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EL OFERTORIO

Procesión de los dones


Concluida la oración universal, todos se sientan. Si el obispo celebra la
Misa, en ese momento recibe la mitra del diácono que lo asiste por la
derecha. En la liturgia papal, se la pone el segundo ceremoniero. Los
obispos que conceleban se ponen la mitra.

En ese momento puede iniciarse un canto. Se puede emplear el canto


de ofertorio que se encuentra en el Graduale Romanum o en
el Graduale simplex u otro canto aprobado por la Conferencia de los
Obispos. (IGMR 74 y 48)

En ese momento se lleva el pan y el vino. Es conveniente que los lleven


los fieles y se los entreguen al celebrante principal, para significar el
antiguo gesto de que los fieles llevaban su pan y su vino para ser
transformados en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Los fieles, así,
simbolizan que presentan su vida para que sea transformada en Cristo.
También pueden presentar dinero u otros dones para la Iglesia y para
los pobres (IGMR 73).

El celebrante las recibe en un lugar apropiado, por ejemplo en los


escalones del presbiterio. Para recibirlos, lo ayuda el diácono, si lo hay,
y un acólito (IGMR 140 y 178).

El sacerdote, asistido por el acólito y, en su caso, por el diácono, lleva


el pan y el vino al altar. Los otros dones se colocan en otro lugar, nunca
en el altar (IGMR 73 y 140).
En las Misas papales, el papa recibe las ofrendas en la sede.
Simplemente las toca y luego los fieles se las entregan a los diáconos
que están en el altar.

Mientras tanto, el acólito coloca sobre el altar el corporal, el purificador,


el cáliz, la palia y el misal (IGMR 139). El misal puede colocarse sobre
un atril. Y si el cáliz tiene encima el purificador, la patena, la palia y el
corporal, puede simplemente dejar el cáliz.

Si los fieles no llevan las ofrendas, el celebrante se dirige al altar al


concluir la oración universal, en donde un acólito le acerca el misal, el
cáliz, el purificador, la patena, la palia y el corporal, salvo que haya un
diácono o un concelebrante, pues en este caso, el celebranete principal
se sentará en la sede en lo que se prepara el cáliz.
Preparación y presentación de los
dones
Mientras se prepara el cáliz y se hace el ofertorio, continúa el canto
iniciado en la entrega de los dones. Si no hubo presentación, en este
momento se puede iniciar.

En el ofertorio hay partes que siempre se dicen en secreto, como el “Por


el misterio de esta agua…” y “Humilde y sinceramente arrepentidos…”.
Y hay otras partes “Bendito seas, Señor…” que se dicen en secreto
cuando hay un canto; y que pueden decirse en secreto o en voz alta
cuando no hay canto, es decir, podría decirse todo en voz baja aunque
no haya canto.

A. En las misas en las que no asiste un diácono (ni un concelebrante


hace sus funciones), el sacerdote extrae el corporal de su carpeta, si
ahí se encuentran, o lo toma del cáliz y lo extiende.

El modo normal de extender el corporal es el siguiente: a) Se coge el


corporal con la mano derecha y se coloca plano en el centro del altar,
aún doblado; b) se desdobla primero a la izquierda y luego a la derecha,
conformándose tres cuadrados; c) se desdobla la sección más alejada
del celebrante, hacia fuera, de modo que queden seis cuadrados; d)
finalmente, se desdobla el pliegue más próximo al celebrante,
quedando visibles los nueve cuadrados, y se ajusta el corporal a unos
tres centímetros del borde del altar.

Luego, si se emplea, quita el velo del cáliz tomándolo con ambas manos
por los extremos y cuidando de que no arrastre la palia. Lo dobla y lo
entrega al ayudante junto con la carpeta de los corporales.

Si se usa el copón para la Comunión de los fieles, lo pone sobre el


corporal y lo destapa; y también la caja del viril, si se ha de consagrar
una forma grande para la Exposición con el Santísimo.

Después, quita la palia y la coloca fuera del corporal, y toma la patena


con la mano derecha, la traslada al centro del altar, y allí la sostiene con
las dos manos, un poco elevada. En esta postura, dice “Bendito seas
Señor…” Luego, baja suavemente la patena hasta dejarla sobre el
corporal y, si es el caso, tapa el copón y la caja del viril.

Mientras tanto, el acólito acerca las vinajeras al altar, salvo que ya estén
ahí desde la presentación de los dones. Puede colocar un manutengo
por debajo, para evitar que se manche el mantel del altar con vino.
Luego, el sacerdote se gira y se dirige con las manos unidas hacia el
lado derecho del altar, para preparar el cáliz. Con la mano izquierda
toma el cáliz, sujetando el purificador con el dedo pulgar. Es
recomendable que con la mano derecha toma el extremo del purificador
que cae del lado izquierdo del cáliz y limpie el borde de la copa; luego
deja caer ese extremo del purificador del lado derecho para que evitar
que el mantel se manche con el vino mientras prepara el cáliz. Toma la
vinajera que contiene el vino con la mano derecha y vierte vino dentro
del cáliz y la deja.

