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Una lectura de Piketty desde los Andes1

Jeannette Sánchez

Septiembre de 2015

En el presente artículo se discute sobre los aportes y los límites de uno de los libros de
economía contemporáneos más importantes, tanto por su gran fundamentación histórica
y estadística como por su influencia en el debate académico y político: "El Capital en el
siglo XXI", de Thomas Piketty. Este libro ha provocado una importante discusión en los
temas de distribución, concentración del capital y desigualdad, y las políticas para
confrontarla. Ecuador no ha estado libre de esa discusión en la formulación de políticas y
la toma de decisiones gubernamentales.

El análisis que aquí se presenta contiene una lectura del libro desde la óptica y la realidad
andina, particularmente ecuatoriana, para dimensionar sus aportes e intentar identificar
lo que haría falta para confrontar progresivamente la reproducción de la desigualdad en
esta región del mundo.

1. Los aportes de Piketty y el debate sobre la desigualdad

La preocupación por la desigualdad no es algo nuevo, ha sido motivo de discusión a lo


largo de la historia y ha sido parte del pensamiento social, político y económico, más allá
de su último reposo en el pensamiento neoliberal reciente. Existe debate, sin embargo,
sobre cuál es la sociedad justa, cuál la desigualdad tolerable y cuál el rol del Estado. Al
respecto, podemos identificar al menos tres grandes tendencias. Aquellos que platean la
igualdad utópica, solo posible superando el sistema capitalista, que es por esencia un
reproductor de desigualdad. Aquí se tiene a grandes pensadores como Rousseau (1755),
Marx (Sánchez Parga, 2007), las corrientes estructural-funcionalistas (Skocpol, 1985), o
neomarxistas como lo plantean Subirats, Knoepfel, Larrue y Varonne (2008). Aquellos que
casi naturalizan la desigualdad, dado que cada factor productivo recibe la retribución a su
participación en el proceso productivo, dándole al Estado un rol mínimo (Nozick en
Kilcullen, 1996; Hayek, 2007). Entre estas posiciones extremas, existen posturas que
defienden la necesidad de buscar sociedades más igualitarias o de poner límites a la

1
En memoria de José Sánchez Parga, amigo incondicional y maestro generoso que aportó
grandemente al entendimiento de nuestro país, de sus diversidades y sus desigualdades, con
particular dedicación al mundo indígena.
desigualdad, con políticas públicas activas, si bien no necesariamente buscan cambiar el
sistema capitalista (Rawls en Kilcullen, 1996; Sen, 1995, Dworkin, 2003; Nagel ,2001;
Guendel, 2009). En esta tendencia se asume la posibilidad de un Estado con autonomía
relativa frente a intereses de grupos económicos particulares y con capacidad de buscar el
bien común (Skocpol, 1985).

En la arena de este debate se puede identificar a Piketty (2013) y su libro "El capital en el
siglo XXI" en la tercera corriente, aquella que cree que el Estado puede poner límites al
exceso de concentración y a la desigualdad dentro del sistema capitalista. Para ello,
primero pone distancia respecto al determinismo económico, cree que la historia de la
distribución de la riqueza es sobre todo política, y es particularmente creyente del efecto
de las medidas tributarias y fiscales no solo en la escala nacional, sino regional y global
para limitar la desigualdad de la riqueza y el ingreso.

Piketty (2013) ha tenido el acierto de colocar en el debate público mundial


contemporáneo los temas de la distribución y la desigualdad, con un exhaustivo análisis
histórico de las estadísticas sobre todo de los países desarrollados, además, de hacer
propuestas de política para confrontar esa desigualdad. Su constatación clave es observar
que la desigualdad en los distintos países es mayor cuando el rendimiento del capital es
persistentemente mayor a la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso. Aspecto
que observa ocurre en el siglo XIX, y advierte como una amenaza para el siglo XXI, que
debilita los valores meritocráticos de una sociedad democrática.

