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HORA

S ANTA

SAN JUAN BAUTISTA, MODELO DE ADORADOR


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.
 Se lee el texto bíblico:

L
ectura del Evangelio según san Lucas 1,39-56
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la
región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías
y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu
Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor
venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de
gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
SAN JUAN BAUTISTA
Illum oportet crescere, me autem minui.
“Conviene que Jesús crezca y que yo mengüe” (Jn 3, 30)
Debemos honrar a san Juan como a modelo perfecto de los adoradores. Estas
hermosas palabras son la divisa de la abnegación y del sacrificio eucarístico ¡que
el santísimo Sacramento crezca, sea conocido y amado y que nosotros nos
anonademos a sus pies! Ahora, ved cómo san Juan, en las principales acciones de
su vida, ha sido modelo de adoradores. Su vida parece haber sido una adoración
continua, y en ella se encuentran los caracteres de la adoración hecha según los
cuatro fines del sacrificio, que es el mejor de todos los modos de adorar.
I.- La adoración. –La adoración se hace arrodillado en el suelo y con la cabeza
inclinada: es éste un primer movimiento que nos lleva a reconocer, a través del
velo eucarístico, la majestad infinita de Dios que allí se oculta. A este primer
movimiento sucede la exaltación de su grandeza y su amor.
Notad cómo la primera gracia concedida a san Juan es una gracia de adoración.
El Verbo se halla en el seno de María e inspira a su Madre que vaya a visitar a
santa Isabel, y María lleva ante san Juan a su Dios y a su rey. Como san Juan no
puede ir a Jesús porque su madre es muy anciana para emprender este viaje,
Jesús se traslada allí. Así obra con nosotros no pudiendo nosotros ir a Dios, viene
Dios a nosotros.
María desata el poder de su divino hijo al saludar a Isabel: aun hoy Jesús está
como atado y nada quiere hacer sin María. La voz de María fue la del Verbo
encarnado: Juan se agita en el claustro materno al oír esta voz y revela a su madre
el misterio de la presencia de Dios en María, haciéndoselo comprender al mismo
tiempo, como lo confiesa Isabel a María: Exsultavit infans in utero meo –Apenas oí
tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno (Lc 1, 44).
Desde entonces Juan es precursor, ve a Dios y le adora en sus movimientos: él le
adora, y la alegría de estar en su presencia desborda sobre su Madre.
¡Qué bueno fue nuestro Señor con san Juan! Quiso bendecirle y dársele a conocer
en el seno mismo de su madre. ¡Qué grata debió serle esta adoración de su
precursor! ¡Era tan espontánea!
Jesús permaneció con él tres meses; uno y otro estaban encerrados en el
tabernáculo materno. Juan adoraba constantemente a su Dios, y lo sentía tras el
velo que lo separaba de Él. Uníos a esta tan buena adoración de san Juan, tan
viva y tan sentida, no obstante los velos y las paredes que lo separan de nuestro
Señor: Senseras Regem thalamo manentem.
II. La acción de gracias. –La acción de gracias descansa en la bondad, en el amor
de Jesucristo: no ve más que los dones y los beneficios; se humilla para exaltar al
bienhechor; se alegra por las gracias y beneficios concedidos a él mismo y a los
demás, y a la Iglesia entera. Este sentimiento dilata el corazón.
Ahora bien, en el Jordán manifiesta el Bautista este doble sentimiento de alegría y
de gratitud. Considerad, en primer lugar, la gracia que le concede nuestro Señor;
porque la acción de gracias parte siempre de un beneficio recibido y descansa en
la humildad.
Pues bien Juan va a bautizar a nuestro Señor. Él no le había visto nunca. El Padre
celestial le había dado una señal por la cual le reconocería: Jesús se presenta entre
la multitud de pecadores que esperaban el bautismo de Juan y oían sus enérgicas
exhortaciones a la penitencia; Jesús guarda turno entre las filas de publicanos y
soldados... ¡El que era rey e hijo de Dios!...; pero nada de privilegios ni
excepciones. ¡Entended esto, oh adoradores, y no tengáis más protector que
Jesucristo! San Juan se arroja a los pies de Jesucristo: ¡Cómo! ¿Vos venís a mí? Ego
a te debeo baptizari, et tu venis ad me? (Mt 3, 14).
¡He aquí la humildad... la verdad! Los santos no se creen jamás perfectos. Juan en
estas palabras no habla de su ministerio: Venis ad me, vienes a mí; y no dice
vienes a mi bautismo. ¡Qué delicadeza! El hablar de su ministerio le hubiera
erigido un pequeño trono, y ante Dios esto no conviene.
Jesucristo le dice: “Cumple el mandato de mi Padre” (Mt 3, 15).
Como hombre verdaderamente humilde, san Juan obedece y le bautiza. Una
humildad falsa hubiese alegado cincuenta razones para excusarse; pero san Juan
obedece. Y cuando nuestro Señor se retira, él no le sigue, sino que permanece en
el puesto que le ha colocado la obediencia. ¡Qué humildad!
