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El mismo día se dio cuenta en Sala del expediente y se acordó pasar las
actuaciones al Juzgado de Sustanciación.
I
DE LA PRETENSIÓN
d) Artículos 119 y 122, ubicados en el Título VII (De los Ilícitos), Capítulo
II (De los Ilícitos Administrativos y sus Sanciones).
e) Artículo 125, perteneciente al Título VII (De los Ilícitos), Capítulo II (De
los Ilícitos Administrativos y sus Sanciones).
Que, vistas las ventajas que para el comercio tienen dichos contratos,
toda restricción a la libertad del proveedor de establecer de forma unilateral sus
cláusulas, en tanto supone una desnaturalización de los mismos, afectaría el
derecho a la libertad contractual, el cual hace parte de la libertad económica.
Que los numerales 5 y 6 del artículo 87, según los cuales se consideran
nulas las cláusulas de los contratos que permitan la variación unilateral del
precio y de otras condiciones del contrato, así como las que autoricen al
proveedor a rescindir unilateralmente el contrato, imponen restricciones
injustificadas e innecesarias a la libertad contractual y, en tal sentido, contrarían
el derecho a la libertad económica.
II
CUESTIÓN PREVIA ACERCA DE LA SUBROGACIÓN DE LA LEY DE
PROTECCIÓN AL CONSUMIDOR Y AL USUARIO
Sin embargo, la Sala advirtió poco antes sobre ciertas previsiones que
deben tomarse antes de decretar que la causa continúa con otro objeto, y que,
si bien se supone que en todos los casos se toman en cuenta tales cuidados,
no siempre se expresan en la decisión, lo que en cierta medida constituiría una
falta de motivación de un presupuesto fundamental de la admisibilidad de la
pretensión de inconstitucionalidad en tales casos. Es decir, es importante
explicar los presupuestos del cambio de objeto y el porqué debe continuarse
respecto del mismo la causa, pues de ello depende que luzca justificada la
decisión que al respecto se dicte.
Por otra parte, el nuevo precepto afirma que los proveedores de bienes y
servicios, cualquiera sea su naturaleza, serán solidaria y concurrentemente
responsables por los hechos de sus dependientes o auxiliares, lo cual supone
una innovación respecto al anterior.
6.- Por último, los artículos 119 y 122 de la Ley subrogada, respecto de
los cuales los solicitantes afirmaron que preveían sendas sanciones de multa
en caso de que se irrespetase lo estipulado en el artículo 21 de dicha Ley, ya
no es necesario examinarlos pues tal situación no se repite en la nueva Ley.
Así se establece.
III
MOTIVACIÓN PARA DECIDIR
Podría decirse que, a pesar de ser dicho precepto legal una concreción
del derecho constitucional a la información de los consumidores, sería
igualmente inconstitucional en la medida en que produce una lesión no
justificada por dicha protección al derecho a la libertad económica o de libre
empresa. Es decir, que en su labor de ponderación, el legislador adoptó una
medida que si bien garantiza el derecho a la información de los consumidores,
lesiona de tal modo la libertad económica o de libre empresa que hace que tal
medida sea constitucionalmente inaceptable o reprochable.
Así, los derechos de libertad valían, como diría John Stuart Mill, para los
miembros “de una comunidad civilizada”, es decir, para aquéllos individuos en
plenitud de facultades. El principio de libertad, según este autor, “no vale para
los menores de edad, sujetos a la protección paternal, y tampoco vale para las
sociedades atrasadas que pueden ser consideradas totalmente formadas por
menores de edad” (Cfr.: Norberto Bobbio, Liberalismo y Democracia, FCE, pág.
73).
Respecto a este tema, Pérez Luño llama la atención acerca de que “un
importante sector de la doctrina alemana ha llegado… a afirmar que en la
compleja sociedad actual los derechos del individuo tan sólo pueden tener
justificación como derechos sociales”; ello como resultado de “una superación
de la imagen de unos derechos del individuo solitario que decide de forma
insolidaria su destino”. Esa caracterización de todos los derechos como
derechos sociales, surgiría de “afirmar la dimensión social de la persona
humana, dotada de valores autónomos pero ligada inescindiblemente por
numerosos vínculos y apremios a la comunidad en la que desarrolla su
existencia” (Cfr.: Derechos Humanos, Estado de Derecho y Constitución, pág.
88).
