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Juan Rulfo
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Preciado, es revelada aproximadamente a la mitad del libro, lo cual reconfigura la noción
que el lector tiene del narrador en retrospectiva. Preciado, mediante su narración, llega a
Comala en condiciones similares a las del lector: es un acercamiento a lo desconocido, el
cual se intensifica al establecer el contacto con una realidad que parece obedecer a un
orden muy distinto al del lugar de donde se proviene. Juan Villoro (2001), comentando la
posición de Preciado como narrador y su relación con el mundo al que accede, explica:
«La atmósfera fantasmática dimana de la vaguedad visual y auditiva. Nada se percibe en
primera instancia; Juan Preciado ve el entorno filtrado por tinieblas, humo, un crepúsculo
que se confunde con el alba, y escucha ecos, pasos, rumores. La imprecisión de la vista y
el oído se funde en una expresión cardinal: “el eco de las sombras”. El sonido y la imagen
son la misma bruma.» Es de esa manera que Preciado describe aquello a lo que se
enfrenta, haciendo que el lector comparta sus dudas y la sensación de estar perdido. El
lector solo es capaz de entender mejor la situación cuando se encuentra involucrado de
mayor manera en el espacio de Comala, cuando ya conoce sus reglas, y cuando ha sido
atrapado por ellas, tal como sucede con Juan Preciado. La oscuridad no se disipa, pero la
vista se ha acostumbrado a ella lo suficiente como para empezar a identificar los
elementos que la componen.
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consiguen dar ciertas coordenadas, lo cual permite que se tenga un punto de referencia
para ubicar las escenas y también, en contraposición, la temporalidad del otro espacio.
Donahue y Antolín mencionan que «A diferencia de la primera trama en que carecemos
de referencias históricas que puedan orientar al lector, aquí tenemos dos hechos que
pueden encaminarlo: la Revolución Mexicana y la guerra de los cristeros.» Entonces, lo
que se puede concluir de este primer planteamiento es que la presencia de dos
narradores estructura ya la doble función que busca Rulfo: la voz impersonal intenta
aclarar ciertos elementos de la historia, mientras que la voz de Juan Preciado, hombre
ajeno a la realidad que describe, oscurece la trama, o más bien, da cuenta de la oscuridad
que percibe.
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La muerte de Juan Preciado es simbólica porque también representa, de cierta manera,
su “muerte” como narrador, en el sentido de que las demás voces, las de los fantasmas,
se apoderan del rol narrativo. En realidad, estas otras voces, estos murmullos, han estado
presentes desde el momento en el que Preciado llegó a Comala, pero al entender el modo
en el que operan y su función en el espacio del pueblo fantasma, el rol de Preciado como
intermediario deja de ser importante. Según explica Villoro, «La historia iniciada por Juan
Preciado prosigue en las voces colectivas; los muertos adquieren cabal autonomía y el
narrador se disipa entre sus sombras. No es de extrañar que abunden las palabras
sueltas, dichas por gente ilocalizable.» El programa narrativo de Juan Preciado se apoya
en la búsqueda de su padre, y la llegada a Comala le trae el descubrir que ya ha muerto,
así que no hay mayor desarrollo posible desde su punto de vista. A partir de su muerte,
los fantasmas son quienes hablan, complementando lo que se desarrolla en la otra
narración.
Pero no son únicamente los murmullos los que crean el ambiente de Comala, sino
también la ausencia de sonido, el silencio como señal de abandono, de soledad,
propiciando el espacio para los ecos de un pasado que ya no existe, o que existe en un
plano no terrenal. Giuseppe Bellini (1986) dedica un artículo al análisis del silencio en
Pedro Páramo, sosteniendo que «se nos presenta en dos dimensiones: una dramática, la
expectativa de algo que va a ocurrir y que permanece misterioso, pero que ciertamente
será de signo negativo; otra sentimental, privación de un dato que podríamos llamar
interior, o afectivo, y que implica sorpresa, decepción, predisposición a lo peor.» Además,
menciona que «el silencio implica una dimensión metafísica. En el silencio es donde se
entienden las voces de los difuntos.» Más allá de momentos específicos, proyectando la
idea del silencio a nivel general en la novela, este no hace referencia solo a la ausencia
de sonido, sino que también puede entenderse como la ausencia de claridad, a la falta de
explicaciones, a los datos que permanecen ocultos en la narración. El silencio no es solo
una ausencia, sino que es un silencio siempre presente, dando cuenta de aquello que
escapa al entendimiento. Es un silencio que se traduce luego en mensajes indirectos, en
inferencias, incluso en situaciones cercanas a lo inefable, puesto que no puede explicarse
por completo lo que sucede en Comala, ni en la del pasado ni en la del presente, por lo
que el sentido no se extrae de las palabras, sino de las percepciones sensibles.
