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Los ciudadanos y los políticos de los principales países que lucharon en la I Guerra
Mundial, excepto los italianos y los japoneses, creían firmemente que estaban comprometidos
en una lucha defensiva. El gobierno austrohúngaro lanzó su ataque en 1914 para salvar a la
monarquía de las secretas maquinaciones de Serbia; Rusia se consideraba obligada a resistir el
avance alemán que se extendía en el sudeste de Europa y los Estrechos; Alemania intentaba,
antes de que fuera demasiado tarde, evitar los peligros de verse cercada, así como defenderse
de un complot eslavo que proyectaba la destrucción de su aliado, complot fraguado en San
Petersburgo con el apoyo de Francia y la connivencia de Inglaterra. Francia se vio invadida, en
Inglaterra consideraba que el equilibrio europeo estaba amenazado por Alemania; los Estados
Unidos entraron en guerra para defender el derecho internacional y la moralidad pública. Sólo
Italia y Japón hicieron la guerra alentadas por ambiciones territoriales. En una palabra, todas
las grandes potencias estaban convencidas de que el culpable de la guerra era el otro.
La paz de París estaba formada por el tratado de Versalles con Alemania, el de St.
Germain con Austria, el de Trianón con Hungría, el de Neuilly con Bulgaria, y el de Sèvres con
Turquía. En el bando aliado, al finalizar la guerra, se hallaba firmemente arraigada la convicción
de que Alemania era la culpable de todo. Para Francia, Inglaterra y América, Alemania había
sido el principal y más formidable enemigo, y se concluyó, sin más, que la contribución de
Austria-Hungría al estallido de la guerra había sido tan escasa como su participación a lo largo
de la misma. Por consiguiente, en el tratado de Versalles, los aliados consideraron a Alemania
como la responsable de las consecuencias de la guerra y que, por tanto, estaba obligada a
ofrecer una reparación económica a estos países. Para los que redactaron el tratado, se trataba
de algo razonable; para los alemanes suponía una flagrante tergiversación de la verdad. Así,
para los alemanes, la justicia implicaba diferentes contenidos que para los aliados. Esto es
importante, ya que, antes de que se firmara el armisticio en noviembre de 1918, al gobierno
alemán le fue hecha la promesa de que la paz sería justa; éste fue el mensaje del presidente de
los Estados Unidos. Woodrow Wilson, que se erigió en árbitro entre los dos campos al ser el
primero en recibir la oferta de armisticio. Con anterioridad, Wilson había realizado
públicamente un programa de paz preciso que se conocería como “los catorce puntos del
presidente Wilson”.
Estas resonantes declaraciones contenían un fastuoso plan que configuraría la
posguerra garantizando una paz perpetua. Los discursos de Wilson dejaban bien sentado que la
paz sólo podría estar basada en la justicia, y la justicia internacional significaba esencialmente
el ejercicio del derecho de autodeterminación por parte de todos los pueblos, lo que equivale a
decir que las fronteras deberían ser trazadas de acuerdo con los deseos de las poblaciones
afectadas. Entonces los pueblos del mundo cesarían de ambicionar el cambio de fronteras, y la
principal causa de la guerra desaparecería. Las formas democráticas de gobierno asegurarían
una política exterior pacífica, por medio de una diplomacia abierta. En caso de surgir roces, las
restantes naciones del mundo, alistadas en la Sociedad de Naciones, harían que se impartiera
justicia. Sin un Estado cayera en manos de diplomáticos del viejo estilo o militares
irresponsables y llegara a mostrarse agresivo, los otros Estados del mundo ejercerían presiones
bajo la dirección de la Sociedad de Naciones. La presión económica o incluso moral sería
suficiente; si no fuera así, los miembros de la Sociedad quedarían autorizados para usar la
fuerza armada.
