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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LA PLATA

FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA DE PSICOLOGÍA
CÁTEDRA: “PSICOPATOLOGÍA Y CLÍNICA II”

Profesora Titular: Lic. Silvia F. Zisman

Publicación interna

“ALGUNOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES

DE LA TEORÍA DE

PIERA AULAGNIER”
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LA PLATA
FACULTAD DE HUMANIDADES
CARRERA DE PSICOLOGÍA
CÁTEDRA: “PSICOPATOLOGÍA Y CLÍNICA II”

Profesora Titular: Lic. Silvia F. Zisman

ALGUNOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE LA TEORÍA DE


PIERA AULAGNIER

Versión basada en la integración de textos de autores varios.


Datos biográficos
Piera Aulagnier nació en Milán, e octubre de 1923 como Piera Spairani y murió en
1991. Vivió sus primeros años en Egipto y luego retornó a Italia. Estudió Medicina en
Francia en los comienzos de los años 50. Tomó el apellido con el que se la conoció de
su primer marido, con quien tuvo un único hijo que actualmente es psiquiatra. Después
de unos años de matrimonio con Aulagnier se separó y se casó con Cornelius
Castoriadis, filósofo, escritor, psicoanalista, con quien compartió no sólo años de
matrimonio sino también desarrollos teóricos a los que ambos remitieron mutuamente
como complemento de sus propias tesis.
Durante los diez primeros años como psiquiatra se dedicó a trabajar con pacientes
psicóticos.
Entre 1955 y 1961 se analizó con Lacan. Fue su discípula hasta 1968, año en que
se alejó definitivamente de la Escuela Freudiana de París (creada por este
psicoanalista).

Introducción
Pueden determinarse en su obra tres períodos: 1961 – 1968; 1969 – 1975 y 1976 –
1990. También una secuencia de preocupaciones teóricas: problemática identificatoria,
proceso identificatorio, construcción identificatoria, conflicto identificatorio, propuesta
metapsicológica fuerte que indaga en lo más genuino y profundo de la constitución de la
subjetividad.
Entre 1961 y 1968 sus trabajos sobre deseo de saber, demanda e identificación,
perversión y psicosis muestran aún la neta influencia del pensamiento lacaniano.

Hacia fines de la década del 60´comienzan a evidenciarse las diferencias con su


maestro. Su enfoque sociologista la lleva a afirmar que la realidad psíquica no puede
reducirse a un puro deseo del Otro –perspectiva lacaniana- sin que haya ataduras con
el mundo en el cual se ha nacido.
El analista siempre está enfrentado a la relación realidad psíquica – realidad, y,
para la autora, en el Psicoanálisis se presentan dos tendencias extremas que ella
intenta superar. En una línea. Heredera del pensamiento freudiano y kleiniano, el
campo de la psicopatología es reductible a un develamiento de la actividad
fantasmática, línea en la que todo reemvía a la problemática interna del sujeto. La otra
tendencia encuentra –en su opinión- el exponente máximo en la Escuela de Palo Alto y
en ciertas teorías francesas que conciben al niño psicótico como expresión de la
patología familiar. Es inevitable –considera desde su postura integradora- tener en
cuenta a la madre como representante de la realidad así como a la fantasmatización del
niño.
Asignar –como la mayoría de los analistas- un lugar predominante a la madre no
implica un olvido del padre. Desde el comienzo de la vida el padre ejerce una acción
modificante sobre el medio ambiente que rodea al recién nacido. La madre es el primer
representante del otro y el padre es el primer representante de los otros o del discurso
del conjunto. Es quien garantiza que el discurso, las exigencias o las prohibiciones de la
madre no sean arbitrarias sino culturales. El niño reconoce al representante de la
función paterna a través del discurso de la madre, pero también en el discurso
pronunciado por la misma voz paterna.
Es indudable que, en la casi generalidad de los casos, una persona –generalmente
la madre- tiene un papel fundamental en la respuesta a las necesidades del bebé –tanto
de autoconservación como libidinales-. Es, por lo tanto, la fuente de las primeras
experiencias de placer y de sufrimiento. Por eso, a partir de ella surgirá el primer signo
de la presencia del padre o de su ausencia, y la elección de esos “signos” dependerá
de su relación con ese padre. Pero si bien en una primera fase el lugar del padre está
asignado por el deseo materno, en una segunda fase el padre ocupa el lugar de quien
tiene derecho a decretar lo que el hijo puede ofrecer a la madre como placer y lo que le
está prohibido proponer en tanto él, el padre, desea a la madre y es deseado por ella.
También ulteriormente el niño podrá recusar los signos presentados por la madre para
forjar los suyos e instaurar una relación con el padre en acuerdo o desacuerdo con
aquella que le precedía.

En el idioma francés existen dos vocablos para designar al Yo: “je” y “moi”. En la
corriente lacaniana se utiliza el “je” para nombrar al sujeto del inconciente mientras que
se utiliza el “moi” para referirse a la pertenencia al registro de lo imaginario, siendo éste
el lugar de las ilusiones y de la alienación.
La concepción del Yo de la autora debe mucho a lacan. Efectivamente, se muestra
como fiel seguidora al afirmar que se trata de una instancia directamente vinculada al
lenguaje, que se constituye por la apropiación de los primeros enunciados identificantes
construidos por la madre. A través de estos el infante absorbe el afecto, el sentido y la
cultura en que está inserto, pero, diferenciándose de Lacan, afirma que ese Yo no está
condenado al desconocimiento ni es una instancia pasiva. Si bien sus primeros
identificados son provistos por el discurso materno, es también una instancia
identificante y no un mero producto pasivo del discurso del Otro (ver el punto “El
proyecto identificatorio”).

En 1975su primer libro “La violencia de la interpretación” marca el comienzo de la


tercera etapa (que es en la cual nos vamos a detener). Muestra plenamente la
imbricación teórico-clínica a la vez que propone las bases para una nueva concepción
metapsicológica a partir, fundamentalmente, del estudio sobre las psicosis.

Su preocupación metapsicológica se centra en aquello que caracteriza por


excelencia a lo psíquico, que es la capacidad de inscripción o actividad de
representación.

El aparato psíquico y sus procesos de metabolización


Entre otras, su innovación en términos metapsicológicos consiste en postular tres
procesos psíquicos; a los procesos primario y secundario establecidos por Freud
agrega uno temporalmente anterior al que llama originario, tópica que es presentada en
el primer capítulo de “la violencia de la interpretación”.
La actividad inscriptora o representacional es la tarea común de esos procesos
psíquicos cuya meta es metabolizar un elemento heterogéneo, convirtiéndolo en un
elemento homogéneo a la estructura de cada sistema.

Para referirse a la forma en que el aparato psíquico efectúa las inscripciones utiliza
la metáfora de la metabolización de las sustancias orgánicas a nivel biológico. Dice en
el texto mencionado recién: “Por actividad de representación entendemos el
equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad
orgánica. Este último puede definirse como la función mediante la cual se rechaza un
elemento heterogéneo respecto de la estructura celular o, inversamente, se lo
transforma en un material que se convierte en homogéneo a él. Esta definición puede
aplicarse en su totalidad al trabajo que opera la psique, con la reserva de que, en este
caso, el “elemento” absorbido y metabolizado no es un cuerpo físico, sino un elemento
de información”. (pág. 23)
Se designa heterogéneo a aquello formado de partes de diferente naturaleza y
homogéneo lo constituido por elementos semejantes. La heterogeneidad u
homogeneidad de los elementos, en esta teoría, significa que sean aptos para el
sistema que los va a incorporar, que se correspondan con su estructura. Por ejemplo, el
discurso es heterogéneo respecto del pictograma; en cambio, es homogéneo en
relación con el Yo. Los estímulos pueden ingresar o no en el aparato psíquico; si
ingresan, son metabolizados primero por los sistemas perceptivos y luego por los
sistemas psíquicos. En la frase recién citada se observa que la autora denomina
“información” a aquello que se habrá de inscribir, aún en los sistemas más arcaicos y es
equivalente a lo que en Freud conocemos como estímulos, sean estos internos o
externos.

Modos de funcionamiento o procesos de metabolización


- proceso originario – proceso primario – proceso secundario.
Estos procesos no están todos presentes desde el comienzo; se suceden
temporalmente en su emergencia, pero luego se superponen y coexisten a lo largo de
la vida.

