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A L LECTOR (P.

1] SALA D E RECREACION

Carísimo lector: aunque no sea nueva la introducción de este libro (pues


INTRODUCCIÓN
en este género has visto otras), lo escrito de todo él te ofrezco, y te aseguro
por nuevo, y novelas y sucesos no tocados; quisiera yo con este libro darte
mucho gusto, con cosas muy gustosas y exquisitas. L o moral que hallares Pamplona, insigne y antigua ciudad (cuyo antiguo nombre fue Sansueña),
metrópoli del Reino de Navarra y corte de sus ínclitos reyes, a quien con
en esas novelas basta para muchos advertimientos; ése ha sido m i fin, y
sus asistencias ilustraron y con su generosidad ennoblecieron; madre de
para que no canse la prosa, l a mezclo con diferentes versos y saraos entre-
4

ilustres familias, centro de claros ingenios, paraíso de perfectas hermosuras,


tenidos, todo a fin de entretenerte. Recibe m i voluntad, que en pago admi-
y finalmente, ya posesión del gran monarca Filipo Cuarto, Rey de las dos
tiré con gusto t u censura, con proposición de la enmienda, muchos yerros
Españas, que por cabeza de reino tan noble, estima como a una de las más
que hallarás en lo escrito y pensado. Vale.
preciosas piedras que guarnecen su corona. Era patria de cuatro célebres
bellezas, cuyos ilustres padres fueron de la real Casa de Navarra; llamábase
L o que contiene este libro:
el origen de estos cuatro portentos de beldad, don Teobaldo de Navarra y
La dicha merecida, foL 8 5

su madre, doña Brianda de Labrit. E l , singular ingenio, grande humanista,


El disfrazado, foL 91
agudo latino y docto filósofo; estas gracias le adornaban, sin otras que con
Más puede el amor que la sangre, fol. 132
el cuidado y ejercicio vino a adquirir en su juventud, como fueron, saber
Escarmiento de atrevidos, fol. 184
andar a caballo en las dos sillas con perfección, danzar con suma gallardía,
6

Las pruebas en la mujer, fol. 235


y ser diestro en las armas con superior grado.
La torre de Florisbella, comedia, fol. 271
Doña Brianda, espejo de virtud y ejem / pío de ilustres matronas en lo
que a su estado le tocó, fue consumadísima señora; crió a sus cuatro hijas
con mucho cuidado, saliendo todas (a imitación suya), muy perfectas. Eran
estas damas el recreo de la vista de toda la ciudad, el imán de la juventud
en los galanes, la envidia en las damas; y así era su calle la más frecuentada
de toda la ciudad con paseos, con carreras públicas, y con otras fiestas y
regocijidos movidos con emulación por muchos caballeros mozos preten-
dientes de estas beldades, permitidos de sus padres, como se enderezaban
al honesto fin del matrimonio.
Es Pamplona ciudad de montaña, y como vecina a ella participa de sus
frialdades, de manera que los inviernos son algo más largos y penosos de
fríos que en otras partes; por esta causa se previenen para reparo suyo
de mayor abrigo, ya con costosas pieles de martas, ardillas y turones con

6 Aquí Castillo parece referirse a la silla común y a l a de gineta: "sólo se


4 E l texto dice ¡o. distingue e n que los fustes son más altos y menos distantes, c o n mayores estribos,
5 S i n embargo, e n e l texto las hojas v a n por página. pero menos largos. D e ésta usan para montar a l a gineta" (Dice, de Auts.).
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que forran sus vestidos, ya con provisión de leña con que bastecen sus chi- Las paredes de la sala estaban adornadas con ricos paños flamencos de
meneas, y ya con flamencos paños con que adornan las paredes de sus piezas. excelente estofa, todos muy conformes, así en la continuación de la historia
Fue un invierno algo más riguroso que los pasados por las muchas nieves que en ellos estaba tejida con grande primor, como en los vivos colores
que hubo, con que les era estorbo a los conocidos y amigos de comunicarse de que estaban matizadas sus figuras. Por el friso de la sala había muchas
a menudo, por el temor de la destemplanza que padecen los cuerpos salien- cornucopias doradas, capaces de tener cada uno una hacheta de dos pabilos
do de lo abrigado a lo frío, o viniendo de lo frío a lo abrigado. Para tolerar blanca, con que no se echaba menos la luz del día; éstos circuían aquella
tan helados rigores y fríos tan rigurosos, un día que en la iglesia se halló dilatada estancia con mucho concierto.
don Teobaldo con otros amigos suyos casados, ponderando el / impedi- En cuatro puestos de la sala había cuatro tabladillos con sus barandillas
mento que los hielos y nieves les eran para la comunicación de sus fami- doradas, dedicados para menestriles y músicos de cuerda, que a tiempos
lias, quiso facilitársele este caballero a los demás, con ver cercanos los días tp- 5] tocasen. En los largos de la sala había una grada an / cha, capaz para dos
de las carnestolendas, celebradas en todas partes; y así les dijo, que pues hileras de sillas, puestas de modo que las de delante no embarazasen la vista
en su casa había una sala aventajada en grandeza a cuantas había en Pam- a los que estuviesen en las de atrás. E l suelo solo carecía de abrigo, porque
plona, en quien se habían festejado festivos saraos, como bien sabían, la para los que habían de danzar no les estaban bien n i esteras n i alfombras.
determinaba ofrecer a todos sus amigos para festiva palestra de cuantos en- Con esta prevención tuvo otra don Teobaldo, y fue tener muchas hachas
tretenimientos honestos se pudiesen maquinar para celebración de las futu- para alumbrar a los que entraban y salían en su casa, y pajes con ricas
| ras carnestolendas, disponiendo su adorno de modo [que] no fuese desabri- libreas que las llevasen; gran cantidad de colaciones; preciosos y olorosos
| gada por su grandeza, sino muy apetecida por su abrigo, adonde permitía vinos; finalmente, no faltó nada de lo que era necesario para pasar el frío
saraos de danzas y bailes, máscaras, academias, justas poéticas y represen- con recreo, divertimiento y comodidad. Llegóse el primero día, que fue el
taciones, y sobre todo el novelar todas las noches en que hubiese juntas jueves señalado, y habiendo faltado la luz del día, los caballeros y damas
de damas, por saber cuanto se gustaba de este ingenioso ejercicio, el cual convidadas a la fiesta se fueron juntando en casa de don Teobaldo, y él y
quería que ejerciesen damas y caballeros alternativamente, porque sobre este su esposa recibiéndoles y acomodándoles con mucho gusto. Y habiendo ve-
fundamento habían de ser los demás divertimientos recreación para los dos nido todos, la fiesta primera fue en esta forma.
sentidos, de la vista y oídos.
Todos los caballeros gustaron mucho de la propuesta de don Teobaldo,
y estimaron cada uno de por sí el favor que les hacía, habiendo algunos que
con más interés hicieron después estimación por lo que les importaba. Con-
certóse que la fiesta primera fuese el jueves que comúnmente dicen en Cas-
tilla de Comadres, y Aragón, el Lardero. Prevínose don Teobaldo de lo
necesario para que su casa estuviese muy cumplida de todo, y avisando a
su m u / jer e hijas, convidaron por su parte a sus amigas, y don Teobaldo
a los caballeros deudos y conocidos, y a todos cuantos de lo noble se qui-
siesen divertir en su casa, con que hicieron muchos gran prevención de ga-
las para estas justas.
Era la sala de más de trescientos pasos en largo, y casi la mitad de an-
cho; en ésta se pusieron cuatro estufas [de modo] que sin verse fuego, le
hubiese para abrigo de los que habían de asistir allí, al modo de las de
Flandes. En el tope de la sala levantó un estrado de hasta seis pies en alto,
cubierto de ricas alfombras turcas, iguales en colores a muchísima cantidad
de almohadas bordadas, que ocupaban este dilatado espacio. E l estrado cer-
caba una barandilla de palastros de plata de dos palmos de alto, y a trechos
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había de este precioso metal muchos braseros para abrigo de las damas.

7 E n el texto, paíaustres.
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donde había estado desde niña criándose en compañía de una tía suya; que
su venida a su patria había sido a ver a su madre, y juntamente las fiestas
[p. 185] j e toros y cañas que poco antes se habían he / cho. En estas fiestas había
lucido la gala y la animosa resolución de don Enrique con dos feroces toros,
pues al uno con un rejón y al otro con lanza quitó el vital aliento, suertes
que las celebró toda la ciudad con festivas y alegres aclamaciones.
Volviendo, pues, a nuestro caballero, gozoso de haber elegido tan buen
NOVELA I V asiento en la iglesia cerca de aquella dama, dio en poner los ojos en ella
con demasiado afecto, pagándose tanto de su hermosura, que lo que co-
menzó por delectación de los ojos, cuando salió de allí ya era dulce pena
ESCARMIENTO DE ATREVIDOS
del corazón. Estaba esta dama (cuyo nombre era doña Violante), cerca de
otra dama doncella, hija de un grande amigo de don Enrique, y viendo la
M i discurso (discretos caballeros, hermosas y entendidas damas), ha de
perseverancia en mirarla, díjole aquélla a su amiga:
ser ejemplar, dando advertimientos y avisos a todos los que siguieren las
— N o juzgué en don Enrique, por lo despegado que es de condición,
pisadas del asunto de él, para que con el castigo que tuvo (digno de su
m

que diera tanto cebo a los ojos; mucho le debéis a su atención, que no los
obstinación), escarmienten; y no será poca suerte, que deleitando m i narra-
aparta de vos.
ción, saquen este fruto de ella los que dejados de la mano de Dios, soli-
citan a sus esposas que k han ofrecido con voto su pureza en la reclusión —Eso tiene una cara nueva en un lugar, dijo Violante, que a los p r i -
de un monasterio. Con este anticipado advertimiento, contaré un suceso, meros días que se ve en él, se lleva la vista de todos, más por lo nuevo que
que aunque se me oiga como novela, a mí se me refirió por caso verdadero. porque tengan que ver.
En una ciudad de España, cuyo nombre se calla por no importar al — A q u í hay más que novedad, dijo doña Andrea (que así se llamaba la
discurso, había un caballero mo / zo de veinte y cuatro años, calificado de dama que estaba con Violante), pues vuestra hermosura (que hace ventaja
linaje y recién heredado de sus padres de un mayorazgo de los más cuan- a muchas), es digna de mayores atenciones, no permitiendo divertimientos,
tiosos de su patria. Este, a quien llamaremos don .Enrique, estaba sin casar, como no los tiene en otras don Enrique después que se sentó aquí.
no tratando de empleo alguno, porque deseaba primero gozar de su edad — C o n todo, quisiera él más verse con dos toros en la plaza, dijo la
juvenil en libertad antes de sujetarse al yugo del matrimonio. Su ejercicio forastera, que fuera para él de más gusto que mirar a una dama,
era cursar tal vez la caza; hacer mal a caballos, teniéndolos muy bue-
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íi». J867 — N le hagáis tal agravio, dijo doña / Andrea, porque aunque los ca-
0

