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El

Espíritu Santo
Y
Las lenguas

Pastor E, Valverde, Sr,


©Publicaciones Maranatha
of the Church of Jesus Christ in the Americas
P.O. Box 10271. Salinas, CA. 93912-7271
CONTENIDO
PÁGINA

INTRODUCCIÓN .........................................................3

EL ESPÍRITU SANTO Y LAS LENGUAS .........................4

¿QUIÉN NO TIENE EL
ESPÍRITU DE CRISTO? ................................................5

LA AUTO-SATISFACCIÓN DE HABLAR
EN LENGUAS .............................................................8

¿QUÉ ES REALMENTE "NACER


DEL ESPÍRITU"? ..............................................................9

¿CÓMO CAMINA EL "NACIDO


DEL ESPÍRITU"? ............................................................13

DATOS DE EXPERIENCIAS PERSONALES .................15

EL CAMBIO INTERIOR, Y EL BAUTISMO ....................18

EL VERDADERO ESPÍRITU SANTO


PROMETIDO .............................................................19

ÚLTIMOS RAZONAMIENTOS
CONCLUSIVOS .........................................................21
"Si yo hablase Lenguas
humanas y
angélicas, y no tengo
caridad,
vengo a ser como metal
que resuena,
o címbalo que retiñe.
si
tuviese profecía, y
entendiese
todos los misterios y
toda ciencia;
y si tuviese toda la fe,
de tal manera que
traspasase
los montes, y no
tengo caridad,
nada soy.
Ysi repartiese toda mi
hacienda
para dar de comer a
los pobres,
y si entregase mi
cuerpo
para ser quemado, y
no tengo
caridad, de nada me
sirve".
(1 Corintios 13:1-3)
INTRODUCCIÓN

Desde los principios de mi caminar en el Señor,


empezó a llamarme la atención una actitud controver-
sial en la vida de algunos cristianos: Daban razón de
haber recibido el don del Espíritu Santo, y hablaban en
otras lenguas, pero su manera de vivir y de tratar no
concordaban con lo que las Sagradas Escrituras mar-
can como "los frutos del Espíritu".

Al paso de los años, ya en el desempeño de mi


ministerio, seguí observando aún en forma más extensa
la misma actitud contradictoria. Y esto no solamente
entre el pueblo de Dios, mas también entre los minis-
tros. Inclusive, aun en contra de mis propios razona-
mientos, tuve que aceptar que en la gran mayoría de los
movimientos de tipo Pentecostal (tanto entre los del
Nombre, como Trinitarios), es doctrina oficial que al
hablar en lenguas, eso es tener el Espíritu Santo.

Para las fechas de esta nueva edición, hace ya


más de 20 años que publiqué esto en forma de tratado.
Nuevamente pido al Señor que lo explicado pueda serle
de ayuda a muchos; especialmente a aquellos cristianos
quienes, como yo, entienden que es necesario
ciertamente recibir la señal de las nuevas lenguas, pero
que es mucho más necesario aún el tener y vivir los
frutos del Espíritu Santo.

Recordemos que el Señor no dijo: "Por sus


lenguas los conoceréis". Dijo: "POR SUS FRUTOS LOS
CONOCERÉIS".

EL AUTOR

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EL ESPÍRITU SANTO Y LAS LENGUAS

"Respondió (el Señor) Jesús, y díjole: De cierto, de


cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver
el reino de Dios...el que no naciere de agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios...No te maravilles de
que te dije: Os es necesario nacer otra vez" (Juan 3:3-7).

Son varias las interpretaciones que a estas pala-


bras del Maestro se le han dado, como se hace por lo
regular también con muchas otras Escrituras. En
muchas de ellas ciertamente no implica ningún peligro el
que se haga tal cosa, pero hay algunas en donde sí es
peligrosa la diversidad de interpretaciones. La de-
claración Escritural que aquí estamos usando como base
para nuestro presente estudio, es una de estas últimas.
Pues aquí nos marca el Señor una de las doctrinas más
fundamentales de la fe cristiana, y éstas son nada menos
que las condiciones básicas para la entra-da al Reino de
Dios. Por lo tanto, nos es imperativo el estudiarlas
detenidamente y con oración, para poder entender el
verdadero significado de lo que el Maestro de la vida nos
está diciendo aquí.

La primera condición señalada por el Señor para


"entrar en el Reino de Dios", es "el nacer de agua". Esto lo
reconocemos como algo de suma importancia por cuanto
se trata de la doctrina del bautismo, la cual es también
fundamental. Mas no siendo éste el tema de nuestro
estudio en este libro, solamente cabe decir aquí, en
forma breve, que esta declaración se ha pres tado de
igual manera que la otra para diversas interpretaciones.

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"Nacer de agua" es, por cierto, una expresión
más concreta, y está ligada indiscutiblemente con de -
claraciones que en forma muy específica señalan la
importancia que el bautismo tiene en el proceso de la
salvación. Pues el bautismo en agua es el sacramento
indispensable por el cual opera "el lavacro del agua por
la palabra" (Ef. 5:26). "Lavacro" que el mismo Señor
ordenó para el lavamiento de los pecados, de acuerdo al
mandamiento dado en Marcos 16:16, y del cumpli-
miento en Hechos 2:38. Esto lo confirma San Pedro al
hablar de la salvación por agua en los días de Noé,
cuando éste y su familia fueron salvos por agua, "a la
figura de la cual el bautismo que ahora corresponde NOS
salva" (1 Pedro 3:21).

