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LA NAVIDAD

A propósito de la misión catequética de la liturgia, hemos dicho ya que en la


celebración se integran dimensiones muy diversas. Lo fundamental es que es
acción santificante con la que se rinde culto al Padre. Pero, en torno a eso y al
servicio de su adecuado funcionamiento, hay una serie de elementos que también
dan su aporte.
Uno de esos elementos es la actitud de diálogo con la cultura a partir de la
cual la liturgia realiza su labor evangelizadora. Lo que técnicamente hemos dado
en llamar “inculturación”.

La liturgia romana y la inculturación


El título de este apartado es el mismo de un documento publicado por la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos1 en el año
1994.
En ese texto, a partir de una visión dinámica de la cultura, se recuerda que
la inculturación debe ser claramente diferenciada de la adaptación. Cambiar
“vosotros” por “ustedes”, incluir en la liturgia un género musical acorde con su
naturaleza o establecer la forma de hacer un determinado gesto, son acciones
laudables previstas incluso por la disciplina eclesial, pero ninguna de ellas puede
ser considerada “inculturación”. Son algunos ejemplos de las abundantes
posibilidades de adaptación que pueden acompañar, según las orientaciones de la
Iglesia, los procesos evangelizadores desde su inicio.
La inculturación es -más bien- una íntima transformación de los auténticos
valores culturales por su integración en el cristianismo y el enraizamiento del
cristianismo en las diversas culturas humanas. Se trata de hacer que el cristianismo
entre en una cultura y se haga parte esencial de ella; para que, transformada desde
su profundidad, esa cultura sea capaz de generar nuevas formas de expresión que
sean ya cristianas desde su inicio; con lo cual, además, se evita el riesgo del
sincretismo.
La inculturación, como podemos ver, es un proceso que empieza en un
ámbito mucho más amplio que el ritual, consiste en la evangelización de una
determinada cultura y su consecuente transformación. Al final de ese camino, se
generarán también expresiones rituales nuevas que serán una diáfana
manifestación de esa cultura entonces renovada por la presencia del Evangelio. A
diferencia de la adaptación, la inculturación ritual no es un punto de partida, sino
de llegada; no está presente desde el inicio del camino evangelizador, sino que es
el fruto maduro de la evangelización.

1 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, “La liturgia romana y la
inculturación. IV Instrucción de la Congregación para el Culto divino para aplicar debidamente la
Constitución ‘Sacrosanctum Concilium’ del Concilio Vaticano II”, 25 de enero de 1994: A. PARDO,
Documentación litúrgica. Nuevo Enquiridion. De San Pio X (1903) a Benedicto XVI, Burgos: Editorial Monte
Carmelo, 20082, p. 1305-1326.
La inculturación de ayer y la celebración de hoy
Nos hemos detenido, al menos brevemente, en el concepto de
evangelización porque desde allí podemos entender mucho mejor algunos
elementos esenciales para la definición de lo que es la Navidad. Pues la ubicación y
estructura de este tiempo litúrgico, según nos lo explica el Padre Jounel2,
constituyen un buen ejemplo de lo que buscamos expresar en el apartado anterior.
Debemos recordar, en efecto, que nuestra actual ubicación de la Navidad no
obedece a una preocupación histórica, sino a la intencionalidad catequética de una
Iglesia que, para transmitir la luz del Evangelio, se sirve de las circunstancias
socio-políticas y plantea su estrategia pastoral en plena consideración de lo que
ellas significan.
Sabemos bien que, desde sus orígenes, la Iglesia asumió siempre una
propuesta evangelizadora tan activa que suscitara la transformación social, gracias
a la cual poco a poco se llegó a la despenalización y oficialización del cristianismo.
Pero la costumbre pagana de celebrar el “Nacimiento del Sol Invicto”, fiesta de la
divinidad y renacimiento del sol, parecía resistirse a ese cambio y se mantenía
ubicada el 25 de diciembre.
Los cristianos buscaron entonces profundizar en la comprensión de
mensajes como el que encontramos en el cántico de Zacarías, cuando se dice que
«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto»3. Y
a partir de esa reflexión, se va estableciendo la celebración del nacimiento de
Jesucristo justamente el 25 de diciembre, para proclamar que Él es el verdadero Sol
de Justicia que ha venido para librarnos del poder del pecado y de la muerte.
La ubicación de la Navidad, tal y como la tenemos ahora, es fruto de un
proceso evangelizador con el que se quiso dar respuesta a un problema que la
Iglesia venía enfrentando. Es un ejemplo de inculturación cuya consideración debe,
además, ayudarnos a entender con mayor claridad el sentido verdadero de este
tiempo litúrgico.
En primer lugar, debemos tener claro que la fiesta de Navidad no es el
“cumpleaños de Jesucristo”. Esta festividad siempre tuvo una dimensión
soteriológica que hoy debemos mantener: celebramos que el Hijo eterno del Padre
nació de nuestra carne para que, asumiendo nuestra realidad, nos diera la
salvación. Por eso, es preciso entender que:

«Navidad es un misterio. Pero no es un misterio


particular, distinto o independiente del de Pascua.
Navidad nos pone en primer lugar en contacto con las
primicias del sacramentum paschale: en efecto, contiene
el inicio del misterio de la salvación, ya que Cristo

2 Cf. Pierre JOUNEL, “El año”: A.G. MARTIMORT, La Iglesia en Oración. Introducción a la Liturgia, Barcelona:
Editorial Herder, 19924, p. 917-1050.
3 Lc 1,78; cf. Nm 24, 17; Ml 3, 20; Is 60,1 entre otros.
empezó a merecer por nosotros desde el primer instante
de su existencia humana»4.

Al asumirlo, podremos rescatar esa dimensión integral que no siempre está


presente en las frases y los cantos de la Navidad, muchas veces demasiado
marcados por lo anecdótico y emotivo. Pero, sobre todo, podremos comprender y
aprovechar mejor la abundante riqueza de este tiempo que se extiende hasta la
fiesta del Bautismo del Señor; pues todas las fiestas que figuran a lo largo de este
periodo están destinadas a mostrarnos diversas facetas de ese único Misterio de
Salvación que se nos ha manifestado en Cristo Jesús.

4 Pierre JOUNEL, “El año”: A.G. MARTIMORT, La Iglesia en Oración. Introducción a la Liturgia, p. 970-971.

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