Después, toma la vinajera del agua con la mano derecha. Si se emplea


cucharilla, la toma con la mano derecha y con esta toma un poco de
agua de la vinajera. Echa el agua al cáliz. Solo unas gotas. Mientras
tanto, dice en secreto “El agua unida al vino…” Después, con el
purificador puede secar las gotas que hubieran podido salpicar la pared
de la copa. Tras ello, toma el purificador con la mano derecha y la coloca
en el borde del corporal.

Luego, con las manos unidas se gira y va al centro del altar. Ahí toma
el cáliz. Lo recomendable es que lo haga con la mano derecha en el
nudo y la izquierda en la base. Lo levanta ligeramente sobre el altar,
mientras dice: “Bendito seas, Señor…”

Al terminar, deja el cáliz en los corporales y lo tapa con la palia con la


mano derecha. Es conveniente que a la vez sujete la base del cáliz con
la mano izquierda para evitar que por accidente se pueda caer.

Después vuelve a unir las manos y, profundamente inclinado, dice en


secreto “Humilde y sinceramente arrepentidos…”

B. En las Misas en las que asiste un diácono (o un concelbrente hace


sus funciones): el diácono o uno de los concelebrantes se dirige al altar.
El celebrante principal se sienta en la sede. Los demás concelebtantes
permanecen sentados en sus lugares y, si son obispos, con mitra.

Al llegar al altar, el diácono o el concelebrante extrae el corporal de su


carpeta, si ahí se encuentran, o lo toma del cáliz y lo extiende en la
forma que se ha dicho. Si se han de emplear muchos vasos sagrados,
puede extender varios corporales.

Luego, si se emplea, quita el velo del cáliz tomándolo con ambas manos
por los extremos y cuidando de que no arrastre la palia. Lo dobla y lo
entrega al ayudante junto con la carpeta de los corporales.

Si se usa el copón para la Comunión de los fieles, lo pone sobre el


corporal y lo destapa; y también la caja del viril, si se ha de consagrar
una forma grande para la Exposición con el Santísimo. Si hay varios
copones, los coloca todos sobre el corporal o sobre los corporales.

Después, quita la palia y la coloca fuera del corporal, y toma la patena


con la mano derecha, y la deja a la derecha del corporal.

Luego, se dirige con las manos unidas hacia el lado derecho del altar,
para preparar el cáliz, aunque puede dirigirse a la credencia para
prepararlo ahí (IGMR 178).

Mientras tanto, el acólito acerca las vinajeras al altar, salvo que ya estén
ahí desde la presentación de los dones. Puede colocar un manutengo
por debajo, para evitar que se manche el mantel del altar con vino. Si la
preparación del cáliz se hace en la credencia, no es necesario que el
acólito lleve las vinajeras al altar.

Con la mano izquierda toma el cáliz, sujetando el purificador con el dedo


pulgar. Es recomendable que con la mano derecha toma el extremo del
purificador que cae del lado izquierdo del cáliz y limpie el borde de la
copa; luego deja caer ese extremo del purificador del lado derecho para
que evitar que el mantel se manche con el vino mientras prepara el cáliz.
Toma la vinajera que contiene el vino con la mano derecha y vierte vino
dentro del cáliz y la deja.

Después, toma la vinajera del agua con la mano derecha. Si se emplea


cucharilla, la toma con la mano derecha y con esta toma un poco de
agua de la vinajera. Echa el agua al cáliz. Solo unas gotas. Mientras
tanto, dice en secreto “El agua unida al vino…” Después, con el
purificador puede secar las gotas que hubieran podido salpicar la pared
de la copa. Tras ello, toma el purificador con la mano derecha y la coloca
en el borde del corporal.

Si la preparación del cáliz se hizo en la credencia, una vez que echó las
gotas de agua, toma el cáliz y el purificador y los lleva al altar y los
coloca fuera del corporal, a su derecha.

En ese momento, el celebrante principal se acerca al altar. Si es obispo


al llegar al altar deja la mitra.

Ahí, el diácono le entrega la patena al celebrante principal quien dice


“Bendito seas Señor…” (IGMR 178). Luego, le entrega el cáliz al
celebrante principal quien dice “Bendito seas Señor”. Al acabar, el
diácono cubre el cáliz con la palia.

Luego, el celebrante principal une las manos y, profundamente


inclinado, dice en secreto “Humilde y sinceramente arrepentidos…”
Incensación
En las Misas solemnes, después de que el celebrante ha dicho la
oración “Humilde y sinceramente arrepentidos…”, se acercan dos
acólitos: uno con el incensario y otro con la naveta. Si hay un diácono,
el acólito que lleva la naveta se la entrega al diácono. El turiferario abre
y levanta el incensario, y el celebrante toma la cucharilla y echa incienso
al turíbulo y luego lo bendice. Luego, el turiferario le entrega el
incensario al celebrante. Si hay un diácono, el acólito se lo entrega al
diácono y éste al celebrante.

