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Jeannette Sánchez
Septiembre de 2015
En el presente artículo se discute sobre los aportes y los límites de uno de los libros de
economía contemporáneos más importantes, tanto por su gran fundamentación histórica
y estadística como por su influencia en el debate académico y político: "El Capital en el
siglo XXI", de Thomas Piketty. Este libro ha provocado una importante discusión en los
temas de distribución, concentración del capital y desigualdad, y las políticas para
confrontarla. Ecuador no ha estado libre de esa discusión en la formulación de políticas y
la toma de decisiones gubernamentales.
El análisis que aquí se presenta contiene una lectura del libro desde la óptica y la realidad
andina, particularmente ecuatoriana, para dimensionar sus aportes e intentar identificar
lo que haría falta para confrontar progresivamente la reproducción de la desigualdad en
esta región del mundo.
1
En memoria de José Sánchez Parga, amigo incondicional y maestro generoso que aportó
grandemente al entendimiento de nuestro país, de sus diversidades y sus desigualdades, con
particular dedicación al mundo indígena.
desigualdad, con políticas públicas activas, si bien no necesariamente buscan cambiar el
sistema capitalista (Rawls en Kilcullen, 1996; Sen, 1995, Dworkin, 2003; Nagel ,2001;
Guendel, 2009). En esta tendencia se asume la posibilidad de un Estado con autonomía
relativa frente a intereses de grupos económicos particulares y con capacidad de buscar el
bien común (Skocpol, 1985).
En la arena de este debate se puede identificar a Piketty (2013) y su libro "El capital en el
siglo XXI" en la tercera corriente, aquella que cree que el Estado puede poner límites al
exceso de concentración y a la desigualdad dentro del sistema capitalista. Para ello,
primero pone distancia respecto al determinismo económico, cree que la historia de la
distribución de la riqueza es sobre todo política, y es particularmente creyente del efecto
de las medidas tributarias y fiscales no solo en la escala nacional, sino regional y global
para limitar la desigualdad de la riqueza y el ingreso.
Piketty (2013) sostiene que hay fuerzas que pueden apuntar hacia una mayor
convergencia y divergencia dentro y entre los países, y que no se puede esperar que
naturalmente se corrijan las fuerzas desestabilizadoras y no igualitarias. Una de las
principales fuerzas de convergencia es el proceso de difusión del conocimiento y la
inversión en capacitación y formación de habilidades, que permite un mejoramiento
generalizado de la productividad y de reducción de desigualdades. En definitiva se trata de
un mejoramiento del capital humano generalizado frente al capital físico, lo que requiere
una clara intervención de políticas públicas en educación. Las fuerzas desde el lado de la
divergencia son, por un lado, las diferencias remunerativas, que si son muy altas pueden
distanciar mucho a la población; y la acumulación y concentración que ocurre sobre todo
cuando hay un alto rendimiento del capital (r) y un bajo crecimiento de la producción (g).
Este último aspecto es la amenaza más importante en el proceso de distribución de la
riqueza a largo plazo, y es el aspecto clave que confronta el autor.
Piketty (2013) aporta en la parte normativa con políticas concretas que buscan regular el
capital y el exceso de concentración, y aportar en la construcción de un Estado social
necesario para el siglo XXI. El autor plantea que una redistribución moderna no es la
transferencia directa de las riquezas de los ricos a los pobres, sino el financiamiento de
servicios públicos clave e ingresos de reposición más o menos iguales para todos. En este
sentido, su enfoque es heredero de la lógica del Estado de Bienestar en un sistema
capitalista, en la tradición europea. No pretende confrontar al sistema capitalista, sino
construir una sociedad más justa en el capitalismo.
Para Piketty el impuesto progresivo es clave para el Estado social, nos recuerda que tuvo
su rol en la disminución de las desigualdades en el siglo XX, y si bien existen dificultades en
encontrar su estructura más efectiva, debe aportar para disminuir las desigualdades en el
siglo XXI, en contextos de alta competencia fiscal entre los países que demandan de una
mayor coordinación internacional.
Más allá de los impuestos progresivos a los ingresos, Piketty plantea lo que él reconoce
como una utopía: el impuesto mundial al capital, que complementa y no remplaza los
otros impuestos a los ingresos y a las herencias. Reconoce que en esta etapa del capital
globalizado, lo que se puede hacer al respecto en el nivel nacional es limitado. Por ello
sugiere una política de un impuesto al capital que idealmente pueda tener una escala
mayor a la nacional, y plantea que al menos se puede implementar inicialmente en el
ámbito de la Unión Europea, y -ojalá- a futuro en la escala global.
Este impuesto, aparte de su lógica contributiva, que tiene la ventaja de lograr un alcance
mayor a quienes más capital acumulan, lo cual no necesariamente se refleja en el ingreso,
actúa como un incentivo, pues obliga a hacer un uso dinámico de los activos. Es decir,
obliga al propietario del capital a deshacerse del activo progresivamente, si no lo utiliza,
sin perder las ventajas de la competencia y de la acumulación originaria.
En este sentido, para Piketty (2013) el impuesto sobre el capital sería una respuesta más
pacífica y eficaz a la concentración del capital privado y su rendimiento, en lugar de abolir
la propiedad privada de los medios de producción, y se adapta al capital patrimonial
globalizado de esta etapa del siglo XXI.
