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En los Hechos de los Apóstoles leemos lo que San Pedro dijo a Ananías: "¿Cómo
ha tentado Dios tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo? No has mentido
a los hombres, sino a Dios" (Hechos 5, 3).
El Espíritu Santo -por ser Dios, igual al Padre y al Hijo- merece la misma
adoración y gloria. Por su consustancialidad con el Padre y el Hijo –es la misma
sustancia divina-, hay una identidad en el honor y la gloria que los hombres le
debemos.
b) Sus nombres
Las palabras "Espíritu Santo" pueden también aplicarse con razón al Padre y al
Hijo, pues ambos son espíritu y santos. La Iglesia aplica este nombre a la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad porque el Espíritu Santo carece de
nombre propio. Le llamamos así porque procede del Padre y del Hijo por vía
de espiración y de amor.
Procede como de un único principio: así como el Padre, al comprenderse a Sí
mismo, engendra al Verbo, que es Subsistente, así el amor mutuo del Padre y
del Hijo, es el Espíritu Santo.
Se le pueden también aplicar otros nombres, p.ej. el nombre de Paráclito, que
significa consolador o abogado (cfr. Juan 5, 3-4, 16-26). Se le atribuyen
acciones que sólo realizan los seres personales, como ser maestro de la
verdad, dar testimonio de Cristo, conocer los misterios de Dios (cfr. Juan, 16,
13; 1 Cor. 2, 10).
4.2 El Espíritu Santo asiste a la Iglesia
Como lo había prometido Jesús antes de marcharse de nuevo al cielo, desde allá
nos envía, junto con su Padre, al Paráclito. Es San Lucas quien nos relata su
venida: "Llegado el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un lugar,
cuando de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento impetuoso, que
llenó toda la casa. Y aparecieron unas como lenguas de fuego que se posaron
sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2, 1-
5).
El Espíritu Santo:
a) Iluminó el entendimiento de los Apóstoles en las verdades de la fe, y los
transformó de ignorantes en sabios;
b) fortificó su voluntad, y de cobardes los transformó en valerosos defensores de
la doctrina de Cristo, que llegaron a sellar con su sangre.
El Espíritu Santo no descendió sólo para los Apóstoles, sino para toda la Iglesia, a
la cual enseña, defiende, gobierna y santifica.
Ejemplos prácticos de esta asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia hay muchos:
Ningún Pontífice Romano ha errado en sus decisiones dogmáticas;
Siempre que se han desencadenado contra la Iglesia graves males, el
Espíritu Santo ha suscitado eminentes creyentes que los contrarresten;
Los perseguidores de la Iglesia nunca han podido hacer daños irreparables,
y han tenido un fin desastroso
Nunca han faltado cristianos de eminente santidad.
Son muy expresivos los textos de la Sagrada Escritura en este sentido. Entre
ellos se pueden entresacar algunos:
“Cuando venga el Espíritu Santo os enseñará todas las verdades" (Jn. 14,
26).
"Fuisteis santificados, fuisteis justificados por el Espíritu Santo" (I Cor. 6,
11).
"El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo qué hemos de pedir,
él mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rom. 8, 26).
"El Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a
nuestros pensamientos, deseos y obras... Si somos dóciles al Espíritu Santo, la
imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así
acercándonos cada día más a Dios Padre" (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que
pasa, n. 135).