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La predicación en la Edad Humana: horizontes homiléticos para la Iglesia

del futuro.1
Luiz Carlos Ramos2

Introducción: triple horizonte

Cuando la coordinación de la Red Latino Americana de Homilética (RedLAH) concibió su primer


simposio –que tuvo por título “Fides ex auditu”- y pensó su participación en el Simpósio de ASTE
2012 –cuyo tema fue “Perspectivas de la Predicación del Evangelio en la Sociedad de la
Información”-, pensó un abordaje interdisciplinar que favoreciese el florecimiento de una teología
de la Proclamación relevante para el contexto latinoamericano. La Homilética tiene, para nosotros,
un horizonte más abarcador que el del entrenamiento y la práctica de la predicación. En rigor,
Nosotros en la RedLAH, concebimos la tarea homilética como consecuencia directa de la labor
conjunta resultante de tres áreas teológicas: Teología Bíblica, Teología Histórico-Sistemática y
Teología Pastoral (o de Praxis). Aunque en la academia se discuta actualmente eventuales
alteraciones y “modernizaciones” en esta manera de concebir la Teología, esta estructura triple
denota alguna consistencia y ha constituido la espina dorsal del quehacer teológico desde el siglo
XVIII, con la sistematización de Schleiermacher. Las disciplinas ligadas a la Teología Bíblica nos
ofrecen las herramientas para la investigación de las fuentes de nuestra fe; las disciplinas
relacionadas a la Teología Histórico-Sistemáticas nos posibilitan problematizar y analizar las
preguntas y las respuestas de la fe formuladas por diferentes sujetos y en diferentes circunstancias
a lo largo de la historia; y las disciplinas que están al servicio de la Teología Pastoral ofrecen las
condiciones objetivas para la concretización de la utopía de la fe.

Generalmente sintetizar la labor de la Teología de la Proclamación, convergiendo todo el


espectro teológico, en los conceptos: memoria, presencia y esperanza. Cada uno de esos conceptos
está enganchado a una idea específica de tiempo. El tiempo de la memoria y el kronos, que es el
tiempo del reloj, lineal. Para el ejercicio de la memoria, el pasado nos sirve de punto de referencia
y nos permite juzgar si estamos avanzando o nos estamos desviando de las fronteras de la fe. A su
vez, el tiempo de la presencia, el kairós, que es el tiempo que se vive hic et nunc, es el tiempo de la
gracia, de la epifanía, de la irrupción de Dios en la Historia. En el Kairós el kronos se torna relevante
y actual, se hace presente. Si el tiempo de la memoria es el kronos, el de la presencia, el kairós, el
tiempo de la esperanza es el eón o Aión. Este último es el tiempo de la utopía. Él dice respecto de
las cuestiones últimas y definitivas, y apunta a la consumación de la fe. En suma, la tarea homilética
consiste en hacer presente, la luz de la memoria de las fuentes de la fe, la experiencia de Dios en
nuestra historia (hoy) y nos desafía a dar pasos concretos rumbo a la consumación de la fe en la
esperanza de la plenitud del Reinado de Dios.

Las consideraciones hechas hasta aquí sobre la interdisciplinariedad de la tarea homilética,


así como sobre su alcance temporal, sirven como presupuestos para lo que estos simposios nos
proponen hacer, a saber, escrutar los horizontes de la homilética para la iglesia del futuro.

1
Este texto es una adaptación de las ponencias presentadas en el I Simposio de Homilética de la RedLAH, en
San Leopoldo, Río Grande del Sur, en septiembre de 2012 en el Simposio de ASTE 2012, en diciembre del
mismo año en la ciudad de Cachoeira, Bahía.
2
Doctor en Ciencias de la Religión, Pastor metodista, Profesor de Homilética y Liturgia, Presidente de la Red
Latino-Americana de homilética (RedLAH), Coordinador de la Red Latino-Americana de homilética del CLAI –
Región Brasil, trabaja pastoralmente en la Capilla de la Sierra, en Jundiaí, San Pablo.
Por lo tanto, creo que tenemos delante de nosotros tres horizontes más o menos definidos.
Llamaré al primero como “Horizonte de la Edad Media”, al segundo “Horizonte de la Edad Medios”
y, un tercero, el “Horizonte de la Edad Humana”. En cierta medida, cada uno de esos horizontes se
alía a una de las concepciones de tiempo caracterizadas anteriormente.