Con el turíbulo, el sacerdote inciensa las ofrendas. Se puede hacer con


tres movimientos dobles o haciendo la señal de la cruz con el incensario
sobre las ofrendas (IGMR 277).

Luego, inciensa la cruz y el altar (IGMR 144) del siguiente modo: a) si


el altar está separado de la pared, lo inciensa dándole enteramente la
vuelta; b) en cambio, si el altar no está separado de la pared, el
sacerdote, mientras camina, inciensa primero la parte derecha, luego la
parte izquierda del altar. Si la cruz está sobre el altar o junto a él, se
inciensa antes que el mismo altar; si no, cuando el sacerdote pasa
delante. En este momento no se inciensan las imágenes que haya en
el presibiterio.

Una vez que terminó de incensar el altar, estando al centro de éste, el


celebrante entrega el turíbulo al acólito o al diácono, si lo hay. El diácono
o el acólito va al extremo derecho del altar, hace una reverencia al
celebrante y lo inciensa con tres movimientos dobles. En este momento
todos se ponen de pie, y si hay obispos concelebrantes, dejan la mitra.
Si está presente un obispo que no concelebra, el diácono o el acólito se
dirige frente él y lo inciensa con tres movimientos dobles (CE 181).

Después de incensar al celebrante (y al obispo presente, en su caso),


el diácono o el acólito inciensa a los concelebrantes con tres
movimientos dobles (CE 149)

Si celebra el obispo y acude a la Misa quien gobierna la Nación por


razón de su oficio, el diácono inciensa a la autoridad después de
incensar al obispo y antes de incensar a los concelebrantes con tres
movimientos dobles (CE 92 y 97).

Tras incensar al celebrante y a los concenebrentes, en su caso, el


diácono o el acólito inciensa a todo el pueblo, desde el centro del
presbiterio, con tres movimientos dobles (IGMR 144 y CE 149).

Lavatorio
Después de la oración “Humilde y sinceramente arrepentidos…”, o
después de la incensación, el celebrante se dirige al extremo derecho
del altar (IGMR 145) y se acerca el o los acólitos con la jofaina, el
aguamanil y el manutergio.

Si hay tres ayudantes, uno lleva la jofaina sosteniéndola con las dos
manos, otro el aguamanil sosteniéndolo con la mano derecha y
colocando la izquierda sobre el pecho, y otro el manutergio desplegado
sosteniéndolo con las dos manos. Si hay dos ayudantes, uno lleva el
aguamanil en la mano derecha y la jofaina en la izquierda, y otro el
manutergio. Y si solo hay un ayudante, se en el antebrazo izquierdo
coloca el manutergio, con la mano izquierda sostiene la jofaina, y con la
mano derecha lleva el aguamanil.

El sacerdote pone las manos sobre la jofaina en forma de cuenco y el


ayudante vierte agua con el aguamanil. Mientras tanto dice en secreto
“Lava del todo mi delito, Señor…” (IGMR 145)

Luego, escurre el agua que le quedó sobre la jofaina, toma el


manutergio y se seca las manos. Finalmente, devuelve el manutergio al
ayudante o, si solo hay uno, lo coloca nuevamente sobre el antebrazo
izquierdo del acólito.

El sacerdote pone las manos sobre la jofaina en forma de cuenco y el


ayudante vierte agua con el aguamanil. Luego, escurre el agua que le
quedó sobre la jofaina, toma el manutergio y se seca las manos.
Finalmente, devuelve el manutergio al ayudante o, si solo hay uno, lo
coloca nuevamente sobre el antebrazo izquierdo del acólito. Después,
se gira y vuelve al centro del altar.

Oración sobre las ofrendas


Al llegar al centro del altar, una vez que terminó el canto, en su caso,
extendiendo y juntando las manos, invita al pueblo a orar,
diciendo: “Oren, hermanos…” Si la Misa se celebra ad orientem, para
hacer esta invitación el sacerdote se gira y la dice vuelto al pueblo
(IGMR 146). Terminada la invitación, se vuelve hacia el altar.

Al decir esta invitación hay que seguir las palabras del misal: “para
que este sacrificio mío y de ustedes (vuestro)…” No puede cambiarse
por “para que este sacrificio nuestro”, porque la Iglesia ha querido
significar con esta expresión la distinta participación del sacerdote y de
los fieles en el Santo Sacrificio, en vez de usar el plural que los iguale.

Salvo que ya todos se hubiesen levantado para ser incensados, en


ese momento todos se ponen de pie y responden “El Señor reciba…”
(IGMR 146).

Los diáconos que estén asistiendo se colocan unos pasos detrás del
celebrante principal, para dejar en claro que no concelebran.
Posteriormente sólo se acercarán cuando tengan que auxiliar al
celebrante en algo.

Una vez que el pueblo respondió, el celebrante dice la oración sobre


las ofrendas en voz alta, que se concluye de la forma breve, es
decir: “Por Jesucristo, nuestro Señor”, aunque, si al final de la oración
se hace mención del Hijo concluye: “(Él) que vive y reina por los siglos
de los siglos.” El pueblo responde “Amén.” No se dice “Oremos” antes
de esta oración.

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