Gravar un impuesto progresivo al capital global aparece como una opción importante a la
hora de enfrentar no solo los temas de la desigualdad, sino los temas de la transparencia
de la información sobre patrimonios, los temas de la contribución y los incentivos que
permitan un mayor dinamismo en el uso de activos, la redistribución y la construcción de
un Estado más social, en el sentido referido por Piketty. El dilema mayor, sin embargo, es
reconocer si la política fiscal es suficiente para enfrentar la desigualdad, y si el impuesto al
capital corrige la compulsión a la concentración generadora de desigualdad inherente al
capitalismo. La cuestión no es menor hablando desde una América Latina marcada por
una alta desigualdad, no solo en ingresos, sino en activos y patrimonio -incluido el
ambiental-, y desde un mundo andino cuya desigualdad además atraviesa conflictos
étnicos heredados del coloniaje español.
En esta sección se referirá brevemente algunas de las críticas conceptuales que se han
difundido, y particularizará sobre reflexiones y críticas propias a la realidad andina.
Un grupo de críticas viene desde el lado de autores de reflexión más marxista (Harvey,
2014), que empiezan por cuestionar el uso de la categoría de capital, que Marx atribuyera
a una relación social y a un proceso, más que a un stock de activos como lo hace Piketty,
donde ciertos individuos poseen los medios de producción, y otros son despojados de
esos medios y venden su fuerza de trabajo por un valor inferior al que producen. Harvey
(2014), argumenta que la constatación de que existe mayor desigualdad cuando la tasa de
ganancia del capital es mayor a la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, no
explica por sí sola una ley. Lo que estaría por detrás, según Marx, es el desbalance entre el
poder del capital versus el del trabajo, y es ésta la contradicción fundamental del
capitalismo que origina la lucha de clases. Por ello, Harvey (2014) encuentra la solución
del impuesto al capital como una solución ingenua al problema estructural de la
desigualdad. Sánchez-Parga (2007), en su alusión a la desigualdad habla de la desigualdad
como un proceso resultante del propio sistema capitalista, así es escéptico de las
correcciones de resultado sino se interviene en las causas, lo cual requiere cambiar las
relaciones sociales de producción que reproducen recurrentemente desigualdad. Estos
pensadores llevan implícita la poca fe en un Estado capaz de hacer transformaciones, sin
la fuerza política de la sociedad y particularmente de los excluidos.
Otro grupo de críticas vienen desde la economía ecológica, que cuestiona el Capital del
siglo XXI de Piketty, porque no incorpora el aporte de la naturaleza en los procesos de
acumulación y sus costos. Según Falconí (2015), con la definición estrecha de capital de
Piketty, más relacionada a la formación bruta de capital fijo, o al capital "producido", se
ignora el patrimonio natural, el capital institucional, y el capital de los individuos basado
en sus capacidades y conocimiento. Por otra parte, no se considera las transferencias
desde los países periféricos, sobre todo aquellos especializados en materias primas, a la
acumulación del capital de los países desarrollados. Hace falta por tanto un análisis más
sistémico de la acumulación del capital en la escala global y un reconocimiento más
adecuado de que aquello funciona en un sistema ecológico abierto y que tiene costos y
repercusiones en la distribución no sólo actual sino intergeneracional.
A continuación, se expresan algunas reflexiones desde una mirada regional, sobre todo
andina, y particularmente desde la realidad de Ecuador.
En primer lugar, cabe reflexionar que Piketty no observa los temas de la distribución
internacional del trabajo y su rol en la acumulación del capital global y en la desigualdad
entre países y regiones, aspecto de reflexión fundamental desde un mundo andino y
latinoamericano, con una economía en franca desaceleración, fruto del ciclo de precios
bajos de los precios de sus principales productos de exportación. La especialización
primaria de la región -y así de Ecuador- que aporta a la acumulación del capital global, en
lo interno provocan problemas no solo de sostenibilidad económica y ambiental sino
también efectos distributivos en la dimensión intergeneracional, que merecen ser
considerados a la hora de reflexionar sobre la desigualdad y las posibles alternativas de
solución. La respuesta por otra parte, depende cada vez menos de lo que cada país puede
hacer en la escala nacional, sino más bien de la voluntad política para lograr acuerdos
regionales y globales que limiten los desequilibrios y desigualdades no solo dentro de los
países sino entre los países.
En segundo lugar, la viabilidad de un impuesto al capital global para regiones con
debilidad en sus procesos de integración como la latinoamericana, aparece como una
utopía mucho mayor. Los temas de la integración económica y peor política siguen siendo
un gran desafío en la región. Sin embargo, por supuesto, la utopía es pertinente, aunque
la distancia sea mayor.
Conclusión
Pese a las críticas, el aporte del pensamiento de Piketty es importante y aterrizó en tierra
ecuatoriana con efectos en la política pública, si bien restringida por los intereses
heterogéneos de una sociedad desigual y aún jerárquica, que debe debatir sus diferencias
democráticamente para la construcción efectiva de una sociedad más justa, objetivo clave
de su constitución política vigente.
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