No me debería ocupar demasiado de los dos primeros pues ya han sido objeto de discusión
en varias otras instancias académicas y eclesiales. No obstante, para delinear con más precisión el
tercer horizonte, que nos interesa en particular y se constituye en la novedad que la RedLAH se
propone promover, tenemos que hacer referencia, aunque en forma un tanto caricaturizada, por lo
menos, a los horizontes de la Edad Media y de la Edad Medios.

El Horizonte homilético de la Edad Media

El horizonte homilético que llamamos medieval aunque sobrevive en gran parte de la cristiandad
incluso mucho después del fin de la Edad Media. Representa un tipo de predicación que se tornó
clásica, tanto en el ámbito de la reforma protestante cuanto en la de contrarreforma católico-
romana y, se caracteriza por la preocupación minuciosa con contenido dogmático, doctrinario y
catequético. La predicación aquí representada pretende reproducir, repetir un determinado corpus
de conocimiento religioso transmitido principalmente por la vía oral-verbal e, incluso, literaria.

En la tradición protestante, el sermón asumió un tono profesional, con preocupación que


hoy llamaríamos axiomático y racionalista. Esa preocupación por el contenido esencial del mensaje
del Evangelio tuvo su mérito. Como enfatizó Paul Tillich, la identidad protestante está condicionada
a su fidelidad al principio fundamental de la salvación por la gracia mediante la fe. Ese núcleo
teológico es tan importante que, en el siglo XVI, fue el pivote de uno de los mayores embates de la
historia del cristianismo. Debemos volver a este punto más adelante.

El Horizonte homilético de la Edad Medios

En contrapunto la preocupación excesiva con el contenido, característica de la homilética de la edad


media, la tónica del horizonte mediático es el continente, esto es, el embalaje o la forma del
mensaje. Llama la atención, en ese modelo que hoy está en franca expansión, el deslumbramiento
tecnológico. Se da el desplazamiento de lo verbal-oral-literario a lo imaginario-visual-icónico.

La generación protagonista de la sociedad de la información, que también es llamada


sociedad del espectáculo, ha sido caracterizada por sus objetos preferidos: el control remoto, el
mouse y el teléfono celular.

Esos objetos son paradigmáticos de una nueva forma de pensar e interactuar con la
información, marcado por la no linealidad del flujo de las informaciones, por el comportamiento
multitarea y por el aumento en la velocidad y facilidad del acceso a la información, para citar apenas
algunos aspectos.

La lectura de textos monocromáticos da lugar a la decodificación de íconos multicolores e


imágenes complejas. Señal evidente de que la racionalidad pierde su protagonismo ante la
sensación y la emoción. La comunicación mediática es esencialmente emocional.
Predicadores/as que actúan en ese contexto se adaptan a las expectativas de la generación
cibernética, que prefiere narrativas imaginarias a discursos verbales abstractos; que se comporta de
manera impaciente ante la lentitud en el flujo de información y cuando hay demora en la obtención
de respuestas; que, en general, durante el sermón, no se concentra exclusivamente en la
predicación, sino que al mismo tiempo está dactilando sus iPods, celulares y tabletas, en un proceso
de interacción social que puede o no tener que ver con el contenido de la prédica; y que, sin
mayores, escrúpulos dividirá su fidelidad haciendo zapping por “diferentes canales” para
acompañar varios “programas” religiosos (iglesias y movimientos), simultáneamente.