En abril de 1918 se prometió justicia para Alemania, pero ¿qué era lo justo para
Alemania? Para los alemanes, cualquier clase de mengua de un tratamiento igualitario sería
una injusticia; para los que hicieron la paz, la justicia para Alemania no significaba un
tratamiento igual para ésta, ya que un criminal debe ser tratado de manera diferente a sus
víctimas. La paz de París se componía de cuatro tratados, con Alemania, Austria-Hungría,
Bulgaria, y Turquía. El tratado de Alemania, el tratado de Versalles, fue el más importante.
La mayor parte de los franceses deseaban debilitar a Alemania, desarmarla, privarla de
su integridad territorial, ocuparla militarmente, quitarle su dinero y rodearla de poderosos
enemigos: el gobierno francés deseaba una paz que aplastara a Alemania. Poncairé, Foch y la
derecha francesa opinaban que Alemania debía ser debilitada y mantenida en este estado
prescindiendo de la opinión anglosajona; Clemenceau, jefe de la delegación francesa en la
Conferencia de Paz, y la izquierda preferían mantener un entendimiento con Inglaterra y
América, y estaban dispuestos a un compromiso en su política con respecto a Alemania. La
Alemania de entreguerras tuvo mucho que agradecer a la voluntad de Clemenceau de llegar a
un compromiso. Lloyd George, el primer ministro británico, quería convertir a Alemania en un
país pacífico, llevar la prosperidad a este país y, consiguientemente, a Europa, y evitar el
deslizamiento de Alemania al bolchevismo. Fue Lloyd George, y no Wilson, quien luchó más
ardientemente por los intereses alemanes en Versalles. El tratado de Versalles fue la obra
personal de estos tres hombres, Clemenceau, Lloyd George y Wilson. Las principales cuestiones
que el tratado de Versalles intentaba resolver eran las reparaciones, las fronteras de Alemania,
el desarme alemán y la suerte de las colonias alemanas.
1. Reparaciones. Las principales preguntas a las que se debía encontrar una respuesta
eran cuánto tendría que pagar Alemania y cuánto podría pagar. Los catorce puntos de Wilson
dejaban bien sentado que Bélgica y las regiones francesas que habían sido invadidas debían ser
reparadas. Por medio del tratado se obligaba a Alemania a aceptar que debía pagar mucho más
de lo que con toda probabilidad podía, quedando para más tarde el cálculo de la cifra exacta.
Estas cláusulas del tratado motivaron una comprensible decepción en Alemania. Lloyd George
ambicionaba tres objetivos: que la vida en la futura Alemania fuese soportable, que Inglaterra
obtuviera la mayor parte posible de los pagos efectuados por Alemania, y que la opinión
pública inglesa quedara convencida de que Alemania iba a ser tratada con la máxima dureza. El
segundo y el tercer objetivos quedaban automáticamente garantizados gracias a la cuenta que
se iba a presentar a Alemania de las pensiones a pagar por los aliados a las viudas, a los
soldados mutilados y a las personas dependientes de los que lucharon durante la guerra.
Clemenceau deseaba obtener para Francia el máximo de estos pagos. Wilson y sus consejeros
deseaban calcular lo que se podía esperar razonablemente de Alemania, teniendo en cuenta
que Inglaterra y Francia habían sufrido los efectos de la guerra con mayor intensidad que su
propio país. Así, se determinó una comisión compuesta de delegados de las grandes potencias
para determinar el importe de los daños.
