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MOISÉS

(Sacado [es decir, salvado del agua]).

“Hombre del Dios verdadero” que fue caudillo de la nación de Israel, mediador del pacto de la
Ley, profeta, juez, comandante, historiador y escritor. (Esd 3:2.) Nació en Egipto en el año 1593
a. E.C. Fue hijo de Amram, nieto de Qohat y bisnieto de Leví. Su madre Jokébed era hermana
de Qohat. (No obstante, véase JOKÉBED.) Moisés tenía tres años menos que su hermano
Aarón, mientras que su hermana Míriam era unos cuantos años mayor que ellos. (Éx 6:16, 18,
20; 2:7.)

Primera etapa de su vida en Egipto. Moisés era un niño “divinamente hermoso” que se salvó
del genocidio que decretó Faraón cuando ordenó la muerte de todo varón hebreo recién
nacido. Su madre lo tuvo escondido durante tres meses y luego lo colocó en un arca de papiro
y lo dejó en el río Nilo, donde lo encontró la hija de Faraón. Gracias al ingenio de la madre y la
hermana de Moisés, su propia madre consiguió criarlo y educarlo debido a que la tomó a su
servicio la hija de Faraón, quien adoptó al niño como si fuese suyo. Como miembro de la casa
de Faraón, se le ‘instruyó en toda la sabiduría de los egipcios’ y se hizo “poderoso en sus
palabras y hechos”, expresión que probablemente se refiriese tanto a sus facultades mentales
como físicas. (Éx 2:1-10; Hch 7:20-22.)

A pesar de esa posición favorecida y de las oportunidades que se le ofrecían en Egipto, Moisés
se sentía ligado al pueblo de Dios, que entonces estaba en esclavitud. De hecho, esperaba que
Dios se valiese de él para liberarlo. A los cuarenta años, mientras observaba las cargas que
llevaban sus hermanos hebreos, vio a un egipcio golpear a un hebreo. En un intento por
defender al israelita, mató al egipcio, y luego lo escondió en la arena. En ese preciso momento
tomó la decisión más importante de su vida: “Por fe Moisés, ya crecido, rehusó ser llamado
hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios más bien que
disfrutar temporalmente del pecado”. De este modo rechazó el honor y los bienes materiales
de que pudiera haber disfrutado como miembro de la casa del poderoso Faraón. (Heb 11:24,
25.)

En realidad, Moisés creía que había llegado el momento en que iba a poder salvar a los
hebreos. Pero ellos no apreciaron su esfuerzo, y cuando Faraón se enteró de la muerte del
egipcio, Moisés tuvo que huir de Egipto. (Éx 2:11-15; Hch 7:23-29.)
Cuarenta años en Madián. Moisés hizo un largo viaje a través del desierto hasta Madián,
donde buscó refugio. Allí, al lado de un pozo, volvió a ponerse de manifiesto el valor y la
solicitud que tenía para actuar con firmeza a favor de los que padecen injusticias. Cuando los
pastores echaron a las siete hijas de Jetró y a su rebaño, Moisés libró a las mujeres y abrevó el
rebaño. Como resultado, se le invitó a la casa de Jetró, donde trabajó para este como pastor
de sus rebaños, y finalmente se casó con una de sus hijas, Ziporá, quien le dio dos hijos,
Guersón y Eliezer. (Éx 2:16-22; 18:2-4.)

Preparación para servicio futuro. Aunque el propósito de Dios era liberar a los hebreos
mediante Moisés, no había llegado Su debido tiempo; además Moisés tampoco estaba
preparado para encargarse del pueblo de Dios. Tenía que pasar por otros cuarenta años de
preparación. A fin de reunir los requisitos para dirigir al pueblo de Dios, debía desarrollar
cualidades como la mansedumbre, la humildad, la gran paciencia, la apacibilidad de genio y el
autodominio, y debía aprender a confiar en Jehová a un grado mayor. Tenía que prepararse
para evitar el desánimo y la desilusión y resistir dificultades, así como para tratar con bondad,
calma y determinación la multitud de problemas que se presentarían en una gran nación.
Tendría ya la dignidad, confianza y aplomo propios de un miembro de la casa de Faraón, así
como dotes de organización y mando, pero la humilde ocupación de pastor en Madián le
permitió desarrollar otras cualidades que aún serían más importantes para su futura comisión.
También a David se le sometió a una rigurosa preparación, aun después de que Samuel lo
ungió, y Jesucristo fue probado para perfeccionarlo como Rey y Sumo Sacerdote para siempre.
“[Cristo] aprendió la obediencia por las cosas que sufrió; y después de haber sido
perfeccionado vino a ser responsable de la salvación eterna para todos los que le obedecen.”
(Heb 5:8, 9.)

