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Memorias de “un perro muerto”. Itinerarios y derivas del grupo Pasado y presente.

Congreso Internacional Latinoamérica en perspectiva


Anxo Garrido Fernández

El grupo de los gramscianos argentinos, como tempranamente se bautizó a los


intelectuales cordobeses expulsados del PC en 1963, supone un hito intelectual sin
precedentes en la recepción de Gramsci fuera de las fronteras italianas. La publicación en
1950 de las Cartas de la cárcel, tercer volumen de los Quaderni en la edición al cuidado
de Togliatti y Platone, inaugura un proceso de recepción y traducción —en el doble
sentido de verter a otra lengua y de convertir las categorías analíticas en factor de nuevas
prácticas en territorios inéditos— amparado por el afán de renovación cultural al que
Héctor Agosti quería someter a la vulgata marxista. Así, en el 52 se publican, con
traducción de Pancho Aricó las Notas sobre Maquiavelo y, en el 53, Cuadernos de cultura,
la revista oficial del partido, edita “El antifascismo de Antonio Gramsci” (nº 9-10),
conferencia de Togliatti que permite a toda una generación interpretar el fenómeno
peronista como una modulación de los esquemas fascistas.

La idea gramsciana de traducción, inspirada en la alocución de Lenin al IV


Congreso de la Komintern, postula que idénticas fases de la civilización poseen una
expresión cultural fundamentalmente idéntica, aun cuando el lenguaje sea distinto y se
encuentre determinado por la particular tradición de cada cultura y de cada sistema
filosófico”. Ajeno al segundo matiz que introduce Gramsci, Agosti sucumbe al “vértigo de
la analogía” y, sin calibrar debidamente los restos implícitos en toda traducción, pretende
elaborar una interpretación de la historia argentina a partir del análisis gramsciano del
Risorgimento y la Rivoluzione mancata.

Serán Juan Carlos Portantiero y José Aricó, los discípulos aventajados de Agosti,
quienes prolonguen más exitosamente su intento de interpretación de la realidad
latinoamericana en clave gramsciana y quienes apuesten por su estrategia de superación
del marxismo-leninismo. En la atmósfera de renovación que sucede al XX Congreso del
PCUS y, muy especialmente, en el humus voluntarista, patente en la proliferación ad
Infinitum de movimientos guerrilleros a partir de la Revolución cubana, la estrategia de
renovación pasará por centrar el debate en la cuestión de la objetividad en la teoría
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marxista. Así, en el número 59 de los Cuadernos de cultura (publicado en septiembre-
octubre de 1962), Óscar Del Barco, autor cordobés muy próximo a Aricó y Schmucler,
publica el excepcional ensayo “Notas sobre Antonio Gramsci y el problema de la
objetividad”, en el cual se desarrolla, tomando como punto de partida la I tesis sobre
Feuerbach, un análisis del historicismo absoluto y, en particular, del “Pasaje sobre el
análisis de las situaciones” en el cual se muestra como, incluso las correlaciones de
fuerzas económicas que sirven de principio de realidad a la acción política, son el
resultado de prácticas precedentes reificadas y que resultan modificables en la dialéctica
de la coyuntura concreta y de los abstractos movimientos orgánicos. La concepción
gramsciana de la totalidad social como la convergencia de temporalidades divergentes e
inconmensurables que se acoplan en un estadio contingente de su desarrollo, resultaba
inadmisible para los cánones deterministas del partido. No menos, por cierto, que para la
vulgarización con ínfulas orquestada por Althusser que tantos estragos causó en la
recepción latinoamericana de Gramsci.

El artículo de Del Barco ve la luz gracias a la mediación de Agosti, a la sazón


director de los Cuadernos de cultura, acompañado no obstante por una exigencia de
retractación y con la anunciada respuesta de unos de los miembros del consejo editorial
de la revista. Antes de que aparezca dicha respuesta, en abril de 1963, se publica el
primer número de la Revista Pasado y presente, cuyo editorial, que abogaba, dada la
capacidad que se atribuía al marxismo para sintetizar los resultados de diferentes
Weltangschaung, por el dialogo entre este y otras ramas del pensamiento, lo cual supuso
la inmediata expulsión de Schmucler, Del Barco y Aricó, del PCA. Al tiempo que
Portantiero, afincado por entonces en Buenos Aires, lo abandonaba para fundar la
organización Vanguardia Revolucionaria.