Piketty (2013) sostiene que hay fuerzas que pueden apuntar hacia una mayor
convergencia y divergencia dentro y entre los países, y que no se puede esperar que
naturalmente se corrijan las fuerzas desestabilizadoras y no igualitarias. Una de las
principales fuerzas de convergencia es el proceso de difusión del conocimiento y la
inversión en capacitación y formación de habilidades, que permite un mejoramiento
generalizado de la productividad y de reducción de desigualdades. En definitiva se trata de
un mejoramiento del capital humano generalizado frente al capital físico, lo que requiere
una clara intervención de políticas públicas en educación. Las fuerzas desde el lado de la
divergencia son, por un lado, las diferencias remunerativas, que si son muy altas pueden
distanciar mucho a la población; y la acumulación y concentración que ocurre sobre todo
cuando hay un alto rendimiento del capital (r) y un bajo crecimiento de la producción (g).
Este último aspecto es la amenaza más importante en el proceso de distribución de la
riqueza a largo plazo, y es el aspecto clave que confronta el autor.

El autor cuestiona los excesivos pesimismos y optimismos de distintas corrientes


económicas sobre la acumulación del capital y la desigualdad. En la una orilla, cuestiona a
Marx y a Malthus que veían el cataclismo del sistema capitalista, en el primer caso movido
por las contradicciones internas del propio sistema capitalista tendiente a la
concentración sin límites, y en el segundo caso, por los límites de la tierra y la naturaleza
respecto a las demandas crecientes de una población en expansión, que no pudieron
advertir el alcance de la difusión del conocimiento y la tecnología. Si bien comparte la
preocupación estructural de los excesos del capitalismo y la concentración sin control. En
la otra orilla, cuestiona el optimismo de autores como Kuznets que veía en la fase
avanzada del capitalismo la solución de las desigualdades, o de Solow que planteaba una
vía de crecimiento equilibrado donde todos se beneficiarían del crecimiento sin mayores
divergencias. Para Piketty no hay ajuste natural y equilibrado del sistema capitalista, y es
necesario el control político y las políticas públicas para limitar sus excesos y sus
externalidades negativas, en defensa del bien público, no solo en la escala nacional sino
global.

Piketty (2013) aporta en la parte normativa con políticas concretas que buscan regular el
capital y el exceso de concentración, y aportar en la construcción de un Estado social
necesario para el siglo XXI. El autor plantea que una redistribución moderna no es la
transferencia directa de las riquezas de los ricos a los pobres, sino el financiamiento de
servicios públicos clave e ingresos de reposición más o menos iguales para todos. En este
sentido, su enfoque es heredero de la lógica del Estado de Bienestar en un sistema
capitalista, en la tradición europea. No pretende confrontar al sistema capitalista, sino
construir una sociedad más justa en el capitalismo.

Respecto al Estado social, el autor aboga por la necesidad de mantener políticas e


instituciones que permitan el acceso a derechos clave como la educación, salud y
seguridad social a todos los ciudadanos. Advierte, sin embargo, que las instituciones y
políticas deben adaptarse a las nuevas realidades sociales, económicas y demográficas,
conservando la tradición europea del acceso universal, y, que los Estados deben ser
mucho más eficientes y organizados para hacer un uso más adecuado de los recursos
públicos.

En relación al financiamiento de ese Estado social y la regulación de la concentración,


Piketty (2013) aboga en general por los impuestos progresivos, tanto de ingresos como de
capital. Si bien los impuestos progresivos de los ingresos y las herencias fueron una
innovación del siglo XX, su aporte para el siglo XXI, son los impuestos progresivos del
capital global. Para él, los impuestos no son solo un asunto técnico, sino sobre todo un
asunto político y filosófico, de importancia fundamental, pues sin ello no se tendría
capacidad de actuar colectivamente con un fin común. Esto de hecho es una gran
limitación en el lado latinoamericano y ecuatoriano que sigue manteniendo una
contribución tributaria relativamente baja, de apenas el 19% del PIB en el 2013 (CEPAL,
2015), lo cual es menos de la mitad de los ingresos tributarios en Europa, y con una
prevalencia de impuestos indirectos.

Para Piketty el impuesto progresivo es clave para el Estado social, nos recuerda que tuvo
su rol en la disminución de las desigualdades en el siglo XX, y si bien existen dificultades en
encontrar su estructura más efectiva, debe aportar para disminuir las desigualdades en el
siglo XXI, en contextos de alta competencia fiscal entre los países que demandan de una
mayor coordinación internacional.

