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INFORMACIÓN RELEVANTE SOBRE PERSONAS PRIVADAS DE

LIBERTAD EN EL ESTADO PLURINACIONAL DE BOLIVIA

Toda persona sometida a cualquier forma de privación de libertad será


tratada con el debido respeto a la dignidad humana”. Es responsabilidad
del Estado la reinserción social de las personas privadas de libertad, velar
por el respeto de sus derechos, y su retención y custodia en un ambiente
adecuado, de acuerdo a la clasificación, naturaleza y gravedad del delito,
así como la edad y el sexo de las personas retenidas.

En Bolivia, las personas privadas de libertad están expuestas y de hecho


sufren vulneración a sus derechos desde tres ámbitos: 1) la retardación de
justicia, 2) las condiciones en que viven y 3) la discriminación.

En el primer ámbito, las cifras revelan que Bolivia tiene la mayor cantidad
de presos sin sentencia en toda Latinoamérica, con un 84%, seguido de
Paraguay que tiene 71% en esta situación; mientras que el caso menor lo
registra Chile con el 16% .

A esto debe sumarse la aplicación de medidas sustitutivas inalcanzables


para muchos privados de libertad especialmente sin recursos, domicilio
permanente o garantías documentadas. Todo esto, según nuestras
propias investigaciones, está generando además un grave sistema de
exacciones y chantajes que involucraría a todos los segmentos, desde
abogados, fiscales, jueces y otros. En la cárcel de Palmasola, donde el
90% están como detenidos preventivos, existen casos que llevan hasta
seis años en esa condición. El propio Fiscal de Distrito de La Paz ha
admitido que en ese departamento hay causas pendientes que datan del
2001.

El problema es tan grave y al mismo tiempo tan visible, que se busca


solucionarlo desde varios matices como las normas sobre el indulto o la
expulsión de los presos extranjeros, o aún más desesperadas como la
propuesta para el uso de manillas electrónicas a los acusados como
medida precautoria.

En el segundo ámbito que consideramos, quizá el problema más visible es


el hacinamiento. Un estudio realizado por la Organización de Estado
Americanos señala que a nivel de Latinoamérica, hasta diciembre de 2012,
Bolivia tenía el mayor nivel de hacinamiento en sus cárceles después de
El Salvador y Haití que presentan un 300% y un 218% de sobrepoblación
respectivamente .

Según datos recientes de la Dirección General de Régimen Penitenciario,


en Bolivia el nivel de sobrepoblación carcelaria alcanza al 202% ya que el
total de las cárceles están habilitadas para albergar a 4.884 individuos y
en la actualidad superan los 14.770. En los centros penitenciarios de las
ciudades, el nivel de hacinamiento alcanza ya el 300%.

Los casos más graves de hacinamiento se dan en las cárceles de


Quillacollo, construida para 30 personas y que actualmente alberga a 320;
San Roque de Chuquisaca con capacidad para 60 y actualmente con 402;
Palmasola de Santa Cruz que tiene casi 5000 privados de libertad y cuya
capacidad es de 600; San Pedro de La Paz con capacidad para 800
personas y actualmente con una población de 2.300 personas. Los casos
de Riberalta, Guayaramerín, Trinidad y San Sebastián son igualmente
críticos.

Otro ámbito que reporta graves problemas en términos de derechos


humanos se evidencian en la forma en que viven las personas privadas de
libertad al interior de los recintos.

Hace un año, en nuestro informe del año 2012, sobre el ejercicio de los
derechos humanos, la Defensoría del Pueblo señalaba que “La
vulneración de derechos humanos tiene una mayor incidencia y se
evidencia con niveles alarmantes en algunos espacios como los centros
penitenciarios donde, además de la privación de libertad, las personas allí
destinadas sufren de altos grados de discriminación y racismo, violencia
física y sicológica, carencias materiales y extorsión permanente”.

Por su parte, en su reciente informe, el Comité de Naciones Unidas contra


la tortura señalaba en relación a las Garantías procesales fundamentales
“El Comité toma nota de la información facilitada por la delegación del
Estado parte sobre las normas que rigen los derechos de los detenidos
durante las etapas iniciales de la detención. Sin embargo lamenta la falta
de información sobre las medidas adoptadas y los procedimientos
existentes para velar, en la práctica, porque toda persona privada de
libertad tenga garantizados esos derechos”
Lamentablemente la crisis de Palmasola con más de 30 muertos en uno
de los más trágicos sucesos carcelarios en nuestra historia y la mayor
visibilización de los graves problemas en todo el sistema, terminó por
demostrar que esa apreciación correspondía a la realidad.

Nuestros estudios han identificado cuando menos tres niveles de grave


afectación, que convierten a los privados y privadas de libertad en una de
las poblaciones más vulneradas en cuanto a sus derechos: la corrupción
del sistema penitenciario; la dependencia económica del privado de
libertad para poder sobrevivir el encierro y la violación sistemática de sus
derechos humanos.

El sistema de corrupción que opera en la institución de seguridad


penitenciaria se funda en una relación personalista sostenida entre los
funcionarios policiales y los internos. El crecimiento de la población
carcelaria durante los últimos años, ha provocado que mantener el control
dentro de las cárceles sea cada vez más difícil. La relación entre la
autoridad institucional y las personas recluidas no se realiza a través de
un sistema de castigos y recompensas determinado normativamente, sino
que se funda en un conjunto de prácticas informales, conocidas y
reconocidas por ambas partes, que son las que permiten gestionar la
institución carcelaria.

Las cárceles se han convertido en microespacios sociales donde el control


verdadero lo tienen grupos de privados de libertad que por un lado
administran los sistemas de distribución de espacios, sanciones,
alimentación, apoyo material y sicológico e incluso asesoramiento legal,
pero por otro pueden convertirse en espacios de gestión de la violencia, la
delincuencia y el abuso. Poco puede hacer la entidad policial para controlar
y menos para promover los principios de reinserción que deben regir a la
privación de libertad.

La falta de garantías y el riesgo sobre la vida y la seguridad forman parte


del sistema penitenciario. No son poco frecuentes las muertes de privados
de libertad ocasionadas por otros internos, sea por disputas de poder,
ajuste de cuentas o reyertas casuales. Durante la gestión, se han
presentado casos en los centros de La Paz, Santa Cruz, Trinidad y Cobija.

Aunque en Bolivia la mayoría de las cárceles tienen espacios separados


para mujeres, todavía subsisten algunas en que no hay estas divisiones
como las de Montero, Riberalta y Oruro, donde las condiciones de las
reclusas fueron similares a las de los hombres. Los detenidos con prisión
preventiva están recluidos juntamente con los reos condenados.

Según el informe “Situación de derechos humanos de las mujeres privadas


de libertad en Bolivia”, realizado por la Oficina Jurídica de la Mujer, CEJIL
y CLADEM, “En Bolivia solo existen 3 cárceles femeninas, las otras son
compartidas con los varones, separados por puertas o muros precarios
con las implicaciones negativas que supone para el ejercicio de los
derechos de las mujeres. Formalmente se tiene previsto el servicio médico
en cada una de las cárceles, sin embargo en el caso de las mujeres, el
servicio de un médico general por tiempo parcial no satisface las
necesidades que su salud reproductiva requiere. Cuando se requiere de
atención gineco--‐obstétrica se debe realizar un trámite especial para
lograr que las pacientes sean conducidas a hospitales públicos
especializados o a especialistas particulares” .

Los menores encarcelados (de 16 a 21 años de edad) no son separados


de los reclusos adultos en las cárceles y esto genera constantes denuncias
por violaciones y abusos y los programas de rehabilitación para
delincuentes juveniles u otros prisioneros son escasos. El incremento del
número de jóvenes en las cárceles es otro problema que se suma a los
existentes. Tan sólo en Santa Cruz el incremento de jóvenes entre 16 y 21
años en ese recinto aumentó en 50% en los últimos años.

La persona recluida en una cárcel debe disponer de recursos para poder


sobrevivir. Generalmente, quien mantiene a un interno o interna es su
familia. Los gastos más comunes son la compra de una celda y del manejo
de datos y archivos personales de los privados de libertad, que es un
negocio por parte de la seguridad penitenciaria.

Los derechos son vulnerados desde el ingreso de la personas al centro


penitenciario. El Comité contra la Tortura de NNUU señala por ejemplo que
“El Estado parte tampoco aclara las razones que han dificultado el
cumplimiento de la anterior recomendación relativa al establecimiento de
registros públicos de todas las personas privadas de libertad en los que se
indique la autoridad que dispone la detención, los fundamentos para ello y
la condición procesal del detenido. En ese sentido, el Comité observa con
preocupación que el artículo 296 del Código de Procedimiento Penal se
limita a exigir a los miembros de la policía la consignación en el registro
del lugar, día y hora de la detención (art. 2)”.
El costo económico que representa para la familia el encarcelamiento de
un miembro que, por lo general proviene de niveles socioeconómicos
inferiores, genera diversos y graves problemas. Uno de ellos, es el
descenso en la frecuencia de las visitas conforme pasa el tiempo de la
condena, lo que obliga a buscar formas alternativas de supervivencia. Esta
condición de escasez es la causa estructural de gran parte de los
fenómenos de violencia intra carcelaria.