Representaciones originadas en su actividad:


El proceso originario las inscribe en el pictograma (pictograma: escritura en la cual
se dibujan toscamente los objetos), constituido por representaciones de privación o de
satisfacción del cuerpo. Este proceso es el “fondo representativo” excluido para siempre
de la toma de conocimiento por parte del Yo, pero que permanece formando parte del
componente somático que acompaña toda emoción.
El proceso primario utiliza la fantasía para esta inscripción.
El proceso secundario recurre a las representaciones ideicas o enunciado.

Instancias que se originan en la reflexión de la instancia sobre sí misma:


- representante – fantaseante – enunciante o Yo

Toda representación representa al objeto, pero también representa a la instancia o


sistema a la que pertenece, de modo que las instancias se originan en la reflexión de la
instancia sobre sí misma.
El agente representante considera a la representación como obra de su trabajo
autónomo. Para Andrè Green ésta es una de las tesis más fuertes: la función reflexiva
de la psique. Lo que se dice de la psique es aplicable al lenguaje: así como la primera
representa al mundo y, haciéndolo, se representa a sí misma, el lenguaje habla de las
cosas al mismo tiempo que habla de sí mismo.

La puesta en marcha de los procesos es provocada por la necesidad que se le


impone a la psique de conocer una propiedad del objeto exterior a ella, propiedad que
el proceso anterior estaba obligado a ignorar. Lo propio del pictograma es negar lo
afuera de sí (hay en él un placer alucinatorio), por lo que el paso del proceso originario
al primario se produce por la necesidad de reconocer que el pecho se encuentra fuera
de la boca (la autora lo llama carácter de “extraterritorialidad”) o, en otros término, que
hay un espacio separado del propio. Surge, entonces, con el proceso primario, la
percepción de la diferencia, el reconocimiento de la dualidad y de la función materna.
Sin duda, es posible correlacionar este pasaje con lo que en la obra freudiana es el
paso de la primera etapa oral a la segunda o del Yo Placer a los esbozos del Yo de
Realidad Definitivo.
El acceso al lenguaje propio del Yo supone el pasaje del placer de oír de lo
originario, al deseo de aprehender de lo primario para finalmente arribar a la exigencia
de significación del proceso secundario. Lo secundario trasciende las significaciones
primarias desplazándose el interés hacia la búsqueda de significado a partir de los
enunciados efectivamente pronunciados.
Cada proceso se rige, normalmente, por una legalidad propia, llamada
“postulados” los que tendrán una importante participación en las formas que
presentarán la potencialidad psicótica y/o la psicosis.

Postulados (estructural o relacional o causal) propio de cada sistema:


1. Todo existente es autoengendrado por la actividad del sistema que lo representa
(proceso originario)
2. Todo existente es un efecto del poder omnímodo del deseo del Otro (proceso
primario)
3. Todo existente tiene una causa inteligible que el discurso podrá conocer (proceso
secundario).

La autora proporciona el siguiente ejemplo del último postulado: antes del


descubrimiento del inconsciente, y aunque éste existía, el Yo no tenía una
representación ideica del mismo: era un objeto heterogéneo, pero cuando fue
descubierto por Freud, el Yo pudo metabolizar ese objeto adecuándolo a su propia
lógica y tornándolo, así, inteligible.

Segunda teoría pulsional freudiana


Un aporte original e importante de su teoría es la afirmación de que para que haya
inscripción tiene que haber al menos una cuota mínima de placer en la actividad
psíquica, ligada a Eros. El displacer se relaciona con la pulsión de muerte y conduce a
una desinvestidura de objeto, un” deseo de no deseo”, en cuyo caso lo que queda es
sólo el vacio. Es decir, se borra toda investidura.
La actividad psíquica, ya desde el proceso originario, forja dos representaciones
antinómicas de la relación representante-representado: de un lado se define un “deseo”
en relación al placer, y del otro se define un “deseo no tener que desear”, en relación al
displacer. La realización del deseo implicará reunificar el representante con el objeto
representado, unión que causará placer. La no realización del deseo implicará
separarlos, es decir, hacer desaparecer todo objeto que pueda suscitarlo. En términos
de amor y odio: en el primer caso se busca la unión con el objeto (amor) y en el
segundo su rechazo y destrucción (odio).
En tanto exista esa cuota mínima de placer, las representaciones se instalan muy
primitivamente, como quedó precisado más arriba: van a surgir ya en el primer
encuentro entre la psique y el medio, entre la boca y el pecho.
El uso que la autora hace del concepto de pulsión de muerte no es metafórica ni
una categoría metafísica; por el contrario, sostiene que el dualismo pulsional Eros-
Tánatos está siempre en juego en el conflicto psíquico al cual el psicoanalista accede
clínicamente.

En una entrevista realizada por el Dr. Luis Hornstein la autora se refiere a la


existencia de dos tipos de sufrimiento: “Postulo que hay un tipo de sufrimiento que está
ligado al investimiento preservado del objeto y se sufre por la pérdida. Generalmente
ése es el registro del sufrimiento neurótico y ese sufrimiento nos permite trabajar
analíticamente, ya que se repite en la relación transferencial. Es el trabajo del duelo del
que habla Freud pues está ligado al desinvestimiento de un objeto para poder recuperar
la libido y ponerla al servicio de otro investimiento.
El otro tipo de sufrimiento se encuentra especialmente en la psicosis y en
depresiones graves. Deja en la vida psíquica un agujero, un borramiento de toda huella
de que un objeto había sido investido. Todo acto de desinvestidura logrado no deja
ninguna huella y conduce a la abolición, la disolución, el borramiento definitivo de la
representación del objeto. Es –entonces- la meta de Tánatos hacer desaparecer todo
objeto a cuya ausencia se hace responsable del surgimiento del deseo y que obliga a
reconocerse deseante de un objeto que falta”.
Estas ideas presentan semejanza, desde un punto de vista clínico, con lo señalado
por Freud acerca de la pérdida de las representaciones-cosa en el brote psicótico, así
como con el concepto de “miedo al derrumbe” de D. Winnicott.

El proyecto identificatorio
En su libro de 1984 “El aprendiz de historiador y el maestro brujo” Piera Aulagnier
se centra en el desarrollo de sus ideas acerca del Yo y, en especial, de los enunciados
identificantes que éste recibe así como de la acción que deberá llevar a cabo para
construir su propio proyecto identificatorio.
En el título mismo dado a este texto aparece ya la forma en que concibe al Yo:
como un aprendiz de historiador (el maestro brujo será el Ello, que repite una historia
sin palabras que ningún discurso podrá modificar). Anteriormente, en “La violencia…”
había definido a aquella instancia diciendo que el Yo no es más que el saber del Yo
sobre el Yo. Y al proyecto identificatorio como la autoconstrucción continua del
Yo por el Yo. Este proyecto integra los deseos pasados y la imagen de un posible
futuro.

En relación con el proceso identificatorio propone la existencia de tres tiempos a los


que designa como tiempo cero (T0) (momento del nacimiento), tiempo uno (T1) y
tiempo dos (T2).
El tiempo de la vida somato-psíquica que va entre T0 y T1 es el del “infans” (previo
al niño) y precede al advenimiento del Yo, así como lo preceden las representaciones
pictográficas y fantasmáticas (llegado el caso el Yo metabolizará estas
representaciones en representaciones ideicas).
Para “fundar” su historia el Yo se verá precisado a encontrar una voz que le
posibilite pensar ese “antes”. El discurso de la madre, cuando le cuenta la historia (más
o menos verídica o inventada) de su propia relación con el bebé que no es más, le hará
posible ese antes que se convierte en la prueba de la expectativa de la madre, de sus
deseo. De los acontecimientos de este período sólo la madre o sus sustitutos tienen la
memoria. El sujeto puede conservar de ellos cicatrices, heridas que padecerá sin saber
en qué lugar o tiempo ha sido herido.
Buena parte de los enunciados identificantes del discurso materno que “habla” el
lapso que va de T0 a T1 deben vehiculizar lo que Freud llamaba el aporte narcisista,
necesario para la vida de “Su Majestad el infans”.
El tiempo 1 marca el advenimiento del Yo. En el transcurso hacia el tiempo 2 se
produce la conjunción entre la mirada y la palabra del otro y la acción identificante que
lleva a cabo el propio Yo. En un comienzo, la creencia del Yo en la existencia de “un”
identificado, que cree el único posible, se aúna a su dependencia respecto de la imagen
que de él mismo le envía el otro significativo. Pero a partir de cierto punto de su
trayecto, el Yo ya no puede seguir creyendo en esta unicidad. Su imagen, según la
percibe en la mirada del padre, de la madre, de un hermano mayor, de un amiguito, de
un abuelo, le revela que ninguna mirada se puede pretender el “único” espejo. El
conjunto de las miradas de los otros le propone las piezas de un rompecabezas que él
es el único capaz de armar. Pero para que el armado final del rompecabezas le ofrezca
una imagen familiar se tiene que poder basar en un primer número de piezas ya
encajadas unas en las otras.
Será a partir del proyecto identificatorio en T2 que el Yo desempeñará un
papel activo, de constructor de sí mismo; será no sólo identificado sino
identificante, dejando de ser un simple repitiente del discurso materno. El pasaje
del “cuando seas grande…” enunciado por la madre, al “cuando yo sea grande…”
es el resultado de la apropiación de este proyecto.

