Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo.
Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los
infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que
ya no podía trabajar. Las manos le temblaban tanto, que no podía
enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para
hacer una costura recta.
Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían
casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían
tiempo para cenar con su padre una vez por semana. El anciano
estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos:
Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies, y mirando
bajo la mesa preguntaron:
El anciano respondió:
Pero, ¿soy tan ambicioso, parezco tan exigente si te digo que no basta, que
no fue suficiente ni el dinero, ni la ropa, ni ese coche, ni esta casa, porque
quiero -por qué siempre quise- algo más que no me diste? Y tu abultada
cartera, fuente siempre surtidora de remedios materiales, nunca tuvo los
billetes para comprar un solo minuto de tu atención necesaria, de tu
tiempo fundamental para ocuparte de mí.
Pensarás que fui un buen hijo, ¡Claro! porque nunca te enterabas: ¿Sabes
que troné en la escuela, que termine con mi novia y corrí una borrachera
en antros de mala nota, que probé la marihuana, que hacia pinta en el
colegio, o que le robé a mama? No, no lo sabes, nunca hubo tiempo de
pensar en cosas triviales; total, dices que “los adolescentes somos
traviesos y flojos, pero que al hacernos hombres enderezamos los pasos”
¿Qué no he de vivir sin todo esto? ¿Qué así mi vida está hecha? ¿Y quién
dijo que era vida la estancia en estos salones de los que sales y entras,
donde nunca puedo verte ni decirte: “Papi hoy si te quedas”? Nunca he
vivido en tu casa, nunca ha sido vida ésta. Ahora es que voy a vivir fuera
de aquí, lejos de aquí, sin la esperanza de que un día vengas a mi…y nunca
llegues.