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FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA DE PSICOLOGÍA
CÁTEDRA: “PSICOPATOLOGÍA Y CLÍNICA II”
Publicación interna
DE LA TEORÍA DE
PIERA AULAGNIER”
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LA PLATA
FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA DE PSICOLOGÍA
CÁTEDRA: “PSICOPATOLOGÍA Y CLÍNICA II”
Introducción
Pueden determinarse en su obra tres períodos: 1961 – 1968; 1969 – 1975 y 1976 –
1990. También una secuencia de preocupaciones teóricas: problemática identificatoria,
proceso identificatorio, construcción identificatoria, conflicto identificatorio, propuesta
metapsicológica fuerte que indaga en lo más genuino y profundo de la constitución de la
subjetividad.
Entre 1961 y 1968 sus trabajos sobre deseo de saber, demanda e identificación,
perversión y psicosis muestran aún la neta influencia del pensamiento lacaniano.
En el idioma francés existen dos vocablos para designar al Yo: “je” y “moi”. En la
corriente lacaniana se utiliza el “je” para nombrar al sujeto del inconciente mientras que
se utiliza el “moi” para referirse a la pertenencia al registro de lo imaginario, siendo éste
el lugar de las ilusiones y de la alienación.
La concepción del Yo de la autora debe mucho a lacan. Efectivamente, se muestra
como fiel seguidora al afirmar que se trata de una instancia directamente vinculada al
lenguaje, que se constituye por la apropiación de los primeros enunciados identificantes
construidos por la madre. A través de estos el infante absorbe el afecto, el sentido y la
cultura en que está inserto, pero, diferenciándose de Lacan, afirma que ese Yo no está
condenado al desconocimiento ni es una instancia pasiva. Si bien sus primeros
identificados son provistos por el discurso materno, es también una instancia
identificante y no un mero producto pasivo del discurso del Otro (ver el punto “El
proyecto identificatorio”).
Para referirse a la forma en que el aparato psíquico efectúa las inscripciones utiliza
la metáfora de la metabolización de las sustancias orgánicas a nivel biológico. Dice en
el texto mencionado recién: “Por actividad de representación entendemos el
equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad
orgánica. Este último puede definirse como la función mediante la cual se rechaza un
elemento heterogéneo respecto de la estructura celular o, inversamente, se lo
transforma en un material que se convierte en homogéneo a él. Esta definición puede
aplicarse en su totalidad al trabajo que opera la psique, con la reserva de que, en este
caso, el “elemento” absorbido y metabolizado no es un cuerpo físico, sino un elemento
de información”. (pág. 23)
Se designa heterogéneo a aquello formado de partes de diferente naturaleza y
homogéneo lo constituido por elementos semejantes. La heterogeneidad u
homogeneidad de los elementos, en esta teoría, significa que sean aptos para el
sistema que los va a incorporar, que se correspondan con su estructura. Por ejemplo, el
discurso es heterogéneo respecto del pictograma; en cambio, es homogéneo en
relación con el Yo. Los estímulos pueden ingresar o no en el aparato psíquico; si
ingresan, son metabolizados primero por los sistemas perceptivos y luego por los
sistemas psíquicos. En la frase recién citada se observa que la autora denomina
“información” a aquello que se habrá de inscribir, aún en los sistemas más arcaicos y es
equivalente a lo que en Freud conocemos como estímulos, sean estos internos o
externos.
El proyecto identificatorio
En su libro de 1984 “El aprendiz de historiador y el maestro brujo” Piera Aulagnier
se centra en el desarrollo de sus ideas acerca del Yo y, en especial, de los enunciados
identificantes que éste recibe así como de la acción que deberá llevar a cabo para
construir su propio proyecto identificatorio.
