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Pedagogía

Departamento de Formación Docente


Facultad de Humanidades y Artes

Autoras: Dra. María Silvia Serra,


Mg. Natalia Fattore

FICHA DE CÁTEDRA:
Sobre la educación entendida en clave de transmisión

En los últimos años la pedagogía, en diálogo con otras disciplinas -el


psicoanálisis, la antropología, la historia, la teoría política- viene revisando el
modo de entender la educación, y, a la luz de este diálogo, planteando la
necesidad de recuperar el concepto de transmisión como palabra clave a la
hora de pensar qué es lo que la educación nombra.
El término transmisión es de uso corriente en nuestra lengua, y suele ser ligado
a situaciones comunicativas (se transmite un partido de fútbol), o de diversos
“pasajes”: se transmite una enfermedad, una herencia, un mando, un
sentimiento. Proponemos entonces un recorrido sobre este concepto, de modo
de atender a cómo se vincula al de educación.
Règis Debray nos dice que lo decisivo del verbo transmitir está en el prefijo
trans-, que habla del pasaje, del transporte en el tiempo, transporte tanto de
bienes como de ideas, tanto de fuerzas como de formas; y en este sentido toda
transmisión es siempre diacrónica y móvil, establece un vínculo entre los
muertos y los vivos, la mayoría de las veces en ausencia física de los emisores
(1997: 17).
La transmisión constituye así una manera de solucionar el problema del pasaje,
del viaje del tiempo, de su corrosión. Es la forma en que las sociedades
entablan un diálogo con los antepasados, con los muertos. Es la forma que se
dan para intentar conservarlos.
Esta operación de transmitir define al mismo tiempo lo propio del hombre: la
aptitud del sapiens para transmitir de una generación a la siguiente caracteres
adquiridos. La facultad de archivar, acumular y hacer circular ideas en el tiempo
es aquello que diferencia a los humanos de las demás especies. El hombre,
nos dice Debray, es el único animal que conserva huellas de su abuelo, y
puede ser modificado por ellas, ya que se inventa en la medida que almacena.
Claro que esta no es más que la consecuencia del insuficiente equipamiento
con el que venimos los humanos al mundo; hecho por el cual debemos
proveernos de algunos artefactos de ayuda, prótesis, objetos inestimables que
necesitamos para sobrevivir. Todo individuo, como la humanidad misma,
necesita de la sustancia del tiempo, de la que está hecha toda transmisión.
Disociar al hombre de sus memorias, de su pasado, “es inventar algo así como
la planta humana sin suelo ni fotosíntesis (...) Es suponer la existencia de
creencias automotrices sin ruedas de engranaje; digamos: sin apóstoles,
patriarcas y peregrinos; sin Iglesia, Estado, escuela o partido”, en palabras de
este autor.
Ahora bien, de esa operación sobre la temporalidad que toda transmisión
realiza, operación propia de lo humano, dependerá la formación de un lazo
social, de un nosotros, de una identidad colectiva. La transmisión constituye
entonces un tema de civilización; “Opera en cuerpos (corporación, cuerpo
místico, cuerpo docente –hechiceros, bardos, ancianos, aedos, clérigos,
pilotos, maestros, catequistas) para hacer que pase de ayer a hoy el corpus de
conocimientos, valores o savoir-faire que a través de múltiples idas y vueltas,
sostiene la identidad de un grupo estable (confraternidad, academia, Iglesia,
corporación, escuela, partido, nación)” (Ibid: 21).
Es en ese pasaje de la transmisión donde se juega la continuidad misma de
una cultura, donde reside la posibilidad de que “los nuevos transiten por un
mundo preestablecido en el que han nacido como forasteros”, ya que “sin
testamento, sin tradición –que selecciona y denomina, que transmite y
preserva, que indica donde están los tesoros y cuál es su valor- parece que no
existe una continuidad voluntaria en el tiempo (...) ni pasado, ni futuro“ (Arendt:
1996, 11). Se trata de la necesidad de que un mínimo de continuidad sea
asegurada.
Entonces, podríamos decir que la referencia a la experiencia de las
generaciones pasadas, opera a escala de las genealogías tanto individuales
como sociales. En palabras de Frigerio (2003) la transmisión es el nombre que
recibe el compartir el relato, es lo que hace posible un acto de relectura y
asegura el pasaje de las biografías singulares a las gramáticas plurales propias
de las sociedades.
Esta perspectiva recupera para la transmisión la capacidad de pasaje, reparto
de las herencias. Podemos pensar que este proceso se hace presente en las
instituciones educativas. Hay allí una intención de trabajar con el pasado para
instituir un futuro, una selección de las herencias culturales y una búsqueda de
la construcción de un nosotros, en clave de identidad nacional. Sin embargo,
un repaso por la noción de transmitir amplía considerablemente los estrechos
límites de la escolarización, abriendo zonas nuevas quizá todavía no
exploradas. En tanto se trata del destino de los sujetos y de las sociedades, es
claro que excede en mucho a cualquier concepción que plantee lo educativo
reduciéndolo a cuestiones de estructuras o a contenidos curriculares.
¿En qué sentido el verbo transmitir nos resulta pertinente para intercambiarlo
con educar? ¿qué poseen en común? Veamos qué sucede en el siguiente
