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criminal hasta encontrar la muerte liberadora en la confesión de su crimen y de su vergüenza.

Hay que
recordar también sus tragedias Mujeres, guardaos de las mujeres (Women beware women) y La gitana española (The
Spanish Gipsy), esta última de nuevo en colaboración con Rowley y de argumento e incluso personajes
entresacados de Cervantes.eldad y la lujuria en el que los personajes más parecen símbolos que personas de carne
y hueso. Esencialmente poeta, Tourneur centra la fuerza dramática en la expresión verbal, cuyas imágenes revelan
un mundo siniestro y magníficamente ordenado en su horror. La tragedia del ateo (The Atheist’s Tragedy), inferior
a la anterior, expone cuestiones m época, pensada y elaborada según los moldes cortesanos; poco dramática,
encierra —como propio a Fletcher— gran valor poético, con un uso muy acertado del verso endecasílabo.

En el tema de la venganza insiste la obra de John Webster (1580?-1625), si bien sus logros son más
escasos que los de los autores anteriormente reseñados: el principal inconveniente —al estilo de lo ya ofrecido con
Fletcher y Beaumont— es la desproporción de l Fletcher, una vez muerto Beaumont, compuso también en solitario
La pastora fiel (The faithful shepherdess), comedia pastoril cercana a la «mascarada» al gusto de la

de efectos terroríficos culminados en muerte y desolación: la duquesa, casada en secreto con su


administrador, es progresivamente enloquecida por sus propias hermanas merced a engaños truculentos.
Indudablemente, lo mejor de la obra es la riqueza expresiva, ajustada pese a su despliegue verbal, uno de los pocos
realmente efectivos tras la obra de Shakespeare.

Cyril Tourneur (1575-1626) lleva el tema de la venganza en la tragedia inglesa —a pesar de su estricta
coetaneidad con Shakespeare— a sus últimos extremos, casi a su punto de no retorno. La tragedia del vengador (The
Revenger’s Tragedy), en concreto —aunque probablemente no sea suya—, presenta un mundo cortesano regido por la
cru su obra, pese a todo, es la tragedia El niño cambiado (The Changeling), escrita en colaboración con el actor
William Rowley: de ambiente español, relata la instigación al asesinato por parte de De Flores a la protagonista,
Beatriz, que se ve así atada al a actitud trágica, la exageración no con poca frecuencia antinatural y demasiado
arquetípica. Hay que entender, sin embargo, lo que de «barroco» tenía ya este arte dramático: si los argumentos
llegan al simplismo, la atención se centra en el efectismo más «teatral» —en el sentido último del término—;
esto es, en lo poéticamente violento como plasmación escénica de un mundo cruel y corrompido, tema casi
obsesivo de la tragedia de Webster.

Consciente quizá como pocos de lo que supone para la moral la entrada decisiva en un mundo
«moderno», Webster se aplicó en sus mejores obras a la presentación de acontecimientos realmente acaecidos en la
Italia del siglo XVI: en El diablo blanco (The White Devil), Vittoria Accorombona incita al duque de Brachiano, su
enamorado, a que asesine a su marido y a su propia esposa, logrando así plena libertad para sus amores. En el
juicio, la mujer se alza para defender su nobleza corrompida en un mundo que de por sí es ya corrupto; tras el
juicio, en el que el duque logra salvar a Vittoria, llegan los celos y la consumación de unas pasiones ante las que
todos perecen en un movimiento continuo de muertes sutiles y refinadas que acentúan el clima de crueldad. Más
«barroca» aún resulta La duquesa de Malfi (The Duchess of Malfi), verdadero cuadro de horror que sigue la línea
tradicional orales desde un punto de vista religioso, e interesa por cuanto abandona ciertos presupuestos de la
tragedia clásica inglesa: no se trata ya del orgullo y caída del héroe-villano, sino de concreciones ideológicas que
nos acercan más al racionalismo al centrar el crimen en categorías morales exclusivamente dependientes de la
legalidad y la justicia humana.

expuestos, un buen número de ellos mostraría una gran dosis de versatilidad —acentuada con la crisis
de los años anteriores al cierre de los teatros— que los llevaría de uno a otro modo de producción dramática.

Quizás el caso más significativo sea el de Thomas Middleton (1570?-1627), cuya mejor producción se
halla entre las tragedias, pero que a su vez consiguió gran éxito con la comedia: destaca su escandalosa Una casta
doncella de Cheapside (A chaste maid of Cheapside), sin que deban olvidarse Un mundo loco, señores míos (A mad
world, my Masters) o Un truco para engañar al viejo (A trick to catch the old one). En todas ellas, livianas e
intrascendentes, consigue algunos de los mejores cuadros de costumbres de la época, a la que contempla desde una
óptica ridiculizante y desconsiderada. Lo mejor de

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