Por otra parte, dicha tesis, en tanto tributaria de la doctrina liberal del
carácter cuasi-absoluto, abstracto y negativo de los derechos fundamentales,
ha sido sustituida por la de la delimitación de los mismos. Ello supuso un
cambio en la técnica con que se suponía debían resolverse los “conflictos”
entre tales derechos. Bajo esta nueva visión, tales “conflictos” han perdido su
dramatismo. Los derechos fundamentales como normas que son no entran
propiamente en “conflicto”; por el contrario, en su mayoría no son más que
mandatos de optimización, es decir, no ordenan que se cumpla o haga algo de
modo pleno o irrestricto. Siendo así, la “guerra entre los derechos” no es tal, y
toca a los poderes públicos resolver la cuestión que deseen regular o
solucionar en un sentido cónsono con los objetivos que se les han impuesto,
para lo cual deberán tener en cuenta la situación concreta y los referidos
mandatos. A tal fin deberán examinarlos y combinarlos en la medida en que la
situación y los fines constitucionalmente establecidos lo señalen.
A la luz de las consideraciones hechas anteriormente, de acuerdo con
las cuales los poderes públicos, en virtud de la cláusula de Estado social,
tienen el deber de proteger, promover y garantizar positiva y proactivamente el
ejercicio equitativo y justo de los derechos fundamentales, incluso de los
llamados derechos de libertad clásicos, la regulación que el legislador dicte en
este sentido debe presumirse producto de una combinación de los mandatos
que éstos contienen en pro de lograr dichos objetivos. Es decir, “si los
principios son normas que se ponderan, las reglas –por ejemplo, la Ley que
somete el inicio de una determinada actividad económica a la práctica de una
comunicación– deben entenderse como el resultado de una ponderación
previamente desarrollada” por el legislador. (Cfr.: Luis Arroyo Jiménez, Op. cit,
pág. 38).
(…)
(…)
2.- Podrían resumirse las objeciones que los solicitantes plantean contra
estas disposiciones en tres ideas fundamentales:
3.- Estos argumentos comparten una base conceptual común con los
que se trataron en la primera parte de esta decisión. Suponen que el derecho a
la libertad económica o libre empresa es un derecho absoluto, y que las
“restricciones” que pudieran hacérsele deberán atender a razones de interés
general. Estas razones de “interés general” aludirían a situaciones muy graves
que afectasen anormalmente a un colectivo; tales razones no podrían fundarse
en la protección de otro derecho fundamental, porque, según parece, en el
tráfico comercial sólo debe imperar la garantía del derecho a la libertad
económica o de libre empresa.
Desde el punto de vista jurídico, los principios liberales exigían una neta
separación entre Derecho Público y Derecho Privado, tal como alegan los
solicitantes en sus argumentos referidos a este segundo grupo de denuncias.
El Derecho Privado era el que, naturalmente, regía las relaciones entre los
particulares. El Derecho Público se dedicaba al orden de las potestades
públicas, las cuales, como se ha insistido, no podían incidir en las relaciones
entre los particulares, salvo para proteger sus intereses industriales y
comerciales.
Incluso se llegó a establecer que la única Ley aceptable era la Ley Civil,
la que vincula la actuación de los particulares, y que el Estado debía limitarse a
hacerla cumplir. En tal sentido, la Administración dispondría sólo de un aparato
policial cuya única función sería la de hacer cumplir esa Ley. Los tribunales se
dedicarían a aplicar dicha Ley. Así lo refiere García de Enterría en una obra
dedicada a la idea de Administración en la Revolución Francesa. Según su
investigación, y conforme a la doctrina liberal de la época que se propuso
examinar, “(l)a ley cuya definición y sostenimiento agota la función del Estado
es, estrictamente, la Ley civil o interprivada”, en tal sentido, “(e)s esta Ley la
que, una vez promulgada, sólo requiere a su servicio este aparato estatal
mínimo: Tribunales y orden público” (Cfr.: Revolución Francesa y
Administración Contemporánea, pág. 36). Santamaría Pastor señala que “en el
régimen liberal, Estado y Sociedad eran concebidos como dos sistemas
autónomos, conexos por un número limitado de relaciones y dotado de un
ordenamiento jurídico propio y distinto (Derecho Público-Derecho privado)”; es
decir, lo que era propio de un tipo de Derecho era ajeno al otro. Sin embargo,
sigue diciendo este autor, “hoy día… la creciente intervención del Estado ha
solapado e interrelacionado ambos sistemas, haciendo prácticamente
imposible, en muchos aspectos, su diferenciación” (Cfr.: Principios de Derecho
Administrativo, V. I, pág. 70). De ambas citas se puede concluir lo siguiente: el
Derecho privado y el Derecho Público eran, bajo la doctrina liberal, cuerpos
incomunicados, distintos e independientes; los particulares sólo estaban
vinculados por el Derecho privado; el aparato estatal sólo debía dedicarse,
tanto judicial como administrativamente a hacer valer dicho Derecho privado.
Por lo tanto, era lógico afirmar en ese entonces (y sólo para ese entonces), que
la relación entre proveedor y consumidor era sólo y exclusivamente de Derecho
privado o de Derecho Civil; es decir, sólo con arreglo a dicha doctrina y para la
época en que era aceptada cabría afirmar que el Derecho público no puede
intervenir en la revisión o control de los acuerdos mediante los cuales los
sujetos de la actividad comercial regulan sus recíprocos obligaciones y mutuos
intereses.
En este tema, más que en “supuestos” principios, habrá que fijarse más
bien en las normas y derechos que han sido “puestos” por el Constituyente. El
Constituyente, y ello es evidente de una lectura de su obra, ha ensayado una
distribución del Poder Público en niveles político-territoriales, así como una
división en cada nivel. Esta distribución y división se cumplen mediante una
asignación de tareas de diverso orden. Hay, por supuesto, potestades (legislar
o resolver conflictos mediante actos con autoridad de cosa juzgada), tareas
(satisfacer en lo concreto necesidades públicas), fines (denunciar la violación
de derechos fundamentales), que caracterizan a dichos conjuntos de órganos.
Pero ello no debe confundir al estudioso o al intérprete. En algunos casos, los
efectos del acto que se emite sólo son propios de un grupo de órganos (la cosa
juzgada); en otros la potestad es exclusiva (dirigir las relaciones exteriores de
la República); y en no menor medida, la potestad es de uso común, aunque
puede darse el caso que domine las tareas de un órgano en particular (por
ejemplo, el control de la Administración Pública que comparten tanto la
Asamblea Nacional como la Contraloría General de la República). Pero de lo
que no caben dudas es que todos los Poderes, según el caso, comparten
mecanismos, instrumentos, métodos y fines. El Poder Legislativo nacional no
sólo legisla, sino que también controla, con lo cual se acerca a la función
contralora y a la judicial al mismo tiempo (art. 187.3); interviene en la discusión
y aprobación del presupuesto, lo que ha sido catalogado como una tarea propia
de la Administración (187.6), e interviene en el proceso judicial de destitución
del Presidente de la República (art. 266.2). El Presidente de la República debe
regular el ejercicio del derecho que se restrinja mediante decretos de estado de
excepción (236.7 y 339), con lo cual ejerce una potestad normativa; concede
indultos, incidiendo así directamente en la función judicial (236.19). El Poder
Ciudadano puede investigar y sancionar los hechos que atenten contra la ética
pública y la moral administrativa, para lo cual tendrá que valerse de técnicas
que se asemejan a las que utiliza el Poder Judicial (274). El Poder Electoral
dicta Reglamentos, los cuales contienen normas, es decir, es una técnica
similar a la que usualmente ejerce el Poder Legislativo (293.1). Por último, el
Poder Judicial se subroga a la Administración Pública en los casos que
resuelve la Jurisdicción Contencioso-Administrativa.
Estos son algunos ejemplos del uso común de ciertos mecanismos por
parte de algunos o de todos los Poderes Públicos. No se han referido los
medios en que los Poderes injieren en las tareas de los otros, que son
abundantísimos. Basta con los mencionados para probar que nuestro orden
jurídico constitucional no se caracteriza por asignar de forma exclusiva,
excluyente u homogénea los métodos, técnicas o procedimientos que en
general son los usuales de ciertos poderes públicos en el cumplimiento de sus
fines.
Por todo lo dicho, esta Sala es del parecer que los enunciados jurídicos
contenidos en los artículos 71, 72, numerales 5, 6 y 7 del artículo 73 y el 69 de
la Ley para la Defensa de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios
no son inconstitucionales. Así se establece.
IV
DECISIÓN
La Presidenta,
Los Magistrados,
El Secretario,
FACL/
Exp. núm. 04-2233.
Responsabilidad
de la proveedora o proveedor
Artículo 77. Los proveedores de bienes o servicios, cualquiera sea
su naturaleza jurídica, serán solidaria y concurrentemente
responsables, tanto por los hechos propios como por los de sus
dependientes o auxiliares, permanentes o circunstanciales, aun
cuando no tengan con los mismos una relación laboral.
Fecha retro.
La Presidenta,
Los Magistrados,
…/
El Secretario,
PRRH.sn.ar
Exp. 04-2233