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Hay padres que dicen sentir culpa por estar muchas horas fuera de la casa y
eso los lleva a hacer "la vista gorda" a situaciones que más tarde podrían
costarle caras. Una psicóloga dijo a Infobae.com que el "'no porque no', no
sirve"
Si hay algo que quien es padre varias veces se habrá preguntado es cuál es
la mejor manera de decir "no". Al parecer, desde el tono que se usa para dar
el mensaje, hasta el contenido del mismo y en contexto en que se lo emite
influyen en la manera en que será "recibido" y cuán hondo calará en el
receptor.
Para ella, "el poder más fuerte es la palabra y ser claro". Así, explicar las
causas de las órdenes que se imparten ayudará a que el niño sepa que sus
actos tienen causas y consecuencias.
"Decir 'no porque no' no sirve porque queda como un mero hecho
autoritario", remarcó la profesional, para quien es "muy importante el tono
firme y seguro del límite, dado que si el padre no está convencido de lo que
transmite, será difícil que el mensaje llegue".
Partiendo de la base de que los límites tienen que ver con la capacidad de
los padres de educar a los hijos, Micha aconsejó "no hacerlo desde el enojo".
Como en todos los órdenes de la vida, "si gritamos no nos escuchan; hablar
despacio hará que el mensaje sea claro".
"¿No estuve en todo el día y lo voy a retar?" es uno de los pensamientos que
–dijo- suelen tener muchos padres. Eso es así porque "el límite está
relacionado con algo negativo cuando en realidad es la manera de
enseñarles".
"Ellos saben qué es lo que está bien y qué no y manejan las situaciones
ignorándonos o haciendo de cuenta que no entienden lo que se les está
diciendo", explicó, y agregó: "Es importante que los padres tengan en
cuenta que muchas veces cuando retamos a nuestros hijos ellos sienten
cierta angustia de abandono o fantasean con que sus padres ya no los
quieren, es por eso que el objetivo es guiarlo y poner límites para que se
sienta apoyado y amado, no juzgado ni rechazado".
Finalmente, Micha destacó que "es muy importante que los padres sepan
reconocer y enfrentar su propio enojo en momentos difíciles con sus hijos;
no es necesario simular estar bien cuando está realmente enojado. La
palabra y a través de ella, la comprensión, son las únicas aliadas a la hora
de señalarle el correcto camino a nuestros hijos".
Muchas veces, los padres no somos conscientes que con los métodos
autoritarios, lo que estamos haciendo es proporcionándole a nuestros hijos
un modelo de dominio al que el niño se tiene que someter y que, sin lugar a
dudas, puede reproducir desde el papel de dominador.
Establecimiento
de límites de crianza
Las reglas en el hogar deben ser establecidas por los padres, por ser las
personas lo suficientemente maduras y responsables que guían el
curso de la armonía familiar; por este motivo se deben establecer
reglas totalmente claras para toda la familia con el fin de evitar
confusiones posteriores; esto es, que en dicho establecimiento de
reglas ambos padres deben de compartir su opinión sobre lo que se les
permitirá o prohibirá a los hijos, así como a ellos mismos; por ejemplo
imagine la siguiente regla establecida en casa: No se debe comer en la
cama. Esto implica por lo tanto, que solo bajo situaciones
extraordinarias, tales como enfermedades, visitas de familiares y a
casa de familiares donde esto se permita, etc.; esta regla podría
violarse, en caso contrario se debe de respetar siempre. Otro aspecto
importante para dar mayor claridad a esta regla consiste en que aún
los padres se encuentran comprometidos a respetar este acuerdo.
Precisar los premios y los castigos de acuerdo a la falta cometida por
algún miembro de la familia; esto es, que los padres de familia tiene el
derecho de imponer los castigos y las recompensas que mejor le
parezcan, aclarando que deben excluirse en su totalidad o en la
mayoría de los casos posibles el uso y el abuso del castigo físico hacia
el niño o la pareja; esto se justifica plenamente porque se ha
demostrado claramente que el uso y abuso de los golpes sólo genera
sentimientos de hostilidad, rencor, y temor hacia quien los aplica de
manera indiscriminada (puede tratarse de el padre, la madre o bien el
hermano que asume un rol que no le corresponde). Por lo tanto se
brindan a continuación algunos ejemplos de castigos que podrían ser
aplicables: No permitir ver T.V., no dar dinero, no comprar dulces,
negar permisos, etc.
