La
Ciencia
y
la
Filosofía
nacieron
juntas
en
el
intento
del
ser
humano
de
conocer
a
partir
de
la
RAZÓN
y
no
de
los
mitos,
es
decir,
dando
pruebas
y
argumentando
para
desvelar
lo
que
son
las
cosas.
Los
primeros
filósofos
y
científicos
tenían
una
ambición
por
conocer
toda
la
realidad;
pretendían
un
conocimiento
general
cuyo
prototipo
era
el
“sabio”.
Glosando
a
Platón,
la
actividad
filosófica
es
la
búsqueda
insatisfecha
e
inacabable
de
la
“sabiduría
toda
entera”
y
la
exigencia
de
dar
razón
de
las
cosas
y
de
nuestra
vida.
Dicho
saber,
liberado
de
la
tutela
del
mito
y
de
la
religión,
solo
pudo
surgir
en
un
clima
social
de
libertad
de
pensamiento
como
el
que
se
dio
en
las
ciudades-‐estado
griegas
de
la
antigüedad.
Aquellos
sabios
no
tuvieron
necesidad
de
sacerdotes
o
libros
sagrados
en
su
búsqueda
de
la
verdad.
Además,
en
su
intento
de
unificar
el
conocimiento
y
lograr
así
una
idea
general
del
mundo,
aquellos
sabios
pretendían
sobre
todo
proponer
desde
el
conocimiento
logrado
una
manera
de
comportarse,
esto
es,
una
moral.
Pero
después
de
Aristóteles
las
diferentes
corrientes
o
escuelas
filosóficas
se
separaron
y
se
interesaron
mucho
más
por
las
recetas
para
hacer
la
vida
más
soportable,
por
el
buen
vivir,
que
por
el
conocimiento
de
la
naturaleza
o
las
grandes
síntesis
teóricas.
El
Pensador
de
Auguste
Rodin
Con
el
triunfo
del
cristianismo
se
produjo
un
cambio
radical,
tanto
en
la
manera
de
razonar
como
en
el
tipo
de
felicidad
que
se
pretendía
lograr.
En
cuanto
a
lo
primero,
lo
que
se
buscaba
no
era
tanto
una
verdad
a
descubrir
a
través
del
razonamiento,
sino
que
se
imponía
la
Verdad
revelada.
Respecto
a
lo
segundo,
la
felicidad
no
provenía
ya
de
la
contención
e
imperturbabilidad
del
sabio
para
evitar
el
sufrimiento,
sino
en
seguir
a
Cristo
para
lograr
la
bienaventuranza.
Según
San
Agustín,
“la
felicidad
solo
se
alcanza
en
Dios”;
pero
además
dicha
felicidad
total
o
salvación
no
era
posible
en
este
mundo,
sino
en
el
más
allá.
Con
ello
la
actividad
filosófica
pasó
con
el
tiempo
a
ser
un
instrumento
de
la
teología
cristiana;
la
actividad
libre
del
comienzo
dio
lugar
así
a
una
dogmática
religiosa
fuertemente
imperial.
Pero
la
Filosofía
y
la
Ciencia,
aunque
sometidas,
van
a
pervivir
dentro
del
pensamiento
cristiano
e
intentarán
liberarse
en
las
grandes
revoluciones
del
pensamiento
que
se
sucederán
en
el
tiempo,
como
el
Renacimiento
o
la
Ilustración.
A
partir
del
Renacimiento
con
figuras
como
Galileo
la
Ciencia
se
diferencia
cada
vez
más
de
la
Filosofía,
al
desarrollar
y
perfeccionar
un
método
para
comprender
la
realidad
natural,
el
método
científico,
en
el
cual
es
fundamental
la
exactitud
del
lenguaje
matemático
y
el
contraste
experimental
de
nuestras
tentativas
de
explicación
o
hipótesis.
Por
otra
parte
la
ciencia
se
independizó
también
del
dogmatismo
religioso
al
tomar
como
criterio
de
verdad
el
contraste
con
la
realidad
y
no
las
Escrituras
o
la
escolástica
religiosa,
iniciándose
así
un
desarrollo
propio
que
no
ha
hecho
más
que
acelerarse
con
el
tiempo.
En
efecto,
la
Ciencia
se
ha
dividido
en
ramas
cada
vez
más
específicas
que
estudian
una
parte
de
la
realidad;
pero
entre
todas
componen
un
conocimiento
global,
coherente
y
cada
vez
más
exacto,
dado
que
asistimos
a
un
desarrollo
del
conocimiento
científico
cada
vez
más
acelerado
en
donde
nuevas
teorías
enriquecen
o
suplantan
a
las
anteriores.
Además
la
ligazón
de
la
Ciencia
con
la
Tecnología
hace
que
hoy
ambas
sean
la
clave
del
desarrollo
económico
y
social.
Este
desarrollo
científico-‐ tecnológico
ha
supuesto
cambios
en
la
práctica
científica.
Ya
no
hay
sabios
generalistas
(el
último
fue
tal
vez
Leonardo)
ni
científicos
aislados,
pues
el
conocimiento
científico
es
cada
vez
más
una
tarea
colectiva
(comunidad
científica
formada
por
equipos
con
intercambio
continuo
de
información
y
apoyados
por
los
recursos
Laboratorio
científico
en
la
estación
espacial
internacional
de
la
sociedad).
