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Desde que la evolución permitió el lenguaje, sea este con palabras, signos, señas,
Las personas consideran que dialogar es fácil, y de cierto modo es así, a simple
vista dialogar puede parecer fácil, sencillo e incluso intrascendente, ha tenido que
pasar por mucho tiempo para que se pueda lograr. Hablar da la posibilidad de
comunicarse, pero no la garantiza, pues saber hablar no significa saber
comunicarse.
Escuchar significa dirigir la atención hacia las palabras del otro, tratando de lograr una
percepción exacta de la palabra hablada y extraer lo esencial del mensaje oído y no hacer
juicios anticipados, sin haber comprendido cabalmente la información brindada por el
interlocutor. Por eso es necesario dejar que los demás hablen lo que no quiere decir no
hablar.
Se sabe que hay personas muy calladas que no por ello escuchan a los demás.
Estas pueden mantener un diálogo interno, mental mientras callan o incluso miran a su
interlocutor aparentando escuchar.
Cuando se habla de oír se subraya el proceso fisiológico que tiene lugar cuando las ondas
recibidas causan una serie de vibraciones que son transmitidas al cerebro. El escuchar en
cambio tiene lugar cuando el cerebro reconstruye ya estos efectos electromagnéticos y
forman una representación del sonido original a la que se le asigna determinado significado.
En ese sentido el oír no puede ser parado porque el sentido del oído recoge las ondas del
sonido y las transmite al cerebro las quiera o no las quiera. En cambio el escuchar no es tan
automático y tenemos la experiencia de que a veces oímos pero no escuchamos.
La verdadera escucha es un proceso activo que envuelve aspectos más complejos que el
acto pasivo de oír, aunque sin el umbral mínimo de la audición sería imposible la escucha.
(Rodriguez, 2010)
Toda moneda tiene una cara y una cruz. Ese parece el destino de los seres humanos, que
para saber lo que es dulce a veces tienen que saborear lo que es amargo. Hoy podemos
comunicarnos a través de prácticamente todos los sistemas posibles y hay, sin embargo,
gente que se siente sola. Hoy todo el mundo habla pero muy poca gente escucha.
He descubierto que en cualquier esquina te puedes encontrar con una idea sorprendente.
Que en cualquier rincón de Tenerife o en cualquier hilo de conversación en una red social
puede surgir una persona que con una frase te descubra la solución a un problema al que le
venías dando vueltas hace mucho tiempo. No. No es que pase todos los días, pero pasa. Y
si no estás escuchando lo que la gente tiene que decirte, te vas a perder el conocimiento de
lo que piensan muchas personas que tienen el menos común de los sentidos, que es el
sentido común.
Esta semana, en los micrófonos de Radio Club Tenerife de la Cadena Ser, propuse a los
candidatos del PP y del PSOE, Manuel Domínguez y Aurelio Abreu, que debatiésemos
sobre el presente y futuro de nuestra Isla. Lo hice porque estamos en campaña electoral y
en contra del consejo de muchos expertos que me recomendaron no ya que no propusiera
un debate, sino que no aceptara ninguno porque no me favorecía.
No estoy de acuerdo con ese consejo y no les he hecho caso. Y les quiero explicar por qué:
creo que la gente tiene que escuchar lo que tenemos que decir los que aspiramos a ser sus
representantes. Y lo que es más importante, yo también quiero escuchar lo que tienen que
decir los dos representantes de estos partidos. Hace no muchos años, al atardecer, nuestros
abuelos se sentaban a la puerta de su casa con otros amigos y tenían una conversación
tranquila sobre los asuntos del pueblo. Muchas ventanas de las casas tenían unos
pequeños sillares a los lados, los asientos de riñera, porque la gente se sentaba allí para ver
pasar a la gente y hablar con los vecinos. Y en las casas, después del zaguán, la "sala de
estar" o el "recibidor" eran realmente espacios para estar y recibir a las personas que venían
de visita a tomar un café y a hablar. La conversación era la manera en que nuestros abuelos
tenían conocimiento del mundo y de la gente de su entorno. Las personas hablaban y se
escuchaban.
Hoy hablamos mucho más, pero tengo la sensación de que escuchamos mucho menos. Nos
llegan mensajes por todos lados, desde el teléfono a las redes sociales, desde la televisión a
la radio, en la prensa o en la calle. Pero como pasa con la información, a veces es en tal
cantidad que nos saturamos y dejamos de prestar atención.