nos; salir a la plaza en los días que había fiestas de toros, tal vez con rejo- balleros de esta ciudad no asistan en la corte, hay pocos que ignoren lo
nes y tal con lanza, a hacer suertes en los feroces brutos, en que tenía tan que deben hacer con las damas. Don Enrique ha conocido en vos lo que
buenos aciertos que merecía por ellos los aplausos de todos. Y así era que- todos, y de su asistencia en miraros he colegido que es ésta la primera vez
rido de la plebe, estimado de lo noble, y el que más granjeaba con su afa- que os ha visto, y aunque no le haya conocido empleo, principio quieren
bilidad las voluntades de todos. las cosas.
U n día, en que había gran fiesta en un principal monasterio de esta Reparó don Enrique en la plática de las damas, y por lo que le miraban
ciudad por dar el velo a una monja de lo más calificado de ella, se halló presumió que hablaban de él, y esto le dio osadía para decir:
allí todo lo noble, así en caballeros como en damas. Fue don Enrique uno —Por la vecindad no se servirán Vuestras Mercedes (si es que lo per-
de los convidados a este velo, y tuvo suerte de sentarse en la iglesia en una mite la plática), darnos parte de ella; que yo, como me juzgo con tantos
silla (de las muchas que había para los que se hallaban allí), cerca de defectos, estoy sospechoso que me están desmenuzando algunos, y no me
una dama a quien no conoció, pareciéndole forastera. Preguntólo a un ami- estaría mal, que hecho polvos, venga a quedarme sin él.
go que estaba junto a él quién era; y él le dijo que aquella dama era hija Riéronse las damas de ver que por aquel camino don Enrique se qui-
de don Garcerán Antonio, y que había poco que la había traído de Madrid, siese introducir en su plática; y así doña Andrea, como más conocida suya,
le dijo:
— E n cuanto a desmenuzar defectos, os engaña la sospecha, que no lo
m E l texto dice assumpw.
1 5 9 Véase la nota 10. conoce en vos ninguno para fiscalizárosle o murmurar de él; hablamos de
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vos, y yo con admiración de ver en vuestra persona una novedad que juzgo Echó el montante doña Andrea, y hubo causa para hablarse en otras
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a maravilla. cosas, que fue el tener cuenta con su plática otras damas; y así para excu-
— Y ¿cuál es? dijo don Enrique. sar que la plática particular pasase adelante, mudáronse a la general, tra-
tando de las fiestas pasadas, con alabanzas de lo bien que anduvo en la
— L a de veros mirar a las damas [dijo doña Andrea] con tanta aten-
plaza don Enrique, el cual era tan modesto que de oírse alabar, le salieron
ción, inclinación nueva para quien os conoce las que tenéis diferentes de
colores al rostro, y suplicó a las damas que no le avergonzasen con ironías.
este género.
L a fiesta del velo se acabó, que fue bien contra k voluntad del enamorado
—Pésame, dijo él, que juzguéis en mí despego a las cosas que no se
caballero. Supo que la forastera dama era muy vecina de doña Andrea, en
les debe, pena de incurrir en civil grosería; muy p r o p i o es en todos
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cuya casa entraba muy de ordinario, por la amistad que se ha dicho tenía
estados cebarse los ojos de los hombres en el hermoso objeto de las damas,
con su padre y con un hermano suyo de su misma edad.
y reparar con más atención en lo que / tantas perfecciones muestra, como
Desde aquel día comenzó don Enrique a pasear la calle de Violante, de
es el de esta dama; que por nuevo a m i vista, y haber en él tanto que ad-
la cual era poco favorecido, pues apenas la veía una vez en la semana al
mirar, hiciera mal en divertirla a otra parte.
balcón. Acudía con cuidado continuamente adonde sabía que iba a misa los
— Y o os estimo la lisonja, dijo la forastera, pero mirad que vengo de
días de fiesta; pero como iba con el embozo del manto, y éste nunca se
Madrid, donde adulaciones de ese género se conocen de muy lejos; yo vivo
quitaba en la iglesia, era pena y martirio del aficionado caballero. Procuró
tan desconfiada de que tengo algo bueno, que hicierais mucho en per-
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granjear criadas suyas con dádivas, que facilitan imposibles, y que por me-
suadirme a lo contrario.
dio suyo se le diesen papeles; pero fue cansarse, que se los volvían cerra-
—Que acreditéis vuestra discreción, dijo él, con vuestra desconfianza, lt>. m i ¿os, con que el pobre amante padecía en un abismo de pe / ñas. Supo de
lo pasaremos, mas no la ingratitud que mostráis al cielo que os favoreció doña Andrea en un mes que no fue don Enrique favorecido con la vista
con tantas gracias. de esta dama, que había sido la causa estar enferma. Procuró que se le
—Paso, señor don Enrique, replicó la dama, que esas suertes que que- diesen regalos en nombre de doña Andrea; y éstos hubo de tomar por el
réis hacer aquí no os han de salir tan ciertas como las que ejecuta vuestro sobrescrito que traían, aunque estuvo pesarosa después de saber que eran
valor y resolución en la plaza. de don Enrique, que sabiendo estas cosas perdía su juicio.
— A s í lo confieso, dijo él, por lo que tienen más de peligro, pero ani- Quiso el cielo que la hermosura de esta dama no se malograse por en-
móme con el que me amenaza vuestra hermosura a deciros que de haberla tonces, y así la dio salud. Y su primera salida fue a un monasterio donde
visto soy ya otro del que entré en esta iglesia. había una devota imagen de Nuestra Señora, a quien se había encomen-
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—Bueno va de encarecimientos, dijo la dama; mirad que estamos en dado. Aquí la vio don Enrique descubierta, con cuya vista manifestó en su
un templo, y en los santos lugares no es justo decir mentiras. Todo lo de- presencia el contento que recibía de verla restituida en su salud primera,
más os creyera por cortesía, y porque cosas de ese jaez me han dicho otros; aunque estaba flaca. Con los ojos (intérpretes del alma), la dio a entender
pero llegar a qué cosas que en mí no hay, causen esos efectos, me habréis el gozo con que se hallaba de verla buena. Bien lo conoció la dama, mas
de perdonar, que n i lo creeré n i daré lugar al pensamiento a que me lo no mudó semblante para que el galán llevara siquiera algún consuelo. Des-
represente por verdad. esperábase de ver que sus finezas, desvelos y cuidados se malograsen pre-
—Eso me estará a mí muy mal, dijo él, cuando deseo parecer tan bien tendiendo a un risco helado, a un bronce duro y a un empedernido escollo,
a vuestros ojos que en vuestra ausencia faltándome su vista, deseo que me y aún éste se ablanda a los continuos combates del mar.
favorezca vuestro pensamiento; mucho pido, pero todo lo que deseamos Con todo esto tomó don Enrique la pluma, y a la convalecencia de Vio- y
en nuestro favor, queremos / que lo faciliten imposibles. lante^ hizo estos versos, que con las demás gracias de que el cielo le dotó
—Que bien lo decís, dijo ella, si así lo sintierais; aun aquí se quedó
162 tenía ésta. / W u

destroncando la razón para que de la palabra comenzada, formaste, don


Enrique, misterio.
H o y se dice meter el montante:
1 6 3 "frase que además d e l sentido recto, usado
en l a esgrima, vale ponerse d e p o r medio e n alguna disputa o riña, para cortarla
o suspenderla" (Dice, de Auts.).
] « E l texto dice proprio.
m E l texto dice kizierades, 1 6 4 " S e llama también l a imagen, templo o lugar que mueve o excita a devoción"
E l texto dice
1 6 2 sintierades. (Dice, de Auts.).
I 2
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Lísida, no es novedad no eche a mal el tiempo, pues todo cuanto gasta en su galanteo, puede darle
que aumente la compasión por mal empleado.
el que vea esa perfección —Eso no lo confesará don Enrique, replicó doña Andrea, que a mí me
maltratar la enfermedad; / consta de lo que os quiere, que como tuviera una vislumbre de esperanza
del mal la riguridad de que había de ser favorecido de vos, os sirviera siglos; y hacéis mal en
se igualó con m i dolor, serle ingrata, pues no perdierais nada en ser galanteada de un caballero
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y sintiera su rigor noble por sangre y perfecto por muchas gracias que el cielo le ha queri-
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cuando yo no os conociera, do dar; de cuyas partes hacen estimación cuantas le conocen, y hubiera
porque no es la vez primera muchas damas en esta ciudad que se holgaran de su galanteo, como fuera
que por piedad entra amor. con el honesto fin que don Enrique lleva: que es ser vuestro esposo.
Mas ya que el piadoso cielo — M u y de su parte os veo, dijo Violante; si tan apasionada estáis, ha-
restituirle procura cedle favores, pues es sujeto en que estarán tan bien empleados.
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la salud a esa hermosura, — E n mí fuera ligereza y facilidad, dijo doña Andrea, hacerlo, porque
que es de mis ojos consuelo, no se inclina a servirme; pero dadme vos que él lo hiciera [y] vierais 1 6 9

será de hoy más m i desvelo con cuanta estimación [yo] admitiría las finezas que vos despreciáis por
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servir a vuestra beldad; altiva.


