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“CUATRO AÑOS A BORDO DE MÍ MISMO”

(DIARIO DE LOS CINCO SENTIDOS)


EDUARDO ZALAMEA BORDA

ELCY ESTELA RESTREPO SÁNCHEZ

Trabajo de la asignatura:
Literatura Colombiana

Profesor:
Rómulo Naranjo

UNIVERSIDAD DE MEDELLÍN
FACULTAD DE EDUCACIÓN
Medellín, marzo 10 de 2001

“CUATRO AÑOS A BORDO DE MÍ MISMO”


(DIARIO DE LOS CINCO SENTIDOS)
EDUARDO ZALAMEA BORDA

Paisaje guajiro que invade de calor los sentidos, lleno de color el alma

carente de luz, de un ser que busca en un territorio árido, la esperanza que


motive su vida”…Quisiera ver la costa guajira. Esa tierra que tantas veces en
la imaginación he bañado con los almíbares de la esperanza”. Pareciera que
el blanco de la sal, augurará una existencia tranquila y en paz “Y lo único que
perdura en Manaure, puerto de sal, de sol y de velas, la blancura fatigosa, la
blancura opaca y salina”; pero por el contrario, un territorio que sólo produce
sal, hace ver el negro del hambre “Las doce horas que cambian hacia el
blanco de los matices del negro, del negro, hacen todos los colores del
espectro”.

Un paisaje que se pierde en la inmensidad del mar e invita a la libertad del


cuerpo y del alma, pero que a la vez, lo infértil de su tierra hace que el
hombre vea cómo sus anhelos se mueren en sueño perdido.
La infertilidad del suelo, parece subsanarse con la fertilidad de la mujer,
tomada sólo como objeto de procreación, encerrándose en ella el sentido de
la vida y la vida misma “En la costa, la mujer no tiene un niño en sus brazos o
en el vientre, lo tiene en el pensamiento”. Paradójicamente, con su don de
dar vida, la mujer es a su vez provocadora de muerte de hombres que por sus
favores se matan. Allí, la mujer es propiedad de quien la compra, el
matrimonio no es más que un trueque comercial, donde el hombre compra a
las mujeres que le dan de servir”…pero ¿Qué es eso? ¿Una, dos, tres mujeres
pueden comprase? ¿Es eso un matrimonio? ¿Es eso una indemnización por
el valor que, como elemento de trabajo sustraído a sus tareas, a su
producción, representa una mujer?. La mujer, por tanto, está inmersa en un
territorio donde parece que el tiempo no ha evolucionado, y ella sigue siendo
relegada a la condición de objeto sexual y procreador, digna de admirar sólo
por la virtudes de su cuerpo, pero más de eso no es nada, no es nadie.

Una cultura embriagada por el calor tropical hace del sexo una necesidad que
aturde los sentidos; necesidad biológica que hace a la mujer objeto de placer,
donde mujer, sexo y comercio, parecen ser sinónimos carentes de cualquier
norma de decoro; el hombre la compra, compra su sexo y ella, desea ser
comprada “Quería que yo la comprara, que la hiciera mujer…” En ella
sucumbe la dignidad humana, al enfrentarse a una cultura que sólo la valora
por su sexo, sin más papel protagónico que el de ser madre.
Por tanto, si mujer y sexo se confunden en una transacción de compraventa,
el amor de hombre a mujer parece evadirse en una moneda y este es el
motivo por el que ese sentimiento se confunde con el sentido de pertenencia
por lo adquirido, llegándose incluso a matar o suicidarse al ver perdida la
propiedad. El amor de hombre a mujer no va más allá del límite que el sexo
ofrece, de lo contrario es una carga que impide volar y desplegar la
libertad”…me iré para la Guajira con esa pesada carga de descanso y de
libertad que deja la ausencia de una mujer”. Este sentimiento que ni siquiera
se idealiza en una mujer, se cristaliza en el amigo, al que se acompaña; se
hace cómplice de las incertidumbres y debilidades, con el que la
compenetración llega casi al punto de la hermandad; árida y cálida que le
ofrece la posibilidad simplemente, de vivir, de experimentar en su piel el
alcance de sus sentidos y sentimiento, de saber hasta donde es capaz de reír
o llorar, cuando el amor es perseguido por la muerte; de extasiarse o morirse
de hambre, cuando después del deleite llega la carencia total.

En este ir y sentir, parece que el tiempo cronológico se detiene, se queda


estático a espera del conocimiento interior de ese hombre que va en busca
de sí mismo, que se observa vivir, que siente dentro de sí renovarse con un
cúmulo de experiencias que le hacen reconocer lo frívolo de su vida, donde
sin duda, uno más uno es igual a tres, dejando la soledad interior que le
ocasiona un mundo donde ni siquiera es recordado “-¡Ah! Aquí se tarda en
llegar el correo. Siquiera usted tiene en Bogotá quien le escriba. A mí me
olvidaron.-“- Son cuatro años en el calendario que se convierten en el navío
que conduce a un hombre hacia el interior de su ser y pone a prueba su
espíritu que se desplaza por un tiempo y una tierra ajena a su cultura. El
verdadero transcurrir del tiempo se da dentro de sí mismo, al mudar esa
personalidad cubierta y recatada por la espontánea desnudez de un pueblo
transparente, carente de los vicios de una sociedad apegada a las reglas
morales. Es en ese transcurrir del tiempo donde descubre que no se vive
solo, se vive cuando son tres.

Aquí, el tiempo no importa, simplemente se deja transcurrir, pues lo cierto es


que parte a un viaje sin metas “He prometido hablar del objeto de mi viaje.
Pero, en verdad, mi viaje no tiene objeto…” y regresa como se fue, sin nada
en las manos; pero con mucho en el alma. Casi se podría decir que la lentitud
del reloj, compagina con el paso a paso que requiere un hombre para llegar a
su interior, sin prisa; pero con la firmeza de descubrir su propio yo y a su par
“En la observación radica la verdadera sabiduría. Un hombre que mira
detenidamente una cosa, u observa una persona con cuidado, llega a
conocerla mejor, saber más de ella, que si hubiera vivido a su lado 23 años”.

Pero, el hecho de que la Guajira sea una región pobre en recursos naturales, a
parte de la sal, no lo hace un territorio olvidado de Dios, como lo dice el
protagonista “¡Dios sigue siendo sordo, mudo ciego y omnipotente…!” Por el
contrario, es un territorio con un horizonte bello en colores, con gente que
conserva la ingenuidad de la desnudez para mirar el mundo sin contaminarse
de la tecnología e industrialización que en verdad han alejado al hombre de
Dios, creyéndose omnipotentes y con más visión futurista que Él mismo.
La obra es una invitación para reflexionar sobre los afanes de una vida en la
urbe, que robotiza al hombre e invade sus sentidos, impidiéndole conocerse y
conocer a su otro par. Si bien en la Guajira se compra el sexo, no se compran
conciencias, pues es gente con el alma blanca como la sal, desprovista de la
malicia que oscurece el interior de un citadino que no ve en un cuerpo
desprovisto de ropaje más que el motivo de su deseo, mientras que él,
cubierto completamente, es víctima de los más bajos instintos.

La sociedad moderna nos ha provisto de las comodidades necesarias para


cubrir necesidades básicas como la alimentación; pero nos ha alejado de lo
que valida al humano como tal: la capacidad de comunicarse, compartir con
sus semejantes y, así tenga ante sus ojos el más bello paisaje, ha perdido la
capacidad de asombrarse, ha olvidado que en la medida en que me conozca a
mí mismo, puedo compartir mis valores y valorar al otro.

Al hombre de hoy se le ha olvidado vivir, por pensar sólo en producir,


pretendiendo comprar con dinero hasta los seres humanos; en la guajira esta
consigna pierde toda validez, pues el dinero pierde su valor, y lo relevante es
vivir o sobrevivir, sin que ello se entienda como un abandono de Dios, más
bien, es un abandono de los hombres, de los mandatarios que por perseguir
fines políticos, sumergen a bellas regiones en el más completo abandono
económico, lo que lleva de la mano la tecnología, la educación y por ende, la
cultura.

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