relato:
“Así cuando el joven Joffo, antes de dejar a sus hijos en la Francia ocupada –
situación extrema y en ese sentido ejemplar-, le asienta una soberana bofetada
a su hijo, que, frente a la pregunta “¿Eres judío?”, responde afirmativamente,
¿qué hacía sino transmitir a sus hijos un saber sobre la persecución que
habían conocido las generaciones precedentes? ¿qué otra cosa hacía sino
ofrecer como herencia a sus hijos una bofetada que les daba una chance de
sobrevivir? ¿Esta lección de marranismo no indica que la fidelidad absoluta, la
adhesión pura y simple, la confesión proclamada, serian para el caso una
manera de precipitarse a la muerte? ¿Transmitir la vida en toda su violencia no
exigía este acto en sí mismo terrible: ofrecer como mensaje de despedida una
bofetada?” (Hassoun: 1996, 19)
Este párrafo pertenece al texto Los contrabandistas de la memoria, donde el
psicoanalista Jacques Hassoun reflexiona sobre el papel de la transmisión en
situaciones extremas: de guerras, de persecuciones, de desapariciones. En
este párrafo un padre transmite a su hijo, a través de una bofetada, un saber
sobre la persecución judía. Le enseña a su hijo que negar su identidad le va a
dar chance de sobrevivir. Lejos está este ejemplo de lo que entendemos por
enseñar o transmitir en el ámbito escolar. Sin embargo, hay allí un pasaje de
saber ligada al pasado y al futuro, en una clave especial: es la negación del
pasado lo que habilita la posibilidad de seguir vivo, y no su afirmación, en esa
situación extrema.
Algo de lo que se plantea allí es intrínseco a la transmisión: es un pasaje no
lineal ni automático, y su éxito no reside en un “buen aprendizaje”, en el sentido
de que quien aprende puede dar cuenta de lo que le pasaron. El verbo
transmitir hace referencia a un proceso que es incompleto de por sí, que no
cierra, sino que quien recibe cuenta con un espacio de libertad sobre lo que
recibe.
El psicoanalista egipcio define a la transmisión como “ese tesoro que cada uno
se fabrica a partir de elementos brindados por los padres, por el entorno, y que,
remodelados por encuentros azarosos y por acontecimientos que pasaron
desapercibidos, se articulan a lo largo de los años con la existencia cotidiana
para desempeñar su función principal, ser fundamente del sujeto y para el
sujeto (Ibid: 121).
En esta dirección se asume la imposibilidad de pasajes de saberes,
tradiciones, símbolos o prácticas “plenos” entre las generaciones. Hassoun
sostendrá que una transmisión lograda es aquella que “ofrece –al sujeto– un
espacio de libertad y una base que le permite abandonar (el pasado) para
(mejor) reencontrarlo” (Ibid: 17).
Toda tradición trabaja entonces sobre la posibilidad de perdurar, de desafiar al
tiempo, su oficio se dirime en la voluntad de conservar. Ahora bien, se trata de
una tarea falsamente estática de conservación. Transportar, transmitir ideas en
el tiempo no es nunca un proceso lineal; por el contrario, implica siempre una
tarea: la de transformar, remodelar, trastocar, traducir el original. El resultado
del proceso de transmisión nunca es el mismo que el mensaje original. Esta
idea nos remite a la cercanía de los términos transmisión, traducción y traición.
Podríamos decir que la perduración de una experiencia, de una idea en el
tiempo, solo es posible en tanto está vinculada al orden de una traducción, por
ende de la traición; ya que sabemos que cuando las traducciones intentan ser
“literales” siempre amenazan con el sin sentido. En toda transmisión no hay
repetición, clonación o pasaje automático, sino que es propio del mismo
proceso que el resultado sea distinto al original: el éxito de la transmisión
consiste en habilitar a quienes son sus destinatarios a inscribir su propia
palabra en la historia.
Pero volvamos entonces a la intención de definir la educación. Ligarla a la
transmisión supone admitir la imposibilidad de la repetición, del control absoluto
de los resultados del proceso, incluso de la delimitación a priori de su forma
final. Implica además, la imposibilidad de reducir la educación a cuestiones
técnicas o metodológicas, y aceptar así lo imprevisible que habita todo acto
educativo.
También la transmisión nos aleja de la preocupación centrada en el
“contenido”. El psicoanalista Pierre Legendre nos recuerda cómo la relevancia
del acto de la transmisión fue percibida en el terreno del derecho romano
clásico: la transmisión tenía que ver allí con la sucesión, con la necesidad de
pasar un legado, de establecer un testamento; “el ciudadano romano no debe
morir sin testamento y lo esencial de este acto consiste en la institución del
heredero”. Se trataba, de una exigencia, de una obligación, de un imperativo
legal: “Sé mi heredero” (1996: 44).
Sin embargo, en la nominación del heredero no estaba en juego el “contenido”
de la herencia, el testador sólo dice “Tú eres el que me seguirás”. La
transmisión no se funda así en el contenido del mensaje, en aquello que se
“pasa” o se “lega”, sino ante todo en ese acto de transmisión, es decir, en los
montajes de ficción que hacen posible que un acto así se admita y se repita a
través de las generaciones (Ibid: 44).1 No estamos diciendo que la transmisión
se haga en el vacío, ni que no tenga valor aquello que se “ofrece” como legado,

