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En las últimas décadas siempre ha resultado cómodo a nuestros gobernantes esgrimir su

simpatía con el modelo de sustitución de importaciones, donde impidiendo el ingreso de


productos del exterior se logrará desarrollar una industria nacional pujante que dará
empleo de calidad y crecimiento económico para todos. Tal vez por un populismo
desmedido (como habitualmente ocurre) o simplemente por la ignorancia acerca de las
consecuencias en cuanto a los beneficios del modelo, es que ha fracasado en cada intento
de implementación del mismo. Y la explicación tal vez se de en el marco de comprender
que la sustitución de importaciones como fin último es simplemente un veneno destructivo
más que una cura mágica para nuestra crónica enfermedad de faltante de divisas,
estancamiento económico e inflación.

Es difícil comprender porque una buena parte de la sociedad sigue aceptando como
positiva la frase “sustitución de importaciones” cuando la escucha en boca de algún
dirigente mal informado. Seguramente crean que el resultado sería elemental: no se
importarían determinados bienes que darían como resultado la creación de industrias
nacionales para poder producirlos y cubrir esa demanda (ahora insatisfecha) y que con el
nacimiento de las mismas, mejoraría el nivel de empleo en la economía ya que a priori,
habría mayor mano de obra empleada. Simple y agradable, pero bastante lejano a lo que
nos muestra la realidad.

Tampoco se comprende demasiado la obsesión que genera la patriótica sustitución de


importaciones. En el mundo desarrollado, el sector que más riqueza genera es el de
servicios (con más de un 60% del Producto Bruto Interno de las principales economías del
mundo) y no de los sectores industriales. Hoy vivimos una revolución tecnológica donde el
valor está dado por la educación y la calidad, ya no tanto en procesos industriales
repetitivos donde de a poco la mano de obra humana va perdiendo terreno ante robots y
máquinas que automatizan cada una de las etapas de producción y donde quienes
dedicaban su fuerza de trabajo a los procesos industriales deberán comenzar a aportarla a
sectores de servicios. Y esto no son malas noticias sino simplemente una consecuencia de
la evolución, y en tal caso la obligación del mundo no desarrollado invertir en educación
que nos permita desarrollar las capacidades necesarias requeridas por estos nuevos
tiempos, donde sin ésta y sin la adecuada preparación quedaremos fuera del mundo, ya
no por no pagar nuestra deuda soberana o por ideologías contrapuestas con el hemisferio
norte, sino por seguir pensando sobre ideas de un siglo al cual hoy ya no pertenecemos.
Ayer fue la revolución industrial, hoy es la revolución tecnológica.

Independientemente de cuestiones enlazadas a la evolución humana a las que le


deberíamos prestar atención para empezar a entender muchas de las razones de nuestro
atraso como sociedad y la destrucción de riqueza que hemos logrado en las últimas
décadas (solo como dato, desde el año 1950 Argentina solo ha crecido en la región, más
que Venezuela y Bolivia; luego todos han ido por delante en materia de crecimiento y
desarrollo), debemos plantear y explicar porque el modelo de sustitución de importaciones
es contrario a la lógica desarrollista.

Cuando se cierra la economía, lo primero que se logra es algo realmente insólito en el


siglo veintiuno: achicamos nuestros niveles de intercambio. Supongamos que en cualquier
momento cerremos la importación del aceite de mesa. Con esto, protegemos a nuestros
pujantes industriales para que con el escudo protector de una economía artificial,
inauguren fábricas a lo largo y ancho del país, inviertan y contraten empleados. Hasta aquí
el modelo es todo un éxito.
Cuando transcurre el tiempo y éstos industriales logran acaparar el 100% del mercado
interno saben que competencia externa gracias a las protecciones arancelarias y
aduaneras que bondadosamente les brinda el estado, por lo que estando cómodos en esa
posición, dejan de invertir (muchas veces porque el proteccionismo les genera también
dificultades para la importación de insumos básicos para la industria generando por
momento desabastecimiento), bajan la calidad en sus productos (y al tener el mercado
cautivo, manejan el precio ya no por cuestiones de oferta y de demanda, ya que ante la
inexistencia de competencia el precio será monopólico). Ahora, mientras que en nuestro
modelo exitoso el litro de aceite amenaza con situarse en los (supongamos) 90 pesos
argentinos, en el exterior se puede comprar en un comercio minorista (y de mucha mejor
calidad que la que ofrecen nuestros industriales argentinos) en unos 2 dólares (unos 30
pesos argentinos). Podríamos importarlos y hacer competente el mercado, mejorando
precio y calidad para los consumidores, pero hemos cerrado la importación, asique
descartemos la idea. Habrá en tal caso que sufrir los embates de nuestra importación
sustituida.

Pero el modelo no se limita a solo nuestra hipótesis aceitera. Se supone que se expande a
cada una de las industrias representadas por cada uno de nuestros productos importados.
Por lo que sería bueno que nos expliquen los defensores del modelo, productos de mucho
más difícil reemplazo como bien pueden ser la tecnología y los medicamentos (que no se
pueden suplantar con industria nacional) cual sería el procedimiento a seguir para esos
casos.

Otra arma que esgrimen quienes defienden la sustitución es la de la fuga de divisas.


Deben comprender que en un país agroexportador (ergo, generador de divisas a través de
productos agropecuarios) las importaciones no solo sirven para importar insumos
necesarios e irremplazables para que la agroindustria pueda exportar (entre otros cientos
de miles de ejemplos) sino que juegan en pos de que el precio de la moneda no se aprecie
más de lo debido y se pierda competitividad por el valor de la divisa (claro está que es solo
una de las variables que conforman los niveles de competitividad) generando un
desequilibrio en el tipo de cambio y problemas de atraso cambiario en los sectores
exportadores.

Quienes insisten en que la sustitución de importaciones generará el inicio de un raid


exportador de los nuevos productos industriales que ofrecerá el país y que ya dejó
triunfalmente de importar, al haber cerrado la economía muchos países dejarán de
comprar nuestros productos y se nos dificultará cada vez más nuestros niveles de
exportación, estando nuestras nuevas industrias condenadas a destinar sus productos
únicamente al mercado interno, sin generar ningún tipo divisas para las arcas del Banco
Central.

Debemos aceptar que si fuésemos competitivos no sería necesaria la sustitución de


importaciones, simplemente porque nuestros productos serían de mejor calidad y tendrían
mejores precios que los que se comercializan en el resto del mundo. En tal caso, esa es la
verdadera sustitución de importaciones que se da de manera natural y no artificialmente. Y
este proceso se tendrá que dar no solo con un tipo de cambio competitivo (que solo es un
detalle dentro de las innumerables cuestiones que implican tener competitividad) sino que
deberá acompañarse con una reforma impositiva, bajando los costos laborales y
mejorando la calidad de nuestros productos.
Debemos entender que se debe ganar la batalla de crecimiento en un mercado de
competencia, invirtiendo en educación y tecnología, y abriéndonos al mundo en cada uno
de los aspectos (ya sea económico, cultural y social). Toda acción que vaya en contra de
la modernidad y el progreso nos dejará más tarde o más temprano, fuera del mundo que
viene.

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