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Muchas veces los adultos vivimos situaciones de estrés que pueden traducirse
en estados de ansiedad. Consecuentemente, experimentamos miedo o
angustia. Esa ansiedad no es más que una tensión emocional y muscular, una
manifestación de algún aspecto (físico, psíquico, emocional, espiritual...) de
nuestro cuerpo que afecta todo nuestro ser. Por lo tanto, nos sentimos nerviosos,
acelerados, perturbados. Los niños y niñas también lo perciben en nosotros, y en
ocasiones, absorben nuestros estados anímicos y se siente del mismo modo.
Ahora bien, ¿cuál es la ayuda que los adultos podemos y debemos brindarles?
En primera instancia tenemos que relajar el ambiente de una manera natural:
En cuanto a las rutinas de alimentación, es importante establecer horarios para
cada comida y ser constante en ello. Luego del lavado de manos y antes de
iniciar nuestra comida, podemos volver a la calma con un masaje suave o una
canción armónica, instrumental, que relaje el cuerpo y la mente; así haremos
una mejor recepción de los alimentos y estaremos más conscientes de lo que
estemos próximos a degustar. Durante este momento se desaconseja mirar
televisión y se alienta el diálogo familiar armonioso. Cada quien puede contar
qué planes tiene para ese día, cómo le ha ido en el colegio o en el trabajo.
Cualquiera sea nuestro credo, es una buena ocasión para agradecernos la
presencia en nuestra mesa. La calidad de la alimentación también es
importante, por eso debemos preservar la incorporación de verduras y frutas
frescas y secas, evitando la ingesta de azúcar refinado. Es conveniente endulzar
las comidas y bebidas con miel, azúcar mascabo o algún otro endulzante
natural u orgánico.
Otra práctica que hace consciente la respiración, es la de respirar por una sola
narina. La derecha ayuda a conciliar el sueño; la izquierda, a volver a la calma.
También se las puede ir alternando, tapando la que no uso con el dedo índice,
para lograr un estado armónico y de equilibrio. Es recomendable aplicarlas
gradualmente, comenzando por cinco respiraciones, e ir aumentando de a 5
por día. Si están nerviosos, alterados, o cuando rompen en llanto y no logran
volver a la calma, podemos pedirles que nos miren a los ojos, mientras tomamos
sus manos y hacemos que perciban nuestra respiración o los latidos de nuestro
corazón. Lo mismo con su propia respiración y latidos. Recordarles la forma
correcta de respirar por la nariz. También podemos preguntarles si desean que
los abracemos.
Contribuyen a la infancia las propuestas artísticas que les permiten expresar con
otros lenguajes, aquello que no pueden poner en palabras. Manipular
materiales blandos, como masa, arcilla o plastilina, amplían la creatividad, pero
además facilitan una descarga de energía que muchas veces se mal dirige a
otros objetos, o lo que es peor aún, hacia el propio cuerpo o hacia el cuerpo de
otra persona. Lo mismo sucede con las actividades que implican trabajar la
tierra. Esto nos ubica y conecta con nosotros mismos y con el entorno, nos da
seguridad y estabilidad, porque la tierra es nuestro anclaje y sostén.
Como bien sabemos quiénes compartimos la vida con infantes, los ambientes
naturalmente relajados son necesarios, pero no suficientes. Cuando nacemos, y
a medida que vamos creciendo, nos constituimos en partícipes de nuestra
sociedad. Ese entorno social se va ampliando conforme pasan los primeros
años. Es así como llega un día en el que nuestros hijos e hijas desean hacerlo
todo por sí mismos y es lógico que así sea, pues están construyendo su
personalidad, edificando su autoestima, elaborando confianza en sí mismos y
desarrollando sus potencialidades. No obstante, siguen necesitando de quien
guie y acompañé su crecimiento aportando pautas y límites claros y acordes a
su edad, para que puedan desarrollarse saludablemente en este mundo. Los
adultos ya hemos pasado por esos estados y podemos ayudar a los niños y niñas
a identificar esas emociones y a resolverlas, pero para ello es fundamental
aceptar y comprender que todas esas emociones pueden experimentarse
desde temprana edad.
¿Qué es un límite?
Estos límites han de ser significativos y concisos. Hemos de ser claros con nuestros
mensajes y perseverantes con su sostenimiento. Para lograrlo, debemos
manifestarles una intención real de querer estar presentes, compartiendo un
tiempo de atención, interés y disfrute, ocupándonos de reforzar lo que sí hacen
bien. A su vez es importante brindar claramente las razones de por qué tal o
cuáles cosas son consideradas inapropiadas o indebidas. Siempre que se
pueda, es significativo ofrecer dos opciones sencillas para que los niños puedan
elegir entre una y otra. “¿te pondrás el pantalón azul, o el verde?”
Conservar la calma
Como mencionáramos más arriba, las niñas y los niños perciben nuestros
cambios emocionales y eso puede alterar su estado anímico.
En algunas ocasiones, cuando los niños y las niñas hacen algo inaceptable, las
consecuencias de sus actos quedan opacadas o pasan desapercibidas tras
nuestro reto o castigo, Es contradictorio castigar con un golpe a un niño que
acaba de golpear a su hermano. Es importante dar a conocer al niño las
consecuencias directas de traspasar un límite. Debe ser una consecuencia que
tenga que ver directamente con el mismo y particular hecho ocurrido. Este
ejercicio, paulatinamente refuerza nuestra responsabilidad social y construye la
de nuestros niños y niñas.
A modo de ejemplo:
“No olvidemos que los niños necesitan de nuestra atención y nuestro cariño”
Bibliografía consultada: