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intención de presentar una visión negativa de un mundo exuberante y estremecedor. Buena muestra de su estilo la
tenemos en La sibila (1954), libro con el que alcanzó la notoriedad y en el que se asentó su obra posterior:
hermético y tumultuoso, La sibila es, sin embargo, un libro clásico y equilibrado en que descuella la fuerza del
deseo, una ido completando desde 1936 hasta 1981—; y sus colecciones de cuentos —destaquemos Cuentos de la
montaña (1941)—, de planteamiento realista, técnica impresionista y estilo refinado heredado de su formación
modernista (las dos obras citadas, curiosamente, fueron censuradas por el régimen salazarista). Por su lado, José
Cardoso Pires (n. 1925) también sobresale por sus cuentos y relatos breves, de los mejores de todo el siglo XX en
Portugal y que, agrupados en libros como Juegos del azar (Jogos do azar, 1963), le han valido el reconocimiento y
el éxito. A él se le deben además una decidida reacción contra el sentimentalismo neorrealista portugués y la
creación de una nueva forma de narrar natural y de alta conciencia artística, uno de cuyos títulos más
significativos es Balada de la Playa de los perros (Balada da Praia dos cães, 1982). de las constantes temáticas
de su obra. Su barroquismo se deja notar también en el volumen de su producción, dispuesta a veces en forma de
ciclos; y en la diversidad de géneros que llega a tocar, desde la novela rural, pasando por el cuento —del que ha
llegado a ser una figura indispensable—, hasta el género histórico al que pueden adscribirse algunas de sus
últimas obras —por ejemplo, La monja de Lisboa (1985)—.
Junto a Bessa Luís debemos citar a Maria Velho da Costa (n. 1938), que se declaró discípula de aquélla y
cuyo inconformismo feminista —expresado en sus novelas Maina Mendes (1969) y Casas pardas (1977)—
presenta tonos más claramente combativos que los de su predecesora. Por fin, la narrativa de Fernanda Botelho
(n. 1926), notable por su sobriedad —como su poesía: véase el Epígrafe 3.b.—, se centra sólo aparentemente en
aspectos sociopolíticos, pues en definitiva su análisis de la juventud burguesa de los sesenta incide en los
sentimientos de desencanto, vacío y soledad.
se convirtió en una figura aislada en el panorama de la letras portuguesas, pero también —se reconociese
o no— en un gran maestro de la poesía y la narrativa, y durante los cincuenta y los sesenta compuso su
producción prácticamente al margen de escuelas y grupos. Casi más admirado en el extranjero que en su propio
país, a partir de mediados de los setenta se ha visto en la suya una de las mejores voces poéticas —junto a la del
brasileño Drummond de Andrade— y narrativas de las letras en lengua portuguesa. Entre su obra narrativa
destacan su novela La creación del mundo —para muchos su obra maestra, largo relato autobiográfico que se ha
Recordemos por fin a Augusto Abelaria (n. 1926), autor que no renuncia a plantearse nuestro tiempo
histórico: comenzó escribiendo sobre los ideales y frustraciones de su generación —La ciudad de las flores (A
cidade das flores, 1959)— y después sus novelas han ido ganando en complejidad hasta llegar a contemplar
escépticamente, cdidáctico revestido en ocasiones de formas de documentalismo periodístico.
Debido al triunfo del ensayo como fórmula literaria de la revolución del 74, también otros narradores
se acogieron a las formas y tonos periodísticos hasta bien entrada la década de los ochenta. Podemos citar a
Baptista Bastos (n. 1934), cuyo antifascismo adopta formas atrevidamente vanguardistas; y a Urbano Tavares
Rodrigues (n. 1923), cuya producción en prosa —que abarca narraciones, libros de viajes, ensayos y artículos
periodísticos— está caracterizada por un tono revolucionario deudor del humanismo existencialista.