Violencia primaria y violencia secundaria – El camino hacia la psicosis


Con “elementos” de información que la psique habrá de metabolizar se engloban
dos conjuntos de objetos:
1) Aquellos cuyo aporte es necesario para el funcionamiento del sistema
(relacionado con el concepto de violencia primaria)
2) Aquellos cuya presencia se impone al sistema (relacionado con el concepto de
violencia secundaria).
Como ya se dijo, el hombre se inserta en un orden preestablecido, de naturaleza
simbólica. Dada la prematuración que lo caracteriza, la posibilidad de su acceso al
orden de lo humano está producida por una violencia primaria ejercida por el discurso
materno que se anticipa a todo posible entendimiento por parte del infante. Esta
operación produce la inscripción del niño en la estructura histórica familiar. Con el
término portavoz Piera Aulagnier describe la función del discurso materno, que a través
de su voz acompaña al niño desde que nace. La madre comenta, predice, habla al niño
y habla del niño, pero también es vocera en tanto representante de un prden exterior a
cuyas “leyes” su discurso está sometido y por medio del cual transmite las
conminaciones, las prohibiciones, lo posible y lo lícito. Y es a través de este discurso
anticipatorio que la psique de la madre organiza la psique del infans.
“Sugiere Piera Aulagnier que la madre puede ejercer la violencia primaria y actuar
de portavoz a través del discurso anticipatorio, en tanto su Yo funcionando en proceso
secundario metaboliza representaciones ideicas. Ella es quien nombra, piensa y le
cuenta al hijo acerca de sus anhelos, permitiendo el surgimiento en el niño de un Yo con
su propio proyecto identificatorio”. (Desarrollos postfreudianos”, pág. 295/96).
Relacionado con el concepto de portavoz se encuentra el de sombra hablada, que
designa un conjunto de enunciados testimonio del anhelo maternal concerniente al niño,
un anhelo que precede en el tiempo al nacimiento del infante. Representa la
idealización de aquello que la madre querría que ese hijo fuera o llegase a ser, de
acuerdo con su propia historia edípica, ahora reprimida.

La autora defina la violencia primaria como la acción mediante la cual se le impone


a la psique de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo
del que lo impone, pero que se apoya en un objeto que corresponde para el otro a la
categoría de lo necesario. A través de ella el Yo queda sujeto a:
1) El sistema de parentesco
2) La estructura lingüística
3) Las consecuencias que tienen sobre el discurso los afectos que intervienen en la
otra escena (los afectos presentes en los procesos originario y primario de la
madre)

La violencia secundaria se abre camino apoyándose en su predecesora; sin


embargo es un exceso por lo general perjudicial y nunca necesario para el
funcionamiento del Yo. Si es amplia y persuasiva como para ser desconocida por sus
víctimas, es porque se presenta como necesaria y natural.
Consiste en el deseo de preservar aquello que sólo durante una fase de la
existencia es legítimo y necesario. Es prototípico de las madres que ejercen la violencia
secundaria el deseo de no cambio, “que nada cambie”, lo que inevitablemente inducirá
la utilización de defensas psicóticas o movilizará el deseo de autoalienación del propio
pensamiento.

Mientras que la violencia primaria genera condiciones para que la vida psíquica y
física del infante alcance cierto umbral de autonomía (que culmina con la declinación
del Complejo de Edipo), la violencia secundaria produce una dependencia absoluta
respecto de la voluntad y la palabra de un tercero –sujeto o institución- que se
manifestará en la vivencia psicótica.
Podrá haber una psicosis no manifiesta (potencial) en cuyo caso existirá la ilusión
de funcionar de modo normal siempre y cuando haya en el afuera otro que sirva de
prótesis y anclaje.

La potencialidad psicótica (la autora se refiere también a las potencialidades


neuróticas y perversas), es una condición necesaria pero no suficiente para que se
desencadene una psicosis. En principio este concepto no parece muy distinto del
incluido por Freud dentro de las series complementarias como “predisposición”. La
diferencia radica en el contenido; éste consiste en un enunciado peculiar acerca de los
orígenes. El Yo siempre necesita elaborar una construcción al respecto y en estos
casos el orden causal que se establece es delirante.
Lo que ha tenido lugar es “un conflicto entre el sujeto de la identificación
(identificante) y los primeros identificados que le fueron proporcionados, debido a una
falla en los mensajes del portavoz y del padre, que determinarán una dificultad para
responder a la lógica del discurso. En los casos en que es posible analizar esta
potencialidad psicótica, la escucha analítica detecta la presencia de un pensamiento
delirante primario enquistado, pero no reprimido…si el mecanismo de escisión a través
del cual se produjo el enquistamiento se conserva, el sujeto podrá mantenerse dentro
de una aparente pero frágil normalidad, permaneciendo en el orden de la potencialidad
psicótica.
Pero si alguna vicisitud en la realidad de su historia produce la ruptura de la
membrana, entonces se pasará de lo potencial a lo manifiesto. En este caso, el aparato
psíquico se verá inundado por la idea delirante, que provocará los síntomas clínicos de
la paranoia o de la esquizofrenia”. (“Desarrollos…” pág. 305).
Otra forma en que la autora explica el pasaje de lo potencial a lo manifiesto en el
terreno de las psicosis es utilizando el concepto de “encuentro”. Los “encuentros”,
según cuestionen o no las identificaciones previas y las defensas psicóticas ya
constituidas, pueden permitir mantenerse en la potencialidad o, por lo contrario, obrar
como desencadenante. La primera situación es visible en Odette en la relación que
mantuvo con amigos y compañeros mientras trabajaba en la casa de alta costura y, muy
especialmente, con la amiga que le posibilitó el ingreso a ese mundo. Se lee en “El
aprendiz…”, (pág. 221): Odette vería e esta tolerancia a sus convicciones la prueba de
que los demás las compartían. Prueba ilusoria sin duda…Segura entonces de que ellos
no amenazaban hacer peligrar sus indicadores identificarorios y su sistema defensivo,
aceptaría las exigencias de una realidad a la que se podía avenir. Durante diez años
pudo preservar este equilibrio, frágil sin duda, pero económicamente muy logrado”.
En el desarrollo de este caso Piera Aulagnier había dejado planteada la pregunta
acerca de si su primer análisis desencadenó en la paciente una descompensación
psicótica o si coincidió con el comienzo de ese proceso, inclinándose por esta segunda
alternativa. Ahora agrega que la exclusión provocada por su analista al romper su
relación profesional fue vivida por Odette como la venganza del padre odiado y,
conjuntamente, como la manifestación de rechazo materno que, mediante el
mecanismo de idealización, aspiraba a ocultarse. Los identificados enviados por el
analista fueron los de rechazo, el excluido, el odiado y, en estos casos, el único recurso
que tiene el Yo es recurrir a una proyección y a una causalidad delirante. Concluye la
autora, entonces: “se comprueba que el paso del estado potencial de un conflicto
identificatorio al estado manifiesto puede ser el efecto de un encuentro que sobrevenga
mucho después de la infancia: encuentro entre el sujeto y otro, al que se atribuye el
mismo poder que, en la infancia, poseyeron los representantes, en la escena de la
realidad, de una instancia no interiorizada”.