Mas, es en la expresión divina de "nacer del


Espíritu", en la que en este estudio enfocamos nuestra
atención, conscientes de la confusión que prevalece al
respecto. Pues es bien conocido el hecho de que para
un gran segmento del cristianismo distinguido como
"pentecostal", el "nacer del Espíritu" consiste en recibir el
don del Espíritu Santo con la evidencia de hablar en
nuevas lenguas. Basados por tanto en esta popular in -
terpretación, se sigue enseñando erróneamente que
todo creyente en el Señor Jesucristo quien aún no ha
recibido el don del Espíritu Santo con la evidencia de
hablar en nuevas lenguas, no ha "nacido del Espíritu"
todavía.

¿QUIÉN NO TIENE EL ESPÍRITU DE CRISTO?

Para confirmación de esta errónea interpretación


se usa incorrectamente la expresión de San Pablo
cuando dice: "Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el
tal no es de Él" (Ro. 8:9). Con lo dicho se pone al cris-
tiano así afectado en una categoría inferior o de segun-

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da clase. O sencillamente se le cataloga en el mismo
lugar de los inconversos, diciéndole que mientras no
"hable en lenguas" no tiene parte ni suerte con los redi -
midos. Esta radical manera de pensar es tomada hoy
livianamente por muchos creyentes, y también ministros,
no tomando en cuenta algo tan maravilloso y de suprema
importancia como lo es la transformación interior hecha
ya por el Espíritu en aquel nuevo creyente. Esta
operación es, por cierto, nada más y nada menos que el
hecho milagroso de haber "nacido de Dios" (1 Juan 3:9).

La absurda interpretación aludida trae consigo


varias consecuencias de igual manera absurdas, y aun
contrarias a la misma Palabra de Dios; pues obligada-
mente tiene que desconocer, como lo hemos señalado
antes, la obra transformadora que ha sido hecha ya por la
operación del mismo Espíritu Santo de Dios en el nuevo
creyente. Tiene que desconocerse el hecho de que ese ex-
pecador ha sido hecho ahora "una nueva criatura en
Cristo", por la operación del mismo Espíritu Santo de Dios
que reside en Su Palabra (Juan 6:63). Tiene que cerrarse
los ojos a la realidad de que ahora ese nuevo creyente en
el Señor, por la operación del mismo Espíritu, vive ya en
el temor de Dios sirviéndole a El en una vida de
santidad. Necesita ignorarse el hecho de que es por el
mismo Espíritu de Dios que el nuevo creyente es
inspirado ahora para buscar, a su vez, el recibir del
Padre el don del Espíritu Santo pro-metido con la
evidencia de las nuevas lenguas.

No es difícil para el cristiano sincero y de una


mente abierta, el entender que las inconsistencias cita-
das son contradictorias e ilógicas, y no engranan con las
razones de Dios. Pues nadie entre los mortales pe-
cadores tiene la facultad para transformar su vida por

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si mismo, y poder así vivir una vida nueva en Cristo el
Señor. Tal cosa solamente puede hacerse por el poder de
la Palabra de Dios, que en sí misma "es Espíritu y es
vida". El mismo Señor Jesús categóricamente confirma
esto cuando nos dice: "Porque sin Mí nada podéis hacer"
(Juan 15:5).

Considerando detenidamente toda la porción Es-


critural donde está el texto antes citado de Romanos
8:9, tenemos que reconocer que no se trata allí de la
recepción del don del Espíritu Santo y las lenguas. No
se trata tampoco de los otros dones y manifestaciones
exteriores del Espíritu Santo. Se trata en cambio, en
todo el capítulo, de la manera en que debe de vivir cada
uno de aquellos en quienes ha obrado ya "la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús" (Ro. 8:2). En algunas
ocasiones nos consta que ha habido enseñadores
quienes, queriendo justificar la errónea interpretación
aludida, han llegado al grado de decir que el cambio
operado en aquel nuevo creyente, quien aún no ha
hablado en nuevas lenguas, es solamente fruto de la
emoción del ambiente. Inclusive, que los buenos frutos
que ahora éste pudiere tener no son frutos del Espíritu
Santo, "porque aún no lo tiene"; que son frutos de sí
mismo, o sea de su propia voluntad y no por la obra de
Dios, "porque aún no tiene nada de Dios". ¿Absurdo?
Ciertamente.

Inclusive se ha enseñado que si alguien ya ha


creído, ha sido ya transformada su vida por el Señor, ha
sido bautizado en Su Nombre para el perdón de los
pecados, está viviendo una vida de santidad, y muere
sin que nadie le haya oído hablar en lenguas, no se
puede estar seguro de que fue salvo. Muchos son los
cristianos que han creído a éstas y otras ideas rela-
cionadas con el mismo tema. Con ello dan a entender

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que creen que nuestro Dios es un Dios limitado a quien
se le pueden morir Sus creyentes y escapársele sus
almas, sin que Él cumpla con la promesa de darles el
don de Su Espíritu Santo. Cualquier cristiano sensato,
puede entender que las absurdas deducciones aquí
descritas no son solamente niñerías, sino aun insultos a
la omnipotencia misma de nuestro Dios.

LA AUTO-SATISFACCIÓN DE HABLAR
EN LENGUAS

La interpretación errónea aludida ha obrado por


otra parte, como lógica consecuencia, para que muchos
cristianos que han tenido el privilegio (porque cierta-
mente que es un privilegio) de haber recibido la mani -
festación del Espíritu Santo con la evidencia de hablar
en nuevas lenguas, se sientan superiores. Con el hecho
de haber sido recipientes de la señal de las lenguas, se
sienten inclusive tan satisfechos que piensan que por
ello, tienen ya por completo asegurada la entrada al
reino de Dios. Estando en esta mentalidad, muchos de
ellos viven una vida similar y en ocasiones aun peor que
la vida de las gentes que no conocen al Señor. Pues se
sienten justificados no solamente para participar
impunemente de mundanalidades exteriores, sino aun
para despreciar y aborrecer a su prójimo. Estando pre-
sos en ese sutil engaño olvidan que está escrito que "sin
la paz y la santidad, nadie verá al Señor" (Hechos
12:14).

El recibir el don del Espíritu Santo con la evi-


dencia de las nuevas lenguas, es una promesa
inmutable ofrecida por el Señor a Sus creyentes. Este
don es "la prenda del Espíritu" (2 Co. 1:22). "Es las arras
de nuestra herencia" (Ef. 1:14). De acuerdo con los
relatos y con los escritos del Nuevo Testamento, el

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recibir este don de Dios es un requisito indispensable y
necesario para todo cristiano sincero que sirve en ver-
dad al Señor Jesús. Al igual que todos los dones y ben-
diciones que se reciben de Dios, el don del Espíritu
Santo nadie lo recibe por méritos, sino también por
gracia. Cabe aquí el hacer claro que la explicación que
nos ocupa en relación a la señal de las lenguas, no está
favoreciendo ni justificando en ninguna manera a
quienes despreciaren o negaren la manifestación de las
lenguas genuinas del Espíritu Santo. Pues el mismo que
esto escribe es poseedor de este don de Dios, como
también del don de lenguas.

Continuamos enfatizando, que el propósito de


este estudio es el poner en claro las confusiones que
existen con respecto a la manifestación audible de las
lenguas. La confusión que se fomenta cuando hay
lenguas, pero que no hay manifestación de los frutos ni
de las virtudes del Espíritu. Todo aquel que "es nacido
de Dios", que es "nacido del Espíritu", invariablemente
va a tener estas cosas antes de hablar en nuevas
lenguas, y después de haberlas hablado. Pues el que ha
"nacido otra vez", y que ha sido hecho por el Señor una
"nueva criatura en Cristo", va a empezar a dar frutos
desde el primer día en que su vida fue transformada en
verdad por el poder de Dios. Y esto habrá de ser tanto
antes de que recibiere el don del Espíritu Santo, como
con más razón después de que lo hubiere recibido.

¿QUÉ ES REALMENTE "NACER DEL ESPÍRITU"?

La interpretación que responde a las razones ló -


gicas de la Palabra de Dios, es la que enseña que el
"hacer del Espíritu" es la operación única, maravillosa, y
aun misteriosa, hecha por el Espíritu de Dios en ese
preciso momento cuando el humano pecador com-

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prende y reconoce que está perdido, y que necesita al
Salvador. En ese momento en que su vida es transfor -
mada milagrosamente para convertirse de un humano
pecador, a un hombre (o mujer) santo de Dios. En el
momento cuando deja ya de vivir conforme a su natu -
raleza humana depravada, y comienza a vivir y a expe -
rimentar una vida nueva en Cristo habiendo "nacido otra
vez".

El milagro descrito solamente puede ser hecho por


el Espíritu del Señor. Solamente puede hacerlo el poder
del Evangelio que "es potencia de Dios", que "es Espíritu
y es Vida". Y el Señor es el Espíritu. El Señor es la Vida.
El Señor es la Salvación. El Señor es la Regeneración, es
la Gracia, es la Santificación, es la Resurrección, es la
misma Vida Eterna. Él es el todo. Por eso el mismo Señor
Jesucristo dijo: "Ninguno puede venir a Mí, si no le fuere
dado del Padre" (Juan 6:65). Y, "Yo soy el Camino, y la
Verdad, y la Vida: nadie viene al Padre, sino por Mí"
(Juan 14:6).

El que ha nacido del Espíritu es identificado por el


efecto del Espíritu en su nueva vida, así como se conoce
la presencia del viento por los efectos que éste produce.
Así precisamente lo describe el Señor cuando compara
con el soplar del viento al que es nacido del Espíritu. Es
también el Señor quien establece como regla invariable
la presencia de esas obras, que deben de venir como
resultado lógico de la obra del Espíritu, cuando dijo: "Así
que, por sus frutos Ios conoceréis" (Mateo 7:20). San
Pablo, a su vez, nos dice que "si alguno está en Cristo,
nueva criatura es" (2 Co. 5:17). Por lo tanto, seguiremos
enfatizando el hecho innegable de que nadie puede obrar
las obras de Dios si no fuere primero "nacido de Dios ".

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Cualquiera que obra, las obras de Dios, es
porque Jesucristo el Señor, por Su Espíritu Santo, está
motivando esas obras en su vida. Porque "toda buena
dádiva y todo don perfecto es de lo alto, que desciende
del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni
sombra de variación" (Stg. 1:17). Así que quienes dieren
los frutos del Espíritu que señala la Palabra de Dios,
tales como amor, santidad, humildad, sinceridad, paz,
tolerancia, benignidad, fe, mansedumbre, templanza,
etc..., los dan porque son guiados por Dios, o sea por el
Espíritu Santo de Dios.

Los términos, "nacido del Espíritu", y "nacido de


Dios" quieren decir exactamente la misma cosa. Si he-
mos recibido revelación para entender que Jesucristo el
Señor es el Dios Omnipotente y Todopoderoso (Ap. 1:8,
y Mt. 28:18), tenemos entonces que aceptar que Él no
está limitado, y que por lo tanto puede manifestarse en
todas las formas que quisiere. La prueba de lo dicho
está en que cuando hablamos del Padre, de Dios, de
Cristo, del Hijo, del Espíritu, del Señor, etc., sabemos
por las Sagradas Escrituras que estamos hablando no
de tres, no de dos, sino de UNO solamente. Los dife-
rentes términos los usa Dios en las Sagradas
Escrituras para señalar Sus distintas funciones y rela-
ciones para con Sus criaturas y la creación entera
misma, de acuerdo con los tiempos y lugares corres -
pondientes. Nunca usa Dios estos términos en Su Pa-
labra para dividirse a Sí mismo, o para quedar reducido
o limitado por ellos. ¡Imposible!

Cuando las Escrituras se refieren a Dios como "el


Espíritu", como "el Espíritu Santo" , no lo está reduciendo
solamente a la manifestación del don del Espíritu Santo
con la evidencia de las nuevas lenguas. Pues el mismo
Espíritu Santo de Dios es el que obra para que

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el pecador oiga y reciba la Palabra. Para que siendo
hecho participante de la naturaleza divina, sea trans -
formada su vida y tenga así de "nacer de Dios". Para
que arrepentido tenga de aceptar "el lavacro del agua"
que es el bautismo en el Nombre del Señor para la
remisión de los pecados. Para que siendo ahora una
"nueva criatura" pueda vivir una vida santa y agradable
a Dios. Es el mismo Espíritu el que también ahora lo
sella con el don del Espíritu Santo, y le da a su vez la
evidencia de las nuevas lenguas. "Dios es Espíritu"
(Juan 4:24). "Dios es Santo" (1 Pedro 1:16). "El Señor es
el Espíritu" (2 Co. 3:17).

La Biblia nos enseña que "sabemos que cual-


quiera que es nacido de Dios, no peca: mas el que es
engendrado de Dios, se guarda a sí mismo y el maligno
no le toca" (1 Jn. 5:18). Sabiendo por el mismo apóstol
que, "si dijéremos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en
nosotros" (1 Jn. 1:8), entendemos que lo que realmente
se nos quiere decir es que el "que es nacido de Dios"
nunca va a dejar de buscar el rostro del Señor. Pues
hemos sido testigos de los muchos que un día, llenos
de una emoción espiritual, hablaron ciertamente en
nuevas lenguas y glorificaron a Dios; mas no habiendo
en realidad "nacido de Dios", no habiendo "nacido del
Espíritu", al poco o al mucho tiempo han dejado por
completo de buscar el rostro del Señor, y algunos al
grado aun de convertirse en enemigos de la obra de
Dios. De éstos se nos dice que "salieron de nosotros,
mas no eran de nosotros; porque si fueran de nosotros,
hubieran cierto permanecido con nosotros. Pero salieron
para que se manifestase que todos no son de nosotros"
(1 Jn. 2:19).

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¿CÓMO CAMINA EL "NACIDO
DEL ESPÍRITU"?

El que realmente ha "nacido del Espíritu", que es


el equivalente de "el que está en Cristo", "debe andar
como Él anduvo" (1 Jn. 2:6) : en una vida entregada y
dedicada a Dios sirviéndole "en espíritu y en verdad"
(Jn. 4:23), en la cual "las cosas viejas pasaron, he aquí
todas son hechas nuevas" (2 Co. 5:17). Estos deben de
ser invariablemente los efectos que debe de haber en la
vida del que ha "nacido del Espíritu", del que ha "nacido
de Dios". Y esto, tanto antes de recibir la señal de las
nuevas lenguas como después de haberla recibido. En
esta actuación es donde se aplica en forma exacta la
declaración de San Pablo ya antes citada: "Y si alguno no
tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él ". El que no
tiene la transformación y las obras, y la presencia
misma del Señor en su vida, el tal no es de Dios y por lo
tanto no va a permanecer buscando el hacer la voluntad
de Él hasta el fin de su jornada en esta vida.

