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Para editar se necesita, además, saber amar. El editor español, Jaume Vallcorba,
antes de morir dejó una serie de lecciones para los editores del futuro. Entre todas
sus recomendaciones; la primera y más elemental, que esbozó en forma de códigos
para la supervivencia, fue que el amor era irrenunciable para el editor1. Estaba
convencido de que para ser un buen editor se necesitaba ser un fiel enamorado de
1
Riaño, Peio H., “Las lecciones de amor de Jaume Vallcorba a un joven editor” [en línea] Recuperado de
https://www.elconfidencial.com/cultura/2014-07-16/las-lecciones-de-amor-de-jaume-vallcorba-a-un-joven-
editor_162582/
los libros. Y es así. En su texto Manuel Pimentel también nos señala que la
verdadera vocación del editor se cimienta en el amor al libro2.
Rafael Callejas, a quien Pimentel cita en su libro, plantea cuatro dimensiones acerca
de la actividad que realiza un editor. Así tendríamos el gusto por los libros, la
dimensión económica, la artística y la social; esta última la más importante porque
está relacionada a la cultura y a la búsqueda de nuevos autores. Asimismo, no se
puede dejar de lado que editar encierra dos funciones que determinan su existencia;
es una actividad profesional y además empresarial. Si bien el editor actúa como un
guía y acompaña al autor en su travesía de publicar una obra; necesita, también,
convertirse en un gestor empresarial para concretarlo. Es decir; editar y publicar no
serán lo mismo, pero se complementan.
2
Pimentel, Manuel. Manual del editor, 1° ed., España, 2007, pp. 19
3
Ídem, pp. 22
la empresa editorial: el catálogo. Sin él, la editorial no podrá contar con un registro
de sus publicaciones ni conocer su pasado y menos su futuro. Y en el presente, el
editor puede ser alguien que no deja de sorprenderse todo el tiempo, ni se conforma
con lo que lee, y está siempre a la pesca de algún buen manuscrito inédito.