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Pienso en los padres con afanes egoístas, en lo que tienen el concepto de economía enrollado
como una soga al cuello, pienso en los padres preocupados por sus asuntos, sintiéndose
liberados cuando sus hijos se van a la escuela. Los que entonces pueden hacer lo que quieren o
lo que tienen que hacer. En todo caso, los niños no están presentes, estarán al cuidado de otro,
otro será el que analice sus movimientos, otro será el que analice lágrimas, el que lo acaricie,
quizá con más ternura. Entonces los padres creen en los maestros con una fe religiosa, asisten
devotos a sus charlas y sus informes, y al mismo tiempo les reclaman no hacerlo mejor; tratan al
niño según se les indica. Porque estos padres, seguramente, tienen otras preocupaciones, como
llevar el pan a la mesa, sudar o divorciarse.
El sistema educativo es una institución que no se diferencia en mucho de los orfanatos. A veces
en los lugares más lúgubres se hayan las puertas. A veces hay padres ausentes. Ante todo la
ausencia de padres. Pienso en las maestras de pre-kinder y sus abrazos, sus regaños, sus
modos de mirarnos, a veces pasaron por mamá, para algunos, en determinados momentos.
Entonces poníamos atención todos a la misma pizarra, todos a la misma mano, a las mismas
caderas de la misma maestra, que a la hora de recreo se agachaba a abrirnos las galletas, nos
limpiaba los mocos y, si tuvimos suerte, nos besó los dedos.
Se trata de una integración. O se trata de una creación en donde no se diferencia si los creadores
son los padres, la madre, el padre, o bien los niños, la vocación,el deseo, o el entorno, o el azar.
Los conflictos de los padres, los que mandan a sus hijos al colegio, aprendieron todos de la
misma manera. Del mismo modo se aprende en las escuelas y en los colegios. ¿Se crean familias
realmente homogéneas o es solo apariencia? Unheimlich, en lo más familiar se aproxima lo más
desconocido, lo que angustia. Por eso las infidelidades son todas iguales cuando se cuentan, los
divorcios y las bodas se celebran de la misma manera y la madre llora; los niños se van al colegio
y nunca salen. Pobres niños que nunca salen del colegio.
Crecer sin escuela es un acto, no rebelde sino revolucionario. Se trata de una resistencia, una
oposición, en ningún caso a los maestros, sino a los impostores, un escape a los sistemas
dominantes. Entonces los lenguajes vuelven a darnos placeres.
Home-schooling promete ser una línea de fuga donde la madre no solo deja de ser la madre
impuesta por el sistema dominante sino se convierte en maestra, una maestra que se genera y
degenera, porque puede, porque quiere. El colegio se vuelve casa para los que no tienen padres
con vocación, cosa que está bien, bien lejos de ser inevitable. ¡Qué vivan los orfanatos poblados
de delicadeza y ternura!
Nada se etiqueta porque todo están en movimiento. Son necesarias las línea de fuga en los giros
del eterno trastorno.