En el título mismo dado a este texto aparece ya la forma en que concibe al Yo:
como un aprendiz de historiador (el maestro brujo será el Ello, que repite una historia
sin palabras que ningún discurso podrá modificar). Anteriormente, en “La violencia…”
había definido a aquella instancia diciendo que el Yo no es más que el saber del Yo
sobre el Yo. Y al proyecto identificatorio como la autoconstrucción continua del
Yo por el Yo. Este proyecto integra los deseos pasados y la imagen de un posible
futuro.
Mientras que la violencia primaria genera condiciones para que la vida psíquica y
física del infante alcance cierto umbral de autonomía (que culmina con la declinación
del Complejo de Edipo), la violencia secundaria produce una dependencia absoluta
respecto de la voluntad y la palabra de un tercero –sujeto o institución- que se
manifestará en la vivencia psicótica.
Podrá haber una psicosis no manifiesta (potencial) en cuyo caso existirá la ilusión
de funcionar de modo normal siempre y cuando haya en el afuera otro que sirva de
prótesis y anclaje.
Ontogénesis de la psicosis
La psicosis es una interrogación del Yo sobre sus orígenes y ésta no puede ser una
página en blanco. Si el Yo puede ignorarlo todo sobre la ontogénesis en la aceptación
biológica del término y desempeñarse sin desmedro alguno, en cambio no puede
prescindir de un saber sobre su “ontogénesis psíquica” o sobre su propia historia
libidinal e identificatoria. La pregunta se relaciona con el deseo y el placer de la pareja
de los padres y dónde se inscribe el infante para esta pareja. Estos primeros párrafos
pueden ser llenados con un mito, pero no deben quedar vacíos.
1-el portavoz; 2-la ambigüedad de la relación de la madre con el “saber-poder-pensar” del niño;
3-el “lenguaje fundamental”, 4-aquello que, desde el discurso de la pareja, retorna sobre la
escena psíquica del niño para construir los primeros rudimentos del Yo; 5-el deseo del padre.
Es bueno aclarar que el término madre se refiere a un sujeto con las siguientes características:
una represión exitosa de su propia sexualidad infantil; un sentimiento de amor hacia el niño; su
acuerdo con lo que el discurso cultural del medio al que pertenece dice acerca de la función
materna y la presencia junto a ella de un padre del niño por quien tiene sentimientos
fundamentalmente positivos. Esto en relación a la conducta conciente o manifiesta de la madre.
En relación a los deseos inconcientes, el niño ocupa para la madre el lugar de un objeto perdido
(tener un hijo del padre) lo cual reactivará sentimientos de ambivalencia en relación con ese
hijo.
Decíamos, entonces, que en un primer momento, el discurso materno se dirige a una sombra
proyectada sobre el cuerpo del infans, ella le demanda a este cuerpo, cuidado, mimado, que
confirme su identidad con la sombra. Sin embargo, entre la sombra proyectada por la madre y
el infans existe una diferencia, pero en la primera fase de la vida, al no disponer aún del uso de
la palabra, es imposible contraponer los propios enunciados identificatorios a los que se
proyectan sobre uno, y eso permite que la sombra se mantenga durante cierto tiempo al
resguardo de toda contradicción manifiesta por parte de su soporte (el infans). Sin embargo, la
posibilidad de contradicción persiste y es el cuerpo quien puede manifestarla: el sexo en primer
lugar y también todo aquello que en el cuerpo puede aparecer bajo el signo de una falta: falta
de sueño, de hambre, etc.
El saber de la madre acerca del cuerpo del niño, instrumento privilegiado de la violencia
primaria que permite pasar del nivel de la necesidad al de la demanda y el deseo; y a su vez,
que permite a la madre asignar a las funciones corporales un valor de mensaje, se ve negado a
partir de las manifestaciones de la autonomía del niño, cuyo punto cúlmine será la actividad de
pensar.
Por último, la sombra hablada está constituida por una serie de enunciados testigos del anhelo
materno referente al niño, que conducen a una imagen identificatoria anticipada y está también
al servicio de la represión secundaria de la madre, en tanto la preserva del retorno de un anhelo
que, en su momento, fue conciente y que luego fue reprimido: tener un hijo del padre (la
preserva porque esta sombra, este fragmento de su discurso representa lo que del objeto
imposible y prohibido puede transformarse en decible y lícito. El Yo de la madre construye y
catectiza ese fragmento de discurso para evitar que la libido se desvíe el niño actual y retorne
hacia el de otro tiempo y lugar. De este modo el niño se encuentra en una situación paradójica:
al par que ocupa el, lugar más cercano al objeto del deseo inconciente, se le demanda que
obstaculice su retorno). De este modo, el deseo edípico retorna bajo una forma invertida: “que
este niño llegue a ser padre o madre de un hijo”; con lo cual la realización del anhelo queda
diferida para un tiempo futuro.
El riesgo de exceso: la violencia primaria operada por la acción anticipatoria del discurso de la
madre tiene un efecto preformador e inductor sobre lo que se deberá reprimir, violencia operada
por una respuesta anticipada que preforma definitivamente lo que será demandado (en tanto lo
que la madre desea se convierte en lo que demanda y espera la psique del infans) y que es
necesaria e indispensable.
Pero existe un riesgo de exceso, riesgo que no siempre se actualiza pero cuya tentación está
siempre presente en la psique materna. Este riesgo consiste en el deseo materno de preservar
el statu quo de esta primera relación (que sólo es necesaria y legítima en un primer momento).
“Que nada cambie” este anhelo (anhelo que apunta a lo psíquico, que es un devenir
concerniente a lo pensado) basta para invertir radicalmente los efectos de algo que durante un
momento fue lícito y necesario, y para transformarlo en la condición necesaria, aunque no
suficiente, para la creación del pensamiento delirante (del niño). Anhelo cuya realización
implica: la exclusión del infans del orden de la temporalidad, la imposibilidad de pensar una
representación que no haya sido ya pensada y propuesta por la psique del otro. Lo que la
madre no quiere perder es ese lugar de sujeto que da la vida, que posee los objetos de la
necesidad y dispensa todo aquello que constituye para el otro una fuente de placer, de
tranquilidad de alegría.
El lenguaje fundamental: Piera plantea que la acción de la violencia primaria opera en dos
tiempos (también la identificación simbólica de despliega en estos dos tiempos):
-un tiempo caracterizado por la anticipación de un discurso que le habla al infans mucho antes
de que éste tenga acceso al lenguaje (y tenga Yo);
-un tiempo de apropiación por parte del infans de esos enunciados identificatorios, que le
otorgan los recursos simbólicos necesarios para que pueda nominar los afectos que adquirirán
la cualidad de sentimientos. El pasaje del afecto al sentimiento es el resultado de un acto de
lenguaje que impone un corte radical entre el registro pictográfico y el registro del Yo, de la
puesta en sentido, en tanto lo decible es característico de las producciones del Yo.
-los términos que designan los elementos del sistema de parentesco términos utilizados para
que el sujeto se ubique en un sistema de parentesco.
Sólo si hay un déficit en la transmisión por parte de los otros a cargo respecto de estos términos
fundamentales habrá un redoblamiento de la violencia.
El contrato narcisista: tiene que ver con lo que se juega en la escena extrafamiliar y con la
función metapsicológica que cumple el registro sociocultural, en tanto el discurso social también
proyecta sobre el infans una anticipación, el grupo precatectiza el lugar que se supone que éste
ocupará, esperando a su vez que él transmita el modelo sociocultural. (La catectización del niño
por parte del grupo anticipa la del grupo por parte del niño).
A su vez, el sujeto busca y debe encontrar en este discurso (social) referencias que le permitan
proyectarse hacia un futuro para que su alejamiento del primer soporte constituido por la pareja
paterna no se traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio.
El discurso social está constituido por el conjunto de los enunciados cuyo objeto es el propio
grupo, enunciados que tienen la característica de ser “fundamento”, que serán recibidos como
puntos de certeza y que el sujeto repetirá. Repetición que le aportará una certeza acerca del
origen, necesaria para que la dimensión histórica sea retroactivamente proyectable sobre su
pasado y cuya referencia no permitirá ya que el saber materno o paterno sea su garante
exhaustivo y suficiente. El acceso a la historicidad es un factor esencial en el proceso
identificatorio, indispensable para que el Yo alcance la autonomía y pueda investir un futuro.
Tanto si la responsabilidad le incumbe a la pareja como si le incumbe al conjunto, la ruptura del
contrato puede tener consecuencias directas sobre el destino psíquico del niño (si bien los que
firman el contrato son el niño y el grupo hay factores posibilitadotes o no de esto que tienen que
ver, por un lado, con la pareja parental y, por otro, con el conjunto). Se comprueban 2 tipos de
situación:
-aquella en la que por parte de la madre, del padre o de ambos, existe una negativa total a
comprometerse en este contrato. Descatectización del discurso social que lleva a mantener un
microcosmos cerrado de equilibrio inestable que sólo se mantiene mientras se pueda evitar
todo enfrentamiento directo con el discurso de los otros. El riesgo para el sujeto es que se ve
imposibilitado de encontrar fuera de la flia un soporte que le allane el camino hacia la obtención
de la autonomía necesaria para las funciones del Yo. Esto no es causa de psicosis pero sí un
factor inductor, a menudo presente en la flia del esquizofrénico.
El deseo del padre (padre como la referencia tercera): la significación de la función paterna será
enmarcada por 3 referentes: la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la función de
su propio padre; la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye a este
último; lo que la madre desea transmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir
acerca de ella. Así, el anhelo materno que el niño hereda condensa dos relaciones libidinales: la
de la madre con su propia imagen paterna y la que vive con aquél a quien efectivamente le dio
un hijo. Que el niño llegue a ser padre puede referirse tanto a la esperanza de que repita la
función del padre de ella como a la esperanza de que retome por cuenta propia la función del
padre de él (del padre del niño).
Así como, de acuerdo con la expresión de Lacan, la madre es el primer representante del Otro
en la escena de lo real, portavoz, única voz en un primer momento; el padre es el primer
representante de los otros o del discurso de los otros, del discurso del conjunto. Es quien
destotaliza el discurso de la madre, aquél que le permite a ésta designar un referente que
garantice que su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias sino que se
justifican por su adecuación a un discurso cultural.
En el encuentro con el padre es posible diferenciar dos momentos y dos experiencias: 1-el
encuentro con la voz del padre (si nos situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad (si
nos referimos al padre); 2-el deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo del niño por el
padre como el del padre por el niño.
El encuentro con el padre: lo que aparece inicialmente ante la mirada del infans y se ofrece a su
libido es el “Otro sin pecho” que puede ser fuente de un placer y, en general, fuente de afecto.
En contraposición al encuentro con la madre, lo que constituye el rasgo específico del
encuentro con el padre es que no se produce en el registro de la necesidad; es por ello que el
padre abre una brecha en el convenio original que hacía indisociables la satisfacción de la
necesidad del cuerpo y la satisfacción de la necesidad libidinal. Esta brecha inducirá a la psique
del infans a reconocer que, aunque deseada por la madre, esta presencia es ajena al campo de
la necesidad.
Durante una primera fase el infans busca y encuentra las razones de la existencia del padre en
el ámbito de la madre. Ese otro lugar deseado por la madre es el que representa el padre,
siendo el deseo de ella el que le confiere su poder. En una segunda fase, por el contrario, el
padre ocupa el lugar de quien tiene derecho a decretar lo que el hijo puede ofrecer a la madre
como placer y lo que le está prohibido proponer, debido a que él desea a la madre y se
presenta como el agente de su goce y de su legitimidad. El padre será visto simultáneamente
por el niño como el objeto a seducir y como el objeto de odio.
En la fase edípica el niño considera a su padre como un rival cuya muerte (ausencia) desea
para que le deje libre el lugar junto a la madre. Sin embargo, esto es sólo la forma secundaria
que asume un deseo de muerte que lo ha precedido. Antes de ocupar el lugar de rival edípico,
el padre se ha presentado ante la psique como encarnación, en lo exterior a sí, de la causa de
su impotencia para preservar sin fallas un estado de placer. Es decir, que el padre se impone al
mismo tiempo como el primer representante de los otros y como el primer representante de una
ley que determina que el displacer es una experiencia a la que no es posible escapar.
-Deuda: en la relación padre-hijo la muerte está doblemente presente: el padre del padre es
aquel que en una época lejana se ha querido matar y el hijo propio aquél que deseará la muerte
de uno. Será necesario que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea reemplazado por el
anhelo conciente de que su hijo llegue a ser su sucesor (sucesor de su función) enunciando de
este modo la aceptación de su propia muerte (castración). El niño es aquél a quien se
demuestra que aceptar la castración es tener acceso al lugar en el cual, al convertirse en el
referente de la ley del incesto se descubre que nunca estuvo en juego la posibilidad de
castrarlo, que sus temores eran imaginarios. Así, el deseo del padre catectiza al niño como
signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado.
En la relación del padre con la hija las cosas son diferentes. A su muerte no es ella la que
ocupará su lugar sino su hijo. La relación del padre con la hija comporta una menor rivalidad
directa.
El proyecto identificatorio: una función específica del Yo es la de posibilitar una conjugación del
futuro compatible con la de un tiempo pasado. Definimos como proyecto identificatorio a la
autoconstrucción continua del Yo por el Yo, lo cual implica acceso a la temporalidad (necesaria
para que esta instancia pueda proyectarse en un movimiento temporal) y acceso a una
historización de lo experimentado.
-surge a partir del momento en que el niño puede enunciar un “cunado sea grande yo…”primera
formulación de un proyecto que marca el acceso del niño a la conjugación de un tiempo futuro.
Mientras nos mantenemos en el período que precede a la prueba de la castración y a la
disolución del complejo de Edipo la frase se puede completar así: “me casaré con mamá”. Hay
una ambigüedad de la relación del niño con el tiempo futuro, tiempo en el que la madre volvería
a ser aquella de la que se ha creído ser el objeto privilegiado. El Yo en este tiempo se abre a un
primer acceso al futuro, pero todavía proyecta en él el encuentro con un estado y un ser
pasado.
-en la fase posterior el enunciado será completado por un “seré esto…” (médico, abogado, etc).
Cualquiera sea el término, lo importante es que deberá designar un predicado posible y sobre
todo acorde con el sistema de parentesco al que pertenece el sujeto. En este segundo tiempo
se posiciona como sujeto y ya no como objeto del deseo del Otro.
Historización: antes el niño se identificaba a partir del discurso del Otro, ahora se sigue
inscribiendo solo pero apropiándose de lo anterior. Esto es historizar. Ahora el yo es el
productor de su propia historia, tiene una identidad propia, se vincula con los otros sin alienarse
en el Otro.
Pero para que todo esto ocurra es condición la asunción de la castración como resultado del
pasaje por el Edipo. Castración como el descubrimiento en el registro identificatorio de que
nunca se ha ocupado el lugar que se creía (ser objeto de deseo de la madre) y de que, por el
contrario, se suponía que uno ocupaba un lugar en el que no se podía aún ser.
Por otro lado, la asunción de la prueba de castración debe asumirse de tal modo que le
preserve al Yo algunos puntos fijos en los que apoyarse ante el surgimiento de un conflicto
identificatorio (adolescencia, por ejemplo).
Castración e identificación son las dos caras de una misma moneda, una vez advenido el Yo la
angustia resurgirá en toda oportunidad en la que las referencias identificatoria parezcan vacilar
(permanencia y cambio).
Objeto-zona complementaria: función de prótesis materna que se acopla a una parte del
cuerpo, generando placer o displacer de lo cual depende el pictograma a predominio de unión o
de rechazo (mientras espera la mamadera predomina el pictograma de rechazo, pero cuando
se el da la mamadera es un momento de placer, pictograma de unión que es lo que debe
predominar. Además del tiempo de espera es importante también la respuesta de la madre, la
cualidad de su respuesta. Si la madre libidiniza desde el odio se produce la inscripción de
rechazos, quedando lo que Piera llama zona siniestrada). Como paradigma del objeto-zona
complementaria tenemos la unión boca-pecho (también, aunque no como paradigma, zona
auditiva-objeto sonoro). En este encuentro entre la zona (boca) y el objeto (pecho) se produce,
desde el observador, una complementariedad pero para la psique esto es autoengendrado. Si la
experiencia con el pecho es displacentera, como defensa, no sólo se rechazará, se desinvertirá
el pecho, sino también la oralidad, produciéndose así una fragmentación. Por el contrario,
cuando el encuentro es placentero, el placer será metabolizado por la actividad de
representación propia de lo originario en el pictograma de unión, pictograma en el cual el placer
se figurará como autoengendrado por la zona.
Piera nos habla de condiciones necesarias y suficientes, pues establece que si bien las fallas
en la tarea del discurso del portavoz y del padre son condición necesaria para llevar a un sujeto
a la psicosis no son suficientes, pues a esto se suma el trabajo del yo. Plantea que la psicosis
es un destino en el que el sujeto tiene un rol propio y no un accidente sufrido en forma pasiva.
El yo no es una instancia pasiva y va a hacer un trabajo de construcción para tratar de
preservar su actividad de pensamiento y protegerse del discurso traumático que viene del
portavoz. Pero si no encuentra las condiciones necesarias para poder organizarse y encima
sufre la violencia de la violencia secundaria: potencialidad psicótica.
Con los términos esquizofrenia y paranoia designamos dos modos de representación que, en
determinadas condiciones, forja el Yo acerca de su relación con el mundo. El denominador
común de estas construcciones es fundarse en un enunciado de los orígenes que reemplaza al
compartido por el conjunto de los sujetos.
Por idea delirante entendemos todo enunciado que prueba que el yo relaciona la presencia de
una cosa con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual funciona el
discurso del conjunto, y por eso esa relación es ininteligible para dicho discurso.
El análisis de los factores responsables de este tipo de organizaciones nos enfrenta con dos
discursos, el del portavoz y el del padre, que han presentado fallas en su tarea. Sin embargo,
estas fallas pueden ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a recurrir a un orden de
causalidad que no se halle acorde con el de los demás: es por ello que lo necesario no es lo
suficiente. En todos los otros casos se comprobará la presencia de un enunciado acerca del
origen que es ajeno a nuestro modo de pensar: a esto llamamos pensamiento delirante
primario. Consecuencia del encuentro entre el Yo y una organización específica del espacio
exterior a la psique y del discurso que en ella circula, este pensamiento se convierte a su vez en
una condición previa necesaria para la eventual elaboración de las formas manifiestas de la
esquizofrenia y de la paranoia.
El Yo espera que la respuesta a la pregunta ¿cómo nace el Yo? la proporcione el texto del
primer párrafo de su historia en la que debe poder reconocerse: sólo ella puede dar algún
sentido a la sucesión de todas las posiciones identificatorias que puede ocupar. (Es inherente al
Yo encontrar la causa de lo que es, de lo que siente, que lo lleva a simbolizar, pero esto a partir
de que puede organizarse una instancia yoica).
De este modo, la tarea del discurso del portavoz es ofrecerle al niño un primer enunciado
referente al origen de su historia: ello basta para demostrar el peligro que le hace correr al Yo
una falta de respuesta a este interrogante o una respuesta inaceptable.
“En el origen de la vida se encuentra el deseo de la pareja parental al que el nacimiento del niño
causa placer”. Es preciso que la respuesta oída remita a esta concatenación. De este modo, el
Yo relacionará la causa de placer, de todo placer, con el placer que le procura a la pareja el
hecho de que él existe.
La significación que da sentido a la existencia del Yo es la que al mismo tiempo puede darle
sentido a las experiencias que él vive. Por el contrario, toda significación que prive de sentido a
la causa del placer o del displacer determinará que también carezca de sentido todo lo que
podría ser causa del Yo.
En lo que atañe a la experiencia de displacer, a fin de que no sea desestructurante para el Yo,
se requiere que el portavoz reconozca que esta vivencia ha estado presente en la vivencia del
niño y, en segundo lugar, que le proporcione una significación. Ello implica la necesidad de que
esta causa sea diferente de la que le corresponde al placer.
Puede suceder que no haya en la madre “deseo de hijo”. Ausencia de un deseo de hijo que
habría sido transmitido por su propia madre y que sería posible transmitir al hijo. Su
consecuencia manifiesta es la imposibilidad de la madre de catectizar positivamente el acto
procreador, el momento del nacimiento y todo aquello que demostraría que al dar la vida se
engendra un ser nuevo, algo nuevo que no es el retorno de un niño que ya había sido, ni de un
momento temporal que sólo se repetiría. En estas mujeres puede existir lo que llamamos un
“deseo de maternidad” que es la negación de un deseo de hijo. Deseo de maternidad a través
del cual se expresa el deseo de revivir, en posición invertida, una relación primaria con la madre
(reeditar las vivencias que ha tenido como hija de su propia madre, no da lugar a algo nuevo),
deseo que excluirá del registro de las catexias maternas todo lo que concierne al momento de
origen del niño, momento que demostraría que, al abandonar su cuerpo, el niño ha abandonado
el pasado materno. Se ve de este modo, la mutilación ejercida desde un primer momento por la
madre en relación con todo aquello que en el niño constituye una referencia a la singularidad de
su cuerpo, de su tiempo, de su destino. El infans (futuro esquizofrénico) no encuentra ningún
deseo que le concierna como ser singular. La procreación no puede ser catectizada como un
acto de creación. La sombra hablada no anticipa al sujeto, lo proyecta regresivamente a ese
lugar que el portavoz había ocupado en una época pasada. Esta inversión del efecto
anticipatorio priva de todo sentido a la respuesta dada a la pregunta acerca del origen. Para la
madre el nacimiento no es origen del sujeto, momento inaugural en el que surge una nueva vida
cuyo destino queda abierto, sino, al contrario, repetición de un momento y de una vivencia que
ya se han producido. Se comprende, entonces, por qué uno de los rasgos característicos de la
vivencia esquizofrénica será el no acceso de la temporalidad (pues repite una mismidad).
En este marco, en el momento de encuentro del infans con lo exterior a la psique predominará
toda representación relacionada con el rechazo, con el odio: el pictograma de rechazo, en la
medida en que el encuentro con el niño es vivido como causa de displacer.
En estos casos hay una conducta de captación del hijo y de negación del tercero, y un discurso
que no puede proporcionar al sujeto un enunciado acerca del origen que relacione su
nacimiento con el deseo de la pareja. En el primer párrafo de la historia que el portavoz relata,
el acontecimiento nacimiento será designado como la fuente de una situación conflictiva, como
un acontecimiento en el que el deseo del padre no ha podido desempeñar un papel valorizante.
El “deseo de maternidad” no puede dar lugar al deseo del padre ni al placer que la madre
experimentaría al convertirse para este último en la que permite realizarlo; por el contrario, lo
que se intenta reencontrar es el placer que, supuestamente, su propio nacimiento otorgó a su
propia madre y sólo a ella.
Así, en casos como estos, el pensamiento delirante primario remodela la realidad de algo
aprehendido referente a experiencias que le han sido impuestas al sujeto y que conciernen: 1-al
encuentro con una madre que no manifiesta que él sea el producto del deseo de la pareja
parental, ni del placer de crear algo nuevo; 2-al encuentro con experiencias corporales, fuente
de sufrimiento, que confirman que el que ha nacido en el dolor sólo puede encontrar al mundo
con dolor; 3-al encuentro con algo aprehendido en el discurso materno que, o bien se niega a
reconocer que el displacer forma parte de la vivencia del sujeto, o bien impone un comentario
acerca de él que priva de sentido a esa experiencia y a todo sufrimiento eventual. No es un
portavoz que aporte palabra válida para ligar ese sufrimiento (no aporta la simbolización
necesaria para elaborar el sufrimiento, no reconoce al niño como otro, no le aporta placer, para
ella el yo del niño no es un yo, se niega a considerar al yo como un agente autónomo con
derecho a pensar). Así el Yo elabora el pensamiento delirante primario para tratar de sobrellevar
estos traumas psíquicos, conservar el objeto de amor para conservar cierto sostén libidinal,
cosa que no va a poder hacer sino a costa de desmentir parte de sus vivencias y sin compartir
la lógica del conjunto.
Pensamiento delirante primario: enunciado sobre los orígenes (sobre el origen de Dios, de los
padres que le dieron origen, etc) que tiene la forma de una teoría sexual infantil, la pregunta
¿cómo nacen los niños? (relacionada con la pregunta que le plantea al niño la sexualidad de la
pareja parental, el enigma de su placer y de lo que podría ser causa de su deseo) equivale a
¿cómo nace el Yo? y éste último espera que la respuesta proporcione el texto del primer párrafo
de su historia en la que debe poder reconocerse pues sólo ella puede dar algún sentido a la
sucesión de todas las posiciones identificatorias que puede ocupar; intenta suplir una falla en el
discurso del portavoz; le permite encontrar a la psique estabilidad.
No ha podido ser reprimida por el Yo de la madre una significación primaria de su relación con
su propia madre, lo que ha impedido el acceso al concepto de función materna y a su poder de
simbolización. La significación “ser madre” se debe diferenciar de lo que ha podido ser la
relación con la madre singular que se ha tenido, el acceso al concepto permite obstaculizar la
repetición de la mismidad de la experiencia vivida (de lo contrario, la significación “función
materna” la remite exclusivamente a la significación primaria que esta función asumió para ella).
“La interpretación de la violencia” puede ser una definición aplicable a todo discurso delirante: la
interpretación que el sujeto formula y se formula en relación con el exceso de violencia del que
ha sido responsable el discurso del portavoz y, en general, el discurso de la pareja. Al retomar
por cuenta propia la tarea del pensamiento delirante primario, el discurso delirante intenta dar
sentido a una violencia cometida por el portavoz a expensas de un Yo que carecía de los
medios de defensa adecuados. Interpretar la violencia, ligarla a una causa que salvaguarde a la
madre como soporte libidinal necesario, tal es la hazaña que logra el pensamiento delirante
primario.
Mientras el niño no habla, la madre puede preservar la ilusión de que existe una concordancia
entre lo que ella piensa y lo que cree que él piensa, del mismo modo en que afirma saber lo que
su cuerpo espera y demanda, ilusión necesaria pero sólo en una primera parte de la existencia.
Se pide que él piense lo que ella piensa, ya que si llegase a considerar a su Yo como agente
autónomo con derecho a pensar, le demostraría a ella que el pasado no puede retornar, que el
deseo de lo mismo es irrealizable e impensable, que su discurso carece de concepto (creo que
acerca de ella misma como madre).
Para que la potencialidad psicótica siga siendo tal son necesarias dos condiciones: la presencia
en la escena de lo real de otra voz que garantice la verdad del enunciado del sujeto (voz que
deberá asumir el analista a partir del momento en que se instaura la relación analítica) y la no
repetición de situaciones demasiado semejantes a las responsables de las primeras