En esta primera etapa (abril de 1963-mayo de 1965), Pasado y Presente será un


grupo genuinamente cordobés. Muy influido por el humus cultural de una ciudad pequeña,
con una universidad antigua, una distribución urbana radial que hace converger las
instituciones obreras, estudiantiles y administrativas en un núcleo urbano mínimo y las
posibilidades de hibridación entre experiencias políticas dispares que brindaba la ciudad
industrial forjada durante el desarrollismo peronista. En este contexto, el grupo obligado a
desarrollar su actividad por fuera de los cauces institucionales de la izquierda oficial,
recurrirá a una interpretación de Gramsci en clave culturalista, es decir, marcada por el
elemento de continuidad que brinda el abordaje nacional-popular y el elemento disruptivo
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que se atribuye a la reforma intelectual y moral. Además, se plantea, como una de las
obsesiones del grupo, la búsqueda de un sujeto político de transformación social, con lo
que, en esta primera etapa, se hace un énfasis especial en las indicaciones
metodólogicas para el estudio de las clases subalternas, que Gramsci expone en el
Cuaderno 25. Se trata de un afán por aprovechar el abandono de la vida subcivil por
amplios sectores sociales gracias al peronismo. Gramsci, sin embargo, no pasa de ser
una mera nota diferencial del grupo, el imaginario de Pasado y presente consiste en una
amalgama de doctrinas guevaristas, maoistas, leninistas, tercermundistas, etcétera. Y su
actividad política se reduce al contacto con estudiantes y grupos guerrilleros. Así, el grupo
se encuentra en la órbita del Ejército Guerrillero del Pueblo, el cual llega a financiarle el
número 7-8 de la revista a condición de que se publique en esta el artículo “El Castrismo:
la larga marcha de América Latina” de Regis Debray. Para Pasado y Presente, existía
entonces una continuidad entre tareas culturales y guerrilleras, lo que lleva a varios de
sus miembros a prestar apoyo logístico a los grupos terroristas e, incluso, a pasar por
prisión. En realidad, se trata de un momento en el que el trabajo cultural se inscribe en un
entorno militante caracterizado por una densidad fabulosa, en el que, por decirlo con
Gramsci, casi cualquier proyecto ideológico goza de arraigo orgánico, pues existe un
conjunto abigarrado de instituciones y un ethos militante desconocido para la experiencia
del onanismo culturalista contemporáneo.

No obstante, el grupo se choca tempranamente con los límites de la estrategia


foquista y, el voluntarismo inicial, se matiza con un desplazamiento del centro de atención
hacia la cuestión obrera. Es este el momento en que la problemática esbozada por el
Gramsci ordinovista ocupa el centro de su reflexión. Se trata de volcarse hacia el mundo
industrial y plantear a partir de ahí las relaciones entre intelectuales y pueblo. En esta
tesitura, en plena dictadura de Onganía, Aricó inaugura un proyecto editorial de largo
aliento: los Cuadernos de Pasado y Presente (que publicará 98 números entre 1968-1983,
34 de ellos en el exilio mexicano, y todos ellos con tiradas superiores a los cuatro mil
ejemplares). El objetivo de Aricó era la deconstrucción real, en el imaginario político
argentino, del canon marxista-leninista imperante:

[Los cuadernos de Pasado y presente] pusieron en escena las polémicas que


comprometieron a los marxistas de distintas épocas y lugares de la historia del movimiento
obrero y socialista en el mundo: la experiencia de la Segunda Internacional y de la Tercera,
el problema nacional y colonial, la teoría del valor, etc. Este conjunto de asuntos que dentro
de cierta tematización vinculada a la experiencia de la Tercera Internacional en su fase
estalinista fue estructurada como un cuerpo cerrado y homogéneo de doctrina: el marxismo-
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leninismo, a lo largo de los cuadernos fue sometido a un trabajo de desagregación que
resultaba de la distinción de situaciones, figuras y teorías diferenciadas. […] Con otras
palabras aparecía un mundo de figuras que expresaron la heterodoxia de la Tercera
Internacional. Fue una especie de panóptico en el que la historia del movimiento socialista
dejaba de ser la del enfrentamiento entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, entre
una Internacional buena y otra mala; aparecían historias discontinuas y fragmentarias,
momentos de iluminación y momentos de ceguera, problemas que el debate no clausura (p.
156).

En este contexto se produce, desde una poco convencional óptica gramsciana, la


recepción de los acontecimientos del Mayo francés a los que se dedicaría un número de
los Cuadernos de Pasado y presente con textos, entre otros, de Sartre y André Gorz. El
Cordobazo en el 69, la caída de la dictadura en el 70, las disputas entre las Cátedras
Nacionales y Cátedras Marxistas (en las que Portantiero gana la plaza de profesor adjunto
al peronista Roberto Carri y disputa con Horacio González la herencia intelectual del
comunista sardo), el nacimiento de Montoneros a partir de la izquierda católica en el 72 y
su progresiva radicalización hacia posturas marxistas que culmina con la ruptura con
Perón en el 1974.

En este contexto reaparece la revista por el breve lapso de 9 meses (marzo-


diciembre 1973). Nos centraremos en el segundo número, cuyo editorial podemos
sintetizar en 6 puntos programáticos destinados a intervenir en la situación sobrevenida
por la victoria de Campora: 1) El peronismo tiene dos almas (nacionalista burguesa y
revolucionaria popular), tópico este que, traducido en el esquema nacional-estatal frente a
nacional-popular, acompañará a la producción de Portantiero y De Ípola al menos hasta la
publicación en 1981 de “Lo nacional popular y los populismo realmente existentes” [texto
que convendría leer a algunos firmes defensores del esquema laclausiano]; 2) Perón
quiere neutralizar la potencia nacional-popular; 3) La estrategia REVOLUCIONARIA (Con
mayúsculas, pues a esta altura se le confiere valor a la vez teórico y práctico al término),
ha de apoyarse en el ala izquierda del peronismo, restringiendo su acción a la actuación
hegemónica sobre las masas y abandonando las intentonas guerrilleras; 4) la política ha
de ser de masas; 5) el partido no es un presupuesto de la acción sino el resultado de las
diversas luchas, es decir, los antagonismos sociales poseen una continuación positiva en
forma institucional que debe ser estimulada y fomentada, la praxeología [por usar la
expresión de Manuel Sacristán] se concibe como la estrategia adecuada a la
transformación en clave socialista y democrática; 6) Finalmente, se trata de que la
hegemonía sea conducida por la fracción obrera del movimiento. La conjunción entre el
punto anterior y este, muestra claramente como el grupo se restringía, todavía, a la etapa
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consiliar del pensamiento gramsciano. Y comparten, por lo tanto, la misma fe que los
escritos sobre americanismo y fordismo de la primera mitad de los 30 vienes a desbaratar:
la creencia en la neutralidad de las fuerzas productivas y el surgimiento automático de un
orden en la producción que viene a negar el no-orden de la organización capitalista.

Los Montoneros desatienden esta estrategia elevando enormemente las cotas de


conflictividad social y facilitando la estrategia de la tensión. Esto, unido a los ecos de la
crisis del petróleo y a la voluntad de disciplinar a la fuerza de trabajo allanó el camino al
golpe de Estado de Videla. Hecho que fuerza el exilio de todo el grupo a territorio
mexicano. La reconfiguración mundial del mercado acontecida en 1973 confiere un papel
neurálgico a México y Venezuela que hace que el grupo se beneficie de la época dorada
de la universidad, cortada súbitamente por la deflación confiscatoria (mal)llamada crisis de
la deuda en el 82. Con Del Barco, De Ípola, Liliana Riz, Pancho Aricó y Juan Carlos
Portantiero en territorio Mexicano, se celebra un hito para la actualización (o degradación,
según el caso) del pensamiento de Gramsci. Me refiero al Seminario “Hegemonía y
alternativas políticas en América Latina” celebrado en la localidad de Morelia con la
presencia, junto a los ya citados, de Ch. Mouffe, Ernesto Laclau y Ludolfo Paramio, entre
otros, [que sería la tercera parte de este texto y que es uno de los puntos centrales con
los que me ocupo en mi tesis].

