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LA INVENCIÓN DE LA HISTORIA

¿Por qué la historia de nuestra sociedad nos hace pensar primero en la postura
de dichos historiadores y no en los peruanos? Un detalle novedoso es la
historiografía, que tuvo un objetivo moralizante desde sus comienzos. Del mismo
modo, distingue la historia tanto como universo paralelo y como memoria
colectiva. Es más, la estructura gnoseológica tuvo que ser recubierta por algún
tipo de discurso que le otorgue coherencia al mundo social. ¿Por qué la
historiografía desempeñó este papel? Por ningún motivo especial. Sería un gran
error si presenta a la historiografía como algo que estaba predispuesto desde un
principio.
Desde un punto de vista distinto, se reconoce el mundo social como algo
compuesto por diversas reglas, que pueden ser impuestas a los participantes
para que ellos las sigan, conformarse con su cumplimiento o bien llegar a un
acuerdo para modificarlas. La visión de la historia como un universo paralelo
puede haber sido una idea deliberada por uno que otro personaje, sin embargo
lo que nos interesa es la manera como eso se constituye en un auténtico
lenguaje para reconocer la existencia del mundo. Por lo tanto, al mencionar que
el elemento paralelo se convierte en un “debe ser” nos referimos a lo siguiente:
primero, en el usual de exigencia moral; segundo, el deber ser entendido como
la construcción del mundo que debe ser, una sustitución al mundo real.

Las mayores arbitrariedades sobre el mundo social provinieron de personas que


supuestamente gozaban del modo de razonamiento del racionalismo occidental,
lo que es una constante de nuestro siglo XX. Un claro ejemplo es lo que dijo
López Albújar con respecto a la población indígena, que en cierta parte estaba
respaldado por su condición de juez. Asimismo, Arguedas, manifestó que parte
de su impulso para escribir sobre el mundo campesino de la sierra, fue
contrarrestar las imágenes dominantes en Lima a comienzos de la década de
1930. Cuyas opiniones no coincidían con su propia experiencia durante su
infancia, así que se expresó mediante las novelas. Si alguien tuvo una precisa
conciencia de estar enfrentando el mundo paralelo, fue Arguedas.
El discurso de la historiografía permitió tener una especie de imagen del país
que no pretendía tener mayor contacto con la experiencia cotidiana de los
peruanos. Por consiguiente, la historia es lo que no se puede vivir ya, se trata de
un mundo clausurado por los contemporáneos. Lo más importante es señalar
distinguir los motivos de nuestras actuales dificultades colectivas. También, la
moral de nuestra historia consiste en despojar de toda ética propia al presente,
y por lo tanto de una dimensión de responsabilidad. Participa tanto el que elabora
un determinado discurso historiográfico como el que le otorga el correspondiente
reconocimiento.
Los últimos años no han sido testigos del empleo acostumbrado del discurso
historiográfico. La fuerza de la argumentación historicista podía encontrarse en
los más diversos puntos de vista políticos, desde conservadores hasta
revolucionarios. Unos para resaltar la necesidad de ejercer una representación
indiscriminada; otros, buscando el pretexto en una presunta irracionalidad de los
indígenas, que finalmente no sabrían expresarse de otra manera. Una vez más
la falacia etnocéntrica. La experiencia de violencia homicida de Sendero
Luminoso y la presencia amenazante de las fuerzas militares y policiales puso
también un límite extremo a estas interpretaciones historicistas, lo que debilitó la
estructura del universo paralelo.
La importancia social que posee en el Perú el discurso historiográfico, apunta a
una sustitución del mundo de los contemporáneos por el universo cerrado. El
pasado, incluso el propio biográfico, no lo experimentamos y reconocemos como
parte de una acción propia que en su momento se propuso realizar. Aceptar que
ahora somos distintos y continuos con nuestro pasado, es una de las ideas
socialmente más difíciles de incorporar entre nosotros. La invención de la historia
hizo que todos nos sintiéramos verdaderamente ajenos a nuestro presente y
ajenos entre los contemporáneos mismos. Probablemente en pocos países
como el Perú resulta tan difícil reconocer con naturalidad la presencia de la
realidad social. Tal vez por ello han surgidos desde este lugar impactantes
teorizaciones, que alcanzaron un nivel paradigmático a nivel continental: el
marxismo (Mariátegui), el aprismo (Haya), la teología de la liberación (Gustavo
Gutiérrez), la más reciente consideración sobre la informalidad (Hernando Soto).
La resignación es la excepcional fecundidad para la elaboración de
planteamientos reflexivos sobre el carácter de la realidad social. Para los que
ejercen el poder político la resignación es no poder tener lo que soñaron poseer;
mientras que para los viven al margen de la pobreza, la resignación es no
encontrar buenas condiciones de vida que no vayan contra la dignidad humana.
La invención de la historia ha generado paradójicamente otro tipo de
consecuencias: la principal, la suerte de prohibición moral echada sobre las
actividades “culturales”. La lista de contraejemplos es abrumadora a nivel de la
literatura: Dostoievski (no se ocupó de los lados más felices del alma humana) y
Kafka. La distinción es mucho más rotunda y expresa. Marca una diferencia con
el significado del espectáculo deportivo. En el arte, el encanto radica en la
capacidad de formular otras reglas y poder reconocerlas. Por ende, el más
radical y efectivo desmentido del universo paralelo podía venir de las actividades
artísticas.
Además, en la invención de la historia, un elemento crucial era la eliminación del
carácter urbano de las identidades colectivas. El lugar donde mejor es posible
apreciar el contraste absoluto entre la invención. Absolutamente aplicable al
universo paralelo la obediencia es reclamada como el elemento centrar del
significado cuando el mundo social no aparece como referencia para todos los
discursos.
A primera vista la memoria es considerada como una ordenada narración de
acontecimientos pretéritos. La memoria es lo que nos permite reconstruir y
descubrir nuestra historicidad como hijos, hermanos, o como personas. Negarlos
es disolver la realidad humana. Todo era explicado desde las tradiciones
familiares, la historia del país; luego se desprendía un a determinada
característica de las interacciones de los contemporáneos y por último, el mundo
interior de las personas. Por ello, la invención de la historia no se empleó para
hacernos más conscientes de nuestras propias libertades y de una propuesta de
justicia. Por el contrario, ese dispositivo nos alejó más que nunca de nosotros
mismos. La forma de conocimiento producida sirvió para acumular una cultura
conservadora que hacía posible entender el presente peruano como esa
“realidad” de personas que no encajaban en la clasificación de la fantasía
colonial.
El esplendor de la historiografía, tuvo su momento de apogeo de 1930 a fines de
la década de 1960. Estas referencias temporales tienen que ver con procesos
políticos: la caída de la dictadura leguiista y el gobierno militar de 1968.
Aproximadamente, la invención de la historia tuvo una existencia paralela a la
Constitución de 1993. La historiografía y la Constitución, se trataban de discursos
que tenían por objeto el Estado. Algo distintivo es que la Constitución de 1993
fue básicamente invocada por sectores conservadores, pero la letra de esa
Constitución no tenía elementos autoritarios o tradicionales especialmente
llamativos.
Es casi una segunda naturaleza la que llevamos y que usamos para distinguir a
los peruanos, unos de otros, lo cual empleamos en nuestra vida social para
alcanzar una representación coherente del mundo. En este capítulo intentó
mostrar los límites de la clasificación. Cabe señalas que la alternativa para por
un peculiar movimiento que llamamos el descentramiento.

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