Más allá de los impuestos progresivos a los ingresos, Piketty plantea lo que él reconoce
como una utopía: el impuesto mundial al capital, que complementa y no remplaza los
otros impuestos a los ingresos y a las herencias. Reconoce que en esta etapa del capital
globalizado, lo que se puede hacer al respecto en el nivel nacional es limitado. Por ello
sugiere una política de un impuesto al capital que idealmente pueda tener una escala
mayor a la nacional, y plantea que al menos se puede implementar inicialmente en el
ámbito de la Unión Europea, y -ojalá- a futuro en la escala global.

El impuesto propuesto es un impuesto al capital global, es decir a toda forma de capital:


financiero, inmobiliario, empresarial. Este impuesto es progresivo y anual: tasas
impositivas mayores para riquezas mayores y viceversa. Este impuesto no solo apoya al
financiamiento del Estado social, sino ayuda a regular la concentración capitalista, y limita
la desigualdad y la divergencia, a la vez que apoya la regulación más certera de las crisis
bancarias, en la medida en que se pueda contar con la información necesaria. Así se tiene
además un objetivo de transparencia sobre la riqueza y activos en el contexto nacional e
internacional, que requerirá de acuerdos internacionales sobre la trasmisión automática
de información, por ejemplo, bancaria.

Este impuesto, aparte de su lógica contributiva, que tiene la ventaja de lograr un alcance
mayor a quienes más capital acumulan, lo cual no necesariamente se refleja en el ingreso,
actúa como un incentivo, pues obliga a hacer un uso dinámico de los activos. Es decir,
obliga al propietario del capital a deshacerse del activo progresivamente, si no lo utiliza,
sin perder las ventajas de la competencia y de la acumulación originaria.

En este sentido, para Piketty (2013) el impuesto sobre el capital sería una respuesta más
pacífica y eficaz a la concentración del capital privado y su rendimiento, en lugar de abolir
la propiedad privada de los medios de producción, y se adapta al capital patrimonial
globalizado de esta etapa del siglo XXI.

Esta propuesta sin embargo requiere de una institucionalidad y gobernanza diferente a la


actual. En el marco de la Unión Europea el autor plantea la necesidad de llegar a acuerdos
más allá del tema monetario en el tema fiscal y de endeudamiento, y sugiere la posibilidad
de pensar en un gobierno continental democrático que controle el capitalismo patrimonial
y los intereses privados, así como estructure el modelo social europeo del siglo XXI.

En suma, el legado Piketty es, a nivel de diagnóstico y propuesta, un aporte al debate


sobre la desigualdad. Basado en un análisis histórico lleno de evidencia estadística, devela
que uno de los factores clave de las desigualdades es la concentración ilimitada del
capital, que esto ocurre cuando la tasa de ganancia crece más que la tasa de crecimiento
del producto y del ingreso y para ello recomienda un impuesto progresivo sobre el capital.
Este impuesto no puede estar acotado a la escala nacional, y sugiere, asentado en la
realidad de la Unión Europea, que al menos sea regional. Para lo cual será necesario
acordar la política fiscal, más allá de la moneda común, lo que debería tener un gobierno e
institucionalidad más apropiados en la escala regional. Estas reflexiones si bien son
pertinentes más allá de la realidad europea, tienen limitaciones que convienen señalar no
sólo en el plano teórico sino también contextual desde una mirada más andina.

2. Algunas reflexiones y críticas desde la realidad andina

Gravar un impuesto progresivo al capital global aparece como una opción importante a la
hora de enfrentar no solo los temas de la desigualdad, sino los temas de la transparencia
de la información sobre patrimonios, los temas de la contribución y los incentivos que
permitan un mayor dinamismo en el uso de activos, la redistribución y la construcción de
un Estado más social, en el sentido referido por Piketty. El dilema mayor, sin embargo, es
reconocer si la política fiscal es suficiente para enfrentar la desigualdad, y si el impuesto al
capital corrige la compulsión a la concentración generadora de desigualdad inherente al
capitalismo. La cuestión no es menor hablando desde una América Latina marcada por
una alta desigualdad, no solo en ingresos, sino en activos y patrimonio -incluido el
ambiental-, y desde un mundo andino cuya desigualdad además atraviesa conflictos
étnicos heredados del coloniaje español.