Ontogénesis de la psicosis
La psicosis es una interrogación del Yo sobre sus orígenes y ésta no puede ser una
página en blanco. Si el Yo puede ignorarlo todo sobre la ontogénesis en la aceptación
biológica del término y desempeñarse sin desmedro alguno, en cambio no puede
prescindir de un saber sobre su “ontogénesis psíquica” o sobre su propia historia
libidinal e identificatoria. La pregunta se relaciona con el deseo y el placer de la pareja
de los padres y dónde se inscribe el infante para esta pareja. Estos primeros párrafos
pueden ser llenados con un mito, pero no deben quedar vacíos.

En el conflicto psicótico, a raíz de la violencia secundaria que sobre él se ha


ejercido, el Yo se enfrenta a un dilema sin solución: o bien renuncia a ocupar en la
relación un lugar que no sea el anticipado y decidido por el otro polo de la relación o ve
desmoronarse la relación.
La hipótesis presentada en el Capítulo 7 de “La violencia…” titulado “Las tres
pruebas que el pensamiento delirante remodela” es que el Yo se resiste a la psicosis,
pero que ésta se producirá de manera potencial o manifiesta cuando se den ciertas
condiciones en cada uno de los tres procesos:
- En el proceso originario si la realidad no se presenta a reflejar un estado de
fusión; si el discurso materno que relata los orígenes es una historia vacía o una
historia somática. Estas condiciones generarán un pictograma de rechazo y de
deseo de autoaniquilación.
- En el proceso primario si se reconoce en la conducta manifiesta de la madre
signos de un no deseo del/a hijo/a.
- En el proceso secundario si el discurso niega el derecho a una función pensante
autónoma por parte del hijo, a sentir como verdaderos los sentimientos
experimentados, si existe la imposición de un relato histórico carente de
fundamento y la obligación de pensar “lo pensado por otro”.

Como ilustración de estos conceptos podemos recurrir nuevamente a Odette, quien


merced a la violencia secundaria ejercida por la madre no pudo hacer otra construcción
identificatoria que la basada sólo en dos pivotes: una madre ideal y un padre asesino-
violador.
Dice, la autora: “al silencio de la madre sobre el “infans” que ella fue, Odette
opondrá sus “recuerdos alucinados”. Pero el silencio de la madre de Odette es muy
singular, porque a la vez hay una historia “gritada” que cuenta su relación con el padre
de Odette. Si es verdad que la madre desposeyó a su hija de un primer capítulo de su
historia, reemplazó ese capítulo (sustitución que consiguió, en parte, imponer a su hija)
por una relación de odio entre ella y su marido, que “precede” al nacimiento de Odette.
Si la hija pudo salvar, bien que mal, su vida psíquica, fue sólo atribuyendo a su madre el
único enunciado de deseo que consiguió rescatar del discurso oído. No había en él
palabras que “hablaran” un deseo de vida hacia su hija, pero se podía interpretar “lo
oído” como la expresión “del deseo materno de matar al asesino potencial de su hija”.

En general, nos encontramos con un posible cuadro de esquizofrenia en quien


acepta la prohibición de pensar proveniente de ese único juez de sus derechos,
necesidades, demandas, deseos y en el de la paranoia cuando se desmiente dicha
prohibición. Este último es el caso de la paciente a la que nos estuvimos refiriendo,
cuya defensa consistió en hacer siempre inocente a la madre y atribuir al supuesto
inconsciente del padre la fuente de todo sufrimiento.
Otro resumen

Aulagnier, “La violencia de la interpretación”.

Cap. 4: El espacio al que el Yo puede advenir

Todo sujeto nace en un espacio hablante, en un medio ambiente psíquico representado en un


primer momento por el medio familiar o el que lo sustituye que es percibido y catectizado por el
niño como metonimia del todo. De ahí la importancia de analizar la acción para y sobre la
psique del infans de los dos organizadores esenciales del espacio familiar: el discurso y el
deseo de la pareja paterna. Así, el análisis de este medio psíquico privilegiado por la psique del
infans y que marcará su destino implica 5 factores:

1-el portavoz; 2-la ambigüedad de la relación de la madre con el “saber-poder-pensar” del niño;
3-el “lenguaje fundamental”, 4-aquello que, desde el discurso de la pareja, retorna sobre la
escena psíquica del niño para construir los primeros rudimentos del Yo; 5-el deseo del padre.

El portavoz: este término define la función reservada al discurso de la madre en la


estructuración de la psique. Portavoz en el sentido literal del término, puesto que desde su
llegada al mundo el infans, a través de su voz, es llevado por un discurso que comenta, predice,
acuna al conjunto de sus manifestaciones; portavoz también en el sentido de delegado, de
representante de un orden exterior cuyas leyes y exigencias ese discurso enuncia. Los
enunciados maternos están atravesados por su propia represión y por el trabajo de lo
secundario, marcados por el principio de realidad. La psique del infans los metabolizará en
objetos modelados por el principio del placer para lograr que se adecuen a las exigencias de los
postulados de los sistemas originario y primario (lo originario ignora el principio de realidad y lo
primario tiende a someterse al objetivo de placer). Así, la psique toma en sí objetos marcados
por el principio de realidad y los metaboliza en objetos modelados exclusivamente por el
principio del placer, pero en esta operación se manifiesta un resto (precursor necesario para la
actividad de lo secundario).

La marca de la actividad de la psique materna sobre el objeto es la condición de posibilidad


para la representabilidad en lo originario. Esta es la función de prótesis de la psique materna
que permite que la psique encuentre una realidad ya modelada por su actividad y que, gracias a
ello, será representable.

La sombra hablada: precediendo en mucho al nacimiento del sujeto, hay un discurso


preexistente que le concierne: especie de sombra hablada por la madre, que tan pronto como el
infans se encuentre presente se proyectará sobre su cuerpo y ocupará el lugar de aquél al que
se dirige el discurso del portavoz. (En este nivel es necesario tener presentes dos relaciones:
aquella entre el portavoz y el cuerpo del infans como objeto de su saber y aquella entre el
portavoz y la acción de represión. El análisis de estas relaciones permitirá esclarecer la
problemática identificatoria cuyo eje es la transmisión sujeto a sujeto de algo reprimido,
indispensable para las exigencias de estructuración del yo).

Es bueno aclarar que el término madre se refiere a un sujeto con las siguientes características:
una represión exitosa de su propia sexualidad infantil; un sentimiento de amor hacia el niño; su
acuerdo con lo que el discurso cultural del medio al que pertenece dice acerca de la función
materna y la presencia junto a ella de un padre del niño por quien tiene sentimientos
fundamentalmente positivos. Esto en relación a la conducta conciente o manifiesta de la madre.
En relación a los deseos inconcientes, el niño ocupa para la madre el lugar de un objeto perdido
(tener un hijo del padre) lo cual reactivará sentimientos de ambivalencia en relación con ese
hijo.

Decíamos, entonces, que en un primer momento, el discurso materno se dirige a una sombra
proyectada sobre el cuerpo del infans, ella le demanda a este cuerpo, cuidado, mimado, que
confirme su identidad con la sombra. Sin embargo, entre la sombra proyectada por la madre y
el infans existe una diferencia, pero en la primera fase de la vida, al no disponer aún del uso de
la palabra, es imposible contraponer los propios enunciados identificatorios a los que se
proyectan sobre uno, y eso permite que la sombra se mantenga durante cierto tiempo al
resguardo de toda contradicción manifiesta por parte de su soporte (el infans). Sin embargo, la
posibilidad de contradicción persiste y es el cuerpo quien puede manifestarla: el sexo en primer
lugar y también todo aquello que en el cuerpo puede aparecer bajo el signo de una falta: falta
de sueño, de hambre, etc.

El saber de la madre acerca del cuerpo del niño, instrumento privilegiado de la violencia
primaria que permite pasar del nivel de la necesidad al de la demanda y el deseo; y a su vez,
que permite a la madre asignar a las funciones corporales un valor de mensaje, se ve negado a
partir de las manifestaciones de la autonomía del niño, cuyo punto cúlmine será la actividad de
pensar.

Por último, la sombra hablada está constituida por una serie de enunciados testigos del anhelo
materno referente al niño, que conducen a una imagen identificatoria anticipada y está también
al servicio de la represión secundaria de la madre, en tanto la preserva del retorno de un anhelo
que, en su momento, fue conciente y que luego fue reprimido: tener un hijo del padre (la
preserva porque esta sombra, este fragmento de su discurso representa lo que del objeto
imposible y prohibido puede transformarse en decible y lícito. El Yo de la madre construye y
catectiza ese fragmento de discurso para evitar que la libido se desvíe el niño actual y retorne
hacia el de otro tiempo y lugar. De este modo el niño se encuentra en una situación paradójica:
al par que ocupa el, lugar más cercano al objeto del deseo inconciente, se le demanda que
obstaculice su retorno). De este modo, el deseo edípico retorna bajo una forma invertida: “que
este niño llegue a ser padre o madre de un hijo”; con lo cual la realización del anhelo queda
diferida para un tiempo futuro.

El riesgo de exceso: la violencia primaria operada por la acción anticipatoria del discurso de la
madre tiene un efecto preformador e inductor sobre lo que se deberá reprimir, violencia operada
por una respuesta anticipada que preforma definitivamente lo que será demandado (en tanto lo
que la madre desea se convierte en lo que demanda y espera la psique del infans) y que es
necesaria e indispensable.

Pero existe un riesgo de exceso, riesgo que no siempre se actualiza pero cuya tentación está
siempre presente en la psique materna. Este riesgo consiste en el deseo materno de preservar
el statu quo de esta primera relación (que sólo es necesaria y legítima en un primer momento).
“Que nada cambie” este anhelo (anhelo que apunta a lo psíquico, que es un devenir
concerniente a lo pensado) basta para invertir radicalmente los efectos de algo que durante un
momento fue lícito y necesario, y para transformarlo en la condición necesaria, aunque no
suficiente, para la creación del pensamiento delirante (del niño). Anhelo cuya realización
implica: la exclusión del infans del orden de la temporalidad, la imposibilidad de pensar una
representación que no haya sido ya pensada y propuesta por la psique del otro. Lo que la
madre no quiere perder es ese lugar de sujeto que da la vida, que posee los objetos de la
necesidad y dispensa todo aquello que constituye para el otro una fuente de placer, de
tranquilidad de alegría.

La aparición en el infans de la actividad de pensar (esperada y preanunciada por el discurso


materno) y la autonomía que conlleva representa las primera producciones que pueden ser
ignoradas por la madre (mantenidas en secreto por el infans) y gracias a las cuales el niño
puede cuestionarla. El propósito del exceso será lograr que la actividad de pensar, presente o
futura, concuerde con un molde preestablecido e impuesto por la madre, donde sólo serán
legitimados los pensamientos que el saber materno declare lícitos, privando al niño de toda
autonomía posible (en el pensamiento). En este caso, la madre no puede renunciar a una
función, que en su momento fue necesaria, en beneficio del cambio y del movimiento de la
relación futura.

La persistencia de la relación inicial sólo puede conducir a la alienación: situación relacional en


la que el Yo remite la totalidad de sus representaciones ideicas (de sus pensamientos) al juicio
exclusivo de otro que puede, y sería el único en poder, dotarlas de sentido o declararlas
insensatas. La alienación es sinónimo de la pérdida sufrida por el Yo de todo derecho de goce y
de todo derecho de juicio sobre su propia actividad de pensar.

El lenguaje fundamental: Piera plantea que la acción de la violencia primaria opera en dos
tiempos (también la identificación simbólica de despliega en estos dos tiempos):

-un tiempo caracterizado por la anticipación de un discurso que le habla al infans mucho antes
de que éste tenga acceso al lenguaje (y tenga Yo);

-un tiempo de apropiación por parte del infans de esos enunciados identificatorios, que le
otorgan los recursos simbólicos necesarios para que pueda nominar los afectos que adquirirán
la cualidad de sentimientos. El pasaje del afecto al sentimiento es el resultado de un acto de
lenguaje que impone un corte radical entre el registro pictográfico y el registro del Yo, de la
puesta en sentido, en tanto lo decible es característico de las producciones del Yo.

El lenguaje fundamental es un concepto de Piera mediante el cual le pone nombre a los


términos del lenguaje que sirven para poner nombre a dos temas:
-a los afectos, es decir, los términos que permiten nominar los afectos transformándolos en
sentimientos (como tristeza, alegría);

-los términos que designan los elementos del sistema de parentesco términos utilizados para
que el sujeto se ubique en un sistema de parentesco.

El lenguaje fundamental como discurso social, compartido, al cual el sujeto se dirigirá en su


salida exogámica, permite poner un coto a la violencia secundaria. Por ejemplo: puede haber
una madre “loca” que nomine como feliz una situación displacentera, pero el sujeto en su salida
exogámica puede acceder a términos del discurso compartido que le permiten contrastar y
nominar eso de otra manera.

Sólo si hay un déficit en la transmisión por parte de los otros a cargo respecto de estos términos
fundamentales habrá un redoblamiento de la violencia.

El Yo: el Yo surge en y a través del a posteriori de la nominación del objeto catectizado: el


descubrimiento del nombre del objeto y de la nominación del vínculo que lo uno al sujeto da
nacimiento y sentido a una instancia que se autodefine como deseo, envidia, amor, de ese
objeto. El Yo es el saber que el Yo puede tener acerca del Yo. El Yo está formado por el
conjunto de los anunciados que hacen decible la relación de la psique con los objetos del
mundo por ella catectizados y que asumen valor de referencias identificatorias. El Yo es una
instancia directamente vinculada al lenguaje y no es una instancia pasiva, sino que es un
agente activo en la acción de investimiento, apropiación, metabolización de esos enunciados
identificantes que vienen del portavoz y que son estructurantes del Yo.

El contrato narcisista: tiene que ver con lo que se juega en la escena extrafamiliar y con la
función metapsicológica que cumple el registro sociocultural, en tanto el discurso social también
proyecta sobre el infans una anticipación, el grupo precatectiza el lugar que se supone que éste
ocupará, esperando a su vez que él transmita el modelo sociocultural. (La catectización del niño
por parte del grupo anticipa la del grupo por parte del niño).

A su vez, el sujeto busca y debe encontrar en este discurso (social) referencias que le permitan
proyectarse hacia un futuro para que su alejamiento del primer soporte constituido por la pareja
paterna no se traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio.

El discurso social está constituido por el conjunto de los enunciados cuyo objeto es el propio
grupo, enunciados que tienen la característica de ser “fundamento”, que serán recibidos como
puntos de certeza y que el sujeto repetirá. Repetición que le aportará una certeza acerca del
origen, necesaria para que la dimensión histórica sea retroactivamente proyectable sobre su
pasado y cuya referencia no permitirá ya que el saber materno o paterno sea su garante
exhaustivo y suficiente. El acceso a la historicidad es un factor esencial en el proceso
identificatorio, indispensable para que el Yo alcance la autonomía y pueda investir un futuro.
Tanto si la responsabilidad le incumbe a la pareja como si le incumbe al conjunto, la ruptura del
contrato puede tener consecuencias directas sobre el destino psíquico del niño (si bien los que
firman el contrato son el niño y el grupo hay factores posibilitadotes o no de esto que tienen que
ver, por un lado, con la pareja parental y, por otro, con el conjunto). Se comprueban 2 tipos de
situación:

-aquella en la que por parte de la madre, del padre o de ambos, existe una negativa total a
comprometerse en este contrato. Descatectización del discurso social que lleva a mantener un
microcosmos cerrado de equilibrio inestable que sólo se mantiene mientras se pueda evitar
todo enfrentamiento directo con el discurso de los otros. El riesgo para el sujeto es que se ve
imposibilitado de encontrar fuera de la flia un soporte que le allane el camino hacia la obtención
de la autonomía necesaria para las funciones del Yo. Esto no es causa de psicosis pero sí un
factor inductor, a menudo presente en la flia del esquizofrénico.

-igualmente importante, pero más difícil de delimitar, es la situación en la que el conjunto es el


primer responsable de la ruptura del contrato. Se refiere a una realidad histórica donde la
sociedad ha puesto eventualmente a la pareja o al niño en la condición de explotado, excluido,
víctima, etc.

El deseo del padre (padre como la referencia tercera): la significación de la función paterna será
enmarcada por 3 referentes: la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la función de
su propio padre; la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye a este
último; lo que la madre desea transmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir
acerca de ella. Así, el anhelo materno que el niño hereda condensa dos relaciones libidinales: la
de la madre con su propia imagen paterna y la que vive con aquél a quien efectivamente le dio
un hijo. Que el niño llegue a ser padre puede referirse tanto a la esperanza de que repita la
función del padre de ella como a la esperanza de que retome por cuenta propia la función del
padre de él (del padre del niño).

Así como, de acuerdo con la expresión de Lacan, la madre es el primer representante del Otro
en la escena de lo real, portavoz, única voz en un primer momento; el padre es el primer
representante de los otros o del discurso de los otros, del discurso del conjunto. Es quien
destotaliza el discurso de la madre, aquél que le permite a ésta designar un referente que
garantice que su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias sino que se
justifican por su adecuación a un discurso cultural.

En el encuentro con el padre es posible diferenciar dos momentos y dos experiencias: 1-el
encuentro con la voz del padre (si nos situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad (si
nos referimos al padre); 2-el deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo del niño por el
padre como el del padre por el niño.

El encuentro con el padre: lo que aparece inicialmente ante la mirada del infans y se ofrece a su
libido es el “Otro sin pecho” que puede ser fuente de un placer y, en general, fuente de afecto.
En contraposición al encuentro con la madre, lo que constituye el rasgo específico del
encuentro con el padre es que no se produce en el registro de la necesidad; es por ello que el
padre abre una brecha en el convenio original que hacía indisociables la satisfacción de la
necesidad del cuerpo y la satisfacción de la necesidad libidinal. Esta brecha inducirá a la psique
del infans a reconocer que, aunque deseada por la madre, esta presencia es ajena al campo de
la necesidad.

Durante una primera fase el infans busca y encuentra las razones de la existencia del padre en
el ámbito de la madre. Ese otro lugar deseado por la madre es el que representa el padre,
siendo el deseo de ella el que le confiere su poder. En una segunda fase, por el contrario, el
padre ocupa el lugar de quien tiene derecho a decretar lo que el hijo puede ofrecer a la madre
como placer y lo que le está prohibido proponer, debido a que él desea a la madre y se
presenta como el agente de su goce y de su legitimidad. El padre será visto simultáneamente
por el niño como el objeto a seducir y como el objeto de odio.

En la fase edípica el niño considera a su padre como un rival cuya muerte (ausencia) desea
para que le deje libre el lugar junto a la madre. Sin embargo, esto es sólo la forma secundaria
que asume un deseo de muerte que lo ha precedido. Antes de ocupar el lugar de rival edípico,
el padre se ha presentado ante la psique como encarnación, en lo exterior a sí, de la causa de
su impotencia para preservar sin fallas un estado de placer. Es decir, que el padre se impone al
mismo tiempo como el primer representante de los otros y como el primer representante de una
ley que determina que el displacer es una experiencia a la que no es posible escapar.

-Deuda: en la relación padre-hijo la muerte está doblemente presente: el padre del padre es
aquel que en una época lejana se ha querido matar y el hijo propio aquél que deseará la muerte
de uno. Será necesario que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea reemplazado por el
anhelo conciente de que su hijo llegue a ser su sucesor (sucesor de su función) enunciando de
este modo la aceptación de su propia muerte (castración). El niño es aquél a quien se
demuestra que aceptar la castración es tener acceso al lugar en el cual, al convertirse en el
referente de la ley del incesto se descubre que nunca estuvo en juego la posibilidad de
castrarlo, que sus temores eran imaginarios. Así, el deseo del padre catectiza al niño como
signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado.

En la relación del padre con la hija las cosas son diferentes. A su muerte no es ella la que
ocupará su lugar sino su hijo. La relación del padre con la hija comporta una menor rivalidad
directa.

El proyecto identificatorio: una función específica del Yo es la de posibilitar una conjugación del
futuro compatible con la de un tiempo pasado. Definimos como proyecto identificatorio a la
autoconstrucción continua del Yo por el Yo, lo cual implica acceso a la temporalidad (necesaria
para que esta instancia pueda proyectarse en un movimiento temporal) y acceso a una
historización de lo experimentado.

El proyecto es la construcción de una imagen ideal que el Yo se propone a sí mismo, lo que


querría ser y los objetos que querría tener. Esta imagen ideal a la que el Yo espera adecuarse,
se constituye en 2 tiempos:

-surge a partir del momento en que el niño puede enunciar un “cunado sea grande yo…”primera
formulación de un proyecto que marca el acceso del niño a la conjugación de un tiempo futuro.
Mientras nos mantenemos en el período que precede a la prueba de la castración y a la
disolución del complejo de Edipo la frase se puede completar así: “me casaré con mamá”. Hay
una ambigüedad de la relación del niño con el tiempo futuro, tiempo en el que la madre volvería
a ser aquella de la que se ha creído ser el objeto privilegiado. El Yo en este tiempo se abre a un
primer acceso al futuro, pero todavía proyecta en él el encuentro con un estado y un ser
pasado.

-en la fase posterior el enunciado será completado por un “seré esto…” (médico, abogado, etc).
Cualquiera sea el término, lo importante es que deberá designar un predicado posible y sobre
todo acorde con el sistema de parentesco al que pertenece el sujeto. En este segundo tiempo
se posiciona como sujeto y ya no como objeto del deseo del Otro.

Historización: antes el niño se identificaba a partir del discurso del Otro, ahora se sigue
inscribiendo solo pero apropiándose de lo anterior. Esto es historizar. Ahora el yo es el
productor de su propia historia, tiene una identidad propia, se vincula con los otros sin alienarse
en el Otro.

Pero para que todo esto ocurra es condición la asunción de la castración como resultado del
pasaje por el Edipo. Castración como el descubrimiento en el registro identificatorio de que
nunca se ha ocupado el lugar que se creía (ser objeto de deseo de la madre) y de que, por el
contrario, se suponía que uno ocupaba un lugar en el que no se podía aún ser.

La asunción de la prueba de castración está representada por la diferencia siempre existente


entre el yo actual y el yo futuro. El futuro no puede coincidir con la imagen que el sujeto se
forma de él en su presente. Entre el Yo y su proyecto debe persistir un intervalo, una x que
represente lo que debería añadirse al Yo para que ambos (Yo actual y Yo futuro) coincidan. X
que representa la asunción de la prueba de la castración en el registro identificatorio.

Por otro lado, la asunción de la prueba de castración debe asumirse de tal modo que le
preserve al Yo algunos puntos fijos en los que apoyarse ante el surgimiento de un conflicto
identificatorio (adolescencia, por ejemplo).

Castración e identificación son las dos caras de una misma moneda, una vez advenido el Yo la
angustia resurgirá en toda oportunidad en la que las referencias identificatoria parezcan vacilar
(permanencia y cambio).

Objeto-zona complementaria: función de prótesis materna que se acopla a una parte del
cuerpo, generando placer o displacer de lo cual depende el pictograma a predominio de unión o
de rechazo (mientras espera la mamadera predomina el pictograma de rechazo, pero cuando
se el da la mamadera es un momento de placer, pictograma de unión que es lo que debe
predominar. Además del tiempo de espera es importante también la respuesta de la madre, la
cualidad de su respuesta. Si la madre libidiniza desde el odio se produce la inscripción de
rechazos, quedando lo que Piera llama zona siniestrada). Como paradigma del objeto-zona
complementaria tenemos la unión boca-pecho (también, aunque no como paradigma, zona
auditiva-objeto sonoro). En este encuentro entre la zona (boca) y el objeto (pecho) se produce,
desde el observador, una complementariedad pero para la psique esto es autoengendrado. Si la
experiencia con el pecho es displacentera, como defensa, no sólo se rechazará, se desinvertirá
el pecho, sino también la oralidad, produciéndose así una fragmentación. Por el contrario,
cuando el encuentro es placentero, el placer será metabolizado por la actividad de
representación propia de lo originario en el pictograma de unión, pictograma en el cual el placer
se figurará como autoengendrado por la zona.

