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Trabajo de la asignatura:
Literatura Colombiana
Profesor:
Rómulo Naranjo
UNIVERSIDAD DE MEDELLÍN
FACULTAD DE EDUCACIÓN
Medellín, marzo 10 de 2001
Paisaje guajiro que invade de calor los sentidos, lleno de color el alma
Una cultura embriagada por el calor tropical hace del sexo una necesidad que
aturde los sentidos; necesidad biológica que hace a la mujer objeto de placer,
donde mujer, sexo y comercio, parecen ser sinónimos carentes de cualquier
norma de decoro; el hombre la compra, compra su sexo y ella, desea ser
comprada “Quería que yo la comprara, que la hiciera mujer…” En ella
sucumbe la dignidad humana, al enfrentarse a una cultura que sólo la valora
por su sexo, sin más papel protagónico que el de ser madre.
Por tanto, si mujer y sexo se confunden en una transacción de compraventa,
el amor de hombre a mujer parece evadirse en una moneda y este es el
motivo por el que ese sentimiento se confunde con el sentido de pertenencia
por lo adquirido, llegándose incluso a matar o suicidarse al ver perdida la
propiedad. El amor de hombre a mujer no va más allá del límite que el sexo
ofrece, de lo contrario es una carga que impide volar y desplegar la
libertad”…me iré para la Guajira con esa pesada carga de descanso y de
libertad que deja la ausencia de una mujer”. Este sentimiento que ni siquiera
se idealiza en una mujer, se cristaliza en el amigo, al que se acompaña; se
hace cómplice de las incertidumbres y debilidades, con el que la
compenetración llega casi al punto de la hermandad; árida y cálida que le
ofrece la posibilidad simplemente, de vivir, de experimentar en su piel el
alcance de sus sentidos y sentimiento, de saber hasta donde es capaz de reír
o llorar, cuando el amor es perseguido por la muerte; de extasiarse o morirse
de hambre, cuando después del deleite llega la carencia total.
Pero, el hecho de que la Guajira sea una región pobre en recursos naturales, a
parte de la sal, no lo hace un territorio olvidado de Dios, como lo dice el
protagonista “¡Dios sigue siendo sordo, mudo ciego y omnipotente…!” Por el
contrario, es un territorio con un horizonte bello en colores, con gente que
conserva la ingenuidad de la desnudez para mirar el mundo sin contaminarse
de la tecnología e industrialización que en verdad han alejado al hombre de
Dios, creyéndose omnipotentes y con más visión futurista que Él mismo.
La obra es una invitación para reflexionar sobre los afanes de una vida en la
urbe, que robotiza al hombre e invade sus sentidos, impidiéndole conocerse y
conocer a su otro par. Si bien en la Guajira se compra el sexo, no se compran
conciencias, pues es gente con el alma blanca como la sal, desprovista de la
malicia que oscurece el interior de un citadino que no ve en un cuerpo
desprovisto de ropaje más que el motivo de su deseo, mientras que él,
cubierto completamente, es víctima de los más bajos instintos.