En esta sección se referirá brevemente algunas de las críticas conceptuales que se han
difundido, y particularizará sobre reflexiones y críticas propias a la realidad andina.

Un grupo de críticas viene desde el lado de autores de reflexión más marxista (Harvey,
2014), que empiezan por cuestionar el uso de la categoría de capital, que Marx atribuyera
a una relación social y a un proceso, más que a un stock de activos como lo hace Piketty,
donde ciertos individuos poseen los medios de producción, y otros son despojados de
esos medios y venden su fuerza de trabajo por un valor inferior al que producen. Harvey
(2014), argumenta que la constatación de que existe mayor desigualdad cuando la tasa de
ganancia del capital es mayor a la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, no
explica por sí sola una ley. Lo que estaría por detrás, según Marx, es el desbalance entre el
poder del capital versus el del trabajo, y es ésta la contradicción fundamental del
capitalismo que origina la lucha de clases. Por ello, Harvey (2014) encuentra la solución
del impuesto al capital como una solución ingenua al problema estructural de la
desigualdad. Sánchez-Parga (2007), en su alusión a la desigualdad habla de la desigualdad
como un proceso resultante del propio sistema capitalista, así es escéptico de las
correcciones de resultado sino se interviene en las causas, lo cual requiere cambiar las
relaciones sociales de producción que reproducen recurrentemente desigualdad. Estos
pensadores llevan implícita la poca fe en un Estado capaz de hacer transformaciones, sin
la fuerza política de la sociedad y particularmente de los excluidos.

Otro grupo de críticas vienen desde la economía ecológica, que cuestiona el Capital del
siglo XXI de Piketty, porque no incorpora el aporte de la naturaleza en los procesos de
acumulación y sus costos. Según Falconí (2015), con la definición estrecha de capital de
Piketty, más relacionada a la formación bruta de capital fijo, o al capital "producido", se
ignora el patrimonio natural, el capital institucional, y el capital de los individuos basado
en sus capacidades y conocimiento. Por otra parte, no se considera las transferencias
desde los países periféricos, sobre todo aquellos especializados en materias primas, a la
acumulación del capital de los países desarrollados. Hace falta por tanto un análisis más
sistémico de la acumulación del capital en la escala global y un reconocimiento más
adecuado de que aquello funciona en un sistema ecológico abierto y que tiene costos y
repercusiones en la distribución no sólo actual sino intergeneracional.

A continuación, se expresan algunas reflexiones desde una mirada regional, sobre todo
andina, y particularmente desde la realidad de Ecuador.

En primer lugar, cabe reflexionar que Piketty no observa los temas de la distribución
internacional del trabajo y su rol en la acumulación del capital global y en la desigualdad
entre países y regiones, aspecto de reflexión fundamental desde un mundo andino y
latinoamericano, con una economía en franca desaceleración, fruto del ciclo de precios
bajos de los precios de sus principales productos de exportación. La especialización
primaria de la región -y así de Ecuador- que aporta a la acumulación del capital global, en
lo interno provocan problemas no solo de sostenibilidad económica y ambiental sino
también efectos distributivos en la dimensión intergeneracional, que merecen ser
considerados a la hora de reflexionar sobre la desigualdad y las posibles alternativas de
solución. La respuesta por otra parte, depende cada vez menos de lo que cada país puede
hacer en la escala nacional, sino más bien de la voluntad política para lograr acuerdos
regionales y globales que limiten los desequilibrios y desigualdades no solo dentro de los
países sino entre los países.
En segundo lugar, la viabilidad de un impuesto al capital global para regiones con
debilidad en sus procesos de integración como la latinoamericana, aparece como una
utopía mucho mayor. Los temas de la integración económica y peor política siguen siendo
un gran desafío en la región. Sin embargo, por supuesto, la utopía es pertinente, aunque
la distancia sea mayor.