conoced m i voluntad, — Y o me ofrezco, dijo Violante, a ser vuestra tercera.
y remediad m i inquietud, — M u c h o valéis para todo, replicó la ya picada doña Andrea; mas para
no gozéis vos la salud ¡p. 192] pudierais
e s t o poco con quien ha puesto / el amor en vos; y antes juz-
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cuando yo la enfermedad. gara a desprecio vuestra solicitud, que a favor. Y porque os veo muy altiva
Favores son de Cupido y poco afable (atributos de las confiadas), quedaos con Dios, que algún día
que yo me ofrezca al cuidado, os acordaréis de esta plática que entre las dos ha pasado, y os pesará de
gozoso con lo empleado, no haber hecho elección de quien os hiciera dichosa.
no con lo favorecido; Con esto se despidió doña Andrea de doña Violante algo enfadada,
favor y clemencia os pido, saliendo de su casa con propósito de no volver a ella menos que muy soli-
pues gozáis salud contenta, citada de Violante. Ofrecióse dentro de dos días verse con don Enrique, que
de aquesta herida violenta, iba en busca de su hermano; y hallando buena ocasión de hablarle a solas,
vuestra beldad me consuele, por no estar su padre y hermano en casa, le dio cuenta de lo que le había
que del mal mejor se duele pasado con Violante, y cuanto le debía, pues por su causa había tomado
aquél que le experimenta. tanto enfado con ella que no la pensaba ver en muchos días. Estimó don
Enrique el favor que le había hecho, lastimándose de que pagase tan mal
Estas décimas fueron a manos de doña Violante, que se las dio doña su amor y finezas.
Andrea; lo que hizo fue leerlas y decir: — L o que conjeturo de esto, dijo doña Andrea, es que esta dama dejó
—Pésame de que don Enrique se ponga en estos empeños, de donde no en Madrid algunos amores, porque la veo con muchos cariños de volver
puede esperar nada. / allá, y sé que lo fomenta por cartas con su tía; pero su madre está de
—Pues ¿qué? ¿No merece que le hagáis favor? replicó doña Andrea. diferente parecer, que no desea que salga de aquí.
— N o niego yo sus méritos, dijo Violante, pero por ahora no me d i c t a
165

la voluntad que me incline a querer a nadie; con m i libertad vivo quieta,


1 6 6 E n e l texto, perdierades'.
no me matan cuidados n i padezco desvelos. Los que don Enrique tiene, los 1 6 7 E n e l texto, perfeto.
juzgo por perdidos, y así quisiera que hubiese quien le detenga de ése, que 1 6 8 E l texto dice hazelde.
m E l texto dice vierades.
1 7 0 E n e l texto, admitía.
1 6 5 C o n e l sentido de " i n s p i r a r " o "sugerir". 1 7 1 E n el texto, pudierades.
154 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO
SALA DE RECREACIÓN
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— ¿ C ó m o podríamos saber eso con certeza? dijo don Enrique.
Vengo a darles a tus rejas
—No sé, dijo ella; yo tomo muy a m i cargo el saberlo para que salgamos
(de tu dureza retrato)
de esta sospecha.
quejas por ser tan justas,
De nuevo agradeció don Enrique a esta dama el tomar tan a pechos sus libres las pronuncia el labio.
cosas; y cierto, que a no haberse empeñado en el amor de Violante (que Apenas v i tu hermosura,
ése fue elección de su gusto, en que no hay pedir razón), que tenía172
hermosa Lísida, cuando
partes / doña Andrea de hermosura y discreción para ser amada, y con fui del niño y ciego dios,
hartas ventajas de dote, en que excedía a Violante; pero las cantidades de de sus flechas firme blanco.
bienes de fortuna no aumentan el amor, aunque sacian la codicia. De ésta Los pesares, los desvelos,
carecía don Enrique, por ser caballero rico, y no había menester buscar las congojas, los cuidados,
aumentos de hacienda, sino de gusto. los disgustos, los temores,
Despidióse de doña Andrea, y aunque pudiera con lo que le dijo haber las penas, los sobresaltos,
hecho pausa al galanteo, a muchos les son de incentivo los desprecios, para Que m i alma padeció
asistir con más frecuencia a servir a quien bien aman, como lo fue a este por dueño tan soberano,
caballero; que no por esto dejó de pasear la calle de Violante, de día a siempre m i fe mereciendo,
caballo y de noche de embozo, dándola algunas músicas él mismo, ayudado y tú el favor dilatando.
de un criado_que tenía muy buena voz y mejor humor, así en gracia como Las piedras deste edificio
en escribir versos, porque ios burlescos los escribía con mucho donaire. (custodia de un bien tan alto),
Este enamoraba a Laurencia, criada de Violante, si Bien no de las que más los hierros de sus balcones,
privaban con ella; porque la que ella estimaba y quería, se la dejó en de sus ventanas los marcos. /
Madrid, y a ésta la había aborrecido porque se había apasionado por don Compadecidos de mí,
Enrique, regalándola él con dádivas y Celio (éste era el nombre del criado), de mis penas lastimados
con requiebros; y habíala mandado que pena de perder del todo la casa de harán en m i abono lenguas,
sus padres, no la hablase en este caballero. de hierro, madera y mármol.
Sólo tú a tantas finezas,
Pues volviendo a don Enrique, por medio de las músicas decía sus pen-
1 7 3

a tan inmensos trabajos,


samientos cuando le habían cerrado la puerta a sus papeles. Una noche le
a tan terribles pasiones
pareció manifestar sus quejas él solo, arrimando la voz al instrumento sonoro
eres inmóvil peñasco.
de una bien templada guitarra. Y así, después / de la media noche, cuando
Y aún lo he encarecido poco
todo estaba en quieto silencio, cantó de esta suerte:
que hay escollo, que hay ribazo,
que al ímpetu de las ondas
Ofendido del desdén,
se muestra tratable y blando.
Lísida, hermoso milagro,
Alguna sierpe de Libia,
vengo a llorar los desprecios
leona del reino albano,
de tu proceder ingrato.
tigre de Hircania feroz
Ajeno de las potencias
ese pecho alimentaron:
el pecho de gusto falto,
Pues lo rígido, lo esquivo,
sin bríos el movimiento,
lo altivo, lo temerario,
y el alma en fuego penando.
más es herencia de fieras,
que de sujetos humanos.

Aquí parece que falta u n a cláusula potencial, p. e j . : "él m u y b i e n habría


1 7 2

podido enamorarse de la otra d a m a " .


1 7 3 E l texto dice Sola.
i 6
5 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN 157

Admira que en t i se aunen E l tierno amante de Laura,


en el afecto implicando, que tiene fondos de tonto,
lo hermoso con lo cruel, para dar en ser discreto
dos tan opuestos contrarios. acaba de abrir los ojos.
Mas contra mí, no lo admiro Durmiendo estaba a sus anchos
que se conserven entrambos, encima de un catre angosto,
para rendirme lo hermoso, crujía de su ignorancia,
1 7 5

para matarme lo huraño. y esponja de mucho polvo.


Vuelve piadosa a mis ruegos Y tan dormido le vieron
el rostro apacible y manso, / desde el tiempo de los godos,
y merezcan mis finezas hasta el que corre al presente,
ver tus afectos trocados,
1 7 4 que le juzgaron por tronco.
Que a proseguir tus rigores Crióse a la llana usanza
a dar aumento a mis daños, de aquellos tiempos candorosos,
serás m i bella homicida, donde entonces la malicia
y yo ejemplo a desdichados. era conocida en pocos.
Galanteaba a una hembra
Cantó este romance don Enrique con tan triste y melancólico tono, que el más presumido mozo
ablandaría a los mármoles. Oyóle Violante con mucha atención; así se lo por espacio de tres lustros,
dijo Laurencia a Celio la noche siguiente, porque ella, con estar [en] otro y era aun galanteo corto.
aposento más adentro de él de Violante, le oyó y sintió que su ama estaba Por el arancel del Cid,
despierta. Pasaban entre esta criada y Celio graciosos coloquios en sus y régimen de don O l f o s , 178

amores, que será bueno dar parte de ellos al auditorio; porque no todo e l gozaba de amores castos,
^discurso ha de andar en chapines, bocado ha de haber para h risaTSeñtla"
175 sin dar en libidinoso.
Celio que Laurencia fuese tan m o n a de su ama~en lo altivo, que se quisiese Arrimábase a una reja /
servir muy a lo de palacio, dándole audiencia por una reja y a deshora de desde que el señor Apolo
la noche, cuando pudiera más tratable y más cómodamente dársela en algún zampuzándose en el mar
retrete de su casa en anocheciendo. Y esto no lo decía sin fundamento daba a beber a sus potros,
Celio, porque llegaba a ser sucesor de u n amigo suyo, sirviente de un caba- Hasta que con esperezos
llero que pasó a Milán, y de confidente suyo pasó a ser amante. Con éste, hacía otra vez asomo
por la confesión que le hizo a la partida, supo haberse descuidado a desen- a los balcones de Oriente
fados ilícitos y empleos poco honestos; y conociendo esto Celio, desesperá- mostrando sus barbas de oro.
base que encaminase Laurencia su martelo a matrimonio cuando él sabía Y la ninfa más fruncida
cuan mal le estaba seguir / aquel camino. Quiso, pues, una noche dar a que está Perico en el r o l l o , 179

entender a su dama sirviente que se cansaba de su estilo de favorecer, y


apetecía el más llano; y así habiendo sobre esto escrítole unos versos, en una
bien templada guitarra, en que era diestro, la cantó así: 1 7 6 " E l paso o camino de tablas que hay e n las galeras para comunicarse de l a
popa a l a proa, situado e n medio de ella entre u n a y otra banda de los bancos y
r e m e r o s " (Dice, de Auts.). Quizá haya u n a sugerencia d e l m o d i s m o "pasar crujía"
aquí.
E l texto dice efectos.
1 7 4 f\\ 1 7 7 E n el texto, candoreos.
)75 andar en chapines. H o y día se dice "poner o ponerse e n chapines. FraseMjue S e refiere a Bellido Dolfos, asesino d e l rey d o n S a n c h o I I a l cerco de Z a m o r a .
1 7 8

en estilo familiar se explica elevar a u n o a grado superior y^puesto y «dignidad d e - rollo. " S e llama también la picota u horca hecha de piedra, y e n forma r e d o n -
1 2 9

corosa, s i n cxmcurrir e n él los méritos que le corresponden para ello. E s frase usada d a o de c o l u m n a , y es insignia de la jurisdicción de V i l l a " (Dice, de Auts.). H a y
con i m p r o p i e d a d " (Dice, de Auts.). u n a frase proverbial que dice " c o n más gravedad que P e r i c o e n l a h o r c a " ( L u i s

'CA-
i 8 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN
5
159

con toda su ingratitud en orden a que se instruya,


nunca se le ajaba el toldo. y no sea risa de todos.
Oía sin responder Tomando la pluma en mano,
los requiebros amorosos, después la guitarra y tono,
que el morigerado amante esto en dulce voz le canta
destillaba del meollo. a la que le daba cornos.
Pasaban los dos el tiempo Ya, señora Laura, es tiempo
sin llegar a los arrojos de hablar alto como sordo,
que pide un activo amor, de decir verdades claras,
que aprieta por lo fogoso. agua va, que las arrojo.
Hasta que, dando a sus padres Hablar al uso del Cid,
cuenta de sus reconcomios, es hablarme como un Ordoño,
al umbral de sus vejeces cuando dilaciones suyas
se casaban estos novios. merecen ya plazos cortos.
Este bien sufrido amante, Estar sufriendo serenos, /
nacido de aquel retoño, discreteando, tampoco
del tiempo del Rey Perico, 180 lo aprueban cuantos han hecho
procedió con estos modos. caravanas de oficiosos.
183