2. Las fronteras. Hubo una cuestión que fue decidida sin ninguna dificultad: Alsacia y
Lorena deberían ser devueltas a Francia. Francia fue aún mucho más lejos y propuso una
ocupación militar, francesa o aliada, de duración indefinida, de la orilla izquierda del Rin y de
sus principales cabezas de puente: el argumento esgrimido era la convicción de que no se
podía confiar ni siquiera en una Alemania republicana; era necesario el empleo de la fuerza
para poner coto a estas tendencias agresivas. Esta propuesta desagradó a Lloyd George, que
estaba a favor de una Alemania próspera: “no podemos desmantelarla y simultáneamente
esperar que pague”. Sin embargo, su intención era firmar pronto la paz para devolver la
estabilidad a Europa, y para ello era necesario hacer condiciones al lado francés. Finalmente,
prevaleció la teoría de Clemenceau de que la ocupación podría darse por finalizada antes de
los quince años si Alemania cumplía las obligaciones estipuladas en el tratado. Asimismo, se
introdujeron algunos cambios en la frontera germano-belga, aumentando la extensión de
Bélgica; también se ampliaron las fronteras de Dinamarca y las de Polonia, con lo que más de
un millón de alemanes quedaron bajo el control polaco. Igualmente, varios millones de
alemanes quedaron dentro del nuevo Estado Checoslovaco, y un número aún mayor dentro de
la nueva Austria. Con toda probabilidad, la mayoría de los austríacos alemanes deseaban
formar parte del Reich alemán; pero el tratado dejó bien sentado que no podrían hacerlo sin el
permiso francés, y Francia no estaba dispuesta a favorecer de ninguna manera el
engrandecimiento alemán.
3. El desarme alemán. El desarme y la prohibición del rearme alemanes suscitaron
escasas diferencias de opinión entre los participantes en la conferencia de paz. El ejército
alemán quedó limitado por el tratado a 100.000 hombres que servirían no menos de doce
años, y se restringieron cuidadosamente las armas permitidas. Se prohibió a Alemania contar
con una fuerza aérea.
4. Las colonias alemanas. El tratado de Versalles reza: “Alemania renuncia a todos sus
derechos y títulos sobre sus posesiones ultramarinas en favor de las potencias aliadas
principales y asociadas”. Las dificultades surgieron al afrontar el problema de la redistribución
de los territorios alemanes, de sus derechos en China y del modo en que se administrarían en
el futuro estas colonias. La solución era preparar los territorios pertinentes para su
autogobierno en un futuro más o menos remoto, bajo la supervisión internacional de la
Sociedad de Naciones. Estas disposiciones fueron acogidas en Alemania como un caso de trato
desigual.
Los discursos de Wilson dejaban bien sentado que ((1)) la paz sólo podría estar basada
en le justicia. La justicia internacional significaba esencialmente el ejercicio del derecho de
autodeterminación por parte de todos los pueblos, lo que equivale a decir que las fronteras
deberían ser trazadas de acuerdo con los deseos de las poblaciones afectadas. Entonces los
pueblos del mundo cesarían de ambicionar el cambio de fronteras, y la principal causa de la
guerra desaparecería. ((2))Formas democráticas de gobierno asegurarían que la conformidad
de las poblaciones de los Estados con sus fronteras se reflejara en una política exterior
decididamente pacífica. ((3))Un control democrático de la política exterior se haría factible por
medio de una diplomacia abierta. ((4))En caso de surgir auténticos roces, las restantes naciones
del mundo, alistadas en la Sociedad de Naciones, harían que se impartiera la justicia. ((5))Si,
por desgracia, un Estado cayera en manos de diplomáticos del viejo etilo o militares
irresponsables y llegara a mostrarse agresivo, los otros Estados del mundo ejercerían presiones
bajo la dirección de la Sociedad de Naciones. ((6))La presión económica o incluso moral sería
suficiente; si no fuera así, los miembros de la Sociedad quedarían autorizados para usar la
fuerza armada. Como Wilson dijo en julio de 1918,” (i) lo que deseamos es el imperio del
derecho, (ii) basado en el consentimiento de los gobernados y (iii) sustentado por la opinión
organizada de la humanidad”. Esta impresionante estructura se apoyaría en una justicia
imparcial entre las naciones. Wilson declaró en septiembre de 1918:
“La justicia imparcial que nos proponemos como meta no debe suponer discriminación
alguna entre aquéllos con los cuales deseemos ser justos y aquéllos con los cuales no
deseemos ser justos. Debe ser la justicia que no admite favoritismo y que no conoce otros
criterios que los idénticos derechos de los diversos pueblos bajo su regla”.