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SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

En el corazón de la llanura de Castilla la vieja (España), en las laderas del Cerro


San Jorge, se halla recostado el pueblo de Caleruega, cuya existencia se remonta al S.
XII, este es el pueblo donde nació el 24 de junio de 1170 Santo Domingo de Guzmán
padre y fundador de la Orden Dominicana. Don Félix de Guzmán y Juana de Aza
formaron un matrimonio feliz. Sus hijos Antonio, Manés y Domingo son el mejor
testimonio de su vida conyugal, a quienes Dios llamó a su servicio, trasmitieron a sus
hijos la nobleza de su sangre y, sobretodo, la fecundidad del ser cristiano que se sustentan
en la enseñanza del evangelio.

La vida doméstica de los Guzmán entre las faenas agrícolas, la vigilancia armada
de la región, los quehaceres domésticos y la esmerada educación de sus tres hijos;
siguiendo la costumbre de la época, Don Félix y Doña Juana encomendaron la educación
de su hijo Domingo a su pariente, el cura-párroco de Gumiel de Izán.

Terminada la primera etapa de su formación escolar a los 14 años, Domingo


inició sus estudios en la Universidad de Palencia; el programa de estudio comprendía dos
ciclos: el trivio y el cuadrivio. En el “trivio” se estudiaban las materias siguientes:
gramática, dialéctica y retórica. En el “cuadrivio” aritmética, música, geometría y
astronomía. Luego inició sus estudios en la teología, en aquel entonces, obligaban a los
alumnos a estudiar los comentarios bíblicos de los Santos Padres. El ritmo de vida de
Domingo en Palencia se desenvolvía entre el estudio, la oración y la transcripción de
glosas. Con la ayuda económica de sus padres y de su tío cura-párroco, satisfacía sus
necesidades y ayudaba a los pobres con singular predilección.

Domingo concluidos sus estudios en la Universidad de Palencia en el año 1196,


siendo un joven laico de intensa vida cristiana, pensaba que, como sacerdote podría estar
más cerca del dolor ajeno frente a la situación de abandono y marginación en que vivían
los pobres, la fuerza del “Espíritu que sopla donde quiere”, iba conduciendo a Domingo
al seguimiento de Cristo. Su vida estaba plenamente identificada con la de Cristo, “se
conmovía hasta el alma y lloraba”, por sus hermanos los pecadores, los desgraciados y
afligidos por la pobreza, la enfermedad y la pobreza.

La iglesia desde siglos atrás venía arrastrando, crisis muy recias que abrían
grandes interrogantes en el alma del joven canónigo de Osma, Domingo de Guzmán.
Ideas y costumbres demasiado humanas afeaban el rostro de la iglesia. La ordenación
sacerdotal de Domingo a los 25 años de edad vino a dar respuesta a su inquietud. Con su
sacerdocio se le dio también la facultad de predicar el evangelio. Había sido ordenado
sacerdote para distribuir la economía de los sacramentos y procurar la salvación de los
hombres mediante el anuncio de la palabra de Dios.

El obispo de Osma, Martin de Bazán había acogido con mucha apertura el


movimiento reformador de la iglesia promovido por el Papa Inocencio III (1160-1216).
Domingo entró en esta corriente y en su momento “aparecerá como un gran predicador”.
La deficiente preparación teológica del clero, en la época, silencio y pasividad de los
obispos frente a los movimientos laicales, y el enclaustramiento de los monjes,
preocupaban al Papa. En 1199 Domingo fue nombrado sacristán de la catedral de Osma;
luego con ocasión de la muerte del Obispo de Osma, Martin de Bazán, el prior del cabildo,
Diego de Acevedo fue promovido al Obispado y Domingo de Guzmán al cargo de
superior de la comunidad de los canónigos.

En las primeras constituciones de la orden, Domingo estableció que el hermano


predicador no debiera distraer su tiempo en asuntos administrativos, de orden temporal,
judicial y prelaticio; “para que, estando más libres estén en mejores condiciones de
cumplir el ministerio espiritual que se les han confiado”. La dedicación de un Domingo
a la predicación y controversia publica, acompañada de un modo de vivir sencillo y pobre,
con total desprendimiento de las cosas y honores prelaticios, hicieron de su vida, un
himno de alabanza a Dios y un motivo de retorno y conversión de muchos de los que se
habían alejado de la iglesia.

En el mes de abril de 1215, dos clérigos de Tolosa, Fray Pedro Seila y Fray
Tomas, “gracioso y elocuente predicador”, profesaron el seguimiento de Cristo, viviendo
el mismo estilo de vida de Domingo: en comunidad y obediencia, en pobreza y sencillez
evangélica. Así “por inspiración del Espíritu Santo” y siguiendo el hilo de los
acontecimientos, juzgó la hora de fundar una orden religiosa que, por vocación y carisma,
se dedicara a la predicación de la Palabra de Dios y a la salvación de las almas. Los
hermanos predicadores vivían conforme a las costumbres de los religiosos de la época:
en comunidad, fieles a la observancia de los consejos evangélicos, oración y estudio.
Domingo fortalecía la comunidad con su “asiduidad extraordinaria en la oración, y su
dedicación a la predicación y debates públicos con los herejes”.
En el diverso e intenso quehacer apostólico de Domingo y de los hermanos
predicadores, la Madre de Dios siempre estuvo presente. María ocupa un lugar
privilegiado en la tradición dominica. Desde sus inicios, Domingo tuvo el feliz acierto de
poner su orden bajo el patrocinio de María. Aparece como Reina, Madre y enfermera de
sus hijos. Cual celestial costurera les prepara el hábito blanco y negro que los distinguirá
en el concierto de las demás familias religiosas. Domingo en sus horas de encuentro filial
con la Madre de Dios, siente la feliz inspiración de orar con el evangelio. Así nació la
oración evangélica del Rosario, centraba en el ministerio del verbo de Dios encarnado.

En la tarde del 6 de agosto de 1221 debido a una grave enfermedad que día a día
empeoraba gracias a la fiebre y al dolor, que nunca han podido hacerle cambiar la
expresión de su rostro, siempre suave, sonriente y alegre; Domingo muere con la dulce
serenidad de los justos. El cardenal Hugolino, conmovido hondamente, exclamo durante
la celebración del funeral: “Esta en el cielo, asociado a la gloria de los apóstoles”.

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