Maguer que los tiempos hacen Venir a llamados plazos,


abusos de monipodios, es amar a lo bisoño, 184

el non atendiendo en ál / pues en aquello que falta


requebraba a lo acucioso. halla sus venturas otro.
Paseábase al sereno Resolución he tomado
tan galán como devoto, de no andar por los contornos
sin advertir que hace daño de la estancia que festejo,
a la cabeza y los ojos. sino penetrar sus fondos.
Y mientras su amada ninfa Resuélvase pues, m i Laura,
le ostentaba alegre rostro, si es que en su martirologio
non buscaba fechorías me tiene amante asentado,
a fuer de lo lascivoso. que soy malo para tornos.
Reíanse sus amigos Andar por los arrabales
que enamorase a lo bobo, es cosa de zorros locos,
cuando en tiempos tan discretos es ignorancia de payos,
sólo se mira a lo p r o n t o . 181 y es proceder a lo topo.
Y después de haberle dado Si me hace dichoso entrando,
documentos provechosos daré a mis cuidados logro,
y si no, yo me despido
in saecula saeculorum.
Montoto y R a u t e n s t r a u c h , Personajes, personas y personillas que corren por las
tierras de ambas Castillas [Sevilla, 1912], I I , 2 9 3 ; M . trae u n a cita d e l Estebanillo
González). 1 8 2Alusión a D i e g o Ordóñez, quien retó a los zamoranos e n e l Cantar de
E s decir, " e n tiempos remotísimos". Véase Q u e v e d o , La visita
1 8 0 de los chistes, Sancho I I .
ed. de Cejador y F r a u c a , Clás. Cast. ( M a d r i d , 1949), págs. 229-30. 183 véase supra, la nota 116.
E n e l texto,
1 8 1 prompto. 1 8 4E s decir, "inútilmente".
SALA DE RECREACIÓN 161
l6o ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO

Con éstas, le dijo otras muchas razones a don Enrique, el cual discul-
No pudo la quieta atención de los que escuchaban a la dama abstenerse
pándose con el amor las oía, y decía que no era más en su mano dejar de
de no celebrar con aplausible risa el romance de Celio, el cual refirió la
sentir la ingratitud de Violante. Continuó don Claudio con estas amones-
hermosa doña Eufemia con mucha gracia y donaire; quietáronse todos, y
taciones, hasta que viendo don Enrique con abiertos ojos que sus amigos
ella volvió a su discurso, diciendo así.
sólo deseaban su salud, y que ésta estribaba en no profundar tanto sus
Oyó Laurencia el bien cantado, cuanto picaro / romance de CeUo (refe- pensamientos; y así fue dando vado a ellos, admitiendo en su aposento
rido aquí por permitirlo el tiempo), y enternecióse de modo que propuso conversaciones alegres de amigos, músicas de buenas vo / ees, y tal vez
no descontentar a su amaTteTaaTTmozo, igualándole en los favores al ausente. juegos de entretenimiento, con que comenzó a alentarse, y desengañado de
Volvamos a Violante, que proseguía con sus rigores contra las finezas de que doña Violante no le había de favorecer, desistió de acordarse de ella
don Enrique tanto, que viendo su crueldad y sintiéndola con veras del en cuanto pudo, si bien para arrancar tan profundas raíces como había
alma, cayó enfermo en la cama; fue visitado de doctos médicos, pero su echado su amor era menester más tiempo.
achaque no necesitaba de los remedios medicinales, sino de la mudanza de
Llegó, pues, a convalecer del todo, y a resolverse de no pasar por la
Violante. Llegó a tal extremo que dudaban de su vida los físicos, sin enten-
calle de su ingrata Violante y huir con extremo de donde se hallase,
187
der del mal más de que le aumentaba una profunda melancolía.
aunque a esto se hacía harta fuerza por no haber perdido del todo sus
Entre los amigos que le visitaban más frecuentemente era uno don
cariños. Hubo fiestas en la ciudad; salió a ellas con diferentes colores de
Claudio, hermano de doña Andrea; éste sabía los secretos de su pecho, no
lo que hasta allí había sacado, en las libreas de sus pajes y lacayos, cosa
porque el amante don Enrique se los había comunicado para descanso suyo,
que no dejó de hacer en Violante algún pensamiento, porque a ninguna le
sino porque doña Andrea fue quien le dio el punto y aviso de su galanteo
pesa de ser amada, y esta dama pecaba algo de altiva y de amiga de que la
y mal pago de Violante. U n día que acertó don Claudio a hallarse solo con
estimasen; y como don Enrique fue extremo de amantes en quererla y
188

su amigo (habiendo hablado sobre estos amores y confesádole don Enrique


festejarla, y ahora le veía Ubre a su parecer después de su peligrosa enfer-
que su enfermedad procedía de sentimientos), le dijo estas razones:
medad, érale de algún sentimiento haber perdido en él uno de los mayores
— A m i g o don Enrique, mucho me admiro de vos que toméis tan a pecho aficionados, aunque había ocasión para acordarse aún menos de él.
los sentimientos causados del rigor de una altiva mujer, que os pongan en
Dio don Enrique en acudir a la casa de la conversación donde se jugaba,
el estado que os vemos vuestros amigos, que no es menos (según afirman
y hallarse en juegos de consideración. Andaba de pérdida de dos m i l escu-
los médicos que os curan), que muy cercano a la muerte. ¿Vuestro valor
dos, y esto le tenía picado para no dejar de asistir donde pensaba desquitarse
ha de descaecer así? ¿Vuestro ánimo ha de desmayar tan apriesa y vuestro
camino por donde se han perdido muchas haciendas y honras con ellas;
alien / to tan conocido en varias ocasiones, le ha de dar términos un loco
remedie esto quien le toca. Una noche que salió a más de la una de jugar,
capricho de una mujer sin entendimiento? Porque si le tuviera, de lo que
acompañado de su criado, se venía don Enrique a recoger; estaba la casa /
merecéis, echara de ver que le estaba muy bien que la sirvierais 185hasta
del juego en parte que para ir este caballero a la suya era fuerza pasar por
ser su esposo. Volved en vos, y no digan todos viéndoos padecer tan desa-
la de doña Violante; era la noche muy oscura, y al emparejar con ella, oyó
nimado que desdecís de lo animoso, que prevaricáis de lo alentado; y final-
que de una reja le llamaba una voz de mujer, que le pareció ser la de doña
mente que no sois vos el que en una plaza domáis la fiereza de muchos
Violante. Acercóse más, y dijo:
brutos que han rendido la vida a vuestras manos, n i el que con el acero
— ¿ E s don Diego Luis?
en la mano se ha hecho lugar por entre muchas espadas a costa de algunas
heridas en vuestros contrarios. ¿No tiene damas esta ciudad en qué poder Admiróse más de esto don Enrique, porque lo que tuvo por dudoso
despicaros? ¿Cifróse la beldad en doña Violante? Yo conozco muchas en hallólo por cierto, conociendo en la voz a su ingrata dama; y extrañó 189

cuyas bocas he oído alabanzas en vuestro favor, que no le son inferiores el nombre, porque en la ciudad no había caballero que se llamase así, con
en hermosura, y estimarán que las sirvierais. Desde hoy, si me estimáis
186
que comenzó a levantarse en su pecho la centella de los celos y a darle
por amigo vuestro, he de conocer en vos olvidos de doña Violante, pues pena, viendo que otro con menos asistencias había sido más favorecido de
ellos han de ser la restauración de vuestra perdida salud.

E l texto dice estremo.


E l texto dice querererla.
E n ei texto, siruierades.
E l texto dice estrañó.
m E n el texto, siruierades.
IÓ2 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN I6 3

Violante; y para saber con más certeza aquello determinó a fingirse el su casa, donde sin luz alguna se apeó en el zaguán de ella Violante en
caballero llamado, estando de su parte la oscuridad que le favorecía, y así brazos de don Enrique; y mandando a Celio que luego se trajesen los 1 9 3

la dijo en voz algo baja: dos caballos para partir, subió con la dama a unos entresuelos donde era
— Y o soy, m i bien. su habitación, todo esto sin luz, yendo Violante muy constante en su en-
—¿Están a punto los caballos? replicó la dama, porque ya yo estoy gaño, si bien con alguna turbación, causada del atrevimiento que hacía. Allí
prevenida para partir con vos. comenzó don Enrique a hacer caricias a la dama, y ella a favorecerle con la
Aquí acabó de ver don Enrique que más importa dicha para las pre- seguridad que tema de que fuese su forastero galán. Duró el engaño hasta
tensiones que méritos. Siguió el gusto de Violante con decirla: que don Enrique tomó la posesión que para otro estaba guardada, sin resis-
— N o se han podido aderezar más presto; vendrán luego, el uno en tencia de Violante; y entretenidos en las caricias de amantes, pasó más de
que os pongáis, y de m i posada partiremos. hora y media, no lo echando de ver la dama; porque las horas del contento
Esto dijo don Enrique a tiento, pero salióle bien, porque así estaba son muy breves, hartas le esperaban de pesar [a la] que lloró después su
concertado entre Violante y el caballero que nombraba, que era de Madrid, necio desconocimiento.
con quien había tenido allá amores y había allí venido por su orden a lle- Oyeron las tres, que no fue poco oír reloj los enamorados; estábalo
varla allá contra la voluntad de sus padres, por ser persona desigual a sus más Violante, porque se presumía estar con quien pensaba que sería su
merecimientos y no de muy buenas co / stumbres; bajío en que suelen dar esposo; pero don Enrique, que estaba más en sí y menos enamorado, que
algunas discretas confiadas y castigo de su altivez. no le sucediera esto pocos días antes. Echó de ver la dama la tardanza de
Mandó don Enrique a Celio, que venía acompañándole, que trajese 190 los caballos (no fue poco), y dijo a don Enrique:
un rocín de campo suyo, en que salía de noche, y aquella hora había poco
—Esposo mío, ¿cómo tardan los caballos en venir? Mirad que amane-
que k mandara volver a casa al lacayo, pensando que durara el juego. N o
cerá, y no se / rá bien que estemos aquí, y yo sea hallada menos en m i
estaba kjos la casa de don Enrique, y así Celio brevemente se puso allá, y
casa, que nos buscarán y corremos peligro.
fue a tan buen tiempo, que por pereza del lacayo aún no había metido el
— N o os dé cuidado, dijo don Enrique, que mejor desmentiremos a
caballo en la caballeriza, que se le tenía aderezado en el zaguán. T r á j o l e
191

