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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA MARÍA

FACULTAD DE CIENCIAS E INGENIERÍAS FÍSICAS Y FORMALES

PROGRAMA PROFESIONAL: INGENIERÍA MECÁNICA, MECÁNICA ELÉCTRICA


Y MECATRÓNICA

CURSO: PROPEDÉUTICA DEL ESTUDIO UNIVERSITARIO

TEMA: LOS PERROS HAMBRIENTOS - CIRO ALEGRÍA

ALUMNO: SOTO RODRÍGUEZ, FRANCO ALEJANDRO

SECCIÓN: B CÓDIGO: 2013701641

“LOS PERROS HAMBRIENTOS”

Ciro Alegría

Ediciones Cátedra S.A., Madrid, 1996

Novela del escritor peruano indigenista Ciro Alegría, publicada por primera vez en
1939. Consta de 19 capítulos.

TERCERA PARTE:

Don Fernán Frías, el subprefecto de la provincia, encomienda una misión al alférez


Chumpi, conocido como el Culebrón: capturar a los Celedonios, vivos o muertos.
Chumpi recibe la colaboración de los hacendados y ordena arrear unas vacas a
Cañar, refugio de los Celedonios, como señuelo para atrapar a los bandidos. A
Cañar llega el cholo Crisanto Julca, para avisar a los Celedonios que había divisado
una vacada de la que podían echar mano fácilmente. Sin sospechar la trampa se
duermen esa noche. De madrugada los despiertan los ladridos de los perros. Se
dan cuenta entonces que los gendarmes estaban muy cerca. Tratan de huir por una
quebrada, pero notan que han sido rodeados. En la balacera mueren el Crisanto y el
Güenamigo. Los hermanos Celedonios se ocultan en una cueva, junto con el fiel
Güeso. Allí resisten varios días, sin comida ni agua. Un gendarme, cansado de
esperar, se acerca a la cueva dispuesto a acabar con los Celedonios, pero estos lo
matan a balazos. Una esperanza renace en los Celedonios cuando ven asomar de
lejos a su amigo, el Venancio Campos, junto con un segundo suyo. Pero el
Venancio no se atreve a enfrentar a los gendarmes, superiores en número. Pasan
los días y a los mismos gendarmes se les agotan las provisiones. Ya no hay ni
frutas qué coger de los árboles a excepción de unas cuantas papayas que recién
pintaban de maduras. Simulan entonces retirarse, pero antes, el Culebrón envenena
las frutas que quedaban, utilizando una jeringuilla que para el efecto había
comprado en el pueblo. Los hermanos bajan entonces de su escondite confiados, y
sacian la sed con el agua de un arroyo. Pero no encuentran nada para comer, y solo
divisan las papayas, las que se apresuran a derribar y devorar ávidamente. Blas
siente primero los estragos del veneno, luego Julián. Caen ambos al suelo,
retorciéndose de dolor, y entonces llega el Culebrón y los remata a tiros. Güeso
trata de defender a su amo, y es también baleado, cayendo muerto al lado de Julián.

Luego de un año malo para las cosechas, las nuevas lluvias parecen anunciar una
naciente época de fecundidad del suelo. Don Cipriano Ramírez, junto con sus
empleados y peones, ara y siembra los campos, ayudado por las yuntas de bueyes.
Los granos de trigo y cebada son depositados en los surcos. Junto con su
mayordomo don Rómulo Méndez, don Cipriano es el último en abandonar las
labores. Regresan ambos a la casa-hacienda donde les espera la comida lista. Esa
noche llueve. Por lo que auguran que la siembra promete una buena cosecha. Pero
las lluvias solo duraron una semana. Luego la sequía continuó. El indio Mashe y
cincuenta indígenas, quienes habían sido expulsados de Huaira por el terrateniente
don Juvencio Rosas, llegan hasta la hacienda de Páucar y ruegan a don Cipriano
Ramírez para que los reciba. El hacendado los acoge porque iba a necesitar
trabajadores para las futuras siembras. Les da permiso para que se asienten en sus
tierras, así como cebada y trigo para que coman, mientras durara la sequía. Mashe,
quien tiene una esposa y dos hijas solteras, es recibido temporalmente por la familia
Robles, mientras busca un pequeño lugar en el mundo donde vivir. El Timoteo
observa detenidamente a una de las hijas de Mashe, la Jacinta. Pero la época es
tan mala, al punto que no se puede estar pensando en buscar pareja. Gente muy
devota de los santos, cada uno de estos tiene la virtud de conceder favores
específicos, que los creyentes invocan con rezos y demás ceremonias. La
favorecedora de las lluvias es la Virgen del Carmen del pueblo de Saucopampa. La
gente decide sacarla en procesión. Los Robles se unen al cortejo. Simón recordaba
una anécdota del pueblo de Pallar, cuando la imagen de la Virgen que cargaban los
fieles cayó sobre las rocas destrozándose completamente; la gente, mientras tanto,
seguía cantando el tradicional himno: “Eso se merece nuestra Señora, eso y mucho
más, nuestra Señora”. Pero Simón, incansable narrador, esta vez ni siquiera intenta
traer a colación su historia pues el ánimo de la gente se hallaba por los suelos. Su
mujer y sus hijos iban tras él, en silencio. Timoteo deseaba más que nadie que se
acabara la sequía para poder sembrar y a la vez tomar como su mujer a la Jacinta.

Gente muy devota de los santos, cada uno de estos tiene la virtud de conceder
favores específicos, que los creyentes invocan con rezos y demás ceremonias. La
favorecedora de las lluvias es la Virgen del Carmen del pueblo de Saucopampa. La
gente decide sacarla en procesión. Los Robles se unen al cortejo. Simón recordaba
una anécdota del pueblo de Pallar, cuando la imagen de la Virgen que cargaban los
fieles cayó sobre las rocas destrozándose completamente; la gente, mientras tanto,
seguía cantando el tradicional himno: “Eso se merece nuestra Señora, eso y mucho
más, nuestra Señora”. Pero Simón, incansable narrador, esta vez ni siquiera intenta
traer a colación su historia pues el ánimo de la gente se hallaba por los suelos. Su
mujer y sus hijos iban tras él, en silencio. Timoteo deseaba más que nadie que se
acabara la sequía para poder sembrar y a la vez tomar como su mujer a la Jacinta.

Pasaron varios días desde la procesión y seguía sin llover. Las cementeras ya
habían muerto pero los campesinos seguían anhelando la lluvia. Esta llega al fin
pero solo dura algunos días. La sequía continúa. Un cielo azul alumbrado por un sol
ardiente cubre el horizonte. Wanka pare pero sus cachorros son arrojados a una
poza. Era la única manera de librarles de una muerte más penosa por el hambre.
Simón guarda las semillas de trigo, arveja y maíz para el año entrante. Hombres y
animales en medio de la tristeza gris de los campos, vagan languidecientes y
descarnados.

Después de 10 días no había lluvia pero una noche se sintió un ruido tenue sobre
los techos y el rozar de los campos eran las gotas de lluvia que por fin rozaban la
árida tierra que no sentía agua ni gotas desde hace mucho. Los campesinos
alegres gozaron con la lluvia saliendo a sembrar durante los días de lluvia con la
esperanza de que los trigos y la hierba volviera a crecer, pero lamentablemente lo
fue así. Simón al ver que la naturaleza dio una mala pasada con una tenue lluvia de
unos pocos días, va a su establo por su caballo cortavientos que ya no hacia honor
a su nombre debido a lo enjuto que se encontraba por la falta de comida durante
tantos diías. Sale y ve que su vaca recién adquirida no estaba producto de no haber
comido tantos días se da cuenta que la esperanza de sobrevivir eran muy pocas en
situaciones así. Hombres y animales en medio de la tristeza gris de los campos
vagaban apocados y cansinos. Parecían más enjutos que los árboles, más
miserables que las hierbas retorcidas, más pequeños que los guijarros calcinados.
Solo sus ojos frente a la neta negación del cielo esplendoroso mostraban un dolor
en el que latía una dramática grandeza. Tremaba en ellos la agonía.
Eran los ojos de la vida que no quería morir.

