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SEGUNDO GALILEA:
Biografía
Nació en la capital chilena el 3 de abril de 1928. Fue ordenado sacerdote en 1956. A principios
de los años 60 trabajó en la preparación de misioneros en Cuernavaca.
Hasta 1975 recorrió A.L., comprometido a proponer reflexiones, retiros y ejercicios espirituales.
Trabajó en Estados Unidos con las comunidades de inmigrantes.
Donaba el dinero recaudado por los derechos de autor y por sus conferencias al arzobispado de
Santiago de Chile para financiar retiros espirituales en los sectores más pobres de su país.
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Junto con Comblin, Gutiérrez y J. Luis Segundo.
En 1997 el arzobispo de Chile le pidió hacer parte del grupo de expertos para redactar las
conclusiones del noveno sínodo diocesano. En el año 2000 partió para Cuba donde sirvió como
director espiritual del seminario de San Carlos en este país.
Entre sus obras están: Pascua de liberación: espiritualidad de la cruz habitada (Madrid: 1993, en
colaboración con J. Sobrino); El discipulado cristiano (Madrid 1993); Tentación y
discernimiento (Madrid 1991); Espiritualidad de la esperanza (Madrid 1998); La amistad de
Dios: el cristianismo como amistad (Madrid 1997); El alba de nuestra espiritualidad: vigencia
de los Padres del desierto en la espiritualidad contemporánea (Madrid 1986); El futuro de
nuestro pasado: los místicos españoles desde América Latina (Madrid 1985); Religiosidad
popular y pastoral (Madrid 1979).
La evangelización misionera
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La opción fundamental misionera es que sea verdaderamente uno, que sea verdaderamente cristiana, y sea que
sea completamente misionera.
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Ver doc. Puebla 349,351,352.
Opción referencial por los pobres
Dentro de nuestra preocupación por la dignidad humana se sitúa nuestra angustia por los
millones de latinoamericanos que no pueden llevar una vida que responda a su dignidad. Nuestra
fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso,
la opción preferencial por los pobres, que no es exclusiva ni excluyente, está implícita en la fe
en Jesucristo, el Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.
Los cristianos, como misioneros, estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de
nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos. Los rostros sufrientes
de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que
ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Cristo: “Cuanto lo hicieron
con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt. 25, 40). Esto debe de
ser la mision principal de América Latina.
La opción preferencial por los más pobres y marginados, tiene que ser dinamismo de Cristo que
habita en la Iglesia y seguir la ley del amor. Es hacer valer las justicias por los oprimidos.
Lo fundamental es que, en el cristianismo, el sentido del pobre, la opción por su liberación, son
un criterio esencial en la salvación por Jesús e inseparables del sentido de Dios.
Para Jesús la ley se resume en el amor de Dios y del hermano (Mt 23, 37-40), el cual se verifica
en la misericordia con el hermano necesitado, tanto del punto de vista económico como
cualquier otro tipo de necesidad. Es el mensaje de la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-
37). Por lo que la animación misionera debe de estar siempre en relación y ser coherente con la
problemática y el pensamiento pastoral y teológico en torno a la evangelización en América
Latina.
La gran tentación de la vida cristiana sobre esta opción, es separar lo que está unido o
relacionado profundamente en el dinamismo de la fe en Jesús o hacer de la práctica “compatible
algo que es incompatible dentro de la evangelización”.
Esto significa colocar a la mision más cercana a la metodología del evangelio, es decir, poner
en práctica el nuevo mandamiento de Jesús “amar a Dios y al prójimo”. El compromiso
evangélico de la Iglesia, debe ser como el de Cristo: un compromiso con los más necesitados.
La Iglesia entonces, debe mirar, por consiguiente, al pobre y al marginado cuando se pregunta
cuál ha de ser su acción evangelizadora en su total fidelidad al evangelio y a la tradición, sin
perder de vista nuestro carisma de signo de unidad y pastor, para hacer comprender mejor las
situaciones de vida de los más excluidos.
Esto demuestra por la preocupación preferencial en defender y promover los derechos de los
pobres, los marginados y oprimidos. Lamentablemente, no todos en América Latina nos hemos
comprometido suficientemente con los pobres, no siempre nos preocupamos por ellos y somos
solidarios con ellos. El servicio exige, en efecto, una conversión y purificación constantes, en
todos los cristianos, para el logro de una identificación cada vez más plena con Cristo pobre y
con los pobres.
Los desafíos que ha de enfrentar la Iglesia, se manifiestan los signos de los tiempos, los
indicadores del futuro hacia dónde va el movimiento de la cultura. La Iglesia debe discernirlos,
para poder consolidar los valores y derrocar los ídolos que alientan este proceso histórico.
Estamos en una situación de urgencia; el cambio de una sociedad agraria a una urbano que
somete la religión del pueblo a una crisis decisiva. Los grandes desafíos que nos plantea la
piedad popular para el final del milenio en América Latina configuran las tareas pastorales. Por
lo que hay una gran necesidad de evangelizar y catequizar adecuadamente a las grandes
mayorías que han sido bautizadas y que viven un catolicismo popular debilitado.
La opción misionera no es una opción accidental o sobre puesta; existencialmente forma parte
del proyecto de vida de esa persona. El éxodo misionero marca radicalmente la vida del
cristiano, acostumbrado antes de una evangelización “establecida” y a menudo intraeclesial.
Primeramente, el misionero debe ser contemplativo: capaz de transmitir no solo ideas, sino su
experiencia en Jesucristo.
Conclusión
Podemos concluir diciendo que la entrega total a la edificación del reino de Dios que la mision
exige; a) la pobreza como condición y estilo de vida (no el sentido de bienes materiales). Nuestra
fe cristiana es nuestra mayor riqueza, y la mision es el amor que nos impulsa a compartir la esa
fe. Podemos ver en esto un signo de la acción del Espíritu que lleva a nuestras iglesias a hacerse
más misionera, porque una Iglesia no es plenamente misionera por la mision al interior-local;
también requiere abrirse a la mision exterior: “ad agentes” ir hacia una Iglesia necesitada, lo que
el padre Galilea le llama “Éxodo misionera”
Por lo tanto, la responsabilidad misionera requiere que nuestras iglesias influyan no solo por su
riqueza pastoral o espiritual, sino que aporten al exterior lo más esencial y central, de la vida de
la Iglesia; nuestra fe en Jesucristo.
Bibliografía: