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Ahora bien, ¿no queda esta predicción invalidada por los resultados antes
mencionados, así como nuestra frustración personal cuando no conseguimos
convencer a nuestros interlocutores? Uno de los factores que pueden explicar
por qué la gente no cede ni siquiera ante argumentos poderosos es la ausencia
de interacción con la fuente del argumento. Uno recibe un argumento que no
es concluyente –los argumentos políticos raramente lo son– y, en buena
lógica, no queda convencido del todo. Una reacción natural, si el asunto
preocupa lo suficiente, es generar contraargumentos. Es lo que cualquiera de
nosotros haría en una discusión. Pero en una discusión cara a cara la fuente
del argumento original puede intentar refutar los contraargumentos. En
ausencia de esta interacción, dichos argumentos contrarios no se contestan, y
es esta producción de contraargumentos lo que conduce a la polarización
(Edwards y Smith, 1996; Taber y Lodge, 2006).
Notas
Referencias
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Sobre una teoría del razonamiento
escrito por TC
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Fuente: EDGE
Traducción y comentarios de Fernando Peregrín
Hugo Mercier
Recientemente, como apertura de un Seminario Edge, “La nueva ciencia de la
moralidad”, Jonathan Haidt divagó sobre dos artículos recientemente publicados
en Behavioral and Brain Scieces que él creía eran “tan importantes que se deberían
estudiarse un resumen de ellos en todos los departamentos de psicología del país”
Uno de los artículos “¿Por qué razonan los humanos? Argumentos para una teoría
argumentativa” publicado en Behavioral and Brain Sciences, está firmado por Hugo
Mercier y Dan Sperber.
“El artículo,”dice Haidt, es una revisión de un puzle que ha quebrado la cabeza a
investigadores en psicología y cognición social durante mucho tiempo. El puzle es
¿por qué los humanos son tan sorprendentemente malos al razonar en algunos
contextos y tan asombrosamente buenos en otros?”
Razonar no se designó para buscar la verdad. Razonar se designó por evolución
para ayudarnos a ganar argumentos. Esta es la razón por la que el artículo se tituló
“La teoría de la argumentación”. Así, como se puede leer en él, “la evidencia
revisada aquí muestra no sólo que el razonamiento se queda corto para
proporcionar fiablemente creencias racionales y tomar decisiones racionales.
Incluso, en una variedad de casos, puede ser contrario a la racionalidad. Razonar
puede llevar a resultados pobres, no porque los humanos sean malos en ello, sino
porque sistemáticamente se esfuerzan en buscar argumentos que justifiquen sus
creencias o sus acciones. Esto explica la tendencia a la confirmación que motiva el
razonamiento y las elecciones hechas sobre la base de la razón, entre otras cosas”
Y Jonathan Haidt dice que “el artículo es uno de mis favoritos ‘papers’ de los
últimos diez años. Creo que ellos [los autores] han resuelto uno de los puzzles más
importantes y largamente pendientes de resolver en psicología: ¿por qué somos tan
buenos para razonar en algunos casos, y tan sesgados sin remedio en otros? Una
vez que leí su artículo, vi la función argumentativa del razonar en todos los sitios,
particularmente en el razonamiento con gente con la que no estoy de acuerdo, pero
también ocasionalmente incluso conmigo mismo. Han tenido una idea muy
poderosa con muchas ramificaciones sociales y educacionales”
* * *
Este post es mitad reseña del libro The Enigma of Reason (de Hugo Mercier
y Dan Sperber), mitad notas al vuelo sobre la cooperación entre humanos.
A todos les sonará el caso del capitán Dreyfus. En una serie de escándalos
que polarizaron a Francia durante años (y dieron lugar al famoso J’accuse de
Zola), Alfred Dreyfus fue acusado –falsamente– de entregar secretos de
Estado a los alemanes, y acabó pasando 5 años encarcelado en la Guayana
Francesa, mientras el verdadero culpable era absuelto. Pero la historia tiene
otros personajes más desconocidos, de los cuales el más pintoresco es
Alphonse Bertillon, quizá el policía más famoso de la época.
Bertillon se hizo famoso a finales del siglo XIX por sus métodos para
identificar criminales. Algunas de sus técnicas –como la grafología– eran un
tanto cuestionables, pero también desarrolló inventos como la ficha policial
(mugshot) o compuestos para preservar huellas humanas.
Pero Bertillon perdió su reputación por el rol que jugó en el caso Dreyfus. La
prueba clave de la falsa acusación contra capitán era una carta dirigida al
agregado militar de la embajada alemana –y alertándole de que muy pronto
se le enviarían documentos clave–. Durante el juicio, la acusación le pidió a
Bertillon que probara la autoría de Dreyfus por análisis grafológico.
Evidentemente la carta no la había escrito Dreyfus, y las letras no se parecían
en absoluto.
El problema es que esto hace agua por todas partes. Los humanos tenemos
multitud de sesgos que no facilitan sino que nos dificultan el poder llegar a
mejores creencias y mejores decisiones por nuestra cuenta. Quizá el que más
salte a la vista sea el sesgo confirmatorio. Los humanos buscamos hechos
que confirmen las hipótesis que teníamos a priori, algo que ha
sido replicado en multitud de contextos.* Curiosamente el sesgo de
confirmación es algo que se ve mucho menos en el resto del mundo animal.
Los osos polares, por ejemplo, son capaces de aleatorizar su comportamiento
ignorando su experiencia previa.
Para
explicar este toma y daca entre producción y evaluación de ideas los autores
tienen un argumento muy interesante. La idea es que ser malos productores
y buenos evaluadores de ideas responde a una división racional del trabajo –
intelectual–. Si nos pusiéramos a pensar en todos los inconvenientes de cada
idea que se nos ocurre, nunca tendríamos ideas. Nos es imposible predecir
cuál de los innumerables pros y contras va a resultar clave. Por eso es mejor
compartir el esfuerzo mental con personas que tienen información que tú no
tienes. El coste cognitivo para nosotros es mucho menor si externalizamos la
evaluación de nuestros argumentos a otras personas (porque además, lo
haremos de forma más imparcial; ver columna izquierda de la tabla).**
__
Mercier y Sperber también sugieren que la razón –el pensar en los motivos
por los que hacemos algo– nos hace decantarnos por decisiones que son más
fáciles de justificar ante el resto. Como ejemplo, si nos dan a elegir entre
varios móviles, elegiremos móviles más caros y con más opciones si nos
piden que justifiquemos nuestra elección (a pesar de que nuestra intuición
nos pedía un móvil más sencillo). El motivo es que tener un smartphone
complejo nos aporta un beneficio reputacional –al ser percibidos como
alguien que sabe de tecnología– a cambio de pagar un coste individual.
Pero hay formas de evitar que esto ocurra. Una de ellas son las sanciones o
castigos.
____
*: Abro paréntesis para decir que los sesgos no son malos per se. Con el auge
de la economía conductual ha habido cierta tendencia a asumir que los
sesgos son errores que siempre hay que subsanar (¡gracias Guido por los
links a Gigerenzer!). Lo cierto es que los sesgos existen porque son útiles –
aunque eso da para otra entrada–. En uno de los experimentos sobre sesgos
y heurísticos más famosos, se les pregunta a los entrevistados que respondan
si Nueva York o Roma están más al norte. La mayoría de entrevistados
responde que Nueva York, porque usan un heurístico que asocia la
temperatura con la latitud en el hemisferio norte. El caso es que Nueva York
está más al sur de Roma, y siempre se usa como ejemplo de sesgo. Pero en la
gran mayoría de los casos el heurístico funciona muy bien –¿qué ciudad está
más al sur, Barcelona o Berlín?–. Cierro paréntesis.
**: Por eso, dicen los autores, el brainstorming no funciona. El valor añadido
de un grupo es refinar y criticar ideas, no producir miles de ellas sin que
apenas haya reacción.
***: Queda el tema de cómo encajamos el famoso “myside” bias –o sesgo a
favor de nuestras ideas– y el hecho de que somos mucho más críticos con las
opiniones del resto. Quizá sea una forma de combinar un mecanismo de i)
control de calidad de las ideas –yo no voy a criticar mis propias ideas, pero
da igual porque vivo en grupo y otros se encargarán de criticarlas igual– y ii)
proteger nuestra reputación –una vez más, quedar bien–. Al fin y al cabo el
sesgo a favor de nuestros propios prejuicios facilita el justificarnos ante el
resto.