Ved ahora cómo el Bautista transfiere al Señor toda la gloria y todo el honor de la
sublime función que acaba de ejercer. Sus discípulos, los peores entre todos los
aduladores, queriendo honrarse con la gloria de su maestro, le manifiestan que
todo el mundo va tras Jesús. ¡Oh, y cuánto me place!, responde san Juan. El
amigo del esposo se coloca a su lado y permanece de pie en su presencia, mas la
esposa es exclusivamente para su esposo: las almas no son sino para Jesucristo. El
amigo está sólo para servir al esposo. San Juan se goza de que el divino esposo
encuentre tantas esposas: “Mi alegría llega al colmo viéndole crecer. ¡Es necesario
que Él aumente y que yo disminuya, que Él crezca y yo mengüe!”
¡Nada para él, todo para Jesús! Eso es lo que nosotros debemos procurar: que
crezca el reino de Jesucristo. ¡Qué pena no poderle levantar un trono en todos los
corazones!; por eso nos postramos en su acatamiento..., nos achicamos y
elevamos a Jesucristo sobre su trono. Illum oportet crecere –es necesario que él
crezca y que yo disminuya (Jn 3, 30). Esto tiene muchas aplicaciones en la
práctica.
Hoy no somos nada, pero tal vez con el tiempo cuente entre sus adoradores a
hombres distinguidos. Entonces convendrá decirles.
“¡Cuidado, no andéis de puntillas pretendiendo creceros por vuestros talentos...
inclinaos y humillaos, para que sólo el Señor se haga visible!” ¡Es tan hermosa
nuestra vocación y el objeto de la misma tan elevado! ... Se nos creerá adornados
de todas las virtudes, porque de hecho deberíamos tenerlas todas para ser dignos
de nuestra vocación. ¡Desgraciado de aquel que quiera sostenerse en pie en la
presencia del Señor! ¡No, rodilla en tierra! Illum oportet crescere, me autem
minui.
¡Oh, qué hermosa es la acción de gracias de aquella alma que acepta los
beneficios de Dios, reconociendo que por sí misma nada es y nada merece y
transfiriendo por ello mismo a Dios la gloria que se le sigue!
III.- La propiciación o reparación. –La propiciación es una indemnización que
ofrecemos a nuestro Señor y un consuelo. Vasto campo se nos presenta aquí para
cumplir nuestra misión de adoradores; debemos reparar, interceder y hacer
penitencia por los pecados de los hombres. ¡El mundo es tan malo que hacen más
falta reparaciones que acciones de gracias!
Ved cómo san Juan hace oficio de reparación cuando dice: “Ecce Agnus Dei, ecce
qui tollit peccatum mundi –Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo” (Jn 1, 29): ¡He aquí el cordero de Dios que borra los pecados del mundo!
Predica y señala la víctima reparadora, y después llora y gime al ver la
indiferencia de los hombres hacia el Salvador. Oíd sus lamentos: “Medius
vestrum stetit quem vos nescitis –en medio de vosotros hay alguien al que no
conocéis” (Jn 1, 26). En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis.
Se queja de que los grandes y los sabios no quieren seguir a Jesucristo, el cual
solamente se ve rodeado de algunos desvalidos. Por eso él ofrece pública
satisfacción, le adora como víctima. Le ensalza por aquellos que le deprimen. “Yo
–dice– soy indigno aún de desatar la correa de su calzado”. ¡Cómo le resarce de
tantos menosprecios!
IV.- La súplica o petición. –Juan había sido encarcelado por su entereza en
reprender el delito de un rey culpable. Nadie se atreve a decir las verdades a los
reyes: ¡se tiene miedo! ¡Es una desgracia vivir al lado de los reyes! Sus discípulos
iban a verle y no creían todavía en Jesucristo. Juan hace lo posible para lograr su
conversión.
Este es el verdadero apostolado, es decir, conducir las almas a Jesús y hacer que
de tal modo se aficionen que ya no vuelvan sobre sí mismas. Juan pide a nuestro
señor Jesucristo que reciba a sus discípulos, y en seguida se los envía para que
éstos se conviertan a la vista de la bondad y poder de Jesús. Obra el Señor
grandes prodigios y... ¡ellos no le adoran! ¡Oh, y cuán necio es el corazón humano
dominado por los prejuicios! La envidia les dice que si Jesús crece, Juan llegará a
no significar nada. ¡Ellos no quieren desaparecer con él, porque tienen el orgullo
de casta y de camarilla y viven de la gloria que rodea a su maestro!
Pero cuando hubieron visitado al Salvador quedó prendida en sus corazones la fe
y, muerto san Juan, se unieron a Jesucristo; su conversión fue debida a las
oraciones de san Juan.
¡Aquí tenéis un buen adorador! Amad mucho a san Juan, que fue tan amado de
nuestro señor Jesucristo. Jesús lloró su muerte...: era su primo, su amigo y su
primer apóstol. Adorad, reparad como él y sabed sacrificaros como él por la
gloria de Jesucristo. Juan murió mártir por causa de los crímenes de un rey, que
son los que excitan más la cólera de Dios. Acordaos siempre de estas palabras,
que son el lema de la santidad y del servicio eucarístico: “Illum oportet crescere.
me autem minui!”; ¡Qué Jesús sacramentado sea ensalzado y yo humillado!

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