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Aunque se ha visto que los dos narradores principales operan de modos muy
distintos, tanto por la realidad en la que se ubican como por su involucramiento en la
historia, e incluso por su aporte a la totalidad del relato, eso no implica que la distancia
entre ambos planos temporales sea siempre rígida. Si se examina con detenimiento el
desarrollo de la novela, es posible percibir que ambas narraciones se van
complementando constantemente, y que sus puntos de encuentro van más allá de
pequeños elementos en común. Donahue y Antolín van al extremo de afirmar que «se
trata de dos tramas distintas que abarcan dos niveles temporales, un pasado inmediato y
un pasado remoto. Cualquier brinco o salto que se hace de una trama a la otra se hace
por una razón. La desorganización es superficial.» Es decir, lo que en un principio parece
ser un fragmentarismo elaborado con el simple objetivo de confundir pasa a ser un
elemento significativo en la presentación de temas, pues ninguno de los espacios basta
por sí solo, sino que componen un realidad en conjunto. Otro crítico que examina este
punto en Mario Muñoz (2009):
Para hablar del vínculo más evidente entre ambas instancias temporales, se puede hablar
de los personajes principales de cada una: Juan Preciado y Pedro Páramo. A pesar de ser
padre e hijo, no hay en ellos rasgos de personalidad que los aproximen; sin embargo,
ambos se instalan en el mismo programa narrativo: el de la búsqueda. Mientras que
Preciado busca a su padre, a quien nunca encuentra, Páramo busca a la amada de la
infancia, a quien sí llega a encontrar, pero con quien no puede volver a establecer una
relación real. Se trata, en ambos casos, de una búsqueda no satisfactoria, de una
frustración por el no conseguir lo que se desea. De estas dos búsquedas, la que resulta
más importante para matizar la totalidad de la historia es la de Pedro Páramo, cuyo
fracaso es más desarrollado que el de Juan Preciado. Muñoz explica: «El desencuentro
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de Pedro con Susana es una clave simbólica que funciona como arquetipo para todas las
demás historias de búsqueda y frustración.» Pedro Páramo ostenta poder absoluto en
Comala, y ha conseguido todo lo que se ha propuesto, excepto el amor de Susana San
Juan, que finalmente es lo que más desea (por lo decir lo único). Ese destino irónico
proyecta la idea de un fracaso más profundo, que se condice con el abandono personal
de Páramo tras la muerte de Susana. Ese abandono, el hecho de renunciar al control que
tiene sobre el pueblo y las tierras, no trae consigo un surgimiento alternativo al monopolio
del cacique, sino una generalizada degradación que termina arrastrando al pueblo entero.
Ese fracaso se extiende a Comala, y por consiguiente a todos sus habitantes, lo que a la
larga crea el espacio que Juan Preciado encontrará al seguir las indicaciones de su
madre. En ese sentido, puede decirse que la búsqueda insatisfactoria es el punte que
conecta el pasado con el presente, el origen de la continuidad entre las instancias
narrativas.
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Susana y él se abandona a sí mismo, y que esta muerte corporal es una especie de
ratificación de ese estado. La narración se empeña en ocultar el momento exacto de la
muerte, como si la cámara estuviera enfocando otra cosa, haciendo que el
lector/espectador se pierda el instante preciso en el que sucede. Es así que la muerte no
parece ser digna de un tratamiento especial; se ha convertido en un lugar común dentro
del mundo representado.
Como regla general, Rulfo desprecia el tiempo objetivo; diríase que intenta
desorientar al lector a sabiendas. Para ello se sirve de la técnica contrapuntística
yuxtaponiendo diferentes niveles temporales; otras veces condensa el tiempo o lo
paraliza o lo proyecta sobre la eternidad. A veces recurre al tiempo interior de los
recuerdos en un completo olvido (pensamos que premeditado) de la cronología
tradicional. (…) Esta misma misión desmitificadora del tiempo, la tienen los ecos. El
pasado se proyecta en el presente como si estuviera escrito en las paredes.
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condenados, el parricidio como acto de justicia..., son formas en que el pensamiento
mítico se expresa y afirma la existencia de una realidad paralela.» Es así que los códigos
con los que se interpretan las situaciones en la realidad no pueden aplicarse al espacio
mítico, favoreciendo el esconder. Muñoz dice también:
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Aparecen luego dos personajes que cumplen una función similar en el libro,
proporcionándole a Preciado más información sobre Comala, sobre su madre y el pasado
del pueblo: Eduviges Dyada y Damiana Cisneros. Eduviges se sorprende cuando
Preciado le cuenta que ha sido enviado por Abundio, porque se supone que este ya está
muerto, así que no sería posible. Sin embargo, como se sabe, la muerte no representa
ruptura en la novela, y dado que la propia Eduviges es otro de los fantasmas del pueblo,
es cuestionable que niegue la posibilidad de un contacto con alguien ya muerto. Además,
Eduviges escucha el galope del caballo de Miguel Páramo, ruido imperceptible para Juan
Preciado, en lo que es el reconocimiento de una aparición fantasmal, pues luego llega a
saberse que el caballo fue sacrificado poco después de la muerte de Miguel. Damiana es
quien empieza a explicar la condición presente de Comala, sosteniendo que Eduviges
«Debe de andar penando todavía» (p. 43), y comenta que los ruidos son ecos del pasado.