San Pablo es específico en su consejo a este


respecto cuando nos dice que es muy posible el tener
todos los dones y las manifestaciones del Espíritu, y no
ser más que ruido (1 Co. 13:1-3). En la descripción alu-
dida señala varias demostraciones y acciones que
pueden ser convertidas en una mera apariencia,
comenzando con la manifestación de las "lenguas
angélicas". Exactamente lo contrario a lo señalado es lo
que hoy en día un gran número de predicadores y de
profesantes cristianos enseñan y creen. Según su ma-
nera de entender las Escrituras, en lo que se relaciona al
tema que nos ocupa, el que ya habla en otras lenguas lo
tiene todo, y el que no ha hablado aún en nuevas
lenguas no tiene nada. Ignoran, con la errónea
interpretación que aquí reprobamos, el hecha in-

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negable de que Dios no reduce Su salvación a una sola
operación del Espíritu; pues ésta consiste realmente en
un proceso en cadena en el que, el mismo Espíritu obra
en diferentes operaciones, según el llamamiento y los
diferentes tiempos en la vida y el lugar que el cristiano
ocupare (1 Co. 12:4-11). Precisamente esas operaciones
incluyen el "nacer del Espíritu", el "nacer de Dios", el
recibir el don del Espíritu Santo, la manifestación de
las nuevas lenguas, y todas las demás.

En las Sagradas Escrituras no existen expre-


siones tales como "nacer del don del Espíritu Santo" o
"ser llenos del don de nacer del Espíritu". El que ha
nacido del Espíritu es aquel que ha sido engendrado
por la Palabra de Dios, la cual ha leído o escuchado y
ha experimentado el cambio milagroso operado por ella
en su vida. El Señor Jesucristo (quien es la misma
Palabra, quien es el Verbo) estando en el creyente fiel,
dirige a éste para que le reconozca a Él como su Señor,
como su Salvador, como su Dios. Lo dirige para que,
después de arrepentido, anhele y pida el bautismo en el
Nombre de su Señor para la remisión de sus peca-dos.
Lo dirige e inspira para que busque y reciba del Padre
el don del Espíritu Santo. Le guía para que viva en
amor, y para que retenga siempre ese "primer amor". Le
enseña y lo ayuda para que se esfuerce a vivir en
santidad. Y al llegar a fallar, lo mueve y lo impulsa a
humillarse hasta lo máximo, y nunca dejar de buscar el
rostro de su Señor durante todos los días de su vida.

Hay, pues, quienes han experimentado la mani-


festación de las nuevas lenguas, pero que aún no han
nacido del Espíritu. En cambio, están por la otra parte
los que aún no han tenido la experiencia de hablar en
nuevas lenguas, pero que ya han nacido del Espíritu.
Los primeros no le están sirviendo hoy a Dios. Los

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segundos sí están hoy sirviéndole al Señor, y los que de
entre ellos no han aún hablado en nuevas lenguas,
están con toda su alma pidiendo hoy al Padre ese
poder. Los primeros, si murieren en la clase de vida
pecaminosa en que están viviendo, y no se arrepin-
tieren a tiempo de sus malos caminos, sin lugar a duda
les espera juicio y condenación. No importa que hayan
hablado en nuevas lenguas una o más veces. Los se-
gundos, al morir en su fidelidad tienen asegurada su
salvación, porque si ellos como humanos falibles han
sidos fieles en el pacto que hicieron con Dios, mucho
más fiel aún es el Señor para cumplir Su promesa y
darles el don de Su Espíritu Santo antes de recoger sus
vidas.

DATOS DE EXPERIENCIAS PERSONALES

La Palabra de Dios no puede contradecirse.


Tampoco puede sobrar una enseñanza cuando se aplica
otra similar. En cambio, ella señala en la vida de cada
uno de aquellos a quienes Dios ama, cada cosa en su
debido lugar y a su debido tiempo. Ahora, si a algu nos
Dios ha querido darles más que a otros, no es por-que
aquellos sean mejores que éstos, o por cuanto unos
hayan hecho más méritos que los otros. En este sentido
la Escritura es muy clara cuando nos dice que "no es
del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia". Y "así que del que quiere tiene
misericordia y al que quiere endurece" (Ro. 9:16 y 18).
En el libro de Job (33:13) nos dice "que Dios no da cuen-
ta de ninguna de Sus razones".

La verdad señalada la han ignorado volun-


tariamente muchos cristianos y ministros, muy parti-
cularmente durante el curso del siglo XX. Pues desde el
principio de este siglo Dios ha estado enviando "la

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lluvia tardía" profetizada por Jl. (2:23), derramando otra
vez de Su "Espíritu sobre toda carne" como lo hizo en "la
lluvia temprana". Muchos de nosotros hemos alcanzado
el privilegio de recibir en estos tiempos el precioso don
del Espíritu Santo, con la evidencia de hablar en nuevas
lenguas. Pues ciertamente que Dios sigue ofreciendo
esta dádiva sublime a todos los que la pidan de Él,
mayormente a aquellos Sus hijos quienes habiendo ya
"nacido del Espíritu", viven sirviéndole hoy "en espíritu y
en verdad".

