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Camilo Rodríguez
Por definición, la corrupción se refiere “a la acción humana que transgrede las normas
legales y los principios éticos” (Venemedia. 2014). Esto quiere decir, el incumplimiento de
dichas normas de forma voluntaria, poniendo sobre los intereses colectivos los intereses
personales. Es realmente imposible hablar de la actualidad de Colombia, sin tocar de algún
modo este fenómeno. En efecto Colombia se encuentra en el puesto 96 de 180 países
tomados en cuenta en el ranking de Transparencia Internacional, siendo 180 la peor
calificación (Transparency International. 2018).
Además, en los últimos años, vale resaltar que ha habido numerosos casos de corrupción,
como los sobornos de Oderbretch, lo robos en el Programa de Alimentación Escolar, la
venta de decisiones en la Corte Suprema. A estos se les suman muchos otros que en el 2017
le costaron al país más de 2.7 billones de pesos cada año. (El Tiempo. 2017). Más
impactante aun, esta suma de dinero sería lo suficiente para pagar casi 7 veces la deuda de
Electricaribe con las generadoras de energía (El Heraldo. 2017).
Es evidente que es una gran problemática para el país, que afecta a todos los ciudadanos,
pero de lo que mucha gente no se da cuenta; es de que de este problema no solo participan
los políticos, sino también algunas personas que se benefician de la corrupción (a veces sin
saberlo) a través de la trampa, el soborno y el robo de bienes comunes en menor escala en
sus contextos laborales y escolares. ¿Cómo es posible que esta plaga haya llegado a
Colombia y se halla infiltrado a todo tipo de clases sociales y contextos?
Un sistema que prosperó en las colonias como Colombia ya que las élites coloniales caían
en la impunidad, pues desacataban los decretos reales aprovechando las grandes distancias
con España, creando una justicia imperfecta, hecha para favorecer a unos pocos. A esto se
le sumó una falta de separación de poderes, que dejaba un amplio campo para el abuso. La
monopolización del país permitió que gente poco preparada y a veces hasta sin educación,
llegaran al poder, agravando el problema. Todos estos procesos en la colonia dejaron como
herencia en Colombia la falta de una vocación de servicio en los puestos de poder, la
corrupción en estos mismos y un sistema judicial débil, incapaz de lidiar con la corrupción
y que a la vez impedía el desarrollo económico. Ya con la semilla de la corrupción,
plantada por los españoles en Colombia, esta germinó velozmente y con el tiempo, pasó a
convertirse en un problema no solo de los políticos, sino de todo un pueblo que, frente a la
falta de penas, de justicia y de moral, acogió el problema en diferentes clases sociales y
grupos.
Sabemos que tiempo después, seguimos teniendo gobernante tras gobernante y escándalo
tras escándalo todo impregnado de la corrupción, y aunque este es un problema que ha
venido de la herencia colonial, se debe buscar la manera de resolverlo. ¿Cómo podemos
acabar con un problema tan arraigado y con tanto pasado en el país? Lógicamente, lo
primero que se debe hacer es atacar el origen del problema. Se debe mejorar el sistema
judicial, haciéndolo uno que sea fuerte al castigar a los corruptos, que no caiga en la
impunidad, que tenga una verdadera división de poderes y sin monopolio de unos grupos.
También se debe tener una mejor educación (tanto escolar como familiar), que no deje de
lado las enseñanzas morales y que corrija las actividades corruptas desde los más pequeños,
para que en Colombia los gobernantes sean preparados y no sean otros de aquellos que
dicen “¿si ellos lo hacen por qué no yo?”. Pero en realidad la manera más efectiva en que
los ciudadanos comunes pueden contribuir a una sociedad menos corrupta es muy simple:
No participar, permitir o ignorar la corrupción en ningún contexto cercano ni a ninguna
escala y participar a conciencia de la democracia.
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