La principal contribución de ese modelo es la demostración enfática de que la comunicación


del Evangelio no precisa permanecer condicionada exclusivamente a la dimensión lógico-verbal-oral
o literaria y, que hay muchas otras posibilidades, en las cuales estén envueltas los sentidos y las
emociones. La generación Edad Medios no da tanto crédito a la persuasión lógico-argumentativa
del discurso racional, está más susceptible a la seducción de la apelación emocional-efectiva.

El Horizonte homilético de la Edad Humana

Hasta aquí presentamos una caricatura de los horizontes medieval y mediático, que, como es propio
de las caricaturas, pone de relieve los trazos más característicos de lo caricaturizado. Sin embargo,
nos queremos detener más detenida e interdisciplinariamente en el tercer horizonte que
mencionamos anteriormente: el horizonte humano.

El contenido y el continente son los énfasis de los modelos homiléticos medieval y


mediático. Forma y contenido son aspectos fundamentales en el proceso de comunicación y, no
pueden desconsiderarse, ni ser eliminados, so pena de invisibilizar la propia comunicación. La
homilética de la iglesia del futuro tendrá que tomar más en serio la relación dialéctico-sintética entre
medio-y-mensaje. El buen contenido merece al mejor embalaje, para ser transmitido por los canales
más eficientes.

No obstante, hay un elemento que es más determinante que el de la forma y el contenido


en el proceso comunicacional y, ese elemento son los sujetos intercomunicantes. Nuestra
propuesta es que la homilética de la iglesia del futuro deberá necesariamente privilegiar lo humano
en el proceso comunicacional.

La centralización en lo humano no implica un relajamiento en el trato de la forma y del


contenido. Al contrario, la homilética de la edad humana toma en serio, más que todas las otras, las
teologías bíblica, histórico-sistemática y práctica. La ciencia exegética, la hermenéutica y todas las
ciencias sociales y humanas se tornan absolutamente relevantes, no como fin en sí mismas, sino
como herramientas al servicio de lo humano, al servicio de la vida. Eso no es una novedad
exactamente, pues este postulado ya está más que explícito en los textos de Carlos Mesters,
principalmente en “Por tras das palabras”, entre otros. La apropiación de ese principio por las y los
predicadores, principalmente los protestantes, es que aún parece inédito.

Se trata de una cuestión epistemológica crucial que pretende desplazar definitivamente


hacia lo humano el acento que, hasta entonces, en el modelo medieval, recaía sobre la repetición
de un contenido dogmático y, no mediático, sobre el ajuste a un estatus religioso regido por la
economía de mercado y que asume como criterio de normalidad la espectacularización de la fe.
El término “epistemología” merece una reconsideración, se fuera entendido únicamente
como aquella teoría que se ocupa “de las etapas y límites del conocimiento humano, especialmente
en las relaciones que se establecen entre el sujeto inquisitivo y el objeto inerte” (definición de
Houaiss). Eso porque pensamos el conocimiento humano principalmente en cuanto a las relaciones
que se establecen entre los propios seres humanos, que, por supuesto, una vez entendidos como
sujetos y protagonistas del conocimiento, no son nada inertes.

No estamos inventando la rueda. Eso ya está puesto de varias formas y desde hace mucho
tiempo. No obstante, en el ámbito de la práctica homilética, parece que aún se constituye en
novedad. Las preguntas “¿qué predicar?” y “¿cómo predicar?” tendrán que dar paso a la pregunta
“¿quién habrá de predicar, con qué y a quién?”.

La predicación de la edad humana deberá, por tanto, considerar al ser humano de forma
íntegra, sin las dicotomizaciones convencionales del sentido común que oponen la razón a la
emoción. Hay diferentes posibilidades de interacción de las personas entre sí y el mundo y, la
emoción no es una posibilidad menos verdadera. Rubem Alves diría que “la experiencia que el ser
humano tiene de su mundo es primordialmente emocional” (op. cit., p. 274). Es verdad que en la
sociedad del espectáculo hay una hipertrofia de la emoción, degradándola al emocionalismo, pero
eso no implica que la emoción deba ser eliminada. El desafío está justamente en predicar al ser
humano que piensa sintiendo y que siente pensando.