En tercer lugar, en la escala nacional, el optimismo de imaginar que el impuesto al capital


global, favorecería un Estado social y una sociedad más justa y equitativa, encuentra sus
límites en sociedades estratificadas y multiétnicas como las sociedades andinas.
Acogiendo la reflexión de Figueroa (2003, 2010) y su modelo teórico de desarrollo
adaptado a la región, se encuentra que la desigualdad pasa no solo por un tema de clases,
entre dueños del capital y trabajadores, sino también por una herencia colonial que
confronta ciertos grupos étnicos, y hace que el grupo subyugado históricamente no logre
movilizarse socialmente. Para Figueroa, los temas redistributivos a través de la política
fiscal y social, encuentran sus límites en las condiciones iniciales de los grupos sociales. El
grupo subyugado, para el caso andino, la población indígena, tiene debilidad no solo en
sus activos económicos sino en sus activos sociales y políticos. Por tanto, para que
realmente haya posibilidad de una mayor convergencia en ingresos y riqueza, tiene
necesariamente que producirse un shock en la dotación inicial de todos esos activos. Por
un lado, permitir mayor acceso a activos económicos, y no sólo derechos socio-
económicos a la educación, salud y seguridad social. Por otro lado, cambiar la lógica de
dominación social y política que desvaloriza a la cultura de la población indígena. Por
supuesto, es importante el acceso a bienes públicos. Pero para que ese acceso pueda
tener efecto en la movilidad social, como por ejemplo con la educación, debe haber
condiciones iniciales más favorables para todos, en el sentido de dotaciones iniciales
económicas y no económicas de las familias, que construya una mayor igualdad de
partida. Solo así podrá tener mayor sentido una sociedad meritocrática de la que habla
Piketty en la región.

En cuarto lugar, y desde el punto de vista normativo, los límites a la concentración


capitalista y los abusos que se puedan dar en el control de mercado, no se resuelven solo
con impuestos. Es importante no solo la política tributaria sino también la regulación
directa de ciertas prácticas del capital y su control de mercado. La regulación bancaria y de
los flujos financieros es clave para limitar los riesgos sistémicos y sus efectos perversos
sobre las economías nacionales. La política salarial y laboral activa tiene un rol muy
importante en la distribución primaria. Las políticas que buscan la inclusión y la
democratización del acceso a activos económicos son otras de las medidas que ayudan,
más allá de la redistribución del ingreso, a crear mayores condiciones de igualdad.
Finalmente, debido al punto de partida de alta desigualdad entre los actores económicos
de la región, lo que en el contexto latinoamericano, algunos reconocen como la
heterogeneidad estructural (CEPAL, 2012), y otros identifican como la economía plural
(Laville, 2011), las simples políticas tributarias y sociales no generan por sí solas
sistémicamente mayores condiciones de igualdad. Es necesario no solo regular o imponer
a quienes más concentran, como se ha mencionado en el punto previo, sino fortalecer y
promover la productividad de quienes menos capacidades tienen de producir y de operar
adecuadamente en los mercados. La pequeña producción urbana y rural, o lo que en
Ecuador se ha llamado la Economía Popular y Solidaria, requiere políticas expresas de
apoyo y fortalecimiento para que estas unidades económicas puedan escalar y mejorar.
Por otra parte, se requiere de un sistema económico más social y solidario, donde no solo
el Estado cumpla su rol redistributivo, sino donde las instituciones, las regulaciones, y las
prácticas privadas de las diferentes formas de organización productiva provoquen
sistémicamente una mejor distribución (Coraggio, 2011): la economía empresarial
manteniendo una mayor responsabilidad social y ambiental, con procesos de inclusión
más dinámicos y más emancipadores; y, la economía popular y solidaria desarrollando una
organización más cooperativa y solidaria que le de mayor capacidad de reproducción en el
plano de la economía sustantiva, y mayor poder en los mercados.

3. La influencia del pensamiento de Piketty en Ecuador

Sin embargo, de las críticas y limitaciones de la propuesta de Piketty, éste ha influido en el


debate mundial sobre la distribución, la desigualdad y las opciones de política. Ecuador es
un ejemplo de aquello. Altos funcionarios de gobierno han leído y opinado sobre las
virtudes y las limitaciones de la propuesta de Piketty. Ramírez (2015), Secretario Nacional
de Educación, Ciencia y Tecnología, SENESCYT, por ejemplo, reconoce que Piketty sería
uno de los autores más influyentes del mundo contemporáneo y resalta sus aportes en el
análisis de las desigualdades fundamentadas principalmente en la concentración del
capital, el importante rol de la política fiscal en resolver esos problemas, su aporte en los
temas redistributivos y sus consideraciones respecto al conocimiento y la educación
superior. Sus críticas se concentran en la ausencia de un análisis prospectivo más agudo
de China; en la falta de una consideración de relaciones sociales de producción y de clases
sociales -si bien, como se ha dicho al autor tampoco le ha interesado hacer un análisis
marxista-; en el vacío en la interpretación espacial y territorial de la acumulación de las
transnacionales; y, en la no consideración del patrimonio natural en las cuentas
macroeconómicas, aunque sea a nivel del análisis conceptual.