La condición económica de los reclusos a menudo determina el tamaño de


su celda, privilegios de visitas, elegibilidad para salir de la cárcel por el día,
y el lugar y la duración de su encierro. Muchos reclusos recientes deben
dormir en los pasillos y espacios al aire libre. Los medios de comunicación
informaron que en algunos centros rurales una cantidad de hasta 45
presos permanecieron recluidos en una sola celda.

El maltrato se expresa de varias maneras y con varios tipos de personas


al interior de los centros. En las cárceles de mujeres, el acoso y abuso de
las internas y sus visitas, son formas recurrentes de violencia presente
entre el personal del centro y entre los abogados.

La inexistencia de una adecuada atención médica en las cárceles es otro


indicador de las violaciones a los derechos humanos. Se puede evidenciar
que no existen médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadoras sociales,
psiquiatras, etc. En las más importantes cárceles de Bolivia hay un
ginecólogo para atender a todas las reclusas, en la mayoría de ellas sólo
se cuenta con un médico externo o personal de enfermería.

En materia de gestión, el problema de las cárceles es la inadecuada por la


distribución de las asignaciones presupuestarias. El prediario, asignado en
8 Bs por cada privado de libertad resulta a todas luces insuficiente,
especialmente si consideramos la incapacidad del sistema para proveer
las condiciones mínimas de vida a la población penitenciaria.

La sobrepoblación, hacinamiento y violencia en las cárceles son


fenómenos que se relacionan con la crisis que atraviesa la institución
penitenciaria y de seguridad penitenciaria y, por tanto, las respuestas al
problema no pueden estar desarticuladas de este carácter.

Por último, la sistemática violación de los derechos humanos y las


precarias condiciones de vida en las que se encuentran las personas
recluidas en el país son factores que repercuten en la inexistencia de la
rehabilitación social. Es una contradicción hablar de rehabilitación cuando
la gente en las cárceles es sometida a maltratos, incluso tratos crueles e
inhumanos.

Finalmente tenemos el problema de la discriminación social que hace del


privado de libertad e incluso de quien ya cumplió su pena, un sujeto
desconfiable y lo condena a una vida de segregación que afecta su
posibilidad para reinsertarse en la vida en comunidad.

Justicia y derechos humanos

Es recurrente la mención de la crisis que afecta al sistema de justicia en


Bolivia y las graves vulneraciones a los derechos humanos que se generan
a partir de esta compleja realidad. Sabemos que por su naturaleza y
definición, los derechos humanos están relacionados directamente con la
justicia, que es a la vez, un medio para alcanzarlos y un fin para ejercerlos.

Sin una justicia real, palpable y evidente, todos los demás derechos
alcanzados no encuentran mecanismos para asegurar su respeto,
vigencia y defensa. La administración de justicia, y especialmente la
garantía de un acceso libre, gratuito, pleno, oportuno, equitativo e
indiscriminado, tiene que ver no solo con la posibilidad de ser escuchado
y atendido cuando nuestros derechos son vulnerados, sino también de la
presunción de inocencia, la libertad, la dignidad, la tranquilidad y la
seguridad.

La crisis de la justicia en Bolivia es sistémica; heredada de un modelo


histórico esencialmente injusto, colonial y discriminador, un modelo que ha
sintetizado en su sistema judicial las taras y las miserias más profundas
de la corrupción, la desigualdad y la injusticia.

La magnitud del problema que tiene que ver con un serio problema en la
administración de justicia con múltiples y variados orígenes como la
sobrecarga procesal con más de 500.000 causas pendientes ; la ausencia
de mecanismos efectivos para disminuirla; el insuficiente número de
juzgados y de jueces (actualmente hay 815 jueces en todo el país), las
constantes acefalías; el desconocimiento de los recursos por parte de los
acusados; el asesoramiento jurídico deficiente y a veces malintencionado
de los abogados defensores; el aumento sostenido de las detenciones por
narcotráfico que, al ser la mayoría in fraganti, dificultan la posibilidad de
implementar medidas cautelares y el incremento anual de las causas que
según informes del Consejo de la Judicatura bordea el 10% anual.

En la gestión de normas y procedimientos tampoco hay claridad respecto


a la solución viable, ya que por ejemplo se ha cuestionado la efectividad
de los juicios orales que también estarían generando retrasos. Según una
autoridad nacional en Bolivia, hasta diciembre de 2012 había 14.000
causas esperando juicio oral , lo que significa que con los actuales
tribunales de sentencia no se podrá eliminar la mora procesal.

