Sei sulla pagina 1di 4

NOTA TÉCNICA DE TEOLOGÍA III (CT3)

4.1 EL ESPIRITU SANTO

4.1 Su divinidad: procede eternamente del Padre y del Hijo

El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, distinta del


Padre y del Hijo, de quienes procede eternamente.

El Símbolo de los Apóstoles confiesa esa fe en el Espíritu Santo. En el Antiguo


Testamento se habla de El veladamente (cfr. Ps. 103, 30; Is. 11, 2; Ex. 36, 27),
pero es el Nuevo Testamento quien lo revela con claridad, declarando
expresamente su divinidad.

En los Hechos de los Apóstoles leemos lo que San Pedro dijo a Ananías: "¿Cómo
ha tentado Dios tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo? No has mentido
a los hombres, sino a Dios" (Hechos 5, 3).

El Espíritu Santo -por ser Dios, igual al Padre y al Hijo- merece la misma
adoración y gloria. Por su consustancialidad con el Padre y el Hijo –es la misma
sustancia divina-, hay una identidad en el honor y la gloria que los hombres le
debemos.

a) Es una Persona divina, que procede del Padre y del Hijo.


Decimos que el Espíritu Santo es Persona divina, y no un atributo o virtud
divina impersonal.
El Espíritu Santo es una Persona realmente distinta del Padre y del Hijo, como
queda manifiesto en la fórmula trinitaria del bautismo (cfr. Mt. 2 8, 19), la
teofanía del Jordán (cfr. Mt. 3, 6) y el discurso de despedida de Jesús (cfr.
Juan 14, 16-26; 15, 26).

b) Sus nombres
Las palabras "Espíritu Santo" pueden también aplicarse con razón al Padre y al
Hijo, pues ambos son espíritu y santos. La Iglesia aplica este nombre a la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad porque el Espíritu Santo carece de
nombre propio. Le llamamos así porque procede del Padre y del Hijo por vía
de espiración y de amor.
Procede como de un único principio: así como el Padre, al comprenderse a Sí
mismo, engendra al Verbo, que es Subsistente, así el amor mutuo del Padre y
del Hijo, es el Espíritu Santo.
Se le pueden también aplicar otros nombres, p.ej. el nombre de Paráclito, que
significa consolador o abogado (cfr. Juan 5, 3-4, 16-26). Se le atribuyen
acciones que sólo realizan los seres personales, como ser maestro de la
verdad, dar testimonio de Cristo, conocer los misterios de Dios (cfr. Juan, 16,
13; 1 Cor. 2, 10).
4.2 El Espíritu Santo asiste a la Iglesia

Como lo había prometido Jesús antes de marcharse de nuevo al cielo, desde allá
nos envía, junto con su Padre, al Paráclito. Es San Lucas quien nos relata su
venida: "Llegado el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un lugar,
cuando de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento impetuoso, que
llenó toda la casa. Y aparecieron unas como lenguas de fuego que se posaron
sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2, 1-
5).

El Espíritu Santo:
a) Iluminó el entendimiento de los Apóstoles en las verdades de la fe, y los
transformó de ignorantes en sabios;
b) fortificó su voluntad, y de cobardes los transformó en valerosos defensores de
la doctrina de Cristo, que llegaron a sellar con su sangre.
El Espíritu Santo no descendió sólo para los Apóstoles, sino para toda la Iglesia, a
la cual enseña, defiende, gobierna y santifica.

 Le enseña impidiéndole que se equivoque- Por eso Cristo lo llamó "Espíritu


de verdad" (Juan 16, 13);
 La defiende, librándola de las asechanzas de sus enemigos;
 La gobierna, inspirándole lo que debe obrar y decir;
 La santifica con su gracia y sus virtudes.

Es muy significativo que los Apóstoles, en el primer Concilio, en Jerusalén,


invocaron la autoridad del Espíritu Santo como fundamento de sus decisiones:
"Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros. (Hechos 15, 28).