Su nombramiento como libertador. Hacia el fin de su estancia de cuarenta años en Madián,


Moisés estaba pastoreando el rebaño de Jetró cerca del monte Horeb, cuando se sorprendió al
ver una zarza que ardía sin consumirse. Al acercarse para inspeccionar aquel extraño
fenómeno, el ángel de Jehová le habló desde las llamas y le reveló que había llegado el
momento para que Dios liberara a Israel de la esclavitud, por lo que le comisionó para que
fuera en su nombre memorial: Jehová. (Éx 3:1-15.) De modo que Dios nombró a Moisés
profeta y representante suyo, y entonces se le podía llamar correctamente “ungido”, “Mesías”
o el “Cristo”, como en Hebreos 11:26. Por medio del ángel, Jehová proveyó las credenciales
que Moisés podía presentar a los hombres de mayor edad de Israel. Estas consistían en tres
milagros que servirían de señales. Esta es la primera vez que leemos en las Escrituras sobre un
humano que haya recibido poder para hacer milagros. (Éx 4:1-9.)

La falta de confianza en sí mismo no descalificó a Moisés. Sin embargo, Moisés demostró falta
de confianza en sí mismo, y arguyó que no podía hablar con fluidez. Este era un Moisés
cambiado, bastante diferente del que por propia voluntad se había ofrecido como libertador
de Israel cuarenta años antes. Persistió en señalar inconvenientes en lo que Jehová le decía, y
finalmente le pidió que le excusara de aquella misión. Aunque Jehová se molestó por esta
actitud, no lo rechazó, sino que designó a su hermano Aarón para que fuese su portavoz.
Como Moisés era el representante de Dios, sería para Aarón como “Dios”, y Aarón hablaría en
representación suya. Parece ser que con ocasión del encuentro que tuvieron con los hombres
de mayor edad de Israel y los enfrentamientos con Faraón, Dios dio instrucciones y mandatos a
Moisés, quien a su vez se los comunicó a Aarón para que hablara ante Faraón (un sucesor del
Faraón del que había huido Moisés cuarenta años antes). (Éx 2:23; 4:10-17.) Posteriormente,
Jehová llamó a Aarón “profeta” de Moisés, queriendo decir que así como Moisés era el profeta
de Dios, dirigido por Él, de manera similar Aarón sería dirigido por Moisés. También le dijo a
Moisés que sería hecho “Dios para Faraón”, es decir, que recibiría poder divino y autoridad
sobre Faraón, de modo que no tenía por qué temer al rey de Egipto. (Éx 7:1, 2.)

Debido a que Moisés no estuvo dispuesto a aceptar la inmensa tarea de ser el libertador de
Israel, Dios lo censuró, pero no canceló su asignación. Moisés no había vacilado debido a su
edad avanzada, aunque ya tenía ochenta años de edad. Cuarenta años más tarde, a la edad de
ciento veinte años, aún conservaba todo su vigor y agudeza mental. (Dt 34:7.) Durante los
cuarenta años que pasó en Madián, tuvo mucho tiempo para meditar, y se dio cuenta del error
que había cometido al intentar liberar a los hebreos por su propia cuenta. Entonces
comprendía su insuficiencia, de modo que debió ser para él una gran sorpresa el que de súbito
se le ofreciera este cometido después de tanto tiempo desligado de toda actividad pública.

Más adelante la Biblia nos dice: “El hombre Moisés era con mucho el más manso de todos los
hombres que había sobre la superficie del suelo”. (Nú 12:3.) Como persona mansa, reconoció
que solo era un ser humano, con sus imperfecciones y debilidades. No se presentó como el
caudillo indiscutido de los israelitas. No tuvo temor de Faraón, sino una clara conciencia de sus
limitaciones.