En este exilio mexicano Portantiero publica, en el número 54 de los Cuadernos de


Pasado y presente su texto Los usos de Gramsci, el cual se reeditará, como compendio
de 4 textos (1975, 1977, 1980, 1981) en 1981, conteniendo la intervención de Portantiero
en el Seminario de Morelia. Aunque volveremos sobre ello, conviene destacar el
desplazamiento de la cuestión consiliar al papel de la hegemonía como elemento central
en la teoría de la crisis y la revolución. Al tiempo que la cuestión se plantea, no
restringiéndola al plano discursivo y de interpelación ideológica, como hacen Laclau y
Mouffe en el mismo seminario, sino planteando la hegemonía como articulación
institucional. Como reorganización funcional y jerárquica de las formas de organización
que componen la trama privada del Estado y que juegan un papel en los antagonismos
desarrollados en este campo de fuerzas. En cuanto a Aricó, su carrera académica
despega en esta etapa, además de los estudios sobre Mariátegui publicará en 1980 su
obra Marx y América Latina [critica la atribución de etnocentrismo a Marx y se centra en el
resabio hegeliano de los pueblos sin historia, así como en la fobia marxiana al
bonapartismo]. La reflexión de estos autores se concentra en la revista Controversia
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(1979), cuyo comité de redacción aglutina a representantes del peronismo y a miembros
de sectores socialistas. El resultado de las controversias entre ambos será que cada
bando salga con las mismas ideas.

Sin embargo, el exilio afecta a las posiciones de estos autores. Si, en la línea de mi
admirado Arthur Rosenberg, autor traducido y publicado en los Cuadernos de Pasado y
Presente, democracia y socialismo se comprendían como fenómenos equivalentes,
progresivamente se pasará a una disociación de ambos términos y a un privilegio de la
democracia como método, frente al socialismo como proyecto político. Esta evolución,
que no resultaba evidente al menos hasta el año 81, alcanza toda su gravedad con el
retorno a Buenos Aires en 1983 tras la victoria de la Unión Cívica Radical de Raúl
Alfonsín. En su retorno descubren que la reflexión desarrollada en el exilio no ha sido
seguida por sus compatriotas y se encuentran con que el proyecto de masas que habían
esbozado carece del apoyo necesario. Esto, unido a que el propio Alfonsín comienza a
mostrar interés por sus formulaciones teóricas lleva a una progresiva transformación de
del proyecto del grupo, a una deriva desde la perspectiva revolucionaria construida en
torno a una hegemonía democrático-institucional, hasta una defensa de las instituciones
per se: los referentes teóricos serán ahora Rawls y Bobbio y, con el privilegio de la
democracia política sobre la social, Gramsci pasará al olvido o se someterá a la brida
eurocomunista.
Por lo demás, el grupo alcanza el cenit de su influencia: el club de lectura socialista
es uno de los acontecimientos intelectuales de la época, publican dos revistas de éxito La
ciudad futura y Punto de vista, se garantizan el acceso al poderoso con la creación del
Club Esmeralda —el cual asesora directamente a Alfonsín—, colocan a personas afines
en las facultades de filosofía e historia y, controlan la importante librería Gandhi. En
definitiva, realizan en cierto sentido su proyecto de hegemonía cultural inserta en
instituciones, al precio de vaciar su proyecto de todo potencial transformador y ubicándolo
en unas coordenadas reactivas, marcadas por el trauma de la dictadura y el exilio.
Vuelcan su trabajo intelectual en teorizar un nuevo contractualismo y, progresivamente,
con la publicación de El concepto de lo político y “Lo político y las transformaciones” de G.
Marramao, enfatizan las dimensiones autónomas y fundantes de lo político. Esta
perspectiva perdura aun cuando la crisis de la deuda obliga a Alfonsín a abandonar su
proyecto inicial de enfatizar las dimensiones participativas de la democracia y a aplicar los
planes del FMI en la Argentina, y cuando, las presiones militares, fuerzan al presidente a
abandonar la persecución de los crímenes de la dictadura.
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En 1991 muere Pancho Aricó y, en una entrevista que Portantiero concede en ese
mismo año a la revista El ojo mocho, defenderá vivamente la escisión entre democracia y
socialismo, sosteniendo que, en las condiciones de un mundo post guerra fría, el
pensamiento de Gramsci carece de valor para pensar la transición democrática, como
atestiguaba el hecho de que, en Italia, es “un perro muerto”.

Muchas gracias.

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