quien nos buscare cuando no salgamos hoy de la ciudad hasta mañana en


Celio a donde estaba su amo, habiendo él en tanto hablado en baja voz con
la noche.
Violante, y conocido del estilo con que le habló cuan favorecido era el
caballero que esperaba; con que disculpó a la dama en no haberle corres- Oyó la dama estas razones con más advktimiento que hasta allí, y des-
pondido, teniendo antes este empleo, pero en venganza suya deseaba llevar conoció la voz; y para más certificarse, preguntóle qué casa era aquélla donde
aquel engaño hasta el cabo. estaba.
Llegó Celio donde estaban, y Violante salió de casa de sus padres con —Esta, dijo don Enrique, es la casa de un cabalkro amigo mío, cuyo
un cofrecillo de sus joyas (y otras que tomó a su madre) en las manos; el nombre es don Enrique Antonio.
cual habiéndole entregado a Celio sin conocerle, diciendo muchos amores Aquí habló en más intelegible habla el galán, de modo que la dama
a don Enrique (que gozó estos favores en lugar del forastero), la tomó en acabó de conocer no ser su don Diego Luis, y de certificarse que estaba
sus brazos, y de ellos la trasladó a la silla de su caballo, yendo ella tan en poder de don Enrique, porque le había conocido; y fue tanto su senti-
ciega que no advirtió en desconocerle. Díjola don Enrique que la llevaba miento que, dando una voz (en que dijo: " ¡ A y , cielo, engañada soy!")> se
a casa de un amigo suyo, de quien se podía muy bien fiar, adonde estaría quedó desmayada. Hizo don Enrique cuantos remedios pudo para que vol-
cosa de una hora, hasta que, dispuesto lo necesario, partiesen. viese, mas no fueron de algún efecto. Llamó a Celio y pidióle luz, con la
Con esto guiaron a casa de don Enrique; habíase criado Violante desde cual vieron a la dama el semblante tal, que juzgaran haber rendido el espí-
niña en la corte, y sa / bía poco de las calles de aquella ciudad por ser r i t u , si el pulso no desmintiera estas señales. Diéronla garrotes en los brazos,
recién venida ella, de modo que no sabía donde la llevaba el disimulado con que volvió en sí tan desacordada que no podía hablar palabra; sólo
galán, que sustituía con engaño en las dichas del favorecido. Llegaron a
192 destilaba de sus hermosos ojos abundancia de lágrimas. Comenzóla a hablar
don Enrique, para que cobrase aliento; y lo que hacía era mirarle y llorar.

m E l texto dice truxesse.


»« E l texto d i c e truxole.
m E l texto dice substituía. 1 9 3 E l texto dice truxessen.
164 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN I6 5

Quiso desnudarla y acostarla en su cama don Enrique, pero resistió a los dos? ¿Favores de por medio? ¿Voluntad dispuesta a darle la posesión
esto, todo sin hablar. T o / mábale las manos don Enrique y besábaselas, que él ha gozado? Pues a un caballero de ilustre sangre, claro está que ha
haciéndola muchas caricias, más por consolarla que por amor que la tuviese; de escrupulizar en el honor, cuando tan a las claras ve que no me dedicaba
porque desde que vio la acción de salirse con otro galán, se le había quitado, a él, nombrando al que aguardaba; todo esto se quietará con m i muerte,
como si no la conociera. Con todo muy amoroso en lo fingido, la acariciaba ÍP. 210] pero tengo de necia el no haber acabádome / el sentimiento de m i desdicha.
cuanto podía, y esforzaba a que perdiese el sentimiento que tenía, que en Vivir con infamia no es vida, sino muerte, y muerte afrentosísima. Pues
parte estaba donde había de ser servida y amada. Era discreta Violante, y ¿quién ha de vivir de esta suerte? Ofendidos mis padres, don Diego Luis
echaba de ver cuan poco le saldrían del alma aquellas finezas; y así pagaba burlado y vengado don Enrique, a deslumbrada resolución es menester re-
con lágrimas el yerro de su desconocimiento. medio eficaz que la suelde, y no hallo otro que el de un monasterio. N o
Duró en su silencio hasta que el día se manifestó por los resquicios soy la primera que ha errado, ni seré la ultima que ha saneado su desdicha
de las ventanas; de nuevo la volvió a suplicar con afectuosos ruegos don con un hábito de religiosa; en esto me resuelvo, ampare el cielo m i intento,
Enrique que reposase un poco, mientras él cuidaba de que se le hiciese y pues ve que es para servirle, ayúdeme.
algún regalo para desayunarse; y con esto la dejó, prometiéndole hacer lo Apenas acabó esta última razón, bañada en lágrimas, cuando dejando
que le mandaba. Parecióle a don Enrique que le decía esto con más alegre la cama en que estaba echada, se puso en pie, y sacando su manto de la
semblante, y así la dejó con muchas caricias, y bajó a bajo a despertar a manga (prevención que había hecho desde que se determinó a salir de casa
sus criados, en particular a Celio, que con la mala noche que había tenido de sus padres), se le puso, y con pasos quietos salió del aposento a tan
estaba más rendido al sueño. Quedóse la dama ofuscada con m i l imaginacio- buena sazón que no encontró a persona alguna, porque don Enrique estaba
nes, formando discursos; pero ninguno era en su favor. Decía en baja voz: ocupado en mandar hacerle un regalo para que almorzase. Bajó al zaguán,
— ; A y , desdichada Violante! Como parece lo que te ha sucedido cas- y saliendo a la calle se fue informando de algunas personas que topó donde
tigo de tu altivez y humillación de tu loca soberbia; que haya sido m i era el Convento de la Concepción, fuéronla guiando, que era un tiro de
ceguedad tanta que desconociese a don Diego Luis y favoreciese a don piedra fuera de la ciudad; salió de ella, y llegando a él tocó en el torno, y
Enrique, habiendo en la disposición de los talles tan poca similitud. ¡ O / preguntando por la Madre Abadesa, fue avisada y salió a una reja, donde
noche! ¡ Y cuántos engaños haces con tus oscuras sombras, que de yerros
194 doña Violante y ella se vieron.
como éstos se han hecho por tu causa! Pero yo debo con más justa razón Díjole la dama su resuelta determinación, y suplicóla con afectuosos
quejarme del mío, porque juzgo (y no me engaño), que no tiene suelda. ruegos la recibiese en su santa compañía dándola luego el hábito. Esto dijo
Yo desatinada en amar al cortesano don Diego Luis le esperaba, a que con grande copia de lágrimas; era cuerda la prelada, y consideró que de
como otro París fuera robador de esta Elena, fiada en que como caballero (p. 211] algún disgus / to que habría tenido con sus padres (de quien le informó
sabría estimarme, cosa en que no pusiera duda alguna; en su lugar sustitu- quien eran al principio), procedía aquel sentimiento, y así lo que la dijo
yó195 don Enrique, despreciado de mí, no por m i recelo —que a sus finezas fue, por lo que conocía de su aflicción, imaginaba que habría tenido algún
197

ninguno pudiera exceder— pero una voluntad prendada, la disculpa tiene pesar, y que éste le debía obligar a ser religiosa más que vocación divina;
de su parte para no amar más que a uno. Llegó en ocasión, que yo deter- que lo que podía hacer por servirla, era admitirla en el convento por seglar
minada y con el bien tan cercano, aceleré m i salida con él, sin enterarme hasta que fuese conociendo en el discurso del tiempo si era verdadera voca-
bien en su conocimiento; de esto han resultado dos pérdidas: la una, no ción la suya.
ser mío don Diego Luis, y la otra, perder a don Enrique también, porque Vino en esto doña Violante, y así entró en el monasterio, no con poca
aunque es cierto que ha robado con m i persona la joya de más estimación
admiración de las religiosas, que no juzgaran tal de ella, sabiendo el cuan-
que tenía, y que debía obligarle el conocimiento de esto a su satisfacción.
tioso dote que tenía para casarse, y cuan fuera estaba de ser religiosa; mas
196

¿Cómo lo hará quien ha conocido en mí que me disponía a salir con otro


atribuyeron a que de una hora a otra muda Dios los corazones, y que en
con tanta determinación? ¿No ha de juzgar correspondencia asentada entre
éste habría hecho esta mudanza, no siendo novedad de su poder, pues
grandes princesas y reinas habían dejado el mundo, y retir adose al sagrado
de la religión, como a cosa tan segura para huir de los engaños del mundo.
'** E l texto dice obscuras.
1 9 5 E l texto dice substituyó.
m E l texto dice satisfacion. 1 9 7 E l texto dice aflicion.
166 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN 167

Ya tenemos a esta dama retirada en un convento; volvamos a don Enrique, esta diligencia, y así se estaba quieto en su casa, sintiendo su desdicha,
solícito en mandar que la regalasen en su casa. acompañándole a su justo sentimiento su anciana esposa. En esto estaban,
Subió este caballero a su cuarto, bien descuidado de lo que había suce- cuando subió un criado a decirle que u n religioso, confesor de las monjas
dido, y no halló en él a su huéspeda. Buscóla por todos los aposentos de de la Concepción, le quería hablar a solas; mandóle don Baltasar subir, y
más adentro, pero fue en balde su diligencia. Vio el cofrecillo de las joyas retirado con él en u n aposento, lo primero que hizo fue ponerle un papel
encima de un bufete del modo que le habían dejado cuando allí llegaron, y en sus manos. Conoció el anciano caballero en el sobrescrito seFlaTetrá
198

esto le hizo maravillarse más. Sentóse en una silla, pesaroso de verla faltar de su hija, y abierto, vio en él estas razones:
y de haber tenido tan poca advertencia / que no se acordase de dejarla [p. 214] —Padre y señor mío. Como la mejora de estado / de los hijos es el
cerrada por defuera cuando dejó su presencia. Subió Celio con el almuerzo logro del deseo de sus padres, sé que os ha de alegrar m i detenninación
hecho, y halló a su dueño imaginativo, puesta la mano en la mejilla. Pre- santa, que es ser religiosa en este devoto monasterio. Días ha que tenía este
guntóle la causa y él se la dijo, con que se quedó suspenso, sin saber qué propósito, y si no le he ejecutado en Madrid, fue porque no culpaseis 199