Habla de haber escuchado voces donde no hay nada, y ella misma desaparece de un
momento a otro. La no fiabilidad de su testimonio está en el hecho de presentarse como
alguien que puede observar a Comala desde fuera, hablando de sus fantasmas, pero que
luego resulta ser una más de ellos.
El interlocutor más importante para Juan Preciado es Dorotea, “la Cuarraca”, con
quien se encuentra luego de morir, y a quien le narra todos los acontecimientos de su
llegada a Comala. Dorotea es también quien proporciona la mayor cantidad de
ambigüedades en el texto, contradiciéndose a sí misma y expresando múltiples
posibilidades para algunos escenarios. Por ejemplo, cuando Preciado pregunta si su
nombre es “Doroteo”, ella responde que «Da lo mismo. Aunque mi nombre sea Dorotea.
Pero da lo mismo.» (p. 65). Habla luego del hijo que nunca tuvo y al que siempre buscó, a
partir de dos sueños que tenía, uno “bendito” y otro “maldito”; en el primero le revelaban
que tenía un hijo, y en el segundo le decían que no era cierto. Ella decidió creer en el
primer sueño, y vivió con una ilusión infundada. Es decir, el razonamiento de Dorotea es
uno que abre en paralelo dos posibilidades en la realidad. Por un lado, ella vivió creyendo
firmemente en la posibilidad de tener un hijo, pero todo lo demás carece de la importancia
suficiente como para decidir decantarse por uno de sus dos frentes. Ya se ha dicho, por
ejemplo, que no importa si se llama “Doroteo” o “Dorotea”, y luego en la novela, cuando
habla de Susana San Juan, menciona que «Unos dicen que estaba loca. Otros, que no.»
(p. 82). No hay una respuesta definitiva para esta situación, ya que Dorotea, siendo quien
saca el tema, quien “narra”, solo deja planteadas las posibilidades.
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En suma, el modo de narrar en Pedro Páramo de manera global se aproxima al
modo en el que lo hace Dorotea, a través de la presentación de posibilidades. Juan
Preciado no logra comprender lo que aparece ante él en un principio, porque algo escapa
a sus sentidos. Él no tiene intenciones de esconder información, pero su no pertenencia al
lugar hace que sus descripciones sean poco consistentes, es decir, no del todo fiables.
Incluso en la narración impersonal, distanciada, la presentación incompleta de escenas
genera una multiplicidad de mundos posibles. No se sabe con certeza si hay una relación
incestuosa entre Susana y su padre, «Pues por el modo que la trata más bien parece su
mujer.» (p. 85). Tampoco puede saberse realmente el origen de la locura de Susana, ni
por qué Pedro Páramo está tan obsesionado con ella; solo tenemos pistas. Incluso, como
ya se mencionó, no se llega a mostrar plenamente cómo muere Páramo, ni por qué,
dejando amplio espacio para la especulación. Los narradores en la novela no son fiables
porque no ofrecen certezas, esperando que el lector sea el encargado de llenar de sentido
los vacíos, junto a su tarea de “ordenar” los fragmentos. Es por ello también que la lectura
plena del libro, la total disponibilidad de las partes, no implica que se pueda alcanzar una
totalidad. La trama, en conjunto, dispone una serie inagotable de interpretaciones, por lo
que una fijación de sentido resulta imposible, manteniendo constante solo la tensión entre
confianza y desconfianza con respecto a las voces que dan a conocer el mundo.
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Bibliografía
Antolín, F. y Donahue, J. (1982). “Las dos tramas de Pedro Páramo”. En Actas del
séptimo Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, 373-382 [versión
electrónica].
Bellini, G. (1986). “Función del silencio en Pedro Páramo”. En Quaderni di Letteratura
Iberiche e iberoamericane, 4, 75-81 [versión electrónica].
Muñoz, M. (2009). “Dualidad y desencuentro en Pedro Páramo”. En Cuadernos
Hispanoamericanos, 421-423, 385-398 [versión electrónica].
Perus, F. (2012). Juan Rulfo, el arte de narrar. México: Editorial RM.
Rulfo, J. (2001). Pedro Páramo. 7ma edición. Barcelona: Anagrama.
Villoro (2001). “Lección de arena. Pedro Páramo”. En Efectos personales, pp. 15-27.
Barcelona: Anagrama.
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