Creo en la necesidad de hablar y de escuchar. Y creo que uno de los retos que esta
sociedad tiene que plantearse es volver a valorar a los demás como una fuente de
conocimiento. Estoy seguro de que un debate entre los tres candidatos al Cabildo de
Tenerife hará que la gente aprenda más de su isla y nosotros mismos aprendamos más.
Estoy en Coalición Canaria porque no quiero que me digan desde Madrid lo que debo o no
debo decir o hacer y porque nuestro compromiso es sólo y exclusivamente con nuestro
pueblo de Tenerife.
De eso estoy absolutamente seguro. Pero eso no quiere decir que tenga ni todas las
verdades ni todas las razones. Quiero seguir dispuesto a hablar y a explicar mis ideas, pero
también a escuchar las de los demás. (Alfonso, 2015)
Oír y escuchar son dos actitudes distintas. Al cabo de un día se oyen muchas cosas pero se
escucha poco. Cuando se oye no se presta una atención profunda, sino que simplemente se
capta la sucesión de sonidos que se produce alrededor. Mientras que cuando se escucha,
toda la atención va dirigida hacia algún sonido o mensaje específico, es decir, existe una
intencionalidad, encontrándose todos los sentidos enfocados a lo que se está recibiendo.
Así, las personas que saben escuchar a otros, los acompañan en su viaje por la vida.
Ocurre a veces que cuando estamos hablando con otra persona tenemos tanto el otro como
nosotros dificultades para escuchar, pasando de escuchar a oír en muchas ocasiones,
mientras elaboramos qué vamos a decir cuando el otro acabe, en vez de intentar prestar
atención a lo que nos dicen, quedando el dialogo bloqueado por incontinencias verbales; ya
que si todos queremos hablar a la vez y no se escuchan las razones de los otros, no habrá
dialogo como tal sino monólogos yuxtaponiéndose. (Cueva, 2015)
*La competencia pragmática, el uso adecuado de ese lenguaje aprendido según el propósito
u objetivo y la situación en que el acto de comunicación tiene lugar.
Saber hablar no es un don, no proviene de ninguna cualidad innata; para hablar bien se
necesita un entrenamiento y un ensayo continuos.
Los recursos retóricos son habilidades de argumentación que se manifiestan de modo más o
menos consciente en cualquier acto de hablar, ya que todo discurso hablado o escrito tiene
una intención, se dirige a alguien con un finque ha de negociarse. La argumentación y la
retórica, por tanto, están presentes en todo discurso, desde la interacción cotidiana.
En todos los casos la función persuasiva es motor fundamental de quien habla. Así pues,
saber hablar es ser cada vez más consciente de la existencia de los mecanismos y tácticas
lingüísticas de persuasión, saber hablar bien es llegar a adquirir esas habilidades
argumentativas y ponerlas en práctica.
Saber hablar es ser capaz de enfrentarse verbal y extra verbalmente no solo ante un público
poco activo, como el que asiste a una conferencia o a un mitin; es también y, sobre todo,
saber preparar y saber ejecutar los discursos ante cualquier oyente o grupo de oyentes con
los que se pretende interactuar. Saber hablar no es solo llegar a articular sonidos de modo
más o menos coherente. Toda persona, sin problemas físicos, adquiere primero y aprende
después el lenguaje. (Flor & Adriana, 2013)
CONCLUSIÓN
Un proverbio oriental dice: “Nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza,
que el que empieza a hablar antes de que su interlocutor haya concluido”.
Si los seres humanos supiéramos escuchar del mismo modo que sabemos hablar, la
comunicación existente entre las personas sería más efectiva, más cómoda, más
abierta.
Es totalmente cierto que saber escuchar es una actitud difícil, ya que exige dominio
de uno mismo, implica una atención, comprensión y esfuerzo por captar el mensaje
de la otra persona con la que nos comunicamos. El dialogo correcto exige una
actitud silenciosa de escucha atenta.
Es difícil poder decir a la otra persona que algo resulte cierto si no ponemos toda la
atención que requiere ese dialogo. Si guardamos silencio y le demostramos al
interlocutor que lo estamos escuchando el se sentirá agradecido y se dará cuenta de
la importancia que se merece y entre los dos crearan un clima de estima y
confianza.