Un medio sifucuentemente bueno, es decir, capaz de presentir y de responder a las


necesidades psíquicas del infans, logrará volver al objeto complementario conforme a esta
exigencia, y por su vía al medio exterior del cual él es representante metonímico. Pero puede
suceder que ese objeto y ese medio, sin ser exclusivamente rechazantes (en este caso la vida
del infans no tendría continuidad) no puedan ni frenar su propia violencia ni evitar imponerse
con la misma violencia a su zona complementaria. De este modo las zonas sensoriales
encontrarán complementos cuya unión se hace en la violencia, dando esto lugar a una
experiencia de dolor.

Aulagnier, “La violencia de la interpretación”.

Cap. 5: Acerca de la esquizofrenia: potencialidad psicótica y pensamiento delirante


primario

Piera nos habla de condiciones necesarias y suficientes, pues establece que si bien las fallas
en la tarea del discurso del portavoz y del padre son condición necesaria para llevar a un sujeto
a la psicosis no son suficientes, pues a esto se suma el trabajo del yo. Plantea que la psicosis
es un destino en el que el sujeto tiene un rol propio y no un accidente sufrido en forma pasiva.
El yo no es una instancia pasiva y va a hacer un trabajo de construcción para tratar de
preservar su actividad de pensamiento y protegerse del discurso traumático que viene del
portavoz. Pero si no encuentra las condiciones necesarias para poder organizarse y encima
sufre la violencia de la violencia secundaria: potencialidad psicótica.

Con los términos esquizofrenia y paranoia designamos dos modos de representación que, en
determinadas condiciones, forja el Yo acerca de su relación con el mundo. El denominador
común de estas construcciones es fundarse en un enunciado de los orígenes que reemplaza al
compartido por el conjunto de los sujetos.

Por idea delirante entendemos todo enunciado que prueba que el yo relaciona la presencia de
una cosa con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual funciona el
discurso del conjunto, y por eso esa relación es ininteligible para dicho discurso.

El análisis de los factores responsables de este tipo de organizaciones nos enfrenta con dos
discursos, el del portavoz y el del padre, que han presentado fallas en su tarea. Sin embargo,
estas fallas pueden ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a recurrir a un orden de
causalidad que no se halle acorde con el de los demás: es por ello que lo necesario no es lo
suficiente. En todos los otros casos se comprobará la presencia de un enunciado acerca del
origen que es ajeno a nuestro modo de pensar: a esto llamamos pensamiento delirante
primario. Consecuencia del encuentro entre el Yo y una organización específica del espacio
exterior a la psique y del discurso que en ella circula, este pensamiento se convierte a su vez en
una condición previa necesaria para la eventual elaboración de las formas manifiestas de la
esquizofrenia y de la paranoia.

La presencia de esta condición previa es sinónimo de lo que definimos como potencialidad


psicótica (son dos conceptos que van de la mano). Es decir, una organización de la psique que
puede no dar lugar a síntomas manifiestos pero que muestra, en los casos en los que es
posible analizarla, la presencia de un pensamiento delirante primario enquistado y no reprimido,
que permite mantener atados de manera precaria los dos componentes del “je”. Este quiste
puede ayudar a organizar el proceso secundario, da cierta estabilidad, incluso permite
desarrollar un discurso que sólo aparentemente concuerda con el discurso de los otros, pero
cuando estalla impregna toda la psique, se desorganiza el proceso secundario y queda
operando el proceso primario, pasándose de esta manera de lo potencial a lo manifiesto.

Definimos como pensamiento delirante primario la interpretación que se da el Yo acerca de lo


que es causa de los orígenes. Origen del sujeto, del mundo, del placer, del displacer.
Pensamiento delirante primario, producido por el Yo, y efecto del encuentro entre el Yo y un
medio ambiente psíquico que ha sido tal que llevó a la elaboración de un pensamiento delirante
primario.

Merced a esta creación, el Yo se preserva un acceso al campo de la significación creando


sentido allí donde el discurso del otro lo ha confrontado con un enunciado con escaso o ningún
sentido. A partir de este pensamiento podrá instaurarse un sistema de significaciones acorde
con él; producirse una forma particular de escisión que se manifiesta a través de lo que
designamos como enquistamiento de tal pensamiento que le permite al sujeto funcionar de
acuerdo con una aparente y frágil normalidad; o bien también es posible que este pensamiento
no de lugar a sistematización alguna, sino que actúe como una interpretación única y
exhaustiva, donde todo lo que escape a ella será descatectizado e ignorado por el sujeto y por
su discurso. El primer caso corresponde al sistema paranoico, el segundo constituye la
potencialidad psicótica y el tercero caracteriza a la vivencia esquizofrénica. Esta sistematización
(en la paranoia) al igual que esta extrapolación (a partir de una única y exhaustiva interpretación
en la esquizofrenia) pueden realizarse desde la instauración del pensamiento delirante primario:
nos veremos entonces frente a las formas infantiles de la paranoia y la esquizofrenia. Pero
también pueden producirse en un momento posterior y como consecuencia del fracaso de la
transacción que hasta el momento protegía a la potencialidad psicótica. Un lugar aparte debe
ser atribuido al autismo infantil precoz, en el que lo que no ha podido elaborarse es el propio
pensamiento delirante primario.

El pensamiento delirante primario se impone la tarea de demostrar la verdad de un postulado


del discurso del portavoz notoriamente falso. Implícita o explícitamente ese postulado se refiere
al origen del sujeto y al origen de su historia: las primeras cosas oídas referentes a este doble
origen se le han revelado al sujeto como contradictorias con sus vivencias afectivas y efectivas.
Se manifiesta una antinomia entre el comentario y lo comentado. Aceptar el comentario,
retomarlo por cuenta propia, implicaría adueñarse de una historia sin sujeto y de un discurso
que le negaría toda verdad a la experiencia sensible. Rechazarlo implicaría quedar frente a
frente con una experiencia inefable, algo innombrable. Para evitar estos dos impases, el Yo
dispone de la posibilidad de interpretar el comentario (acá está el trabajo elaborativo del Yo,
construye una nueva representación respecto de ese comentario). Puede así hacer coincidir, de
un modo más o menos defectuoso o forzado, el desarrollo de su historia con un primer párrafo
escrito por el pensamiento delirante primario.

El problema del origen

El Yo espera que la respuesta a la pregunta ¿cómo nace el Yo? la proporcione el texto del
primer párrafo de su historia en la que debe poder reconocerse: sólo ella puede dar algún
sentido a la sucesión de todas las posiciones identificatorias que puede ocupar. (Es inherente al
Yo encontrar la causa de lo que es, de lo que siente, que lo lleva a simbolizar, pero esto a partir
de que puede organizarse una instancia yoica).

De este modo, la tarea del discurso del portavoz es ofrecerle al niño un primer enunciado
referente al origen de su historia: ello basta para demostrar el peligro que le hace correr al Yo
una falta de respuesta a este interrogante o una respuesta inaceptable.

La interrogación que plantea el Yo acerca de la significación de su propia existencia y su


intuición de que, de ese modo, interroga al deseo y al placer de la pareja, es al mismo tiempo
una interrogación acerca de la causa originaria de la experiencia de placer y de displacer. El
niño busca una respuesta que plantee una relación entre nacimiento-niño-placer-deseo.

“En el origen de la vida se encuentra el deseo de la pareja parental al que el nacimiento del niño
causa placer”. Es preciso que la respuesta oída remita a esta concatenación. De este modo, el
Yo relacionará la causa de placer, de todo placer, con el placer que le procura a la pareja el
hecho de que él existe.

La significación que da sentido a la existencia del Yo es la que al mismo tiempo puede darle
sentido a las experiencias que él vive. Por el contrario, toda significación que prive de sentido a
la causa del placer o del displacer determinará que también carezca de sentido todo lo que
podría ser causa del Yo.

En lo que atañe a la experiencia de displacer, a fin de que no sea desestructurante para el Yo,
se requiere que el portavoz reconozca que esta vivencia ha estado presente en la vivencia del
niño y, en segundo lugar, que le proporcione una significación. Ello implica la necesidad de que
esta causa sea diferente de la que le corresponde al placer.

Pero si el Yo no encuentra en el discurso un pensamiento del que pueda apropiarse como


postulado inicial para su propia teorización de los orígenes, se ve obligado a crearlo o a
renunciar a preservar un espacio psíquico en el que su funcionamiento sea posible.