1
Es interesante en este sentido prestar atención a la diferenciación entre los términos hérédité,
-que se refiere a la transmisión de caracteres biológicos y genéticos-, de héritage, que
justamente apunta al ámbito de lo jurídico y lo cultural. Así, “La herencia es de todos los seres
vivientes, sólo el hombre es heredero” (Debray: op. cit, 96).
sino que los efectos del acto de transmitir no dependen del mensaje que se
transmita2.
En esta línea, Laurence Cornu afirma que en la transmisión se pone en juego
más que un contenido, un modo de relación que el sujeto portador de la
trasmisión establece con el objeto a pasar y con el sujeto de la recepción. Esa
reubicación de los roles borra todo rasgo mecánico del concepto. Esto es, la
transmisión implica tanto un trabajo para el sujeto que pasa como para aquel
que recibe. En tanto el primero debe nombrar a sus herederos, el segundo
debe trabajar para asumir y hacer propia esa herencia. El juego de
intervenciones y apropiaciones conforma un entramado de decisiones que
necesariamente conllevan una toma de postura política. Es decir, si dar el
pasado, la cultura, el conocimiento, implica pensar en un quién y en un qué,
tomarlo es una acción que también responde a una elección tanto subjetiva
como política, tal como lo plantea Debray.
Creemos que recuperar esta clave de lectura acerca del problema de la
transmisión en la cultura en general y en el plano de la educación en particular,
nos permite resituar los vínculos entre los sujetos de la educación y los objetos
puestos en juego, dinamizando un concepto que viene cargado desde su
propia etimología de movimiento, politicidad e historicidad.

Bibliografía citada en esta ficha:


Arendt, H. (1996) Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión
política. Península: Barcelona.
Cornu, L. (2004) “Transmisión e institución del sujeto. Transmisión simbólica,
sucesión, finitud”. En: Frigerio, G. y Diker, G. (comps.) La transmisión en las
sociedades, las instituciones y los sujetos. Buenos Aires: Novedades Educativas.
Debray, R. (1997) Transmitir. Buenos Aires: Manantial. (Cap. I)
Diker, G. (2004) (comps.) “Y el debate continúa, ¿porqué hablar de transmisión?”
En: Frigerio, G. y Diker, G. (comps.) La transmisión en las sociedades, las
instituciones y los sujetos. Buenos Aires: Novedades Educativas.
Frigerio, G. (2003) Los sentidos del verbo educar. México: Crefal.
Hassoun, J. (1996) Los contrabandistas de la memoria. Bs. As.: Ediciones de la
Flor.
Legendre, P. (1996) El inestimable objeto de la transmisión. Siglo XXI: México.

2
Remitimos para profundizar a Diker, G. (2004)

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