
desaparecido Institut de Fisiologia y se había convertido en un digno sucesor
de figuras tan relevantes como Pi i Sunyer y Bellido.
Mi permanencia durante veinte años en la Escuela de Farmacología de
Valdecasas resultó fundamental para mi formación y absolutamente decisiva
para mi ulterior carrera académica. Ello me permite dar fe de dos grandes
méritos de Valdecasas: la creación de una saga de profesores universitarios
vinculados fundamentalmente a la Farmacología y el impulso a la investigación.
Lo primero no fue tarea fácil en una época como aquélla, en la que -como se
decía- de los diversos ejercicios de la oposición 'el primero y principal es formar
el tribunal'. A pesar de lo cual, de la escuela de Valdecasas salieron una
docena larga de catedráticos, cifra bien superior a la conseguida por otros
maestros de la época.
La tarea investigadora de Valdecasas y su equipo no tropezó con
otros inconvenientes que los derivados de la tremenda escasez de medios
propia de aquellas décadas. La tenacidad de nuestro director -que supo contar
con un amplio grupo de colaboradores en diversos ámbitos de la ciencia-
permitió realizar importantes progresos en la investigación básica y aplicada.
Pronto se establecieron relaciones con grupos científicos, primero del área
mediterránea y después del mundo anglosajón, y en las décadas de los
cincuenta y los sesenta los trabajos de la Escuela de Farmacología de
Barcelona empezaron a aparecer en prestigiosas revistas.
Pero tanto o más importantes que los logros en conseguir lo que ahora
llamaríamos un factor de impacto significativo me parecen las consecuencias
prácticas de la labor realizada por Valdecasas y colaboradores, es decir, su
traducción en aportaciones a la industria farmacéutica. La práctica totalidad de
las empresas farmacéuticas entonces existentes acudieron al laboratorio de
Farmacología en demanda de colaboración técnica, o bien fueron asesoradas o
dirigidas, desde un punto de vista científico, por miembros de la escuela. La
estrecha colaboración universidad-empresa iniciada en aquella época ha sido
un factor determinante en la positiva evolución, desde entonces, de la industria
farmacéutica de nuestro país.
Los evidentes logros de la cátedra de Farmacología de Barcelona,

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bajo el liderazgo de García-Valdecasas, bien merecen el reconocimiento de
todos, incluidos los que discreparon entonces de su gestión como rector. Me
complacen mis años de formación en su escuela, así como haber podido
contribuir en una pequeña parte a sus logros.

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