discurrir n i dar en qué camino tomaría, que le estuviese bien a su reputación, a m i tía. Ahora no me atreviera tampoco a lo que he hecho, si no fuera
saliendo de allí. por este modo, pues conocía del amor que me tenéis cuanto habíais 200de
™» Dejémoslos en estos discursos ocupados, y volvamos al caballero de M a - sentir esta resolución mía. En m i primo don Fernando os queda buen here-
drid, esperando de Violante para irse con él. Salió el galán de su posada dero; todo lo dejo por Dios, y hago poco, pues aun con esto no pago los
áf la hora concertada por él y Violante, aunque algo se anticipó, cosa que le inmensos favores que de E l he recibido. L o que os suplico es que os con-
estuvo m a l ; y una calle antes de llegar a la casa de su dama, acababan de soléis, y se consuele m i madre; que más vale una hija con seguro remedio
dar muerte unos capeadores a un ciudadano sobre quitarle la capa, y él de religiosa que mal casada a su disgusto. Aquí os puedo servir con mis
defenderla. Hallóle don Diego Luis agonizando con las últimas ansias, y oraciones, y con desacertado empleo estuviera maldiciendo m i desdicha y
esforzándole a que por lo menos hiciese un acto de contrición, ya que a quien fuera causa de ella. E l cielo os guarde y consuele, y a mí me dé
carecía de confesor que oyese sus culpas, le fue a veces ayudando a hacer- su gracia para que le sirva. Vuestra humilde hija, doña Violante.
les; quiso su desdicha que en este tiempo llegó la justicia, y hallándole de E l sentimiento de don Baltasar fue de manera que se quedó absorto,
aquella manera, aunque ya el herido sin vida, le llevaron preso a la cárcel, sentado en una silla sin poder hablar palabra. N o tenía más que a esta
no obstante que algunos vecinos del barrio le disculparon con decir que los hija, y de un rico mayorazgo heredera; era todo su consuelo y alegría, y
que había muerto a aquel hombre eran cuatro, y que él había llegado des- no le quedaba otra que le heredase. Disculpa tenía en hacer extremos 201

pués, y de compasión le ayudaba a bien m o r i r ; a los que esto dijeron y al de sentimientos; no los hacía exteriores el prudente caballero, pero de
202

forastero, pusieron en prisión, que quisieron pagar una obra buena con la parte de allá dentro era grande la aflicción que le atormentaba. Subió
203

una mala. su esposa a donde estaba, y sabiendo del religioso la resolución de su hija,
Iba don Diego desesperado, viendo la ocasión que perdía, aunque su ¡p. 215] c o m 1 p ó en el sentimiento a su esposo, aunque de diferente modo;
a a n

consuelo era que Violante — n o / yendo é l — no había de salir, y que le pues como su sexo era de menos valor, voces y lágrimas publicaban su
quedaba tiempo para gozar otra noche de la ocasión, ya que en aquélla por sentimiento.
ser desgraciado, se le había barajado la fortuna; que bien lo dijera si su- Mandaron poner el coche y fueron al convento; viéronse con la aba-
piera lo que pasaba por su dama, en cuya casa fue echada menos ya entrado desa; pidiéronla que hiciese salir a su hija, en que hubo no poca dificultad
el día; porque yendo su madre a verla a su aposento, halló la cama por de parte de Violante, que resistía a esto mucho, temiéndose de las persua-
deshacer y a su hija ausente de él. Preguntó por ella a sus criadas, mas siones que le habían de hacer sus padres para salir del convento. Así fue
ninguna le supo dar noticia alguna, más de que las había hecho acostar como lo pensó, porque viéndola sin el hábito la persuadían a que volviese
más temprano que otras veces. Buscáronla por toda la casa, avisando a su
padre, y tampoco fue hallada; sólo un mozo de caballos dijo haber hallado
al amanecer la puerta abierta, habiéndola dejado la noche antes con llave. El
1 9 8 texto dice su manos.
Era así, que con llave maestra que hizo don Diego, y se la dio a Violante, El
1 9 9 texto dice cúlpassedes.
200 E I texto dice teneyes ... auiades.
se había abierto un postigo de la puerta principal.
El
2 0 1 texto dice estremos.
No se determinaba don Baltasar (así se llamaba el padre de la dama) a El
2 0 2 texto dice esteriores.
buscarla por la ciudad, temiendo ser él mismo quien se deshonrase haciendo El
2 0 3 texto dice aflicion.
i68 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN 169

a su casa, que también se podía servir a Dios en el estado de casada, y que si os alumbra el sol del cielo? E l os conserve en su santa gracia, como
la ofrecían darle esposo a su gusto, el que ella escogiese, no reparando en puede y yo deseo. Vuestro servidor, don Enrique.
hacienda sino en el que eligiese su voluntad. Ella respondió con firme cons- A l alma le llegaron las razones del despegado papel de don Enrique a
tancia que el que había elegido era el mejor del cielo y la tierra, con quien doña Violante; aquí se acabó de desengañar de las cosas de esta vida, pues
ninguno podía igualarse, y que la perdonasen no los obedecer, que sólo por quien a su cargo tenía prendas de su honor, las desconocía, asido a las
Dios se les podía perder la obediencia a los padres. En esto se resolvió aldabas de su venganza y de su escrúpulo. Esto la hizo parecerle mejor
207

después de tres horas y más que le estuvieron molestando, con que la su determinado intento, así perseverara en él.
dejaron los dos afligidos viejos, y con el sentimiento que podéis considerar Volvamos al caballero preso, el cual dando su descargo a los cargos que
se volvieron a su casa, determinando que el siguiente día tomase el hábito
204 de S muerte le habían hecho, con los mismos que le disculpaban. N o apro-
de religiosa, pues ése era su gusto. Antes de haber Violante escrito a su vecharan todos para librarle de la prisión, que tuviera largo tiempo, si el-
padre, escribió otro papel a don Enrique, en qüeTeyo estas razones: cielo, pagándole aquella piadosa ayuda que dio al herido para morir en
—Habiendo considerado, señor don Enrique, en vos la buena sangre conocimiento de sus culpas, no le librara con permitir que dentro de cuatro
que gozáis, y el claro entendimiento que Dios os dio, y que con él cono- noches (andando la justicia de ronda), prendiese a los capeadores, los cuales
ceríais bien que m i determinación llevaba el intento a diferente parte
205
en el tormento confesaron con otros delitos esta muerte, con que don
208

que sucedió, por ser llamado en el / lugar del galán que esperaba; y que Diego se libró. Había sabido en la cárcel acerca de la resolución de doña
aunque tenéis a cargo m i honor, cuando quisiera pediros esta obligación, Violante, y fuera de ella se informó mejor; y hallando ser esto más cierto
habíais de excusaros de pagarla, escrupulizando lo que todos hicieran.
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que quisiera, juzgó a que por haber faltado al concierto que había hecho con
Tomé resolución mejor para soldar m i yerro, que es retirarme al Convento ella, se entró religiosa. Con esto le pareció no parecer en su presencia,
de la Concepción con pretexto de ser religiosa en él, medio conveniente ¡p. 218] avergonzado de haber faltado, aunque no estuvo en / sus manos; y así sin
para que vos salgáis de cuidado, pues era cierto os le había de poner m i escribirla nada en su disculpa, se partió a Madrid, y no se supo más de
persona, teniéndome en vuestro poder, y aun empeñaros en algún peligro. él, cuidado que inquietó no poco a la dama, haciendo varios discursos sobre
Consuelo ha sido para mí esto, pues salgo con verdadero conocimiento de ello, no sabiendo si se le había tragado la tierra (porque su prisión la ignoró),
lo que son los engaños del mundo. E l cielo os libre de ellos, y guarde vuestra y él tampoco se atrevió a escribirla de ella, por no fiarse de nadie. A l fin
persona. Violante. esto se quedó así.
Pasó Violante el año de novicia con mucho ejemplo que dio de su vir-
Este papel le llevó una mandadera por orden de una religiosa del con-
tud, edificando con ella a todas las demás religiosas, pronosticándole por
vento, de quien Violante se fió. Sintió mucho don Enrique la resolución
las premisas que daba que había de ser una gran sierva de Dios; si esto
de la dama, aunque tuvo cerca dos consuelos: uno, verse libre de su per-
se continuara, bien le habría * estado el hábito que había tomado, pero duró
sona, que le había de poner en cuidado, aunque no en él de ser su esposa;
20s

poco, como se verá. Era la prelada algo descuidada en estorbar correspon-


y otro, dar gracias a Dios de no ser él el galán burlado, que allí fuera el
dencias, que siempre son contrarias a la v i r t u d ; en particular aquéllas que
verdadero sentimiento, si pasara por él lo que por el caballero preso. Res-
pondió al papel, y con Celio se le envió, dirigido a la religiosa, y junto con con la continuación y asistencia dan motivo a que se murmure de ellas,
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él el cofrecillo de las joyas; que con el sentimiento de la mudanza de Vio- y a éstas no hay otro remedio que el atajarlas, vedando de una y otra parte
lante no se había echado en su casa menos. Recibió esta dama el papel, y el comunicarse. Vio Violante en sus compañeras esto, y no quiso ser menos
vio en él estas razones: que ellas; si lo mirara más bien huyendo de imitarles en esto, fuera más
cuerda que todas; como era Violante tan moza, dejóse llevar de la mocedad,
—Vuestra santa resolución ha soldado vuestro yerro, y aliviádome del
y así disponía el hacer elección de sujeto que la mereciese, y ella se acre-
cuidado, aunque no dejo de estar con sentimiento de que haya perdido por
ditase de buen gusto.
neg / ligente el que vuestra elección favorecía; habéis acertado con vuestras
consideraciones, que no todo ha de ser desconocimientos; pero ¿qué mucho
" F r a s e c o n que se explica e l conato o empeño c o n que alguno porfía e n n o
2 0 7

dejar algún negocio e n que se h a metido, s i n desconfiar de conseguirle" (Dice,


de Auts.).
7 6 4 E l texto dice sus casas. E l texto dice delictos.
2 0 8

^ E l t e x t o dice conoceriades. ? ' E l texto dice había.