En
cuanto
a
la
Filosofía,
con
Descartes
se
inició
la
base
y
principio
de
la
modernidad
que
no
es
otro
que
la
duda
metódica
como
punto
de
partida.
A
su
vez
Locke
avanzó
en
la
reforma
de
la
Filosofía
siguiendo
normas
científicas;
su
actividad
no
es
tanto
obtener
conocimiento
(lo
cual
es
tarea
de
las
ciencias),
sino
analizar
y
correlacionar
los
métodos
y
los
resultados
de
aquellas
estableciendo
sus
límites,
examinando
sus
fundamentos
y
la
validez
de
sus
pretensiones,
armonizando
y
coordinando
sus
conclusiones.
El
proceso
de
la
modernidad
culminó
con
Kant
para
el
cual
la
actividad
filosófica
no
solo
no
debe
aspirar
a
convertirse
en
fuente
de
conocimiento,
sino
tampoco
a
convertirse
en
una
fuente
de
acción,
es
decir,
a
dictar
normas
a
la
gente
de
cómo
debe
comportarse
(autonomía
de
nuestra
voluntad
moral).
Su
cometido
es
mucho
más
modesto
y
no
es
otro
que
reflexionar
críticamente
sobre
ambos
procesos.
Después
de
Kant
el
desarrollo
interno
de
la
Filosofía
conllevó
una
capacidad
de
dispersión
muy
poco
en
consonancia
con
los
propósitos
integradores
de
aquella.
Frente
a
la
unidad
de
la
Ciencia
y
el
desarrollo
continuo
de
su
conocimiento,
la
Filosofía
por
su
parte
la
componen
hoy
diferentes
corrientes
a
menudo
enfrentadas
entre
sí.
Estas
diferentes
filosofías
no
consiguen
ya
una
visión
unificada
y
coherente
de
la
realidad,
por
lo
que
no
hay
como
en
la
Ciencia
un
auténtico
desarrollo.
Las
cuestiones
filosóficas
fundamentales
siguen
siendo
las
mismas
de
siempre
(¿quién
soy
yo?
¿qué
puedo
conocer?
¿cómo
he
de
actuar?
¿de
dónde
vengo
y
qué
me
espera
en
el
futuro?...);
lo
que
la
Filosofía
nos
aporta
es
la
riqueza
de
las
reflexiones
de
muchas
personas
sobre
dichos
temas
a
lo
largo
de
la
historia.
No
es
pues
un
cuerpo
de
conocimientos
o
un
conjunto
de
teorías,
sino
ante
todo
una
actividad;
actividad
que
surge
de
nuestra
innata
curiosidad
y
de
nuestra
admiración
ante
lo
que
existe.
Como
decía
Kant,
la
Filosofía
no
es
un
saber
transmisible,
sino
un
esfuerzo
crítico
para
buscar
y
valorar
las
posibles
respuestas
a
aquellas
preguntas.
Por
ello
“no
se
aprende
Filosofía;
se
aprende
a
filosofar”.
Por
otra
parte,
la
Filosofía
no
puede
competir
ya
con
la
Ciencia
en
el
conocimiento
del
Universo;
el
desarrollo
científico
y
la
especialización
hacen
que
la
Filosofía
no
pueda
ya
elaborar
por
si
misma
grandes
síntesis
o
cosmovisiones
generales
como
en
la
antigüedad.
La
mayor
parte
de
los
filósofos
se
dedican
a
clarificar
y
revisar
los
fundamentos
del
conocimiento
(lógica,
epistemología)
o
a
profundizar
en
temas
relacionados
con
el
ser
humano
o
la
sociedad
(ética,
política,
estética…).
Además
la
práctica
filosófica
suele
seguir
siendo
individual
y
ha
dejado
de
ser
como
en
la
antigüedad
una
forma
de
vida
para
convertirse
normalmente
en
una
actividad
académica
y
profesional.
Hemos
visto
que
el
uso
de
la
RAZÓN
ha
sido
muy
fructífero
en
el
logro
del
conocimiento;
ésta
es
y
sigue
siendo
un
instrumento
irrenunciable
para
no
caer
de
nuevo
en
el
dogmatismo
o
en
nuevos
mitos.
Pues
el
conocimiento
científico
se
puede
limitar
al
aspecto
meramente
instrumental
(pretender
el
poder,
el
dominar
a
la
Naturaleza,
en
vez
buscar
el
bienestar
humano
y
la
sabiduría)
o
creerse
el
único
conocimiento
válido(cientifismo),
por
lo
que
es
necesaria
la
crítica
filosófica.
Ésta
no
trata
de
dar
la
espalda
a
la
Ciencia,
sino
hacer
Filosofía
más
allá
de
la
Ciencia,
es
decir,
reflexionar
con
toda
la
racionalidad
y
conciencia
crítica
posible
no
solo
sobre
el
mundo
sino
también
sobre
el
ser
humano
y
su
relación
con
el
mundo.
A
su
vez
dicha
crítica
filosófica
no
se
puede
realizar
con
fundamento
si
no
parte
de
lo
que
el
conocimiento
científico
nos
dice
en
cada
momento.
Por
ello
podríamos
terminar
esta
primera
reflexión
afirmando
la
necesidad
de
las
dos
formas
de
razonar
que
suponen
tanto
la
Ciencia
como
la
Filosofía:
“la
Ciencia
sin
la
Filosofía
es
ciega;
y
la
Filosofía
sin
la
Ciencia
es
vacía”.