En resistencia a la homilética espectacularizada al servicio del mercado, cuyo dios es el


mercado y, el mesías, el lucro, el mayor desafío para la predicación de la iglesia del futuro será
permanecer fiel a lo que Paul Tillich llamó “principio protestante”, esto es, la Teología de la Gracia.
Dos mil años de cristianismo no fueron suficientes para construir una cultura de la Gracia, al
contrario, en este punto, la misión de los cristianos fue un tremendo fracaso. Lo que impera es el
precio. Nunca los protestantes, en el sentido literal del término, fueron tan necesarios como ahora.
La homilética de la iglesia del futuro deberá ser más protestante que nunca, para confrontar los
abusos de la religión espectacular y su desenfrenada comercialización de indulgencias cibernéticas
y tecnológicas.

Tillich (op. cit.) decía que en los inicios del cristianismo predominaba una teología circular,
teocéntrica, inclusiva y participativa; que fue transformada en la Edad Media por una teología
vertical, jerárquica y totalitaria; que a su vez, fue sustituida, en el iluminismo, por una teología
horizontal, humanista y secularizada. Si estuviese vivo, tal vez el concordase en que la
contemporánea se convirtió en una teología cuadrada. Me explico: Si la teología circular era
teocéntrica, la medieval, eclesiocéntrica, y la iluminista, antropocéntrica, la actual es una teología
“cosiocentrica”, porque se revela materialista, cosificadora y deshumanizante. En la reflexión de
esas teologías se nota la concepción arquitectónica en las líneas de los espacios sagrados. Como
bien señaló el teólogo y arquitecto sacro Otávio Ferreira Antunes, hasta el siglo XII, la arquitectura
religiosa era marcada por el “arco románico” (circularidad teocéntrica); siendo substituido después
por el “arco ojival” del período gótico (teología vertical y jerárquica); que dio lugar al “arco
renacentista” (antropocentrismo) del Renacimiento; substituido por el arcode la contrarreforma y
por el “arco neoclásico” (racionalismo); que en la contemporaneidad fue suplantado por el cuadrado
(materialismo puro y simple) característico de los templos en forma de caja de zapatos (nada de
arcos) que sobran en los pequeños y grandes centros urbanos. Todo eso para decir que, de alguna
forma, es preciso convocar a la iglesia (incluso por medio de la predicación) a (re)apropiarse de la
teología circular, participativa, inclusiva, mucho más acorde con los principios del Evangelio y, por
eso mismo, más acorde con el “principio protestante” de la Gracia, expuesto por Tillich.

Por esa razón, parece más que pertinente volver a mirar otra vez (valga la redundancia)
hacia la experiencia latino-americana de prédica compartida practicada, principalmente, por las
comunidades eclesiales de base en los círculos bíblicos. Tal praxis aún no fue considerada con la
atención merecida por los y las homiletas contemporáneos. Esa metodología parece coadunarse
perfectamente con una teología circular humanamente inclusiva.