Ante Faraón en Egipto. Moisés y Aarón eran entonces figuras clave de una ‘batalla de dioses’.
Por mediación de los sacerdotes magos, cuyos jefes eran al parecer Janes y Jambres (2Ti 3:8),
Faraón invocó los poderes de todos los dioses de Egipto contra el poder de Jehová. El primer
milagro que realizó Aarón ante Faraón por instrucción de Moisés demostró la supremacía de
Jehová sobre los dioses de Egipto, aunque Faraón se hizo más obstinado. (Éx 7:8-13.) Más
tarde, cuando llegó la tercera plaga, incluso los sacerdotes tuvieron que admitir: “¡Es el dedo
de Dios!”. Y la plaga de diviesos los afectó tanto, que ni siquiera pudieron comparecer ante
Faraón para oponerse a Moisés durante esa plaga. (Éx 8:16-19; 9:10-12.)

Las plagas ablandan a unos y endurecen a otros. Moisés y Aarón anunciaron cada una de las
diez plagas. Las plagas se produjeron según se habían anunciado, lo que demostró que Moisés
era el representante de Dios. El nombre de Jehová se declaró y divulgó por todo Egipto,
ablandando a unos y endureciendo a otros con respecto a ese nombre: los israelitas y algunos
egipcios se ablandaron, y Faraón, sus consejeros y partidarios se endurecieron. (Éx 9:16; 11:10;
12:29-39.) En vez de creer que habían ofendido a sus dioses, los egipcios sabían que era Jehová
el que estaba juzgando a sus dioses. Para cuando ya se habían ejecutado nueve plagas, Moisés
también se había hecho “muy grande en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos de Faraón
y a los ojos del pueblo”. (Éx 11:3.)

Asimismo, hubo un cambio notable en los hombres de Israel. Al principio habían aceptado las
credenciales de Moisés, pero cuando se les impuso condiciones de trabajo más duras por
orden de Faraón, se quejaron contra él hasta el punto de que Moisés, desalentado, pidió
ayuda a Jehová. (Éx 4:29-31; 5:19-23.) El Altísimo lo fortaleció diciéndole que había llegado el
momento de realizar lo que Abrahán, Isaac y Jacob habían esperado, a saber, revelar
completamente el significado de su nombre Jehová libertando a Israel y estableciéndolo como
una gran nación en la Tierra Prometida. (Éx 6:1-8.) Ni siquiera entonces escucharon a Moisés
los hombres de Israel. Pero después de la novena plaga, estuvieron totalmente de su lado, y
cooperaron de tal modo que después de la décima plaga pudo organizarlos y sacarlos de
Egipto de una manera ordenada, “en orden de batalla”. (Éx 13:18.)

Se necesitó valor y fe para enfrentarse a Faraón. Moisés y Aarón estuvieron a la altura de las
circunstancias gracias a la fuerza que recibieron del espíritu de Jehová. Solo hay que pensar en
el esplendor de la corte de Faraón, el rey de la potencia mundial indiscutida de aquel tiempo.
Tenían ante sí al altivo Faraón, de quien se decía que era un dios, con su séquito de consejeros,
comandantes militares, guardas y esclavos, y también a los líderes religiosos, los sacerdotes
magos, sus principales opositores. Estos hombres eran, aparte del mismo Faraón, los más
influyentes del imperio. Todo este impresionante despliegue tenía el propósito de respaldar a
Faraón en apoyo de los dioses de Egipto. Y Moisés y Aarón se presentaron ante Faraón, no solo
una vez, sino varias veces. El corazón de Faraón se endurecía cada vez más, porque estaba
resuelto a no perder a sus valiosos esclavos hebreos. Tanto fue así, que después de anunciar la
octava plaga, a Moisés y Aarón se les echó de delante de Faraón, y después de la novena plaga,
se les ordenó que no intentaran ver de nuevo el rostro de Faraón bajo pena de muerte. (Éx
10:11, 28.)

Con este cuadro presente, se entiende mejor que Moisés pidiera repetidamente a Jehová
seguridad y fuerza. Pero debe notarse que nunca dejó de cumplir al pie de la letra las órdenes
de Jehová. Nunca quitó ni una sola palabra de todo lo que Jehová le mandó decir a Faraón. El
liderazgo de Moisés se aceptó sin discusión, pues dice el registro que al tiempo de la décima
plaga, “todos los hijos de Israel hicieron tal como Jehová había mandado a Moisés y Aarón.
Hicieron precisamente así”. (Éx 12:50.) Moisés es un ejemplo de fe sobresaliente para los
cristianos. El apóstol Pablo dice de él: “Por fe dejó a Egipto, pero sin temer la cólera del rey,
porque continuó constante como si viera a Aquel que es invisible”. (Heb 11:27.)

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