El último aspecto versa sobre la constancia en la aplicación de premios y
castigos que se usen; esto porque uno de los mayores conflictos que se
presentan en la educación, radica en la pobre congruencia que los
padres utilizan en la aplicación de recompensas y castigos. En la
mayoría de los casos los premios y los castigos quedan reducidos a
simples amenazas y/o promesas que difícilmente se cumplen.
El dialogar es la mejor manera que tienen los padres para superar estos
conflictos, este aspecto siempre se propone y se invita a los padres a que
platiquen, sin embargo los padres no siempre se encuentran dispuestos a
establecer una comunicación que de solución a los problemas que se
presentan en la educación familiar; por lo que se les invita a que realicen un
mayor esfuerzo en el momento de establecer acuerdos. Sólo recuerden que
lo que logren el día de hoy lo verán realizado el día de mañana cuando sus
hijos crezcan y encuentren que sus hijos se han convertido en personas
responsables y maduras, y no en padres intolerantes y personas
irresponsables e inmaduras.
En el primer caso se observa que los padres consideran que nunca o en muy
contadas ocasiones se podrían equivocar sobre la educación que dan a sus
hijos; por lo tanto esperan que sus hijos sean también seres perfectos; esto
es, que nunca desobedezcan, que siempre se encuentren en disposición de
actuar según la voluntad y capricho de los padres, como si ellos no tuvieran
alguna opinión válida sobre cualquier evento que se presente en la familia.
Por otro lado los padres que pertenecen al segundo grupo comúnmente son
personas que en la mayoría de las ocasiones esperan a que alguien más les
indique como actuar, como reaccionar ante las conductas y peticiones de
los hijos, etc., Esto es, esperan que se les indique como educar a sus hijos
como si se tratara de una receta de cocina.
La sobreprotección
Causas de la sobreprotección:
En resumen, es claro que educar a los hijos es una tarea difícil y titánica de
conseguir; sin embargo, se encuentra muy lejos de ser imposible. Como
padres debemos tener en consideración la edad del niño para indicar las
reglas, castigos y recompensas que se utilizaran. Los padres deben
mantener siempre abierta una vía de comunicación entre ellos y con sus
hijos para evitar a toda costa un alejamiento afectivo que se pueda suscitar
por un manejo inadecuado de la disciplina, esto será posible en el momento
en que los padres acepten que se alejan mucho de la perfección, así
también a considerarse como seres totalmente incapaces de educar a un
hijo por la inseguridad permanente de si actuaron correctamente o no. Solo
recuerden que como padres siempre debemos preocuparnos por el
bienestar de nuestros hijos, aun cuando esto consista en ocasiones de
castigar o prohibir algo a nuestros hijos.
Aplicando límites
• Los niños necesitan ser guiados por los adultos para que aprendan cómo
realizar lo que desean de la manera más adecuada.
• NO queremos que los niños crean que porque deseamos ser sus amigos,
ellos podrán hacer lo que deseen. No queremos tampoco que nos tengan
miedo. El mundo necesita gente que tenga coraje y que sea original, no
gente TIMIDA.
• La DISCIPLINA depende en gran parte de las habilidades y de las
conductas de los adultos, como también de la capacidad para combinar el
afecto y el control. Esto es difícil, pues exige mucho de nosotros mismos. La
buena disciplina no es solamente castigar o lograr que las reglas se
cumplan, implica también que nos gusten los niños y que ellos se sientan
aceptados y queridos por nosotros. El proveerles de reglas claras y
apropiadas es sólo para su protección.
• Además, debemos recordar que el tono de voz, el uso de las manos, los
gestos y las acciones pueden contribuir a controlar problemas. Las palabras
del adulto también pueden ayudar al niño a comprender sus sentimientos y
los de otros.
• Sé que puedes.
• Por eso te enseño y te exijo.
• Y como sé que te cuesta esfuerzo, te lo reconozco.
• Tenga en cuenta que igual que usted como padre – madre puedes
modificar la conducta de tus hijos, éstos modifican de forma intuitiva tu
propia conducta.
• Las normas deben ser claras, esta bien definidas, y se adecuadas para
cada niño según la edad.
• Es importante establecer diferencias entre los hermanos. De otro modo los
mayores tienen la sensación de que crecer sólo trae consigo obligaciones y
no tardarán en aparecer conductas regresivas (comportamiento infantil) y,
por su parte, lo pequeños no desearán crecer, ¿para qué perder privilegios?