El mismo Presidente Correa mencionó a Piketty en su informe a la Nación de mayo de


2015, resaltando la necesidad de contar con una sociedad meritocrática, en lugar de una
sociedad patrimonial, que dependa menos de la suerte de las herencias que cada quien
recibe, y por ello se decidió proponer un proyecto de ley para ajustar un impuesto
progresivo a las herencias y un impuesto a la plusvalía que evite la especulación de las
propiedades. Si bien las propuestas recibieron oposición política y han debido ser
reformadas, el caso es que la influencia de Piketty llegó a los Andes, y claramente a
Ecuador. Y aunque como se ha explicado críticamente, su propuesta no resuelve ni
estructural ni dinámicamente el tema de la desigualdad, aporta a la redistribución y
desincentiva la excesiva concentración. La propuesta, sin embargo, aunque limitada,
requiere de un profundo debate y de acción política en sociedades tan desiguales y
heterogéneas como la ecuatoriana, y por su puesto requiere también de una discusión
más global sobre la acumulación del capital en la escala mundial, y sus límites sociales y
ambientales.

Conclusión

Indiscutiblemente Piketty ha aportado al conocimiento y a la discusión sobre las


desigualdades, particularmente del mundo desarrollado con el respaldo de la historia y los
datos. Ha aportado también con posibles instrumentos, como el impuesto global al
capital, para limitar los desmanes de la concentración capitalista generadora de
desigualdad, una propuesta, que, aunque utópica, se constituye en un buen punto de
referencia para pensar alternativas a escala nacional y global. Si bien el autor no pretende
cambiar el capitalismo, busca genuinamente instrumentos y mecanismos para su control y
para mejorar los procesos distributivos y redistributivos que aseguren sociedades más
justas y democráticas dentro del sistema capitalista. Piketty cree que se pueden encontrar
los mecanismos a los que las democracias y el interés general pueden recurrir para
controlar el capitalismo, y con ello se aleja del determinismo económico e histórico
inmovilizador.

Su análisis encuentra límites en la interpretación de la relaciones sociales y de poder


detrás de los procesos de acumulación del capital, en la ausencia de una consideración de
la naturaleza en los procesos de acumulación y sus particulares efectos en la distribución y
sostenibilidad, en la falta de un entendimiento de los roles diferenciados de los países en
el capitalismo global, y en las desigualdades crecientes que la división internacional del
trabajo provoca, aspectos cruciales desde una mirada de la región latinoamericana.
Además, desde el mundo andino la complejidad de la desigualdad es mayor y siempre va
acompañada de conflictos étnicos y de una herencia colonial, que ha establecido
sociedades jerarquizadas no solo por razones de clase sino también de carácter étnico. La
cuestión de las dotaciones iniciales, no solo de activos económicos sino sociales y políticos
son claves para una reflexión sobre la desigualdad y las opciones en este lado del mundo.
Desde las propuestas, un impuesto al capital parece importante pero absolutamente
insuficiente para combatir los procesos generadores de desigualdad. Hacen falta políticas
más complejas que generen sistémicamente no solo condiciones adecuadas de
redistribución del ingreso, sino mecanismos dinámicos que construyan un sistema
económico más social y solidario, y mejoren la desigualdad de partida, la distribución
primaria entre el capital y el trabajo, y la distribución intergeneracional en el contexto de
limitaciones ambientales.

Pese a las críticas, el aporte del pensamiento de Piketty es importante y aterrizó en tierra
ecuatoriana con efectos en la política pública, si bien restringida por los intereses
heterogéneos de una sociedad desigual y aún jerárquica, que debe debatir sus diferencias
democráticamente para la construcción efectiva de una sociedad más justa, objetivo clave
de su constitución política vigente.

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