Ejemplos prácticos de esta asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia hay muchos:
 Ningún Pontífice Romano ha errado en sus decisiones dogmáticas;
 Siempre que se han desencadenado contra la Iglesia graves males, el
Espíritu Santo ha suscitado eminentes creyentes que los contrarresten;
 Los perseguidores de la Iglesia nunca han podido hacer daños irreparables,
y han tenido un fin desastroso
 Nunca han faltado cristianos de eminente santidad.

Su acción en la Iglesia es permanente: "Yo rogaré al Padre y os dará otro


Consolador, para que esté con vosotros eternamente" (Juan 14, 16). Tal fue la
promesa de Cristo.

4.3 El Espíritu Santo vive en el alma en gracia

"La Iglesia (...) proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como


aquel que es dador de vida, aquél en el que (...) Dios (...) se comunica con los
hombres construyendo en ellos la fuente de vida eterna" (Juan Pablo II, Enc.
Dominum et vivificantem, n. 2).
En nuestra santificación intervienen las tres Personas divinas, porque el principio
de las operaciones es la naturaleza y en Dios no hay más que una sola Esencia o
Naturaleza. Por ser el Espíritu Santo, Amor, y por ser la santificación obra
fundamentalmente del Amor de Dios, es por lo que la obra de la santificación de
los hombres se atribuye al Espíritu Santo (cfr. Decr. Apostolicam actuositatem, n.
3).

Esta santificación la realiza principalmente a través de los sacramentos, que son


signos sensibles instituidos por Jesucristo, que no sólo significan sino que
confieren la gracia.
La vida divina que nos santifica, nace, crece y sana por medio de los
sacramentos. Son, pues, los medios de salvación a través de los cuales nos
santifica, principalmente, el Espíritu Santo.

Cuando el alma corresponde con docilidad a sus -inspiraciones, va produciendo


actos de virtud y frutos innumerables —San Pablo enumera algunos como
ejemplo: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza, modestia, continencia, castidad (cfr. Gal. 5, 22)—,
derramando abundantemente su gracia en nuestros corazones:

 habita en el alma y la convierte en templo suyo;


 la ilumina en lo referente al conocimiento de Dios;
 la santifica con la abundancia de sus virtudes, gracias y dones;
 la fortalece en el bien y reprime sus malas inclinaciones;
 la consuela (por eso es llamado "Espíritu Consolador").

Son muy expresivos los textos de la Sagrada Escritura en este sentido. Entre
ellos se pueden entresacar algunos:

 “Cuando venga el Espíritu Santo os enseñará todas las verdades" (Jn. 14,
26).
 "Fuisteis santificados, fuisteis justificados por el Espíritu Santo" (I Cor. 6,
11).
 "El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo qué hemos de pedir,
él mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rom. 8, 26).

4.1.4 Tratar al Espíritu Santo

Si el Espíritu Santo es el santificador de nuestras almas, es necesario que nos


esforcemos en conocerlo, tratarlo y seguir sus enseñanzas, demostrando así que
le queremos.

El trato continuo con el Espíritu Santo aumenta nuestro amor, y en consecuencia


nos facilita el seguir con docilidad sus enseñanzas:

"El Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a
nuestros pensamientos, deseos y obras... Si somos dóciles al Espíritu Santo, la
imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así
acercándonos cada día más a Dios Padre" (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que
pasa, n. 135).

Nuestros deberes para con El son:


a) Presentarle nuestro homenaje de adoración y amor.
b) Pedirle sus virtudes y sus dones.
c) Evitar cuanto pueda disgustarlo, y sobre todo el expulsarlo de nuestra alma
por el pecado mortal: "no contristéis al Espíritu Santo", nos dice San Pablo
(Ef. 41, 30).
Son igualmente de San Pablo estas palabras: "¿Ignoráis vosotros que sois templo
de Dios, y que el Espíritu Santo mora en vosotros? Pues si alguno profanare el
templo de Dios, Dios le perderá" (I Cor. 3, 16).
Tenemos pues, obligación de alejar nuestro cuerpo nuestra alma de toda
impureza, por respeto al Espíritu Santo, que mora en ellos.

Potrebbero piacerti anche