El espacio al que la esquizofrenia puede advenir


Además de las fallas en el discurso del portavoz, un discurso y un deseo del padre que faciliten
la respuesta psicótica en lugar de ofrecer al niño un soporte que lo ayude a relativizar las dichas
fallas (del portavoz), desempeñan un papel igualmente determinante en la organización del
espacio psíquico que encuentra el infans.

Puede suceder que no haya en la madre “deseo de hijo”. Ausencia de un deseo de hijo que
habría sido transmitido por su propia madre y que sería posible transmitir al hijo. Su
consecuencia manifiesta es la imposibilidad de la madre de catectizar positivamente el acto
procreador, el momento del nacimiento y todo aquello que demostraría que al dar la vida se
engendra un ser nuevo, algo nuevo que no es el retorno de un niño que ya había sido, ni de un
momento temporal que sólo se repetiría. En estas mujeres puede existir lo que llamamos un
“deseo de maternidad” que es la negación de un deseo de hijo. Deseo de maternidad a través
del cual se expresa el deseo de revivir, en posición invertida, una relación primaria con la madre
(reeditar las vivencias que ha tenido como hija de su propia madre, no da lugar a algo nuevo),
deseo que excluirá del registro de las catexias maternas todo lo que concierne al momento de
origen del niño, momento que demostraría que, al abandonar su cuerpo, el niño ha abandonado
el pasado materno. Se ve de este modo, la mutilación ejercida desde un primer momento por la
madre en relación con todo aquello que en el niño constituye una referencia a la singularidad de
su cuerpo, de su tiempo, de su destino. El infans (futuro esquizofrénico) no encuentra ningún
deseo que le concierna como ser singular. La procreación no puede ser catectizada como un
acto de creación. La sombra hablada no anticipa al sujeto, lo proyecta regresivamente a ese
lugar que el portavoz había ocupado en una época pasada. Esta inversión del efecto
anticipatorio priva de todo sentido a la respuesta dada a la pregunta acerca del origen. Para la
madre el nacimiento no es origen del sujeto, momento inaugural en el que surge una nueva vida
cuyo destino queda abierto, sino, al contrario, repetición de un momento y de una vivencia que
ya se han producido. Se comprende, entonces, por qué uno de los rasgos característicos de la
vivencia esquizofrénica será el no acceso de la temporalidad (pues repite una mismidad).

En este marco, en el momento de encuentro del infans con lo exterior a la psique predominará
toda representación relacionada con el rechazo, con el odio: el pictograma de rechazo, en la
medida en que el encuentro con el niño es vivido como causa de displacer.

La satisfacción de la necesidad y la experiencia de la lactancia harán desaparecer la necesidad,


pero manifestarán también la privación de un placer libidinal que la madre no puede o no quiere
dar. Se observarán las mismas consecuencias en los casos en los que la madre reconoce no
haber deseado al niño como en aquellos en lo que aparentemente ese deseo existe cuando en
realidad lo que se desea es el “hijo de la madre”, el retorno de sí misma en cuanto fuente del
placer materno.

En estos casos hay una conducta de captación del hijo y de negación del tercero, y un discurso
que no puede proporcionar al sujeto un enunciado acerca del origen que relacione su
nacimiento con el deseo de la pareja. En el primer párrafo de la historia que el portavoz relata,
el acontecimiento nacimiento será designado como la fuente de una situación conflictiva, como
un acontecimiento en el que el deseo del padre no ha podido desempeñar un papel valorizante.
El “deseo de maternidad” no puede dar lugar al deseo del padre ni al placer que la madre
experimentaría al convertirse para este último en la que permite realizarlo; por el contrario, lo
que se intenta reencontrar es el placer que, supuestamente, su propio nacimiento otorgó a su
propia madre y sólo a ella.
Así, en casos como estos, el pensamiento delirante primario remodela la realidad de algo
aprehendido referente a experiencias que le han sido impuestas al sujeto y que conciernen: 1-al
encuentro con una madre que no manifiesta que él sea el producto del deseo de la pareja
parental, ni del placer de crear algo nuevo; 2-al encuentro con experiencias corporales, fuente
de sufrimiento, que confirman que el que ha nacido en el dolor sólo puede encontrar al mundo
con dolor; 3-al encuentro con algo aprehendido en el discurso materno que, o bien se niega a
reconocer que el displacer forma parte de la vivencia del sujeto, o bien impone un comentario
acerca de él que priva de sentido a esa experiencia y a todo sufrimiento eventual. No es un
portavoz que aporte palabra válida para ligar ese sufrimiento (no aporta la simbolización
necesaria para elaborar el sufrimiento, no reconoce al niño como otro, no le aporta placer, para
ella el yo del niño no es un yo, se niega a considerar al yo como un agente autónomo con
derecho a pensar). Así el Yo elabora el pensamiento delirante primario para tratar de sobrellevar
estos traumas psíquicos, conservar el objeto de amor para conservar cierto sostén libidinal,
cosa que no va a poder hacer sino a costa de desmentir parte de sus vivencias y sin compartir
la lógica del conjunto.

Pensamiento delirante primario: enunciado sobre los orígenes (sobre el origen de Dios, de los
padres que le dieron origen, etc) que tiene la forma de una teoría sexual infantil, la pregunta
¿cómo nacen los niños? (relacionada con la pregunta que le plantea al niño la sexualidad de la
pareja parental, el enigma de su placer y de lo que podría ser causa de su deseo) equivale a
¿cómo nace el Yo? y éste último espera que la respuesta proporcione el texto del primer párrafo
de su historia en la que debe poder reconocerse pues sólo ella puede dar algún sentido a la
sucesión de todas las posiciones identificatorias que puede ocupar; intenta suplir una falla en el
discurso del portavoz; le permite encontrar a la psique estabilidad.

El fracaso de la represión en el discurso materno

No ha podido ser reprimida por el Yo de la madre una significación primaria de su relación con
su propia madre, lo que ha impedido el acceso al concepto de función materna y a su poder de
simbolización. La significación “ser madre” se debe diferenciar de lo que ha podido ser la
relación con la madre singular que se ha tenido, el acceso al concepto permite obstaculizar la
repetición de la mismidad de la experiencia vivida (de lo contrario, la significación “función
materna” la remite exclusivamente a la significación primaria que esta función asumió para ella).

La causa esencial del pensamiento delirante primario es la presencia de un discurso,


pronunciado por la voz materna, que aparentemente utiliza conceptos acordes con el discurso
del conjunto, pero en realidad carece del concepto que se refiere a ella misma.

El exceso de violencia: la apropiación por parte de la madre de la actividad de pensamiento del


niño

“La interpretación de la violencia” puede ser una definición aplicable a todo discurso delirante: la
interpretación que el sujeto formula y se formula en relación con el exceso de violencia del que
ha sido responsable el discurso del portavoz y, en general, el discurso de la pareja. Al retomar
por cuenta propia la tarea del pensamiento delirante primario, el discurso delirante intenta dar
sentido a una violencia cometida por el portavoz a expensas de un Yo que carecía de los
medios de defensa adecuados. Interpretar la violencia, ligarla a una causa que salvaguarde a la
madre como soporte libidinal necesario, tal es la hazaña que logra el pensamiento delirante
primario.

Mientras el niño no habla, la madre puede preservar la ilusión de que existe una concordancia
entre lo que ella piensa y lo que cree que él piensa, del mismo modo en que afirma saber lo que
su cuerpo espera y demanda, ilusión necesaria pero sólo en una primera parte de la existencia.
Se pide que él piense lo que ella piensa, ya que si llegase a considerar a su Yo como agente
autónomo con derecho a pensar, le demostraría a ella que el pasado no puede retornar, que el
deseo de lo mismo es irrealizable e impensable, que su discurso carece de concepto (creo que
acerca de ella misma como madre).

El factor necesario para que la potencialidad psicótica siga siendo tal

Para que la potencialidad psicótica siga siendo tal son necesarias dos condiciones: la presencia
en la escena de lo real de otra voz que garantice la verdad del enunciado del sujeto (voz que
deberá asumir el analista a partir del momento en que se instaura la relación analítica) y la no
repetición de situaciones demasiado semejantes a las responsables de las primeras

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