El Magistrado Dr. Wilber Choque informó que a fines del 2011 se había
recibido un 61% de causas pasadas, lo que generaba una mora procesal
gigantesca. Existen 800 juzgados y un déficit de 426. Las oficinas de
derechos reales tienen 388 funcionarios para atender diariamente decenas
de miles de casos, lo que también genera una crisis que termina siempre
afectando al ciudadano o ciudadana y con mayor frecuencia a los más
pobres y desprotegidos.

En su Informe anual 2012, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas


para los Derechos Humanos señalaba en relación al tema en nuestro país
que: “Las nuevas altas autoridades judiciales, encaminaron acciones
relacionadas con la independencia judicial, la lucha contra la corrupción,
la transparencia institucional, el acceso a la justicia y la retardación de
justicia para enfrentar la grave situación de crisis que desde largo tiempo
afecta al sistema judicial. Sin embargo, el impacto de tales medidas quedó
supeditado a la implementación de reformas de más largo alcance”.

“El acceso a la justicia siguió sufriendo serias limitaciones. De acuerdo a


los datos del Consejo de la Magistratura, en 2012 no se incrementó el
número de jueces ni la cobertura geográfica de los mismos con relación al
2011, sin embargo, se aprobó el presupuesto para la creación de 29
nuevos juzgados. Hasta junio el Consejo de la Magistratura había
designado 119 jueces para cubrir las acefalías en los juzgados”.

“Con relación al rezago judicial … aún no se ha definido una política


nacional para reducir el rezago judicial en ciudades capitales de
departamento y El Alto, que de acuerdo a los últimos datos oficiales
disponibles alcanza al 55% y en materia penal al 71%”.

Por su parte, en las observaciones finales sobre el tercer informe periódico


del Estado Plurinacional de Bolivia, presentado en octubre de 2013, el
Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas “reitera sus
anteriores observaciones finales y observa con preocupación que
persisten los informes según los cuales las injerencias políticas y la
corrupción en el sistema judicial son generalizadas. El Comité se
preocupa, asimismo, porque los criterios para el nombramiento de jueces
excluyen, en la práctica, a abogados que han defendido a personas
condenadas por delitos contra la unidad nacional. Se inquieta también el
Comité por las grandes demoras en la administración de justicia y la
insuficiente cobertura geográfica del sistema judicial, así como el reducido
número de defensores públicos. El Comité se preocupa, asimismo, ante la
falta de información acerca de los mecanismos que permitan la
compatibilidad de la jurisdicción Indígena Originario Campesina con el
Pacto”

En la presente gestión el Órgano Judicial organizó y llevó adelante la


Cumbre nacional luego de haber realizado encuentros departamentales.
Según el Ministerio de Justicia y algunas autoridades y especialistas, en
ese evento no se plantearon temas de fondo ni verdaderas soluciones a
los problemas que arrastra el sistema judicial.
Sin dinero no hay derechos: el precio de
estar preso
Para los reclusos que tienen plata, casi todo es posible en las cárceles del país. Para
aquellos que no cuentan con recursos es el infierno. Una visita dentro de los muros.

"En la cárcel que fue construida para 30 detenidos viven 320. Más de 20 presos se
encuentran actualmente en "El Bote”, una pequeña celda de apenas unos 10 metros
cuadrados”.

"En Bolivia se respetan los derechos humanos”, dijo Rodolfo Calle, presidente de la
Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de Bolivia, el 22 de octubre
pasado. Ese día, Bolivia ingresó como miembro del Consejo de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas. Para Bolivia esa elección "significa un reconocimiento internacional del
compromiso del país con los derechos humanos a partir de la constitucionalización de los
mismos y el trabajo activo para incluirlos en todos los ámbitos internacionales y
regionales”.
Al escuchar esta declaración, Juan Pérez (nombre ficticio) sólo puede reír. Pero no tiene
ganas de reír. Desde hace siete meses, el hombre de 33 años está encarcelado en "El Bote”,
la celda más estrecha de una pequeña cárcel en la ciudad de Montero, Santa Cruz.
En la cárcel que fue construida para 30 detenidos viven 320. Más de 20 presos se
encuentran actualmente en "El Bote”, una pequeña celda de apenas unos 10 metros
cuadrados. A veces son más de 40 detenidos en esta celda, dicen los reos a través de las
rejas.
Uno no se puede imaginar lo que sucedería si allí se produce una disputa. Es inimaginable
que alguien allí pueda sufrir de una enfermedad sin infectar a sus compañeros. Seis de ellos
duermen en tres hamacas, el resto en el suelo.
"Anda a comprarnos chicle”, dice Pérez con una sonrisa amarga, "así podemos pegar a
algunos colegas en la pared”. Durante una hora al día, un grupo de prisioneros tiene
permiso para estar en el patio, entre las 11 de la mañana y mediodía. En ese lapso, el resto
permanece tras las rejas. En la tarde pueden salir por 15 minutos para orinar. Eso es todo.
No es que en "El Bote” estén los que han cometido los delitos más graves. Para nada. Allí
está, por ejemplo, un joven que robó unos palos de madera; otro, de 15 años -porque no hay
separación entre jóvenes y adultos- por haber dormido ilegalmente en una casa abandonada.
En "El Bote” de Montero se evidencia que en Bolivia, generalmente, no es la gravedad del
delito la que decide las condiciones carcelarias. Casi a todos los que llegan a la cárcel de
Montero se los lanza, primero, a "El Bote”. Así pagan lo más rápido posible para poder irse
a otro lado. "Más de mil bolivianos cuesta un lugar en otra celda”, dicen los reos. Los que
no tienen este dinero se quedan en allí.
"El coronel siempre trata de chantajearnos”, dice Juan Pérez, "pero cuando no hay familia o
amigos que puedan traer dinero, tampoco hay mucho para chantajear”. Y así, muchos se
quedan en la celda, hombro a hombro, expuestos a los caprichos del coronel.
"Si él quiere plata, tiene problemas con su mujer o no sé qué nos hace sufrir. A veces no
nos deja salir por dos días”, dice otro de los encarcelados. Entonces, el que no quiere orinar
como el resto en una botella de plástico tiene que pagar.

Encarcelado por falta de dinero


Lo que hay gratis en la prisión de Montero es un pan con té por la mañana y una sopa por el
almuerzo. La cena la tienes que comprar; cuesta 10 bolivianos. Si alguien te visita paga
cinco bolivianos. Si tú estás en "El Bote” y quieres dejarlo para ver a tu visita pagas otros
cinco.
Las llamadas tienen costo. Los cepillos de dientes tienen costo. Todo tiene costos. "Todos
los policías quieren ser traslados a esta cárcel”, dice un preso, "porque saben que se puede
ganar dinero fácil aquí”. La atención médica ha mejorado un poco desde septiembre
pasado, cuando una presa, obesa, de 46 años, falleció de un ataque al corazón por el calor
que sufría en la celda de mujeres, sin que nadie se haya preocupado por ella. Hoy, si un
preso está enfermo, el médico le escribe una receta; pero es el reo el que tiene que pagar los
medicamentos recetados.
Lo más caro es cuando alguien tiene una audiencia judicial fuera de los muros. Cien
bolivianos para que la secretaria de la prisión encienda la computadora, cuentan los presos.
Si está fijada la fecha, uno tiene que pasar 200 bolivianos más a un policía, para que lo
acompañe al Tribunal. Si la Policía opina que se necesitan dos policías, ya son 300. Y
luego, por supuesto, se necesita un coche para ir a la corte. El reo tiene que alquilarlo por
cerca de 200 bolivianos. Y, finalmente, se recomienda hacer llegar unos billetes al fiscal y
al juez. Caso contrario, es muy probable que estos no aparezcan en la corte y la audiencia
se posponga.
Según una última encuesta realizada por Transparency International, la organización no
gubernamental que es referente mundial en el tema de corrupción, el 86% de los
bolivianos afirman que la Policía es corrupta, y el 76% señala que el poder judicial
también es corrupto. Tan corrupto que quien no tiene dinero debe esperar años hasta tener
una condena.
La gran mayoría de los presos en Montero no tiene condena, lo que no es una excepción en
Bolivia. El 81% de todos los presos en Bolivia no han recibido una sentencia, y son
detenidos preventivos.
Bolivia es el país con más presos sin sentencia en América del Sur. Más que 300 mil casos
están en esta situación; algunos reos están encarcelados preventivamente desde hace 5 o 6
años, más tiempo que la pena máxima que correspondería al delito que aún no se sabe si en
verdad han cometido.
Quien no tiene el dinero suficiente para asegurarse de que su caso sea tratado como
prioridad permanece tras las rejas. En algunos casos, la acusación ha sido retirada hace
mucho tiempo, pero eso tampoco ayuda mucho.
Si uno quiere irse tiene que pagar para recibir su mandamiento de libertad. Es obvio:
muchos no están aquí debido a lo que han hecho, sino porque les falta el dinero para salir.
Y, paradójicamente, porque tan pocos salen, las cárceles se llenan cada vez más. Hay que
añadir que en Bolivia muchos delitos que en otros países son sancionados con servicio a la
comunidad, con una multa o una condena condicional, son castigados con encarcelamiento.
En las cárceles de Bolivia, que en realidad tendrían capacidad para 4.884 presos, según las
últimas estimaciones se encuentran 14.587 personas. El defensor del Pueblo, Rolando
Villena, afirma que "la carga procesal acumulada, la cantidad insuficiente de juzgados, la
complejidad de los procedimientos, la cultura del pseudo litigio, así como la
deshumanización de la justicia, ha generado un sistema gigantesco, caótico e incontrolable
que afecta directamente al ciudadano y que deviene en una mora y retardación que a estas
alturas parece no tener solución”.

La "mejor” cárcel del mundo


Más de 5.000 reos están en la cárcel de Palmasola en la ciudad de Santa Cruz, a una hora de
Montero. Palmasola, que fue construida hace 25 años para 600 detenidos, es la prisión más
grande del país. Como en la mayoría de las cárceles bolivianas, en Palmasola la ley que rige
es la que establecen las organizaciones de reos.
El enorme terreno, rodeado de una pared alta, está dividida en secciones, en diferentes PC,
que quiere decir "Puerta de Control”. En el PC tres, por ejemplo, que también se llama
Chonchocorito, se pueden ver a algunos prisioneros con graves quemaduras, resultado de la
pelea de poder que hubo en esta sección en agosto de 2013 y que causó la muerte de más de
30 reclusos.
En el PC dos viven actualmente 425 mujeres, algunas con sus hijos; el PC cinco es la
sección para los enfermos, la mayoría de los cuales sufre de tuberculosis, SIDA o hepatitis.
Pero, la mayoría de los presos de Palmasola vive en PC cuatro, en la sección más grande,
que es una pequeña ciudad. Hay una cancha de fútbol, una sala de billar, un puesto de
frutas, restaurantes y tiendas para alquilar o comprar televisores. Prostitutas, alcohol,
drogas, armas... todo puede ser organizado aquí si uno tiene dinero.
A simple vista el PC cuatro es pueblo normal: todos caminan lento porque nadie tiene que
ir a ningún lado; la ropa de los reclusos es un poco más usada y sucia que en los sectores
más privilegiados y los residentes tienen más tatuajes -mal hechos- que lo habitual.
Si tienen que hacer una llamada se esconden en un rincón: verdaderamente están prohibidos
los teléfonos en la cárcel. Y claro, hay una gran cantidad de hombres, pero también hay
mujeres y niños que viven con sus maridos y padres.
Pocos viven en celdas, pero en sí en cuartos o departamentos enteros. Para aquellos que
tienen dinero, Palmasola quizás es la mejor cárcel en el mundo. Para aquellos que no lo
tienen puede ser el infierno. Allí todo cuesta.
A la llegada tienes que pagar tu "derecho de piso”; sólo así se puede alquilar un lugar en un
cuarto. Los familiares que van de visita pagan ingreso. Si quieres llamar a alguien, pagas.
Si tienes una audiencia afuera, también pagas.

"Just bad, very fucking bad”


La segunda mayor cárcel del país (San Pedro, en la ciudad de La Paz), funciona de la
misma forma. Los que tienen plata pueden arreglar casi todo, y los que no la tienen, pueden
perder, incluso, su dignidad humana.
Daniel Smith, sudafricano de 38 años, pertenece al primer grupo. En la plaza, frente a la
cárcel de San Pedro, cuenta su historia. Estuvo allí entre 2005 y 2009, luego que lo
capturaran en el aeropuerto de El Alto con un kilo de cocaína dividido en 85 cápsulas en su
estómago.
Se sorprendió cuando llegó a San Pedro. "Nadie estaba en ropa de presos. Yo preguntaba:
¿dónde están las celdas? No hay celdas, me dijeron”. Tuvo que pagar 350 dólares para
entrar a "La Posta”, una sección de privilegios donde estaban otros extranjeros, políticos o
grandes narcotraficantes como Luis Amado Pacheco, alias Barbas Chocas, que se hizo su
amigo.
Con los meses, Daniel construyó una buena vida adentro; aparte de las peleas que tenía de
vez en cuando en cuales "he tenido que demostrar qué nadie puede joder conmigo”, cuenta.
Compró dos cuartos, uno por 1.500 y el otro por 2.000 dolares, que podía alquilar. Vivía
adentro con su esposa boliviana y su primera hija; tenía su propio pequeño restaurante, y,
particularmente, ganaba con los tours para turistas que hizo hasta que fueron prohibidos.
Desde 2009 está fuera de la prisión y trata de ganar dinero como guardia de seguridad.
"Era más fácil hacer dinero adentro”, dice.
"Si no tuviera una familia, no me importaría ir adentro de nuevo. Vivía mejor allí que
afuera”. Pero, para aquellos presos que no tienen dinero, San Pedro es, según Smith, "just
bad, very fucking bad” (simplemente mala, muy mala). "Duermen en los pasillos, algunos
sin mantas. Los que no tienen nada están listos para matar por unos pocos pesos”.

"Ayúdeme, mi libertad está en sus manos”

La única esperanza de muchos reos pobres para salir de su miseria es la Defensa Pública; es
decir: los abogados que defienden a quienes no tienen medios para pagar su propio
defensor.
El servicio de la Defensa Pública es una de las pocas cosas que no cuesta nada en las
cárceles bolivianas. En Palmasola, por ejemplo, cada viernes por la mañana, los abogados
de la Defensa Pública se sientan en los bancos de la Iglesia Evangélica Cristiana del PC
cuatro, "Esperanza Viva”, para atender a los reos sin recursos.
En la mesa de adelante -el viernes que este medio visitó el penal- está sentada Zumaya
Toco Guarachi, abogada de 30 años. Sus clientes hacen fila. Han esperado una semana para
hablar con la "doctora Zumaya”, como todos la llaman. Pero, la palabra que la doctora más
utiliza es "paciencia”. Allí, en la iglesia de Palmasola, uno puede ver -en vivo y directo-
cuánto afecta el retraso de la justicia a los reos más pobres.
"No”, dice la doctora, "su confirmación de trabajo todavía no ha llegado, por favor tenga un
poco de paciencia”. A otro reo le dice: "Su papel ya estaría listo, pero la secretaria de la
Fiscalía ha sido despedida, tenemos que esperar”.
"Gracias, doctora”, dice el preso y se va. Uno de ellos ha traído salteñas; otro le ha
construido una nave de madera dentro de una botella de vidrio, abajo de la cual ha escrito:
"Ayúdeme, mi libertad está en sus manos”.
No es tanto lo que la doctora puede hacer. Las condiciones en las que trabajan los
defensores públicos son precarias. Hay 84 de ellos en todo el país, y entre ellos defienden
4.470 presos. Más de 50 cada uno. Los abogados de la Defensa Pública reciben poco más
de 4.000 bolivianos por mes, ni siquiera la mitad de lo que gana un fiscal.
De su sueldo incluso tienen que pagar las fotocopias de actas y el transporte, y muchas
veces cuando tienen una audiencia, el fiscal o el juez simplemente no aparece.
Los defensores cruceños comparten viejas computadoras llenas de virus y hay una sola
impresora para todos.
Por eso, Zumaya Toco Guarachi comparte dos rasgos con todos sus colegas: es joven y va
a dejar este trabajo en cuanto se le presente otra opción.
"Trabajar en la Defensa Pública es como una escuela para conocer el sistema”, dice. Pero,
¿qué abogado quiere permanecer durante años en esta escuela?

Un simple enunciado

"El Estado garantiza el derecho al debido proceso, a la defensa y a una justicia plural,
pronta, oportuna, gratuita, transparente y sin dilaciones”, dice el articulo 115 de la
Constitución Política del Estado. "Toda persona sometida a cualquier forma de privación de
libertad será tratada con el debido respeto a la dignidad humana”, dice el artículo 73 de la
misma.
"Hay una brecha enorme entre la normativa y su aplicación”, dice el defensor del Pueblo,
Rolando Villena, "lo que genera que el cumplimiento de los derechos humanos de los y las
privadas de libertad se haya convertido en un simple enunciado”. Según Villena es
"indudable que hay una evidente discriminación en la administración de justicia, que afecta
de manera más negativa a las personas que no cuentan con dinero para encarar un proceso
judicial”.
Desde hace tres años, todos los establecimientos públicos del país deben tener un letrero
que dice "Todos somos iguales ante la ley”. Con todo parece que los que no tienen dinero
muchas veces no llegan hasta la ley. Juan Pérez y sus compañeros en "El Bote” de
Montero ni se atreven a pensar en un juicio justo, ni en el cumplimiento de los artículos de
la Constitución, o en una garantía de derechos humanos. Ellos tienen un solo deseo: que
acabe el ciclo, y que cada tres meses otro sargento sea el encargado de la cárcel de Montero
para que no sean siempre los mismos los que sean maltratados.
Centro de Rehabilitación Palmasola, la
ciudadela de los presos
Más de 5.000 reclusos, algunos con sus familias, viven en esta prisión, la tercera más
violenta de América Latina, fundada en 1989 y que refleja el hacinamiento carcelario de
Bolivia. El 80% no han sido condenados.

Las reglas para la entrada al Centro de Rehabilitación Palmasola (Santa Cruz, Bolivia),
desglosadas letra a letra con pintura precaria en un costado del portal principal, establecen
con la firmeza de un decálogo sagrado que no se permite a los visitantes el ingreso de
teléfonos celulares, bebidas alcohólicas, artefactos, armas (sean cuchillos, sean activos de
pólvora) o cualquier objeto que afecte la salud de los internos y sus familias.

Del otro lado, en letras mayúsculas y negras, las autoridades advierten que todo visitante
debe presentar su documento de identidad y que nadie –nadie– debe pagar nada por ningún
concepto.

La realidad, sin embargo, suele ser una opositora obstinada de las reglas. Palmasola, la
cárcel, la ciudadela energúmena, la favela ruin construida en 1989 en las afueras de Santa
Cruz para distanciar a los presos de la pulpa urbana, es un centro de tolerancia abundante:
se sabe bien que los presos tienen armas y que en una ocasión una monja entró con un
televisor en cuyo interior había una pistola y estuvo a punto de ser encarcelada en el acto.
Se sabe que para tener un colchón hay que pagar –por concepto de comodidad– US$100. Se
sabe, con detalle, que en agosto de 2013 los presos del bloque B abrieron un boquete en el
muro que los separaba de sus iguales del bloque A y que en la rebatiña de ánimo lóbrego
explotaron tanques de propano y unos a otros se atacaron con cuchillos de hoja breve,
machetes y palos. Murieron 36. Murió un niño de 18 meses, hijo de un preso. Los cuerpos
quedaron calcinados; otros 37 presos tenían la piel a medio florecer.

A esa cárcel irá mañana el papa Francisco.

El papa ha visitado cárceles en Argentina y en Italia. En abril lavó los pies de 12 presos en
Roma; cada tanto llama a una cárcel de Buenos Aires para hablar con algunos. El acto –que
se ha convertido en costumbre– tiene origen en el lavatorio que Jesús ejecutaba con sus
discípulos y que suponía una muestra de humildad y servidumbre. En medio, el papa
Francisco ha encontrado el modo de predicar, como suele, de manera política: ha dicho que
los presos tienen los mismos derechos que el resto de la humanidad y que sus condiciones,
por lo general indigentes, deben mejorar.

Palmasola es un laboratorio de violencia exponencial que resulta adecuado para su


discurso; la cárcel alberga cerca de 5.300 reclusos y a algunas de sus familias –los presos
tienen derecho a, al menos, convivir con un familiar en la cárcel–. Palmasola no es
propiamente una cárcel: parece más bien una ciudad independiente. Un municipio más.
Tiene reglas dictadas por los más antiguos, figuras de autoridad –un regente, un subregente,
elegidos por los presos–, una red de distribución de alimentos –y armas–, un singular
sistema de justicia –el castigo es la permanencia en una celda de un metro cuadrado– y una
reducida relación con la Policía, que sólo cuida los bordes de la cárcel y rara vez se
zambulle entre los pasillos estrechos de sus cuatros bloques.

En 2004 eran 2.300 presos: once años después el total se dobló. Dicen que los presos
duermen en los pasillos y en los baños, y que el derecho a una celda es proporcional a la
robustez de las arcas personales. Palmasola es uno de los 16 grandes centros de reclusión de
Bolivia, y separados en bloques están los violadores, asesinos, narcotraficantes, mulas,
expolicías y criminales de poca monta. El hacinamiento en Palmasola se debe, en buena
parte, al 80% de detenciones preventivas; dicho de otro modo, más de 4.000 presos tienen
condenas pendientes –no se ha probado su culpabilidad–, cuyo proceso ha acelerado la
visita del papa. El Ministerio Público aumentó hace unas semanas el número de jueces para
que, cuando llegue el papa, haya por lo menos lugar para una bendición pública. Para 2013,
por ejemplo, 754 jueces tenían que encargarse de 591.000 causas. En un artículo de ese
entonces en El País de España, el fiscal general de Bolivia, Ramiro Guerrero, admitió que
la política judicial carecía de efectividad. En Bolivia, de los más de 14.000 presos que
existen, sólo un número cercano a los 3.000 tiene condenas.

El español Julio Picazo estuvo preso un año en Palmasola, acusado por robo y extorsión. El
sevillano Javier Villanueva estuvo cinco años en la cárcel –por asesinato, sin juicio– y solía
permanecer en su celda porque le habían dicho, sin mucho reparo, que no duraría mucho
allí dentro. Ambos, con palabras distintas, describieron el modo de vida en Palmasola como
una predisposición absoluta al vil trueque: todo, o casi todo, podía comprarse. Villanueva,
cuando su pena se modificó a prisión domiciliaria en 2006, tuvo que rentar un piso y
pagarle a los guardianes para que lo vigilaran. La paradoja se repite cíclica en el caso de
Picazo, que compraba la comida a los jefes de la prisión –los más respetados entre los
criminales– porque la alimentación de la prisión era pírrica, infecciosa, fétida, y dormía
donde encontraba un espacio disponible. Ambos, con palabras distintas, alegaron que el
método esencial era la tortura.

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