• No es injusto que un pequeño se quede, por ejemplo, sin ir a una actividad
o no pueda recibir una bicicleta hasta tener 3 años más. De este modo
deseará crecer y hacerse mayor como su hermano. Hacerse mayor será
deseable porque ser pequeño no trae consigo todos los privilegios.
• No pida cosas que el niño o la niña no puede hacer.
• Cuando exija al niño, no actúe de forma contradictoria.
• Sea coherente en la aplicación de las normas.
• Cuando se produzcan desacuerdos entre los padres sobre la forma de
educar a los niños, nunca se deben discutir delante de ellos.
• Evite centrar la autoridad en un solo padre – madre.
• No delegar la autoridad en otro.
• No se desautorice nunca.
• No modifique los castigos (consecuencias) una vez anunciadas.
• No castigue con algo que no pueda cumplir.
• Acostúmbralo a pedir permiso.
• Cuando tengas que poner un castigo: no te alteres, por nada del mundo.
f) Finalmente recuerde:
Los adultos que conviven con el niño tienen que estar de acuerdo acerca de
los límites que debe tener: qué se le permite y qué se le prohíbe. Hay que
ser cuidadoso con el castigo, porque si éste no se lleva a cabo
adecuadamente, el niño no aprenderá lo que es bueno y malo, no
fortalecerá su moral. Tal vez deje de hacer lo que se le censura por temor,
pero no por convicción. Lo importante es que el adulto ejerza su autoridad
de manera que le dé la oportunidad al niño de aprender algo de la
experiencia. Ante un berrinche, por ejemplo, se lo puede ignorar, excluir al
pequeño del grupo hasta que se calme, y explicarle que esas son las
consecuencias de su acción. Aprenderá a tener más cuidado la próxima vez.
Se le puede invitar a que participe en la reposición del daño causado,
remendando el libro destruido, el juguete quebrado, el dedo maltratado del
hermano y, por último, es importante afirmar que la censura mediante
palabras o gestos es a menudo insuficiente para que el niño se dé cuenta de
que con su acción ha roto el vínculo de confianza mutua y de solidaridad al
hacer algo desagradable a los otros, si existe una fuerte relación familiar.
La falta de capacidad de los mayores para poner límites a los jóvenes es sin
dudas uno de los grandes problemas de nuestros tiempo. Todos hablan de la
necesidad de poner límites a los adolescentes, pero nadie se siente
encargado de hacerlo: la tarea siempre le corresponde a otro. Los profesores
dicen de sus alumnos : «Si en la casa no les ponen límites, ¿qué podemos
hacer nosotros?» Los padres responden: «La escuela está en crisis, nuestro
hijo "se desata" allí. La culpa no es nuestra.» Jaime Barylko ha dado una
explicación de este desentendimiento de los mayores: “El siglo XX ha sido
el siglo de la permisividad, un tiempo en el cual los padres que habían
experimentado el exceso de autoridad, creyeron que lo mejor que podía
pasarles a sus hijos era la permisividad. Esta permisividad estuvo también
sostenida por ciertas teorías psicológicas.” [1]
Algo está bien definido cuando sabemos lo que es y lo que no es. Una
persona tiene una identidad definida cuando sabe quién es y quién no es,
cuando sabe lo que piensa, siente y quiere. Pero al mismo tiempo, sabiendo
esto sabe lo que no piensa, lo que no siente y lo que no quiere, lo que no
puede y lo que no debe. Sabe quién es, qué lo diferencia de los otros, y no
se confunde. Esto le da conciencia de su identidad. Esto le da unidad y le
permite reconocerse y moverse adecuadamente en su ámbito.
Para ver con mayor claridad por qué los límites le dan identidad a la
persona, nos detendremos a analizar sus dos funciones, a las que
llamaremos negativa y positiva respectivamente. La negativa es aquella por
la cual los límites nos recortan algo, como si nos quitaran cosas o nos
empobrecieran, privándonos de lo que no es nuestro. Podemos decir, en
referencia a esta función, que los límites restringen el deseo, distinguiendo
la realidad de la fantasía. Por su parte, la función positiva es la que
constituye, la que dice lo que se es, la que establece quiénes somos ante los
otros.