0 i

2 0 6 E l t e x t o dice auiades... escusaros. E l texto dice


2 0 9 mormure.
ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN

Ofrecióse haber un velo en aquel monasterio, donde concurrió mucha — ¿ Y no a don Claudio? acudió la otra.
gente noble y lucida de la ciudad; entre los caballeros mozos de ella vino —Diciéndoselo el uno en público, dijo Violante, lo podía entender el
convidado don Enrique, aunque algo tarde. Este caballero no había puesto otro.
los pies allí en todo el / tiempo que Violante era monja hasta aquel día, y —Por vida vuestra, que dejéis esas reformaciones, dijo la amiga, que
como no halló asiento en la iglesia el bizarro caballero, acomodóse en la sois muy moza para reprender, y aquí el hacerlo confirmará más m i sos-
iglesia en parte donde a poco rato que estaba en ella con don Claudio su pecha.
amigo, llegaron a aquel puesto dos damas embozadas y tomaron asiento Con esto le dijo otras malicias picantes, que pudieran hacer olvidar a
cerca de ellos. Con la ocasión de verlas cerca de sí, comenzaron a hablarlas; Violante aquella pena; pero no sé qué centella despertó fuego en su pecho,
hallaron audiencia y fueron respondidos, con que se enlazó una conversa- que desde entonces la tuvo inquieta todo lo que duró la fiesta, no quitando
ción en que repararon muchos de los que estaban en la iglesia, censurando los ojos del galán don Enrique, con / siderando ser el quien tanto la fes-
lo asistente de los caballeros en hablar, y el gusto de las damas en oír y tejó, y quien por su engaño vino a gozar la ocasión que para otro guardaba,
responder. N o sólo los de la iglesia repararon en esto, mas las monjas desde teniéndola de costa su honor; y aunque en otra causara aborrecimiento no
sus rejas; entre ellas estaba Violante, a quien más que a todas dio cuidado haber cumplido con la obligación que debía (quien fue único testigo de su
la plática de los caballeros y damas embozadas, y no se le diera a no estar entereza, y después de su menoscabo), en ella engendró afición; debió de
allí don Enrique, el cual había ido muy de gala a aquella fiesta. E l estar fomentarla quien anda solícito en nuestro daño, con quien no se debe tener
Violante privada de su vista, y verle ahora con tanta gala y asimismo diver- descuido alguno, pues él no le tiene para hacernos desterrar del lugar para
tido con damas, despertó en ella una afición, que aunque más procuró donde somos criados.
desecharla de sí, no pudo.
Acabóse la fiesta, y nuestro don E n r i q u e hubo de dar fin a su plática
211

Este accidente redundó en celos, no pudiendo consigo sosegar. Estaba por acudir al acompañamiento de los que le habían convidado, si bien tuvo
cerca de ella una monja amiga suya, a quien había hecho sabidora de toda alguna luz de quienes eran las damas embozadas, no porque ellas lo dijesen,
su historia, cosa que pudiera haber excusado, pues todas habían tenido
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sino quien las había conocido; y eran señoras de lo más calificado de la
su resolución por santa, y ya había quien sabía que provenía de causa; y ciudad, que quisieron por gusto suyo ir de embozo a ver las damas de
que se sabe si esta monja lo diría a otra, y de una en otra lo sabría medio la fiesta. Apenas don Enrique había entrado en su casa y pedido la comida,
convento. Era Violante apacible de condición, cuando antes altiva; que a cuando llegó una mujer sirviente de las monjas con un papel de Violante,
serlo allí, ya le hubieran dicho su falta en la cara, mas su procedimiento /
que puso en sus manos, en el cual leyó don Enrique estas razones:
y generoso trato tenía a todas muy granjeadas para estimarla y quererla.
—Para cierta cosa que tengo que comunicar con vos, señor don Enrique,
Volvamos a su inquietud, que se puede calificar con nombre de celos. Dijo
he menester que os mortifiquéis con venirme a ver; si os merezco esta
pues a la amiga:
cortesía, no será en ofensa de la dama con quien hoy habéis hablado en la
— ¿ Q u é os parece, señora, del poco recato de don Enrique en estar iglesia [en] nuestra vista; que me holgara, a ser posible, tener potestad para
hablando con aquella mujer, sin advertir donde está y que le miran todos? hacerla, pero eso sólo lo merecen las favorecidas con vuestra elec / ción.
Era la monja socarrona, y conocía de donde le lastimaba, y así la dijo: E l cielo os guarde. Violante.
—Señora doña Violante, yo apostaré que con reparar tantos en eso, no
Novedad se le hizo al galán caballero ver letra de Violante, y apenas
se les da tanto como a vos [el] que hable; y que me atreveré a jurar que
podía creer que era suya, porque cuando la galanteó en el siglo no fue tan
pasa de pesar en vuestro pecho y llegan a ser celos.
dichoso que mereciera ver los papeles que le escribía, cuanto más tener
—Cierto, amiga, replicó Violante, que os engañáis; celo devoto de que
alguno suyo. N o quiso quedar corto con ella, habiéndole hecho aquel favor,
no se profane el culto divino es el que me mueve, que no lo que decís.
cuando en Violante juzgaba aún todavía vivos sentimientos de su despego;
—Pues, ¿cómo no encartáis en la culpa a don Claudio su compañero, y así la escribió un corto papel, por la priesa que daba la mujer. Volvió con
y a don Enrique sí? dijo la amiga. él al monasterio, y halló a Violante que le estaba esperando con un regalo,
—Comencé por don Enrique, replicó Violante, y acabo en su amigo, premio de su diligencia; y viéndola más lucida con la respuesta, la ofreció
que de los dos me escandalizo, y si hallara aquí con quien se lo enviar a para por ella. Abrió el papel, "y leyó en él esto:
decir a don Enrique, lo hiciera.

2 1 0 E l texto dice escusado. E l texto dice Enrrique.


172 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN !73

—Estimo en mucho que vuestra memoria (que tenía tan ajena de hacer- de maitines, subiría con una escala, ayudado de Celio; que no diese de
me favor), se haya acordado de mí; seré puntual en obedeceros con mucho esto cuenta a Violante porque no lo estorbase, que puesto una vez allá den-
gusto, sin temores de que se ofenda quien no se dejó conocer de mí, que tro, estaba confiado que no le había de despreciar quien tanto significaba
parece imposible en tan larga plática, y cuando lo hiciera permitiera la amarle. Pues, hecho este concierto, don Enrique mandó a Celio que le bus-
ofensa de vuestra mano, por lo que mejora de dicha. E l cielo os la dé y case, o mandase hacer con secreto, una escala. Quiso saber de su dueño
guarde, como deseo. Vuestro servidor, don Enrique. (fiado en el favor que le hacía), para qué efecto era, y él díjoselo. Aquí
Una y muchas veces leyó Violante el papel de don Enrique, aguardán- Celio, escandalizado de lo que le oía, le puso por delante la ofensa de Dios,
dole con mucho alborozo aquella tarde, en que no se descuidó el cortés que era lo principal, y la que se había de evitar; y en segundo lugar el
caballero; y valiérale más no haberlo hecho, porque de esta visita, con lo peligro a que se ponía si era visto y conocido, que no era menos que el de
sucedido antes entre los dos, él salió tan enamorado y ella tan pagada de perder la vida a las manos de un verdugo en un cadalso; dándole por
2 1 3

él, que desde aquel día se continuó una amistad muy apreta / da. Tenía ejemplares casos sucedidos de aquel género, que tuvieron los castigos de
Violante por criada suya a Laurencia, que quiso mostrar su amor en no la pronto; y cuando no le tuviesen por la justicia humana, la divina nunca
2 1 4

dejar aún hasta en la religión. Habíase mudado de condición de su ama >. 225] olvidaba la injuria, hasta que llegaba su cas / tigo, que si no era en esta
de áspera en afable con ella, de modo que todas sus cosas le comunicaba, y vida con trabajos y desdichas, era en la otra con penas eternas. Finalmente
en particular las de don Enrique, no reservando papel suyo que no le Celio fue aquí quien más cordura tuvo para reprender y amenazar; mas
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leyese; en ellos oía encarecimientos de amante, encendidos deseos y pesares aprovechóle poco, y fue predicar en desierto, porque don Enrique, olvida-
de haber andado tan remiso con ella, pudiendo haber sido más galán. do de los favores que debía a quien le hizo de prosapia noble y rico de
Todo esto es inquietud para quien trata de servir a Dios, y por E l ha- bienes de fortuna, le rendía por gracias de esto ofensas que intentaba con-
bía dejado el mundo; y así Violante estaba poco devota en lo que lo debía tra E l , pues era lo mismo querer violar la religiosa casa de sus sagradas
ser, y mucho para su don Enrique. Este caballero no faltaba tarde n i ma- esposas.
ñana del convento, cursando sus rejas y torno, cansando torneras, enfadan- Vista p o r Celio su obstinada resolución, se dispuso a obedecerle de
2 1 6

do amigas y fatigando sirvientes. Murmurábase en el convento su asisten- muy mala gana. Hízose la escala, y llegada la hora, fueron los dos al con-
cia, y deseaba remediarla la prelada; mas érale tan amiga Violante y de vento: y llegando a la mitad del camino, vieron en otro de religiosos des-
todas, favoreciéndolas y acudiéndolas con cuanto se les ofrecía, que sus calzos, que las llamas de un riguroso fuego que se había prendido * en unas
21d

dádivas eran los sellos de sus bocas y los estorbos del que le debieran poner. esteras del coro y comunicado con las sillas de él, salían por las troneras
del tejado, y que los frailes a voces pedían favor. Pareciera inhumanidad
Oyó un día Laurencia a su ama cuánto sentía verse obligada con los
en un generoso caballero no acudir al remedio de este daño en cuanto
votos, para no favorecer a don Enrique; y quiso ganar con él las gracias
pudiese.
de este favor, diciéndoselo. N o le salió el pensamiento vano, porque el
Celio se apresuró a ayudarles; con que, escondiendo la escala en parte
liberal caballero la dio por lo que le decía una sortija de diamantes de va-
donde no pudiese ser vista, se entró en el monasterio y su amo tras él.
lor; y cavando él en esto, se determinó a tratar con Laurencia cómo en-
212

traría en el convento, esto sin que Violante lo supiese, porque / de la Acudió toda la ciudad a dar favor a los religiosos, y pudo la muchedumbre
misma criada estaba enterado que no lo permitiera por más amor que le de cántaros y otros instrumentos atajar con agua el daño, que no fuese más.
tuviera, aunque era mucho el que le tenía. N o quiso descontentarle Lau- Acabóse esto ya de día, con que no tuvo efecto el intento de don Enrique.
rencia, y di jóle, que como él se animase a subir por una tapia de la huerta, Avisó de esto a Laurencia después de haber estado toda la tarde con Vio-
ayudado de Celio, por la parte de adentro, era más fácil la bajada; que lante, y para esotra noche quedó entre los dos concertado lo mismo. Previno
cerca de la huerta era la celda de Violante, que aún todavía se labraba a su >. 226] ¿ o 1 Enrique a Celio, y él a su amo, que no supiese en aquello; pues el
a

costa, y por unos andamios de ella se podría poner dentro fácilmente. fuego pasado no había sido otra cosa que un aviso de Dios, que permitió

Creyóla Enrique, que es fácil en los que aman creer lo que les viene a
su propósito. Concertó con Laurencia, que para la siguiente noche, después 2 1 3 E l texto dice cadahalso.
2 1 4 E l texto dice prompto.
2 1 5 E l texto dice reprehender.
2 1 2 E l texto dice cauando en el esto. E l cajista se confundió aquí, pensando e n 2 1 6 E l texto dice en.
la página 222 donde dice leyó en el esto. 2 1 6 ' E l texto dice aprendido.
174 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN 175

por apartarle de aquel mal intento que se abrasase una casa donde le ala- /p. 228] vuestra venida. Para / que no tengáis excusa de entrar con menos riesgo
218

baban y daban gracias cada hora de las que tienen el día y la noche. aquí, os aviso que a m i señora le traen de casa de un confidente suyo y
N o bastó nada para estorbo de la determinación de don Enrique, por- deudo mío unos colchones que le ha comprado; envuelto en un lío de
que muy puesto en ello le amenazó que si le hablaba contra su gusto, le ellos podéis venir encubierto, que es la mejor traza para lograr vuestro
había de dar m i l estocadas, hasta quitarle la vida. Hubo de callar el bien deseo. Vuestra servidora, Laurencia.
intencionado criado y obedecer a su dueño, el cual, en llegando la hora, Contentísimo quedó don Enrique con lo que leyó en el papel, y más
guiando al convento por otra calle diferente que la de la noche pasada, al por ser cosa en que no intervenía Celio, que le temía como al fuego. Fuese
querer salir por la puerta de la ciudad, oyó unos dolorosos gemidos de luego guiado de la mujer a la casa del confidente de Violante, y decla-
hombre que padecía alguna aflicción. Era el caso que u n pobre se había rándose con él, le prometió satisfacerle lo que por él hacía. Con esto él
quedado a dormir arrimado a una pared donde le cogió la noche, y descui- buscó un ganapán, el más fornido que halló en la plaza, para que llevase
dado, alargó las piernas, vencido del sueño, a tan mal tiempo que pasando el tercio; y habiendo acomodado al enamorado caballero entre dos colcho-
un coche de camino a toda priesa (como siempre lo hacen cuando salen de nes, cargó con ellos el palanquín, admirado de ver lo que el tercio pesaba.
los lugares), y cogióselas de modo que a un tiempo se las rompió, y con Con él llegó al convento harto fatigado, y mucho más el paciente don
el intenso dolor que padecía alborotaba todo aquel barrio. Enrique. Primero que le abrieron la puerta por donde había de entrar, se
Holgóse el buen Celio de topar esta ocasión tan a su propósito, para pasó media hora, y cuando fue abierta entró con el lío hasta la celda de
que fuese estorbo de los intentos de su dueño, y encareciéndole la nece- Violante, donde le dejó. Ya Laurencia estaba avisada de su deudo como
sidad en que estaba el cuitado, falto de quien le socorriese, se le cargó a venía allí don Enrique. Subió brevemente tras el hombre, y llamando a su
cuestas; y dando el pobre gritos, comenzó a caminar con él hacia casa de ama la dijo (viéndose a solas las dos), si se holgara de ver en su celda a
su amo, dejándole allí la escala y avisándole como la / dejaba. Hubo (bien don Enrique. Alborotóse Violante, pensando que había sido él quien había
contra su voluntad) de tomarla don Enrique, y seguir a Celio, no mere- traído los colchones, y díjola:
ciendo en la obra pía nada, porque la hacía sin caridad. Llegaron a su casa, — S i te he de decir verdad, no me pesaría de verle aquí, pero temo de
y pusieron al pobre en una cama, que era la del mismo Celio, adonde lla- sus arrojamientos que no esté conmigo como deba.
mando a un algebrista aquella noche, le curó y dejó sosegado. IP. 229] Oyendo esto Lau /renda, deslió los colchones y halló (gran desdicha)
En lo que tardó en curarle se pasó gran parte de la noche, de modo el más horrendo espectáculo que pudo imaginarse. Halló a don Enrique
que no hubo lugar de volver al convento, que aún tuvo esperanzas de esto ahogado entre los dos colchones, el rostro cárdeno de la sangre que al ros-
don Enrique, tan ciego estaba en su afición. Echóse en la cama sin que- tro se le subió, y todo él tan espantable que ponía terror a quien le mira-
rerse desnudar, y se consideró en los dos estorbos que había tenido, que pa- ba: premisa del tremendo lugar que poseía ya su alma, por haber em-
rece fueron enviados por el cielo (y no lo debemos poner en duda) para prendido contra la voluntad del cielo lo que él le estorbaba con santos
evitar su libidinosa ejecución. Consideró también que Celio resistía en esto, avisos. Quedóse Violante con este objeto desmayada, y Laurencia casi difun-
y era de contrario parecer el que en todas ocasiones fue el fomento de sus ta; de modo que no pudo acudir a tomar a su señora en los brazos. En
travesuras. Bien pudiera con estas consideraciones echar de ver lo que este estado les halló una monja amiga, que sabía los secretos de Violante,
intentaba, que era tan en ofensa de Dios, y abrir los ojos para conocerlo; participando del sentimiento con lo que v e í a . Tuvo advertencia de cerrar
219

mas el demonio le tenía tan ciego que no desistió de su propósito, y más la puerta de la celda porque no hubiese más testigos de aquella desdicha.
con lo que se le ofreció luego; porque habiéndose dormido cuatro horas y Volvió Violante del desmayo, y con lágrimas comenzó a llorar la muerte
soñado horrores, asombros, muertes y otras cosas que el cielo le represen- del malogrado joven, siendo su hermosura desdichada causa de ella.
taba en la idea, para que le temiese. Cuando despertó, vio una mujer del
N o sabían qué resolverse en este conflicto, si no fuera por la monja
convento con dos papeles, uno de su Violante en respuesta de otro suyo,
amiga, la cual era mujer prudente. Esta, sabiendo que el palanquín había
y otro de Laurencia, que decía así:
de volver con otros cuatro colchones, dispuso que aquel cuerpo «e acomo-
—Anoche me t u v i s t e desvelada hasta cerca de la mañana aguardando
217 dase en un baúl grande que Violante tenía, y que éste fuese llevado a casa
vuestra entrada; debió de haber otra ocasión como la pasada que estorbó

2 1 8 E l texto dice escusa.


2 X 1 E l texto dice tuiástes. 2 1 9 E l texto dice via.
176 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO SALA DE RECREACIÓN 177

de don Enrique, entregando un papel a Celio, en quien iba la llave del marchad al compás del parche,
baúl cerrada en pliego. Hízose así. Volvió el ganapán con el segundo ter- y al acento del clarín.
cio, más alisado de peso que el primero; pagáronle su trabajo, y encomen- Quien se alista en sus banderas,
daron al confidente que hiciese llevar aquel baúl a casa de don Enrique. y a Cupido ha de seguir,
Hízolo así, / dando la carta a Celio, se despidió de él. Abrióla el fiel sea en amar un Maclas,
criado, y vio escritas estas razones de mano de Violante: y en valor un paladín.
—Celio amigo, para m i desdicha ha permitido el cielo que el inconsi- Cuan tiernamente enamora
derado de tu dueño se aventurase a verme envuelto en un lío de ropa; el a las que ama más que a sí,
calor y detención de verse así han sido causa de su muerte — o m i cruel si queriendo como Adonis,
fortuna, que es lo más cierto. M i s ojos quedan pagando este pesar. Bien es en el valor un Cid.
sé que te cabrá parte de él; cuerdo eres; disponlo de suerte que se le dé Permisiones da el amor,
otro nombre a su muerte desdichada. Y Dios te guarde. desde el más noble al servil, /
Abrió Celio el baúl, y fue harto no acompañar a su difunto amo con que siendo amante y soldado
el susto que recibió en verle, bien pronosticado con sus advertencias. E l pueda amar, pueda servir.
medio que tomó fue, que esotro día le puso en la cama, y a voces comenzó U n torneo para fiesta
a llorar su muerte. Acudieron los vecinos de la calle, y después los deu- ha concertado en París,
dos; y todos convinieron en que alguna apoplejía había muerto. Fue creído donde el valor y la gala
esto con decit Celio que la noche antes había cenado demasiado. Quiso se junten a combatir.
hacer averiguación la justicia sobre este caso, mas no halló paño de que Toquen, toquen, toquen las cajas,
asir, porque k fidelidad de Celio deslumhró toda sospecha. Fue don En- y suene, suene, suene el clarín,
rique Horado de sus amigos, y en general de toda la ciudad; pero quien que los soldados de amor
en particular sintió su muerte fue quien le quería con más veras, que era ya salen a competir.
Violante. Sirvióle este aviso del cielo de hacer una vida ejemplarísima, con Las galas y las armas
grandes penitencias, y tan ásperas que vivió poco. Después de su muerte iguales en lucir,
se supo la desdicha de don Enrique, aunque no se tuvo por verdad el
220
se ostentan en la plaza
suceso; pero quien a mí me / le dijo lo supo de la boca de aquella reli- con brío juvenil.
giosa qué intervino en hacer sacar el cuerpo de aquel convento. Este fin E l premio amor ofrece
tienen, o pueden esperar, los que solicitan o solicitaren las esposas de Cristo al que mostrare aquí,
para divertirlas de su devota y religiosa vida.
lo fuerte en lo marcial,
A todos dejó edificados el discurso ejemplar de doña Eufemia, y algu- lo airoso en lo gentil.
nos comprendidos en aquel galanteo hizo abstenerse de él; que toma
221 Toquen, toquen, toquen, etc.
Dios por instrumento un entretenimiento alegre para que de él saque algún Las damas, cuantas tiene
fruto en su servicio. Dejó doña Eufemia el lugar que había ocupado por- el gálico país,
que le tuviese un torneo, danzando al son de estos versos, que se can- ganosas de ver fiestas,
taron a él. se ostentan m i l a m i l .
Sus tiros hace amor
TORNEO con nieve y con carmín,
dichoso en que agradare
Soldados que al dios de amor
a quien desea servir.
en su milicia asistís,
Toquen, toquen, toquen las cajas, etc.

2 2 0 E l texto dice desdichada.


Salieron doce caballeros con vestidos a la francesa de lamas de plata
2.337 de diversas colores conformes / de dos en dos; sombreros con plumas
2 2 1 E l texto dice cóprehendidos.
i 8
7 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO

blancas y con picas de tornear plateadas; y danzaron los versos dichos


con mucho aire al compás que se cantaron, torneando con grande gallardía.
Con que tuvo remate la fiesta por aquella noche, tocándole la siguiente el
novelar a don Jorge, caballero mozo y de los más entendidos de la ciudad.
Obedeció el cargo que le daban, recogiéndose parte de aquella noche y todo
esotro día a pensar lo que había de decir para entretener a las damas y
caballeros, ya con una novela y ya con un sarao.

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