En un contexto múltiple y cada vez más complejo, es preciso encontrar maneras de


aproximar a las personas y facilitarles la interacción, la relación Yo-Tú-Él. No obstante, la cultura de
lo imagético visual camina a contramano del diálogo. Otra salida honrosa sería el
(re)descubrimiento, por parte de los y las homiletas, de la Nueva Retórica de Chaïm Perelman. Para
Perelman, la retórica es un recurso que posibilita la superación de los prejuicios y la trascendencia
de lo pre-establecido; en sus propias palabras, ella “es una manera de sobrepujar el poder de las
apariencias, de los dogmas, de los mitos y de las ‘verdades obvias’ del sentido común” (apoud
Maneli, 2004, p.49). Eso se hace mediante el flujo retórico de argumentos, el apelo a la audiencia y
la invitación al diálogo. La (nueva) retórica sería, entonces, una posibilidad razonable para la
convivencia democrática en una sociedad pluralista. Corresponde a la homilética aprender a
concebir discursos dialógicos, democráticamente construidos, basados en la inspiración, pero en el
intercambio (o negociación) de ideas, que prevén inclusive la concesión como parte necesaria del
proceso. Si las “concesiones conscientes y razonables ayudan a promover el desarrollo de las
instituciones democráticas” (p. 62), ellas también podrían ayudar en la formación de comunidades
eclesiales pluralistas. Y además de pluralista, por tanto, esa metodología es humana y razonable.
Propone, como lema, la máxima: in dubio pro iuribus hominis (en caso de duda, decida en favor de
los derechos humanos), pues “esa es la regla retórica básica de la interpretación de la ley” (p. 67).
A la luz de eso, ¿cuál debería ser el propósito o el objetivo de la tarea homilética, sino también
defender la razón y la tolerancia, alineadas a una filosofía de la libertad, de la justicia y, de la
igualdad, cuyas bases ontológicas y epistemológicas sean, en tanto que sea posible, libres de
inferencias dogmáticas y de pretensiones absolutistas?

En el contexto del deslumbramiento tecnológico, la predicación de la edad humana


propone enfáticamente la superación de la red de máquinas por la red de personas. De modo que
ni las máquinas ni los aparatos tecnológicos tengan la primacía; sino, que se transformen en siervos
de las relaciones humanas; estas sí, esenciales, como aprendimos de Martin Buber, en su obra “Ich
und Du” (Yo y Tú). Como el sábado, las máquinas deben estar al servicio de los humanos y, no los
humanos vivir en función de las máquinas. Para eso, en lugar de rechazar y combatir, es preciso
investirse en el proceso de “alfabetización” de las comunidades de fe, para que las máquinas sean
dom(in)adas por las personas y, no a la inversa.

El culto como un todo debe ser entendido como proceso homilético, porque todo el ritual
litúrgico también es predicación. Y tanto mejor cuanto más integradas la prédica y la liturgia
estuvieren. En lugar de disputar atención, ofrecerán soporte y darán vigor una a la otra. Una liturgia
integrada al sermón puede economizar el tiempo gastado con el exordio, por ejemplo, permitiendo
ahorrar cantidad de tiempo y destacar la calidad de ese tiempo.

Por último, pero no menos importante, llamo la atención hacia la centralidad de la niñez en
el culto y, por consiguiente, en la práctica homilética. Ya escribí en otro lugar que el culto y el sermón
nacen por causa de la niñez, para facilitar a las nuevas generaciones el acceso a una cultura y a una
tradición de fe, para tornar comprensible la Biblia a los más nuevos, libro ancestral y complejo.
Siendo así, excluir a la niñez del culto e ignorarles durante la práctica homilética constituye un error
gravísimo. Significa repudiar a aquellos que son la razón de ser de la liturgia y de la homilética,
considerados por Jesús las más importantes personalidades del Reino de los Cielos (cf. Mt 18:1-4).
Pocas barreras restarán al/la homileta que consiga identificarse y comunicarse con la niñez.

A la luz de todo lo que fue considerado aquí, es preciso reafirmar que si consiguiéramos
preservar la dignidad y la integridad de la predicación; si conseguimos, como homiletas, mantener
la autonomía en relación al sistema hegemónico. Al final, en lo que cuenta respecto a la memoria,
somos homiletas-cientistas que escrutan crítica y concienzudamente la arqueología de la fe; en
cuanto a la realidad presente, somos homiletas-profetas que osan desafiar y resistir, inconformados
e insumisos al sistema hegemónico; y en cuanto al futuro, somos homiletas-poetas que esperan
contra toda esperanza (cf. Rm 4:18) y que sueñan “lo que va a ser real” (Milton Nascimento)

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