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Serán Juan Carlos Portantiero y José Aricó, los discípulos aventajados de Agosti,
quienes prolonguen más exitosamente su intento de interpretación de la realidad
latinoamericana en clave gramsciana y quienes apuesten por su estrategia de superación
del marxismo-leninismo. En la atmósfera de renovación que sucede al XX Congreso del
PCUS y, muy especialmente, en el humus voluntarista, patente en la proliferación ad
Infinitum de movimientos guerrilleros a partir de la Revolución cubana, la estrategia de
renovación pasará por centrar el debate en la cuestión de la objetividad en la teoría
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marxista. Así, en el número 59 de los Cuadernos de cultura (publicado en septiembre-
octubre de 1962), Óscar Del Barco, autor cordobés muy próximo a Aricó y Schmucler,
publica el excepcional ensayo “Notas sobre Antonio Gramsci y el problema de la
objetividad”, en el cual se desarrolla, tomando como punto de partida la I tesis sobre
Feuerbach, un análisis del historicismo absoluto y, en particular, del “Pasaje sobre el
análisis de las situaciones” en el cual se muestra como, incluso las correlaciones de
fuerzas económicas que sirven de principio de realidad a la acción política, son el
resultado de prácticas precedentes reificadas y que resultan modificables en la dialéctica
de la coyuntura concreta y de los abstractos movimientos orgánicos. La concepción
gramsciana de la totalidad social como la convergencia de temporalidades divergentes e
inconmensurables que se acoplan en un estadio contingente de su desarrollo, resultaba
inadmisible para los cánones deterministas del partido. No menos, por cierto, que para la
vulgarización con ínfulas orquestada por Althusser que tantos estragos causó en la
recepción latinoamericana de Gramsci.
Sin embargo, el exilio afecta a las posiciones de estos autores. Si, en la línea de mi
admirado Arthur Rosenberg, autor traducido y publicado en los Cuadernos de Pasado y
Presente, democracia y socialismo se comprendían como fenómenos equivalentes,
progresivamente se pasará a una disociación de ambos términos y a un privilegio de la
democracia como método, frente al socialismo como proyecto político. Esta evolución,
que no resultaba evidente al menos hasta el año 81, alcanza toda su gravedad con el
retorno a Buenos Aires en 1983 tras la victoria de la Unión Cívica Radical de Raúl
Alfonsín. En su retorno descubren que la reflexión desarrollada en el exilio no ha sido
seguida por sus compatriotas y se encuentran con que el proyecto de masas que habían
esbozado carece del apoyo necesario. Esto, unido a que el propio Alfonsín comienza a
mostrar interés por sus formulaciones teóricas lleva a una progresiva transformación de
del proyecto del grupo, a una deriva desde la perspectiva revolucionaria construida en
torno a una hegemonía democrático-institucional, hasta una defensa de las instituciones
per se: los referentes teóricos serán ahora Rawls y Bobbio y, con el privilegio de la
democracia política sobre la social, Gramsci pasará al olvido o se someterá a la brida
eurocomunista.
Por lo demás, el grupo alcanza el cenit de su influencia: el club de lectura socialista
es uno de los acontecimientos intelectuales de la época, publican dos revistas de éxito La
ciudad futura y Punto de vista, se garantizan el acceso al poderoso con la creación del
Club Esmeralda —el cual asesora directamente a Alfonsín—, colocan a personas afines
en las facultades de filosofía e historia y, controlan la importante librería Gandhi. En
definitiva, realizan en cierto sentido su proyecto de hegemonía cultural inserta en
instituciones, al precio de vaciar su proyecto de todo potencial transformador y ubicándolo
en unas coordenadas reactivas, marcadas por el trauma de la dictadura y el exilio.
Vuelcan su trabajo intelectual en teorizar un nuevo contractualismo y, progresivamente,
con la publicación de El concepto de lo político y “Lo político y las transformaciones” de G.
Marramao, enfatizan las dimensiones autónomas y fundantes de lo político. Esta
perspectiva perdura aun cuando la crisis de la deuda obliga a Alfonsín a abandonar su
proyecto inicial de enfatizar las dimensiones participativas de la democracia y a aplicar los
planes del FMI en la Argentina, y cuando, las presiones militares, fuerzan al presidente a
abandonar la persecución de los crímenes de la dictadura.
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En 1991 muere Pancho Aricó y, en una entrevista que Portantiero concede en ese
mismo año a la revista El ojo mocho, defenderá vivamente la escisión entre democracia y
socialismo, sosteniendo que, en las condiciones de un mundo post guerra fría, el
pensamiento de Gramsci carece de valor para pensar la transición democrática, como
atestiguaba el hecho de que, en Italia, es “un perro muerto”.
Muchas gracias.