El ganado no tenía qué comer y es dejado suelto en los campos. Pero apenas
encuentran alimento con qué calmar el hambre: solo paja seca, chamiza
e ichureseco. Uno tras otro los animales son sacrificados y comidos por los
campesinos. Los perros llevan la peor parte. Muy flacos, deambulan por el pueblo
en busca de sustento que casi nunca encuentran. Una vez la Juana regresa
indignada a su bohío luego de visitar la capilla de San Lorenzo, en Páucar: habían
robado el manojo de espigas que cada año se ofrendaba al santo. Para ella era un
sacrilegio nefando. La Antuca seguía saliendo a pastear a las ovejas junto con sus
perros, pero ya no era como antes. Ella misma había enflaquecido y para colmo, ya
no se encontraba con el Pancho. Viendo el paisaje tan desolador y sus animales
raquíticos, les dice tristemente: “Velay (he aquí) el hambre, animalitos”. El agua era
muy escasa el pequeño riachuelo que descendía del río Yana daba muy poco agua
y era insuficiente, siendo así era de suponerse de las disputas que se enfrentaría
pronto y así fue la gente comenzó a pelear por la poco agua que quedaba.
Rómulo le dijo a don Cipriano que debían comentar este asunto con el gobierno
pero después de una plática breve Cipriano convenció a Rómulo que el gobierno no
hará nada que es inútil decir el asunto al gobierno. Martina empeñada que Mateo
volverá comienza a matar a las ovejas que le queda y no va con su padre por su
obstinación. Todo el ganado de escapaba y la gente no tenía que comer, los pobres
indios que toda su vida habían sembrado y solo Vivian de eso no tenía nada que
comer ahora y la sequía y el hambre los estaba consumiendo poco a poco. Los más
desdichados fueron los indios que vinieron con Mashe, la comarca comenzaba a
verlos mal ya que no tenían comida y ellos menos, siempre le pedían a Don
Cipriano que comenzó a darles poco a poco pero a escondidas, es así que el mismo
se queda sin comida y no puede darles más. Antuca sale a pastear las ovejas con
los perros y comienza a cantar su canción de las estrellas el sol y la luna pero sabe
que el canto cambio ya que ella no es la misma debido a la falta de bebida y
alimento. Se encuentra con Pancho y piensa que estar con el es muy grato pero se
pone a pensar en lo que la sequía ocasiona en ella. Antuca soñaba con ser grande y
de anchas caderas y redondos pechos, como la Vicenta en los tiempos de trigo, y
así poder amar a Pancho y posteriormente tener hijos, pero ella se dio cuenta que
sus mejillas se estaban se encogían, las polleras estaban sueltas y su cuerpo
estaba más flaco. Y dijo Antuca una tarde en que sintió más que nunca la negación
de la naturaleza su propio dolor y su soledad y los del ganado, resumiéndolo todas
sus penurias.

Wanka mata una oveja y la devora juntamente con Zambo y Pellejo. Éstos le
gruñen furiosos a Antuca cuando se acercó a regañarlos. Antuca vuelve a casa sola
arreando el ganado. Wanka, Zambo y Pellejo son expulsados por la familia
Robles. Jacinta encuentra los restos de la oveja que los perros habían matado y la
lleva a la choza donde se encontraba su familia. A su padre el Indio Mashe le
brillaron los ojos al escuchar como ésta había encontrado tal botín. Pusieron las
presas al fuego y se las comieron. Al día siguiente Wanka y los suyos recordaron su
presa; pero solo encontraron los rastros de sangre plasmados en la tierra. En una
ocasión la Antuca se percata que sus tres perros (Wanka, Zambo y Pellejo) están
devorando a una oveja. Grita a los perros tratando de alejarlos, pero estos le ladran
agresivamente. Antuca, llorando, regresa a su casa contando lo sucedido. Los
perros vuelven al hogar de los Robles pero son expulsados a garrotazos
y hondazos. Por su parte el indio Mashe levanta su choza cerca de un alisar, en la
parcela que le había sido otorgado por don Cipriano. Pero no tenía cómo dar el
sustento a su familia. Su hija, la Jacinta, sale entonces a buscar algo. Regresa con
los restos de la oveja que los perros habían devorado. Mashe y toda la familia se
alegran y preparan la comida con las piltrafas, que para ellos es un festín.

Martina se encaminó hacia Sarúm, a la casa de lo padres de Mateo. Dejó a Damián


y Mañu y se llevó al más pequeño, con la intención de que si regresa su esposo
encuentre a alguien ahí. Un hombre llegó una noche, Mañu salió a ladrarle y recibió
un palazo que lo hizo tenderse en el suelo. Damián sólo distinguió una sombra y la
única oveja que tenían ya no estaba. Mañu estaba muy mal. El pequeño Damián lo
cuidó toda la noche, se quedó junto a él brindándole tácitamente su amor. A los
pocos días del robo que sufrieron Mañu y el pequeño Damián, Doña Candelaria
había muerto. Se les había acabado el trigo y no tenían ya nada que comer;
Damián emprendió el viaje, seguido del fiel Mañu, hacia la casa de su abuelo Don
Simón Robles. Al ver una piedra al lado de un árbol se sentó y cayó al suelo, había
muerto. Un cóndor se acercaba al cadáver; pero Mañu siempre estaba ahí para
defenderlo, recibiendo un picotazo en el lomo produciéndole una herida. Llegó otro y
al mismo tiempo Don Rómulo que de un solo balazo hizo que cayera uno de los
cóndores. Y se llevó el cadáver del niño amarrado a la mula hacia la casa de Don
Simón Robles y con él siempre cerca el perro. Don Simón y Timoteo, luego de
pagar al encargado del panteón, enterraron al niño. Al día siguiente Don Simón fue
a ver a su hija Martina; pero, no la encontró. Martina decide ir a Sarún, donde vivían
sus suegros, pues su cuñada le había contado que allí si abundaba comida. Lleva a
su menor hijo, todavía bebé, pero deja en la casa a su hijo mayor, Damián, niño de
9 años, acompañado sólo por el perro Mañu, y con una modesta ración de trigo. Le
encarga que en caso de que ella demorara y se acabara la comida, llamara a la
vecina, doña Candelaria, para que le ayudara a matar la única oveja que quedaba.
Y si tardaba más, que fuera donde su abuelo, el Simón Robles, que vivía en un
trecho no tan lejano. Damián y el Mañu pasan los días cuidando a la oveja y
comiendo trigo tostado. Cuando se les acaba la comida, Damián llama a gritos a
doña Candelaria, la cual no responde. Una noche se roban a la oveja. Damián se
encamina entonces a la casa de don Simón. Pero desfalleciente, cae en el camino.
Un cóndor planea encima, tratando de acercarse al cuerpo. Mañu, su fiel
compañero, lo defiende heroicamente, pero Damián muere de hambre y sed. Don
Rómulo, quien pasa por allí, recoge el cadáver del niño y lo lleva a la casa de don
Simón Robles, quien de inmediato lo entierra en el cementerio. Al día siguiente
Simón va a la casa de la Martina y la encuentra vacía y desolada. Se da cuenta
entonces que su hija se había ido definitivamente.

El indio Mashe lleva una gruesa culebra a su casa, le corta la cabeza y la cola, lo
asa y se lo come compartiéndolo con su familia. Pero rara vez tenía la suerte de
encontrar algo qué comer. Hasta que un día cayó enfermo y ya no se pudo levantar.
El perro Mañu se suma a la labor de pastoreo del rebaño de ovejas cuidado por la
Antuca y el Timoteo. Pero no recibe ninguna ración de comida, por lo que abandona
la casa de los Robles y se reúne con los perros expulsados. Mashe agoniza en su
lecho, y antes de morir, le confiesa a Clotilde, su mujer, que él fue quien robó el
manojo de espigas de la capilla de San Lorenzo de Páucar. Jacinta es llevada por
Timoteo a su casa, donde Simón la recibe. Esto era señal que el viejo aceptaba a la
chica como pareja de su hijo. Mashe encontró una culebra y la llevó a casa para que
sirva de comida. Mañu se decide abandonar el redil de los Robles y unirse a la tropa
de perros que deambulaban en por campo. Mashe confiesa haber sido él el que
tomó el ramo de espigas de San Lorenzo y habérselas comido. Así dando un
suspiro de alivio, murió. Jacinta, desesperada, recuerda Timoteo. Se sentó al lado
del sendero a esperar que salga con la esperanza de que la viera y así entonces la
invitara a pasar. A Timoteo le fue notificado por su padre que se encontraba una
mujer afuera. Éste obediente a una corazonada fue a ver de quién se trataba; al ver
que era Jacinta, al meditar la situación en la que se encontraban en casa se decidió
a invitarla a la casa, donde Don simón Robles aceptó que se quedara allí.