Ambas funciones de los límites, actuando simultáneamente, nos dan la
identidad, nos definen como personas y nos ubican en la realidad, porque
nos permiten saber quiénes somos y quiénes no. Descubrimos quiénes
somos, con toda la riqueza y la pobreza que acompaña a ese
descubrimiento. Pobreza, si nos creíamos más de lo que éramos. Riqueza, si
nos damos cuenta que somos totalmente originales, únicos e irrepetibles,
que no podemos confundirnos con los otros.
En sus relaciones sociales actuales y futuras, los niños tienen que reconocer
y valorar su propia identidad y la de los demás. El amor sólo es posible entre
personas con su propia identidad. Sin identidad no hay amor sino
sometimiento y posesión.
“El ser humano logra bienestar si, en sus relaciones consigo mismo y con
los demás, se mantiene en esos límites, moviéndose con libertad en ellos.
En cambio, si despliega una búsqueda de sí o de los otros, creando objetivos
y expectativas fuera de esos límites personales, se siente mal. En tal caso,
sus capacidades y aptitudes de ser intentan sobrepasar su realidad.
Entonces, vive una fantasía; o bien sufre la angustia y frustración de no
alcanzarse a sí, ni comprender a los otros.” [3]
Tenemos que perder el miedo a limitar a los niños. Limitar no es aniquilar.
Limitar es dar vida, si lo hacemos adecuadamente. El gran peligro reside en
ver en los límites sólo su aspecto negativo-empobrecedor: lo que nos quitan
y nos prohíben.
Los límites son educativos por lo siguiente: la realidad nos limita. Mal que
nos pese, no somos omnipotentes. Y es bueno ir vislumbrando esto desde
chicos. La realidad no es tan manipulable como los niños o los adolescentes
pretenden desde su pensamiento mágico y egocéntrico. La vida muchas
veces nos dice no y, si no sabemos aceptarlo, viviremos resentidos.
Por ello, la educación tiene que llevar a la persona a comprender y aceptar
que no todo saldrá siempre según su deseo, que no siempre logrará lo que
se propone. Esto se denomina tolerancia a la frustración y es un rasgo
fundamental de la personalidad madura. Quien no lo adquiere será un
caprichoso consentido, aunque tenga 40 o 65 años.
“Entonces, cuando papá dice «basta» o «no hay más», o «esperá un ratito»
o «hasta acá», de algún modo está funcionando como un representante de
lo real para ese hijo; le está adelantando situaciones que tendrá que
experimentar, lo está ayudando a ubicarse.” [4]
Los límites son educativos porque ayudan al joven a salir de su narcisismo y
a prepararse para amar. “Miremos cuando la madre le pone una condición
(«te dejo ver los dibujitos si ordenás la pieza») o plantea una renuncia o un
sacrificio por amor («no pidas este juguete porque papá anda con poca
plata a pesar de todo lo que trabaja»): esto hace que el hijo o la hija deje su
narcisismo (el quererse a sí mismo/a por sobre todo lo demás) y vaya
aprendiendo el verdadero amor vincular desde sus primeras relaciones
afectivas.” [5] Reconocer el deseo del otro es uno de los rasgos más
importantes de madurez.
Los límites son educativos porque ayudan a la persona a desarrollar la
aceptación de la ley y el respeto a la autoridad legítima. “No puede haber
socialización ni verdadero sentido de la justicia si no se renuncia al principio
del propio placer y al interés egocéntrico.” [6]
El deseo del propio placer tiene sus propias leyes. Su consigna es: ¡Quiero
todo ya! Los límites ponen fin a esta fantasía de omnipotencia e ilimitación.
Así, los límites nos ubican en la puerta de la satisfacción más profunda de la
persona, su realización en la dimensión relacional, su realización en el amor.
Si el niño o el adolescente permanecen en un estado de ilimitación, de
satisfacción espontánea de sus continuas demandas, nunca llegarán a la
madurez humana. Como se ha señalado: “ […] cometeríamos un grave error
educativo si persistiéramos en una concepción anacrónica, como también si
desaprensivamente echáramos ahora todo por la ventana, y proclamáramos
la pura y absoluta espontaneidad, abandono al hombre, al niño, al
adolescente, a sus deseos. No hay educación sin una adecuada dosis de
frustración. Porque toda educación supone la reducción del deseo y de la
fantasía de omnipotencia.” [7]
Que no quede ninguna duda: el establecimiento de límites es esencial a la
hora de educar.
A) Herramientas de Actitud:
B) Herramientas de Acción: