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Universidad San Dámaso

LA PASTORAL LITÚRGICA AL SERVICIO DE LA PARTICIPACIÓN DE LOS


FIELES

Asignatura: Pastoral Litúrgica

Profesor: Luis Rueda Gómez

Alumno: José Sánchez Piso

Madrid 2018

Índice

Introducción

Aportación Pedagógica

Magisterio de la Iglesia

Conclusiones

Bibliografía

Introducción

Para entender bien en qué consiste la pastoral litúrgica, deseo recoger al


comienzo de este trabajo, y como introducción al mismo, un resumen de los apuntes
tomados en las clases de la asignatura de Pastoral Litúrgica, impartida por el profesor
Luis Rueda Gómez en la universidad San Dámaso, en el curso 2017-18. Al tratarse de
una síntesis es inevitable desechar conceptos que también son interesantes, pero no
tendrían sentido transcribir todo lo dicho en clase. Lo que se pretende es ofrecer una
guía de lectura de los documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia, lo que
constituye verdaderamente el propósito de este trabajo, sin perderse en lo que no
constituye lo fundamental de la disciplina abordada: La Pastoral Litúrgica.

La Pastoral Litúrgica tiene como objetivo que los fieles vivan cada vez con más
profundidad las celebraciones cristianas, para lo cual es necesaria una catequesis
mistagógica, que les introduzca en el misterio y les enseñe el significado de los
símbolos que forman parte de los diversos ritos. Por lo tanto, lo primero que
descubrimos al abordar esta materia es su relación intrínseca con la formación, como de
hecho veremos en este trabajo que ponen de manifiesto los diferentes textos
magisteriales que se refieren a esta disciplina. En particular, la catequesis de iniciación
cristiana también tiene que formar para la liturgia, y ha de hacerlo desde las diversas
materias. Por ejemplo, si no conocemos la Sagrada Escritura, no podremos entender
gran parte de los ritos sagrados.

Entre liturgia y pastoral se establece una relación bidireccional, en el sentido de


que la liturgia también es un medio de pastoral, pero por otro lado la liturgia ha de ser
objeto de la pastoral. Las celebraciones evangelizan y catequizan, pero para ello la
pastoral habrá de enseñar a la gente la manera de entender el lenguaje litúrgico. Además
hay que darse cuenta de que muchos fieles no reciben más pastoral que a través de su
participación en las celebraciones, lo cual tampoco ha de considerarse peyorativamente
sin más. De hecho, los orientales han confiado todas sus acciones pastorales a la
participación en los misterios, y Guardini previó un futuro similar dentro del
catolicismo, en el que el altar ya no sería el centro de la vida de la Iglesia, sino su vida
entera. Hoy en día se ha superado la dicotomía entre evangelización o
sacramentalización, ya que todas las formas en las que se lleva a cabo la primera han de
desembocar en la segunda, y la segunda también constituye una forma de conseguir la
primera.

Las diversas formas litúrgicas han ido diferenciándose por adaptación a la


cultura propia de quienes celebraban el único misterio cristiano, pero a menudo ha
sucedido que con el paso del tiempo, fórmulas en otras épocas muy expresivas, dejaron
de significar nada. Ese anquilosamiento impide que los fieles participen activamente en
las celebraciones, y sean formados por los ritos sagrados. Sin embargo, esta
participación de los fieles (en griego methexis, µέθεξις) es un derecho y un deber que
les otorga el bautismo. No en vano Santo Tomás entendía el carácter sacramental como
una habilitación para el culto.
Si ya antes se habían levantado voces demandando una mayor participación de
los fieles en la liturgia, incluso desde el Magisterio de la Iglesia, después de la II Guerra
Mundial el denominado Movimiento Litúrgico convirtió este objetivo en un clamor
compartido por amplios sectores de la Iglesia. Sin embargo, la rigidez de la celebración
o la lengua latina como única en la liturgia, impedían alcanzar esta participación. Por
ello se hacía necesario ordenar los textos y los ritos de manera que, expresando mejor
las cosas santas que significan, el pueblo pudiese entenderlos mejor, participar más
activamente en ellos y obtener más abundantemente sus gracias. Tampoco se trata de
introducir grandes novedades, pero sí de conseguir celebrar con devoción, tanto en la
escucha de la Palabra como en la adoración de la Eucaristía, en lo cual el sacerdote ha
de ocupar el primer lugar.

Las reformas litúrgicas pasan siempre por la investigación histórica de lo que se


pretende revisar, y sólo a posteriori se puede plantear una innovación, que siempre ha de
partir de lo ya existente. Vagaggini definió la liturgia como un conjunto de signos, pero
los que Cristo instituyó, no los que surgen de la creatividad de cada cual. Así se
comprende que las improvisaciones personales suelen denotar la ignorancia de quien las
lleva a cabo. ¿Entonces cómo resolver el problema de que algunas celebraciones,
irreprochables desde el punto de vista de las rúbricas, no lleguen al pueblo? La
respuesta a esta cuestión está en la pastoral, y en la demanda de una formación
adecuada.

Es innegable que el Concilio Vaticano II ha dado frutos en este sentido: De unos


fieles que asistían al culto como extraños y mudos espectadores, se ha pasado a un
pueblo que canta, reza, participa… Sin embargo, es evidente que no siempre se han
realizado bien las cosas: Se ha interpretado mal cuales eran verdaderamente los
objetivos, se han cometido abusos dando rienda suelta a iniciativas personales, y no
falta quien por todo ello postule una vuelta a la situación preconciliar.

Frente a los bandazos, de uno u otro signo, el camino a seguir viene marcado por
la fidelidad a los libros litúrgicos, que han de conocerse y comprenderse, y con cuyos
textos debe hacerse oración para que se integren en la espiritualidad del clero y de los
fieles. La liturgia debe impregnar toda la vida del cristiano, y toda la vida del cristiano
debe hacerse ofrenda en la celebración. Para que este objetivo se cumpla, no es
necesario cambiar la celebración, pero sí dar la formación necesaria que la haga
significativa, para lo cual habrán de verificarse una serie de condiciones.
De todo lo anterior, podemos colegir que la pastoral litúrgica es la acción que
tiene por objetivo inmediato la participación activa y fructuosa en la celebración, y por
finalidad, la construcción del cuerpo de Cristo, el pueblo de Dios. La liturgia es el
ejercicio del sacerdocio de Cristo, mediante signos sensibles (ritos y preces) que
significan y realizan la santificación del hombre. La celebración hace presente toda la
historia de la salvación, cuya cumbre es el misterio de Cristo, que transforma la vida de
los fieles. El misterio se actualiza en la celebración por medio del memorial o
anamnesis, que forma parte del ritual de cada uno de los siete sacramentos, e incluso de
otras ceremonias como la consagración de un altar o la profesión religiosa.

Así, santificación y culto van unidos. La liturgia ha de unir el misterio de Cristo, la


celebración concreta que lo actualiza, y la vida entera del cristiano que participa en ella.
La liturgia, que requiere la fe, también hace crecer la fe. En el esquema propuesto por el
profesor Triaca, están inseparablemente unidas la lex credendi, la lex celebrandi y la lex
vivendi. La acción de cada sacramento no se agota en la ceremonia, sino que ofrece una
gracia que ha de seguir presente en la vida de quien lo recibe. En el ofertorio no se trata
de entregar cosas, sino la propia vida por entero. La palabra de Dios ha de ser
proclamada y celebrada para poder ser vivida. La pastoral ha de abarcar tanto la
preparación del sacramento como el acompañamiento posterior.

Frecuentemente se ha entendido la participación con el ejercicio de determinados


ministerios durante la acción litúrgica. Sin embargo, existe una participación mucho
más importante, al servicio de la cual están quienes desempeñan esas funciones
concretas. Además, es evidente que no todos pueden hacerlo todo en una ceremonia.
¿Significa eso que los demás no participan? Es la acción del Espíritu Santo, en la
epíclesis, la que transforma el rito externo en una verdadera acción de Dios que
interviene en la vida de las personas y las santifica. La verdadera participación en la
liturgia consiste en adoptar las disposiciones adecuadas para que la gracia de Dios
pueda verdaderamente actuar en nosotros. Esta participación tiene una forma gradual, y
su forma más eminente es la Comunión Eucarística, en la que el Espíritu Santo nos
cristifica

Por lo tanto, participar en cualquier ceremonia litúrgica es vivir interiormente la


estructura memores, offerimus, petimus. Actualizar la salvación de Cristo, ofrecernos
con Cristo y pedir al Espíritu Santo que nos transforme a imagen de Cristo. Al servicio
de una correcta vivencia de esta dinámica ha de estar la Pastoral Litúrgica, que habrá de
enseñar que sólo viviendo según la voluntad de Dios haremos de nuestra ofrenda algo
verdadero, y mostraremos el fruto de nuestra participación en los sacramentos. En esto
consiste el sacerdocio común que hemos recibido en el bautismo, que por la unión con
Cristo ha hecho aceptable a Dios la ofrenda de nuestra vida (la prósfora). Toda la
existencia ha de convertirse en un culto en espíritu y en verdad.

Por otro lado, la liturgia ha de vivirse en la comunidad de la Iglesia, no en el


individualismo. La Iglesia es el sacramento de salvación, fuera de la cual no es posible
salvarse. Incluso la celebración afecta a toda la Iglesia, hasta a quienes no están
presentes. Por otro lado, la liturgia ha de vivirse en la comunidad de la Iglesia, no en el
individualismo. La Iglesia es el sacramento de salvación, fuera de la cual no es posible
salvarse, lo cual no quiere decir que no se salven quienes no forman parte de su
institución visible, sino que todos los que se salven lo harán integrados en ella. El
número 1091 del Catecismo de la Iglesia Católica dice que en la liturgia se realiza la
más estrecha colaboración entre el Espíritu y la Iglesia.

La participación litúrgica no ha de suponer ni una clericalización de los fieles ni una


desclericalización de los sacerdotes, ya que ha de mantenerse claramente cuál es la
naturaleza de cada uno de los sacerdocios, el común y el ministerial. El segundo está al
servicio de la realización del primero.

A pesar de haber explicado que participar no ha de circunscribirse al ejercicio de


determinados ministerios, la participación ha de ser interior, exterior y activa. Eso
explica que no esté participando plenamente un no bautizado o quien está en pecado
mortal, por más que esté presente en el interior del templo, o que la participación
dependa del estado anímico de las personas. Esta participación depende del estado de
cada cual: Por ejemplo, un casado sólo puede asistir a la Eucaristía como casado, ya que
el sacramento del Matrimonio le ha transformado ontológicamente. Lo mismo podría
decirse de un ordenado o simplemente de un bautizado. En la Eucaristía se actualiza esa
gracia que ha recibido en ese sacramento en concreto. Esta participación se comprende
que no depende de que se ejerza un ministerio determinado durante la misma.

La verdadera participación consiste en hacerse buenos recipientes que puedan albergar


de la manera más eficiente la gracia derramada por el Espíritu Santo para recibir la
salvación de Cristo y transformarse en él, configurando la vida con él. En las siguientes
páginas trataremos de exponer cómo diversos documentos magisteriales exponen los
principios que han sido expuestos en este repaso de los apuntes de la asignatura.
Vida = ofrenda a Dios

SC 12. Por esta causa pedimos al Señor en el sacrificio de la Misa que, "recibida la ofrenda de la
víctima espiritual", haga de nosotros mismos una "ofrenda eterna" para Sí.

SC 14. Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y
activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han
de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano.

SC 48. Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través
de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada,
sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den
gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en
la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos.

SC 104. Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los
demás santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya
alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por
nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia
proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo,
propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por los
méritos de los mismos implora los beneficios divinos.

SC 112. Por tanto, el sacrosanto Concilio, manteniendo las normas y preceptos de la tradición y
disciplinas eclesiásticas y atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es gloria de Dios y la
santificación de los fieles, establece lo siguiente:

SS 3 El misterio propuesto en la predicación y en la catequesis, acogido en la fe y celebrado en


la liturgia, debe modelar toda la vida de los creyentes, que están llamados a ser sus heraldos
en el mundo (cf. n. 10).

SS 8 En la celebración, la palabra de Dios expresa la plenitud de su significado, estimulando la


existencia cristiana a una renovación continua, para que "lo que se escucha en la acción
litúrgica, también se haga luego realidad en la vida" (ib., 6).

SS 16 En el Señor Jesús y en su Espíritu, toda la existencia cristiana se transforma en "sacrificio


vivo, santo y agradable a Dios", auténtico "culto espiritual" (Rm 12, 1). Es realmente grande el
misterio que se realiza en la liturgia. En él se abre en la tierra un resquicio de cielo, y de la
comunidad de los creyentes se eleva, en sintonía con el canto de la Jerusalén celestial, el
himno perenne de alabanza: "Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt
caeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis!".

EE 67. No obstante las amplias áreas descristianizadas en el Continente europeo, hay signos
que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y sirve a su
Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos auténticos, que viven momentos de silencio
contemplativo, participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su
existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se
pueden entrever, además, muestras de una «santidad de pueblo», que manifiestan cómo en la
Europa actual es posible vivir el Evangelio no sólo en la esfera personal sino también como una
auténtica experiencia comunitaria.

EE 80. No se debe olvidar que el «culto espiritual agradable a Dios» (cf. Rm 12, 1) se realiza
ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la entrega libre y generosa de uno
mismo incluso en momentos de aparente impotencia. Así, la vida está animada por una
esperanza inquebrantable, porque sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de
Cristo: es una vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales hemos de consolar, por
nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro camino (cf. 2 Co 1, 4).

Participación como disposición del ánimo para recibir la gracia

SC 11. Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la
sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y
colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano.

SC 49. Por consiguiente, para que el sacrificio de la Misa, aun por la forma de los ritos alcance
plena eficacia pastoral, el sacrosanto Concilio, teniendo en cuanta las Misas que se celebran
con asistencia del pueblo, especialmente los domingos y fiestas de precepto, decreta lo
siguiente:

SC 90. El Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además, fuente de piedad y
alimento de la oración personal. Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos
participan en dicho Oficio, que al rezarlo, la mente concuerde con la voz, y para conseguirlo
mejor adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los
salmos.

SC 102. [Celebración de los misterios de la salvación a lo largo del año litúrgico]


Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de
los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo
tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la
salvación.

VQA 10. Puesto que la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener
constantemente viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: «Es el
Señor» (Jn 21, 7). Nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante
de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la
caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los
primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental.

SS 6 ¿Se entiende como camino de santidad, fuerza interior del dinamismo apostólico y del
espíritu misionero eclesial?
EE 71. En las celebraciones hay que poner como centro a Jesús para dejarnos iluminar y guiar
por Él. En ellas podemos encontrar una de las respuestas más rotundas que nuestras
Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua e inconsistente. La liturgia de la Iglesia no
tiene como objeto calmar los deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús
que vive, honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones eclesiales
proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio de Jesús, nuestro Señor.

EE 71 Se trata de vivir la liturgia como acción de la Trinidad. El Padre es quien actúa por
nosotros en los misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos perdona, nos escucha, nos da
su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos, alabamos e invocamos. Jesús es quien actúa
para nuestra santificación, haciéndonos partícipes de su misterio. El Espíritu Santo es el que
interviene con su gracia y nos convierte en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

EE 71 Se debe vivir la liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura, término último
de nuestra esperanza. Como enseña el Concilio, «en la liturgia terrena pregustamos y
participamos en la Liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que
nos dirigimos como peregrinos [...], hasta que se manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos
manifestamos con Él en la gloria».

EE 72 La verdadera renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en


desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del misterio, de modo que las liturgias
sean momentos de comunión con el misterio grande y santo de la Trinidad. Celebrando los
actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus dones, como expresión de auténtica
vida espiritual, la Iglesia en Europa podrá alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a
quien la ha perdido.

EE 75. La Eucaristía, supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el


sacrificio de Cristo para nuestra salvación: «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el
bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua». La Iglesia, en su
peregrinación, acude a ella, «fuente y cima de toda la vida cristiana», encontrando la fuente de
toda esperanza. En efecto, la Eucaristía «da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una
semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas».

EE 75 Todos estamos invitados a confesar la fe en la Eucaristía, «prenda de la gloria futura»,


convencidos de que la comunión con Cristo, vivida ahora como peregrinos en la existencia
terrena, anticipa el encuentro supremo del día en que «seremos semejantes a él, porque le
veremos tal cual es» (1 Jn 3, 2). La Eucaristía es «gustar la eternidad en el tiempo», presencia
divina y comunión con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por naturaleza portadora de la
gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su
cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios.

Características de la participación

SC 11. Pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las
leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella
consciente, activa y fructuosamente.
SC 14. La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella
participación plena, consciente y activa.

SC 50. Revísese el ordinario de la misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el
sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y
activa participación de los fieles.

SC 79. Revísense los sacramentales teniendo en cuanta la norma fundamental de la


participación consciente, activa y fácil de los fieles.

SC 107. Revísese al año litúrgico de manera que, conservadas o restablecidas las costumbres e
instituciones tradicionales de los tiempos sagrados de acuerdo con las circunstancias de
nuestra época, se mantenga su índole primitiva para que alimente debidamente la piedad de
los fieles en la celebración de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del
misterio pascual.

VQA 10. Al ser una celebración de la Iglesia, la Liturgia requiere una participación activa,
consciente y plena por parte de todos, según la diversidad de órdenes y funciones [49]: todos,
tanto los ministros como los demás fieles, al desempeñar su cometido, hacen aquello que les
corresponde y solo aquello que les corresponde [50].

SS 7 Desde esta perspectiva, sigue siendo más necesario que nunca incrementar la vida
litúrgica en nuestras comunidades, a través de una adecuada formación de los ministros y de
todos los fieles, con vistas a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones
litúrgicas que recomendó el Concilio (cf. n. 14; Vicesimus quintus, 15).

No sólo en la liturgia: Orar y mortificarse en toda la vida

SC 12. Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En
efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto
para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol. Y el
mismo Apóstol nos exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo, para
que también su vida se manifieste en nuestra carne mortal.

SC 86. Los sacerdotes dedicados al sagrado ministerio pastoral rezarán con tanto mayor fervor
las alabanzas de las Horas cuando más vivamente estén convencidos de que deben observar la
amonestación de San Pablo: «Orad sin interrupción» (1 Tes., 5,17); pues sólo el Señor puede
dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajan, según dijo: «Sin Mí, no podéis hacer nada»
(Jn., 15,5); por esta razón los Apóstoles, al constituir diáconos, dijeron: «Así nosotros nos
dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra» (Act., 6,4).

SS 10 La vida espiritual de los fieles se alimenta en la celebración litúrgica. A partir de la liturgia


se debe aplicar el principio que enuncié en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Es
necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración" (n. 32). La
constitución Sacrosanctum Concilium interpreta proféticamente esta urgencia, estimulando a
la comunidad cristiana a intensificar la vida de oración, no sólo a través de la liturgia, sino
también a través de los "ejercicios piadosos", con tal de que se realicen en armonía con la
liturgia, como si derivaran de ella y a ella condujeran (cf. n. 13).
SS 14. La pastoral litúrgica, a través de la introducción en las diversas celebraciones, debe
suscitar el gusto por la oración. Ciertamente, ha de hacerlo teniendo en cuenta las capacidades
de los creyentes, en sus diferentes condiciones de edad y cultura; pero tiene que hacerlo
tratando de no contentarse con lo "mínimo". La pedagogía de la Iglesia debe "ser audaz".

SS 14 Esta atención privilegiada a la oración litúrgica no está en contraposición con la oración


personal; al contrario, la supone y exige (cf. Sacrosanctum Concilium, 12), y se armoniza muy
bien con otras formas de oración comunitaria, sobre todo si han sido reconocidas y
recomendadas por la autoridad eclesial (cf. ib., 13).

EE 67. No obstante las amplias áreas descristianizadas en el Continente europeo, hay signos
que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y sirve a su
Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos auténticos, que viven momentos de silencio
contemplativo, participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su
existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se
pueden entrever, además, muestras de una «santidad de pueblo», que manifiestan cómo en la
Europa actual es posible vivir el Evangelio no sólo en la esfera personal sino también como una
auténtica experiencia comunitaria.

EE 78 Toda forma de oración comunitaria presupone la oración individual. Entre la persona y


Dios se establece un coloquio franco que se expresa en la alabanza, el agradecimiento, la
súplica al Padre por Jesucristo y en el Espíritu Santo. Nunca se descuide la oración personal,
que es como el aire que respira el cristiano. Y se eduque también a descubrir la relación entre
ésta última y la oración litúrgica.

EE 80. No se debe olvidar que el «culto espiritual agradable a Dios» (cf. Rm 12, 1) se realiza
ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad por la entrega libre y generosa de uno
mismo incluso en momentos de aparente impotencia. Así, la vida está animada por una
esperanza inquebrantable, porque sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de
Cristo: es una vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales hemos de consolar, por
nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro camino (cf. 2 Co 1, 4).

EE 78. Junto con la celebración Eucarística, hace falta promover también otras formas de
oración comunitaria, ayudando a descubrir la relación entre ésta y la oración litúrgica. En
particular, manteniendo viva la tradición de la Iglesia latina, se han de promover las diversas
manifestaciones del culto eucarístico fuera de la Misa: adoración personal, exposición y
procesión, que se han de concebir como expresión de fe en la presencia real y permanente del
Señor en el Sacramento del altar. Se ha de educar a ver una conexión similar con el misterio
eucarístico en la celebración, personal o comunitaria, de la Liturgia de las Horas, cuyo valor
para los fieles laicos ha sido puesto también de relieve por el Concilio Vaticano II. Se exhorte a
las familias a dedicar algún tiempo a la oración en común, de tal modo que interpreten a la luz
del Evangelio toda la vida matrimonial y familiar. Así, partiendo de quienes se ponen a la
escucha de la Palabra de Dios, se formará una liturgia doméstica que marcará cada momento
de la familia.

Derecho por el bautismo


SC 14. A la cual [participación] tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo
cristiano, "linaje escogido sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 Pe., 2,9; cf. 2,4-
5).

VQA 12 Por ello conviene dar gracias a Dios por el paso de su Espíritu en la Iglesia, como ha
sido la renovación litúrgica [58]; por la mesa de la Palabra de Dios, dispuesta con abundancia
para todos [59]; por el inmenso esfuerzo realizado en todo el mundo para ofrecer al pueblo
cristiano las traducciones de la Biblia, del Misal y de los otros libros litúrgicos; por la mayor
participación de los fieles, a través de las plegarias y los cantos, de los gestos y del silencio en
la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos; por los ministerios desempeñados
por los laicos y las responsabilidades que han asumido en virtud del sacerdocio común, del que
participan por el Bautismo y la Confirmación; por la irradiante vitalidad que tantas
comunidades cristianas reciben de la Liturgia.

Educación

SC 14. Los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral,
por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que esto ocurra, si antes
los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la
Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea antes que nada a
la educación litúrgica del clero.

SC 17. En los seminarios y casas religiosas, los clérigos deben adquirir una formación litúrgica
de la vida espiritual, por medio de una adecuada iniciación que les permita comprender los
sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma, sea celebrando los sagrados misterios, sea
con otros ejercicios de piedad penetrados del espíritu de la sagrada Liturgia; aprendan al
mismo tiempo a observar las leyes litúrgicas, de modo que en los seminarios e institutos
religiosos la vida esté totalmente informada de espíritu litúrgico.

SC 48. Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través
de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada,
sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den
gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en
la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos.

SC 56. Las dos partes de que costa la Misa, a saber: la liturgia de la palabra y la eucarística,
están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto. Por esto el Sagrado
Sínodo exhorta vehemente a los pastores de almas para que en la catequesis instruyan
cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la misa, sobre todo los
domingos y fiestas de precepto.

SC 90. El Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además, fuente de piedad y
alimento de la oración personal. Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos
participan en dicho Oficio, que al rezarlo, la mente concuerde con la voz, y para conseguirlo
mejor adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los
salmos.

SC 105. Por último, en diversos tiempos del año, de acuerdo a las instituciones tradicionales, la
Iglesia completa la formación de los fieles por medio de ejercicios de piedad espirituales y
corporales, de la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia.

SC 108. Oriéntese el espíritu de los fieles, sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se
celebran los misterios de salvación durante el curso del año. Por tanto, el cielo temporal tenga
su debido lugar por encima de las fiestas de los santos, de modo que se conmemore
convenientemente el ciclo entero del misterio salvífico.

VQA 10. Por esto la Iglesia da preferencia a la celebración comunitaria, cuando lo requiere la
naturaleza de los ritos [51]; alienta la formación de ministros, lectores, cantores y
comentadores, que desempeñan un auténtico ministerio litúrgico [52]; también ha
restablecido la concelebración [53] y recomienda el rezo común del Oficio divino [54].

VQA 15. El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios:
pastores y fieles. La Constitución ya lo había subrayado: «No se puede esperar que esto ocurra
(la participación plena, consciente y activa de todos los fieles), si antes los mismos pastores de
almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser
maestros de la misma» [64]. Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los
Seminarios y Casas de formación [65] y continuar durante toda la vida sacerdotal [66]. Esta
misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos [67], tanto
más que éstos, en muchas regiones, están llamados a asumir responsabilidades cada vez
mayores en la comunidad.

SS 7 Desde esta perspectiva, sigue siendo más necesario que nunca incrementar la vida
litúrgica en nuestras comunidades, a través de una adecuada formación de los ministros y de
todos los fieles, con vistas a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones
litúrgicas que recomendó el Concilio (cf. n. 14; Vicesimus quintus, 15).

SS 12. Ante este anhelo de encuentro con Dios, la liturgia ofrece la respuesta más profunda y
eficaz. Lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos permite unirnos al sacrificio de
Cristo y alimentarnos de su cuerpo y su sangre. Sin embargo, los pastores deben procurar que
el sentido del misterio penetre en las conciencias, redescubriendo y practicando el arte
"mistagógico", tan apreciado por los Padres de la Iglesia (cf. Vicesimus quintus, 21). En
particular, deben promover celebraciones dignas, prestando la debida atención a las diversas
clases de personas: niños, jóvenes, adultos, ancianos, discapacitados. Todos han de sentirse
acogidos en nuestras asambleas, de forma que puedan respirar el clima de la primera
comunidad creyente: "Eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2, 42).

EE 72. Aunque se ha avanzado mucho después del Concilio Ecuménico Vaticano II en vivir el
auténtico sentido de la liturgia, todavía queda mucho por hacer. Es necesaria una renovación
continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y laicos.
EE 72 La verdadera renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias, consiste en
desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del misterio, de modo que las liturgias
sean momentos de comunión con el misterio grande y santo de la Trinidad. Celebrando los
actos sagrados como relación con Dios y acogida de sus dones, como expresión de auténtica
vida espiritual, la Iglesia en Europa podrá alimentar verdaderamente su esperanza y ofrecerla a
quien la ha perdido.

EE 73. Para ello se necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la
comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere, además, una
adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y una educación a vivirla en
plenitud. Por tanto, se ha de promover más una auténtica «mistagogía litúrgica», con la
participación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos, en las acciones
sagradas, especialmente en la Eucaristía.

Participación interna/externa

SC 19. Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la
participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de
vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel
dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño no sólo de palabra,
sino también con el ejemplo.

SC 99.Todos cuantos rezan el Oficio, ya en coro ya en común, cumplan la función que se les ha
confiado con la máxima perfección, tanto por la devoción interna como por la manera externa
de proceder. Conviene, además, que, según las ocasiones, se cante el Oficio en el coro y en
común.

Participación según la condición de cada uno

SC 19. Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la
participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de
vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel
dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño no sólo de palabra,
sino también con el ejemplo.

SC 28. En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio,
hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas
litúrgicas.

VQA 10. Al ser una celebración de la Iglesia, la Liturgia requiere una participación activa,
consciente y plena por parte de todos, según la diversidad de órdenes y funciones [49]: todos,
tanto los ministros como los demás fieles, al desempeñar su cometido, hacen aquello que les
corresponde y solo aquello que les corresponde [50].

EE 73. Para ello se necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la
comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere, además, una
adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y una educación a vivirla en
plenitud. Por tanto, se ha de promover más una auténtica «mistagogía litúrgica», con la
participación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos, en las acciones
sagradas, especialmente en la Eucaristía.

Medios de participación

SC 30. Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las
respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas
corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado.

SC 48. Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través
de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada,
sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den
gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por
manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en
la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos.

SC 51. A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles
ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado
de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura.

SC 52. Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual


se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la
fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las Misas que se celebran los domingos y
fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave.

SC 53. Restablézcase la «oración común» o de los fieles después del Evangelio y la homilía,
principalmente los domingos y fiestas de precepto, para que con la participación del pueblo se
hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier
necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero.

SC 111. De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y
sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus
servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles.

SC 110. Sin embargo, téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes
el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor y aun extenderse, según las circunstancias, al
Sábado Santo, para que de este modo se llegue al gozo del Domingo de Resurrección con
ánimo elevado y entusiasta.

VQA 12 Por ello conviene dar gracias a Dios por el paso de su Espíritu en la Iglesia, como ha
sido la renovación litúrgica [58]; por la mesa de la Palabra de Dios, dispuesta con abundancia
para todos [59]; por el inmenso esfuerzo realizado en todo el mundo para ofrecer al pueblo
cristiano las traducciones de la Biblia, del Misal y de los otros libros litúrgicos; por la mayor
participación de los fieles, a través de las plegarias y los cantos, de los gestos y del silencio en
la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos; por los ministerios desempeñados
por los laicos y las responsabilidades que han asumido en virtud del sacerdocio común, del que
participan por el Bautismo y la Confirmación; por la irradiante vitalidad que tantas
comunidades cristianas reciben de la Liturgia.

SS 8 En la celebración, la palabra de Dios expresa la plenitud de su significado, estimulando la


existencia cristiana a una renovación continua, para que "lo que se escucha en la acción
litúrgica, también se haga luego realidad en la vida" (ib., 6).

SS 12. Ante este anhelo de encuentro con Dios, la liturgia ofrece la respuesta más profunda y
eficaz. Lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos permite unirnos al sacrificio de
Cristo y alimentarnos de su cuerpo y su sangre. Sin embargo, los pastores deben procurar que
el sentido del misterio penetre en las conciencias, redescubriendo y practicando el arte
"mistagógico", tan apreciado por los Padres de la Iglesia (cf. Vicesimus quintus, 21). En
particular, deben promover celebraciones dignas, prestando la debida atención a las diversas
clases de personas: niños, jóvenes, adultos, ancianos, discapacitados. Todos han de sentirse
acogidos en nuestras asambleas, de forma que puedan respirar el clima de la primera
comunidad creyente: "Eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2, 42).

SS 13. Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la
experiencia del silencio. Resulta necesario "para lograr la plena resonancia de la voz del
Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la
palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia" (Institutio generalis Liturgiae Horarum, 202). En
una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y
dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio. No es casualidad que, también
más allá del culto cristiano, se difunden prácticas de meditación que dan importancia al
recogimiento. ¿Por qué no emprender, con audacia pedagógica, una educación específica en
el silencio dentro de las coordenadas propias de la experiencia cristiana? Debemos tener ante
nuestros ojos el ejemplo de Jesús, el cual "salió de casa y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba" (Mc 1, 35). La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del
silencio.

Domingo

SC 106. La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la
Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con
razón "día del Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando
la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la
gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo renacer a la viva esperanza por la
Resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1 Pe, 1,3). Por esto el domingo es la fiesta
primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea
también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a
no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el
núcleo de todo el año litúrgico.

EE 82. Renuevo, por tanto, la invitación a recuperar el sentido más profundo del día del Señor,
para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un descanso lleno de
fraternidad y regocijo cristiano. Que se celebre como centro de todo el culto, preanuncio
incesante de la vida sin fin, que reanima la esperanza y alienta en el camino. Por eso no se ha
de tener miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por salvaguardarlo en la
organización del trabajo, de modo que sea un día para el hombre y ventajoso para toda la
sociedad. En efecto, si se priva al domingo de su sentido originario y no es posible darle un
espacio adecuado para la oración, el descanso, la comunión y la alegría, puede suceder que «el
hombre quede cerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el “cielo”.
Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de “hacer fiesta”». Y sin la
dimensión de la fiesta, la esperanza no encontraría un hogar donde vivir.

EE 81 En el contexto actual, diversas circunstancias hacen difícil que los cristianos vivan
plenamente el domingo como día del encuentro con el Señor. No es raro que se reduzca a un
simple «fin de semana», a un tiempo de mera evasión. Hace falta, pues, una acción pastoral
articulada en el ámbito educativo, espiritual y social, que ayude a vivir su sentido genuino.

EE 81. El día del Señor es un momento paradigmático y sumamente evocador en la celebración


del Evangelio de la esperanza.

Oración

SS 16 Es preciso que en este inicio de milenio se desarrolle una "espiritualidad litúrgica", que
lleve a tomar conciencia de Cristo como primer "liturgo", el cual actúa sin cesar en la Iglesia y
en el mundo en virtud del misterio pascual continuamente celebrado, y asocia a sí a la Iglesia,
para alabanza del Padre, en la unidad del Espíritu Santo.

EE 66 La Iglesia que recibe esta revelación es una comunidad que ora. Orando escucha a su
Señor y lo que el Espíritu le dice: ella adora, alaba, da gracias e invoca la llegada del Señor, «
¡Ven, Señor Jesús! » (cf. Ap 22, 16-20), afirmando así que sólo de Él espera la salvación.

EE 66 También a ti, Iglesia de Dios que vives en Europa, se te pide que seas comunidad que
ora, celebrando a tu Señor con los Sacramentos, la liturgia y toda la existencia. En la oración
descubrirás la presencia vivificante del Señor. Así, enraizando en Él cada una de tus acciones,
podrás proponer de nuevo a los europeos el encuentro con Él mismo, esperanza verdadera y la
única que puede satisfacer plenamente el anhelo de Dios escondido en las diversas formas de
búsqueda religiosa que retoñan en la Europa contemporánea.

EE 68. Junto con muchos ejemplos de fe genuina, hay también en Europa una religiosidad vaga
y, a veces, desencaminada. Sus manifestaciones son frecuentemente genéricas y superficiales,
en ocasiones incluso contrastantes en las personas mismas de las que proceden. Hay
fenómenos claros de fuga hacia el espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una
búsqueda de acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones
descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias pseudoreligiosas.

EE 68 El deseo difuso de alimento espiritual ha de ser acogido con comprensión y purificado. Al


hombre que se percata, aunque sea confusamente, de no poder vivir sólo de pan, la Iglesia ha
de presentarle de modo convincente la respuesta de Jesús al tentador: « No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios » (Mt 4, 4).
EE 69. En el contexto de la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la trascendencia, sofocada
por comportamientos consumistas, presa fácil de antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo
tiempo, sedienta de algo que vaya más allá de lo inmediato, a la Iglesia en Europa le espera
una tarea laboriosa y apasionante a la vez. Consiste en descubrir el sentido del « misterio »; en
renovar las celebraciones litúrgicas para que sean signos más elocuentes de la presencia de
Cristo, el Señor; en proporcionar nuevos espacios para el silencio, la oración y la
contemplación; en volver a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, como
fuente de libertad y de nueva esperanza.

EE 69 Por eso te dirijo a ti, Iglesia que vives en Europa, una invitación apremiante: sé una
Iglesia que ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta supremacía y lo exalta con fe gozosa.
Descubre el sentido del misterio: vívelo con humilde gratitud; da testimonio de él con alegría
sincera y contagiosa. Celebra la salvación de Cristo: acógela como don que te convierte en
sacramento suyo y haz de tu vida un verdadero culto espiritual agradable a Dios (cf. Rm 12, 1).

EE 70. Algunos síntomas revelan un decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones
litúrgicas, que deberían precisamente acercarnos a él. Por tanto, es urgente que en la Iglesia se
reavive el auténtico sentido de la liturgia. Ésta, como han recordado los Padres sinodales, es
instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe.
Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, es fuente viva de
auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, como subraya certeramente también la tradición de
las venerables Iglesias de Oriente, los fieles entran en comunión con la Santísima Trinidad,
experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia se
convierte así en anticipación de la bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.

Lengua vernácula

SC 54. En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la
lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las
circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo
36 de esta Constitución.

SC 54. Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos
en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.

SC 54. Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo
prescrito en el artículo 40 de esta Constitución.

SC 100 § 3. Cualquier clérigo que, obligado al Oficio divino, lo celebra en lengua vernácula con
un grupo de fieles o con aquellos a quienes se refiere el § 2, satisface su obligación siempre
que la traducción esté aprobada.

VQA 10. Ya que la Liturgia es la gran escuela de oración de la Iglesia, se consideró oportuno
introducir y desarrollar el uso de la lengua vulgar —sin eliminar el uso de la lengua latina,
conservada por el Concilio para los Ritos latinos [55]— para que cada uno pueda entender y
proclamar en su propia lengua materna las maravillas de Dios (cf. Act 2, 11); igualmente se
consideró oportuno aumentar el número de prefacios y de las Plegarias eucarísticas, que
enriquecen el tesoro de la oración y ayudan a entender los misterios de Cristo.
Penitencia

SC 109. Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a
oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebran el misterio pascual, sobre todo
mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular
relieve en la Liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo. Por
consiguiente:

SC 109. a) Úsense con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la Liturgia
cuaresmal y, según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior.

SC 109. b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis,


incúlquese a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de
la penitencia, que lo detesta en cuanto es ofensa de Dios; no se olvide tampoco la
participación de la Iglesia en la acción penitencial y encarézcase la oración por los pecadores.

SC 110. La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también
externa y social. Foméntese la práctica penitencia de acuerdo con las posibilidades de nuestro
tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles y recomiéndese por parte de las
autoridades de que se habla en el artículo 22.

EE 76. Junto con la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación debe tener también un papel
fundamental en la recuperación de la esperanza: « En efecto, la experiencia personal del
perdón de Dios para cada uno de nosotros es fundamento esencial de toda esperanza respecto
a nuestro futuro ».(127) Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de
hoy debe buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una
incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si Dios no existiera,
no tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el contrario, se reconoce pecador y se
encomienda a la misericordia del Padre celestial, experimenta la alegría de una verdadera
liberación y puede vivir sin encerrarse en su propia miseria. Recibe así la gracia de un nuevo
comienzo y encuentra motivos para esperar.

EE 76 Es necesario, pues, que se revitalice en la Iglesia en Europa el sacramento de la


Reconciliación. Se recuerda, sin embargo, que la forma del Sacramento es la confesión
personal de los pecados seguida de la absolución individual. Este encuentro entre el penitente
y el sacerdote ha de ser favorecido en cualquiera de las formas previstas por el rito del
Sacramento. Ante la pérdida tan extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad
caracterizada por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es preciso que en cada
comunidad eclesial se imparta una seria formación de las conciencias. Los Padres Sinodales ha
insistido en que se reconozca claramente la verdad del pecado personal y la necesidad del
perdón personal de Dios mediante el ministerio del sacerdote. Las absoluciones colectivas no
son un modo alternativo de administrar el sacramento de la Reconciliación.

EE 77. Me dirijo a los sacerdotes, exhortándolos a ofrecer generosamente la propia


disponibilidad para oír las confesiones y a que ellos mismos den ejemplo, acudiendo con
regularidad al sacramento de la Penitencia. Les recomiendo que procuren estar al día en el
campo de la teología moral, de modo que sepan afrontar con competencia los problemas
planteados recientemente a la moral personal y social. Presten una especial atención, además,
a las condiciones concretas de vida en que se encuentran los fieles y les ayuden pacientemente
a descubrir las exigencias de la ley moral cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento como un
gozoso encuentro con la misericordia del Padre celestial.

Reforma para una mejor participación

SC 50. En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia;


suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o
añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres,
algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario.

SC 90. Al realizar la reforma, adáptese el tesoro venerable del Oficio romano de manera que
puedan disfrutar de él con mayor amplitud y facilidad todos aquellos a quienes se les confía.

VQA 10. Ya que la Liturgia es la gran escuela de oración de la Iglesia, se consideró oportuno
introducir y desarrollar el uso de la lengua vulgar —sin eliminar el uso de la lengua latina,
conservada por el Concilio para los Ritos latinos [55]— para que cada uno pueda entender y
proclamar en su propia lengua materna las maravillas de Dios (cf. Act 2, 11); igualmente se
consideró oportuno aumentar el número de prefacios y de las Plegarias eucarísticas, que
enriquecen el tesoro de la oración y ayudan a entender los misterios de Cristo.

VQA 12 Por ello conviene dar gracias a Dios por el paso de su Espíritu en la Iglesia, como ha
sido la renovación litúrgica [58]; por la mesa de la Palabra de Dios, dispuesta con abundancia
para todos [59]; por el inmenso esfuerzo realizado en todo el mundo para ofrecer al pueblo
cristiano las traducciones de la Biblia, del Misal y de los otros libros litúrgicos; por la mayor
participación de los fieles, a través de las plegarias y los cantos, de los gestos y del silencio en
la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos; por los ministerios desempeñados
por los laicos y las responsabilidades que han asumido en virtud del sacerdocio común, del que
participan por el Bautismo y la Confirmación; por la irradiante vitalidad que tantas
comunidades cristianas reciben de la Liturgia.

VQA 16. Otro cometido importante para el futuro es el de la adaptación de la Liturgia a las
diferentes culturas.

EE 72. Aunque se ha avanzado mucho después del Concilio Ecuménico Vaticano II en vivir el
auténtico sentido de la liturgia, todavía queda mucho por hacer. Es necesaria una renovación
continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y laicos.

Comunión

SC 55. Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste


en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo
del Señor. Manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento,
la comunión bajo ambas especies puede concederse en los casos que la Sede Apostólica
determine, tanto a los clérigos y religiosos como a los laicos, a juicio de los Obispos, como, por
ejemplo, a los ordenados, en la Misa de su sagrada ordenación; a los profesos, en la Misa de su
profesión religiosa; a los neófitos, en la Misa que sigue al bautismo.
Música litúrgica

SC 113. La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran
solemnemente con canto y en ellos intervienen ministros sagrados y el pueblo participa
activamente.

SC 114. Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra. Foméntense
diligentemente las "Scholae cantorum", sobre todo en las iglesias catedrales. Los Obispos y
demás pastores de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con
canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le
corresponde, a tenor de los artículos 28 y 30.

SC 118. Foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios
piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas, de acuerdo con las normas y
prescripciones de las rúbricas, resuenen las voces de los fieles.

SC 120. Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento
musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias
eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.

SC 121. Los compositores verdaderamente cristianos deben sentirse llamados a cultivar la


música sacra y a acrecentar su tesoro.

SC 121. Compongan obras que presenten las características de verdadera música sacra y que
no sólo puedan ser cantadas por las mayores "Scholae cantorum", sino que también estén al
alcance de los coros más modestos y fomenten la participación activa de toda la asamblea de
los fieles.

SS 4 En efecto, la música sagrada es un medio privilegiado para facilitar una participación


activa de los fieles en la acción sagrada, como ya recomendaba mi venerado predecesor san
Pío X en el motu proprio Tra le sollecitudini, cuyo centenario se celebra este año.

Otros sacramentos

SC 67. Revísese el rito del bautismo de los niños y adáptese realmente a su condición, y
póngase más de manifiesto en el mismo rito la participación y las obligaciones de los padres y
padrinos.

SC 79. Revísense los sacramentales teniendo en cuanta la norma fundamental de la


participación consciente, activa y fácil de los fieles, y atendiendo a las necesidades de nuestros
tiempos. En la revisión de los rituales, a tenor del artículo 63, se pueden añadir también
nuevos sacramentales, según lo pida la necesidad.

EE 74. Se debe dar gran relieve a la celebración de los Sacramentos, como acciones de Cristo y
de la Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la santificación de los hombres y la edificación de la
Comunidad eclesial. Reconociendo que Cristo mismo actúa en ellos por medio del Espíritu
Santo, los Sacramentos se deben celebrar con el máximo esmero y poniendo las condiciones
apropiadas. Las Iglesias particulares del Continente han de poner sumo interés en reforzar su
pastoral de los Sacramentos, para que se reconozca su verdad profunda. Los Padres sinodales
han destacado esta exigencia para contrarrestar dos peligros: por un lado, algunos ambientes
eclesiales parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y podrían banalizar los
misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por costumbre y tradición, siguen
recurriendo a los Sacramentos en momentos significativos de su existencia, pero sin vivir
conforme a las normas de la Iglesia.

Oficio Divino

VQA 10. [La Iglesia] recomienda el rezo común del Oficio divino [54].

SS 14 Es importante introducir a los fieles en la celebración de la Liturgia de las Horas, que,


"como oración pública de la Iglesia, es fuente de piedad y alimento de la oración personal"
(Sacrosanctum Concilium, 90). No es una acción individual o "privada, sino que pertenece a
todo el cuerpo de la Iglesia. (...) Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reúnen para la
Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el
misterio de Cristo" (Institutio generalis Liturgiae Horarum, 20. 22).

Carácter comunitario

SC 99. Siendo el Oficio divino la voz de la Iglesia o sea, de todo el Cuerpo místico, que alaba
públicamente a Dios, se recomienda que los clérigos no obligados a coro, y principalmente los
sacerdotes que viven en comunidad o se hallan reunidos, recen en común, al menos, una parte
del Oficio divino.

SC 100. Procuren los pastores de almas que las Horas principales, especialmente las Vísperas,
se celebren comunitariamente en la Iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se
recomienda, asimismo, que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o reunidos
entre sí e inclusive en particular.

VQA 10. Por esto la Iglesia da preferencia a la celebración comunitaria, cuando lo requiere la
naturaleza de los ritos [51]; también ha restablecido la concelebración [53] y recomienda el
rezo común del Oficio divino [54].

EE 67. No obstante las amplias áreas descristianizadas en el Continente europeo, hay signos
que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que, creyendo, anuncia, celebra y sirve a su
Señor. En efecto, no faltan ejemplos de cristianos auténticos, que viven momentos de silencio
contemplativo, participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su
existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que se mueven. Se
pueden entrever, además, muestras de una «santidad de pueblo», que manifiestan cómo en la
Europa actual es posible vivir el Evangelio no sólo en la esfera personal sino también como una
auténtica experiencia comunitaria.

Piedad popular

VQA 18. Finalmente, para salvaguardar la reforma y asegurar el fomento de la Liturgia, hay que
tener en cuenta la piedad popular cristiana y su relación con la vida litúrgica. Esta piedad
popular no puede ser ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio, pues es rica en valores
y expresa de por sí la actitud religiosa ante Dios; pero tiene necesidad de ser evangelizada
continuamente, para que la fe que expresa llegue a ser un acto cada vez más maduro y
auténtico. Tanto los actos piadosos del pueblo cristiano, como otras formas de devoción, son
acogidos y aconsejados mientras no suplanten y no se mezclen con las celebraciones litúrgicas.
Una pastoral litúrgica auténtica sabrá apoyarse en las riquezas de la piedad popular,
purificarlas y orientarlas hacia la liturgia como contribución de los pueblos.

EE 79 En el campo de la piedad popular hay que vigilar constantemente los aspectos ambiguos
de algunas de sus manifestaciones, preservándolas de desviaciones secularistas, consumismos
desconsiderados o también de riesgos de superstición, para mantenerlas dentro de formas
auténticas y juiciosas. Se ha de llevar a cabo una pedagogía apropiada, explicando cómo la
piedad popular se ha vivir siempre en armonía con la liturgia de la Iglesia y vinculada con los
Sacramentos.

EE 79. Se ha de dedicar también una atención especial a la piedad popular. Muy extendida por
las diversas regiones de Europa mediante las cofradías, procesiones y peregrinaciones a
numerosos santuarios, enriquece el itinerario del año litúrgico, inspirando usos y costumbres
familiares y sociales. Todas estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante
una pastoral de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es expresión
auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios. Lo es ciertamente el Santo Rosario. En este año
dedicado al mismo, me complace recomendar su rezo, porque «el Rosario, comprendido en su
pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad
ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del
Pueblo de Dios y la nueva evangelización».

Sacrosanctum Concilium SC

Vicesimus Quintus Annus VQA

Spiritus et Sponsa SS

Ecclesia in Europa EE

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