Las jaurías de perros hambrientos deambulan por todo lado. Un día Antuca va a
recoger agua y encuentra al perro Mañu tirado sobre las piedras, con la lengua
afuera y agonizante. Siente mucha pena por el animal y se queda acariciándole
durante un largo rato, hasta que la voz de su madre lo vuelve a las tareas
cotidianas. Los perros llegan a invadir la casa hacienda de don Cipriano. Raffles y
los demás perros enormes de la hacienda son encerrados para evitar que se
pelearan con los callejeros, muy numerosos. Zambo husmea en busca de comida
pero las personas ya no botan ni las cáscaras de los alimentos. Pellejo recuerda que
tiempo atrás una vez una señora muy buena, doña Chabela, le había dado una
semita, y confiadamente se le acerca, pero esta vez aquella la expulsa cruelmente,
hiriéndole con un tizón ardiente. Los perros hambrientos invaden el comedor de don
Cipriano, asustando a su familia. Son expulsados a patadas y garrotazos. Pero esta
vez don Cipriano decide terminar con el problema. Ordena colocar pedazos de
carne envenenada alrededor de la casa. Muchos perros comen el fatal bocado,
entre ellos Zambo, cuyo cuerpo es devorado por Pellejo, el cual muere igualmente
víctima del tósigo. Con la extinción de los perros, los zorros y pumas aprovechan
para atacar al ganado, por lo que los campesinos hacen guardia de noche. Algunos
incluso imitan el ladrido de los perros. Rendidos por tantas penurias, indios y cholos
se reúnen frente a la casa hacienda de don Cipriano, rogándole que les diera
comida, mientras esperaban la lluvia para iniciar las labores. Pero don Cipriano se
niega, aduciendo que ya no tenía más grano para repartir. El Simón Robles le
replica entonces, diciéndole que ellos sabían que alimentaba a su ganado
con cebada, como si un animal valiera más que un cristiano. Don Cipriano y su
mayordomo se retiran amenazantes y la masa de hombres intenta forzar la puerta
de la casa. Se escuchan disparos. Tres indios caen muertos. Los demás huyen. Los
tiradores son los empleados del hacendado; incluso al pequeño Obdulio, el hijo de
don Cipriano, porta un arma que su padre le ha enseñado a usar. La sequía se
prolonga por algunos meses más.

Llega Noviembre. El cielo se cubre de nubes densas. Y las primeras gotas de lluvia
levantan polvo. Es, indudablemente, el fin de la sequía. El júbilo estalla entre los
hombres y animales. Una tarde Simón Robles miraba desde el corredor y una
sombra le hizo volver hacia otro lado. Era la perra Wanka, escuálida, quien
retornaba para ocupar su puesto de guarda de ovejas, de las que solo quedaban
dos pares. Simón la llama y la perra se acerca a restregarse cariñosamente a su
amo. Conmovido, Simón la acaricia y le habla con ternura, llorando de emoción. “Y
para Wanka las lágrimas y la voz y las palmadas del Simón eran también buenas
como la lluvia”. La lluvia rosa ligeramente los techos, las nubes por extraño que
parezca no se van del cielo y se quedan estaticas de color plomo oscuro, es así que
caen gotas que rozan el rostro de los pobladores iniciándose la lluvia, la gente se
alegra y ven que por fin la espera término. Don Simón se alegra y sube al terrado al
contemplar la lluvia, ve a Wanka desde lo lejos y ella toda pálida y sin fuerzas se
acerca a Simón, este le mi pobre Wanka por fin retornaras a tus labores pensando
que tiene dos corderos que la pueden recuperar. Y para Wanka las lágrimas, la voz
y las palabras del Simón eran también buenas como la lluvia.

La novela relata los trágicos efectos de una sequía en la sierra peruana y subraya el
desquiciamiento del mundo andino al detenerse el ritmo de la producción agrícola.
Aunque el proceso narrado deja ver la radical inhumanidad del sistema social
serrano y pone de relieve el sufrimiento al que están sometidos los indios, lo cierto
es que la novela diluye la energía de su denuncia y oscurece la casualidad real de
los sucesos al remitirlos excluyentemente a una razón sólo natural (la sequía) y al
ordenar su secuencia argumental mediante la formulación de una suerte de círculo
que afirma la permanente reiteración de la historia, su carácter inevitablemente
cíclico, su dependencia del ritmo de la naturaleza. Queda en pie, sin embargo, una
imagen globalmente positiva del hombre, la sociedad y la cultura indígenas. Al
contrario de lo que sucede en otras novelas indigenistas, aquí la miseria no conduce
al aniquilamiento de la condición humana del indio, sino, al contrario, pone de
manifiesto su honda e imperturbable dignidad

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