Mas como ya lo hemos anticipado antes, el ser


participantes de este privilegio no nos autoriza en
ninguna forma para menospreciar, y menos para con-
denar a otros que no han recibido lo que por miseri-
cordia Dios ha querido darnos ya a nosotros. Tampoco
nos autoriza el hecho de haber recibido el don del
Espíritu Santo, con la evidencia de hablar en nuevas
lenguas, para reducir todo el proceso de la obra reden -
tora de Dios a una sola operación del Espíritu. En todo
caso, esa manera errónea de interpretar la Escritura, en
relación a la doctrina que nos ocupa, es algo no
solamente absurdo, sino aun grosero y ofensivo. Por-que
en sí mismo, es contrario a los frutos del Espíritu Santo
que deben de estar en aquél que profesa haber recibido
este don de Dios, y quien a la misma vez está
sosteniendo la interpretación de confusión que aquí
reprobamos.

En lo personal, testifico del proceso redentor del


Espíritu que antes se ha explicado. "Por el mismo Es-
píritu" fui participante de las siguientes operaciones:
Escuché la Palabra de Dios. Reconocí mi condición
pecaminosa y me arrepentí. Creí a la Palabra, y acepté
al Señor Jesucristo como mi Salvador. Entendí que
tenía. que ser bautizado en Su Nombre, y así lo hice.

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Creí, pedí, y recibí de Dios el don de Su Espíritu Santo,
juntamente con el don de lenguas. Desde mis princi-
pios entendí que debía de vivir una vida apartada del
mal, y así he vivido hasta hoy. Por el mismo Espíritu fui
llamado para el ministerio, y por el mismo Espíritu
tengo hoy los dones y facultades espirituales que a mi
Dios le ha placido darme. Todo esto lo he recibido de
Dios por el mismo Espíritu, por Su gracia y Su miseri -
cordia. Cada cosa y cada operación en su debido tiem -
po, y en su debido lugar.

Inclusive, el Señor me enseñó hace mucho tiempo


que lo que Él me haya dado no ha sido porque yo fuere
mejor que aquellos a quienes no les ha sido dado lo
mismo -esto es en relación tanto con los que estaban
presentes en mis principios, como con los que estu-
vieren el día de hoy-. Para ellos y para todos, mi parte
ha sido, es y será, testificarles con el amor del Señor de
lo que Dios a mí me ha dado, diciéndoles que Dios lo
ofrece también a los que no lo tuvieren. Y esto, sin
menospreciar lo que a algunos ya Dios les hubiere dado
ahora tanto en manifestaciones del Espíritu, en un
cambio en sus vidas, o en revelación en Su Palabra.
Inclusive lo dicho está siendo dirigido a todos los
creyentes en Cristo el Señor en general, sin excepción
de grupos, lenguas o denominaciones. Pues Dios da de
Su Espíritu Santo como Él quiere, a quien Él quiere,
donde Él quiere, y cuando Él quiere. Dios no mira
apariencias ni barreras humanas. Dios mira el
corazón.

El "nacer del Espíritu", el "nacer de Dios ", es el


cumplimiento literal de la Escritura que dice: "Mas a
todos los que le recibieron, diales potestad de ser hechos
hijos de Dios, a tos que creen en Su Nombre: los cuales
no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne,

17
ni de voluntad de varón, mas de Dios" (Juan 1:12-13).
Es también exactamente a lo que se refiere San Pedro
cuando dice que hemos sido "hechos participantes de la
naturaleza Divina" (2 Pe. 1:4). Éstas, y las demás en las
Escrituras que se hace alusión a lo mismo, des- criben
precisamente esa operación por medio de la cual el Señor
no solamente llama al pecador, sino que opera en éste en
una forma sobrenatural y aun misteriosa, sometiéndolo
a una maravillosa metamorfosis divina para convertirlo
en un hijo de Dios. Quien entienda lo explicado nunca
va a estar de acuerdo en reducir estas profundas y
maravillosas operaciones del Espíritu, solamente al
hecho de "hablar en otras lenguas".

EL CAMBIO INTERIOR, Y EL BAUTISMO

Notemos a continuación los paralelos que se


encuentran en las siguientes porciones Escriturales, al
hablar de la ordenanza del bautismo. Fijémonos que en
todas ellas se implica que el bautismo, para fin de que
sea efectivo, debe de ir imprescindiblemente precedido
por las operaciones espirituales de la Palabra de vida, y
del Espíritu Santo de Dios:

"... id y doctrinad a todos los Gentiles, bautizando-


(Mt. 28:19)
"...el que creyere y fuere bautizado, será salvo..."
(Marcos 16:16)
"...el arrepentimiento y la remisión de pecados..."
(Lucas 24:47)
"...arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros..."
(Hechos 2:38)

Después de que la obra espiritual ha sido hecha


en el nuevo creyente, depende entonces de éste el obe -
decer el mandamiento del bautismo. El cambio interior

18
que ahora hay en él, es fruto de la operación que sólo el
Espíritu de Dios pudo hacer. Ahora es una "nueva
criatura" porque ha "nacido de Dios". Ahora también pide
y en el tiempo de Dios, recibe el don del Espíritu Santo
con la. evidencia de las nuevas lenguas. Hay cier tamente
muchos quienes habiendo sido bautizados no han
cambiado su vida, y nunca han recibido el Espíritu
Santo. Pero también están los muchos que han habla-do
en nuevas lenguas, mas nunca se han arrepentido de
sus malos caminos. Estos y los otros obran así por la
sencilla razón de que no han "nacido otra vez".

EL VERDADERO ESPÍRITU SANTO PROMETIDO

Nuestro Señor Jesucristo, en Su plan divino de


salvación, propuso y prometió que daría a Sus hijos un
poder sobrenatural. Pues siendo el mismo Creador, y
conociendo, por lo tanto, nuestra condición humana
pecaminosa, sabía muy bien que a más de cambiar
nuestras vidas y de perdonar nuestros pecados, nece-
sitábamos un poder superior para poder pelear y vencer
a nuestros dos enemigos mortales: Nuestra carne, y
Satanás. Y así proveyó, desde los principios del tiempo
de la gracia, el precioso don del Espíritu Santo. Lo
impartió a los apóstoles y a los primeros creyentes en la
Iglesia, mas también lo prometió "para vuestros hijos, y
para los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro
Dios llamare" (Hechos 2:39).

El relato bíblico, en "Los Hechos de los Apóstoles",


describe en forma clara y específica cómo todos y cada
uno de los creyentes en la Iglesia primitiva, habiendo
sido bautizados en el Nombre, recibieron de Dios el poder
del Espíritu Santo que había prometido el Señor (Hechos
1:8). En cada ocasión el relato bíblico nos señala, en
forma invariable e innegable, que la evi-

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dencia audible de haber recibido el don del Espíritu
Santo fue la de hablar en otras lenguas como el
Espíritu les daba que hablasen (Léase Hechos 2:4, 8:17,
10:46, 19:6). Esta señal es efectiva hasta el día de hoy.

El consejo para todos los creyentes, quienes


habiendo ya aceptado al Señor han "nacido del Espíritu"
mas aún no han recibido la manifestación sobrenatural
del Espíritu Santo con la evidencia de hablar en nuevas
lenguas, es que lo pidan de Dios. Que crean que es
promesa fiel del Señor para ellos, y que en el tiempo de
Dios lo tendrán de recibir. "Pues si vosotros, siendo
malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que lo pidieren de Él?" (Lucas 11:13).

Nuestro consejo es, insisto, que el cristiano fiel


pida sin cesar, de día y de noche, en el santuario y en
la casa, en el trabajo y en la calle, y en dondequiera que
estuviere, hasta que lo reciba. Que recuerde siempre
que siendo promesa de Dios no puede fallar. Inclusive
hay muchos testimonios de quienes han recibido este
don de Dios sin haberlo pedido, siendo aún inconver-
sos. ¡Cuánto más posible es entonces que Dios se lo dé a
Sus hijos humildes y fieles que claman a Él de día y de
noche!

Ciertamente que durante las edades ha habido


muchos cristianos fieles quienes, en muchos lugares y
en diferentes tiempos, nunca supieron ni han sabido
hasta hoy "si hay Espíritu Santo" (Hechos 19:2).
Multitudes de ellos han terminado sus vidas (y muchos
de entre ellos aun en el martirio mismo) sirviéndole al
Señor con todo su corazón, sin haber recibido el don

20
del Espíritu Santo con la evidencia de hablar en nuevas
lenguas. ¿Estamos nosotros autorizados para hacer
juicio sobre ésto? ¿Sabremos nosotros más que Dios
para decirle a Él que porqué ha hecho así con ellos?
Pues repetimos nuestro tema inicial que una cosa es
que el cristiano fiel no haya recibido aún la mani -
festación sobrenatural del Espíritu Santo con la evi-
dencia de hablar en nuevas lenguas, y otra cosa es "no
tener el Espíritu de Cristo".

Si alguien argumentare que la interpretación


(errónea) del texto citado (Ro. 8:9) se hace con el fin de
"estimular" a los cristianos que aún no han hablado en
lenguas, para que las hablen, debe de entender que no
está haciendo justicia al decir una cosa por otra.
Inclusive la costumbre que prevalece entre algunos de
inducir, o más bien de forzar al que está orando para
que diga palabras que provoquen que su lengua se
trabe, y así decir que "ya recibió el Espíritu Santo", no
es algo muy recomendable. Al hacer esto se está cayen do
en el mismo error de los que han inventado doctrinas de
las que la Biblia no habla, según ellos "con el buen
propósito" de hacer que los creyentes se sientan bien. El
verdadero cristiano, el que en realidad ha "nacido del
Espíritu", va a crecer y ser edificado y estimulado no con
artimañas y enseñanzas ficticias o con interpretaciones
arregladas, sino con la verdades genuinas de la Palabra
de Dios.

ÚLTIMOS RAZONAMIENTOS CONCLUSIVOS

Para finalizar, hagámosnos las siguientes pre-


guntas derivadas de nuestras propias observaciones en
la vida real, contestándonos con juicio justo basado
éste a su vez en la Palabra de Dios. ¿Podríamos aceptar
que han "nacido del Espíritu":

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(1) Los religiosos que hablan lenguas pero que
niegan en forma aun grosera que Jesucristo es Dios, y
rechazan y aun maldicen el bautismo en Su Nombre.

(2) Quienes han hablado en lenguas en algunos


otros tiempos de su vida, pero que hasta ahora siguen
viviendo igual o aun peor que los inconversos.

(3) Los que después de bautizados y de haber


hablado en otras lenguas han caminado por un tiempo
(corto o largo) y después se han apartado del Señor,
tornándose algunos de ellos aun en enemigos de la obra
de Dios.

(4) Los niños pequeños a quienes hemos oído en


su cuna hablar en lenguas angélicas, y que nos consta
que ni su propio idioma hablan todavía.

(5) Los religiosos que reclaman que han "nacido


otra vez" por el hecho de haber hablado lenguas, pero
que siguen adorando los ídolos y las imágenes.

(6) Los que "hablan lenguas humanas y angéli-


cas", tienen dones, fe, ciencia, profecía, etc., pero que
no aman, antes aborrecen a su hermano.

(7) Los que profesan creer en toda la palabra de


Dios, y aun la predican, pero que en términos generales
no están viviéndola como lo demanda Dios?

La respuesta a todo esto es: ¡Imposible!

Seguro que aceptamos el hecho de que algunos y


otros han experimentado en algún tiempo la mani-
festación de las lenguas. También el que algunos entre
ellos han recibido en sus vidas ciertos dones o expe-

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riendas espirituales. Con todo y ello no es posible
aceptar, de acuerdo con las condiciones que señala la
Palabra de Dios, el que en verdad hayan "nacido del
Espíritu", "nacido de Dios" o "nacido otra vez" los que
estuvieren contados (sin cambiar) en las situaciones
antes descritas.

El que "ha nacido del Espíritu" es hijo de Dios y,


como tal, las obras del Padre celestial hace. Porque
"cualquiera, que es nacido de Dios, no hace pecado,
porque Su simiente está en él; y no puede pecar (odiar),
porque es nacido de Dios. En ésto son manifiestos los
hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no
hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de
Dios" (1 Juan 3:9-10).

Lo explicado en este estudio es ciertamente limi -


tado, pues es mucho más lo que al respecto pudiére mos
decir. Pues la confusión que prevalece entre un gran
segmento del cristianismo de tipo Pentecostal, con
respecto al tema que aquí nos ha ocupado, es grande.
Mas pedimos y esperamos en el Señor Jesús, que lo
dicho pueda ser de ayuda para algunos de nuestros
hermanos, quienes habiendo estado confundidos,
pueden considerar y aceptar las verdades y razona-
mientos bíblicos aquí presentados. Dios os bendiga.

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Sobre el Autor
El pastor Efraim Valverde, Sr., inspirado
por el Espíritu Santo, ha sido también el
autor, a lo largo de medio siglo ya en el min-
isterio, de otros muchos libros y escritos. En
ellos diserta sobre temas y verdades de
prominencia suprema. Y digo "suprema"
porque del conocimiento de tales verdades
depende la vida espiritual de los hijos de

Pastor E. Valverde, Sr. Dios.


Con un llamamiento no común, este ministro de Jesucristo el
Señor, ha presentado al pueblo de Dios —en una forma singular-,
tanto por el mensaje hablado como por el escrito, las verdades y mis-
terios que le han sido declarados por el Señor en Su Santa Palabra, la
Sagrada Biblia. Para este tiempo y a nivel mundial, los mensajes fruto
de este ministerio han causado un impacto positivo en las vidas de
muchos entre el "pueblo de los santos del Altísimo " (Daniel 7:27).

Por otra parte, en el sentido negativo, el ministerio y los mensajes


de este hombre de Dios han provocado grande controversia en el
sentir de muchos. Mayormente por cuanto ha sido llamado por el
Señor para "afligir a los confortables, y confortar a los afligidos". En
este ministro ha operado aquello dicho: "Las palabras de los sabios
son como aguijones; y como clavos hincados, las de los maestros de
las congregaciones, dadas por un Pastor " (Ec. 12:11).

El propósito principal de este ministerio ha sido el confirmar a los


fieles, y sacudir y despertar a todos los que fuere posible de entre un
mundo religioso adormecido y ciego. Un mundo donde prevalece un
cristianismo anémico y complaciente que vive teniendo "en poco esta
salvación tan grande " (Hebreos 2:3).

Lo descrito sobre el ministerio del autor, lo digo con plena


certidumbre y conocimiento por cuanto se trata de mi propio padre.
Pues, inclusive, por los últimos 25 años de mi vida, el Señor ha que-
rido que como hijo yo tenga también una participación muy directa en
este ministerio no común que Dios ha encomendado a mi padre.

Pastor Efraim Valverde, II


Templo "Filadelfia "; Salinas, California

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