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A la B

Eran partidos fieros, ciertamente éste más que ninguno. Peleamos para no descender.

Las piernas se entumecen, cuesta que los ojos se fijen, cualquier cosa sirve para

perder el miedo. Agarré la chupeta y tomé un trago de agua, “Ganar primero,

combatir después”, eso lo decía Nelson Oyarzún, cuesta que me acuerde de la frase,

tal vez sea al revés. Entonces miro el piso del camarín, miro la puerta, me fijo en las

calcetas amarradas, en el nudo ciego que forman, en los dientes chuecos de Severino

(nuestro stopper), todo para buscar la condenada concentración y la concentración no

existe, al menos no en ese camarín. Parecemos muñecos o trapos, un equipo de taca-

taca abandonado, en desuso. El profe se inquieta y escucha la radio a ver si le soplan

alguna formación ideal. Pero en la radio no paran de salir boleros, uno tras de otro, la

escena no puede ser más triste y en diez minutos más salimos a la cancha, todos nos

dan por perdidos.

“Saben que más-dijo 'el Poroto' Sabala-me largo de esta cagá, no aguanto más”, la

pera le tiembla, sentado se encoge y oculta tras los brazos. El profe le dice que es

imposible, que él es el único hombre gol que tenemos. “Pero si no meto uno en 20

fechas, hasta en la casa me agarran pal hueveo”. Entre todos nos miramos

estupefactos, se suponía que esta es la última charla antes del partido del año y en los

entrenamientos sólo jugábamos pichangas nada serias, con rendimientos escuetos y

sin ninguna planificación. El profe creía en un futbol espontaneo, del momento “no

hay que encerrarlo todo en tácticas” todos le creíamos. No le quedaban cigarrillos.


Así que en medio de ese aire asfixiante, Merino (el utilero), busca entre su bolso, saca

una botella plástica de litro llena de aguardiente junto a dos tarros de café dolca: uno

con pólvora y otro de merquen. Elige la oncena titular mediante entrega de un vaso

de cumpleaños lleno del brebaje y a cucharadas nos embute los dos polvillos

mezclados. Él es el último en servirse. Junto al técnico, los dos agarran un crucifijo e

invocan un grito de guerra que nunca habíamos escuchado. Algo que para nada era

referente al club (parecía un grito colegial), pero que emergía con tanta pasión de

ellos que nadie dudo en seguirlos. Nos tomamos la chupilca, gritamos ¡Viva Chile! y

otra mierda.

Salimos a la cancha echando aserrín por la ñata, embravecidos hasta pa agarrar a

mordiscos contrincantes, pelota, estáticos, árbitros, todo parecía caer en nuestras

bocas. Mostrábamos los dientes, algunos choros escupían a cada minuto. Partimos y

con el Poroto nos lanzamos derecho al ataque, nadie parecía detenernos y dábamos

cada pase con una facilidad desesperante.

Ahí estaba Cereceda, pase a la izquierda. Los chuteadores parecían cucharas. Patadas

descaradas rompían canilleras y provocaban el enojo de los utileros y cuerpo técnico

enemigo. Falta. Gol! Uno que empuja. Merino se abraza junto al Profe. Dan saltitos.

1-0. Eran puras visiones, éramos grandes jugadores. El huaso Estero hacía piruetas y

no marcaba contrincantes, seguía al árbitro de arriba abajo, hasta en los corners le

miraba con odio y antecedía sus movimientos. El desconcierto era absoluto, la no-

táctica infalible. Término de los primeros 45 minutos.


En el camerino Merino y el profe nos tenían más vasitos de cumpleaños servidos,

mientras masticábamos la mezcla de polvo que nos daban en cucharadas, repetían

más gritos y parecían cargar con una borrachera inaudita. Aún así se hicieron dos

cambios por los desmayos que tuvieron Gacitua y Carlitos Cerda. Unos corrían en

círculos en el camerino, no podían estar sin moverse. Vuelta a la cancha. Toque de

pared entre el 8 y 6. Los mediocampistas contrarios se arrastran sin darle a la pelota

ni las piernas. A veces dejábamos las jugadas a medias, a veces corríamos cierta

distancia con el balón, cercanos al área rival y celebrábamos los goles antes de

meterlos. 'El bus' Meneses, nuestro arquero, insultaba a los gráficos, a los periodistas.

Cuando quería hacía un saque de portería y metía más balones a la cancha. Era un

literal despelote. “No bajamos a la B ni cagando mierda!!” gritaban los laterales. Y el

profe con lágrimas abrazaba la botella y el crucifijo como si estos fuesen, ayudante y

preparador físico. Merino seguía sirviéndose cortitos. En el banco de suplentes no

quedaba nadie sobrio. Y todo el estadio cantaba de lleno. Por primera vez nos

sentíamos locales. El equipo contrario terminó por meterse atrás. Pitido final. El

partido 1-0. Ganamos y mantuvimos la categoría. El efecto nos duró el día completo.

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