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A Elena

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ni su incorporación a un sisten1a inforn1ático, ni su transmisión
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permiso previo y por escrito de los titulares del copyright,

© Eugenio Trías, 1999


© Ediciones Destino, S, A., 1999
Enrie Granados, 84. 08008 Barcelona
Primera edición: enero 1999
ISBN: 84-233-3089-3
Depósito legal: B. 1.182-1999
Impreso por Romanya Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)
Impreso en España - Printed in Spain
ÍNDICE

Prólogo ................................................................ 11

Introducción ....................................................... 17

PRIMERA PARTE:

SER DEL LÍM[TE ···········•·••·····•····•··•··••·············•·····•· 27


1. La existencia en exilio y éxodo ...................... 2 9
2. Fundamento en falta ..................................... 41
3. Límite y símbolo ............................................. 4 7
4. Etica fronteriza .............................................. 65
5. La encrucijada ................................................ 77
6. La edad del espíritu ........................................ 93
7. Esencia y libertad ......................................... 105
8. La exposición de la esencia ......................... 115
9. Sobre la muerte ............................................ 149
SEGUNDA PARTE:
CONCEPTOS NUCLEARES ......................................... 15 5
l. El continente de la nada .............................. 15 7
2. La naturaleza jánica del tiempo ................. 183
3. Realidad y verdad ......................................... 223

TERCERA PARTE:
CRÍTICA DE LA RAZÓN FRONTERIZA .•......••........ , ....... 24 5
1. El proyecto de una crítica
de la razón fronteriza .................................... 24 7
2. Las tres preguntas filosóficas ...................... 257 Prólogo
3. Conocimiento y verdad ................................ 267
4. La tabla categorial ....................................... 313
5. El ars magna de la filosofía del límite ......... 327 La filosofía se halla, en el momento presente, en
6. La razón fronteriza como razón práctica .. 349 una situación crítica. La tradición ilustrada parece
del todo agotada una vez constatado el fracaso de los
CUARTA PARTE: últimos intentos sistematizantes de las teorías de la
LA PROPOSICIÓN FILOSÓFICA .................................. 357 Razón Comunicativa. Ni siquiera a través de prótesis
hermenéuticas puede sostenerse un programa que se
l. Sobre la voluntad de sistema ...................... 359 da de patadas con el mundo del fin de siglo y de
2. La proposición filosófica .............................. 3 9 5 milenio. Pero ese agotamiento no es obstáculo para
que perdamos de vista la insuficiencia de los plantea-
Epílogo: Secularizar la razón .......................... 427 mientos filosóficos posmodemos que se alimentan de
la disolución de esa razón ilustrada. Entre la Scilla
de una razón ilustrada en período de rebajas y la Ca-
ribdis de un posmodemismo que se limita a ejercer de
enterrador, la filosofía parece perder definitivamente
su rumbo y su orientación.
No hace falta suscribir tesis pontificales o encíclicas
11
de última hora para tomar distancias con las derivas minar su nombre y carácter (la sinrazón, el pensa-
nihilistas de nuestra reflexión filosófica de fin de siglo miento mágico, el mundo de las pasiones, las estéti-
y de milenio; ni es preciso dejar de sentirse continua- cas de lo siniestro, o el pensamiento religioso), que-
dor de la tradición ilustrada, o de la razón crítica, por da totalmente redefinida, o modificada en su propia
el sencillo hecho de no comulgar con las ruedas de naturaleza. Se abre paso de este modo un nuevo
molino que la fUosofía alemana nos ofrece, con sus modelo de razón al que en este libro denomino la
propuestas de una razón comunicativa o cosas por el razón fronteriza. La filosofía halla en el concepto
e:stilo. La razón ilustrada se acredita en la capaci- de razón fronteriza un posible rescate de la tradi-
dad que tiene de lidiar con sus propias sombras. O ción ilustrada, y del concepto de razón que le puede
en tramar diálogo con todo aquello 'que verdadera- corresponder en la hora presente. Tal concepto de
mente la reta y la pone a prueba. Desde mis prime- razón es el que corresponde a la filosofía que desde
ros libros he intentado recorrer ese cerco al que le hace años voy forjando, y que puede llamarse «filo-
someten sus propios demonios. De ahí que conciba sofía del límite».
mi propia vocación filosófica bajo la irónica expre- Ésta se organiza en torno a un triángulo ontológi-
sión con que caractericé, en un ensayo anterior, la co que permite mostrar tres vértices: en el primero de
obra de Gaya y de Beethoven (a los que califiqué de ellos, se redefine lo que desde Parménides y Aristóteles
«exorcistas ilustrados»). se llama ser como ser del límite; en el segundo se
Es importante someter a crítica a la razón (redefi- determina el lógos, o «razón», que a ese ser del lími-
nida como razón fronteriza); y asumir así el paradig- te corresponde, y que es esa «razón fronteriza»; y en
ma crítico de la filosofía ilustrada. Pero es también el tercero se halla en las «formas simbólicas» el modo
necesario no escatimar esfuerzos en la exigencia de de colonizar o explorar el suplemento (de misterio)
abrir la razón a aquellos ámbitos que, caso de omi- que la postulación del límite exige. Tales formas sim-
tirse, con culpable negligencia, de un tratamiento bólicas permiten configurar el mundo a través de
filosófico adecuado, pueden revertir en forma obsce- formas artísticas; y permiten así mismo revelar frag-
na, aplastando todas nuestras demandas de inteli- mentos del misterio a través de formaciones religio-
gencia cultivada e ilustrada. sas (con todo su profuso ceremonial y su entrama-
Es preciso recrear la razón ilustrada; pero es pre- do de relatos, o mitologías).
ciso hacerlo, como vengo haciendo desde hace ya Frente a las disoluciones posmodernas de la ra-
casi treinta años, en perpetuo diálogo con aquellas zón, tan características de los años ochenta, con su
sombras que la retan de verdad. Al abrirse de forma culto al «pensiero débole» o a la crítica «des-construc-
hermenéutica la razón filosófica a éstas, o al deter- tivista» del «lógos» occidental; y frente a las re-
12 13
\
construcciones sistematizantes de la Razón Ilustra- rodea, a través de las formas religiosas (rituales,
da en la versión propia (alemana) de la Razón mitológicas, ceremoniales).
Esta razón fronteriza se distingue radicalmente
Comunicativa, esta Razón fronteriza se atiene más
de una Razón Idealista (como la hegeliana) que no
y mejor a los retos y los envites que este cambio de
asume la presuposición de un dato previo (la exis-
siglo y de milenio plantean a la razón filosófica: pide
tencia) situado en sus cimientos; pero no es asimi-
y exige un diálogo de la filosofía, concebida en su
lable tampoco a un concepto de razón de tradicio-
máxima radicalidad, como ontología del límite (y
nes «realistas». La filosofía del límite alienta, más
de las formas simbólicas), con la religión, eterna asig- bien, un espacio intersticial entre lo Ideal y lo Real
natura pendiente del pensamiento ilustrado; se ha- en el que se aloja, precisamente, el ser del límite,
lla atenta, en este sentido, a una demanda muy es- determinando de este modo un concepto fronterizo
pecífica de esta década de los noventa: la necesidad de razón. Una razón que, en el contexto de este libro,
de «pensar la religión». Pero así mismo exige un diá- se re-flexiona según las premisas propias de la filoso-
logo con el arte y con la estética, como ya se intentó fía de este siglo (como razón evidenciada a través de
en libros previos de inspiración limítrofe (especial- los usos lingüísticos y de los trazos de escritura).
mente el titulado Lógica del límite). Esa razón sólo dispone de un modo de acceder a
A diferencia de los pensamientos posmodernos, aquello que se postula allende el límite: la forma-
que parecen acudir a lo religioso de forma precipita- ción de símbolos. Símbolos que permiten configu-
da (y confesional), esta filosofía del límite se abre a rar episodios o formas de nuestro mundo, a través
un diálogo con la religión por exigencias imperiosas de figuras artísticas; o símbolos que hacen posible
de su propia orientación filosófica; y por lo mismo revelar, mediante las complejidades del culto religio-
se halla siempre en diálogo con el arte en muchas de so, fragmentos relativos al misterio de lo sagrado.
sus manifestaciones (desde el cine hasta la música,
pasando por la pintura o por la arquitectura y es- EUGENIO TRÍAS
cultura). Para esta filosofía la «razón fronteriza» se
prolonga en un suplemento «simbólico» que le per-
mite ese doble acceso: a las figuras (simbólicas) que
permiten formalizar, artísticamente, aspectos de nues-
tro mundo; o a las revelaciones (también simbóli-
cas) que hacen posible exponer, de forma siempre frag-
mentaria y precaria, el misterio (sagrado) que nos
14
Introducción

Vuelvo, una vez más, sobre mis propios pasos.


No debe entenderse esta insistencia como obse-
sión; tampoco como signo de esterilidad; todo lo
contrario. Esa insistencia es la prueba misma de
la naturaleza filosófica de la experiencia que en
éste y en otros libros voy llevando a cabo. Y eso no
es producto de una «voluntad de sistema» que, en
el fondo del corazón, aliente. O si lo es, lo es en un
sentido muy peculiar que en el curso del texto es-
clareceré.
Es, sencillamente, el puro ejercicio de una acti-
vidad filosófica que no puede llevarse a cabo sin vol-
ver, una y otra vez, sobre lo mismo. Y eso mismo es,
en lo que a mi propuesta filosófica se refiere: el ser
del límite. Esta expresión encierra varias significa-
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ciones. Mi intención es integrarlas en una temática teriza, el resto simbólico y el ser del límite se erige
unitaria a la cual todo este libro se consagra. 1 un proyecto filosófico que enuncia con el concepto
Ese ser del límite se descubre en un dato que la de espíritu la síntesis de esos tres componentes que
reflexión acoge desde el comienzo, y al que debe lla- confieren horizonte a lo que existe.
marse existencia. Tal «dato del comienzo» no puede Esta filosofía del límite consta, pues, de tres com-
ser inferido ni deducido por la propia razón reflexio- ponentes propios y específicos:
nante. Esa razón, por consiguiente, se halla afectada En primer lugar, el ser del límite, es decir, un pecu-
por un límite real que la instituye como razón fronteri- liar modo de determinar lo que por ser se entiende
za. La existencia, a su vez, se halla remitida a ese mis- desde Parménides y Aristóteles hasta al presente. Eso
mo límite real que la determina y constituye. que Parménides llamaba el ser mismo (autó tó 6n), o
Tal límite es erigido, aquí, como el ser mismo. A Aristóteles el ser como ser (to ón é ón), es este ser del
éste se le llama el ser del límite. En torno a él circu- límite que aquí se afirma en radical sentido ontológico.
la la razón fronteriza, que sólo dispone de un modo A ese ser del límite co-responde, en segundo lu-
para avanzar más allá de su propio límite o fronte- gar, un concepto de razón, o lógos, que en este tex-
ra: la formación de símbolos. 2 Entre esa razón fron- to se irá determinando: la razón fronteriza; una ra-
zón que brota de esa realidad limítrofe que la de-
l. Ser del límite puede significar ser del límite: el ser (en sen- termina; y que en virtud de su condición limítrofe
tido ontológico) que corresponde al límite. Puede significar, por se diferencia, radicalmente, de una concepción
tanto, que el ser (o lo que por tal se entiende en la tradición occi- como la propia de una razón absoluta, o referida a
dental de pensamiento) se halla en relación intrínseca con el lí-
mite. O bien puede significar que el tal ser pertenece al límite lo «absolutamente infinito». 3
(ser del límite). O bien las dos cosas a la vez, en pura reciproci- Precisamente será tarea de este texto mostrar
dad (ser del límite). Puede concebirse como ser del límite, como la trama categorial que a esa razón fronteriza co-
ser del límite o como ser del límite (genitivo subjetivo y objetivo).
O puede significar también que el que existe (yo, nosotros,
rresponde: el conjunto de categorías que, desde esa
o cualquiera que pueda atestiguarlo) pertenece al límite, o se razón fronteriza, permiten referirse, con el pensa-
halla referido y orientado hacia él de un modo intrínseco. En miento y con el lenguaje, a ese ser del límite que
este último sentido ser del límite es sinónimo de fronterizo, o de constituye su tema y su objetivo. Tales categorías
habitante de la frontera: si bien subsiste entonces la necesidad
de esclarecer el ser (en tanto que tal) de ese ser del límite que el serán, como se verá, las que ya fueron mostradas
habitante de la frontera encarna y protagoniza. en La edad del espíritu en referencia a lo que allí se
2. La razón fronteriza constituye el concepto crítico de la
filosofía del límite. El resto simbólico es colonizado por el arte y
por la religión. Su presencia en el arte fue analizada en Lógica del 3. Como, por ejemplo, la razón dialéctico-especulativa
límite; su presencia en el ámbito religioso, en La edad del espíritu. hegeliana.

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llamó «el acontecimiento simbólico»; sólo que, en trar la trama de categorías que son propias y espe-
este libro, serán recreadas desde criterios específi- cíficas de una razón redefinida y recreada por su
cos onto-lógicos (o del lógos, o «razón», que a ese intrínseca referencia al ser del límite (que es lo que
«ser del límite» corresponde). se llama en este libro razón fronteriza).
En tercer lugar, esa razón fronteriza halla en las Mientras que aquellos libros eran, sobre todo,
formas simbólicas un modo de prolongarse en rela- reflexiones filosóficas referidas al arte, o al ámbito
ción a aquéllo ( = x) que, en virtud de su condición religioso, éste es un libro de filosofía estricta, sin
limítrofe, no puede determinar a través de sus re- adjetivos. O si quiere decirse así, es un tratado de lo
cursos propiamente racionales, o conceptuales. Esas que por «razón» puede todavía entenderse. Es, pues,
formas simbólicas, relativas siempre a lo que sub- una teoría del conocimiento, siempre que entenda-
siste más allá del límite, esquematizan, o formali- mos este enunciado de un modo amplio y libre de
zan, de un modo «indirecto y analógico» (como in- prejuicios. Como tal teoría del conocimiento se pone
dicó Kant en su última crítica), el ámbito de nues- a prueba en el desarrollo de su engranaje categorial;
tro mundo a través del arte; y el sustrato inaccesible entendiendo por categorías lo que por tal entendió
de allende el límite a través de formas religiosas. Aristóteles: el conjunto de modalidades lingüísticas,
En mi libro Lógica del límite se mostró el des- o de pensamiento, a través de las cuales se «decla-
pliegue simbólico del sustrato de allende el límite ra» o se «acusa» lo que de hecho es o existe.
en el «cerco del aparecer» a través de las distintas Se trata, en suma, de un triángulo formado por
artes (arquitectura, música, escultura, pintura, li- el ser del límite, la razón fronteriza y el suplemen-
teratura). En La edad del espíritu se desarrolló el to simbólico. De hecho ese triángulo se proyecta
modo en el cual, a través de revelaciones (religio- en la trama categorial que constituye el haber de
sas) de lo sagrado, se daba exposición a ese sustrato esa razón fronteriza: el conjunto de determinacio-
indecible e inefable. 4 Ahora se trata, aquí, demos- nes mediante las cuales el pensamiento y sus usos
de lenguaje y escritura se orientan en relación al
4. El despliegue simbólico (indirecto y analógico) de lo indeci- ser del límite. Esas categorías son siete en total.
ble, o de lo que se halla más allá del límite, es propio tanto del arte
como de la religión. Pero el arte efectúa ese despliegue a través
de una formalización del «cerco del aparecer» en la que la refe-
rencia al «cerco hermético» es de naturaleza metonímica. Por el grado, al que formaliza a través del simbolismo. El arte, en cam-
contrario, la religión lleva a cabo el despliegue simbólico con refe- bio, tiene por materia y objetivo el cerco del aparecer, o el «mun-
rencia expresa a lo que se halla allende el límite; revela el misterio, do», al que tiende a formalizar de forma propia y específica (a
o el cerco de lo sagrado, en su propia condición de tal. través de cada una de las formas artísticas), siendo en cambio
La religión tiene por materia y objetivo ese cerco de lo sa- el cerco de lo sagrado una referencia metonímica.

20 21
La primera a considerar constituye la determi- Y esa cita abre el espacio mismo de los usos
nación misma, inaugural, del dato que comparece lingüísticos y de escritura que constituyen el haber
en el inicio de la reflexión, y al que denomino «exis- de la propia razón fronteriza; 8 la cual puede enton-
tencia en exilio y éxodo». Ese dato la razón fronteri- ces reflexionar sobre sí (sobre sus propias claves
za se lo encuentra sin poderlo inferir ni deducir de racionales 9), descubriendo su límite infranqueable,
sus propias facultades de pensamiento y lenguaje. 5
Ese dato exige, pues, retroceder hacia una ma-
que apela a la conciencia, y esta misma conciencia; o si quiere
triz que debe ser postulada como fundamento de decirse así, en un daímon que visita al habitante de la frontera).
dicha existencia: un «fundamento en falta» que debe En clave simbólico-religiosa puede hablarse de la aparición de
ser pensado, aun cuando no puede ser conocido. 6 una «presencia sagrada» ante un testigo, a modo de teofanía
En el hiato o intersticio entre esa existencia y (así por ejemplo en la cumbre del Sinaí, tal como se explica en
la «tercera categoría» del acontecer simbólico en La edad del
dicho fundamento comparece, incluido en el dato espíritu). Véase al respecto esa comparecencia en clave estricta-
de partida, un límite que determina y especifica esa mente ética en Los límites del mundo, capítulo titulado «El acce-
existencia, la cual se ve remitida a él. Esa remisión so» (dentro del «primer ciclo»); y la recreación de esa misma
reflexión ética en La aventura filosófica; véase también la re-
orienta el alzado (ético) del existir hacia ese «límite flexión acerca de lo mismo en clave ético-religiosa al final de
del mundo». En la cita con él la existencia se des- Pensar la religión, capítulo titulado «El acontecimiento ético»).
cubre como existencia libre. 7 8. Tal sería la cuarta categoría; el alzado hasta el límite abre
el ámbito de lo inteligible, que a través de usos lingüísticos y de
escritura se materializa; ello compone la trama misma de lo
5. Ésta será la segunda categoría: la existencia en exilio y que puede llamarse, en términos objetivos, «racionalidad» (el
éxodo instalada en el cerco del aparecer, o en el mundo. En La mundo «ya interpretado» que constituye la «sabiduría inma-
edad del espíritu esta categoría aparecía, en clave simbólica, nente» en la cual se halla el fronterizo de antemano situado).
como categoría cosmológica (relativa al símbolo de la «crea- Ese lógos espontáneo (desparramado en juegos lingüísticos y
ción del mundo»). de escritura) constituye la categoría ontológica racional de lo
6. Tal será la primera categoría relativa a la matriz, o mate- que, en clave simbólica, fue concebido en La edad del espíritu
ria, que constituye el oscuro fuudamento de la existencia. En La como «revelación del lógos» (cuarta categoría). Sobre la infe-
edad del espíritu comparecía, en clave simbólica, como el funda- rencia del lenguaje del hecho mismo de producirse el alzado
mento matricial (cueva o caverna vaginal de la protohistoria) ético (y su remisión a una Orden Formal Vacía), a modo de
sobre la «base» de la cual podía tener lugar el evento simbólico emergencia del in-fans a la condición de hablante, véase La
de la «creación del mundo». En La edad del espíritu estas catego- aventura filosófica (tercera singladura).
rías de la razón fronteriza comparecían como hitos simbólicos de 9. Tal sería la quinta categoría, en la que la razón espontánea
un «gran relato» (o si quiere decirse así, de un Mito) que permi- es elevada a una reflexión sobre las «claves hermenéuticas» que
tía tramar el engranaje de lo que suele llamarse Historia. la hacen posible, o en la cual se descubre como razón crítica (y
7. Tal es la cita de uno consigo en la que se descubre la propiamente filosófica). En La edad del espíritu comparecía, en
propia subjetividad, y el desdoblamiento de ésta (en una «voz» clave simbólica, como la quinta categoría relativa a las «claves

22 23
al que sólo a través del recurso a símbolos puede constituye la primera categoría, siendo la segunda
acceder. 10 Todo lo cual hace referencia expresa a la existencia alojada en el cerco del aparecer.
ese ser del límite al que dicha razón fronteriza se Entre esa matriz que no puede ser conocida,
refiere. 11 pero que debe ser pensada, se intercala el límite
Tal es el «guión» de esta razón fronteriza que que impide el cumplido conocimiento de las «cau-
ahora, en lo que sigue, deberá ser desplegado. Se sas» de ese existir, o de sus «razones» específicas.
parte, en efecto, de un dato inaugural del comien- Ese límite se destaca, entonces, como el genuino
zo que constituye la existencia (en exilio y éxodo) límite del mundo al que la existencia se halla remi-
alojada en un ámbito de aparición al que puede tido. Y ese límite revela el desdoblamiento inma-
llamarse cerco del aparecer, o mundo. nente del «sujeto» enroscado en ese límite del mun-
De ese factum que la razón fronteriza «se en- do, al que debe ser llamado fronterizo. Éste se insti-
cuentra» (y que no puede inferir de sus propias for- tuye como sujeto presionado por una «voz» que lo
mas de pensar) se debe, entonces, retroceder a la eleva o alza a esa condición (de habitante de la fron-
matriz que interviene como oscuro fundamento, o tera), erradicándolo de su encapsulamiento en la
«fundamento en falta» de ese existir. Esa matriz matriz. Tal límite, espacio de una cita del sujeto
consigo (con su propio daímon), constituye, en este
recorrido, la tercera categoría.
hermenéuticas» de la significación del lógos revelado; así mis- En ese alzado el fronterizo se abre a la compren-
mo, en la segunda comparecencia de la trama categorial esa sión, al lógos, a través de usos lingüísticos y de es-
quinta categoría se determinaba como razón crítica (la que des-
cubre, sobre todo a partir de Kant, su carácter y condición critura que exhiben su «racionalidad inmanente», o
fronteriza). el ámbito de inteligibilidad en que se encuentra si-
1O. Tal sería la sexta categoría, relativa a ese Límite Mayor tuado. Todo ello constituye la cuarta categoría.
que sólo mediante símbolos puede explorarse (tal como aconte-
ce en el ámbito estrictamente religioso; y también en el orden
A partir de ésta cabe una reflexión crítica sobre
artístico). Esta sexta categoría descubre eso que Wittgenstein lla- esa racionalidad, sobre su carácter y condición (li-
ma «lo místico» (o la experiencia del límite como límite; límite de mítrofe y fronteriza), que es tarea y asunto de una
lenguaje y mundo). Se corresponde con lo que en La edad del posible filosofía del límite (quinta categoría); la cual
espíritu llamé, en clave de relato simbólico, «categoría mística».
11. Este configura el cerco fronterizo en el cual toda esta se prolonga en un suplemento de formas simbóli-
trama categorial finalmente se repliega; en él comparece el ser cas que permiten colonizar, por la vía del arte y de
del límite como aquéllo en relación a lo cual «se dice», «se acu- la religión, el sustrato «místico» de lo que se halla
sa» o «se predica» todo lo que se ha ido determinando como
categoría (matriz, existencia, límite, lógos, razón fronteriza, su- más allá del último confín del mundo (sexta cate-
plemento simbólico). goría).
24 25
Estas seis categorías: matriz, existencia, limes,
lógos, razón crítica (fronteriza) y suplemento sim-
bólico, se refieren todas ellas a una última catego-
ría que es, a la vez, la que más propiamente desig-
na «lo que es», y eso mismo que en ella es designa-
do: el ser del límite. 12 Éste debe ser entonces anali-
zado en su naturaleza y esencia, en la cual puede
descubrirse la doble potencia de conjunción y de
disyunción que le constituye, así como las modali- Primera parte:
dades de lucha y juego que entre ellas hacen posi-. Ser del límite
ble; esa investigación de la esencia del ser del lími-
te es, como veremos, un pasaje muy relevante de
toda esta investigación del haber categorial de la
razón fronteriza.
Dicha esencia se «repliega» en esas operacio-
nes ad intra (conjuntivas y disyuntivas) y se «des-
pliega» en la topología que le es propia, la cual cons-
tituye una proyección del cerco fronterizo por sus
dos extremos disimétricos, el cerco del aparecer y
el cerco hermético. Sólo que, como se verá, esta
reflexión sobre el espacio en el que se aloja el ser
del límite debe ser complementada con una re-
flexión sobre la naturaleza jánica, limítrofe y fron-
teriza del tiempo, así como sobre el marco de his-
toria, o de acontecer, en que el propio ser del límite
discurre.

12. Sobre la naturaleza a la vez categorial y trascendental


de la séptima categoría, véanse las páginas con que inicio la re-
flexión sobre la misma en La edad del espíritu, bajo el título de
«La consumación simbólica».
1. La existencia en exilio y éxodo

Galileo Galilei quería disponer de un punto de


apoyo desde el cual «mover el mundo». En el mun-
do filosófico, que es un mundo de ideas y pensa-
mientos, se necesita también un punto de apoyo para
removerlo. Las ideas y los pensamientos mueven el
mundo, pero lo hacen de forma discreta, silenciosa,
y a un ritmo temporal extremadamente lento.
«Los grandes acontecimientos son silenciosos»,
dice Nietzsche en Así habló Zarathustra. Ocurre a
veces en ese mundo de ideas que «la piedra de-
sechada termina siendo piedra angular», como se
dice en el Evangelio. Una verdadera filosofía tarda
en desperezarse y elevar su vuelo, como la lechuza
de Minerva. Lo suele hacer, como sabía Hegel, en
el crepúsculo: cuando el cielo pinta de colores gri-
ses el horizonte.

29
Una verdadera filosofía tiene su reto principal dones. La elección del dato debe, además, justifi-
. en la correcta elección de ese punto de apoyo so- carse en confrontación con las más relevantes elec-
bre el cual quiere hacer girar el universo de las ciones de otras modalidades temáticas o de objeto
ideas. Éste debe comparecer desde el comienzo mis- efectuadas por filosofías históricas o contemporá-
mo de la exposición. De hecho la exposición con- neas. La filosofía no puede rehuir ese ámbito de
siste en el paulatino esclarecimiento del dato que discusión y debate en el que se juega su propia cre-
se elige como apoyatura de todo el razonamiento dibilidad. Sólo así puede aspirar a presentarse como
que a partir de él se genera. De ahí el carácter com- una opción filosófica propia y auténtica, en com-
prometido y sumamente delicado de todo co- petencia con otras opciones.
mienzo filosófico. Una filosofía debe saber acertar En la filosofía moderna este problema del co-
en la determinación de lo que constituye su comien- mienzo se hace acuciante, hasta el punto de que
zo: el inicio mismo de su ordenada exposición. la modernidad en filosofía viene dada precisamen-
El comienzo en filosofía constituye, de por sí, te por la tematización cumplida de esta cuestión
un problema de primera magnitud, quizás el más del comienzo. Desde Descartes a Hegel, de éste al
serio y acuciante que una filosofía tiene que resol- Heidegger de Ser y Tiempo, o al Wittgenstein del
ver. ¿Por dónde comenzar? ¿Qué necesidad impele Tractatus, este problema del comienzo aparece de-
a iniciar la exposición en tal o cual dato que se eli- cisivo; y como cuestión de primera magnitud. De-
ge como tema o como objeto de elucidación y re- pende de la elección de dicho dato que una filoso-
flexión? fía se acredite como tal. Depende de la capacidad
De hecho el comienzo es problema por razón de tematización del correcto dato del comienzo el
de que en él debe asignarse tema y objeto al discur- que una filosofía revele su condición genuinamen-
so que en la exposición filosófica se inicia; y con te moderna.
ello también sentido y dirección al curso que, a En filosofía es, pues, particularmente importan-
partir de esa elección primera, tomará necesaria- te el problema del comienzo. La elección del dato
mente el discurso filosófico. inicial decide la marcha y el trayecto: lo que en fi-
La elección debe estar hondamente motivada; losofía puede entenderse por método. En ese dato
debe disponer de toda suerte de razones y justifi- está ya, en forma virtual, lo que se espera al final
caciones que la avalen. Justamente el curso de la de la exposición como remate y conclusión del ra-
exposición filosófica consiste, en gran medida, en zonamiento.
la ordenada exhibición de esas razones, y la discu- El método filosófico da siempre curso expositivo
sión de las mismas en relación a previsibles obje- a un razonamiento que se desglosa en distintas eta-

30 31
pas escalonadas y ensambladas. La filosofía es siem- positivo sobre el que la eventual negación pueda
pre discursiva. Ese trayecto expresa lo que ella es sin dificultad suspenderse.
en sentido real y etimológico: un deseo de conoci- Lo que aparece y se da lo hace de cierto modo y
miento. Ese deseo se tensa en el recorrido que va manera. La experiencia debe mostrar esa manera
trazándose en dirección al objeto que se pretende específica del dato con el cual se empieza. Eso que
conocer. Ese objeto debe estar ya dado desde el se da supone, al parecer~ un sujeto, un «se», o un
comienzo, si bien de forma implícita y potencial. cierto sustrato, en relación al cual se da eso que se
Ha de haber, por tanto, un dato sobre el cual la da, o aparece lo que aparece.
filosofía se inicia. Y la determinación de ese dato Lo propio de la experiencia es que en ella los
decide sobre la buena marcha de la filosofía hacia datos son encontrados; no se infieren o deducen
el conocimiento de su objeto. de la productividad del pensamiento. Éste se halla
El carácter de ese dato del comienzo no puede inmerso en ellos antes de iniciar su marcha reflexi-
ser arbitrario ni azaroso, pero tampoco puede ser va y razonante. Tales datos deben carecer de artifi-
una idea innata o un concepto a priori, previo a cio; no pueden ser hallados a través de la actividad
toda experiencia. Debe proceder de una fuente de ingeniosa. Simplemente están ahí, sin que quepa
conocimiento que es la única a través de la cual duda ni discusión al respecto. Deben, pues, resplan-
puede ese dato presentarse. Esa fuente es la expe- decer con luz propia, con los caracteres de lo que
riencia. La filosofía ha de partir de un dato empí- de suyo es evidente.
rico si no quiere incurrir en lo que constituye el La experiencia filosófica se inaugura, dice
peor vicio de la filosofía: la abstracción vacía e Platón, con el asombro. Pues bien, lo asombroso,
inane. lo sorprendente y chocante de la experiencia sobre
Ese dato de experiencia debe venir impuesto. la cual reflexiona la filosofía consiste en lo siguien-
Debe despejar, por su sola presencia, todo asomo te: en que ese dato que se da no revela ni muestra,
de duda o perplejidad respecto a su pertinencia. en su puro darse o mostrarse, rastro alguno res-
Debe ser un dato que posea carácter de obviedad. pecto a qué o quién sea eso que lo da o lo muestra.
La filosofia da estatuto de dignidad a lo más obvio En cambio, comparece corno determinación in-
al elevarlo a un horizonte de reflexión. trínseca del dato la presencia de un límite quepa-
El dato en cuestión ha de darse o aparecer sin rece vedar, o imposibilitar, toda indagación respecto
que quepa discrepancia respecto a su naturaleza al sujeto o ser desde el cual, o en relación al cual,
inevitable. Una estricta necesidad conduce a ese se da eso que se da, o aparece lo que aparece. Ese
dato del comienzo. Éste debe proponerse como algo límite no es extrínseco al dato del cual se parte, o

32 33
al aparecer del comienzo: se halla incrustado en él, éxodo: exiliada de algún lugar que se desconoce (al
inserto dentro de éste de manera irrevocable. Lo que que de forma tentativa y mítica, o en forma de re-
aparece y se da es un dato con ese límite incorpora- lato sagrado, puede imaginarse como jardín cerra-
do. Tras él subsiste el enigma, o el misterio. do, hortus conclusus); y condenada, al parecer, a
Eso significa que el dato es dato simple y sin un itinerario de exilio que debe ser llamado éxodo.
más, puro ser puesto sin ponente. Un dato sin refe- Esa experiencia de exilio es el dato del comienzo; y
rente al cual referirse (que acaso podría ser deno- el éxodo parece determinar y decidir el trayecto que
minado sustancia o causa, según el vocabulario puede seguirse a modo de ruta metódica (itinerante
tradicional). Un dato puro sin punto de referencia. y aventurera) de la reflexión filosófica. Exilio y éxo-
A ese ser puesto, absolutamente externo y extrín- do constituyen determinaciones esenciales del dato
seco en relación al «que» o a «quién» lo pone es lo del comienzo, que es la pura existencia.
que, técnicamente, debe llamarse existencia. Exis- Esa relación esencial de la existencia con el lí-
tencia significa un ser que, todo él, en su totalidad, mite, límite que constituye la férrea ley que impide
agota en sí su propia naturaleza y esencia, toda vez o veda conocer o reconocer la causa y la condición
que ha sido exiliado en relación a las «causas» o a «de donde» surge ese dato del comienzo que es la
las «condiciones» que han determinado y decidido pura existencia, debe ser reflexionada ya en esta
su surgimiento. coyuntura del comienzo. De hecho esa relación
La experiencia de la cual se parte, y que se ins- entre la existencia y el límite, o esa referencia de la
tituye aquí como comienzo de este trayecto filosó- condición de exilio y éxodo a ese límite, es justa-
fico, es la experiencia de una existencia exiliada, mente lo que hace posible que haya filosofía.
expulsada de unas causas y condiciones que, des- Pues tal relación es, justamente, la que abre el
de ella, no pueden ser conocidas ni reconocidas. marco mismo de inteligibilidad de esa existencia.
Un límite estricto, a modo de cadena de necesidad, Ésta carecería de posible comprensión de sí mis-
o de ananke, impide conocer o reconocer tales cau- ma sin remisión a ese límite. O sería, por lo mismo,
sas o condiciones. Luego lo que comparece como incapaz de alzarse a un posible deseo, eros, relativo
dato o aparición es una existencia que remite, de al conocimiento o reconocimiento de esa situación
modo intrínseco, a ese límite. O que puede definir- fronteriza. El asombro, decía Platón, abre el marco
se, en una primera toma de posición filosófica, co- de interrogación con el cual la filosofía inicia su
mo existencia relativa al límite, o que posee en ese andadura; y antes que ella (pues la filosofía es siem-
límite su determinación esencial. pre una reflexión a posteriori) ya el propio ser que
Se trata de la experiencia de una existencia en existe se halla urgido y apremiado por interroga-
34 35
ciones que la filosofía no hace sino destacar o es- posible respuesta concluyente respecto a esas pre-
tilizar. guntas que se plantea. Pero esa referencia impone
Ese existente ex-siste, o es fuera de sus causas, éstas como modalidades de lo que así se forma: el
toda vez que se inaugura en preguntas e interroga- deseo como deseo de conocer, el erotismo que la
ciones radicales; salta así al ámbito inteligible: al filosofía despliega y desarrolla.
universo de trazos y de palabras donde se juega el Esa existencia fronteriza en exilio y éxodo es,
sentido y el sinsentido. Sentido y sinsentido en re- por todo ello, una existencia abierta al conocimien-
lación a la propia existencia. to. Inmersa en la palabra y en la escritura, induce
Y lo que abre la posibilidad misma de inquirir a una posible reflexión en la que esa inteligibilidad
sobre el sentido y el sinsentido, dando «sentido» a pueda articularse. Tal reflexión es justamente la fi-
la dirección y orientación espontánea del existen- losofía. El dato es, pues, revelador de una ontici-
te, eso es, justamente, ese límite que se le impone; dad, de un puro hecho de ser en el modo del existir
'
que sin embargo fractura toda voluntad por dar que por su propia condición relativa, relacionada
cumplida respuesta a esas preguntas. Éstas apun- con su límite, se halla abierta a la comprensión, al
tan hacia aquello que pueda dar razón, o sinra- lógos, y a la explicitación de éste que la filosofía
zón, respecto a la condición exiliada y en éxodo de propone.
la existencia. Y el límite parece actuar, respecto a Eso óntico que es existir es onto-lógico. Y eso
esas interrogaciones radicales, a modo de muro in- ontológico documenta sobre el carácter de dato del
franqueable en el cual rebotan o se estrellan. comienzo de la reflexión filosófica, a la que ésta
El ser que existe se halla instalado, ya desde el apela. Éste parece mostrarse como ser relativo al
principio, en una situación existencial que se halla límite, o ser que existe sólo y en tanto implica un
abierta al orden inteligible sólo y en tanto se ve re- límite que la reflexión filosófica debe explicar.
mitido a esa frontera que le constituye. Esa inteli- Tal implicación abre el ámbito de un conocimien-
gibilidad espontánea que en el trazado y el habla to virtual, que en condición óntica y fáctica compa-
se produce constituye la base sobre la cual puede rece como la inteligibilidad siempre presupuesta en
articularse el deseo de saber. todo uso del habla o de la escritura. Se habla y se
Ese deseo hace apremiante un surtido de inte- escribe por razón de que ese límite impone, con el
rrogaciones radicales relativas a la propia situa- asombro, las preguntas a las que trazos y usos ver-
ción existencial que constituye el dato del comien- bales intentan dar cumplida respuesta. Respuesta
zo. Y esa situación se apercibe de su espontánea que obviamente revierte en el propio ámbito y lugar
remisión o referencia a un límite que le veda toda en el cual tal existencia se despliega.

36 37
Tal ámbito puede llamarse cerco del aparecer o O que sólo se satisface, si vale expresarse con iro-
mundo. Y el límite o la frontera se puede determi- nía trágica, toda vez que el existente deja de ser
nar, entonces, como límite y frontera del mundo. existente: en aquella única y definitiva experiencia
El existente se halla situado o caído en la maraña radical de exilio y éxodo que revoca tal experien-
de trazos y de palabras, abocado a asombrarse por cia; a saber, la muerte.
su condición de exilio y éxodo, admirado de la ine- Pues morir es, para el existente, quedar absor-
ludible existencia del límite que le constituye, o de bido por el límite, func:do plenamente en él, de
la frontera que veda toda espontánea respuesta a modo que propiamente el límite, como límite, des-
las preguntas que se formula en relación a la cau- aparece. Pues sólo hay límite como horizonte en la
sa o condición que pudiera dar razón de su condi- distancia. Éste abre el juego posible de trazos y de
ción de exilio o de su existencia itinerante de ser palabras. Abre el campo de juego que hace posible
en éxodo. Ese existente debe ser llamado fronteri- la comprensión. Y esa comprensión permite la ar-
zo, o habitante de la frontera. ticulación de un proyecto filosófico.
Tal es el ser que habita el cerco del aparecer, o Con la muerte deja de haber pregunta por el
mundo; en él aparece y en él se halla situado. En y sentido o el sinsentido. La distancia se acorta , la
dentro de ese cerco se ve siempre remitido a dicho cercanía se hace inminente, el horizonte absorbe
límite. En ese límite del mundo se juega la razón o al existente. En esa experiencia final y definitiva el
la sinrazón de su propia condición de exilio y éxo- límite como horizonte se quebranta. El mismo des-
do, o su carácter existente. Tiene a su disposición tino de negación y ausencia une, en esa coyuntura
la posibilidad de revalidar ese carácter, o de cance- mortal, en intrínseca conjunción, al existente y su
larlo de forma definitiva. horizonte.
Esa forma limítrofe del ser que existe, o esa con- La revocación absoluta y sin paliativos de ese
dición fronteriza, es, por todo ello, de naturaleza horizonte es, en efecto, la muerte. El límite es y
trágica. Ya que trágico es aquel ser que se ve abo- existe, y comparece, toda vez que el fronterizo vive
cado a una comprensión o conocimiento que, jus- o malvive su experiencia de exilio y éxodo como
tamente en el límite, y por razón de la estricta experiencia trágica de habitar su vida en la fronte-
ananke que éste encarna, se ve rebotado siempre ra, colonizando y disponiendo, a través de palabra
de su insaciable preguntar, malogrando las even- y obra, el cerco del aparecer o el mundo en el cual
tuales respuestas con las que pretende satisfacer se halla situado.
su eros. Éste es un eros puro jamás resuelto ni di- El vértigo atestigua la suspensión entre ser y no
suelto; un deseo siempre tenso y nunca satisfecho. ser que en la inminencia de la proximidad o cerca-

38 39
nía de la línea del horizonte se avizora. El vértigo
es el peculiar pathos en el cual el existente atesti-
gua su naturaleza fronteriza. La pasión, en gene-
ral, se produce en esa maroma del ser y del no ser
que se aguanta en equilibrio en el espacio del lími-
te. Ya que el límite es, corno lo definió Hegel, la
unión de un algo (el existente) y su negación. Y el
vértigo da testimonio pasional de esa situación de
frontera.
En esa experiencia del vértigo y de la pasión des-
puntan las interrogacion es radicales en las que el
fronterizo se reconoce. La filosofía limita su acción
a la rigurosa prosecución y despliegue de las mis-
2. Fundament o en falta
mas. Su tarea consiste en reconocerlas. Y una vez
detectadas y apresadas, en revelarlas en toda su
El dato empírico del comienzo lo constituye una
pregnancia a través de formulacione s ajustadas.
existencia cuyo fundamento está quebrado, o es
Esas preguntas se hallan plantadas en el propio lí-
fundamento en falta. Hay o hubo acaso en el ori-
mite en el que se proyecta el existente. Se enroscan
gen una misteriosa falta que afectó o que llegó a
en torno a la frágil condición de éste. Lo invisten y
afectar al fundamento. Mítica, o imaginativam ente,
lo revisten, dotando a su sobrio carácter de pura
a través de la narración simbólica y religiosa, pue-
frontera del mundo de significación y sentido.
de hablarse de una caída originaria, de una falta
primera, o de una determinació n del fronterizo que
le abocó a ser sujeto sujetado al límite lirnitante, o
a la cesura, con todo su corolario de caducidad,
enfermedad, muerte; o, si quiere decirse así, de mal.
La experiencia parece sugerir que la falta es el
efecto de algún mal, sin que pueda conocerse o re-
conocerse aquel movimiento, azaroso o volunta-
rio, que pudo actuar como causa de tal efectuación.
La causalidad por libertad que pudo tener por efec-
41
to el carácter en falta del fundamento queda, pues, nario Libro de Job, respecto a ese insólito desplome
vedado a la comprensión. Tampoco puede inferirse en la existencia.
ese carácter de un agente tan dudoso como el cie- La situación existente puede describirse como
go azar, o la mítica tyché. la propia de un ser caído en posición de exilio y
El existente se sabe caído en un mundo de exi- éxodo, en pura condena sisífea respecto al dicta-
lio y éxodo, del que es expelido lo que aparece, el men de un «juicio» de cuyo proceso no hay memo-
círculo total de cuanto aparece y se da. Pero igno- ria, o de la que sólo puede haber memoria mítica
ra la causalidad de esa caída, de la que sólo ad- documentada a través de la imaginación simbóli-
quiere, a través de la comprensión de sí mismo y ca, la que se da relato y revelación a través de tra-
de su mundo, experiencia del efecto. Un puro efec- diciones religiosas, o a través de la recreación de
to descolgado de su causa. éstas en novelas memorables (así en la novelística
Sabe, pues, del efecto, que se le da a posteriori de Franz Kafka).
como dato del comienzo, pero ignora la naturale- Debe, pues, primero de todo describirse tal si-
za de la causa. En ese empirismo trascendental (para tuación: la de un efecto sin causa, o remitido a un
decirlo en términos de Schelling) se halla instala- fundamento en quiebra; la que surge de un funda-
do o está. Siendo su estar justamente ese ser o ha- mento siempre en falta. Si toda existencia lo es en
bitar una localización de exilio y en itinerario de relación a un fundamento, como fundamento de la
éxodo. Es o está, como fronterizo, sujetado a lo que existencia, esta existencia pura, en exilio o éxodo,
resulta de esa ignorada causa: su condición mor- remite a una sima, o a una falla, que retira toda
tal; su finitud; la muerte como límite infranquea- posible instalación en una sólida base o en un cum-
ble; y la ignorancia radical respecto al sentido mis- plido fundamento. No hay tal fundamento sino tan
mo de su surgimiento extra causas. sólo su ausencia. O es un fundamento en falso, fa-
Se trata de una situación insólita y asombrosa llado, fallido y falto.
que suscita, espontáneamente, apremiantes inte- Ese faltar del origen se completa con un faltar
rrogaciones. Se puede llegar a aceptar tal experien- en el fin, en el que comparece el límite en su condi-
cia como la que no puede imaginarse de otro modo. ción limitante a modo de cesura radical del existir
Puede uno acostumbrarse a ella (como puede, en que condena a muerte al fronterizo. La existencia
general, acostumbrarse cualquiera a las situacio- es pura positividad descolgada entre un fundamen-
nes más extremas, absurdas y dolorosas). Pero algo to en quiebra y una finalidad que no es propiamente
induce espontáneamente a protestar, a revelarse, o fin. O que es el muñón resultante de la fallida fina-
a pedir cuentas, como Job a Yaveh en el extraordi- lidad, causa final hecha añicos. En la genuina cau-

42 43
sa finalis se cumpliría, o completaría, la esencia del para decirlo en términos de Hegel, puro Unwesen:
existente, realizándose como ser en acto. Pero en ser sin esencia, o cuya esencia es Nichtigkeit, baga-
el ser que existe en su condición fronteriza no pue- tela, futilidad, nadería; una nonada, para decirlo
de darse tal consumación y cumplimiento. O sólo en términos teresianos.
se produce como extinción de la existencia. De hecho lo que sostiene y soporta como «subs-
El existente es un ser cuyo «ser en acto» consti- tancia» al existente fronterizo es la frágil, quebra-
tuye su deposición como existente (como acerta- diza y evanescente materialidad de un trazado li-
damente observó Heidegger en su análisis de la neal que, en forma de estrecha franja, interviene
muerte en Ser y tiempo). O que tiene por «entele- como límite y frontera de la existencia.
quia» la revocación absoluta y mortal de ese límite Del comienzo hemos sido remitidos a una si-
que le aguanta y le sostiene como viviente fronteri- tuación a priori, previa y anterior al propio comien-
zo. Entre su fundamento en falta y su fin jamás zo. Del presente temporal, descrito como existen-
cumplido circula la existencia en su condena a so- cia en exilio y éxodo, hemos retrocedido a «lo que
brellevar en éxodo su condición exiliada. O a tran- era» antes de ese presente. Hemos preguntado por
sitar entre esos extremos de infortunio su fortuna una razón, causa o condición de tal situación de
existencial o su aventura de vida. hecho que se registra en la experiencia. Nos he-
Se dispone de un efecto que puede ser experimen- mos, pues, situado antes del propio comienzo. Si
tado; pero es un efecto sin causa reconocida. Es un éste mostraba, como dato de experiencia, una exis-
efecto de sí, effectum sui, pura contraimagen o tencia en exilio y éxodo, puede decirse que hemos
antitipo de la causa sui tradicional. Si la idea de retrocedido del escenario del Éxodo al Génesis.
Dios se construyó a través de la síntesis de sustan- Ello nos ha permitido determinar, como única
cia y causa, como una causa que dispone del pro- causa y condición del puro efecto, o efecto puro,
pio fundamento de su existencia, o cuya sustancia que es la existencia, un escenario de origen en el
y esencia es idéntica a su existir, la existencia que que acaso el ser fronterizo jugó su condición de
se experimenta en la situación del comienzo, como ser eligiendo o decidiendo sobre algo cuya conse-
existencia que se infiere de la situación de exilio y cuencia es su condición de exilio y éxodo. Pero ese
éxodo, es una existencia sin sustancia, plenamente escenario de una «causalidad por libertad», como
desustantivada, insustancial e insolvente, que cons- el que orienta la extraordinaria reflexión de
tituye la esencia propia de una existencia exiliada, Schelling en sus Investigaciones sobre la libertad
o de un ser fuera de sus causas, sin que éstas pue- humana y los objetos con ella relacionados, se halla
dan ser conocidas o reconocidas. Esa existencia es, más allá del estricto límite limitante que permite

44 45
reconocerlo a través del deseo de saber, o del ansia
y voluntad de razón que se da forma a través de la
filosofía.
La caída es, así, la condición en que el fronteri-
zo se encuentra por estricta necesidad, por ananke,
sin haberlo elegido ni decidido. Tal caída en la exis-
tencia, o caída en el tiempo, daría una determina-
ción implícita a la condición de exilio y éxodo. Pero
una vez determinada esa condición necesaria de la
existencia fronteriza podría reflexionarse sobre los
modos posibles de responder, o co-responder, a esa
situación de partida. Ya que el fronterizo tiene la
posibilidad de elegir, o de ejercer su libertad, toda 3. Límite y símbolo
vez que se halla apremiado por la solicitación del
límite que a él le inviste.
Puede alzarse de esa situación del comienzo, re- El límite no permite un traspaso, como Hegel
montando su existencia de la caída originaria y pretendió; se enrosca en sí, en su carácter de ba-
orientándose en dirección al límite que le constitu- rrera limitante; revela su naturaleza de inevitable
ye. Puede, pues, orientar el deseo y la voluntad res- cesura. Pero el límite tiene carácter bifronte. En
pecto a las posibilidades que en su remisión allí- tanto que unión de algo y su negación evidencia
mite se le ofrecen. En ese alzado se juega su liber- una positividad que debe ser acogida ya desde el
tad. Ésta constituye la facultad de responder, o de comienzo. 13 Pero el límite debe pensarse (frente a
co-responder, a esa circunstancia limítrofe y fron- Hegel) en forma afirmativa, como limes; o como
teriza que se le entrega desde el comienzo. La dilu- espacio y lugar susceptible de ser habitado. Cons-
cidación de esta importante cuestión es materia de tituye una franja estrecha y frágil, un istmo. Pero
una posible ética fronteriza. en ese margen hay espacio suficiente para implan-
tar la existencia.
El límite documenta sobre la positividad de

13. Hegel, en su Ciencia de la Lógica, define, en efecto, al


límite (Grenze) como «unión de algo y su negación».

47
aquello respecto a lo cual ese límite se evidencia un doble límite que deja dentro, entre los térmi-
como límite. Pues un límite es siempre un térmi- nos relativos que pone en conexión, un espacio
no relativo respecto a dos. 14 Y esos dos deben con- propio, lo que suelo llamar cerco fronterizo o li-
cebirse como términos en relación de carácter afir- mes.16
mativo. Pues de lo contrario el límite no se reali-- Hay dos términos, con su propia naturaleza y
zaría como concepto. 15 Todo límite es, de hecho,

turaleza misma del límite exige. Éste postula, por su propia na-
14. Este punto es importante resaltarlo, ya que generalmen- turaleza y concepto, un «más allá de sí». No hay límite sin ese
te se concibe el límite como referido tan sólo a cierto objeto; o «más allá del límite» que su propia naturaleza impone. De esa
como dice Hegel, a un «algo»; a modo de «negación» de ese referencia no hay experiencia inmediata posible; a lo más, como
«algo», o de aquella situación, lugar o circunstancia que deter- se irá viendo, una experiencia (mística) de carácter «indirecto y
mina el «tránsito» de ese «algo» hacia «otra cosa». Por ejemplo, analógico».
si digo que estoy al límite de mis fuerzas, quiero expresar con El horizonte de lo visible, por ejemplo, circunscribe el cer-
ello que si sigo presionando o actuando puede producirse una cado, o el coto, de lo que «se da a ver». Sefiala el límite de lo que
inversión: desmayarme, por ejemplo. Pues bien, el límite sefia- en la visión es susceptible de ser visto. Pero así mismo deja
la, en este caso, la necesaria referencia de algo (mis fuerzas, como referencia insoslayable un «dato» que se integra plena-
puestas al límite) a esa «alteridad» que, en este caso, es su exte- mente en la experiencia de la visión: eso «invisible» que se halla,
nuación, o su cancelación. de facto, más allá del límite que el horizonte estipula.
El límite es, siempre, una realidad ambigua en la cual aque- 16. Que el límite es un «doble límite» se infiere de la afirma-
llo de lo cual el límite es límite se contagia y contamina de un ción que voy a hacer respecto a la naturaleza reflexiva del lími-
«más allá» que lo determina desde dentro. Piénsese en la orilla te, lo que hace que éste, espontáneamente, se desdoble. Sólo
del mar, o en la ribera de un río, o en la frontera de un país o que ese desdoblamiento no genera dos términos extremos de
territorio, o en la circunscripción de un objeto, o en la piel del carácter simétrico. Promueve, por el contrario, dos extremos
cuerpo, o en la fachada de una casa (realidad urbana y arqui- asimétricos: uno de ellos el cerco de aquello que constituye nues-
tectónica, a la vez «interior» de la calle y escaparate que proyec- tra experiencia (en el caso del «límite» paradigmático, que es el
ta el interior de una casa hacia afuera); piénsese también en el «límite del mundo»); y el otro el cerco de misterio que trascien-
horizonte que se percibe en el mar, o en el horizonte de un de la propia incardinación del límite. Entre medio, a modo de
sondeo telescópico en el universo; o en términos temporales, en «camino de en medio», comparece el cerco fronteriza o limes, que
el carácter jánico, o de puerta (que se abre y se cierra a la vez) debe ser concebido como una franja territorial susceptible de
de toda inauguratio del afio en curso (en el mes consagrado a ser ocupada, colonizada y habitada. Véase al respecto Lógica del
Jano, Januarius). límite (preludio).
15. Hay una obvia asimetría entre esos dos términos que Esa reflexividad del límite es objetiva. Como mostró Hegel
el límite espontáneamente genera. Uno de ellos, aquel del en su Ciencia de la Lógica, la reflexividad, antes de ser un rasgo
cual el límite es propiamente límite, constituye un ámbito suscep- propio de la subjetividad (o del conocimiento conceptual), cons-
tible de ser experimentado (el cerco del aparecer, o el mundo, si· tituye un aspecto objetivo de la propia realidad esencial. En este
el límite en cuestión es lo que Wittgenstein llamaba el «límite del punto, y sólo en éste, se asume aquí un punto de apoyo hegeliano
mundo»). El otro término es una necesaria referencia que la na- para esclarecer la naturaleza del límite.

48 49
esencia, de distinto carácter, o de naturalez a di- dición de límite. F~ste, por definición , lo es siempre
17
simétrica , que sin embargo se hallan en correla- entre dos ámbitos específico s.
ción en virtud de hallarse entre ellos el límite o la El límite, si quiere realizarse en su esencia, o si
frontera. Éste es un lugar propio de naturalez a quiere formarse un concept? ad~cuado y con:ipleto
afirmativ a, como lo atestigua el término limes en respecto a todas las determm.ac1ones complep s de
el uso que llegó a tener en el vocabula rio romano su naturalez a, debe ser pensado en relación a lo que
(referido a una franja de territorio habitada y ca-- aparece y se da; y a lo que no puede ser, simple y lla-
Ionizada por los limitanei, o los habitante s del li- namente, negado, pues su negación acarrearía inexo-
mes). rablemen te la supresión instantán ea del límite.
Frente a la indiferen cia de la esencia hegeliana El otro que subsiste allende el límite no puede
respecto a todo límite, proclama da por Hegel al co- ser tan sólo un «otro» cualitativ o, correlato del
mienzo de la «Doctrina de la esencia» de su Cien- «algo» como determin ación de cualidad. El límite
cia de la Lógica, debería afirmarse que no es posi- hegeliano , la Grenze que Hegel determin a en su
ble pensar en esencia ni en existenci a sin remisión Ciencia de la Lógica, constituy e «la unión de un algo
a un límite como categoría reflexiva. El límite se y de su negación ». El otro al cual el límite se refie-
desdobla, como sucede en toda reflexión, en aque-
llos dos extremos que determin a, siendo en cierto
modo aquello que a la vez hace de cópula de los 17. Uno de ellos, el cerco del aparecer, es aquel que puede
ser directamente experiment ado, siendo susceptible de ser co-
dos y de disyunció n de los mismos. Ese carácter nocido y reconocido ; el otro, el cerco hermético, o cerco de lo
de cópula y de disyunció n permite esclarece r el sagrado (de lo que rehúye su propia comparecen cia), no puede
carácter de bisagra y gozne del limes. ser conocido, pero debe ser pensado; se ha de postular como una
En mis libros Los límites del mundo y La aven- insoslayabl e referencia sin la cual la propia naturaleza del lími-
te se derrumba; y con él toda posible experiencia .
tura filosófica inicié una dificil orientaci ón filosó- Como sabía Kant, hay «cosas»(= x) que no pueden ser co-
fica hacia esa pretensió n de concebir el límite como nocidas, pero que deben ser pensadas. El lenguaje, el lógos, el
límite esencial, como límite en posible posición pensar-deci r no sólo tiene que habérselas con aquello sobre lo
cual habla y propone. También dota de significació n y sentido a
auto-refe rencial y auto-refle xiva, pero que, desde lo que rehúye su propia presentació n; o a lo que se deja «oír»
esa posición de sí desplieg a el doble cerco como la «silenciosa noticia» del «otro mundo» (así, por ejem-
disimétri co, plenamen te positivo, que constituy e el plo, en la experiencia ética según la presenta Wittgenste in en su
Tractatus ). No hay juego lingüístico posible sin referencia a aquel
cerco del aparecer, o mundo, y el cerco que por límite que deja como «resto» el silencio. Éste forma parte del
necesidad debe postulars e allende el límite. Pues universo de discurso de los juegos lingüísticos (y de los discur-
sin esa postulaci ón éste no podría cumplir su con- sos musicales).
SO 51
re, que es otro en relación al cerco del aparecer, o sí», en su condición secreta y sagrada, se da forma
al mundo, debe pensarse de forma reflexiva y posi- revelada a través del símbolo. Los relatos, narra-
tiva, a modo de alteridad que la propia naturaleza ciones, implantaci ones escénicas y rituales que con-
y esencia del límite exige y postula. forman el culto religioso constituye la pertinente
Esa alteridad positiva es, en relación a lo que exégesis de éste. En la revelación simbólica que el
aparece y se da, lo sustraído y secreto que sólo enig- culto religioso promueve se revela el misterio sub-
máticamen te puede ser acaso apercibido . Es eso yacente al cerco hermético. Se revela ese misterio
que herméticam ente se cierra a cal y canto a la com- sin perder su propia condición.
prensión por razón de la insistencia del límite, pero Se da a presencia el misterio en plena parado--
que se abre acaso, bajo la advocación de Hermes, ja. Revela o muestra así la contradicc ión esencial
a cierta aproximac ión hermenéut ica e interpreta- que le constituye y que el culto religioso resuelve a
18
tiva. Para lo cual algo de ello debe ser aparición, o través de la mediación simbólica. De este modo pue-
pura mostración en el cerco del aparecer, mediado de comparece r en el mundo lo que nunca jamás
por la ineludible ananke de la frontera del mundo. puede, como tal, en su intrínseca naturaleza, sin
A esa irrupción del cerco hermético mediante ese concurso simbólico, darse a presencia en el
una aparición que resplandec e y brilla en la fron- cerco del aparecer. Tal ignoto (igual a x) es lo sa-
tera del mundo lo llamo símbolo. En el símbolo se grado, con toda su ambivalenc ia.
expone el cerco de lo sagrado (de lo siempre «se- El símbolo se halla en la extrema tensión de pre-
parado», o jóristos). En el símbolo se completa, en to- sentarse en la plena inmanenci a de una aparición
talidad, todo el despliegue de la esencia de la condi- que, sin embargo, remite, para su plena inteligibi-
ción fronteriza. El concepto de límite y frontera lidad, a eso que se halla en otra parte, de la cual no
consigue o logra, en virtud del símbolo, desarro- es posible tener documenta ción, ya que la condi-
llar su naturaleza de límite afirmativo y positivo. ción limítrofe y fronteriza, que encadena al ser con
El símbolo da documenta ción de algo que apa- argollas de oro, impide esa suerte de experiencia .
rece y se revela; pero que en el hecho mismo de Pero en la experiencia simbólica, que se da curso
revelarse pone a resguardo, o protege, el misterio exotérico a través del culto y la celebración , o que
que constituye su esencia. Tal cosa «encerrada en se hace un lugar en el templo y se da tiempo en la
fiesta, se halla el modo indirecto y analógico, se-
gún el decir de Kant, de abrir el cerrojo del límite,
18. De ahí la constante referencia a puertas, con todo su o de concebir éste no sólo como cadena de necesi-
ensa.~blaje de goznes, bisagras, cerrojos y llaves, en mi aproxi-
maCJon al concepto de límite. dad sino como genuino espacio de libertad.

52 53
Ya que el límite, visto de esta suerte, o compren- La filosofía puede aprovechar esa trans-figura-
dido en su concepto (el que hace justicia a su natu- ción del ser del límite en acontecimiento simbóli-
raleza esencial), no es sólo aquello que restringe y co para obtener un inesperado hilo de Ariadna que
frena; o el obstáculo y la barrera que resiste como le haga posible cumplir su tarea propia: el conoci-
algo ineludible (y con lo cual se tropieza). No es miento y reconocimiento de la condición exiliada,
únicamente skándalon, pedrusco, hito o mojón que, en éxodo, de esa existencia referida al límite: ese
a modo de trampa o celada, pone un coto restricti- dato del comienzo al que se da concepto con la ex-
vo a la marcha. No es tan sólo semáforo siempre en presión «ser del límite».
rojo. Es también espacio de liberación, ámbito La esencia del ser del límite halla en el símbolo
en el que juega su ser o no ser, su libertad, el habi- un ámbito particularmente «transparente», para
tante de la frontera. decirlo en expresión nietzscheana, en donde pue-
El fronterizo puede librarse de la ananke, o de de revelarse, de modo inmediato y sólo a medias
la cadena de necesidad que el límite, en su condi- reflexivo, lo que constituye la naturaleza propia de
ción limitante de barrera y obstáculo, le impone. la existencia fronteriza. 19
La mediación simbólica la facilita esa posibilidad. El acontecer simbólico, en los hitos de su anda-
El límite es barrera. Pero es también puerta y ce- dura, o en los escalones que hacen posible su ple-
rrojo que puede ser abierto si se dispone la llave na constitución, es particularmente revelador de
simbólica y cultual que permite comunicar con «la la esencia del ser del límite, o del habitante de la
ininterrumpida noticia» (Rilke). frontera. Por eso esas «categorías simbólicas», con-
El ser del límite puede hallar en el acontecer cebidas a la vez de forma sincrónica o diacrónica,
del símbolo la llave maestra que le permita eviden- sirven de hilo de Ariadna para transitar por el la-
ciar su propia naturaleza y esencia. Efectúa esa re- berinto existencial de exilio y éxodo propio y espe-
velación de modo fáctico, sin mediación plenamen-
te esclarecida de carácter reflexivo o racional. Sub- 19. Es esta razón metodológica lo que me condujo a abrir-
siste allí lo racional, ciertamente, pues en la prag- me a una reflexión propiamente ontológica a partir de las dos
esferas en las cuales esa pragmática del símbolo es particular-
mática del símbolo, remitida siempre a lo sagrado, mente pertinente: el ámbito de la estética, o de las formas artís-
se juega el sentido o sinsentido, la razón o sinra- ticas, tal como fue recorrido en la primera parte de mi libro
zón de la existencia. Pero la racionalidad del sím- Lógica del límite; y el ámbito del simbolismo religioso, tal como
fue tratado en La edad del espíritu. En el arte y en la religión, en
bolo es potencial. Necesita la razón filosófica, razón de esa pragmática del símbolo, pude hallar un doble ac-
autoconcebida como razón crítica y fronteriza, para ceso a un horizonte ontológico como el que voy desplegando en
su propio esclarecimiento. esta filosofía del límite.

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cífico del habitante de la frontera. Hacen posible, ferencia esencial, recíproca y reflexiva, de ser y lí-
como se mostró en mi libro La edad del espíritu (y mite.20
en cierto modo también en Lógica del límite), un Esas determinaciones fueron anticipadas sobre
recorrido filosófico en el cual se pueden especifi- todo en mi libro La edad del espíritu, donde fueron
car, a través de las determinaciones propias del sím- conceptuadas como categorías simbólicas. Son, de
bolo, las determinaciones intrínsecas de la esencia hecho, las que permiten q:1e haya tal cosa como un
del ser del límite. La esencia del ser del límite pue- ser o acontecer simbólico. Este eleva a lógos, de forma
de hallar en las determinaciones simbólicas un hilo sólo a medias reflexiva, o a través de una reflexividad
rojo que permite su comprensión.
La filosofía puede entonces concebir como ca- 20. En Los límites del mundo y en La aventura filosófica inten-
tegorías del ser del límite esas determinaciones que té mostrar ese carácter esencial y auto-reflexivo del límite a
través de una reflexión estrictamente ontológica, sin apoyatura
se desprenden de la hermenéutica del acontecer alguna. El que fue amigo y maestro José María Valverde dijo en
simbólico. La hermenéutica del símbolo permite cierta ocasión, al respecto, que yo filosofaba, en estos libros,
hacer inteligibles las determinaciones intrínsecas «sin red» (a diferencia de Heidegger, que tenía siempre como
de la esencia del ser del límite. Puede entonces afir- apoyatura lo que Wittgenstein llamaba la red y el enrejado del
lenguaje).
marse, de forma justificada, que las categorías sim- En La edad del espíritu hice la misma reflexión, pero esta
bólicas que definen el acontecer simbólico son, en vez tomando por hilo conductor el acontecer simbólico y su
rigor, categorías ontológicas. El acontecer simbóli- presentación en formas culturales religiosas. Eso me permitió
trazar un inventario categorial, o un «sistema» de determina-
co muestra a través de esas formas categoriales en ciones esenciales, que pude modular también en forma
que se va definiendo las propias determinaciones diacrónica, mediante las cuales culminé la hermenéutica que
esenciales de la esencia del ser del límite. permitía justificar mi afirmación respecto a la intrínseca vincu-
lación de ser y límite.
No es que la filosofia sea sólo, o exclusivamen- Esa apertura al simbolismo fue ya ensayada en Lógica del
te, filosofía de la religión, o filosofía del arte, o en límite mediante una incursión en el ámbito de las artes en el
general filosofía del símbolo. Pero de hecho la filo- cual ya estaba latente el esquema categorial de La edad del espí-
sofía tiene en el acontecer simbólico, y en las reve- ritu. En este sentido interpreté las artes cosmológicas (funda-
doras del templo y de la fiesta, arquitectura y música) como
laciones artísticas y religiosas que en él tienen lu- primeras condiciones categoriales (materia y mundo) del en-
gar, un campo estratégico particularmente apto cuentro presencial, al que las artes estatuarias y de la imagen
para revelar la naturaleza y esencia de la existen- dan libre curso. El examen concluía con una referencia a las
artes en las cuales se da forma expresa a la comunicación que
cia exiliada, o de la vida en éxodo que se ofrece resulta del encuentro presencial (artes poéticas).
como dato de experiencia en la coyuntura del co- Puse, pues, los pilares de lo que La edad del espíritu concebí
mienzo; es decir, en esa existencia que exige la re- como las cuatro primeras categorías del acontecer simbólico.

56 57
de naturaleza «indirecta y analógica» (Kant), el ser en La edad del espíritu, y al hilo de la hermenéutica
o acontecer del dato del cual se parte, ese dato del relativa al acontecer simbólico (en su exposición
comienzo que recoge la experiencia de exilio y éxo- sensible de lo sagrado), las determinaciones esen-
do que atestigua la naturaleza existente del ser; de ciales de la existencia en exilio. 21 Puede determi-
un ser que se manifiesta como ser del límite. narse la matriz de toda forma simbólica, esa ma-
De hecho el símbolo da una revelación, siem-· triz que es «madre» y «materia» de todo el aconte-
pre deficitaria o fragmentaria, del dato (igual ax) cer simbólico (primera categoría), o el proceso
que constituye lo inaccesible, aquello a lo que el cosmogónico que conduce a desprender un mun-
límite impide acceder con el lenguaje que quiere do de esa matriz (segunda categoría), que en tanto
conocer o reconocer. En el comienzo nos hallamos lugar y tiempo de la cita entre el testigo fronterizo
con un acontecimiento existencial que se trans-fi- y la presencia de lo sagrado da lugar al encuentro
gura en acontecer genuinamente simbólico. Éste presencial (tercera categoría), o a la expresión en
revela la esencia misma del acontecer existencial. palabra y escritura de la conversación entre el testi-
El acontecimiento simbólico muestra las determi- go y la presencia de lo sagrado (cuarta categoría), o
naciones esenciales propias del acontecer el alzado a una hermenéutica de lo expresado como
existencial en una forma peculiar de conferirles primera remisión del símbolo manifiesto a lo en él
sentido. simbolizado (quinta categoría), o la remisión final
Estas determinaciones constituyen hitos de la de esa epistrofé hasta el último confín del mundo a
andadura de la existencia en el exilio; y lo son a través de la trascendencia mística (sexta categoría),
través del recorrido metódico que constituye su o el encaje final de las dos partes del símbolo en un
éxodo. Son aquellas mismas determinaciones a tra- espacio de conjunción que es el limes, el ser del lí-
vés de las cuales el acontecimiento simbólico se mite, en la séptima y última categoría.
deja comprender. El símbolo, de hecho, hace inte-
ligible y comprensible la esencia misma del acon-
tecer existencial, su naturaleza y condición. Los 21. Más adelante se intentará un esbozo de presentación de
estas categorías, que fueron expuestas en clave simbólica en La
hitos de la aventura existencial, en sus avances y edad del espíritu, en estricta clave ontológica. Ello implica una
tropiezos, se producen en el modo y la manera que investigación propia y específica. El carácter revelador de las
el acontecer simbólico los transcribe: como cons- categorías simbólicas se podrá entonces comprobar. Pero es
importante mantener la «autonomía relativa» de cada orden. El
titución escalonada y en progresión (en sentido orden simbólico tiene su propia especificidad, como se pudo
musical) de esas escalas. poner de manifiesto en este libro mío. Pero el orden ontológico
De esta suerte pueden distinguirse, como se hizo tiene la suya, como más adelante se verá.

58 59
El ser del límite halla así, en un medio particu- el carácter de exilio y éxodo que se infiere del puro
larmente «transparente », cuyo privilegio es única- hecho de existir. Tal existir constituye un aconteci-
mente metódico, su propia «racionalidad » inma- miento primero, originario, fundador de historia;
nente mediada o filtrada a través del acontecer sim- despliega en un conjunto de trazos, relatos,
bólico. Éste se abre a la comprensión por cuanto narraciones y usos lingüísticos. Tal historia lo es del
evidencia una naturaleza inteligible, abierta a la fronterizo y su mundo, del fronterizo y su frontera,
hermenéutica , si bien esa inteligibilidad es accesi- de la relación del fronterizo con ese allende el límite
ble de manera «indirecta y analógica». El símbolo, que constituye lo sagrado, y de la exposición de éste
de hecho, dispone de sus propias claves de inteligi- en el cerco del aparecer a través del símbolo.
bilidad, por mucho que no quede agotada su natu- El acontecimien to fundante, origen de la exis-
raleza y esencia en esa «explicación» de lo que cons- tencia, es un acontecimien to existencial que puede
tituye su ser. llegar a trans-figurars e en el acontecer del símbo-
Hay, de todos modos, un remanente en el sím- lo. El símbolo pretende unificar lo escindido. Lo
bolo que lo re-liga siempre allende el límite, allí escindido es la cesura originaria atestiguada por el
donde todo es secreto y misterio. Un remanente de límite, hallada e incrustada en el corazón mismo
naturaleza mística. En ello se distingue de la alego- del ser del límite. Como cesura simbólica debe lla-
ría, como se mostró en La edad del espíritu. Pero el marse la cesura dia-bálica: aquella fisura del prin-
momento alegórico, abierto a la inteligencia y com- cipio que el símbolo trata de suturar a través del
prensión a través de la hermenéutica , constituye sim-ballein, o de su acción de unificación y reunión
una determinació n esencial de lo que el símbolo de un conjunto escindido.
es. Es, de suyo, la quinta categoría del símbolo, sien- El símbolo atraviesa el conjunto de lo que hay,
do la sexta, como se ha dicho, como se explicó o de todo cuanto puede ser expresado como des-
ampliamente en mi libro, la que remite esa trama pliegue del ser del límite. Recorre los tres cercos,
de inteligibilidad alegórica y hermenéutica a un el cerco del aparecer, el lugar mismo del límite y el
remanente místico. El símbolo es remitido a la vez cerco de lo sagrado. Une y conjuga en el límite lo
al orden inteligible del lógos, de lo lingüístico, con que en el propio límite comparece como lo que
sus claves hermenéutica s correspondie ntes, y a lo desgarra y escinde, o la cesura limitante, o cesura
místico; a eso que se halla más allá de todo límite diabálica, que el propio límite es y encarna.
de lenguaje y mundo, según Wittgenstein. Luego en el origen hay un acontecimien to
La filosofía tiene como punto de partida y co- existencial, de exilio y éxodo, abierto de modo es-
mienzo un dato de experiencia que atestigua sobre pontáneo al lógos, y en particular a esa «familia»
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de «juego lógico» que constituye el ámbito de lo ser concebido, en el plano de la reflexión racional,
simbólico. En éste tiene lugar el acontecer simbóli- a través de la filosofía; de una filosofía que sea ca-
co, con su desglose en su parte simbolizante y en az de articular su paradigma de racionalidad con
aquello a lo cual ésta remite. El símbolo se distin- ia insoslayable evidencia del ser del límite, o de la
gue en tres determinaciones generales o genéricas condición fronteriza. Una filosofía, en suma, que
de su esencia, igual que el ser del límite. Éste pre- presente como propuesta una razón fronteriza abier-
senta un ser que aparece (I); esa misma aparición ta al acontecer simbólico.
remitida a un límite que a la vez restringe y abre, o Eso ontológico es un acontecimiento que, en
que encadena y libera (II); y un misterio qua mis-- su forma primeriza o del comienzo, puede presen-
terio que aquí llamo cerco hermético (III). tarse como un hecho a la vez existencial y simbóli-
En justa correspondencia biunívoca puede di- co. Ese factum es, entonces, simbólico porque es
ferenciarse en el símbolo un lado simbolizante existencial; pues el símbolo se co-rresponde con la
parte manifiesta del símbolo (las cuatro primera¡ existencia, con la experiencia del dato del comien-
categorías de La edad del espíritu) (I); un lado ocul- zo, 0 de la vida en el exilio en puro éxodo. A su vez
to al cual lo simbolizante remite, y que se concibe lo existencial lo es porque es simbólico: ya que es
como lo simbolizado en el símbolo (las categorías siempre remitido a un límite cuyo más allá se hur-
quinta y sexta) (III); y una unificación que consti- ta a la comprensión, pero permite una revelación
tuye al símbolo como símbolo, en su puridad esen- de carácter analógico e indirecto (precisamente a
cial, como totalidad concreta en acto: tal conjun- través de la simbolización). La filosofía debe arti-
ción sobreviene en la frontera misma entre el cer- cular lo anta-lógico del ser del límite, o de la condi-
co del aparecer y el cerco hermético (la séptima ción fronteriza, con lo onto-lógico propio y especí-
categoría) (II). fico del símbolo. De este modo puede ser la media-
El despliegue del ser del límite hace referencia ción esencial entre esos extremos, o la cópula limi-
a lo onto-lógico del ser; el despliegue del símbolo, a nar que los potencia y conexiona, pero que preserva
lo onto-lógico (en su dimensión de lógos simbóli- el carácter diferenciado y disyuntivo de los mismos.
co). Ambos determinan lo ontológico en su forma
acaso más accesible, o cuyo privilegio es de carác-
ter metodológico; respecto a ello es la filosofía la
necesaria mediación refiexiva. Lo que en la religión,
o en el culto religioso, o a través de formas artísti-
cas, comparece de modo inmediato puede llegar a
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4. Ética fronteriza

En Los límites del mundo y en La aventura filo-


sófica se llevó a cabo una «deducción» de la condi-
ción libre del fronterizo a través de un examen de
la «conciencia moral», en diálogo con la idea kan-
tiana del «imperativo categórico». Se intentó allí
pensar éste desde la asunción de la «conciencia lin-
güística», como descubrimiento de un factum in-
crustado en los usos lingüísticos que llega al fron-
terizo como «flexión verbal imperativa».
Se determinó el «tú debes» kantiano del siguien-
te modo: el fronterizo accede a lo ético en la medi-
da en que «oye», como imperativo de su existen-
cia, la frase imperativa que le urge y apremia a al-
zarse de su caída en el cerco del aparecer hasta la
frontera del mundo, adecuando y ajustando de este
modo su propio ser a su propia determinación esen-
65
cial, de manera que realice de esta suerte su esen- tera), y la «situación del caso» que le apremia a elec-
cia fronteriza. A ese imperativo se le llamó el «im-- ciones y decisiones concretas y materiales, se aloja,
perativo pindárico» ( «llega: a ser lo que eres»). precisamente, la condición fronteriza como condición
Ese imperativo dice una sola cosa, o es unívoco: libre. Ese hiato es, precisamente, lo que en ese y en
urge Y apremia al humilis a alzarse de su desplome otros textos llamo límite (del mundo): el gozne que
en la existencia (en exilio y éxodo) hasta ser, 0 lle- une-y-escinde esa «voz» de allende el límite y la in-
gar a ser, mediante el alzado ético, verdadero habi-• serción del fronterizo en el cerco del aparecer.
tante de la frontera, o fronterizo. En la consecu- La reflexión ética que llevé a cabo en Los lími-
ción de ese movimiento de alzado ético logra el tes del mundo es, sin duda, la pieza clave de una
h_ombre realizar su naturaleza y esencia, que con- ética fronteriza. Es, además, la prueba fáctica del
siste en su don más propio y genuino, la libertad. posible acceso al límite y a lo que trasciende éste
Lo ético se determina, por tanto, en razón de (como referente inaccesible). Por esta razón pude
que se descubre en los usos lingüísticos que nos afirmar en Los límites del mundo que ese factum
son propios una flexión imperativa que se corres- descubierto en el propio pensar-decir (o para de-
ponde con lo que suele llamarse «conciencia mo- cirlo kantianamente, en la Razón), y que la flexión
ral» (o «voz de la conciencia»). Esa voz, sin embar- imperativa verbal documenta (correlato lingüísti-
g_o, no enuncia ni propone nada concreto y mate- co de la «voz de la conciencia» y de la «conciencia
nal que pueda ser expresado. Constituye una «or- de culpa»), constituye el posible acceso (metódico)
den formal vacía» de la cual no puede desprender- hacia lo meta-físico; en el supuesto de que en esta
se proposición ni enunciado alguno en relación a filosofía del límite eso meta-físico es, de hecho y
situaciones concretas y materiales; y sin embargo de derecho, el suplemento, igual a x, que a modo
esa orden urge y apremia al fronterizo a suplir, a de referencia subsiste allende ese mismo límite del
través del obrar, o del hacer, eso que no puede decir. mundo; una referencia indecible, inefable, incog-
De hecho esa orden orienta y polariza el obrar, o el noscible, pero que (como tal referencia) debe ser
actua:~, en r~lación a ese movimiento de alzado que necesariamente postulada, ya que sin ella no ha-
permite sahr de la condición de desplome en la bría lugar a mentar siquiera la noción de límite.
exist~~cia en ,exilio y éxodo hasta alcanzar a vivir y Eso indecible de allende el límite no puede ser
convivir en regimen de frontera. propuesto (en enunciados declarativos, o
En_ el hiato infinito entre esa orden (que nada «apofánticos» ); pero puede y debe ser actuado. Y
maten~ ordena, pero que urge a llegar a ser lo que el puede también desplegarse a través de un peculiar
frontenzo potencialmente ya es, habitante de la fron- uso del pensar-decir que Kant, en su tercera críti-
66 67
ca, llama simbólico. De ahí que en esta filosofía del za, y a la exigencia de mantenerse en el ámbito en
límite se considere al símbolo el suplemento , indi- el cual esa existencia limítrofe circula (frente a toda
recto y analógico (según el decir kantiano), median- tentación, o voluntad, por traspasar, en dirección
te el cual puede exponerse en el cerco del aparecer hacia «lo infinito», ese limes que constituye el
eso indecible e inefable. hábitat del fronterizo):
Y ello a través de dos modalidade s de «juego lin- I) El constreñim iento a desprender se del oscu-
güístico»: a través del arte, que formaliza simbólica- ro fundament o matricial en donde, en plena uni-
mente el cerco del aparecer, con referencia siempre narcisista, convive el infante antes de su acce-
metonímica a lo que subyace allende el límite; y a so a la condición lingüística, o a los usos de escri-
través de las formacione s religiosas (con todo su com- tura. La proposición ética expresa, de modo unívoco,
plejo ritual, mitológico y ceremonial ), que dan curso y en modalidad lingüística imperativa , únicamen-
«revelado» (y por tanto expositivo y manifiesto) a ese te la exigencia siguiente: «obra de tal manera que
núcleo de misterio, o núcleo místico, prese/'Vándolo tu existencia (en exilio y éxodo) se ajuste a tu pro-
precisamente en su condición de tal (como misterio). pia condición de habitante de la frontera».
Doy un valor excepciona l a esas páginas de Los 2) La exigencia imperativa de habitar el límite
límites del mundo que constituyer on mi primera in- del mundo, sin pretender rebasarlo en una imposi-
cursión en el gran tema del límite. Lo que aquí aña- ble ocupación del lugar (vacío) de allende el límite,
do, como corolario a una posible ética fronteriza, o lugar del cual procede la parte alterna de la «subje-
a un «uso práctico» de la razón fronteriza, son sólo tividad» que conmina al fronterizo a ser, o llegar a
inferencias que se desprenden de esa reflexión. ser, lo que en sustancia ya es (habitante de la fron-
En ésta, de hecho, deduje dos consecuenc ias éti- tera del mundo).
cas que se desprenden del imperativo pindárico La primera consecuenc ia es, en efecto, la exi-
( «aprende a ser lo que eres, es decir, límite y confín gencia imperativa de des-prende rse de la matriz;
del mundo»). De este imperativo , de modalidad ca- esa matriz que en el sistema de las siete categorías
tegórica, se infieren dos prescripcio nes de natura- antes reseñadas comparece como la primera cate-
leza ética que dan cumplido desarrollo a una posi- goría; tal des-prendi miento tiene como finalidad
ble ética fronteriza. conseguir el alzado hasta el límite del mundo, ha-
De esa recreación del imperativo categórico bitando éste. Se trata, pues, de la exigencia de ser
(kantiano) se desprenden , en efecto, dos corolarios, exógamo, o de romper el nudo umbilical que impi-
o inferencias , que atañen, respectivam ente, al ne- de alzarse de la unidad incestuosa primordial a la
cesario alzado del humilis a la condición fronteri- condición fronteriza.

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La segunda es la exigencia de mantenerse en el constitutivamente deudor, o culpable, consiste en
limes, sin rebasarlo en el deseo de ser, o de querer saberse fundado por un fundamento en quiebra, o
llegar a ser, «algo infinito». Esta segunda inferen- ser portador fundamental de una «inanidad» que
cia del imperativo categórico ( «se fronterizo») com- afecta a la propia condición fronteriza. 22 De hecho
pete a la relación de uno consigo y con los demás: es una cesura, o un hiato, alojado en la propia na-
se trata, negativamente, de impedir que nadie se turaleza limítrofe de la existencia (en exilio y éxo-
alce por encima de su propia condición limítrofe y do) lo que documenta sobre esa naturaleza deudo-
fronteriza (como sucede en toda forma de tiranía ra, o culpable, de la condición fronteriza.
despotismo o dominación ilegítima). O de que na~ En el límite el sujeto, el fronterizo, se halla pre-
die pretenda ocupar, o usurpar, el lugar vacío en sionado por una voz (voz de la conciencia) que le
donde afinca la subjetividad de la que procede la interpela y apremia a ser, o a llegar a ser, eso que
orden imperativa; tal lugar vacante puede conce- es: habitante de la frontera del mundo, con un pie
birse, en términos míticos o simbólicos, como el en el cerco del aparecer y otro en el repliegue del
lugar, o sinlugar, del Dios o del Padre muerto. cerco hermético. El sujeto, por tanto, comparece
El dato, o factum, que documenta positivamen- como «un límite del mundo» (Wittgenstein): des-
te sobre la experiencia ética tiene dos caras (que doblado entre esa parte de sí mismo que compare-
son dos aspectos de lo mismo): aparece como el ce como una voz (imperativa) procedente de más
«hecho» que constituye la conciencia moral, o si allá del límite del mundo, y esa otra parte que cons-
quiere decirse así, la «voz de la conciencia»; y a la tituye su afincamiento en el cerco del aparecer, o
vez como el fenómeno de la culpa (o de la concien- en el ámbito intramundano. 23
cia «culpable» y «deudora» del existente). Esa voz le des-a1Taiga de la matriz, le arranca
La radical insuficiencia y falsedad de las éticas
ad usum delphini deriva del error estratégico que 22. Como muy bien analizó Heidegger en el capítulo sobre
consiste en negar la evidencia de estos hechos, o la «conciencia moral» de Ser y tiempo.
23. Esas dos partes pueden conjugarse, en el gozne diferen-
en aminorar su valor y su significación. Es iluso cial y limítrofe que las instituye, a través del ethos y de su expo-
lanzar las campanas al vuelo respecto al «crepúscu- sición sim-bólica; pero no pueden, en cambio, «sintetizarse»
lo del deber», como si con ello se lograra zanjar un (en el sentido dialéctico-especulativo que propone la filosofía
de Hegel, por ejemplo). Sobre esa conjunción sim-bólica de las
asunto antipático y enojoso. Si se quiere mitigar el dos «partes» del sujeto fronterizo, de su presencia en el cerco
«sentimiento de culpa», y la angustia que lleva con- del aparecer y del testimonio del daímon que interviene sobre
sigo, lo mejor es asumir su realidad con el fin de él a modo de «voz de la conciencia», véase el ensayo final de mi
libro Pensar la religión.
saber orientarse en relación a ella. De hecho ser
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del oscuro fundamento (siempre en falta), le urge a Esa voz le urge así mismo a compartir ese
adecuarse a su condición ex-sistente, en éx-stasis hábitat del límite con los demás, y a convivir de tal
en relación a ese fundamento matricial, o maternal. 24 forma que nadie pretenda usurpar ese lugar vacío
Tal voz le eleva de la condición in-fante a la de suje- de allende el límite de donde procede la voz de or-
to apto para el uso del lenguaje y la escritura. En y den del «imperativo categórico» (la voz del Padre
desde el límite se abre, así, el ámbito de inteligibili- muerto, o del Dios muerto, de donde procede la
dad potencial, o de racionalidad inmanente, docu- «orden formal vacía» que insta y apremia a llegar
mentado por usos lingüísticos y de escritura. a ser eso que en esencia se es, a saber, habitante de
El cerco del aparecer, o el mundo, comparece la frontera).
entonces como un ámbito impregnado de esos usos El fronterizo, o el sujeto del límite, no es, como
por los cuales se dispersa y desparrama el lógos, el puede comprobarse, un sujeto sustancial (como en
pensar-decir, en sus profusos «juegos lingüísticos» la filosofía moderna, de Descartes a Hegel) sino un
y «juegos de escritura». El sujeto fronterizo se ha- sujeto enroscado en esa frontera que lo desdobla;
lla ya instalado en ese ámbito impregnado de inte- un sujeto urgido y apremiado a «llegar a ser» eso
ligibilidad potencial, o ya de antemano «preñado» que, esencialmente, «ya es» (habitante de la fron-
de significación y de sentido. Pero en virtud de su tera). Se trata, pues, de asumir esa condición
condición limítrofe puede y debe alzar al límite ese escindida propia del sujeto fronterizo que el con-
«universo de discurso», sometiendo ese sentido cepto sustancialista de sujeto trata de suturar
inmanente a la gran prueba que le acucia desde mendazmente.
allende el límite: la referencia a lo que rehuye el Frente a un sujeto sustancial que pretende ha-
sentido, el sinsentido. llar en su propia auto-reflexividad el fundamento
de su existencia, este sujeto fronterizo sólo se
aguanta y soporta en la frágil maroma que entre el
24. Pero nunca hasta el punto de que esa matriz quede en ser y el no ser establece el límite que le determina y
ocultación, como algo ajeno al ethos del fronterizo; de ahí que define. Tal límite es su propio fundamento de exis-
el imperativo relativo a la exigencia de «des-prenderse» de lo
matricial (madre tierra, madre «patria»), con el fin de tener tencia, a la vez que el ámbito o espacio en el cual el
acceso a la condición cívica, ciudadana, debe ser «moderado», fronterizo se puede conocer a sí mismo, o puede
o «templado», con la necesidad de mantener viva la referencia reconocerse, cumpliendo así el imperativo délfico,
metonímica de ese sustrato matricial, de donde procede el com-
ponente de eros, deseo y pasión del fronterizo (véase al respec- o socrático ( «conócete a ti mismo»). Y ese funda-
to mi Tratado de la pasión, y la recreación de muchos aspectos mento es, como se ha visto, un fundamento en quie-
de este libro en Los límites del mundo). bra, o en falta, del cual deriva la propia conciencia
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de falta del fronterizo (de la cual da cumplida cuen- legítimamente fundada sin esa precedencia a priori
ta la conciencia de culpa, o la conciencia fronteri- de dicho imperativo ético: el que permite la consti-
za de ser estn1cturalmente «deudor» en relación a tución de una res publica de habitantes de la fron-
la existencia). tera del mundo, o de sujetos que habitan, cultivan
Porque el fundamento es un fundamento en fal- y colonizan esa franja limítrofe instalada entre el
ta registra el fronterizo en su conciencia el hiato o cerco del aparecer y el cerco hermético.
la cesura de esa falta. Y eso que le falta constituye Puede decirse que en ese espacio a priori los su-
la raíz de su conciencia de hallarse en falta, de don- jetos fronterizos efectúan de modo implícito un
de procede su conciencia de culpa, o su sentimiento «contrato» en virtud del cual pactan dejar vacante
de hallarse en deuda. Ese endeudamiento existencial el lugar vacío de allende el límite (lugar, o no-lugar,
queda salvado, o saldado, mediante el movimiento del Padre ausente, o del Dios muerto); así como
de alzado ético a través del cual llega el humilis a también pactan, en genuina comunidad fraterna,
convertirse en habitante de la frontera del mundo, dejar a resguardo, bajo tierra, la materia matricial,
hasta hacer de ésta su patria y su espacio cívico de o maternal, que constituye la base de su existencia
convivencia. fronteriza, así como la condición material misma
El imperativo ético ( «obra de tal manera que tu de su alzado al rango cívico y político.
existencia en exilio y éxodo se ajuste a tu propia
condición fronteriza») constituye entonces el a
priori ético-práctico del que puede derivar la pro-
pia condición cívica y social del habitante de la fron-
tera. 25 No hay civilidad ni ciudad, polis ni sociedad

25. Asumo en este punto, desde mis propias coordenadas


(las propias de esta filosofía del límite), una posición convergente
con la que sostiene John Rawls en su célebre Teoría de la justicia.
Como él recreo el «apriorismo» contractualista kantiano como
condición ineludible desde la cual puede fundarse, desde·el virtud de ser, potencialmente, incitado por el imperativo categó-
imperativo ético, un posible espacio cívico y convivencia! fun- rico al que he ido refiriéndome. La relación entre sujetos fronte-
dado en el sujeto personal, plenamente singularizado, como rizos es, por tanto, una relación de respeto en relación a su propia
portador de derechos inalienables. Tal sujeto es el que aquí de- · naturaleza de fines. Nunca un sujeto fronterizo puede, pues, ser
nomino sujeto fronterizo. En su condición de tal éste se presen- únicamente «medio» o «instrumento» en ninguna relación «inter-
ta, en relación a sus prójimos, como un «fin en sí mismo» en subjetiva» (o relación entre ciudadanos fronterizos).
74
S. La encrucijada

La ambivalencia jánica y bifronte del limes cons-


tituye la razón que explica la naturaleza libre del
existente fronterizo. El existente se ve remitido a
un limes que se ofrece como encrucijada, o como
cruce de caminos. Por esta razón el fronterizo es
un ser libre. Ya que el limes, como se ha ido vien-
do, es algo más que la estrecha ananke del límite
limitante; es, además, puerta y cerrojo que permi-
te una paradójica apertura a lo que allende él le
constituye como límite.
El límite es cadena de necesidad que sitúa en
posición caída al existente. Pero es también la de-
terminación intrínseca de éste que le urge y apre-
mia a remontar esa situación del comienzo. Su
propia tensión en relación al límite abre espontá-
neamente al existente al ámbito de inteligibilidad
77
manifiesto a través de trazos y usos lingüísticos. gún el reclamo o la señal de una doble ruta con-
Con ellos se estrena un campo abierto a posibili- trapuesta. El fronterizo, en situación de decidirse
dades, con su corolario de elecciones, deliberacio- en libertad, se halla frente a su propio límite, que
nes y decisiones. se le ofrece, en esta coyuntura ética, como una ver-
La creatividad simbólica documenta sobre esa dadera encrucijada. Se trata de una bifurcación
espontánea libertad de que dispone el fronterizo que pone de manifiesto una situación de crisis so-
para implantarse en toda la complejidad del lími- bre la cual es preciso resolverse. El limes acucia e
te. El fronterizo es libre porque el limes instiga al instiga al fronterizo a esa coyuntura de crisis en la
deseo y al querer a una elección. El límite es, en que debe elegir y decidirse.
efecto, entrecruzamiento existencial, cruce de ca- Ese cruce de caminos o esa cruz es el limes como
minos del corazón (por decirlo en términos de lugar de rutas contrapuestas. Los gnósticos valen-
Rilke). tinianos concebían el límite, horas, como stauros,
El límite es el lugar, crítico y de crisis, en donde cruz. Y concebían esa cruz como el límite que se
se juega la capacidad de alzado de la situación origi- extiende por la totalidad de lo existente, marcando
naria de caída en la existencia, con su cuota de exi- la diferencia entre la sabiduría divina y la sabidu-
lio y éxodo. El fronterizo no se halla predetermina- ría comunicada y participada a la existencia mun-
do por el aspecto limitante del límite; no se halla dana; o como el límite entre la plenitud (o pléroma)
encadenado a éste por férrea ley de ananke. El lími- del cerco hermético y el vaciado de esencia que en
te es algo más que la sanción de una existencia go- el existir en éxodo y en exilio sobreviene (el kénoma).
bernada por leyes inexorables. Es limes como in- Ese límite era la «cruz» sobre la que el enviado, o el
tersticio en el que el fronterizo se juega la libertad. ungido (el Cristo), se extendía, con el fin de lograr
En esa coyuntura del límite el fronterizo se ve que no fuese tan sólo un límite limitante que cru-
urgido y apremiado a deliberar, elegir y decidirse cifica, sino también un limes con aperturas que
entre opciones o posibilidades. Éstas son quizás, puede abrirse si se dispone de la clave hermenéuti-
en la coyuntura presente y contemporánea, como ca adecuada.
se irá viendo, dos grandes rutas susceptibles de ser El fronterizo revela lo que es, su esencia, su
recorridas a través del itinerario de exilio y éxodo quididad, a través de su propio ser relativo al lími-
del existente. te, que es la existencia fronteriza. El fronterizo es
De hecho la genuina libertad del fronterizo se . lo que es en razón de esa remisión al límite que le
esclarece como la capacidad por deliberar, elegir y constituye, en la cual relación se juega su ser y su
decidir, conduciendo su querencia y su deseo se- no ser, su sentido y su sinsentido, su encadenamien-
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to en la ananke del límite limitante o su apertura pues, evidenciar con ello la expresa querencia y
al limes como espacio de libertad. Y su genuina li- voluntad de ser sujeto. 26
bertad de elección, deliberació n y decisión se pone Esa elección del libre querer y desear del fronte-
de manifiesto en esa coyuntura ética en la cual rizo tendría como objetivo esa conversión . Tal mu-
comparece el limes como entrecruza miento de ca- tación traería consigo la operación de referir su ser
minos, como cruce. Una de esas posibilidad es que ex-stático, abierto al limes como espacio de liber-
se abren a la libertad del fronterizo consiste en la tad, al cierre de sí consigo en la auto-refere ncia que
pretensión de remontar esa caída mediante la re- el concepto de sujeto (sustancial mente concebido)
ferencia de su ser, de su existencia, y de la totalidad expresa. Tal elección llevaría consigo la insistencia
del cerco del aparecer que constituye su mundo, al y persistenci a en una condición que referiría el cer-
núcleo de referencia que le constituye en «él mis- co del aparecer a esa condición de sujeto derivada
mo», en aquello a lo que puede orientarse a través de la libre querencia del fronterizo.
de una espontánea orientación de la inteligibili dad
evidenciad a en palabras y trazos, o en obras yac-
tuaciones: su núcleo de identidad, su propio «yo», 26. La crítica de la subjetividad que llevo a cabo hace refe-
rencia a un concepto de sujeto que no asume el carácter escin-
la base y el fundament o mismo de su «subjetivi- dido de éste, o descentrado por el límite que lo atraviesa. Esta
dad», de su condición de ser «sujeto». Esa posibili- crítica no afecta a concepciones como las propias del psicoaná-
dad permite al fronterizo mutar su condición de lisis freudiano-la caniano, en las que la exigencia de
«despotenciar » la subjetividad constituye una de sus premisas
ser del límite en la de sujeto que pretende disponer teólicas y éticas. Critico, pues, la concepción moderna de la sub-
de su propio fundament o de existencia. jetividad (desde Descartes a Hegel), en la cual ese enroscamient o
Ese ego que el fronterizo descubre en la espon- del sujeto al límite no está contemplada. Critico, pues, el olvido
o la ocultación de ese carácter desdoblado del sujeto que en
tánea reflexión sobre sí mismo podría, entonces,
esta coyuntura ética se advierte. Como sabía Wittgenstein el
ser entronizad o como fundament um inconcussu m sujeto es «un límite del mundo». En autores como Kant (espe-
de la propia condición existente del habitante del cialmente en su ética), o el viejo Schelling, ese carácter limítro-
fe del sujeto comienza a asumirse.
límite. Puede, pues, el fronterizo convertir ese su-
Distingo, por tanto, un concepto de sujeto en el que éste
jeto que descubre en el núcleo de su propia identi- tiende a sustancializa rse de una concepción de la subjetividad
dad en fundament o de su propia existencia. Y pue- fronleriza que es, precisamente , la que adquiere en este discur-
de pretender, mediante esta orientación de la ra- so toda su valencia ética. Por razones de economía lingüística
llamo sujeto a la concepción que critico y fronteriza a ese «suje-
zón y del querer, que ese fundament o que sería el to» que se asume como limítrofe, o que se reconoce atravesado
sujeto pueda «llenar» el vacío de aquel fundamen- por el límite, o enroscado en él (o como potencial habitante de
to en falta que se manifiesta en el origen. Puede, ese limes que le constituye).

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Frente a esta elección de la ruta subjetivista po- condición de ser del límite.27 Una condición que
dría contraponerse una ética que ajustase la natu- subsiste quebrada y fallida en la expresa querencia
raleza del existente en exilio y éxodo a su condi- insistente por fortalecer, en mantenimiento y au-
ción de habitante de la frontera. Se trataría de la mento, la posible subjetividad y su autoafirmada
prosecución y propuesta de una ética fronteriza. En voluntad de poder.
ella debería promoverse la despotenciación de la En la elección libre de la existencia propiamen-
voluntad del fronterizo en su aferramiento a ser te fronteriza el límite deja de ser tan sólo cesura
sujeto. Arbitraría modos y maneras de debilitamien- limitante. Es también limes que abre la interroga-
to de la dureza de esa voluntad de poder expresada ción y pasión relativa a lo que trasciende: eso inac-
en ese querer ser sujeto. cesible que, sin embargo, en su pura ocultación,
Sujeto sujeto a sí, a un sí mismo como objeto deja abierta la posibilidad de la articulación que el
que es idéntico al sí mismo del que se parte, su- acontecer simbólico revela.
jeto que alberga un yo que se sabe y reconoce La ética fronteriza llevaría consigo la propuesta
igual y diferente a sí, según la fórmula de la ecua- de una despotenciación del sujeto, o de una des-su-
ción desarrollada del yo que es igual a yo. Tal jeción, como condición de apertura del mundo (y
ego, concebido como fundamento de la existen- del orden del lenguaje y de la escritura). Ese cerco
cia, sería el objeto de voluntad y deseo de esa de cuanto aparece queda en la opción subjetivista
orientación conducente a reconvertir al fronteri-
zo en sujeto. 27. La libertad tiende dos aspectos. La libertad es, necesa-
Al expresar esa querencia el fronterizo transmuta riamente, negativa, en tanto hace referencia a aquella situación
de servidumbre que debe ser remontada. Pero sólo se realiza
su condición de ser del límite por la de sujeto suje- como concepto real de libertad si constituye una genuina res-
tado al cerco del aparecer y al límite limitante que puesta. En este segundo sentido la libertad debe ser entendida
le determina. En su posible alzado al limes, por el como responsabilidad: la que responde y co-responde a la situa-
ción en la cual la libertad se juega.
contrario, puede conducir su existencia en éxodo
En la opción que despliega la ética fronteriza la libertad
hacia una forma de ser y existir en el espacio de lo negativa, en el marco de la contemporaneidad, conformada toda
libre. ella por el predominio hegemónico de la voluntad generalizada
En ese cruce de caminos reseñado se ejerce, en de ser sujeto sustancial, tiene que ser necesariamente una ética
que propone la des-potenciación de la «dureza» del núcleo de
plena crisis, la libertad: como posible orientación la subjetividad, el ego. En términos positivos la ética fronteriza
del querer dirigida a la empresa de ser sujeto, o propone una asunción responsable de la propia condición de ser
como voluntad por alcanzar, mediante la des-suje- del límite del existente. El ajuste del existente con su propio ser,
ser de frontera.
ción, el ajuste del existir fronterizo con su propia
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apresado y encadenado a eso mismo que se propo- remitido a un fundamento en falta que da razón, o
ne como instancia liberadora, el sujeto. la sustrae, de su condición de exilio y éxodo. Está
Se da la ironía trágica de que esa subjetividad sujetado a esa falta de fundamento que lo sostiene
que se postula como fundamento de existencia y y aguanta. En el querer ser sujeto pretende, vana-
señuelo de libertad es, precisamente, la que acaba mente, suturar la herida abierta por esa quiebra
conduciendo al fronterizo a la condición de sujeto originaria que afecta a su fundamento. Se quiere
sujetado al límite limitante o al reino de la estricta en esa querencia ser sujeto sujetado a sí, a un sí
necesidad, o de la ananke. A ello conduce una vo- mismo que afecta e infecta la condición misma de
luntad insensata por trascender y traspasar todo su hábitat y territorio, o al cerco del aparecer o
límite, lo cual parece ser la inevitable consecuen- mundo.
cia de la voluntad de ser sujeto sustancial; sobre Se quiere, de este modo, proporcionar un ver-
todo si se concibe éste elevado a la infinita poten- dadero fundamento a la existencia exiliada y en
cia, como sujeto absoluto. No es mi intención tran- éxodo. Se pretende hacer de esa subjetividad (pro-
sitar esta apasionante vía de una ética fronteriza. pia de la tradición moderna), concebida como fun-
Me limito aquí a apuntar este recorrido. damento, un auténtico fundamento de la propia
La esencia del fronterizo es su potencial liber- existencia del fronterizo, que en esa circunstancia
tad, que en el límite se juega. Es libre en razón de se podría comprender como ser que dispone de su
esa apertura que el límite atestigua; siendo éste propio fundamento de existencia. En esa «volun-
bifronte: condición de sujeción y de posible libera- tad de fundamento», expresa en la querencia de
ción. El fronterizo se halla sujeto al límite: y es ins- poner al sujeto como verdadera causa sui, causa
tigado a librarse de ese sometimiento en la coyun- de su propia existencia, se expone esa orientación
tura existencial de elección y decisión entre dos del fronterizo hacia sí mismo, hacia un sí mismo
rutas contrapuestas. En esa posición de encrucija- concebido como sustancia, causa y fundamento.
da puede querer librarse de t?sa sujeción mutándose El fronterizo se halla sujeto a un fundamento en
en la condición de sujeto. Tal cambio es expresión falta que despide de sí, como ámbito del existir, un
de una orientación libre del querer. La determina- mundo exiliado en éxodo. Ese mundo se halla sepa-
ción libre del fronterizo se manifiesta entonces como rado de su causa. Se halla expelido y expulsado en
la expresa voluntad de ser sujeto. El fronterizo' lo razón de la productividad de una causalidad ausen-
es en tanto puede también remontar esa posibi- te. Ésta redunda en la inteligibilidad o razón en que
lidad. se halla. Es razón en falta, o razón deficitaria por su
El fronterizo es, en tanto que existente, un ser condición fronteriza. La razón del fronterizo origi-
84 85
nariamente sujetado a dicho fundamento en falta el mismo sentido como límite limitante y como li-
es, por tanto, razón limitada y limitante, razón que mes liberador; puede comparecer entonces como
retiene, por necesidad, el lado negativo y restrictivo limes que restringe y abre, o como límite que es
del límite que la determina. Pero que halla en la barrera del cerrado coto del existir exiliado y en
sublimación simbólica el modo de restañar la heri- éxodo; y como limes cuyo cerrojo hermenéutico
da y la fisura de esa condición racional. abre la posible libre recreación de formas simbóli-
Sólo una razón re-ligada, abierta a lo simbólico, cas en las que se sublima la condición de exilio y
capaz de habitar el lado liberador del limes jánico y éxodo.
bifronte, puede ser la razón propia de un fronterizo La ética fronteriza puede actuar como posible
que pueda librarse de la cadena de ananke quepa- llave que abre las puertas del limes, o que permite
rece instigarle a ser sólo sujeto como pura auto-re- que estallen los cerrojos de las puertas de la Ver-
ferencia de sí. Esa situación revelada en el límite, dad a los que dio cumplida imagen simbólica el
en su condición de cesura, le documenta su natura- gran poema de Parménides. La ética fronteriza se
leza mortal, o la espada de Damocles que le somete juega en esa remisión a la entera ese1;cia, conve-
y sujeta. Ese límite limitante le des-potencia y des- nientemente conceptuada, del limes. Este es algo
subjetiviza a contrapelo, a expensas, o en ofrenda, más que lo que restringe nuestras capacidades de
de la expresa querencia libre orientada a tan sólo enunciar o de decir lo que nos cae en suerte y es
ser sujeto. del caso (Wittgenstein ). Debe pensarse, como en
El límite termina siendo para el fronterizo que este pensador, como un límite que deja abierta, o
quiere ser sólo sujeto, límite limitante y mortifi- entreabierta, la posibilidad de una experiencia res-
cante. Ese límite es, en esa coyuntura, no sólo mor- pecto a lo místico.
tal; es también mortificante. Pero el limes es, para De hecho sucede la obvia paradoja de que las
el fronterizo, el ámbito de una posible elección li- filosofías que tratan de rebasar la existencia de ese
bre entre esa expresa voluntad de ser sujeto y la limes, así por ejemplo la Lógica de Hegel, son aque-
posibilidad abierta a la difícil tarea de remontarla, llas que con más dificultades se alzan a un concep-
despotencian do la subjetividad, y el núcleo de ésta, to positivo de libertad. En Hegel ésta es sólo nega-
el yo, el ego. mediante una apertura al límite como tiva: liberación de la estricta ananke relativa al or-
límite, al límite asumido en toda la complejidad de den objetivo esencial, plenamente absolutizado y
su esencia. sustantivado. Conocimiento conceptual que cons-
En esa asunción se revela el límite como lími- tituye el puro re-conocimie nto de esa esencia obje-
te; el límite en su condición esencial; a la vez y en tivada.

86 87
El sujeto absoluto que de esta suerte se consti- sujeto sustancial, o de ser pura auto-referencia res-
tuye es aquel que en su conciencia de sí re-conoce pecto a sí del fronterizo y su mundo. En el amor se
ese orden esencial de naturaleza objetiva y necesa- reconoce la condición fronteriza y libre del ser
ria, librándose de él únicamente a través del reco- amado, asumiéndose su situación existente, con su
nocimiento mediado a través de concepto, juicio, cuota de exilio y éxodo. El amor constituye el ple-
razonamiento e idea. Pero con ello se ha endureci- no reconocimiento de la condición fronteriza del
do al extremo la expresa voluntad de ser sujeto, que prójimo; un reconocimiento que en el amor se ha-
lleva consigo, inexorablemente, un bloqueo de la lla mediado por el deseo, el eros y la pasión.
posible apertura al ser libre, concebido éste de El amor es imposible en el marco de la inter-
manera positiva. subjetividad, concebida en sentido tradicional (por
El ser libre es el fronterizo: aquel ser que asume ejemplo, en la filosofía de Hegel). En ésta sólo es
su situación de frontera en su plena positividad afir- posible un reconocimiento a través de la reconci-
mativa, como límite que a la vez restringe y libera. liación «por necesidad» de los sujetos, una media-
Y que no alcanza esa liberación, como en Fichte, ción alcanzada por la fuerza de los hechos, como
por pura transgresión de la barrera que resiste y la que expresa Hegel al final de su capítulo Morali-
obstaculiza su libertad, sino que asume la natura- dad en su Fenomenología del espíritu.
leza y esencia bifronte, reflexiva y dialéctica del lí- No hay amor entre sujetos (así concebidos) sino
mite en tanto que límite; y su inevitable apertura tan sólo lucha a muerte y reconciliación por pura
de dos cercos disimétricos, el cerco del aparecer y necesidad: la que deriva de las experiencias de li-
el cerco hermético, en el cual tal ser del límite se bertad absoluta, abstracta y puramente negativa;
desarrolla y despliega, manifestando así todas las las que se expresan en las figuras de la Revolución
virtualidades potenciales de su esencia. y del Terror en la obra hegeliana. Sólo hay, por
El limes es, ciertamente, aquello que constituye tanto, reconocimiento negativo: el que deriva de
al fronterizo en su deseo, en su eros y pasión. Pero librarse, por la fuerza de los hechos, de la inevita-
que abre estas dimensiones al ámbito libre de una ble sumisión al único señor, la muerte, verdadero
posible apertura amorosa. Ya que el amor trascien- Poder absoluto al que se halla sujeto y sometido el
de las dialécticas de la ley y del deseo, aun cuando Sujeto que hace la experiencia de su absoluta li-
es amor sólo y en tanto se edifica en y desde ese bertad. En mi libro El lenguaje del perdón mostré
despunte y despliegue del deseo y la pasión. esa imposibilidad fáctica por pensar el amor a tra-
El amor sólo es posible despotenciando la vo- vés de las premisas subjetivistas de la Fenomenología
luntad de poder que se expresa en el deseo de ser del espíritu.
88 89
En la apert ura a lo ético se atesti gua la condi - prese ntars e, destil an com~ sabi~ uría de salud sie~-
ción front eriza como cond ición de un ser libre que pre el mens aje de una ex1genc1a, por mor de la _li-
pued e resol verse a ser sujeto (en senti do tradic io- berta d, de curar al front erizo de su extre ma suJe-
nal), o que pued e remo ntar de esa cond ición suje- ción al núcle o en dond e se anud a su invet erado
tada a la posib le adecu ación de su ser a la esencia deseo y volun tad de ser sujeto , de ser tan sólo suje-
mism a de la natur aleza y cond ición front eriza que to puro, autón omo, autod eterm inado desde sí, que
le const ituye . La libert ad en su expre sión posit iva, quier e, en puro deliri o fáusti co, crear un mund o
como auto- deten ninac ión del front erizo en relac ión propi o y aprop iado desde esa volun tad de po~e~.
a los objet os con los que se halla intrín secam ente Tamb ién desti lan esa sabid uría los deste llos de et1-
relac ionad a, el bien y el mal, para decir lo en térmi - ca front eriza que pued en descu brirse en las mejo -
nos de Schel ling, halla en esa situa ción front eriza ,
res éticas filosó ficas.
o en esa ética de la front era, su posib le escla reci- Deseo de repro ducir esa volun tad de pode r en
mien to. un «eter no retor no de lo igual» que exige, para su
La cond ición de exilio y éxodo es una cond i- propi a poten ciaci ón, la supre sión de todo límit~ Y
ción some tida a la ananke de la servi dumb re siem- front era, de todo horiz onte que pued a dar medi da
pre que el front erizo librem ente expre se su volun - y valor a lo existe nte; una supre sión que,_ ~n pura
tad de ser sujeto , pura auto- refer encia , puro Yo lógic a nihili sta, lleva consi go la destruc~1~n de la
igual a Sí mism o. De este modo trasto rna la natu- cond ición front eriza en favor de la creac10n de un
ralez a y esenc ia del propi o mund o, o del cerco del ser sin límit e ni front era, o de una realid ad que
apare cer. En su prete ndid a liber tad, autén tica trasc iende todo lo «hum ano» , aplas tado en su vo-
hybris front eriza , o «infla mació n» de su volun tad lunta d por la ley de ananke que expre sa el amor
(para decir lo en térmi nos de Baad er y de Schel ling), fati relati vo a ese círcu lo sisífeo, conce bido como
el yo del sujet o se incru sta en la esenc ia del front e- exalt ante libera ción, del etern o retor no de lo Igual ,
rizo a modo de célul a enfer ma, o cance rígen a, que de una volun tad que se autoa nula en su capac i-
0
se propa ga en metá stasis por el conju nto del orga- dad de super ación , de mant enim iento y aume nto.
nism o que const ituye su cerco del apare cer.
Sólo la apert ura de ese cerco a la cond ición esen-
cial, plena ment e despl egada y desar rollad a, de lo
que el limes expre sa perm ite la trasc enden cia res-
pecto a esa supre ma sujec ión y servi dumb re. Las
grand es religi ones, en sus form as más madu ras de
90
6. La edad del espí ritu

La mode rnida d, desde Desc artes a Nietz sche,


recor re el círcu lo mági co en el que se consu ma la
trans muta ción del front erizo en sujet o (en senti do
tradic ional ). Ello suced e dentr o de un proye cto de
razón que, salvo en los casos excep ciona les de Kant
y Schel ling, prete nde anula r el límite que la const i-
tuye en razón crític a o front eriza .
La razón front eriza es aque lla que descu bre
su camp o de inteli gibili dad, que espo ntáne amen -
te se expo ne en traza dos y palab ras, como un te-
rritor io deter mina do por su remi sión al limes. La
razón front eriza se alza del cerco del apare cer
hasta la front era del mund o, e inter roga en rela-
ción a la cond ición y natur aleza , bifro nte y jánic a,
de ésta. Y en ese alzad o al límit e se abre, como
razón en éxtas is, hacia aquel lo que la rebas a y

93
trasciende, y a lo que no puede dar cumplida res- Esa plena unión unificante de razón fronteriza
puesta. y de formación simbólica es lo que en La edad del
Esa razón, que Schelling concibió como ámbi- espíritu concebí como naturaleza del espíritu, sien-
to de su «filosofía negativa», debe anonadarse en do éste el propio fronterizo en su condición de in-
esa condición ex-stática, correlativa al puro hecho teligencia abierta a lo simbólico, o en su condición
de darse un ser como existente: una existencia que de forjador de símbolos que proporcionan datos
la razón fronteriza, limitada a determinar lo reveladores respecto a las interrogaciones fronte-
conceptuable de aquello por lo cual pregunta, no rizas que la razón formula en y desde su situación
puede desde ella concebir. O que sólo puede hacer- de frontera.
lo a través de la negación, o mediante una «salida La condición fronteriza es una condición «espi-
de sí misma» expresiva de la condición ex-stática. ritual» en la medida en que trasciende su raciona-
Esa razón fronteriza niega esa negatividad en lidad en el acontecer simbólico, asumiendo el ca-
su apertura a un dato plenamente positivo que se rácter manifiesto del espíritu que le atañe. Ya que
determina como existencia. La cual halla en el sím- la razón fue definida, en La edad del espíritu, en
bolo el hilo conductor que le permite su posible tanto que razón limítrofe, como el lado manifiesto
intelección. Ello exige concebir, como correlato de del espíritu, su expansión por el cerco del aparecer
esa razón fronteriza, una existencia que ésta no y su apertura a la complejidad del límite al cual
puede determinar en términos estrictamente racio- remite. La existencia espiritual consiste en esa ex-
nales, pero que puede atestiguar a través de la for- periencia de exilio y éxodo que descubre el carác-
mación de símbolos. Ya que éstos dan cumplida ter fronterizo de su lógos, de su espontánea racio-
cuenta de la inteligibilidad latente o potencial de nalidad, y abre en consecuencia la dimensión sim-
esa existencia que la razón, por ella misma, no bólica capaz de dar cumplida cuenta de la comple-
puede revelar. jidad propia de la naturaleza y esencia del ser del
La razón fronteriza se descubre así como razón límite.
mediada con la libre actividad creadora de formas Lo propio del espíritu es la libertad. Y ésta exige
simbólicas. O como síntesis posible de razón fron- la asunción tata simul de la racionalidad fronteri-
teriza y de mediación simbólica. Pues sólo esa me- za y de la plena capacitación creadora y recreadora
diación permite dar cumplida respuesta, en forma de aconteceres simbólicos. Esa existencia fronteri-
expresa, a las preguntas que la razón fronteriza for- za, plenamente desplegada en la forma espiritual
mula en relación a cuanto acontece y se da en la constituye, respecto a la facticidad de la existencia
situación de frontera. histórica, anclada todavía en el apego al sujeto pro-
94 95
pio de la modernidad, un desideratum que nuestra de esa misma condición propia del existente, que es
autocomprensión contemporánea exige. su condición «presente».
En su implantación en el mundo como aconte- Ese futuro es futuro constitutivo: eso que no pue-
cer histórico tal condición fronteriza sería lo que en de ser sino futuro. Es, pues, eso que bajo ningún con-
ese libro mío llamaba «la edad del espíritu», profe- cepto puede llegar a matelializarse o encamarse. El
tizada en el siglo XII por el monje calabrés Joaquín espíritu, en la explicación cristiana tlinitaria, jamás
di Fiore. Esa edad del espíritu es, en relación al pre- puede encarnarse; se oculta siempre, en razón de su
sente del comienzo, o al dato de exilio y éxodo de- condición futura, en aquello mismo, indicial, en que
finitorio de la pura existencia, lo que abre la esen- comparece (en forma simbólica, metafórica o meto-
cia de ésta hacia el futuro. O la que urge a una re- nímica).
flexión sobre la esencia, lastrada desde Aristóteles El pasado de la esencia es el pasado constitutivo,
a Hegel por un bloqueo respecto a «lo que será», a aquel que no puede nunca dejar de ser esencialmente
una determinación esencial de lo que puede enten- pasado. Es ese fundamento en falta que la cesura del
derse por futuro. ser del límite atestigua a través de su condición exis-
Si «lo que fue», al ser investigado, ha abierto la tente, que es su «presente». Una condición de exilio y
exploración de una ética fronteriza, atestiguada por éxodo en relación a un pasado siempre imnemolial,
la naturaleza en falta descubierta en el fundamen- que sólo simbólica y míticamente, o en forma de na-
to que da razón del puro hecho de existir, eso «que rración sagrada del oligen, puede presentarse bajo la
será» abre la esencia del existente, o la esencia del imagen del escenario de la caída oliginal y de la expul-
ser del límite, hacia un límite liberador, concebido sión del coto cerrado del jardín del Edén.
como horizonte, que permite determinar el punto El presente es, siempre, la condición existencial,
asintótico de encuentro de la razón fronteriza y del exiliada y en éxodo de la presencia de la esencia rela-
acontecer simbólico. O que en el propio acto de ha- tiva al ser del límite. Y su futuro es el futuro constitu-
cerse inteligible la condición existente, articulándose tivo y constituyente de su trans-figuración espiritual,
como razón fronteriza, se despliega en formas sim- una transmutación de naturaleza escatológica. La
bólicas que atestiguan la remisión de esa razón al remisión a esa «edad del espíritu» transmuta, como
cerco de lo sagrado, dejando que éste se revele como horizonte existencial, la pura condición mortal del
aparición, fenómeno. Eso es, justamente, el futuro existente al presentarle, como puro futuro que nun-
de una existencia que vive la «gran salud», para ca puede llegar a ser presente, eso que desborda y
decirlo en términos de Nietzsche: un restableci- sobresale respecto a su propia condición de estricta
miento de su condición de exilio y éxodo en y des- finitud.
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La «edad del espíritu» es, pues, una referencia Una esencia espiritual es la esencia concebida
escatológica que abre el futuro del ser del límite, en toda su complejidad, capaz de unificar los éxta-
desplegando toda la virtualidad de su esencia. Ya sis temporales del pasado, el presente y el futuro.
que el ser del límite exige, desde la condición de Una esencia que trasciende el bloqueo del futuro
ser libre del fronterizo, atestiguada por la apertura al que la elección de ser sujeto inevitablemente con-
del futuro, una rectificación radical respecto al duce. Es aquella que se abre, desde la inteligibili-
concepto corriente de esencia, en el que este hori- dad espontánea de su condición limítrofe, a la po-
zonte de futuro queda siempre bloqueado. sibilidad de una razón que se asume como razón
La esencia no articula tan sólo aquello constitu- fronteriza, frente a la razón moderna que se afir-
tivo de «lo que era», o lo que es como «habiendo ma en su voluntad subjetiva. Y que desde esa arti-
sido», Ge-wesen (como recuerda Hegel), con su acto culación de su espontánea inteligibilidad en un
propio, con el ser presente que la constituye; no se proyecto de razón crítica y fronteriza trata de col-
limita a conjugar eso latente que subsiste en forma mar lo que a esa razón extática le falta mediante el
potencial, o en virtualidad material, con el «ser en concurso de formas y acontecimientos simbólicos.
obra» (enérgeia) que actualiza y concede forma, Es, pues, la que hace posible la conjugación de
en la presencia existente, a lo que de esa síntesis re- la razón fronteriza y del acontecer simbólico. Tal
sulta, la «substancia» (y su «esencia» como «presen- esencia espiritual es la naturaleza y condición que
cia») . Es también y sobre todo la remisión de «lo aguanta y sostiene la existencia fronteriza. Es, de
que era» y de «lo que es» a «eso que siempre será», hecho, aquello que a la existencia fronteriza le
y que como tal resplandece en el propio limes, con- adviene como horizonte constitutivo o como futu-
cebido temporal e históricamente como horizonte. ro, a modo de referencia escatológica. En ella ra-
Una esencia «con futuro» es una esencia espiri- zón y simbolismo se funden en una y la misma iden-
tual, o es la esencia propia y genuina de la condi- tidad espiritual.
ción del fronterizo. En éste la esencia misma, por Esta mediación final de razón fronteriza y sím-
dimanar de su propia existencia, es idéntica a su bolo en la esencia espiritual, pleno despliegue de
condición de ser libre: ser capaz de determinarse la esencia del ser del límite, sería el referente futu-
en relación a sí mismo y elegirse como sujeto suje- ro alternativo a ideas que la modernidad fue tra-
tado a sí (y al límite limitante que de esta suerte se zando, así el superhombre nietzscheano, o el hom-
le hace apremiante y necesario) o como fronterizo bre nuevo del marxismo, o el Dasein angustiado y
que se asume en su condición de tal, es decir, como en estado de resuelto de la filosofía de la existencia
habitante del limes. heideggeriana.
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Sería a la vez un referente ético de futuro y un De hecho el anhelo del fronterizo tiene puesto
norte u oriente en relación a toda iniciativa histó- su nido en el árbol Futuro, como supo comprende r
rica. Pero ese referente, en tanto se halla cons- Nietzsche en Así habló Zarathustra. Se descubre
titutivamen te allende el limes, en razón de su con- como «voluptuos idad de futuro». Pues el deseo, el
dición de ser futuro, tiene un carácter escatológic o gran anhelo, «quiere siempre eternidad». Y ésta, co-
que impide su encarnació n en el presente, al que rrectament e entendida, constituye ese «organismo
sin embargo ilumina desde su constitutiv a lejanía, del tiempo» o «sistema del tiempo» en el cual, al
o desde allende la línea del horizonte. 28 decir de Schelling, se deben pensar los tres éxtasis
En este sentido la «edad del espíritu» no puede temporales en su estricta unidad y en su plena
jamás implantars e en el acontecer histórico en for- diferencial idad (según la pauta del hen kai pán).
ma de edad presente. Subsiste siempre como refe- Lo eterno es, de hecho, el aíon, o el «gran año» del
rente lejano, plantado en el propio horizonte del fron- ser de los antiguos. En este sentido la «edad del es-
terizo. Éste, sin embargo, no puede existir en liber- píritu» abre esa dimensión siempre futura, jamás
tad sin esa referencia. Ésta alimenta toda tensión
del deseo, de la voluntad y de la imaginació n simbó-
lica hacia el futuro, con su posible descripción de «escatológica» del futuro (como condición de posibilidad de pen-
sar éste; y de pensar, en general, la naturaleza «jánica» del
formas utópicas de comunidad , revalidador as de una tiempo). Aquí únicamente se prepara esta reflexión, o se ponen
«edad de oro» inmemoria l, o de una «Jen1salén ce- las bases de lo que en ese capítulo se tratará de forma más
leste» en la que se apercibiera «una nueva tierra y desarrollada.
un nuevo cielo». 29 Tengo plena conciencia de que esta reivindicació n de la
idea de futuro contrasta vivamente con los alegatos «posmo-
dernos» relativos a la inexistencia de éste. De hecho asumo el
carácter «inexistente» y hasta «irreal» de ese frituro escatológi-
28. La cesura incardinada en el ser del límite en su forma de co. Sobre todo si por existencia y realidad se entiende, única-
aparecer en el presente existencial (en exilio y éxodo) impide mente, la experiencia pura del tiempo presente. Pero es preciso
dicha «encarnación ». Por eso sólo como futuro escatológico (y afirmar que ese concepto de existencia y realidad es altamente
en formalización plenamente simbólica, o imaginativo-s imbó- restrictivo y nos impide pensar el tiempo en sus tres insoslaya-
lica, tal como corresponde a un lógos profético) puede conce- bles dimensiones. También el pasado, vistas las cosas desde ese
birse esa plena unificación, o mediación, entre razón fronteri- concepto de existencia y realidad, constituye una forma de «no
za, ser del límite y resto simbólico. Ese horizonte de «reconci- ser» (como ya insinuó Agustín de Hipona en sus Confesiones).
liación», por tanto, sólo puede pensarse y postularse en un futu- Pero el ser, el existir (y la esencia del existir, o su naturaleza y
ro que es sólo futuro. Un futuro que jamás puede «encarnarse» , quididad) se compadecen mal con esa concepción que privilegia
o «presentarse» .
el ser presente como única dimensión existencial-te mporal. Véa-
29. En el capítulo titulado «La naturalezaján ica del tiempo» se al respecto la pertinente crítica de ese privilegio en Heidegger,
se explica en profundidad la razón de asumir esa dimensión Ser y tiempo.
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realizable en el presente. Pues, como sabía produce. En el intersticio liminar entre la razón fron-
Schelling, el pasado puede ser relatado, el presen- teriza, que Schelling definió como «filosofía negati-
te puede ser expuesto, pero el futuro tan sólo pue- va», y la pura positividad de la existencia, que la «fi-
de ser profetizado. La esencia del tiempo, enten- losofía de la revelación» puede revelar a través del
diendo éste como el tiempo propio de la existencia concurso simbólico, se aloja un proyecto filosófico
fronteriza, exige a la vez relato, exposición y éxta- que puede romper definitivamente con una tradi-
sis profético. La exposición del presente se impone ción de modernidad lastrada por la voluntad expre-
como tarea propia de la razón fronteriza; pero el sa de derivar todo el curso de la reflexión del con-
relato del pasado inmemorial y la profecía del fu- cepto de sujeto (concebido en sentido tradicional).
turo escatológico exige la mediación de esa razón En los últimos tiempos se ha producido única-
con la formación simbólica. mente la deriva de ese curso reflexivo. Han sido
Esa «edad del espíritu» fue correctamente en- décadas en las cuales sólo parecía posible transi-
tendida por los amigos teólogos de la Stiftung de tar una filosofía hipercrítica que fuese capaz de de-
Jena que redactaron el «primer manifiesto del idea- sedificar cuanto subsiste del proyecto subjetivo, que
lismo alemán» como la cumplida mediación entre ha acabado convirtiendo el cerco del aparecer en
razón crítica y mitología. Sin ésta la razón pierde un yermo existencial y reflexivo. Ahora conviene
toda referencia a la existencia. Pero sin aquélla la remontar de ese impass que concluye en el «nihi-
mitología circula por los cauces de lo irracional. lismo consumado».
La razón no puede deducir, desde ella misma, el Con ese fin se hace urgente y necesario asumir
puro dato del comienzo, el desnudo factum de la la condición de una razón fronteriza que se abre al
existencia. dato del comienzo, a la existencia, descubriendo la
Sólo el simbolismo, cuya exégesis narrativa es esencia del ser del límite que le subyace; y comple-
la mitología, puede iluminar la esencia del existir, tar ese dato a través de la inmediata mediación del
determinando las categorías que pueden dar cuen- mismo que tiene lugar a través del acontecer sim-
ta de ella. La razón alcanza su posible realización bólico. En ese intersticio liminar entre razón fron-
si a la vez se reconoce limitada, como razón fron- teriza y acontecimiento simbólico se halla puesto
teriza, y se abre, por la vía «negativa», a través de el concepto mismo de espíritu, cuya plena realiza-
un éxtasis racional, al puro hecho de existir. ción debe concebirse como referencia escatológica
Puede culminar su propia teleología racional si de un futuro constitutivo; de un futuro que, como
deja que la existencia le revele su espontánea inteli- tal, en su irrealización, puede iluminar la existen-
gibilidad, que a través del acontecer del símbolo se cia en exilio y éxodo, dotando a ésta de sentido.
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Comienza a próducir hartura y hastío el ancla-
je de la filosofía en un criticismo esterilizad or del
que no surge nada positivo que pueda dar sentido
al hecho apremiante de existir en condición de exi-
lio y éxodo. El descrédito de la filosofía, en los últi-
mos tiempos, tendría bastante que ver con ese ethos
hipercrítico que se prohibe bajo juramento toda pro-
posición afirmativa. En vano puede contrarrest arse
esa tendencia mediante un subjetivism o de reba-
jas que haga del culto al ego su monótona cantine-
la ética. Importa recuperar el gran estilo filosófico
aventuránd ose a una nueva singladura que permi-
ta dar la respuesta oportuna al presente histórico. 7. Esencia y libertad
Para ello es necesario remontar de nuevo hacia
el punto de partida y determinar el dato de expe-
riencia sobre el cual puede comenzar, o recomen- Se parte de la existencia en exilio y éxodo como
zar, la actividad filosófica. Tal dato se da y compa- dato positivo del comienzo. Ese puro hecho de exis-
rece como pura condición de exilio y éxodo, la que tir no puede mediarse por la vía de la negación, al
correspond e a la existencia. Sólo insistiendo en esa modo hegeliano. Está ahí desde el comienzo. E in-
situación de frontera puede la filosofía recuperar, siste en ser en su propia condición existente. Cons-
en el tiempo presente, su genuina inspiración , pro- tituye un hecho en bruto que debe acogerse tal
longando y recreando los esbozos de razón crítica como es, con toda su carga y sobrecarga de bruta-
y fronteriza, abierta a lo simbólico, que pueden lidad positiva y fáctica.
hallarse en la propia tradición antigua y moderna. En su remisión a una posible causa o condición,
o a alguna razón o fundament o que pueda justifi-
carlo, se descubre únicament e la comparece ncia de
un límite que la atestigua como existencia sustenta-
da y fundament ada por él. Siendo el límite lo que
rechaza toda remisión del puro hecho de existir a nada
más que a él mismo. Sólo que, como se ha visto, ese
modo de sustentar o de fundament ar del límite exi-

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ge rectificar en profundidad los conceptos tradicio- Pero ese dato, en su puro y simple aparecer, im-
nales de sustancia y fundamento. Este último se re- plica la remisión a una determinación que le cons-
vela como fundamento en falta. tituye en lo que es. Esa determinación es el límite.
El dato del comienzo comparece como un dato Ese límite, por su condición de tal, revela un rema-
positivo, puesto ahí sin que la reflexividad de la ra- nente de misterio que deja como resto allende suyo
zón concipiente y autoconsciente lo produzca. La y que no puede ser subsumido en el aparecer del
razón descubre en ese dato su condición fronteri- comienzo. La existencia se sabe «cercada» por ese
za. Sólo negativamente puede llegar a inferirlo: límite que le presiona y embiste. Y se sabe enton-
tensándose de modo ex-stático hacia fuera de sí ces remitida a aquello (igual a x) que constituye el
misma. Debe, pues, acoger ese factum como puro otro lado del límite en tanto que límite. En esa es-
hecho de experiencia. Y debe dejar que ese factum, pontánea reflexión descubre su finitud, su natura-
empíricamente recogido como dato del comienzo, leza mortal. Pues sólo a través de un mortal salto
revele su propia naturaleza y esencia. 30 El dato puede plantarse en ese otro cerco que le presiona
únicamente documenta acerca de una pura exis- desde «detrás» del último confín del mundo.
tencia en exilio y éxodo que no permite ser deduci- Ese salto (salto a la nada, o al espacio-luz) le
da por la reflexión racional. Ésta, la razón, se la hace imposible insistir en su condición existente.
encuentra. Le conmina, por tanto, a interrogar, con verdade-
ro asombro, acerca de la naturaleza de eso que se
30. Por esencia debe entenderse aquí aquello que una cosa
encuentra allende el límite. El salto queda sustitui-
es, su quididad. Se distingue radicalmente del hecho puro de do entonces por la interrogación radical. Merced a
ser, la «quodidad» (por así decirlo), que es la existencia. La esen- esa sustitución revalida el existente el pacto me-
cia hace referencia a la naturaleza del ente, o de la cosa; a lo que diante el cual insiste en ser. La interrogación pue-
ella es. Duns Scotto, siguiendo los pasos de Avicena (Ibn Sina) de
un modo original, verdaderamente genial, determina el ámbito de ser ca-respondida mediante formas y aconteceres
esencial como un espacio intersticial, limítrofe, en el que puede simbólicos. Ya que sólo a través de éstos puede el
hallarse lo que el ser es (independientemente de que el ente en existente referirse a lo que allende el cerco fronte-
cuestión sea infinito o finito, ente existente o ens rationis). Un
espacio en cierto modo «neutro» en relación a esas posibilida- rizo subsiste separado y «sagrado» (jóristos). Es en
des de entificación. La esencia revela la propia naturaleza de la última instancia el símbolo, en su despliegue cul-
cosa, previa a todo lo que sobre ella la razón pueda «predicar». tual, lo que permite una efectiva colonización de
Se intenta aquí aproximarse a la esencia o quididad que se des-
cubre en el dato del comienzo, en la existencia en exilio y éxodo.
lo sagrado.
Sobre Duns Scotto, véase el gran libro de Etienne Gilson, lean De hecho el símbolo documenta sobre la
DunsScot. positividad de ese remanente de misterio abierto a
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la revelación. Es, adémás, el símbolo auténtica «sus- límite, como tal, hace posible esa condición reflexi-
titución» de ese vacío (radiante o siniestro) que el va y racional: la condición fronteriza de ser insta-
fronterizo, en pleno vértigo, azuzado y acuciado por do por el lógos; instalado en él y apremiado a ser
el deseo de salto (ese mortal deleite al que Holderlin co-respondido.
llama Todeslust), reseña como experiencia inmedia- Si la razón se encuentra con un límite que ates-
ta de eso que se halla allende el límite. tigua su carácter de razón fronteriza, ello es así por-
El fronterizo, azuzado por la presión del límite, que ese límite se le adelanta. Es ese límite el que
se alza hasta aquellas interrogaciones radicales que hace posible la condición racional. Porque hay lí-
preguntan por el sentido o el sinsentido. De hecho mite hay razón. Y por eso las mejores filosofías se
esas interrogaciones brotan espontáneamente toda encuentran inevitablemente con ese límite. Éste no
vez que se apercibe instalado y puesto en el campo es sólo lo que negativamente les restringe. Es eso
de juego de trazos y usos verbales que constituye mismo que hace posible que haya razón. La razón
su cerco del aparecer. se encuentra con un límite porque éste es, justa-
De hecho su condición existente en exilio y éxo- mente, lo que hace posible que haya tal cosa como
do lleva consigo, como inevitable consecuencia, la razón o lógos.
diáspora de inscripciones e intervenciones lingüís- La razón fronteriza, en su voluntad de concep-
ticas, la confusión de lenguas y trazados que cons- tuación, debe asistir, en estremecido éxtasis racio-
tituye, a modo de Babel, su cerco del aparecer. Por- nal, a la comparecencia del dato del comienzo, la
que está expulsado de las causas, o remitido a un existencia· en exilio y éxodo que remite al límite
fundamento en falta, por esa razón se ve indemni- como a su determinación originaria y fundante.
zado de la irreparable pérdida del hortus conclusus La razón fronteriza no puede entresacar ese factum
originario a través de su capacitación para la ins- positivo de sus propios conceptos a priori. Se en-
cripción y la palabra. Porque se halla condenado a cuentra inmersa en ese dato. Es, de hecho, una
un truncamiento final, en el que queda absorbido excrecencia del mismo.
por el límite, se halla implantado en el campo en La razón fronteriza, en su voluntad expresa
donde se decide el sentido o el sinsentido. La distancia orientada hacia el saber, en su proyecto filosófico,
con el límite, unida a su inexorable referencia a él, debe acoger la espontánea inteligibilidad de trazos
hace posible la apertura de ese campo. y usos verbales que le es dada por la propia exis-
El existente fronterizo se abre, pues, al orden tencia en exilio y éxodo. Debe plegarse a ella, re-
inteligible de trazos y de palabras que constituye flexionando lo que en ese campo de juego se halla
su mundo en razón del límite que le constituye. El ya, de hecho, inflexionado y reflexionado.
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El existente fronterizo constituye la potenciación concepción, constituye su pasado, la entera «esfe-
radical de una remisión al límite que se halla la- ra del ser». Trata de retener el ser del comienzo
tente en todo su entorno intramundano. Pero que como «pasado de la esencia». Lo supera y lo retie-
duerme en ese entorno su sueño inconsciente, o ne como «momento». Con ello pretende desarro-
para decirlo en terminología leibnizeana, su enre- llar, de forma implícita, la célebre definición de la
jado de «pequeñas percepciones». Todo lo que hay, esencia de Aristóteles, relativa a un ser que, siendo
el conjunto del haber que circula a través del cerco lo que es (presente), es también «eso que era» (to ti
del aparecer es, potencialmente, un existente. én einai). Pero ni Aristóteles ni Hegel pudieron con-
De hecho la condición de exilio y éxodo del fron- cebir el futuro propio de la esencia.
terizo arrastra, en su caída en el cerco del apare- Debe concebirse la esencia atendiendo a las tres
cer, a «todo el mundo». Sólo que el fronterizo po- dimensiones del tiempo. Y ello sólo es posible con-
see el poder y la libertad, limitados por estricta ley cibiendo la esencia como libertad propia del fron-
de ananke, o por la dimensión limitante de la fron- terizo. Éste tensa su propia esencia en éxtasis ha-
tera que le constituye, de remontar esa caída, o de cia el futuro. Un futuro que le abre posibilidades,
promover su propio alzado hacia el limes. Un alza- siempre limitadas, sobre las cuales elegir y resol-
do en dirección a un lugar que debe ser concebido verse.
como lugar de la crisis, o del cruce de caminos: allí Pero conviene retroceder de ese acto final de
donde tienen lugar eventos de libertad. la esencia que es su revelación como libertad a lo
La libertad, entendida en sentido positivo, es la que la hace posible. O volver al punto de partida
esencia del ser del límite; abre esa esencia hacia un de esta reflexión filosófica: el puro dato del co-
horizonte futuro. La esencia del ser del límite se mienzo. En él sólo aparece o se da la existencia
debe examinar a partir del puro dato del comien- en exilio y éxodo. Y la remisión de ésta a un límite
zo, la existencia en exilio y éxodo de su condición que constituye su peculiar quididad. A la pregun-
presente. Exige también un retroceso hacia su pa- ta por la esencia de esa existencia, a la interroga-
sado inmemorial, donde se aloja la potencia ción acerca de qué sea ese dato del comienzo, debe
matricial del existente en exilio y éxodo, expulsado responderse: el ser del límite, expresión en la cual
de las causas que posibilitan su surgimiento. el genitivo debe pensarse como genitivo subjetivo
Pero la esencia, frente a Aristóteles y Hegel, no y objetivo. En esa co-pertenencia intrínseca de ser
es sólo lo que une y conjuga el ser (presente) con y límite se descubren ambos unidos en relación
su propio pasado. Hegel trata de trasladar a la in- esencial.
mediatez (presente) de la esencia lo que, según su Esa esencia es, pues, esencia de eso que compa-
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rece como dato del comienzo, la existencia en exi- de determinar su propia existencia en y desde esa
lio y éxodo. El fronterizo descubre la inteligibilidad doble determinación copulativa y disyuntiva. 32
potencial de ésta, así como su libertad latente, in En el fronterizo la esencia latente de la cópula
nuce. En el fronterizo eso latente y potencial al- y de la disyunción alcanza su plena potenciación.
canza su acto propio. En el fronterizo estalla la Él es esa cópula y esa disyunción en su máxima
inteligibilidad en sí de lo que aparece y se da, así expresión. Y en su acogida de formas y aconteceres
como su libertad implícita. Constituye el desplie- simbólicos es, también, la máxima potencia sim-
gue de lo que en la pura esencia del dato del co- bálica, unitiva de las partes (simbolizante y simbo-
mienzo se halla en estado de latencia, en plena incons- lizada) del símbolo, así como la máxima potencia
ciencia. dia-bálica.
En su intrínseca referencia al límite halla el exis- Puede conjugar y dislocar. Puede atar y desatar,
tente su naturaleza libre. Su esencia es su libertad. juntar o escindir. Puede unir lo que se supone, o
Y esa libertad se juega en el intersticio liminar, en puede suponerse, que debe estar unido, o desco-
cuya interioridad se alojan, como determinaciones yuntar lo que se supone que debe hallarse desen-
esenciales del límite, la cópula y la disyunción. 31 cajado. Puede también invertir, revertir o pervertir
En el existente fronterizo está dada la posibilidad ese «orden», uniendo lo que se supone que debe
estar desunido, o separando lo que se supone que
debiera estar unido. Puede, en efecto, efectuar esa
31. De disjungere, separar, acción contraria a jungere, jun- subversión del «orden» que se cree correcto. Pue-
tar. Según el Diccionario de María Moliner tiene dos sentidos.
El primero, poco frecuente, hace referencia a la acción y efecto de, pues, generar, con todo ello, caos y desorden en
de desunir. El segundo, el más corriente, a la relación entre dos su mundo.
o más cosas, cada una de las cuales excluye a las demás. Aquí Las potencias de la esencia, la cópula y la disyun-
se retiene sobre todo el primer uso del término, al que corres-
ponde el adjetivo disyuntivo, cuyo primer sentido es el siguien- ción, no se hallan en el fronterizo definidas ni de-
te, según M.M.: «se aplica a lo que establece o expresa una cididas. En lugar de estar soldadas a una esencia
disyunción, separación o incompatibilidad». De todas formas
no se pierde de vista el segundo sentido, el que da lugar a la
expresión disyuntiva aplicada a las conjunciones (en el sentido 32. Sobre la cópula, véase la luminosa referencia de Schelling
de alternativa, dilema; «situación en la que existen dos posibili- en sus Investigaciones sobre la libertad humana. En sus confe-
dades por una de las cuales hay que decidirse», M.M.). La disyun- rencias sobre Filosofía de la revelación enriquece esta reflexión
ción, en este segundo sentido, constituye una condición nece- con una interesante reflexión sobre el sentido en que los Orien-
saria de posibilidad del acto de libertad, en el que tiene lugar tales (nombre que corresponde a los árabes en este texto) con-
siempre una elección (y en consecuencia una exclusión, o una ciben el est de la cópula: como un «es» que se revela un «poder
renuncia). ser» (konnen en alemán) y que pide un predicado en acusativo.

112 113
ya dada, o de hallarse fijadas o clavadas a ella,
mantienen una indeterminación esencial en la que
se aloja la posibilidad de libertad del fronterizo.
Fluctúan una hacia la otra en libre juego dialéctico
hasta que la elección y la decisión las determina. Y
en esa determinación libre de la voluntad del fron-
terizo se tensan hacia el futuro.

8. La exposición de la esencia

Una vez constatado el factum que determina el


arranque de esta filosofía del límite, la existencia
en exilio y éxodo (y su intrínseca remisión a un lí-
mite que la constituye); y una vez determinada esa
existencia como el dato experimentable de lo que
puede entonces conceptuarse como ser del límite,
es preciso, ahora, iniciar una indagación relativa a
la esencia de ese ser del límite sorprendido en el
puro «hecho» de existir. Se trata de preguntar qué
es, o en qué consiste, ese factum: cómo puede, por
tanto, determinarse su propia y peculiar naturale-
za, su quididad. Por esta razón el curso de esta re-
flexión se va preparando para esa indagación en
torno a la esencia que co-responde a ese ser del lí-

115
mite descubie rto en el puro hecho experime ntado ye el hecho en bruto de la existencia . Ese hecho
como existenci a en exilio y éxodo. revela el límite como su verdader a condició n de
Se llevará a cabo esa investigac ión en latente po- posibilid ad; o si quiere decirse así, su fundame nto
lémica con el concepto hegeliano de esencia tal como (siempre en falta). Ahora, en esta coyuntur a del
se presenta en la «Doctrina de la esencia» de su Cien- discurso, se trata de interroga r por la naturalez a y
cia de la Lógica, especialm ente en sus primeros ca- constituc ión, o esencia, de ese ser del límite que de
pítulos, en los cuales se determin a esa esencia como tal suerte se nos ofrece a la experienc ia. ¿Qué es, o
«reflexión» que «pone», o que «establece», aquellas en qué consiste, tal ser del límite; cuál es su natu-
determin aciones esenciales , o «esencial idades», que raleza, su esencia, su quididad?
compone n su naturalez a intrínseca : la Identidad y Tengo concienc ia del «desprest igio» de la no-
la Diferenci a, especialm ente. ción de «esencia» . Pero creo dejar bien claro el sen-
Aquí esa indagació n se conduce en dirección al tido en el cual utilizo esa vetusta noción. En el tra-
interior mismo de la esencia del ser del límite (no a tamiento de la misma se verá hasta qué punto mi
la «esencia» en general, o en abstracto ). En esa posición se aleja de forma abismal de otros trata-
esencia se descubre n dos «potencia s» que la cons- mientos que respeto, pero con los cuales no puedo
tituyen, la potencia conjuntiv a y disyuntiv a. De ellas coincidir, como el propio de Xavier Zubiri en su
podría desprend erse lo que, en términos genera- gran libro Sobre la esencia. Más adelante se irán
les, se puede entender por Identidad y Diferenci a. dando detalles de las razones por las cuales me es
No se pierda de vista, en todo caso, que aquí esa imposibl e asumir su concepci ón «realista» de la
esencia lo es sólo en relación a aquello que aquí se esencia, sobre todo en la tercera parte de este libro
indaga: la esencia del ser del límite, o la naturalez a ( «Crítica de la razón fronteriza »).
y constituc ión propia y específic a de ese «ser del Se pregunta , aquí, por la esencia del puro «he-
límite» que se descubre en el factum que constitu- cho» de existir. Se trata de determin ar la esencia
ye el punto de partida de esta reflexión: la existen- del ser del límite (un ser que se desprend e de la
cia en exilio y éxodo, intrínsec amente remitida a propia manera de compare cer el dato del comien-
un límite que a la vez la expulsa de las razones de zo, que es la pura existencia ). Este modo de aproxi-
su emergenc ia y que se constituy e, él mismo, en su marse a la esencia exige una rectificac ión de mu-
única razón, o en el único fundame nto (siempre chos de los modos tradicion ales o moderno s con
en falta) de esa existencia . que esa cuestión se enfoca. Esa esencia debe en-
El hilo del discurso es, pues, el siguiente : en pri- tenderse, aquí, como esencia relativa al ser del lí-
mer lugar se experimenta un factum que constitu- mite. Sólo en esa referenci a adquiere, a mi modo

116 117
de ver, la invest igació n relativ a a la esenc ia su ra- bién, atrave sada por el tiemp o. De ahí el capítu lo
zón de ser y su sentid o. que se consa gra, más adela nte, a «la natur aleza
Se irá cerca ndo esa esenc ia del ser del límite a jánica del tiemp o».
través de una elucid ación de lo que el conce pto de
límite revela, en donde se aperc ibe la intrín seca co-
II
relaci ón de su carác ter de límite limita nte y de li-
mes que invita a una trasce ndenc ia. Esa duplic i-
33

dad jánica del límite da una indica ción precis a de En su puro repliegue en ella mism a la esenc ia
su esenc ia o quidid ad, en la que se advie1 te la arti- del ser del límite revela sus determ inacio nes intrín -
culac ión intrín seca, en relaci ón confli ctiva, de lo secas, que son la cópul a y la disyu nción . Pero la
que se va llama ndo, aquí, su poten cia conju ntiva y esenc ia del ser del límite no se halla agaza pada en
su poten cia disyun tiva. Amba s comp onen las «ope- sus opera cione s ad intra. Es esenc ia manif iesta con
capac idad de exposición. '
racion es ad intra» de la esenc ia del ser del límite .
Sólo que con ello tan sólo adver timos la «inter io- É~ta se revela en su despliegue: en el silogi smo
ridad» de esa esenc ia (en su replie gue en ella mis- que tiene por térmi nos extrem os el cerco del apa-
ma). Pero esa esenc ia debe ser expuesta y desplega- recer y el cerco hermé tico. El límite es, en relaci ón
da. Eso permi te determ inar los distin tos ámbit os (o a ~llos, e~ térmi no medio : a la vez cópul a que per-
«cercos») en que la esenc ia del ser del límite se ex- mite conJu garlos y disyu nción que los difere ncia y
pone. Pero esta consid eració n topoló gica y espacial separa . En esa expos ición de la esenc ia, y en el cnice
de la esenc ia del ser del límite debe percib irse, taro- entre esos cerco s extrem os, respla ndece el cerco
fronte rizo; en él se aloja el ser del límite en su for-
ma manif iesta.
33. En su condic ión de límite limitan te revela o muestr a el
carácte r disyun tivo de la cesura que le constit uye; en su condi- . , Habrí a, en gener al, dos métod os de aprox ima-
ción de limes hermen éutico (o límite liminar que invita a
una Cion a la esenc ia del ser del límite . Uno nos condu -
esto su
ciría al límite como límite, conce bido en su intrín -
conexi ón con el «cerco hermét ico»), se pone de manifi
condic ión y carácte r de cópula conjun tiva. Cierto que esa cópu-
la deja envuel to en un «velo» (de misteri o) aquel cerco (herm?
- s,ec~ e interi or const itució n. En esa persp ectiva el
tico) con el cual el aparecer del ser del límite, y de su esencia h_1=11te comp arece a la vez como cópul a y disyu n-
propia, se conexio na. De ahí el carácte r siemr:ire asimétr ico ~n~e c10n. Se conte mplar ía aquí la reflexividad de la esen-
los cercos extrem os en los cuales esa esencia del ser del limite cia e,n su remisió_n a la mism idad que const ituye
el
se expone. Esa misma duplici dad se manifi esta tambié n en
suplem ento simból ico median te el cual la _«razón front~
ri:ª" su n1:1cleo. Una mism idad que aloja su propi a dife-
trata de coloniz ar esa exposic ión de la esencia del ser del hm1te. rencia como mome nto. O una difere nciali dad in-
118 119
trínseca que descubre en ella misma su propia auto- categorías, que hacen posible la constitución de los
tres cercos que constituyen la esencia desplegada
referencia.
Esa auto-referenc ia destaca la mismidad que la del ser del límite.
cópula asegura. Pero eso mismo es un límite Esa esencia encontrada en el existir del comien-
disyuntivo que la cesura (y su traducción simbóli- zo evidencia, pues, una reflexividad implícita. Tal
ca, la cesura dia-bálica) revela. En esa disyunción reflexividad se revela en su carácter de cópula y
se asegura el carácter diferenc~ador, diferenciante, disyunción ( en unidad unificante de naturaleza dia-
de eso mismo que, en sí mismo, es el límite. léctica); o, lo que es lo mismo, en su naturaleza de
Pero habría un segundo modo de acercarse a la mismidad diferenciante y de diferencia auto-
esencia del ser del límite. Se trataría de asistir no referencial. Y esa reflexividad muestra su produc-
tanto a su repliegue en ella misma cuanto a su des- tividad en el despliegue en los tres cercos que cons-
pliegue y desarrollo en sus tres cercos. Se asistiría, tituyen su haber, el que expone y manifiesta en su
entonces, a la exposición (ad extra) de las operacio- revelación hacia fuera. 35
nes internas, conjuntivas y disyuntivas, de la esen-
cia del ser del límite. 35. En razón de esa reflexividad el límite, por su propia
A la investigación de la esencia del ser del límite natura_leza y condición, o «esencia», se desdobla. Si pensamos
en repliegue reflexivo en su interior se le puede lla- en el limes, que era una «franja» susceptible de ser habitada
esa duplicidad del límite se advierte en toda su claridad de ima~
mar «momento del repliegue». Constituye uno de gen o de metáfora. Los dos términos de ese desdoblamiento
los dos momentos que hacen posible la reconstruc- son, sin embargo: disimétricos; uno es el límite de (algo = x); el
ción conceptual de la esencia del ser del límite. En otro es aquella referencia «a la cual» inevitablemente remite todo
límite (lo que suele llamarse el «más allá del límite»). En rela-
ese «momento del repliegue» resplandece la condi- ción a lo que aquí se trata, uno es el cerco del aparecer (o el
ción copulativa y disyuntiva del límite en tanto que «_mundo» del cual el límite es límite) y el otro es el cerco hermé-
límite. 34 tico (o lo sustraído y «secreto» que desborda y trasciende «todo»
A la investigación correspondien te al despliegue límite).
. El lí'.11-ite e_s idénti?o a sí mismo, y asegura con ello su pro-
reflexivo de esa esencia a través de su cumplida ex- pia consistencia esencial. Pero en ese ser «él mismo» muestra 0
posición se le puede llamar «momento del desplie- ma:1ifi~sta su naturaleza diferencial, diferenciante. De ahí que
gue». En él deben determinarse las condiciones, o e1: el mis:no debe advertirse la presencia de la Mismidad y de la
~i!erencia (y de la doble «potencia», de conjunción y disyun-
c10n, que desde un punto de vista dinámico asegura y garantiza
34. Véase a este respecto la «proposición topológica» de mi esa ~oble determinación del límite como Mismo y Otro, o como
libro Los límites del mundo, donde se avanzó ya esta reflexión tauton y thateron, para decirlo en términos de El Sofista de
Platón).
que aquí se desarrolla.

120 121
Esa reflexividad dé la esencia es positiva. No cons- y ese dato existencial del comienzo se aloja la posi-
tituye una mediación «negativa» en relación al puro bilidad misma de una razón fronteriza; y de una
dato del comienzo, la existencia en exilio y éxodo. filosofía del límite que dé razón y justificación de
No se accede aquí a la esfera de la esencia, como la misma.
en Hegel, por el camino de la absoluta negación. En la cosa misma, que es el dato del comienzo,
La negatividad no opera en el dato del comienzo. La no hay negatividad (en sentido hegeliano). Hay, sí,
negación es una operación de la razón fronteriza. la evidencia de un límite que incluye el momento
Justamente aquella en la cual ésta descubre su na- disyuntivo de la cesura, revelador de su carácter
turaleza limitada y cercada por un dato que le es limitante, así como también el momento unifica-
externo. Esa negatividad apremia a la razón a una dor que se revela en su condición de cópula. La
salida de sí que puede conceptuarse, en términos reflexividad de ese límite, manifiesta en la doble
de Schelling, como «éxtasis racional». En él la ra- determinación de la cópula y la disyunción, evi-
zón alcanza una negación girada hacia sí misma: dencia el carácter positivo de su esencia.
una negación reflexiva. 36 Podría decirse, remedando el lenguaje hegeliano,
La propia razón se ah-niega para posibilitar su que el límite, en su inmanente reflexión, pone las
acogida del dato existente del comienzo. Al éxtasis determinaciones intrínsecas que configuran el
racional corresponde el éx-stasis propio de la ex- ámbito de su esencia. Éstas son determinaciones
sistencia (en exilio y éxodo). En el linde o intersti- de su repliegue y de su despliegue. Las propias del
cio, o en el istmo limítrofe entre esa razón que se repliegue son la cópula y la disyunción. Las del des-
auto-niega como condición de su éxtasis racional pliegue son los tres cercos en los cuales se ex-pone
esa esencia.
Pero ese «poner» de la reflexión esencial «presu-
36. La insuficiencia de la concepción hegeliana del límite
estriba en pensar éste sólo en el orden de la cualidad, como pone» el dato del comienzo, el puro hecho de darse
límite entre «algo» y «un otro (algo)». De hecho como «unión de o aparecer de la existencia en exilio y éxodo. Y esa
un algo y su negación»; negación que permite el relevo «cualita- presuposición anticipa siempre esa posición que per-
tivo» de un algo por «otro» algo.
Hegel piensa que el límite es impensable si se remonta la mite concebir la naturaleza positiva del ser del lími-
«doctrina del ser»; piensa que en el ámbito de la esencia se ha te y de la esencia que le es propia. El presupuesto
rebasado todo límite. Así lo afirma taxativamente al comienzo del comienzo es, pues, previo en relación a esa posi-
de su «doctrina de la esencia». Aquí, en cambio, se piensa que
el límite es el horizonte mismo de una concepción de la esencia
ción. Es de hecho una posición que siempre subsis-
como la que aquí se desarrolla: siempre que por tal esencia se te, o insiste, como «positividad» inaugural.
entienda la esencia del ser del límite. Disyunción y cópula son los poderes de la esen-
122 123
cia del ser del límite, las potencias que la tensan y que en la lucha y el conflicto ambas potencias se
movilizan. Son sus motores internos, los que deri- hallan en relación, pero potenciadas ambas por la
van de su naturaleza y condición auto-reflexiva. Y potencia de disyunción. Y que en el juego sucede
esos motores son los que exponen su causalidad exactamente lo contrario: ambas potencias se ha-
inmanent~ a través del despliegue de la esencia en llan igualmente conexionadas, pero prevalece la
los tres cercos. La disyunción los permite diferen- potenciación conjuntiva.
ciar, distinguir. La potencia unitiva los reconduce El límite revela su esencia de cesura limitante y
•auna unificación liminar en el cerco fronterizo, en de conjunción copulativa a través del acontecer
el que opera también la potencia disyuntiva. En el simbólico. En el símbolo se unifica lo que en el lí-
interior de la esencia del ser del límite se alojan mite actúa como disyunción. Pero el símbolo sólo
esas dos potencias, copulativa y disyuntiva. Ambas es símbolo en su intrínseca referencia a lo que en
derivan de la espontánea reflexión del límite sobre La edad del espíritu denominé la «cesura dia-
sí, en el que revela su mismidad, una mismidad bálica».37 Y es el propio límite, en su condición de
que es diferencia. O que es, como la definición de cópula unitiva, el que permite salvar esa cesura
la Belleza de Holderlin, «eso (uno) que se diferen- diabálica en la que el símbolo fracasa.
cia a sí mismo». El límite es, en efecto, él mismo en En el ser del límite se aloja, por todo ello, la
su radical diferenciación interna. Y ésa su mismi- esencia de la existencia en exilio y éxodo. Esa esen-
dad es la que une, de forma inmediata, su propia cia posee una reflexividad propia y fundante. Una
naturaleza diferencial, diferenciante, consigo. El reflexividad que es previa a toda «reflexividad» ra-
límite es, a la vez, mismidad unificante de aquello cional. Pero que hace posible ésta. En virtud de esa
que él mismo, por sí mismo, por su potencia dife- reflexividad pueden descubrirse las determinacio-
nes que hacen que el límite sea límite. Tales deter-
renciadora, separa y escinde.
La esencia del ser del límite encierra dentro de minaciones son la cópula y la disyunción. En ellas
sí, por tanto, dos potencias, la potencia conjuntiva se descubre la esencia del ser del límite en su re-
y la potencia disyuntiva. Y es preciso pensar en la pliegue en sí misma.
relación dialéctica entre ellas. Esa relación admite
dos formas generales de ca-relación. La más obvia
37. El tér~ino «~i.ablo» deriva del latín tardío, diabolus, que
es la relación de conflicto y lucha derivada de su procede del gnego diabolos, «el que siembra discordia»; proce-
carácter contrapuesto. Pero debe considerarse tam- de del verbo diaballo, separar (de hallo, arrojar); el mismo ver-
bién una relación que, asumiendo ese carácter con- bo que se encuentra en sym-ballein, de donde símbolo: la ac-
ción de arrojar dos cosas para ver si encajan.
flictivo, lo puede sublimar en juego. Podría decirse
125
124
Así mismo pueden descubrirse las determina- comparece en él, pero sólo y en tanto se pone en
ciones generales de esa esencia en su despliegue. primer plano esa esencia del ser del límite.
Éstas comparecen como tres cercos, el cerco en el La obvia dificultad de esta variante de la filoso-
cual esa esencia aparece, se da, se muestra (como fía del ser del límite apremia hacia su plena conse-
existencia en exilio y éxodo); el cerco hermético al cución. Sólo ésta puede rubricar el carácter verda-
cual este cerco del aparecer, en razón de la media- dero de la orientación filosófica que en este escrito
ción del límite, inevitablemente remite. Y por últi- lo mismo que en todos los anteriores, se intent~
mo el propio cerco que constituye la determina- aquí proseguir. En esta coyuntura textual se inten-
ción misma de la esencia del ser del límite. ta despejar el camino que puede trazarse como
Con lo cual se hace posible un recorrido por toda método en dirección a ese objetivo.
la compleja cartografía de la esencia del ser del lí- De momento se dispone, en La edad del espíritu,
mite, en su doble movimiento reflexivo de replie- de un recorrido categorial en torno a las catego-
gue en ella misma y de despliegue en tres cercos. rías del acontecer simbólico. Pero es necesario
Este despliegue exige un minucioso recorrido a tra- radicalizar esa reflexión mediante un recorrido
vés de aquellas determinaciones esenciales que van estrictamente ontológico (o de «ontología general»)
constituyendo los tres diferentes cercos del ser del en el cual puedan justificarse plenamente las afir-
límite. En ese recorrido pueden ser concebidas esas maciones adelantadas respecto a la naturaleza de
determinaciones como categorías ontológicas; ca- la esencia del ser del límite (afirmaciones que, por
tegorías relativas del ser del límite. lo demás, se comenzaron a justificar en mis libros
Ese recorrido es el que se llevó a cabo, en clave Los límites del mundo y La aventura filosófica).
simbólica, atendiendo al acontecer simbólico, en De hecho no me he movido un ápice de la orien-
La edad del espíritu. Ya se ha dicho que el símbolo tación trazada por ellos. La edad del espíritu no sig-
revela «en transparencia» lo que de suyo constitu- nificó ningún cambio respecto a ellos. Fue, senci-
ye la esencia del ser del límite. Pero la estricta con- llamente, una radicalización de las ideas que ha-
cepción de ésta en sus propias determinaciones esen- bían sido adelantadas en libros anteriores; enrique-
ciales, las que derivan de su espontánea reflexividad cidas, eso sí, con la referencia simbólica que sólo
(en repliegue y en despliegue), exige un esfuerzo en mi libro Lógica del límite acerté a relacionar con
de conceptuación filosófica orientado exclusiva- la idea de «ser del límite».
mente a esclarecer esa esencia. Pues ese ámbito
esencial posee su propia autonomía relativa. Pue-
de ser, pues, pensado en y por sí mismo. El símbolo

126 127
m es el cerco fronter izo al que retorna n, en su replie-
gue, tanto el cerco del aparec er como el cerco her-
mético .
La esencia del ser del límite revela su propia
auto-re flexivid ad. 38 En tanto que auto-re flexivid ad Ese momen to del desplie gue, a su vez, se des-
posee, como determ inacion es intríns ecas de la glosa en tres recorri dos de su espiral reflexiva. El
mismid ad diferenciante a la que esa reflexiv idad se primer o, primer giro de la espiral, corresp onde al
refiere, la cópula y la disyunc ión. En tanto que auto- cerco del aparece r, a] mundo . Constit uye el reco-•
reflexividad la esencia se desplie ga en tres cercos, rrido propia mente fenomenológico en el que se tie-
el tercero de los cuales permit e estable cer, plena- ne que determ inar el lógos inmane nte a lo que apa-
mente determ inado, al ser como ser del límite. Tal rece y se da, o al dato existen cial del comien zo.
. A este giro fenome nológic o le sigue un segund o
giro en torno a él en el que la espiral se aventu ra
38. El ser es ser del límite. No es algo que trasciend a lo que por ~l cerco hermét ico, cercan do y rodean do lo que
Wittgens tein llamaba «límite del mundo». Tampoco es el «ente»
que compare ce «dentro» de lo que podría llamarse , siguiend o a subsist e «encer rado en sí» al modo del corazó n mis-
Heidegg er; lo «intram undano» , o el «mundo circunda nte» mo del misteri o.
(Umwelt). El ser, en tanto que ser, es ese mismo límite que se Por último se abre un nuevo trazado de la espi-
descubre como horizante de lo que existe, y de lo que acerca de
ello podemos pensar y decir. En este punto del discurso se inte-
ral reflexiv a, más envolv ente que los anterio res.
rroga por la esencia de ese ser del límite. Se pregunta , por tanto, Esta vez se llega al cerco fronter izo al que los dos
qué es, o en qué consiste, ese ser del límite que se descubre des- giros anterio res remiten . Retorn a, en este giro, el
de el comienz o (a partir o desde el dato inaugura l con el cual se «mome nto del replieg ue», pero esta vez enrique cí-
inicia esta reflexión).
Se ha mostrad o cómo esa esencia del ser del límite revela el
carácter reflexivo de éste; una reflexivi dad «positiva», o «afir-
mativa», a diferenc ia de la reflexivi dad de la esencia pensada revelado ras de la «interior idad» de la esencia del ser del límite
por Hegel en su Ciencia de la Lógica. El ser del límite muestra o de su auto-refl exividad , se «exterior iza» en tres cercos en lo~
1

una esencia que se caracter iza por su inmanen te desdoblamien- c~iales esa misma reflexivi dad se extravier te, o se proyec ta «ha--
to. Un desdobla miento que deriva de esa reflexivi dad que le es c~a afuera» (de sí misma). De este modo la esencia se torna ex--
propia. Tal reflexivi dad se revela como una mismida d que, sin s1stente. El ser del límite se muestra entonces como exi ,tiendo a
embargo , en su propio auto-afir marse como tal, se revela por- través de los tres cercos en los cuales se revela. En esa ~xtraver--
tadora de diferenci ación, o disyunci ón. Luego esa reflexivi dad sión se desv~l~ la naturale za y condició n de lo que en esa inma--
presupon e dos formas y dos operacio nes; las formas son «lo nent~ reflex1v1dad de la esencia se produce en forma de desdo-
mismo» y «lo otro», como ya acertó a pensar Platón; las opera- h!amzento: los dos cercos extremo s (disimét ricos) que de él de--
ciones correspo ndientes son las que derivan de una «potenci a nvan, cerco del aparecer y cerco hermétic o; y el cerco fronteri-
conjuntiv a» y de una «potenci a de disyunci ón». z? que l~s sostiene_ y aguanta, y que a la vez que los distingue y
d1ferenc1a, los con3uga y conexion a.
Esa reflexivi dad, evidenci ada en esas formas y potencia s,

128 129
do por toda la complej a vitalida d de su desplieg ue. zo. En ese carácter de «primer a potencia » revela-
Resplan dece entonce s en toda su fuerza la condi- ría su naturale za positiva .
ción copulati va y disyunti va que se aloja en ese En el recorrid o correspo ndiente al «momen to
cerco mediado r. del desplieg ue» de la esencia del ser del límite ese
Cabe indagar, sin embargo , si no es posible re- pasado inmemo rial puede ilumina r la condici ón
trocede r en relación al puro factum positivo que que hace posible que haya tal cosa como un «cerco
constitu ye el radical presupu esto: la existenc ia en del aparece r», o un «mundo » (es decir, que haya
exiHo y éxodo. Cabe, pues, investig ar si no es posi- tal cosa como el ámbito propio y específi co de la
ble pregunt ar por el pasado que ese puro presente existenc ia en exilio y éxodo que constitu ye el dato
del comienz o debe necesar iamente exigir. del presente , o de un comienz o determi nable como
Pues el comien zo es, desde el punto de vista de «tiempo presente »). Puede ser determi nado como
los «éx-stas is tempora les», siempre presente . Es la primera categoría de la esencia del ser del límite.
la existenc ia en exilio y éxodo como dato corres- Tal pasado inmemo rial es la matriz, jamás pre-
pondien te al «tiempo presente ». Es la existenc ia sente, de la cual éste, en su condició n de «mundo
que insiste en existir en el in-stant e. Pero ese ins- presente », puede surgir. Constitu ye la matriz que
tante del existir en exilio y éxodo remite, por la constitu ye la condici ón de posibili dad de que se
propia naturale za del tiempo, a su pasado inme- pueda «dar a luz» un mundo de exilio y éxodo ha-
morial. Cabe, pues, pregunt ar por eso que se halla bitado por el existent e. Pero que, por su condició n
antes de que advenga como present e el dato inau- matricia l misma, se oculta siempre en su propia
gural del comienz o. Ello implica situar la razón product ividad engendr adora de puras posibilidades.
fronteri za en situació n de ex-stasis en relación a Tal matriz constitu ye, respecto al existent e, su fun-
ese pasado del present e concebi do como pasado damento . Pero se trata de un fundam ento en radi-
inmemo rial. cal ausenta ción; un fundam ento que en el presen-
Tal sería lo que puede inferirse como algo pre- te existenc ial hace acto de presenc ia como lo que
vio al puro «presup uesto» positivo del dato inau- siempre se halla en falta.
gural del comienz o. Sería un pasado que, sin po- Esa matriz fue concebid a, en clave simbólica, en
der darse, hace posible, en su retiro necesari o, o en La edad del espíritu, como primera categorí a que cons-
su condici ón de incompa recencia , propia de todo tituye la condició n primera de posibilid ad de todo el
pasado, el puro darse del presente . Ese pasado in- despliegue del acontec er simbólico. Es la potencia
memoria l podría ser, justame nte, la potenci a que sustenta nte de todas las condicio nes que hacen posi-
hace posible la constitu ción de ese dato del comien- ble que haya cerco del aparecer~ o mundo.
130 131
Es, para decir lo en térmi nos de Schel ling, en el puro hecho de existir. Éste excluy e, en su pura
poten tia potentiae. De su oculta ción depen de que singularización, todas las posib ilidad es que en esa
haya tal cosa como «un mund o». Es, pues, lapo- elecci ón sin electo r recon ocible se han elimin ado.
tencia prevía y funda nte respe cto a toda «crea ción En toda existe ncia hay una implí cita renun cia (de
del mund o». Con ella se inicia la avent ura que pre- no sé sabe qué o quién ) respec to a infini tas posib i-
lidade s.
tende recor rer el despliegue de la esenc ia del ser
del límite . Const ituye, pues, la prime ra categ oría No hay modo de retrot raerse hasta el cálcu lo
de ese despli egue. que deter minó esa inclus ión y esa exclu sión. Ni
De hecho se infier e del dato mism o del comie n- por supue sto al calcu lador; ni a los móvil es, ópti-
39
zo, en razón de la condi ción presente de éste. Como mos o pésim os, de éste, según las orien tacion es
tal dato prese nte presu pone inelud iblem ente su pro- optim istas y pesim istas que la filoso fía suele re-
pio pasad o inmem orial. Un pasad o que sólo puede correr , así en Leibn iz, o en su contr aplac ado ne-
gativo , Schop enhau er.
inferi rse desde el presen te, y que comp arece como
ausen cia. Sólo que esa ausen cia suya es positi va. Sólo retroc edien do hasta el pasad o inmem o-
En él la esenc ia del ser del límite se revela como lo rial de ese presen te en el que comp arece el dato del
que, en su ser, posee condi ción de radica l e intrín se- comie nzo se abre el camp o infini to de la pura po-
co replie gue respec to a todo presen te; o, lo que es lo sibilid ad o poten cia previ a al acto de existir. Esa
mism o, condi ción de pasad o inmem orial. «pote ncia prime ra» const ituye la prime ra categ o-
La existe ncia es puro don (afort unado o acia- ría del cerco en el cual acont ece la aparic ión, o el
dato del comie nzo.
go). Un don que remit e a un donad or en falta. Im-
plica una pecul iar decisi ón de la que se desco noce Se trata de la prime ra categ oría fenom enoló -
la identi dad del que decide . La decisi ón está dada gica. Ésta comp areció en el recorr ido que se hizo
en La edad del espíritu como poten cia matricial pre-
via al acto de existi r (un mund o, un cosmo s). En
39. Se trata, como más adelan te se mostra rá, de una infe- térmi nos positi vos, fáctic os, no es un Dios calcul a-
Se
rencia «meton ímica» (relativ a a una causali dad ausente ). dor lo que se aperc ibe como perso nifica ción de esa
ia que no puede ser propia mente
causa lidad ausen te. Es, más bien, una poten cia
trata, pues, de una referenc
conoci da o recono cida, pero que debe postula rse por la razón
(fronte riza) que reflexiona; no puede conoce rse, pero debe pen- matricial, que desde el fondo (sin fondo ) de su abis-
sarse (y postula rse como referencia). Es el correla to «real»
que
se
mal «fund amen to» deja que surjan de sí determ i-
(siemp re en falta)» que
nadas elecci ones existe nciale s posibles; que, sin
debe postula rse de aquel «funda mento
del comien zo (o existen cia
descub re ínsito en el dato inaugu ral
en exilio y éxodo). emba rgo, en el seno de esa matri z son tan sólo pu-

132
133
ras posibilidades. Subsisten retenidas en ese rega- En esta primera potencia no actúa todavía en
zo, a modo de infinitas existencias que acaso «po- toda su potencia la potencia disyuntiva, la que per-
drían ser» si alguna potencia o fuerza determinara mite discriminar entre esos infinitos posibles los
y decidiese su surgimiento fuera de la matriz, o su que acceden a surgir a la existencia. La primera
efectiva existenciación; o su expulsión respecto a categoría revela la intervención de la potencia
esa causalidad matricial. copulativa en su forma más inmediata. De hecho
Constituye una potencia ciega que sólo produ- la «energía de ligadura» de esa potencia es la más
ce, desde su pasado inmemorial, en puro repliegue baja, la más cercana al cero absoluto. La potencia
y ocultación, infinitas posibilidades. Esa potencia, copulativa y la disyuntiva se van relevando de modo
agazapada en ese pasado que no puede jamás tras- instantáneo, en una confusa rotación entre ambas.
pasar, mantiene esos posibles en puro estatuto de Los posibles aparecen y desaparecen, sin que esa
tales, sin que ella misma posea la «potencia» para potencia ciega pueda retenerlos en su rotación ver-
determinarlos y decidirlos como actos de ser, como tiginosa. En ese mágico caleidoscopio de puras
existencias. posibilidades la voluntad se halla en reposo. No ha
Mantiene esos posibles co-ligados a través de la sido tensada ni inflamada.
potencia copulativa. Esta actúa en su modo inme- Hay que retroceder, primero de todo, hasta ese
diato: como conjunción de esos infinitos posibles. pasado inmemorial que constituye la «potencia»
Sólo que esa conjunción no destaca ninguno de ellos. anterior al punto de partida, o al comienzo; hay
Todas fluctúan en una oscilación perpetua, o en un que llegarse hasta algo previo respecto al dato que
balanceo sin rumbo ni orientación, en la más pura se da y que aparece. Tal recorrido correspondería
indiferencia. Esa potencia carece de poder engen- a la primera categoría de la esencia del ser del lí-
drador. No dispone de «voluntad» que pueda ser ac- mite. Desde ese retroceso puede entonces asistirse
tivada hacia una elección y decisión en favor de al surgimiento de un mundo con las característi-
aquellas posibilidades que puedan ser pasadas de la cas del presente: un mundo habitado por el exis-
potencia al puro acto de existir. 40 tente en situación de exilio y éxodo. En ese mundo
pueden determinarse las condiciones, de lugar y
tiempo, en las cuales se prepara la presencia del
40. Ver al respecto el célebre texto póstumo (y fragmenta- habitante del mundo. Tal sería la segunda catego-
rio) de Schelling Weltalter en sus diferentes versiones; constitu-
ye la más genial incursión en el ámbito de esta «primera poten-
ría. En ella se consumaría el pasaje de la «primera
cia» que aquí es repensada como primera categoría matricial potencia» al puro acto de existir; o la expulsión de
del conjunto categorial relativo a la esencia del ser del límite. éste extra causas, hacia la condición de exilio y éxo-
134 135
do. Tendría lugar entonces, por «decreto creador», miten su compren sión. Esas claves pueden conce-
la elección y decisión de ese mundo presente que birse como las bases desde las cuales puede
constituy e el mundo existente. Un mundo en exilio sobrellev arse la última exploraci ón y aventura del
y éxodo expelido de su causa. fronterizo en dirección al corazón del cerco her-
Sobre estas bases se puede determin ar la natu- mético. Se trataría, pues, de determin ar la quinta
raleza y condición del habitante de ese mundo. Se categoría , la categoría hermenéu tica; y la sexta, la
puede definir, en una tercera categoría , la condi- categoría mística, la que determin a la cita liminar
ción fronteriza del habitante del cerco del aparecer, del fronterizo con el núcleo, en puro repliegue , del
o del existente en exilio y éxodo. Éste se da enton- cerco hermétic o. Estas dos categoría s permiten
ces cita con la esencia del ser del límite, determi- recorrer, y colonizar , el cerco hermétic o.
nando y decidiend o su ser. Descubre en esa cita su Una vez recorrido este nuevo giro de la espiral
condición esencial: su originari a libertad. reflexiva, el que determin a en su esencia el cerco
Y en esa cita reconoce la condición inteligibl e hermétic o, es posible iniciar el decisivo recorrido
del mundo en el cual habita, así como la experien- en el que ambos cercos, plenamen te constituid os,
cia de esa «sabidurí a inmanent e» implícita y vir- el cerco del aparecer y el cerco hermétic o, se reco-
tual al mundo mismo a través de trazos y de pala- nocen como el despliegue de la esencia del ser del
bras. Con lo cual puede reconoce r el lógos inamente límite. Tal sería el recorrido propiame nte ontológico
al dato del comienzo , al fenómeno. Tal sería la cuar- de la espiral reflexiva. Se producirí a entonces, en
ta categoría . torno a ese cerco fronterizo, el tercero y decisivo
Con estas cuatro categoría s es posible concep- giro de la espiral reflexiva. En ese cerco fronterizo
tuar el cerco del aparecer, el mundo, en el cual el se revelaría la condición de cópula y de disyunció n
ser del límite se da a sí mismo como aparición , fe- del ser del límite. Sólo que ahora ambas adquiri-
nómeno. Una vez efectuado este recorrido fenome- rían toda su relevanci a expositiva en razón de que
nológico de la espiral reflexiva es posible replegar- se descubrir ían como términos medios de aquellos
se hacia aquello en relación a lo cual se da lo que extremos que conjugan y distiende n: el cerco del
se da, o aparece lo que aparece: un círculo de acon- aparecer y el cerco hermétic o. Se reconoce n, pues,
teceres liminares que testimon ian sobre la realidad la cópula y la disyunció n como mediació n y cesura
del cerco hermétic o. entre esos cercos terminale s.
Deben, por tanto, remitirse escritura s y usos Se trata, por tanto, de tres movimie ntos en es-
lingüístic os, en las que el lógos del fenómen o se piral de la reflexión filosófica a través de los cuales
manifiest a, hacia las claves hermenéu ticas que per- puede llegar a ser plenamen te determin ado el «mo-

136 137
mento del despliegue» de la esencia del ser del lími- auto-reflex ión que se apercibe, en y desde el límite, a
te. Esta esencia constituye aquello sobre lo cual cir- partir del puro dato positivo del comienzo, la existen-
cula dicha reflexión. cia en exilio y éxodo. Esta no constituye una «inme-
La reflexión filosófica es, de hecho, la elevación diatez» que pueda mediarse por la vía de la nega-
al estatuto de Idea filosófica de todo ese recorrido ción, como sucede en la Lógica de Hegel. 41 Constitu-
interno de la esencia del ser del límite. Sólo que esa ye ya algo mediato en su carácter de puro efecto que
Idea puede producirse sólo si esta esencia va mos- la experienci a registra. Un efecto relativo a una
trando, en el curso del recorrido filosófico, sus pro- causalidad ausente, o a un fundamento en falta.
pios giros reflexivos. A través de ellos se expone, en
pleno despliegue, la esencia del ser del límite.
41. Hegel desoyó la advertencia de Holderlin relativa a la
Esa plena conceptuac ión como Idea filosófica, imposibilidad liminar de mortales y dioses por captar lo inme-
en la que se articulan los dos momentos del replie- diato. Trató de responder a Holderlin de modo implícito me-
gue y del despliegue, promovien do un modelo de diante una_reasunci ón de esa inmediatez en un plano nuevo, el
razón fronteriza que puede ser denominad o en pro- de la esencia, en donde esa inmediatez no es el puro indetermi-
nado irreflexivo sino la inmediatez resultante de la identidad
piedad como filosofía del límite, constituye el últi- reflexiva entre la negación y ella misma. Ver al respecto Dietrich
mo recorrido, el cuarto, de esta espiral reflexiva, que Heinrich, Hegel in seiner Kontext.
al llevar a cabo este giro logra «saltar» del movi- Schelling, en cambio, se atiene rigurosament e a la adver-
tencia de Hólderlin. Por ello renuncia, en su última filosofía, a
miento esenciante propio de los tres giros anterio- la intuición intelectual a través de su concepción del extasis
res, en los que la esencia se manifiesta en su des- d: la_razón. La ra~ón en éxtasis constituye, entonces, la prope-
pliegue, a un territorio propio de la razón que con- deut1ca de una «filosofía positiva» que se atiene al puro efec-
to que la experiencia registra como dato primero: la ex-sis-
cibe: el ámbito en el que puede formarse el concepto tencia.
ftlosófico que correspond e a la Idea de ser del límite. La causalidad de ésta debe buscarse en el misterio insonda-
El concepto sólo podrá formarse una vez tal des- ble de la libertad divina y humana. La libertad divina, probada
pliegue, y su recorrido en tres cercos, se ha produci- en la creación, «pone» un mundo fuera de sí (en el sentido de lo
que existe «praeter Deum»). Tal es el mundo ideal. La libertad
do. Sólo entonces se hace posible un cuarto recorri- humana, a través de la caída originaria, «pone» un mundo «ex-
do, esta vez propiamen te filosófico, en torno al con- tra Deum» como el efectivamente existente. El primer mundo, o
cepto adecuado a la Idea filosófica de ser del límite. la primera creación, exige, para su pleno restablecimie nto
(conjuntivo, sim-bálico) la aventura divina de la redención, de la
Sólo que esa espiral reflexiva que puede condu- que la Revelación (cristiana) da testimonio. El mundo real, en su
cirnos hasta el concepto adecuado a la Idea de fi- carácter perturbado y desordenado, es asumido en la concien-
losofía del límite y de razón fronteriza que se propo- ci~ human~ a través de una proto-revelac ión siempre fallida, la
mitología. Esta es la espontánea producción de esa revelación de
ne brotan, de forma espontánea , de la espontánea
138 139
Entre éste y su efecto media ya la potencia en virtud del cual esas operaciones ad intra de la
disyuntiva propia del límite limitante, o de la cesu- esencia, posibilitadas por la cópula y la disyunción,
ra dia-bálica. Sólo a posteriori, y a través de la pro- permiten una exposición de esa reflexividad pro-
pia naturaleza «unificante» del limes, que la me- pia de la esencia a través de sus tres cercos, cerco
diación sim-bólica testifica, puede esa cesura ser de aparecer, cerco hermético y cerco fronterizo.
trans-figurada, permitiendo de esta suerte revelar El recorrido de esos cercos podría concebirse
el poder unificador de la cópula. como los giros de una espiral reflexiva, que prime-
La cópula y la disyunción, en su condición de ro circula por el ámbito de lo que aparece y se da,
potencias, constituyen el entramado de la esencia luego avanza hasta lo que se revela allende el lími-
que se descubre a través del repliegue auto-reflexi- te, en el cerco hermético, y por último integra esos
vo de ésta. De una esencia que es esencia del ser dos cercos en un espacio fundante, el cerco fronte-
del límite. Esas potencias se actualizan a través de rizo, en el que la cópula y la disyunción se recono-
su despliegue expositivo a través de los tres cercos. cen como enlace y diferenciación de los dos cercos
Ese despliegue es, pues, el acto propio de la esen- extremos (del aparecer y hermético).
cia. En él ésta se «pone en obra» (en-érgeia). Por último cabría hablar de un recorrido pro-
piamente filosófico en el que esa esencia del ser del
límite, plenamente determinada, permitiría conce-
IV bir el concepto que a ella corresponde; y con él la
Idea filosófica de una razón fronteriza que tiene
Habría, por tanto, dos rutas de investigación po- por objeto propio el ser del límite. En esa adecua-
sibles en torno a la esencia del ser del límite: el ción o ajuste entre esa razón o lagos y ese ser se
«momento del repliegue», en el que se reconoce el podría, al fin, determinar la verdad propuesta por
carácter auto-reflexivo de esa esencia; y se descu- esta orientación filosófica.
bre, en ese carácter, el papel fundante de la cópula En este último recorrido se debería, pues, avan-
y de la disyunción. Y el «momento del despliegue», zar una concepción de la verdad que hiciera justicia
a la naturaleza y esencia del ser del límite en su posi-
ble ajuste y concordancia con la razón fronteriza. 42
un mundo separado de Dios en la «conciencia desventurada» del
hombre. En ella opera radicalmente la potencia disyuntiva y dia-
bálica, descoyuntando las «potencias» que en Dios se hallan uni- 42. Este asunto será tratado más adelante, especialmente
ficadas (de ahí el carácter perturbado del «politeísmo simultáneo en el capítulo titulado «Realidad y verdad»; y más in extenso en
y sucesivo» que la mitología expresa). la parte titulada «Crítica de la razón fronteriza».

140 141
Todo este recorrido nos permite la formación de reflexión sobre la articulació n de esa verdad alcan-
un concepto adecuado a la esencia, plenamente de- zada con el horizonte de libertad. Ello implica de-
terminada, del ser del límite. Pero esa investigaci ón sajustar esa verdad en relación al pasado y al pre-
sobre los dos momentos, de repliegue y despliegue, sente de la esencia que concibe en relación a ese
de esa esencia nos conducen tan sólo a la articula- horizonte liminar que constituye el futuro.
ción del pasado inmemorial de la esencia con su pre- De la exposición de la esencia en su despliegue,
sente actual. La esencia del ser del límite, se ha di- en la que resplandec e el presente de la esencia, debe
cho, debe concebirse en la plena articulació n de sus pasarse a la profecía relativa al futuro en la cual esa
éxtasis temporales . De hecho el futuro de la esencia, esencia alcanza su plena determinac ión. Ya que ese
el que permite definir ésta como libertad, queda im- futuro no puede ser expuesto. Como recuerda
plícito y latente en todo este recorrido. Schelling en Las edades del mundo, tan sólo puede
Se insinúa, ciertament e, en la progresión esca- ser profetizado .
lonada de las siete categorías. Compete a la expo- Por eso toda esta investigaci ón debe girarse ha-
sición de éstas irla mostrando en su paulatina for- cia aquello que se va formando a través del recorri-
mación. En cierto modo todas las categorías están do de las siete categorías. Eso que se va formando, y
en tensión hacia ese futuro esencial, o futuro cons- que en su plena formación posee naturaleza
titutivo, que jamás puede llegar a ser presencia. escatológic a, fue denominad o en mi libro La edad
Todas ellas se hallan, pues, grávidas de ese futuro del espíritu «el espíritu». La esencia de éste es la li-
(escatológi co, final) que constituye el referente que bertad. De hecho la condición fronteriza, que reco-
abre la esencia del ser del límite a su verdadera noce la libertad en su esencia, delata su naturaleza
condición de libertad. espiritual.
De hecho la filosofía del límite, que asiste al ajus- El fronterizo es espíritu en formación en la me-
te de la razón fronteriza con la esencia, plenamen- dida en que se halla «en camino» hacia ese signo de
te desplegada , del ser del límite, concibiend o esa identidad de su naturaleza de ser libre que resplan-
adaecuatio como verdad, debe tensar de modo ex- dece en el horizonte como habitante del futuro. De
stático esa verdad concebida (relativa al pasado y hecho ese espíritu plenamente realizado constituye
al presente de la esencia) hacia el horizonte de la la referencia del fronterizo: su doble ideal, su espejo
libertad, que es el futuro. no empañado, su verdadero daímon. 43 El tiempo de
Debe, pues, llevarse a cabo, en este cuarto y de-
cisivo recorrido, en el que se forma una Idea filo- 43. Véase mi libro Pensar la religión, capítulo titulado «El
acontecimien to ético».
sófica relativa a la esencia del ser del límite, una
142 143
su existencia , tiempo futuro, sería lo que en ese li- en el cual esa esencia llega a exponerse, la naturale-
bro mío llamaba «la edad del espíritu». za libre de esa esencia, girada hacia el futuro, se
En el despliegu e de la esencia del ser del límite se manifiest a en especial en algunos momento s estra-
constituy e el cerco fronterizo . Éste es, de hecho, el tégicos particula rmente relevantes . En primer lugar,
que aloja al existente fronterizo como a aquél ser en el pasaje de la primera categoría a la segunda
que dispone de libertad en relación a los compo- (que en el recorrido simbólico se retrotrae a un «acto
nentes intrínseco s de la esencia que en ese cerco se creador» o genesíaco , el que permite la emergenc ia
encuentra n, la cópula y la disyunció n. Esa cópula y del mundo, o la ordenació n del cósmos).
esa disyunció n unen y distiende n, respectiv amente, Schelling descubre allí el incógnito de la liber-
los dos cercos extremos , del aparecer y hermético . tad divina. De ella deriva la positivida d de su efec-
El fronterizo reconoce entonces su libertad: su ca- to, el mundo presente y existente, del cual la razón
pacidad para mantener se en su propio cerco fronte- adquiere experienc ia. Esa experienc ia de un efecto
rizo, tratando de adecuar su voluntad con su ser del que se desconoc e la causa a priori, ya que ésta
mismo, cumplien do así el «imperati vo pindárico », constituy e el misterio de la libre resolució n divina
o su facultad de inclinació n hacia los cercos extre- de «crear un mundo», o de revelar Su propia esen-
mos, a expensas de su propia condición . cia, es lo que funda el «empiris mo trascende ntal»
En esa tendencia se expresa la voluntad de su- de la «filosofía positiva» .
primir uno de los cercos extremos , dislocand o así, Aquí nos debemos limitar a la constatac ión de
y distorsio nando, la naturalez a del cerco fronteri- una «segunda potencia» (en el sentido que Schelling
zo. Se pretende eliminar como inexisten te el cerco da a ésta) que es capaz de activar la primera, o de
hermétic o. O se pretende que sólo exista éste. El conducir el ámbito infinito de posibilid ades de ésta
fronterizo , en su historia, ha expresad o esas dos hacia la inexorab le condición electiva y selectiva
tendencia s. En el mundo antiguo y medieval sólo de aquéllo que traspasa a la existenci a. Tal debe
parecía real y existente el cerco de lo sagrado. De ser la investiga ción que permita la determin ación
ahí la preponde rancia de la religión, o del imagi- de la segunda categoría , en la que resplande ce el
nario simbólico que se da curso expositiv o a través carácter positivo, puesto, ya dado de antemano de
del culto religioso. En la modernid ad, en la edad de la existencia : la aparición de ésta como dato del
la razón, se tendió a subordin ar ese espacio sagra- comienzo .
do al cerco del aparecer, al mundo (y al sujeto como La condició n libre del fronterizo adquiere ple-
fundame nto de éste). na determin ación en la tercera categoría . Por vez
En el despliegu e de la esencia del ser del límite, primera éste se da cita con la primera versión anti-

144 145
cipada de aquella referencia escatológica que cons- de la «tiniebla luminosa», arriba del Sinaí místico.
tituye el daímon propio del fronterizo. Éste se pro- Por fin, en la séptima categoría, ese encuentro del
yecta en forma de espíritu en el horizonte futuro. testigo con su daímon adquiere toda su radicalidad.
Pero ya en esta categoría se le anticipa. De este De este modo la exposición del despliegue, que se
modo la exposición de la esencia del ser del límite mantiene siempre en referencia al presente de la
se abre hacia la dimensión del futuro. O se proyec- esencia, revela, en el curso expositivo mismo, esa
ta hacia éste. dimensión de futuro (escatológica, final) en el que
En ese encuentro en el cual se desarrolla esta la esencia se descubre idéntica a la libertad. La re-
categoría presencial, la figura sagrada, anticipo del ferencia escatológica constituye, de hecho, el nor-
daímon propio del fronterizo, adquiere status per- te y el oriente de esa libertad: lo que permite orien-
sonal. Y el propio fronterizo reconoce en esa co- tar el ethos del fronterizo.
yuntura su propia naturaleza de persona (per- En ese futuro escatológico que jamás puede ser
sonare; es decir, aquella «máscara» a través de la presente resplandece la Idea filosófica de espíritu
cual una voz «resuena»). En este contexto la voz y la personificación del Ideal que de esa Idea se
que «resuena» en la persona es la Voz de Orden desprende. En torno a esta personificación puede
que le conmina a ser fronterizo, o a ejecutar el «im- abrirse el marco de una genuina religión del espí-
perativo pindárico». ritu. En esa Idea co-incide la razón fronteriza y el
El daímon propio, que por vez primera se reve- acontecer sim-bálico (el que expresa la conjunción
la en esta tercera categoría bajo la forma terrible y entre el fronterizo y su daímon).
fascinante de una teofanía personal, personificada La razón fronteriza, que a través de un concepto
(en un registro politeísta, henoteísta o tendencial- en éxtasis se abre a la existencia en exilio y éxodo,
mente monoteísta), conmina de hecho al humilis asiste a la trans-figuración de ésta en condición fron-
ascendido a la condición de habitante de la fronte- teriza, alojada en el cerco limítrofe, como condición
ra a realizar esa condición fronteriza que le define. que libremente asume el imperativo «pindárico»; y
Esa figura escatológica del daímon, personifi- que en ese límite del mundo alcanza la conjunción
cación del espíritu, se va determinando en el curso plena con el daímon propio, realizándose de ese modo
mismo del recorrido categorial. En la sexta cate- el símbolo como símbolo. Tal es el acontecimiento
goría, la que expresa la voluntad del fronterizo por propiamente espiritual: aquél referente que sólo po-
alcanzar la unión mística, comparece en toda su see naturaleza escatológica, o relativa a un futuro con-
abismal naturaleza trascendente, a modo de per- cebido en su esencia (como puro futuro; futuro que
sonificación de esa unión que se efectúa en el seno jamás puede encarnarse en un presente).
146
9. Sobre la muerte 44

Quizás no sea la muerte la «última palabra»


en relación al enigma de la existenci a. Quizás abre
un espacio en blanco, un gran calderón musical,
un silencio abrupto y prolonga do en relación a una
trascende ncia de la cual los humanos carecemo s
de indicio alguno de conocimi ento.
La muerte es el paradigm a mismo de todo des-
garramie nto y desvenien cia. Es la sustantiv ación
de una arritmia que actúa como trágica cesura. En
la muerte la potencia disyuntiv a hace acto de pre-
sencia en la existenci a en exilio y éxodo, cercenán -
dola de cuajo. En la muerte la disyunció n, la cesu-
ra, el límite limitante irrumpen de modo exclusivo

44. Véase al respecto la voz «Muerte» de mi Diccionario del


espíritu.

149
y exclusivista, sin mediación alguna con la poten- Desde la óptica de la pura subjetividad el fin o
cia unitiva. El «poder de desgarramiento» (Hegel) el télos de la existencia sólo puede ser la constitu-
se revela en su pura inmediatez, sin poderse con- ción de un sujeto omnipotente que aniquila toda
juntar con el «poder unificador». subjetividad singular, así en el modelo del sujeto
A la disyunción sin cópula, o a la diferencia sal- absoluto (y de su auto-afirmada voluntad de po-
vaje, sin mediación con la mismidad, debe llamár- der); o bien la constitución de una singularidad fi-
sele la nada. La muerte es el emisario de esa nada. nita y perecedera que sólo percibe la propia nada
En la muerte sobreviene la aniquilación de la exis- como horizonte (según el modelo del «ser relativo
tencia. La nada hace acto de presencia en el cerco a la muerte»).
del aparecer, infestándolo de nihilidad. El límite, Desde la ética fronteriza, por el contrario, la
en su abrupta presencia limitante, absorbe y funde muerte, y la nada que ésta anuncia, abren la posi-
en él mismo al existir, quebrándolo por entero. El bilidad (escatológica, futura) de un evento espiri-
limes desaparece. tual en el que se den cita, en la frontera del mundo
La muerte es la absoluta y radical falta de limes. el fronterizo con su auténtico sí-mismo (su daímo~
Es la revelación de lo que de ese faltar del límite propio). La anticipación de ese evento constituye
resulta: la nada. Ésta es la referencia de esa falta. la genuina experiencia espiritual. Ésta sólo es posi-
Puede pensarse o imaginarse como puro vacío. Es ble adelantándose a la propia muerte, y a la nada
el puro vaciado de esencia y sustantividad del limes. que ésta trae consigo, a través de una despotencia-
La muerte, al revelar la nada, es la gran prueba ción y vaciado de la expresa voluntad de ser sujeto.
de la ética fronteriza. En la anticipación de la muer- Eso significa la des-subjetivación del sí-mismo
te, alumbrada por la experiencia del vértigo o de la que se descubre en el propio fronterizo. O el vacia-
angustia, la muerte reta e incita al fronterizo a un do general de ese ego cuyo núcleo de mismidad
«vaciado» respecto a su propia voluntad relativa a auto-reflexiva es convertido por la voluntad subje-
ser sujeto. Esa experiencia de anticipación de la tivista en fundamento de la propia existencia. Tal
muerte y del advenimiento de la nada permite al es la «pequeña muerte» que permite anticipar la
existente fronterizo des-potenciar su núcleo de muerte, atrayendo hacia sí la nada como experien-
identidad e ipseidad, o des-subjetivar su sí-mismo. cia de vacío propio. En esa experiencia puede na-
En esa experiencia se le abre la posibilidad de orien- cer, o co-nacer, el germen de la conjunción sym-
tar su querer hacia la asunción de su condición bálica del sí-mismo del fronterizo con su daímon.
fronteriza, atendiendo a toda la complejidad que En esa conjunción tiene lugar el evento espiri-
su ser del límite revela. tual: el encuentro y la plena unión de las dos par-
150 151
tes del símbolo, la que circula en exilio y éxodo por modo a como suele presentarse en el pensar co-
el cerco del aparecer y .la que se halla replegada en el mún?
cerco hermético. El fronterizo halla así su doble Sin duda la muerte comparece como futuro del
ideal y su espejo no empañado. Tal es el evento es- presente; como el último tramo de éste. Es el futu-
catológico en el que se produce la consumación de ro inmediato que cierra el eón presente en el que
ese encuentro. Tal evento puede ser anticipado en habita el fronterizo. Pero la muerte podría acaso
la experiencia espiritual. En ella puede darse senti- pensarse como el límite que circunscribe este eón
do a la irrupción de la nada en forma de muerte en relación al verdadero futuro, a un futuro esen-
anticipada. cial que posee condición escatológica.
El ser del límite sólo adquiere verdad y cohe- La muerte sería entonces la trágica condición
sión, o consistencia, avanzando hacia la reflexión de posibilidad de que éste, el verdadero futuro, se
que unifica la cópula y la disyunción; aventurándose constituya. O de que haya, en general, futuro (como
en la esencia. En ésta halla el ser del límite su pro- futuro que sólo puede ser tal, que jamás puede en-
pia efectividad. Su realidad afirmativa y positiva. carnarse en un presente). Sin la experiencia anti-
En la apertura de esa esencia del ser del límite ha- cipada de la muerte, y sin la consumación real de
cia toda su compleja referencia temporal (pasado, ésta, no habría posibilidad de horizonte de futuro:
presente, futuro) halla el fronterizo su posible libe- el que abre el circuito de la libertad del fronterizo.
ración respecto a la pura ananke, o necesidad limi- Sólo un existente mortal que habita la frontera
tante, que la pura nada introduce en su existencia del mundo puede, en razón de ese terrible peaje,
en exilio y éxodo. En su remisión al futuro, al hori- constituirse en ser libre: en espíritu potencial, o en
zonte escatológico del espíritu, halla quizás el exis- espíritu presente que sólo alcanza su acto propio
tente fronterizo una respuesta a la pregunta por el en el horizonte escatológico de un futuro que ja-
sentido o sinsentido de esa nada que se atestigua más abdica de su propia condición; de un futuro
en la anticipación de la muerte como experiencia. que es siempre, en toda circunstancia, futuro y sólo
¿Es la muerte un fin absoluto y radical en el futuro. Un futuro que está siempre por llegar, cuya
que la existencia queda aniquilada, o constituye un condición advenidera no puede jamás darse un
pasaje en relación a un horizonte que, desde el cer- «presente». Un futuro que no puede presentarse.
co del aparecer, se desconoce? ¿Constituye la muer-
te el único futuro que aguarda al existente, o éste,
el futuro, exige una consideración más detenida,
desde la cual podría concebirse la muerte de otro
152

l
Segunda parte:
Conceptos nucleares

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'.'I
1. El continente de la nada

En toda filosofía comparece, ya en las primeras


palabras de su discurso, o en los primeros renglo-
nes de su exposición escrita, la secular cuestión del
ser; esa cuestión, filtrada ya desde el comienzo de
la exposición, asegura el carácter de philosophia
perennis de toda pretensión por instituir una instau-
ratio magna en filosofía.
Quizás hoy, escarmentados del constante rele-
vo de esas instauraciones, asumimos en filosofía
un comportamiento más discreto y silencioso, o
menos vociferante que en los tiempos de la moder-
nidad, pero igualmente efectivo a la larga. Y tanto
hoy como ayer esa cuestión del ser aparece desde
el principio, aun cuando sea obliterada por fórmu-
las o por expresiones que evitan nombrar éste en
su cruda presencia tradicional.

157
Sólo que el ser comparece siempre, desde sus al afirmar la identidad entre ser y pensar, y al apar-
orígenes griegos, hermanado y en lucha con su tar del pensamiento y del lenguaje, de la compren-
propia y pertinente sombra, lo que Parménides sión y de su expresión, lo que absolutament e niega
tematizó por vez prirnera como «no ser» o «nada» al ser: el no ser, la nada.
(ouk ón). Es, pues, un ser que se destaca, como la Esa unión de ser, pensar y decir (o pensar-de-
luz de las sombras, en relación a su opuesto radi- cir) constituye el dato complejo que se halla en el
cal, o a aquello que de forma terminante lo niega y comienzo de toda filosofía, a modo de incrustación
lo rechaza, la nada. o huella de su origen parmenídico. Pero ese dato
Hay un conflicto esencial con el cual la filoso- complejo, de hecho, incluye también la sombra en
fía tiene que lidiar y en relación al cual puede emer- relación a la cual, y en lucha con la cual, puede
ger un concepto justo de verdad. Ésta es, quizás, la destacarse lo que se sabe del ser. E incluye, además,
exposición de una lucha, inherente a «la cosa mis- esa misma lucha como tal lucha. Ahora se trata,
ma», en la que se advierten dos potencias, conjun- aquí, de tematizar esa sombra que acompaña siem-
tiva y disyuntiva, que a modo de luz y sombra se pre toda implantación filosófica que pretende in-
disputan el horizonte de lo existente. Aquí la som- troducir algún novum en el mundo de las ideas fi-
bra pertenece a la cosa misma, lo mismo que la losóficas. Se trata de pensar en esa sombra; en el
luz. Y el primer modo en que esa lucha tiene lugar, no ser, en la nada.
ya en las primeras palabras de todo discurso filosó- Como dije en La filosofía y su sombra, la filoso-
fico, se revela bajo la forma de la dualidad interna fía debe atender, además de aquello sobre lo cual
e inmanente entre el ser y la nada. se afirma (el ser), a aquello que constituye su refe-
Hay, pues, en el origen mismo un dato que hace rente negativo, y que desde su origen en Parménides
su aparición en toda exposición filosófica. Y ese suele llamarse no ser, nada. Se trata, pues, de ahon-
dato presenta tres aspectos: el ser mismo, que en el dar en la naturaleza de esa nada que nos asalta de
comienzo de toda filosofía acaba compareciend o; pronto en las primeras páginas de este discurso fi-
la nada respecto a la cual se destaca el ser como tal losófico con el reto de que la pensemos de verdad.
ser del comienzo; y la lucha interna e inmanente ¿Qué es lo que queremos significar con esa ex-
entre lo que puede entenderse con una y otra acep- presión? ¿Cómo se va inventando y reinventando
ción, ser y nada. en los sucesivos episodios de la historia misma del
Y desde luego la comprensión inmediata que de pensamiento que se hace cargo de ella; ese pensa-
esos tres términos articulados se produce, esa com- miento que identificamos como propiamente filo-
prensión que por vez primera tematizó Parménides sófico? ¿Qué entendemos aquí por esa sombra que

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acompaña y se opone siempre al ser, determinan- aunque sea para decretar su carácter de algo
do y decidiendo, desde su escurridiza existencia consustancialmente impensable, o no hay pensa-
inane, lo que por tal llegamos a entender? miento alguno, ni por supuesto pensamiento filo-
Hasta podría afirmarse que la filosofía o es pen- sófico.
samiento enfebrecido e insomne sobre esa nada o Hasta podría pensarse que si hay tal cosa como
no es; o se atreve a avanzar alguna proposición re- pensamiento es, justamente, por e] reto y el envite
lativa al inmenso descubrimiento parmenídeo de que la nada le propone. Y hasta podría hacerse ex-
esa nada, o no accede a su pretensión de constituir- tensiva esta reflexión con relación al propio len-
se como auténtica filosofía. Una filosofía prueba guaje, o a la expresión lingüística de todo pensa-
su temple, su valor~ su poder en esta prueba a que miento, o al hecho en general de que pensamiento
le somete la necesidad de hacerse cargo de la nada y lenguaje se hallen desde siempre en estrecha tra-
como dato que asalta ya desde el comienzo. bazón.
La inmensidad del hallazgo parmenídeo con- Quizás sea la nada la que trae al mundo la po-
sistió, quizás, en haber tematizado ese dato como sibilidad misma de que haya en general pensamien-
aquello con lo que hay que contar desde el comien- to y lenguaje. O que despunte la propia inteligen-
zo, por mucho que el propio Parménides concibió cia. Ésta emerge y despierta de su letargo, o de su
ese dato como aquel que nunca, bajo ninguna cir- entumecimiento vegetal y animal, al presentarse
cunstancia, podía ser acogido por el pensamiento el «hecho bruto» que es la nada; un factum origi-
y por el lenguaje. Negando y rechazando el sende- nario de naturaleza brutal. La nada permite el sal-
ro que conduce al pensamiento por la vía extravia- to del ensañamiento preconsciente en donde dor-
da y errática de la nada Parménides abrió la bre- mita, en la escala de la vida, la inteligencia, hasta
cha de esta proteica cuestión, quizás la primera y la plena comparecencia de ésta. La nada la hace
más genuina cuestión ontológica. posible. En virtud de la nada despunta la inteligen-
Pues una ontología que se precie de tal tiene la cia; y le concede su carácter insomne y en duerme-
obligación sine qua non de abordar y profundizar vela. Quizás toda inteligencia sea, ante y sobre todo,
en esa cuestión que el no ser, la nada, plantean siem- inteligencia de la nada, o relativa siempre a esa nada
pre al pensamiento. Una ontología que pase por en la que parece hallar su propia condición de sur-
alto o de puntillas sobre el inmenso reto que la nada gimiento.
le propone no puede acreditarse como tal. Y en Sólo que esa nada no es en absoluto algo sim-
general puede hacerse extensivo lo mismo en rela-. ple y sencillo que permita una determinación
ción a toda propuesta filosófica. O se piensa la nada, ·· unívoca. Exige una consideración reflexiva y mi-
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nudosa. No basta con decir que es algo que se opo- puede «ensombrecer» la mente del que cae en com-
ne siempre al ser. Esa oposición lo es desde su im- bate, sumiendo al héroe en el embotamiento brus-
pertérrita potencia, a la cual el ser resiste. Debe, co y radical que determina su tránsito hacia el
pues, examinarse «en sí y por sí», si queremos al- Hades, como ocurre con los héroes de la Ilíada.
canzar los mejores matices de su compleja natura- Constituye el estatuto espectral, de eídola, inherente
leza. a los «aparecidos», a los «fantasmas». Y ya Platón
Es una sombra, ciertamente. Las sombras se advirtió esta connivencia del mundo de los «fan-
adelgazan y se ensanchan siempre en función de tasmas» con la categoría de la nada.
la posición de los rayos luminosos sobre los cuer- Pues la nada, como la sombra, es algo comple-
pos, y de la proyección de éstos en alguna superfi- jo; constituye un signo unívoco y económico con el
cie. Al plegarse a ésta asumen formas imprevisi- que expresamos, en su máxima generalidad y va-
bles, onduladas, escarpadas, según la naturaleza ciedad, un continente abigarrado y barroco en su
del terreno. El mundo de las sombras asume, así, propia vaciedad desertizada, lleno de irreales e
su propia coreografía, mostrándose como un uni- imposibles «regiones naturales». O es la simple
verso de signos y de ademanes, o de gesticulacio- semilla de un árbol, árbol de maldición y reproba-
nes inesperadas, que debe ser considerado en él ción, particularmente imponente y frondoso. La
mismo. El infierno, mundo de sombras, nunca fue cuestión relativa a la nada no es simple por razón
concebido por la imaginería tradicional como una de que el continente de la nada es alambicado y
estancia inmóvil de hechos y personajes simples. complejo. Exige un tratamiento minucioso, porme-
Sus formas son, quizás, deformes; sus siluetas, norizado.
escurridizas, tornadizas; sus naturalezas, eva- Quizás sea buena la estrategia de ir acercándo-
nescentes. Componen un mundo aparte que nutre nos a la noción a partir de imágenes y metáforas
nuestras ensoñaciones y nuestras necesidades con las que suele hallarse asociada. Hegel, en su
fabuladoras. Se puede perder la sombra. Puede ésta Ciencia de la Lógica, al determinar la nada se apo-
visitarnos como premonición de lo funesto. Hasta ya en una única imagen, el vacío (que, de hecho,
se puede hipostasiar, como en la necrología egip- ya caracteriza para Hegel la «indeterminabilidad»
cia, como una de las personificaciones del «doble» del puro ser del comienzo). Llama Hegel a la nada
del personaje viviente. «perfecta vaciedad» (vollkommene Leerheit). De
O puede desplomarse sobre los vivos, llenándo- hecho ya desde los antiguos atomistas griegos se
les de espanto y terror (como sucede en alguna ex- tendió a asociar «nada» y «vacío». Demócrito, au-
traordinaria narración de Edgar Allan Poe). O bien téntico descubridor en tierras griegas del vacío,
162 163
parece haberlo determinado como no ser, como infame que contamina y contagia de «ardor» a todo
nada (en contraposición a lo «pleno», que es el áto- cuanto existe.
mo indivisible y eterno, concebido en términos plu- Sólo el desencadenamiento de la «rueda de la
rales, o multiplicado al infinito). verdad» que el evangelio búdico revela puede con-
No hace falta profundizar demasiado en las trarrestar ese incendio, introduciendo islotes de in-
fuentes orientales del pensamiento para compro- munidad en ese bosque en llamas. Ese Nirvana,
bar la relevancia que allí tienen nociones próximas sin embargo, sólo puede caracterizarse de forma
a nuestros conceptos, procedentes de Grecia, de la negativa. O ni siquiera se alcanza por negación
nada y del vacío. El «estado de Nirvana» al que mental o intelectual; ni desde luego a través de los
hacen referencia las tradiciones que se reclaman combates dialécticos de los sabios. Exige una trans-
del Buddha evoca, espontáneamente, estos concep- formación general de la experiencia de vida en vir-
tos, por mucho que introduce matices diferencia- tud de la cual se logra vaciar, o desalojar, cuanta
les que, en esas mismas tradiciones, dan lugar a falsa «plenitud» encierran en su interior los seres
diferentes tendencias y escuelas. 45 vivos.
Nirvana significa, literalmente, «apagón, extin- Aquí el vacío, posible emisario del significante
ción», relativos a un incendio que se propaga. La «nada», se halla valorado de manera altamente po-
existencia, hinchada y pletórica por la «llenazón» sitiva. Esto constituye desde luego una particulari-
que en ella imprimen el deseo, la pasión, el apego dad propia del pensamiento oriental en la medida
al ego, puede alcanzar, si sigue rigurosamente los en que crece y se desarrolla en contacto con tradi-
principios enunciados por la «iluminación» búdica, ciones budistas. Algo semejante encontramos tam-
relativa a las «cuatro nobles verdades», y si desde bién en ciertas tradiciones místicas occidentales,
esa gnosis prosigue la escarpada senda del «óctuple aunque con importantes matices diferenciales. 46
sendero», ese estado de Nirvana en el cual se expe-
rimenta un general «vaciado» de aquello de lo cual 46. Así en la mística renana, y en particular en el maestro
andaba rebosante. En ese estado tiene lugar un apa- Eckhart. En éste se pretende «hacer el vacío» en el interior del
creyente, o del devoto, hasta llegar a un vaciado absoluto de
gamiento progresivo, o una gradual extinción, del todo aquello que debe ser sometido a la prueba de la docta
«incendio» que el deseo y la pasión del ego no ha- ignorantia, incluida la idea misma de Dios. Una vez efectuado
cen sino propagar y reproducir, a modo de rueda ese ejercicio de radical anonadamiento, en el que la nada misma
resplandece, en esa asunción de la «pequeña muerta mística»
que anticipa la muerte fáctica, puede promoverse el surgimien-
45. Véase, a este respecto, la caracterización que hago del to, o la natividad, del propio Dios en el creyente. Ese vaciado
budismo en mi libro La edad del espíritu. trascendental, o esa conformación con la nada, es, por tanto,

164 165
De hecho la nada comparece en la filosofía grie- pertinente determinar como «no-ser». Pero ese «no-
ga arcaica con el mismo carácter monolítico con ser», sin embargo, es y existe de algún modo, o in-
que lo hace su potencia antagónica, el ser. Eso su- siste en ser de alguna extraña manera. Es más, si
cede sobre todo en esa extraordinaria revelación no se le da cierto estatuto de existente termina ha-
filosófica que constituye el Poema de Parménides. ciendo imposible todo hablar y decir verdadero (di-
_ Pero Platón, en su extraordinario diálogo El ficultad en la que incurre, al parecer del Sócrates
sofista, se ve en la necesidad de rectificar esta ta- platónico, Parménides en su célebre poema).
jante divisoria parmenídica, introduciendo una Platón termina por considerar necesario inte-
distinción que afecta tanto al ser como a la nada. grar la categoría de no-ser dentro de los «géneros
Platón se pregunta en ese diálogo por el estatuto supremos» que constituyen el horizonte mismo de
ontológico del hablar sofístico, cuyo carácter ina- nuestra habla y de nuestro pensamiento: el marco
ne se revela a través del propio diálogo (y de toda mismo desde el cual pueden constituirse las ideas
la obra platónica que le precede). que, según él, constituyen el presupuesto desde el
En general se pregunta por el estatuto ontológico cual se construye el mundo (por la vía demiúrgica,
tanto de un decir o de un pensar que no tiene por tal como se dice en este diálogo y se explicita en el
referente la verdad, como de aquellas pseudo-enti- Timeo).
dades que configuran lo que denomina eídola: el Pero esa integración se hace a partir de una con-
contraplacado negativo de la idea: cosas u objetos dición: la distinción, que hace época, entre el abso-
cuyo estatuto «fantasmal» les es inherente, como luto no-ser de Parménides, ouk ón, y un no-serre-
las sombras, los reflejos en el agua, las ilusiones lativo y relacional que puede llegar a formar «co-
ópticas, los espejismos, etc. munidad dia-lógica» (koinonía) con el ser. Tal no-
Debe, a la vez, aceptar que en ese espacio ambi- ser lo determina como mé ón, un no-ser que en
guo se refugia el sofista; un espacio al que parece cierto modo «es», o que puede combinarse con su
opuesto, el ser, bajo determinadas condiciones (en
un tercero, el ser en reposo o en movimiento, del
relativo al ?acir.niento delpléroma, o plenitud, del Dios que co- que bajo cierto aspecto puede decirse «que es», y
n~ce en el mtenor del creyente. Entonces éste puede saberse él
m_1smo co-respons~ble de la esencia y manifestación del propio en otro que «no es»).
~1_os, de sus ope~a~10nes ad intra, trinitarias, de la eterna proce- De hecho la distinción en cierto modo refuerza
s10n del Verbo d1vmo y de la «espiración» del espíritu, y de sus y sobredetermina otra importante distinción
obras ad extra, como la creación y redención. En todo ello la
existencia propia e intransferible del creyente es decisiva, pues platónica, la que establece en ese mismo contexto
su ser-uno con Dios se ha consumado. del Sofista entre «lo mismo» y «lo otro» (tautón y
166 167

'1:
~lL_______ _ ---=,~- .,~ f
thaterón). El génefo supremo de lo otro, de la Estamos, pues, en el mismo plano del Sofista pla-
alteridad o de la diferencia prepara, en este senti- tónico relativo al estatuto del habla y del pensa-
do, la redefinición de lo que debe entenderse por miento sofístico, o de los brillos y apariencias de
meón, no-ser en sentido relativo. los reflejos en el agua, o de las sombras y los fan-
Quizás quien prosigue esta analítica platónica tasmas: en el complejo mundo platónico de la eídola
con su máximo rigor y comprensión es Hegel en (ídolo; falso pretendiente al estatuto de idea).
su «doctrina de la esencia» de la Ciencia de la Lógi- La grandeza del tratado hegeliano sobre ese
ca. Este texto es, en cierto modo, sobre todo en su Schein consiste en llevar mucho más lejos que
arranque, un tratado entero y verdadero sobre lo Platón su exigencia de pensarlo. No se limita a dar-
que he llamado anteriormente el complejo conti- le cierto estatuto de ente, que en cierto modo com-
nente de la nada. Si la Lógica se inicia con la «doc- promete la propia «entidad» de lo que «verdadera-
trina del ser», este texto relativo a la esencia es, de. mente existe» (ontós ón). En Hegel el análisis del
hecho, una auténtica «doctrina de la nada». Schein se efectúa con la expresa finalidad de acce-
Ésta, la nada, había sido ya introducida desde der a una definición adecuada (en el sentido
el comienzo, en su identidad e indistinción con el spinozista de esta expresión) de lo que debe enten-
ser (afirmada en los primeros parágrafos de esta derse por Wesen, esencia. Y lo sorprendente y ex-
grandísima obra). Pero es aquí, en la «doctrina de traordinario del tour de force hegeliano consiste en
la esencia», donde es explorada en toda su radi- acceder a ésta sólo a partir del análisis del Schein,
calidad y en sus múltiples matices y diferencias. Y de manera que la naturaleza y condición de éste
esa exploración se efectúa en y desde un análisis afecta y compromete radicalmente la naturaleza y
de ese «ser» que en cierto modo «no es» (o de ese condición misma del Wesen. 47
«no-ser» que sin embargo es y existe) que constitu- Y es que la Wesen ha sido ya definida, desde an-
ye el Schein: término intraducible que tanto signi- tes de la «doctrina de la esencia» (desde las últimas
fica «parecer», «parecer-ser», como «brillo» y has- páginas de la «doctrina del ser»), como «absoluta
ta «refulgencia»; brillo y refulgencia de lo que, en negatividad», es decir, negatividad auto-reflexiva y
su brillo, se revela falsificado, como en el caso del auto-referencial: un negar que, al negar, tiene por
«falso brillo» del oropel o de la alhaja falsa.
El Schein es, pues, algo que parece ser lo que
47. No es posible, en este contexto, perseguir con minucio-
no es, pero que en ese «parecer» tiene existencia; o sidad este análisis genial de Hegel, sobre el que la crítica tradi-
de un brillo engañoso que, sin embargo, pese a ser cionalmente pasa de puntillas en razón de su extrema dificul-
adulterado y capcioso, no por eso deja de refulgir. tad. Véase al respecto Dietrich Heinrich, Hegel in seiner Kontext.

168 169
objeto de su negaci ón a sí mismo . Esa negatividad vierten al joven Sócrat es en el comie nzo del diálo-
infinit a que es, en tanto que negaci ón de sí, rechaz o go el Parménides; sobre los cuales deberí a repara r,
y repuls ión de sí, eso es la esenci a, das Wesen. ya que su estatu to es lo que pone a prueb a lama-
Pues bien, el Schein es el «inme diato» lado, re- durez de una filosofía: una brizna de tela, una mota
lativam ente indepe ndient e respec to a esa produ c- de polvo, etc. Estam os en el plano de la discus ión
tividad del negar, que en ese auto-n egarse se esta- sobre el estatu to de la eídola del Sofista, donde
blece. Ese auto--negarse es la esenci a: un auto-n e- Platón exprim e a fondo esas advert encias de ese
garse que revela o muest ra una relació n de pura diálog o de transic ión, en cierto modo progra mático ,
inmed iatez de sí consig o, pero que manti ene un que fue el Parménides.
«lado indepe ndient e», que es el Schein, en el cual El anális is de Hegel condu ce hasta mostr ar que
esa «pura inmed iatez» del auto-n egarse de la esen- los «mom entos» (en sentid o newto niano, recono -
cia queda como objetiv ada y «puest a». cido por él mismo ) con los cuales se «comp onen»
Es, pues, el Schein, en cierto modo lo «negad o» las líneas de fuerza del Schein son exacta mente los
en esa negati vidad operat iva y verbal que es la esen- mismo s que permi ten «comp oner» las líneas de
cia; o es el partici pio pasivo de ese infinit ivo expre- fuerza de la esenci a, con lo que se acaba produ -
sado por la negati vidad «infinita» que consti tuye ciendo una absolu ta y radica l inclus ión del Schein
la esenci a. Por eso se define el Schein como Nichtig- en la esenci a. El Schein es, en este sentid o, el «pa-
keit y como Das Nichtige, lo cual signifi ca, en cas- recer>> y el «brillo» de la esenci a misma ; y se halla
tellano , algo más que nulida d y lo nulo: más bien inserto en ésta.
una «nona da» en sentid o teresia no; una futesa, una De hecho la definic ión adecu ada de esenci a lo
bagate la, algo sin ningú n valor (como las «pom- incluy e. Hegel define la esenci a como la «unida d
pas de jabón» a las que se refiere el propio Hegel idéntic a» de la «absol uta negati vidad» (que es lo que
en este contex to, aludie ndo a las «repre sentac io- prime ro se muest ra de la esenci a) y su «inme dia-
nes fenom énicas » de la mónad a leibniz eana). 48 tez» (que es elSchein). Es, pues, la unidad unifica nte,
Estam os, pues, en el mismo orden de reflexi o- o la identi dad sintéti ca e identif icante de su propia
nes de los objeto s inanes o sin valor, o plenam ente difere nciaci ón en «ella misma » ( «absol uta nega-
devalu ados, sobre los que Parmé nides y Zenón ad- tividad ») y su «parecer» o «brillo» (su lado inmed ia-
49
to relativ ament e indepe ndient e, el Schein).

48. Nichtig er<;1, en místico s como Taulero, lo propio de la


c_ri~tura creada. Esta, en razón de su radical conting encia y 49. Hegel avanza su «definic ión adecuad a» de la esencia
hmtud, era una auténtic a «nonada » en relación a Dios. así. Esencia es: «la unidad idéntica de la absolut a negativ idad y

170 171

· TEZ t
-
El carácter de futesa y bagatela, o de nonada y del Schein, inicialmen te descubierto por Platón. Y
nadería, con su parecer y mostrarse como falsifi- esto constituye en cierto modo un retroceso res-
cado y engañoso brillo, propio del Schein, conta- pecto al nivel alcanzado por la analítica hegeliana.
mina radicalmen te la naturaleza de la esencia mis- El anonadar y aniquilar propio de la nada, su
ma. Hegel, de este modo, subvierte en profundi- sustantivac ión en lo nulo en sí, o en la «nonada»,
dad lo que por tal se entiende desde Aristóteles (y se hallan siempre al filo de su análisis del Schein;
que todavía subsiste, como una sombra del pasa- en referencia expresa al «parecer ser» y al «brillo»
do, en la concepción demasiado «positiva» de la de lo que, de suyo, es insubsisten te (Unselbstiin-
esencia que reencontra mos en la, por lo demás, diges), pero que sin embargo insiste en ser, o en
excelente analítica de Xavier Zubiri). Y con ello existir (como tal futesa «insubsiste nte»). La nada
Hegel actúa como verdadero pionero y descubri- en cierto modo se despliega en «entes» de carácter
dor de un continente, el continente de la nada, en insustancia l e insolvente, pero que en ese mismo
el que la filosofía contempor ánea, desde Heidegger carácter avisan de su radical traspaso al ente, o de
a Sartre, se afincará, echando verdaderas raíces en que son «algo», una «quididad» , algo diferente al
su labor colonizado ra. no-ser absoluto separado, jóristos, del Poema de
Sólo que en esos análisis no se tiene en conside- Parménide s.
ración esta extraordin ara conexión hegeliana en- Por ejemplo, los entes que llamamos «mercan-
tre ese continente complejo de la nada, con su fron- cías» y cuya esencia y sustancia de valor la consti-
doso despliegue verbal y sustantivo (negativida d, tuye el «valor de cambio». Fue Marx, en textos pre-
lo negativo, lo nulo, el negar, etc.), y el continente vios al Kapital, especialme nte en sus Grundrisse, el
que con mayor rigor y percepción supo compren-
der el alcance de este análisis hegeliano del Schein
de la inmediatez». Esto hay que leerlo así: «unidad idéntica (de
la absoluta negatividad/ y de la inmediatez)», en el supuesto
en relación al ámbito de su exploración . Y fue en
que «absoluta negatividad» es la determinació n todavía insufi- relación a la «doctrina de la esencia» donde pudo
ciente de esencia que se da en contraposició n a ese «lado inde- decir, como algunos críticos le habían señalado, que
pendiente», el Schein, que es en este contexto «la inmediatez». había «coquetead o» con categorías hegelianas.
La esencia es, pues, esa unidad, que es idéntica en su capaci-
dad unificante e identificante, de «ella misma» (determinada Está por escribir una historia de la filosofía que
como «absoluta negatividad») y del parecer (el Schein). Éste se tenga como hilo conductor, o como hilo de Ariadna
revela, al final del análisis, como brillo y parecer de la esencia en el laberino del pensamien to, la categoría de la
misma: su propia y pertinente Bestimmtheit, determinabili dad.
Por eso la esencia es, también, ella misma y esa su determi- nada. O que sea una historia de la filosofía expues-
nabilidad. ta y reflexiona da en y desde la comparece ncia,
172 173

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abrupta en Parménides, diferenciada en Platón mio de hacerse cargo de aquello mismo que parece
ahondada en la ontoteología medieval, y plenamen~ imposibilitado, o que lo sitúa en plena dificultad o
te expuesta desde Hegel, de la categoría de la nada. aporía. Y lo mismo la actividad lingüística, que se
Sería una historia de la filosofía construida des- previene al respecto a partir de la instauración del
de su pertinente sombra, que es la nada, esa som- primer movimiento de cabeza expresivo de un re-
bra que acompaña siempre a lo que, desde Parmé- chazo, de una repulsión, de una renuncia, de una
nides, se entiende por «ser». Sería una reflexión disconformidad, hasta cristalizar en la expresión
histórica de mi primera intención, ya explícita en «no».
mi primer libro (La filosofía y su sombra): llevar a En este sentido la humanización, en la medida
cabo una exploración filosófica atendiendo siem- misma que es el alzado del fronterizo al ámbito del
pre a la sombra que a ésta acompaña. pensamiento y del lenguaje, tiene por premisa la aco-
Y es que, como ya dije al principio de este capí- gida de esa potencia de disyunción. Se piensa sólo y
tulo, esa sombra se instala desde la primera vez en la medida en que el pensar se enfrenta al no; se
que se pronuncia la palabra ser como gran tema y habla sólo y en tanto sabe decirse, primero gestual-
objeto del discurso filosófico. Y es ineludible inte- mente, luego con expresiones, esa radical desa-
grarla, desde el principio, en toda exposición filo- venencia que expresa el no. Hasta el punto de que el
sófica, ya desde sus primeras palabras, o desde los «no» podría comprenderse como el emisario mismo
primeros renglones de su avance y desarrollo. Pues que ilumina al fronterizo con su máximo poder, la
comparece como dato complejo del comienzo siem- inteligencia. O que es el enfrentamiento con la refe-
pre el ser, pero en relación nada simple con esa rencia del «no», o con aquello a lo cual tal «no» se
nada que a la vez es proyección de aquél y que cons- refiere (no ser, nada) lo que hace posible que haya
tituye de suyo una potencia que posee su propia tal cosa como pensamiento y habla.
dinámica, siempre en relación de conflicto y lucha La prohibición parmenídica, como sucede siem-
con la potencia del ser. Y esa potencia negativa, pa- pre con toda prohibición, no hace sino determinar
radigma de disyunción y desavenencia, incrustada eso mismo que prohibe: ese no ser que no puede
en el lenguaje desde el primer pronunciamiento del ser pensado ni pronunciado, o que constituye, res-
término «no», comparece enredada y enmarañada pecto al pensamiento (del ser), lo impensado e im-
con la potencia afirmativa, paradigma de conjun- pensable; o que es, frente al decir afirmativo (del
ción y de sutura. Y el pensamiento, transgrediendo ser), lo indecible e inefable: aquello de lo cual nada
la expresa prohibición eleática por transitar por la puede decirse; o sólo puede decirse nada.
vía del no ser, se ve en la radical exigencia y apre- Pero como comprendió Freud, que dedicó
174 175
una importante monografía a la negación (Die Y esa frontera o límite es, sin duda, el pleno dato
Verneinung), ese «no» de la negación, revelador de complejo del inicio, aquel en el cual se da lo que se
una prohibición o censura inconsciente, no hace da, o aparece lo que aparece: eso que constituye el
sino determinar contenidos del propio inconscien- arranque de la reflexión filosófica.
te, elevándolos al ámbito preconsciente . Por eso la Y en ese ser del límite se advierte la presencia de
negación debe ser dialécticamen te comprendida la nada toda vez que avanzamos hasta la pregunta
como afirmación eri toda expresión del inconscien- por la esencia o quididad (Washeit) de la existencia
te, camuflada a través de sus pertinentes figuras que se presenta en el comienzo. Corno tal conteni-
retóricas (de condensación y desplazamien to). To- do esencial de ese ser comparece la doble potencia
dos sabernos el valor focalizador de toda negación, y productividad del ser y de la nada bajo la doble
característico del rechazo de inculpaciones o de las forma, en lucha, en tensión, en conflicto, de lapo-
excusas; esto es particularmen te visible en el uso tencia conjuntiva y de la potencia disyuntiva.
de la negación por parte de instituciones oficiales El «nihilismo» es, pues, inherente al alumbra-
y políticas. miento mismo de la inteligencia, signo distintivo
Quizás pueda comprenderse como «nihilismo» del fronterizo. «Los animales no ven la muerte; sólo
esta asunción, ya desde las primeras palabras de nosotros la vemos», dice Rilke. ¿Y qué duda cabe
esta exposición filosófica, del dato complejo que de que la muerte es, quizás, aquel referente insosla-
ser y nada componen. A esta conclusión se llega yable de nuestra existencia a través de la cual, en la
desde premisas neoeleáticas, como las que recien- anticipación que tenemos de ella, atestiguada por
temente ha ido desarrollando , con extraordinari o la muerte ajena, o por el presentimien to de la pro-
rigor e interés, el filósofo italiano Emmanuelle pia, llegamos a tener experiencia real y radical de
Severino. esa nada? Por eso la negación del «nihilismo» con-
Quizás tal «nihilismo» es inherente, entonces, duce, inexorableme nte, a concebir todo ser como
al complejo factor que conduce a la humanización , eternamente salvado de su vecindad con la nada,
o a lo que yo llamo alzado a la condición fronteri- como inmortal.
za. Pues en esa frontera (del mundo, del lenguaje) Pero si se quiere «salvar el fenómeno», o ate-
que hace posible que haya mundo y lenguaje, y en nerse a «lo que aparece», parece inevitable asumir
general condición humana, fronteriza, comparece esa presencia-au sencia de la muerte como dato
ya desde el principio esa doble potencia en tensa constitutivo del comienzo, o como factum que, por
relación de conflicto y lucha, la potencia conjunti- rigurosa ley de ananke, se incrusta en nuestra ex-
va (el ser) y la disyuntiva (la sombra del ser, la nada). periencia primera, en aquella sobre la cual levanta
176 177
su vuelo toda reflexión filosófica; y que por lo mis- cho» de ser, o de existir. Y sobre todo en relación al
mo se incrusta también en nuestro pensamiento y surgimiento de ese factum. La interrogación por el
en nuestro lenguaje. fin de la existencia, que conduce a la experiencia
Es más, ese vacío de pensar que es la nada, o de anticipación de la muerte, dato empírico sobre
eso impensado e impensable que traza un límite el cual puede pensarse la nada, se gira hacia un
radical respecto al ser, eso es lo que hace posible origen que causa asombro y admiración: el hecho
que el pensar piense. Pensar es, de hecho, situarse mismo, empírico, de «haber nacido», o de darse un
en relación de reflexión meditativa en relación a existente como tal, «fuera de las causas» que han
ese vacío; un vacío que en la experiencia de antici- determinado su surgimiento.
pación de la muerte se hace presente. Pensar sig- Todo lo cual delinea esa existencia como el dato
nifica ponerse delante de un oh-jeto que no es tal, mismo, complejo, que se puede experimentar como
o que es su propio desalojo (como objeto). Y lo que aparición del comienzo, o como punto de arran-
da testimonio fenoménico de ese pensar en el va- que de la exposición filosófica. La cual obtiene en
cío (desde y hacia ese vacío) es eso que espontá- ese factum su prueba y testimonio empírico. Ya que
neamente surge de tal acrobática posición, y que la filosofía sólo puede ser, hoy y siempre, filosofía
es el santo y seña mismo del pensamiento: la inte- de la experiencia: elaboración en conceptos e ideas,
rrogación. Pues la muerte es, en cierto modo, lo a través de una mediación reflexiva, de lo que se da
que suscita espontáneamente la matriz de toda in- espontáneamente a la experiencia común, en la cual
terrogación. se da justamente eso que aquí llamo existencia.
Interrogar es alojar ese vacío de la nada, experi- La nada, lo mismo que el límite, posee natura-
mentada como anticipación de la muerte, en el pen- leza jánica y bifronte. El límite es, a la vez, límite
samiento; un pensamiento que en la propia interro- limitante que restringe y veda, o frena, la potencia
gación despunta y crece. Pero la nada de ser que la interrogativa; pero es también limes que invita a
muerte testimonia redobla esa interrogación con una trascendencia en relación a respuestas relati-
otra, prolongación de la primera, relativa al «senti- vas al sustrato de enigma que ese mismo límite
do» de eso que aparece y se da; de esa existencia que cobija y resguarda.
tiene en la muerte su límite irrevocable. ¿Por qué También la nada es de radical doble sentido. Ya
algo (ente, existencia) y no más bien nada?, como lo he ido insinuando en el recuento de algunas
preguntó Leibniz, y tras él sobre todo Schelling. aproximaciones a su compleja y difícil naturaleza.
Esa interrogación se presenta entonces como Puede considerarse como potencia que aniquila y
pregunta asombrada y sorprendida respecto al «he- roba todo rastro de existencia. Pero es también el
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referente ( = x) que, a modo de Límite Mayor, invita corno verdaderas «nonadas», en el sentido tere-
al fronterizo a una experiencia de anticipación en siano; o corno refulgencias y brillos puntuales que
la cual desaloja y despotencia su perpetua disposi- corn-parecen en el infinito océano de la nada que nos
ción a ser sujeto. Y entonces puede ser concebida cerca y nos rodea. Y es que a la existencia se le
corno vacío radiante: corno otro modo de nombrar, aviene con espontánea naturalidad la analítica
en recogido silencio, ese sustrato de enigma y de hegeliana relativa al Schein, y a su carácter de
misterio que suele conceptuarse corno lo místico Nichtigkeit (nulidad, nonada, futesa, bagatela, etc.)
(así Wittgenstein). O corno ese «velo del ser» que Somos, quizás, corno sabía Pascal, plumas irre-
permite que éste se «entifique» en la existencia (así levantes agitadas por el doble vendaval de lo infini-
en Heidegger). tamente grande y de lo infinitamente pequeño; pero
La nada, en cualquier caso, nos acompaña en que, en virtud de la presencia-ausencia del ser del
nuestra aventura de existencia (en exilio, en éxo- límite, se han alzado a la condición de existencias
do). Y es ella la que, en cierto modo, permite la fronterizas, o de habitantes de la frontera.
revelación del ser mismo, concebido corno ser del En ese alzado al límite adquirirnos lo que nos
límite. Ya que da de éste testimonio experiencia! al puede conferir la dignidad de ser lo que somos:
traer al dato mismo del comienzo de la reflexión, o fronterizos; eso es nuestra inteligencia, expuesta
de la originaria experiencia del pensamiento, ese en usos verbales, en trazos y en escrituras, o en el
vacío (radiante o siniestro) que constituye lo único ejercicio de nuestra libertad a través de elecciones
que podernos comprender de lo que se halla allen- y decisiones. O es también lo que anticipa esa inte-
de el límite; y ese vacío es la nada. ligencia atestiguada en interrogaciones radicales:
Y esa nada compromete y contamina la totali- nuestra infinita capacidad de desear y de anhelar,
dad de nuestra existencia, que en este sentido tiene nuestra dimensión erótica y pasional.
estatuto de algo negativo en relación a nociones Todo deseo, o eros, constituye la mostración car-
corno «sustancia» o «sujeto». La nada «llena» de va- nal de esa interrogación que apunta hacia un obje-
cío todas nuestras pretensiones de concebirnos to que se halla, siempre, en situación de perpetuo
corno algo inmueble y afincado, corno ousía (en grie- desalojo. La filosofía es filo-sofía en tanto orienta
go, hacienda). O corno algo auto-referencial que en- su eros hacia lo que constituye su espontánea
cierra en sí su propio fundamento de existencia (co- reflexividad lingüística y de pensamiento: la inte-
rno en la concepción moderna de la subjetividad). rrogación. Es una erótica reflexiva, reflexionada y
La nada nos revela corno existencias insustan- , reflexionante.
ciales e insolventes, afectadas de vacío y nihilidad: Ya en el comienzo, corno supo comprender
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Hesíodo, comparece eros, el más viejo de los dioses,
al que Platón, en el Symposion, conceptúa como
daímon, semidiós. En él la potencia conjuntiva (del
ser) y disyuntiva (de la nada) determinan su carác-
ter limítrofe, medianero y mediador (entre inmor-
tales y mortales). Eros se incrusta así en el comien-
zo mismo de la filosofía, o comparece en el dato
complejo del inicio. Sin él no hay posible espacio
para la filo-sofía, como dijo Platón en el Symposion.
Y ese eros es el que suscita, en su apertura al pen-
samiento y al lenguaje, la infinita capacidad de in-
terrogación de donde se nutre, como de un inex-
tinguible manantial, toda aventura filosófica. 2. La naturaleza jánica del tiempo

El dato del comienzo aparece como un dato


complejo en el que el ser y la nada están presentes,
componiendo lo que constituye la existencia. Por
tal debe entenderse, etimológicamente, un ser que
es o está «fuera de sus causas», arrojado de éstas,
en situación de exilio y éxodo.
La existencia es, o existe, en radical remisión a
un límite limitante a partir del cual se origina; y en
relación a un fin al cual se halla emplazada, por
mucho que, mientras insiste en existir, ese fin se
halla aplazado. Entre el nacimiento y la muerte cir-
cula la existencia (en exilio, en éxodo), compare-
ciendo como una existencia temporal, o que discu-
rre en el tiempo. Una existencia en la que el tiem-
183
po, su tiempo, tiene un plazo. O que se distingue aquí de la noción de límite, a la que asigno la fun-
tato caelo de un ser sin tiempo, eterno o siempre ción, como ya he dicho, de esa «piedra desechada»
presente. que se convierte en «piedra angular». Piedra angu-
Pues la existencia, en tanto que es temporal, se lar de la construcción filosófica que aquí llevo a
halla erradicada de un origen, o desprendida de cabo; o de la filosofía del límite que en este texto
un fundamento (fallado, fallido, en falta), y remiti- llevo a su culminación. so
da hacia un fin, en el que sobreviene su quiebra y He hecho ya alusión y referencia al carácter
su truncamiento. Entre dos eternidades de ausen- jánico y bifronte del límite. Precisamente ese as-
cia y de vacío resplandece el existente como un pecto permite revelar, cuando se interroga por «lo
Schein (brillo, refulgencia, «parecer»). Y evidencia que es» ese límite, o por su esencia y quididad, esos
en esa presencia frágil y precaria su condición tem- componentes que constituyen sus potencias inter-
poral, relativa a la ausencia de un pasado que le nas, la potencia copulativa y disyuntiva, las que
desborda, y a la de un futuro que le sobrepasa. muestran lo que el límite es en relación a sus ope-
Como tal existencia temporal se reconoce en el raciones ad intra.
límite: cercada, acotada entre ese pasado inmemo- De hecho esa esencia del ser del límite se revela
rial y ese futuro indefinido. Su ser presente se re- en su verdad como la infinita lucha entre esas po-
monta, en su memoria, hasta el pasado que le ata- tencias. 51 Y esa esencia, al exponerse, hace revela-
ñe y compromete; y se aventura, en su temor y en ción existencial de esa lucha. Esa exposición con-
su esperanza, hacia un futuro incierto al cual se figura la topología relativa a esa lucha, tal como la
orienta.
En el dato complejo del comienzo comparece,
50. Mi filosofía apunta a una construcción filosófica, que es-
pues, como gozne y bisagra entre ser y nada la exis- pero pueda ser una ráfaga de aire fresco después de tanta insis-
tencia, en la que opera la conjunción (ser) y la tencia en la des-construcción. Es una construcción precaria, ex-
disyunción (nada), mostrándola como el escena- puesta a los vientos de la historia, un poco como el cosmos
heraclíteo, compuesto de castillos de arena que un niño, al ju-
rio de su lucha. Y el curso o transcurso de ese exis- gar, hace y deshace. Pero esa precariedad no es obstáculo para
tir se revela a través de una experiencia que se da intentarla.
en el tiempo. Sobre ese tiempo conviene ahora re- 51. Por verdad debe entenderse el concepto justo que per-
mita concebir tanto esa interna constitución conflictiva entre
flexionar. Y en particular sobre su proverbial natu-
ambas potencias, que constituye la interioridad de la esencia
raleza jánica, liminar, limítrofe. del ser del límite, como su exposición a través de aquéllos tres
Pero antes de entrar en esta cuestión conven- cercos (del aparecer, hermético y fronterizo) que hacen posible
drá recordar algunos aspectos del uso que hago la emergencia de «un mundo».

184 185
he ido presentando en textos anteriores. En ellos deje llevar por exámenes excesivamente simples. O
esa reflexión sobre el espacio en el cual tiene lugar la que también hallamos en términos próximos a
esa lucha de las potencias copulativa y disyuntiva ésta, como el vacío; o a su más próximo e irreversi-
fue, sobre todo, determinante. 52 ble emisario, la muerte.
Por todas partes se revela la ambivalencia de Ahora importa dar un paso más e interrogar so-
esas dos potencias, matizando y mediatizando toda bre lo que todo espacio precisa como su eterno
concepción excesivamente rígida y simplista res- acompañante, el tiempo. Pues la experiencia del
pecto a los principales temas de la filosofía. Esa tiempo constituye, también, un ingrediente esen-
ambivalencia la advertimos en el referente sagra- cial del dato complejo que constituye el comienzo
do y santo al que remite nuestra experiencia, limí- filosófico. O se halla inserto en la experiencia que
trofe, del enigma o del misterio. 53 La misma que sobre ese dato complejo podemos adquirir.
descubrimos en una analítica de la nada que no se La misma ambivalencia que descubrimos aquí
y allá (en la experiencia de lo sagrado, o de la nada y
del vacío, o de la propia muerte, o en general de lo
52. Esa exposición configura la topología presentada en to- que llamo ser del límite) detectamos en el tiempo. Y
dos mis libros últimos: el cerco del aparecer, el cerco fronterizo
y el cerco hermético. Esa topología constituye la proyección de en particular en el aspecto más próximo y más cer-
la esencia, y de sus potencias en lucha, la cópula y la disyun- cano de éste, el tiempo presente. Nietzsche compa-
ción, sobre ese espacio en el cual puede darse lo que llamamos raba el instante en que el tiempo hace su aparición
«un mundo» (y el habitante del límite de ese mundo, al que
llamo fronterizo). en la propia experiencia a un pórtico. Una puerta
53. El importante libro de René Girard, La violence et le jánica, con su correspondiente doble cara. Jano era
sacré, insiste sobre la naturaleza unilateralmente «disyuntiva» el dios de las dos caras, pegadas por detrás ambas,
de lo sagrado, al concebirlo como violencia originaria (que hace
en simetría invertida, a la doble hoja de una puerta
su exposición a través de una «violencia recíproca» que sólo la
creación de un «chivo expiatorio» se halla en condiciones de (de ahí que se hable de la doble «cara» de una puer-
exorcizar y espantar, generando en torno a él «unanimidad» (se- ta). Pues Jano era el dios de las puertas. 54
gún la atávica ley de Lynch) en torno a ese espantajo. Pero lo Era, por lo mismo, el dios con el cual se inau-
sagrado está pensado aquí exclusivamente como disyunción,
cosa que no se corresponde plenamente a la experiencia que de guraba el tiempo del calendario. Por eso dio nom-
él puede hacerse. Ésta da testimonio más bien de la ambivalencia bre al primer mes (januarius, enero). Una doble
de lo sagrado, de su naturaleza, en conflicto, de disyunción y
conjunción. Esa ambivalencia fue detectada, con mayor com-
prensión del fenómeno total que constituye lo sagrado, por au- 54. De ahí mi utilización siempre de dispositivos relativos a
tores como Rudolf Otto (Das Heilige) o el propio Freud en Tótem puertas para definir la esencia del límite: bisagra, gozne, qui-
y tabú. cio, umbral, etc.

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cara relativa a la doble naturaleza, interior/exte- turo que quiere preverse y pronosticarse mediante
rior, de toda puerta. Y relativa también a la doble indicios, señales o portentos susceptibles de infi-
naturaleza del tiempo presente, referido a un pa- nita interpretación.
sado que se deja atrás y a un futuro que está toda- Es ese pórtico llamado «instante» que, según
vía por venir. Ese tiempo presente asume en Jano, Zarathustra, abre y cierra a la vez dos «infinitos»
en Januarius, un carácter inaugural: abre la pri- (dos series inconmensurables que siguen direccio-
mera estación del año en curso; y clausura el año nes opuestas): el pasado que se fue, y el futuro que
viejo, anticipado por las fiestas inaugurantes del está por venir. Pero en esa diferenciación interna
solsticio invernal (natividad del año nuevo). en sus tres modos, presente, pasado y futuro, cons-
El tiempo, como la puerta jánica, es siempre tituye una unidad. Conjuga y reúne los tres, a la
bifronte. Mira, igual que Januarius, hacia el año vez que los distingue y diferencia.
que inaugura y hacia aquel «año viejo» que deja En el tiempo opera, regiamente, la doble poten-
atrás. Es, pues, congénere con la noción de límite. cia conjuntiva y disyuntiva, y la unidad unificante
Es límite limitante en relación al tiempo transcu- de ambas, que es, justamente, su propia conflicti-
rrido, o pasado; pero es gozne y bisagra, y llave vidad y lucha interna. Es, en cualquier caso, siem-
hermenéutica, en relación a un tiempo futuro que pre un solo tiempo, una unidad (temporal), que sin
acaso comienza a otearse en el horizonte. embargo se distiende y diferencia, de manera in-
En su condición de límite se halla siempre tras- mediata, en tres éxtasis (para decirlo en la forma
cendido por aquello, igual ax, que todavía se expe- que emplea Heidegger en Sein und Zeit).
rimenta como enigma, y sobre lo cual intentan Une y conjuga, o reúne, los tres éxtasis en que
hacer pronóstico los augures, los arúspices, los se diferencia. Pero en esa unión interviene, de for-
adivinos, los profetas. O modernamente los aus- ma inmediata, la potencia disyuntiva, diferencian-
cultadores de la opinión o los sociológos: todo ese do en consecuencia las tres formas temporales cada
corro de inspectores del futuro que siempre han vez que se hace experiencia del tiempo. Y en la
sido el principal cortejo de príncipes y gobernan- imagen liminar y limítrofe de la puerta, esa que
tes, tanto ayer como hoy. entreabre el futuro (a través de posibles previsio-
Nietzsche, en Así habló Zarathustra, como he nes) y el propio pasado que deja atrás (mediante el
señalado, presenta el tiempo con la imagen de un automatismo selectivo de la memoria), ese ser lí-
pórtico. Al igual que éste el tiempo es apertura y mite del tiempo comparece en toda su fuerza ex-
cierre, llave (hermenéutica) que abre el cerrojo de presiva. El tiempo, como Jano (Januarius), es a la
un pasado ya transcurrido, o que entreabre un fu- vez tiempo de duelo (o entierro del año viejo) y tiem-
188 189
po de celebración festiva (o rito «inaugural» del litativo y de valor en nuestra más proteica y espon-
nuevo año). tánea experiencia del tiempo.
El habitante de la frontera, el fronterizo, en la En vano las teorizaciones que insisten en el ca-
medida en que afinca y arraiga en el límite (límite rácter abstracto y puramente cuantitativo del tiem-
de lenguaje y mundo), es, por todo ello, temporal. po pueden obviarla. Esa diferenciación, todo lo ela-
Tiempo es lo que le constituye y sostiene; su esen- borada que se quiera, acaba siempre impregnando
cia y su «sustancia» es tiempo. El ser del existente los mismos esquemas abstractos de toda concep-
fronterizo es temporal en su esencia. El carácter ción puramente cuantitativa del tiempo. Basta para
jánico y bifronte del tiempo define su propia natu- ello que ese esquematismo se implante en la reali-
raleza y condición. En él el tiempo se hace patente; dad común, cotidiana y existencial.
se revela. O el tiempo hace de él justamente lo que Y es que el tiempo dice relación directa y es-
es: habitante de la frontera, personificación propia pontánea con la existencia. Si ésta constituye el
y específica de ese limes que le implica y compro- factum insoslayable con que nos encontramos en
mete. nuestra experiencia filosófica, entonces esa distin-
Toda reflexión sobre el tiempo tiene que acoger ción tan cotidiana entre los buenos y los malos tiem-
éste en el modo primero e inmediato en que se ma- pos la hallamos ya implicada en este hecho del co-
nifiesta: como tiempo atmosférico y estacional. Tie- mienzo.
ne relación expresa con los giros y revoluciones de Esa espontánea distinción adquiere carácter
los meteoros. Se acusa recibo del tiempo en térmi- institucional, pero sin perder su naturaleza cuali-
nos meteorológicos. Y en este punto revela una tativa, al elaborarse el calendario estacional, con
cotidiana distinción, «buen tiempo», «mal tiempo», sus días fastos y nefastos. Ya estas distinciones ele-
cuyas raíces campesinas y rurales se hallan toda- mentales hablan de esa ambivalencia jánica que es
vía presentes en las experiencias ciudadanas y cos- congénita al tiempo. Días fastos eran aquellos en
mopolitas. que podía dictaminarse juicio; en que podía darse
Puede hablarse así, por extensión, de buenos y lugar al decir (fas) del juez. Días nefastos, en cam-
malos tiempos. O producirse la queja canónica de bio, eran aquellos en que no había lugar para ello.
siempre: Oh tempora, oh mores. O recordarse con Éste se hallaba «ocupado», quizás, por figuras
nostalgia el tiempo que ya se fue, el de la infancia y que no eran, como la del juez, propios de lo que
juventud de una persona, de un grupo, de un país: Hegel llamaba «la ley clara» (el mundo público de
¡Qué tiempos aquellos! Esta distinción entre bue- la polis, más allá de las relaciones consanguíneas
nos y malos tiempos introduce un diferencial cua- de casta, linaje o familia). El paradigma de día nefas
190 191

i
J1c.. e ..
era, en este sentido; el día del culto a los muertos rácter cosmológico y cosmogónico en virtud de la
(a comienzos de noviembre). En ese día se desta- «inspección» del augur, que contemplaba el cielo
paba la losa que, a modo de sutura, dejaba distan-· desde su atalaya, ordenándolo en virtud de una
tes y separados a los vivos de los muertos. Éstos doble coordenada, el cardus y el decumenus, que
invadían por un día el escenario público, y los vi- permitía que ese cielo abierto se constituyera en
vos se veían en la exigencia ritual de darles culto, cosmos (con su significación de orden y decorum).
guardando memoria de sus propios muertos. Del entrecruzamiento surgía un recorte, el tem-
Esa losa se hallaba en el pozo llamado por los plum, percibido por el augur en pleno cielo; esa
latinos «mundo», mundus. Se trataba de una cá- percepción constituía su contemplación (cum-
mara subterránea excavada en un punto neurálgi- templatio ): una paciente y meditativa detectación
co de la ciudad, generalmente cerca de su centro del «templo» en el cual se «cortaba» a la vez (cum-
vital y monumental. Es lo que subsiste en iglesias templatio) el doble meridiano celeste (cardo y
y catedrales con el nombre de cripta (lo escondido, decumenus). Tal templum, o recorte (raíz tem-), se
encerrado y secreto). En esa cripta que es el «mun- proyectaba entonces sobre la tierra, marcando así
do» se depositaban los legajos que permitían re- el punto originario desde el cual podía comenzar-
cordar la fundación misma de la ciudad, y los «ri- se a «reflejar» el orden celeste a través de las prin-
tos inaugurales» que en ese origen tuvieron lugar. cipales redes viarias entrecruzadas de la ciudad.
Era, pues, el pozo depositario de las reliquias de Y el rito concluía, tras el trazado en tierra de
ese acto inaugural. los surcos que constituyen los límites de la ciudad,
Tal acto inagural componía un rito complejo.ss con la depositación de las «reliquias» del rito
En virtud de él se podía fundar la ciudad, concebi- fundacional en el mundus, en ese pozo excavado
da como un auténtico cosmos. De hecho esa fun- en el que éstas quedaban enterradas con el fin de
dación era una re-fundación del cosmos mismo. surtir de efectos benéficos a la ciudad. También se
La ciudad, en cierto modo, era concebida como depositaban allí reliquias relativas al héroe legen-
centro y ombligo del cósmos. El acto asumía ca- dario de la fundación ciudadana. O relativas a la
ciudad matriz de la cual la recién fundada era co-
55. Véase al respecto Rykwert, La idea de ciudad; Mircea lonia.
Eliade, Imágenes y símbolos (el ensayo incluido en este texto El cometido del augur (ayudado por el arúspi-
titulado «El simbolismo del centro»). Véase también la alusión al
rito inaugural en mi libro La edad del espíritu, al analizar lo que ce) consistía en promover, a través de su «con-
allí llamo la segunda categoría simbólica, la categoría cosmogónica templación» del cielo, auspicios favorables para la
y cosmológica. ciudad que se iba a fundar. Se trataba, pues, de
192 193
evitar los «agüeros» desfavorables, de manera que Es, pues, la ley trágica por excelencia: ley del
pudieran pronosticarse «buenos tiempos» a la ciu- tiempo que Heráclito enunció como lucha y con-
dad en trance de inauguración. Se trataba de aus- flicto, o conflagración esencial, que discrimina, e
pic~a~ la «buena fortuna» de ese cosmos a cuya identifica a la vez, a dioses y mortales, y en general
natividad se asistía, evitando el infortunio o el a todos los opuestos (día y noche, nacimiento y
«agüero» aciago y siniestro. muerte, vivos y muertos). De hecho la tragedia áti-
Ya he dicho que esta distinción entre tiempos ca no es sino la escenificación de esos vuelcos del
favorables, de bonanza, y tiempos tempestuosos, tiempo en virtud de los cuales se «gira» el buen
de borrasca, es esencial. Se espera o se teme, en tiempo en mal tiempo, o la fortuna en infortunio,
toda experiencia del tiempo, un giro en la cualifi- según una ley imprevisible, impredictible. Como
cación relativa a la «fortuna» del tiempo. Éste, dice siempre al final de todas sus tragedias Eurí-
como la rueda de la fortuna, reparte a ciegas bene- pides: «Los dioses hacen que lo imprevisible suce-
ficios y desastres, y la esperanza y temor humanos da, y que lo que todos esperan no alcance su cum-
tratan de esclarecer su desconocida, temida e in- plimiento». La comedia, por el contrario, relata más
flexible ley. bien el pasaje y la mutación de un relativo infortu-
Ese carácter desesperante de tal ley (la que rige nio en una fortuna final concelebrada. 57
la mítica tyché, que ciegamente reparte las moiras Como ya he señalado antes, el término tempus
o los botines de los humanos, diferenciándolos en incluye, como templo, la raíz tem-, con su sentido
li~res y esclavos, en reyes y súbditos, en griegos y de recorte y demarcación, o trazado de un límite
barbaros) es, de hecho, como ya descubrió Anaxi- (jalonado en el templo ciudadano por muros o por
mandro en su célebre «sentencia», la ley de hierro mojones). El templo ciudadano constituía la inter-
d~l tiempo. Este se esparce en justicias e injusti- sección liminar entre el templo celeste y el mundus
Clas; repara éstas y restituye aquéllas, pero renue-
va también, de forma ciega, errática y azarosa, ese
te en la India), en esclarecer todo lo posible, a través de la sabi-
misterioso y desesperante reparto. 56 duría, esa oscuridad de la ley de los repartos y de las asignacio-
nes, o de las moiras. En la India ese reparto ciego de botines, o
. 56. S': trata de una ley «ciega», nomos, némesis (cuya oscu- esa asignación de «destinos» (afortunados o aciagos) corres-
ridad denva de ~u natur~leza «boscosa», «nemorosa»), que re- ponde, en los Vedas, a una divinidad también ciega,Bhaga (como
parte fortuna e mfortumo, que venga y vindica las injusticias ciega es la Fortuna en su iconología habitual).
per? qt:e las renu~va, sin cesar. La gran tarea filosófica ; 57. Véase a este respecto las interesantes observaciones de
sap1enc1al, como senale en La edad del espíritu, consistió tanto Northrop Frye sobre la tragedia y la comedia en su obra Anato-
en la Grecia presocrática como en otros ámbitos (especi~lmen- mía de la crítica.

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subterráneo (morada del Hades, de los muertos). deriva de aquellos días fastos en los que la ciudad
Ese templo se anima y vivifica en la cita periódica concelebraba la posibilidad de festejar los ritos de la
que constituye la celebración festiva, en la que ese «ley clara». Pero la fiesta también acoge y resguar-
carácter de intersección e istmo de la ciudad con- da esas jornadas «nefastas» en las que el ciudadano
vertida en templo se resalta, convocando en dicha recordaba sus obligaciones consanguíneas con sus
celebración todos los lugares y espacios del cos- ancestros, o en que se convocaba una comunión en
mos y sus pertinentes habitantes: cielo tierra la distancia entre los vivos y los muertos.
subsuelo; dioses, mortales y muertos. ' ' Si el espacio se da un lugar en el templo, el tiem-
El tiempo es, como el templo, también recorte, po lo hace en la celebración que constituye la fiesta.
demarcación y límite: límite interno/externo entre Y en esos lugares y tiempos señalados se apercibe la
un tiempo pasado en el que moran los muertos y naturaleza de «recorte, demarcación y límite» que
un tiempo por venir que se anuncia en el horizonte el tiempo y el lugar constituyen: un límite y una fron-
del cielo (con señales y portentos que pueden ser tera entre los hombres y los dioses, o entre los vivos
portadores de previsiones buenas o aciagas). y los muertos. 58 Y que deja abierto el discurrir de
Esa misma raíz (tem-), presente en té menos,
templum, y también en el término latino tempus, 58. Esa unidad entre el espacio y el tiempo debe ser resalta-
habla de una unidad intrínseca, profunda, entre el da. Incluso dentro del marco de ideas modernas que tienden a
concebir espacio y tiempo en forma puramente abstracta y cuan-
espacio y el tiempo. No de «cualquier» espacio ni titativa, o en términos puramente matemáticos, o de física mate-
de «cualquier» tiempo, sino de aquél espacio que mática. Modernamente se habla, después de Einstein y de su
constituye el lugar (recortado, demarcado) en el teoría de la relatividad, de espacio-tiempo. Frente a la física clá-
cual sobreviene la presencia de lo sagrado, con toda sica, newtoniana, que tiende a separar el espacio del tiempo, o a
concebirlos «clara y distintamente», la teoría de la relatividad
su ambivalencia. La misma que permite un «re- insiste en que forman una unidad espacio-temporal, de manera
corte» de la general abstracción que, modernamen- que no puede decirse ya «ahora», en relación a «entonces» como
te, se entiende por tiempo en relación al presente algo distinto de «aquí», en relación a «allá». Hay que definir el
punto del meridiano espacio-temporal como «aquí-ahora» en re-
privilegiado, plenamente singularizado, que en tér- lación a un «allá-entonces».
minos de día fasto o nefasto especifica su unicidad La cercanía y la lejanía afecta a la vez al espacio y al tiempo.
en el calendario estacional. La exploración de la lejanía espacial es, a la vez y en el mismo
sentido, exploración del pasado temporal. Todo lo cual se ha com-
Esa unicidad estacional, que sin embargo siem- probado a partir de las hipótesis relativas a la cosmología: si se
pre insiste, o que repite y se recrea con cada «revo- presupone una primitiva «explosión» que determina el progresivo
lución» de los cuerpos celestes, se hace patente en alejamiento de las galaxias, entonces las exploraciones de las máxi-
la /testa. Ésta es, por metonimia, el resultado que mas lejanías observables del universo son, a fortiori, explorado-

196 197

t
Tiemp o y lugar, en su intern a e intríns eca rela-
aquéll os días feriales en los que tiene lugar la ocu-
ción, son, de hecho los límites mismo s que hacen
pación y negotium de cada cual, así como los espa-
posibl e el pasaje de la matriz origin aria, o prima
cios profanos en los que puede llevars e a cabo la
ocupa ción civil y ciudad ana de cada habita nte de
materia, al cosmos. La matriz origin aria, que puede
un determ inado cosmos territo rial o ciudad ano.
59 conceb irse, según el imagin ario simból ico, religio -
Tiemp o y lugar revela n, pues, su unidad dife- so o sapien cial, como chaos (apert ura, hendid ura,
rencia da, relativ a al cosmo s al que dan presen cia y bostez o), como bythos (abism o), o como «desie rto y
vacío», consti tuye el presupuesto a toda fundac ión
exposi ción. Y eso se produ ce, sobre todo, a través
inaugu rante de «un mundo ». Y el lugar y el tiempo ,
de la consti tución del cosmo s en templo ; y a su
vivifa ción festiva. De la matriz , o mater ia origin a- en su unidad diferen ciada, consti tuyen el pórtic o que
ria, surge, por «creac ión» u «orden ación» , a través hace posibl e ese traspa so.
No es casual que esa condic ión liminar del lugar
del renova do rito inaugu ral, un cosmo s, que tiene
y del tiempo , que tiene su plasm ación real en el tem-
en la ciudad su más pregna nte plasm ación. Y en él
compa recen, como merid ianos celeste s proyec ta- plo y en la fiesta, consti tuya el ámbito mismo en
dos sobre la tierra, el locus especi ficado por el tem- que crean y constn 1yen las artes que, en Lógica del
plo y el tempu s festivo que lo vivifica. 60
permite n ordenar , como un cosmos, en una primera organiz a-
ción sensible , el «caos» de afeccion es que llegan a la sensibil i-
nes del más remoto pasado del universo; se asiste en esas observa- dad. Sólo que en Kant, por imperat ivos de la modern idad (asu-
ciones a la percepc ión de «lo que fue» un universo todavía joven midos y radicali zados por su «giro coperni cano»), tal «creació n
con galaxias en curso de formación, de las cuales hoy nos !Íegan, del mundo» , y su corresp ondient e asignac ión de lugares y tiem-
como mensaje s luminosos, esas huellas respland ecientes de suce- pos, se produce en y desde la perspec tiva del sujeto trascendenal.
sos que desde milenio s de años luz dejaron ya de existir.
La materia es, en relación a éste, únicam ente aquello (= x)
59. En el mundo actual persiste este imagina rio simbóli co
de donde procede ese «caos» de afeccion es sensible s. Y la for-
si bien traslada do a un ámbito específi camente profano y secu~
ma primera , que incide en la sensibil idad, es forma pura a priori
lar. La fiesta deriva en festivid ad y festival; el templo, en monu-
del sujeto, una forma (espacio y tiempo) que, sin embarg o,
mento, en museo, en exposic ión, en instalac ión o en espacio de
uniform iza en la abstrac ción y general idad del espacio y del
celebrac ión del festival. Nuestra concien cia estética y estetiza nte tiempo newton ianos los diferenc iales cualitat ivos de lugar y de
tiende, así, a derivar el sustrato sagrado de todo simboli smo
tiempo que se apercib en en una reflexió n relativa a la experie n-
hacia el ámbito de la escenifi cación artística, cuyo última deri-
cia propia del tiempo. Esa experie ncia común no es, sin embar-
vación es el espectáculo de masas. Pero el carácte r simbóli co de go, lo que Kant llama experie ncia (que es, para él, únicam ente lo
esos lugares y de esos acontec imiento s tempora les no deja de
que por tal se entiend e en las teorizac iones de la ciencia clásica,
insistir y resistir en esas transfor macion es.
de raíz newton iana, o en las filosofías empiris tas que reflexio nan
60. Todavía en Kant se evoca, inconsc ienteme nte, este carác-
sobre esas teorizac iones).
ter del espacio y del tiempo como «formas puras a priori» que
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1 .1

LL~~~---
límite, llamé «artes fronterizas» y, también, «artes apresarse. O que contradice y contraviene el deseo
cosmológicas», la arquitectura y la música (música fáustico de instalarse y «montar tienda» en algún
en el amplio sentido en que se concibe ésta en Gre- instante de privilegio; o de exclamar, en relación a
cia; en particular en el Platón de La República). él, el célebre: «¡Detente, eres tan bello!». Y ese res-
Pues la arquitectura es el arte que asigna y hace plandor fugitivo del presente sobreviene en la rela-
habitables los lugares, los templos; del mismo modo tiva ocultación y ausencia, o «no ser» (relativo), del
como la música, en sentido amplio, es el arte que pasado que ya se fue y del futuro que está por venir.
asigna intervalos, ritmos y cesuras al tiempo, tiem- La ambivalencia jánica del tiempo, y en espe-
po festivo. Son las artes que hacen habitable el mun- cial del tiempo presente, tiene que ver con esa dis-
do al destacar, dentro de la general indiferencia de tinción ya apuntada entre tiempo de fortuna y de
los espacios y los tiempos, la singularidad cualitati- infortunio, o entre buenos y malos tiempos. Malos
va del lugar del templo y del tiempo de la fiesta. tiempos presentes que quieren ser superados en un
Todavía hoy mantienen ese carácter la arqui- futuro de bonanza, en el que se gire el infortunio
tectura y la música cuando lo son de verdad. Tra- en fortuna. O buenos tiempos que se teme perde1~
tan de adaptar al tiempo y a la época de la moder- o que no se hallan a resguardo de amenazas que
nidad y de la posmodernidad ese carácter, a la vez acaso se insinúan en el horizonte de lo que puede
arcaico y perenne, que les dota de especificidad sobrevenir.
propia y singular. El tiempo no es tiempo abstracto; es sobre todo
El tiempo, en cualquier caso, se revela, según tiempo ambiguo y ambivalente en el que el juego
su raíz etimológica, como una demarcación y un del pasado, del presente y del futuro, atestiguado
recorte, con asignación de límites, en relación al por la memoria, por la experiencia y el pronóstico,
espeso bosque de sus dimensiones extremas, pasa- puede advertir sobre sus posibles clemencias e in-
do y futuro; intercalado en medio de esa densidad clemencias: sobre su inmediata demarcación en-
boscosa, el presente de la existencia resplandece tre tiempo de fortuna y de infortunio, o de bonan-
(como brillo o «parecer», o como Schein), a modo za y borrasca.
de «claro» del bosque, o aligeramiento de esa den- Es, pues, gozne en el cual esos predominios de
sidad de «lo que fue» y de «lo que será». Resplande- lo aciago o favorable se hallan entrecruzados, gi-
ce, pues, el tiempo presente en el in-stante, en el rándose el goce del tiempo apacible en el temor de
cual insiste en ser un existente, de naturaleza y su ausencia en el futuro, o el dolor del tiempo de pe-
condición fronteriza, que se instala en la huidiza nitencia en la esperanza de su giro y mutación ha-
«realidad» de ese presente que nunca puede cia un futuro mejor. Actúan, pues, en el tiempo, en
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su condición limítrofe y liminar, las potencias con-
do en gran medida el curso de ésta. Adelantan, así
juntiva y disyuntiva, en su doble forma de unión
mismo, en forma jeroglífica y oracular, un destino
de lo que acaso estuvo separado, o de dolorosa es-
que, en el futuro, alcanzará quizás su propia con-
cisión de lo que alguna vez estuvo unido.
sumación: su apogeo o su derrumbe.
Y el tiempo es el escenario en curso de esa con-
En este sentido la conexión «conjuntiva» de los
flictividad trágica y esencial, en la cual ambas po-
tres éxtasis temporales es total; revela la naturale-
tencias se disputan su predominio en el presente,
za unitaria y unificante del tiempo; su potencia de
o su posible giro y mutación en el futuro. Y en todo
conjunción. Revela el carácter de límite de éste, o
ello actúa e interviene, de forma selectiva, la me-
de puerta entreabierta, en la que hay a la vez ~erro-
moria, atestiguando sobre la fuerza de inercia de
jo y llave, llave hermenéutica que puede abr~r zo-
caracteres y deseos, y de su oscura e inconsciente
nas inesperadas y erráticas del pasado, a traves del
adscripción a una existencia personal a través del
automatismo de la memoria, y que a su vez puede
poderoso mecanismo que Freud llamó Wieder-
anticipar, desde ese material hecho presente, orien-
holungszwang, «compulsión a la repetición».
taciones oraculares y jeroglíficas respecto a los
A través de ese automatismo el pasado insiste
auguri del futuro.
en ser, o aparecer, a modo de espectro y fantasma
Pero en esa unidad se apercibe, también, el tra-
que mediatiza y condiciona la existencia del pre-
bajo disyuntivo que escinde y separa los tres é~ta-
sente. De su recurrencia los sueños dan testimo-
sis, o que a la vez que retiene, de manera selectiva,
nio, proyectando materiales del pasado hacia un
jirones de la memoria del pasado, mantiene ~n oc~l-
futuro que a través de ellos se puede acaso pronos-
tación y ausencia zonas inmensas de la existencia
ticar, aun cuando sean oscuros sus oráculos. El
que se fue. Y lo mismo cabe decir del presente Y
pasado no está nunca del todo muerto y enterrado.
del futuro. Éste amenaza con presentarse como
No puede sellarse ni clausurarse. No puede defini-
mutación del tiempo presente de bonanza. O pro-
tivamente destruirse ni aniquilarse.
mete hacerlo como regeneración de un tiempo bo-
Al modo de las reliquias del pasado depositadas
rrascoso. Es a la vez, según el caso, amenaza y pro-
en el «mundo», también el pasado resurge en días
mesa suscitando temor o esperanza. Y en esas in-
señalados (fastos o nefastos). Resurge a través de
certidumbres traba conexión con el pasado, agi-
indicios y señales de los que los sueños, los actos
tando las aguas estancadas, o en calma chicha, de
fallidos y otros síntomas analizados por Freud,
la memoria, rescatando de ellas alguna pieza de ma-
como los síntomas neuróticos, dan testimonio. Y
yor o menor valor y relevancia, reveladora del cur-
condiciona el presente de la existencia, determinan-
so de la existencia presente.
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Pero así mismo ese futuro que está «por venir» objeto último y liminar de todo deseo o anhelo, per-
muestra su radical distancia y lejanía con el pasa- sonal o del común, y en el que pueden comparece r
do que ya se fue, o con el presente que se vive. Se referencias utópicas y atópicas, corno las que se ha-
distingue y se escinde de aquel lado del mismo que, llan presentes en mi libro La edad del espíritu, rela-
en pura ambivalenc ia, llega a ser futuro del pre- tivas a un punto omega irrealizable y mesiánico
sente, y que por lo mismo debe diferenciar se del que condiciona y mediatiza toda experiencia del
futuro en tanto que futuro. Y lo mismo cabe decir pasado y del presente. Sin esos referentes el tiem-
del pasado y del propio presente. po, como experienci a compleja y orgánica, no pue-
El pasado es pasado del presente, que puede ser de constituirs e. Tal es el futuro que sólo puede ser
reavivado y recreado por la memoria, o por el au- profetizado, del mismo modo como el pasado in-
tomatismo inconscien te. Pero en puridad está más memorial, o el pasado en tanto que pasado, tan sólo
acá o más allá de sus conexiones con el presente. puede ser relatado (por el Aeda, el poeta épico o hím-
Se distingue de éste, o establece radical disyunción nico, o el rishi védico).
con respecto a él, en la medida en que se constitu- Como dice, de forma genial, Schelling, uno de
ye como pasado inmemorial, a la vez fuente de la los pensadores que con mayor profundida d se han
memoria y raíz oscura e inaprensib le de ésta. En sabido abismar en los laberintos filosóficos del
tanto que pasado como pasado, se distingue del tiempo, ese pasado inmemoria l sólo puede ser re-
pasado del presente (genitivo objetivo). latado, y ese futuro radical tan sólo puede ser pro-
Ese pasado inmemoria l sólo comparece en el fetizado. Entre el relato y la profecía transcurre la
límite: como umbral y estribo entre ese pozo sin experiencia de la existencia, relativa a un presente
fondo en el que se abisma la memoria (y también que tan sólo puede ser expuesto.
el tiempo) y ciertas superficies de sus aguas subte- «El pasado sólo puede ser relatado, el presente
rráneas que pueden subir y ascender hasta la ex- sólo puede ser expuesto, y el futuro tan sólo profe-
periencia y conciencia del presente. También en el tizado»: con este important e aforismo inicia
límite comparece el futuro como futuro: límite en- Schelling una de sus máximas aventuras de pensa-
tre lo que puede llegar a presentarse , o a advenir, miento, su obra fragmentar ia, inédita, póstuma y
en la experiencia de un presente de la existencia, y en ruinas llamada Edades del mundo (Weltalter).
lo que, sin poder nunca acceder a esa presencia, En el límite entre ese pasado trascenden tal y el
constituye sin embargo un referente que permite pasado empírico de la existencia se instala, en efec-
constituir al futuro como futuro. to, el Aeda, el poeta, o el vidente hímnico o épico.
Tal es el futuro escatológico, el que constituye el En el límite entre ese futuro trascenden tal y el fu-
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turo que puede llegar a experimentarse se sitúa el lo que empíricamente ya pasó. El pasado al que me
profeta. Y en el límite mismo, o gozne, que consti- refiero es, en este contexto, aquel pasado (trascen-
tuye el presente, en ese pórtico llamado «instante» dental) que hace posible, siempre y en todas par-
se coloca quien pueda dar justa exposición, narra~ tes, que haya tal cosa como una posible experien-
tiva, histórica o filosófica, de ese presente suscepti- cia del tiempo que ya pasó. En este sentido los usos
ble de ser expuesto. 61 verbales lingüísticos que denotan y delatan el pa-
Por «trascendental» entiendo aquí, en línea con sado muestran una radical insuficiencia: no reba-
el uso kantiano de este término (como contrapues- san el marco empírico, registrado en el indefinido
to a «empírico»), aquello que constituye la condi- o el pretérito perfecto o imperfecto, o en el partici-
ción de posibilidad de que haya un objeto de expe- pio pasado sustantivado (por lo que se refiere a
riencia. No es un dato que proceda de la experien- nuestras lenguas próximas). 62
cia; es más bien el ámbito que hace posible que Ese pasado limítrofe, frontera entre «lo trascen-
haya, en general, experiencia; experiencia de un dental» y «lo empírico», es eso que llamo aquí pa-
objeto. sado inmemorial; un pasado fundador de memo-
Tal objeto es, aquí, el tiempo, en su unidad y en ria. En ese limes se puede situar el Aeda, el poeta
su diferenciación en sus tres éxtasis (o dimensio- épico o hímnico, el rishi védico, atentos a relatar, a
nes: pasado, presente y futuro). Es, pues, un ámbi- través de la oración o del poema, lo que ven en re-
to que trasciende la experiencia, pero que desde esa lación a «lo invisible»; y eso invisible es ese pasado
trascendencia la hace posible. Es, pues, un espa- inmemorial que con su canto rescatan del pozo del
cio limítrofe y fronterizo entre lo que desborda y tiempo. Ese pasado limítrofe y fronterizo es aquel
sobrepasa toda experiencia y ésta. La inspiración que siempre, bajo cualquier condición de experien-
limítrofe del pensamiento kantiano debe ser, en este cia, es pasado y sólo pasado.
punto, resaltada. Es lo que podría llamarse pasado esencial, o el
Esto afecta radicalmente a la reflexión que pue- pasado relativo a la esencia y quididad del ser del
de hacerse de aquellas tres dimensiones en que de
forma inmediata el tiempo se diferencia. En este 62. Con la excepción del alemán que, como ya advirtió Hegel
sentido debe entenderse por pasado algo más que en su Lógica (y apuntaló Heidegger en Zeit und Sein), incluye
en elgewesen sein, o «ser sido», la noción misma de Wesen, esen-
cia (o verbalmente «esenciar»). Es, pues, aquello que, siendo
61. Véase al respecto Lógica del límite (capítulo titulado «Las «sido», insiste en ser esencialmente lo que es: «ser sido». No
artes del signo»). Así mismo la distinción entre área póetica de la algo que ya fue, o que «ha sido», sino aquello que es, en esencia,
revelación y área profética en La edad del espíritu. ser sido.

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límite. Ese pasaáo nunca fue presente. No es pasa- entonces se concibe el pasado como mera «ausen-
do en el sentido de la expresión, radicalmente in- cia» o «no ser» en relación a un presente, como fun-
suficiente, que denota su propio nombre. No es algo ción de éste, como pasado del presente. Entonces se
que «ya pasó», o que fue «pasado» y «traspasado». privilegia, dentro de la economía de los éxtasis tem-
No es algo que «alguna vez fue», o que en algún porales, esta dimensión presente, un privilegio de-
«tiempo» fue presente. bido al brillo y fulgor inherentes a toda «situación
Es aquello que siempre, en toda circunstancia presente», o al refulgir del «instante».
y en relación a toda experiencia, insiste en su con- Eso no significa que ese pasado no se halle en
dición de pasado, haciendo posible que haya tal relación de conjunción con el presente y el futuro.
cosa como un pasado (y con él, un presente y un El tiempo es, lo he dicho, una unidad. Pero no es el
futuro). Ese pasado esencial, limítrofe, fronterizo, presente el que salvaguarda esa unidad. Esa uni-
que hace posible la experiencia del pasado, docu- dad es unión y convocatoria a la vez del presente,
mentada a través de la memoria y del relato, es el del pasado y del futuro. Y ello sin privilegio alguno
que siempre y en toda condición insiste en ser: in- de ninguna de las tres dimensiones del tiempo, que
siste en ser pasado y sólo pasado. Es un compo- sin embargo son, las tres, en un cierto sentido, ra-
nente o dimensión radical de la existencia, que se dicalmente diferentes.
constituye sólo y en tanto se halla referida a ese Esta misma reflexión debe hacerse en relación
pasado esencial, limítrofe y trascendental. Ese pa- al futuro.
sado es y existe, pero es y existe como pasado, y Éste no debe entenderse, tan sólo, como aque-
sólo como pasado. llo que «será» o que «puede llegar a ser», alguna
No es posible ni pensable una existencia sin re- vez, presente. Ése es el futuro de la experiencia;
ferencia expresa a ese insistente pasado. Siempre futuro empírico relativo a la existencia empírica.
que se da ese dato complejo del comienzo que es, Pero aquí se pregunta por aquel futuro liminar y
ante todo, la existencia, siempre se constituye ese limítrofe que «hace posible» que haya tal cosa como
pasado esencial e inmemorial que hace posible toda un futuro susceptible de experiencia. O que haya,
memorización, todo relato y todo cántico. en general, experiencia relativa a la existencia.
Ese pasado nunca llega a presencia a través de La existencia, como dato de experiencia del co-
la memoria o del relato: es justamente la condi- mienzo, debe legítimamente ser interrogada en re-
ción liminar y limítrofe que hace posible que haya lación a lo que es, o a su esencia y quididad. En la
tal cosa como una memorización, un relato, un primera parte se avanzó lo que tal esencia del dato
cántico. Si ese pasado esencial se pierde de vista, empírico del comienzo, o del existir, permitía re-
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flexionar. Tal reflexión desveló, como contenido esen- dría llamársele, como contrapunto al pasado in-
cial del límite al cual la existencia se halla referida, memorial, el futuro escatológico. Un futuro que
el doble componente potencial, en lucha, de la con- sólo liminarmente puede ser atestiguado. Ese tes-
junción y la disyunción; que al exponerse daba lu- timonio, correlativo del testimonio aédico o poéti-
gar a la topología, allí y en otros textos trazada, de co del pasado inmemorial, es asunto del profeta.
los tres cercos (del aparecer, hermético y fronterizo). La profecía, siempre, se sitúa en el intersticio li-
Igualmente el tiempo debe ser interrogado en minar entre el presente y ese limes del futuro que se
relación a lo que es, a su esencia, a su Washeit. Y halla siempre trascendido por el enigma y el miste-
esa esencia nos conduce a ese ámbito trascenden- rio que todo futuro siempre cobija y resguarda; del
tal que aquí concibo en términos jánicos, como el mismo modo como el poeta o el aeda se halla siem-
espacio liminar y limítrofe inherente a lo que el tiem- pre en el intersticio entre el pasado inmemorial,
po es (en su esencia). Y ese carácter jánico y limí- irrescatable, y aquello de éste abierto a la llave her-
trofe se refleja, de modo distinto y diferenciado, en menéutica poética y aédica, capaz de traerlo a pre-
cada uno de los éxtasis del tiempo, en sus dimen- sencia en el cántico, en el himno o en el relato épico.
siones pasada, presente y futura. Y en este sentido El pasado es limes que se auto-trasciende en el
en todas ellas ese ámbito limítrofe y trascendental enigma de ese pozo inmemorial del tiempo del que
es determinante: sólo él hace posible que haya tal la memoria aédica o hímnica rescata algún jirón
cosa como una experiencia del tiempo. que accede acaso a lo que Freud llamaba lo «pre-
Y eso afecta también a la dimensión futuro. El consciente» (una instancia liminar inserta en su
futuro es algo más que lo que simplemente «será», sabia topología del inconsciente). Y el futuro es
o que «puede» llegar a ser. El futuro, en términos también limes que se auto-trasciende en ese futuro
limítrofes y esenciales, o trascendentales, es aquello escatológico, envuelto siempre en enigmas, que el
que hace posible que haya tal cosa como un futuro profeta trata de rastrear mediante su llave herme-
de experiencia. Ese futuro debe distinguirse tato néutica, la profecía. 63 Entre medio, como gozne y
caelo del futuro del presente (el que se llega a pre- bisagra de los dos, circula el tiempo presente, que
sentar, o el que «puede» llegar a hacerse presente). ahora debe ser examinado.
Es el futuro que siempre, incondicionalmente,
bajo cualquier circunstancia insiste en ser futuro.
63. Esa dimensión profética del futuro es la que me permitió
Es el futuro que sólo puede ser futuro, que no pue- recrear, de modo legítimo, un determinado paradigma de profe-
de ser sino futuro y que nunca, bajo ninguna cir- cía en mi libro La edad del espíritu, la que da título al libro, enun-
cunstancia, puede ser o llegar a ser presente. Po- ciada por vez primera por el monje calabrés Joaquín di Fiore.

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Como se está viendo , esta reflexi ón sobre el tiem- presen te esenci al, presen te jánico , debe entend erse
po marca sus distan cias, radica lmente , con otras un presen te que hace posibl e que haya, en genera l,
analíti cas de la tempo ralidad , como la de Heide gger experiencia del presen te. Y que debe disting uirse del
en Sein und Zeit (quizá s la más potent e teoriza ción presente del pasado, o presen te relativ o a un pasado
filosóf ica que se ha hecho sobre la natura leza del «que ya fue»; o de un presente del futuro, o relativ o a
tiempo ). En Heide gger su válida exigen cia de pen- un futuro que, sin embar go, se anunc ia en su inmi-
sar en unidad los tres éxtasis tempo rales le impide , nencia , cercan a o lejana, como lo que está «por ve-
acaso, una reflexi ón atenta sobre la singul aridad nir», o que «puede» adveni r alguna vez. Es aquel
radica l y difere nciada de cada uno. presen te limina r y limítro fe que siemp re y bajo cual-
De hecho el pensam iento de Heideg ger se con- quier condic ión es presente. Es el presen te esencial,
densa en esa célebr e definic ión del tiempo , en su el que respon de a la pregun ta sobre «qué es» eso
unidad , como un «adven ir presen tante que va sien-
que llamam os «prese nte».
do sido». Pero su analíti ca es, todaví a, más allá de Se disting ue del «instan te» de brillo y fulgor con
su diferen ciació n entre tempo ralidad propia e im- que respla ndece el presen te de la experi encia, del
propia , demas iado global y «holista»: no se entre- mismo modo como la «esenc ia» se disting ue, aun
tiene demas iado en la especi ficidad propia y dife- forma ndo comun idad con él, con el «brillo », o
rencia da de cada éxtasis tempo ral. Es más, el privi- Schein, en el que respla ndece (como su propio pa-
legio que sustitu ye a su denun cia del predom inio recer, según el extrao rdinar io anális is hegeli ano
del presen te, el que atribuy e y asigna al futuro (como anteri ormen te comen tado). Es, pues, eso ( = x) que
«advenir», «adven imient o») me parece suscep tible hace posibl e que haya, en toda circun stanci a, en
de discus ión y crítica. O me resulta insufic iente. 64 Por cualqu ier experi encia relativ a a una existen cia, tal
cosa como ese «fulgor» presen te. Es el presen te sin
64. El propio Heidegg er se dio cuenta de esas insufici en- más, el presen te que siemp re y en toda circun stan-
cias en un escrito tardío, Zeit und Sein, en el que trató de subsa-
narlas. En ese escrito ya se atribuye una «esenci alizació n» pro-
cia es presen te y sólo es presen te; o que insiste siem-
pia y diferenc iada en el modo de «esenci arse» el Tiempo como pre en ser presen te; siemp re que se de lo que se da,
pasado, como present e y como futuro. Parece rememo rarse en el dato compl ejo del comie nzo, la existencia.
el concept o que usa Heidegg er de esencia una temátic a juvenil, Eso ( = x) consti tuye el mister io que todo presen -
la de su encuen tro con la ontolog ía de Duns Scotto. Como en
éste, la esencia se «esencializa» en modos; en última instanc ia te encier ra: su milagr o, digno siemp re de asomb ro
en haecceidades. Y la singula ridad radical de éstas debe ser sal- y admira ción. El milagr o de ese fulgor insiste nte y
vaguard ada. Y esto afecta, en el context o de que hablam os, en resiste nte a través del cual, en cada instant e, se re-
relación a la haecceitas del pasado, del present e y del futuro.
nueva y recrea la existen cia. Es eso escond ido y sa-
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gra do (jóristos) que tras cien de y
des bor da el lime s
jáni co que el tiem po pre sen te siem al dat o emp íric o del com ienz o, la
pre es: el tiem po ex-s iste ncia , pue -
pre sen te en su natu rale za y esen cia. de abr irse has ta ese ámb ito lim inar
Es eso que , siem - , jáni co y lim ítro -
pre que hay a exis tenc ia, es tiem po fe en el cua l se adv iert e la uni dad
pre sen te. O que que form an, ya en
siem pre y en tod a circ uns tanc ia com el dato com plej o del inic io, la exis
par ece y bril la tenc ia y el tiem po.
com o el fulg or (aci ago o ben efac tor) Esa raz ón lim ítro fe y fron teri za
del tiem po que es la que hall a su
se exp erim enta com o pre sen te. exp resi ón en esta filosofía del lími te
que en este text o
En cad a uno de los éxta sis tem por voy llev and o a con sec ució n.
ales , ade más ,
se refr acta n los dem ás, sólo que
en cad a cas o de
un mo do siem pre dist into . En el
pas ado se refl eja
un pre sen te y un futu ro que en él II
tien en su mat riz,
una mat riz que , sin emb arg o, los
man tien e siem -
pre en el esta tuto de lo sim ple men ¿Qu é es la hist oria ? ¿Qu é deb e ent
te «po sibl e». El end erse por
pas ado y el futu ro se refl ejan en hist oria ? ¿Cu ál es el sen tido de
el pre sen te, com o ésta , su sign ific a-
pas ado del pre sen te y com o futu ción , su «di recc ión » (si vale hab
ro rela tivo a ese lar así) ; cuá l su
pre sen te. Y el pas ado y el pre sen te ese ncia , su nat ura leza y con dici ón?
se refl ejan en el ¿Pu ede hab lar-
futu ro, a mo do de aqu ello que , se de un fin de la hist oria , tan to en
al hac erse exp e- sen tido de fina -
rien cia de él, en éste es siem pre lida d (tel eoló gica ) com o de clau sur
, de alg ún mo do, a (co mo últi ma-
rete nid o, evo cad o y sub lim ado (co men te se ha lleg ado a afir mar de
mo suc ede , de mo do enf átic o)?
hec ho, en la ver bali zac ión lim ina ¿Tu vo aca so alg ún com ienz o? ¿Pu
r de ese futu ro, la ede hab lars e
pro fecí a). de algo ant erio r a la hist oria , de
una pre - o pro to-
Y sin emb arg o el tiem po, en tan to hist oria , de una arjé que se le ade
que «un idad lan ta con el ca-
que se dife ren cia a sí mis ma» (Ho rác ter de lo «ar caic o» y «or igin ario
lder lin) , siem pre »? ¿Pu ede ha-
es uni tari o. Es el mis mo tiem po blar se de una «po sthi stor ia» en la
el que uni fica eso que ya no hab ría
mis mo en lo cua l siem pre difi ere. tran scu rso , ni tam poc o recu rso a
Es, en sum a, un mu taci ón, tran s-
solo tiem po: el tiem po de la exis tenc form ació n o giro , sino tan sólo , qui
ia. Del mis mo zás , «má s de lo
mo do com o ésta es lo que es, ex-s mis mo» , o «ete rna rep etic ión de lo
iste ncia , ser fue ra siem pre igu al»?
de sus cau sas, tam bié n el tiem po es ¿Pu ede dib uja rse un sen tido y una
uni dad ese ncia l dire cció n a lo
de sus tres éx-s tasi s, de su «sa lir fue que «ex iste » ent re ese arc aís
ra de sí» com o mo y esa tra ma
pre sen te, pas ado y futu ro. Por eso pos this tóri ca fina l? ¿Pu ede hab lars
sólo una raz ón e de pro gre so
ex-s táti ca, abi erta al éx-s tasi s tem y/o de reg reso , de ava nce y de retr
por al cor rela tivo oce so, de rev olu -
ció n o inv olu ción , de mu taci ón
214 o rest aur ació n, o

215
marcan y señalan el sentido mismo de la reflexión;
de «dos pasos adelante, uno atrás» (según el dictum
leninista)? en lo que ahora se trata de abordar y tematiza:,
estas interrogaciones y algunas más nos dan senti-
¿Dónde hallar los condicionamientos esencia-
do en dirección a lo que quiero en este contexto
les y estructurales que determinan el propio acon-
tecer histórico? ¿Cuáles son, si es que pueden loca- tematizar: la historía. El sentido de la historia vie-
ne, antes que nada, adelantado y anticipado por
lizarse, los principales factores de ese acontecer?
estas u otras interrogaciones.
¿Qué debe entenderse en general por acontecer en
Conviene retener la más relevante de todas es-
este contexto histórico? ¿Hasta qué punto ese acon-
tas cuestiones: esta última, relativa al sentido de la
tecer histórico lo es siempre del existir, de la exis-
tencia; y se halla presente ya en el dato complejo historia, que se esclarece si acert?mos en la ~eter-
minación de su célula germinal. Esta la constituye
del comienzo de toda verdadera exposición filosó-
el acontecimiento histórico; o dicho con mayor pre-
fica que se nutra, como de su fuente privilegiada,
de la experiencia del común? cisión: el acontecimiento histórico: aquel que de-
sencadena una inflexión relevante en el curso ge-
¿Cómo elaborar esa experiencia, y la precom-
neral de los aconteceres; el que en cierto modo posee
prensión que en ella está siempre presente, congé-
significación inaugurante en relación a la sucesión
nere con la existencia, en conceptos relativos a una
de sucesos que desencadena. .
posible «filosofía de la historia» que marque radi-
cal distancia con lo que por tal se ha entendido Dejo de lado la determinación de los factores
hasta el presente, o con lo que esta expresión suele determinantes del mismo; o la discusión sobre cuá-
evocar y sugerir? les de entre ellos pueden tener carácter de «deter-
minación de última instancia» (si los socioeconómi-
Toda verdadera reflexión filosófica se nutre,
cos, los políticos, los culturales, los ecológicos o
como de su más prístino manantial, de una casca-
da de interrogaciones que, al precipitarse sobre las los simbólico-religiosos).
aguas remansadas del curso reflexivo de la filoso- En un libro anterior, La edad del espíritu, atendí,
fía, refulgen y relampaguean al reflejarse la luz solar preferentemente, a los acontecimi~n~os sim~ólic_?:,
en sus infinitas partículas. La luz solar de la inteli- y a su expansión en los marcos rehg1osos y ?Io~o~-
gencia. cos. Pero no es esta discusión de metodologia h1sto-
La filosofía se inicia siempre con un surtido y rica la que me importa apuntar aquí, por mucho
un abanico amplio de preguntas, ya en Platón y en que debe ser objeto de reflexión y discusión.
Aristóteles, y en general en toda verdadera y ge- Me basta insinuar en este contexto que el acon-
nuina aventura filosófica. Esas interrogaciones tecimiento histórico es, en su forma más genérica,

216 217
el tema propio sobre el cual debo llevar a cabo primero que toda expos1c10n filosófica debe
más adelante una reflexión en profundida d. Pero asumirse, el corolario y consecuenc ia misma de la
sobre todo me importa avanzar que ésta deberá naturaleza temporal (y jánica) de la existencia: su
hacerse a partir de la analítica llevada a cabo en condición histórica. Sólo que ésta posee su propia
el apartado anterior. Pues la reflexión allí iniciada especificida d. Si bien su sentido se esclarece en gran
sobre la naturaleza jánica del tiempo, y sobre el medida merced a la tematizaci ón efectuada sobre
carácter de las tres dimension es del tiempo, pue- la naturaleza jánica del tiempo, y sobre su esencia
de ser reemprend ida, con matices nuevos y dife- a la vez unitaria e internamen te diferenciad a (en
rentes, en relación a la reflexión sobre el aconte- tres dimension es temporales ).
cimiento histórico. El esclarecim iento del modo propio en que inci-
Las reflexiones sobre el tiempo suelen ser el pi- de en el hecho temporal la doble potencia conjun-
vote de las reflexiones sobre la historia. Sin una tiva (que asegura la unidad de la experiencia del
sólida reflexión sobre la naturaleza y esencia del tiempo) y disyuntiva (que mantiene diferenciad os
tiempo la reflexión sobre el sentido y significació n y distantes sus tres éxtasis, pasado, presente y fu-
de lo histórico se halla en situación precaria. Ya turo), así como la lucha de ambas potencias, ex-
que la historia discurre y circula por las arterias puesta a través de la explicitació n de ese natural
del tiempo; o constituye una inflexión, que debe jánico, bifronte, limítrofe y liminar del tiempo,
ser esclarecida , de la naturaleza temporal que co- constituye la adecuada premisa para iniciar una
rresponde al dato complejo del comienzo, aquel que reflexión sobre el sentido de la historia.
toda experiencia filosófica debe atender, y al que Éste, en gran medida, puede esclarecers e si se
aquí voy determinan do como existencia. dispone de ese crucial y angular punto de apoyo.
Una existencia que es, en su esencia misma, tem- Así mismo esa «piedra angular», tantas veces des-
poral, o que circula (en su condición de exilio y éxo- echada, respecto al carácter limítrofe del tiempo,
do) por la triple ruta, unificada, del tiempo: referi- que se refleja, como hemos visto, tanto en su uni-
da siempre a un pasado inmemoria l, a un futuro dad como en sus tres modos en los cuales ésta se
escatológic o y a un presente esencial; a la vez que diferencia, permite así mismo salir al paso de con-
cercada y limitada por una falla originaria (o «fun- cepciones de lo histórico que, por no haber atendi-
damento en falta») y por una quebradur a en el fin do a ese carácter, acaban siendo radicalmen te in-
(al que la existencia se halla emplazada , y que en suficientes .
tanto insiste en ser es aplazada). En todo verdadero acontecimi ento histórico se
Se trataría de comprende r, en ese mismo dato produce, de hecho, una gestación limítrofe, de ca-
218
219
rácter inauguraríte, de una nueva experiencia uni- va), pero que permite destacar, como acontecimien-
taria del tiempo, y de una inmediata redefinición to histórico, aquel de ellos que asume carácter inau-
del pasado inmemorial y del futuro escatológico, así gurante (de una trama personal o colectiva). E:1
como del presente esencial. Es en ese acontecer his- ese acontecer señalado ese presente destaca la um-
tórico donde esa experiencia (personal, colectiva) dad del tiempo en su propia diferenciación, redefi-
asume su forma más prístina y significativa. niendo cada uno de los modos en que hace su apa-
Acontecimiento histórico puede ser, en la vida per- rición tanto el presente como el pasado y el futuro.
sonal, aquel suceso inaugurante a partir del cual se En este sentido el acontecimiento histórico in-
redefine la existencia propia y específica de una per- troduce un corte o una demarcación (raíz tem- de
sona singular. 65 Y en términos de colectividad es, témenos, templum y tempus), de naturaleza cuali-
sin duda, lo que suele comprenderse con esa expre- tativa, al supuesto uniformismo aritmético de los
sión en su uso más generalizado y común. Pero la «ahoras» que se reproducen sin cesar. Constituye
trama histórica no se limita a lo que las historias la puerta, de naturaleza jánica, que redefine, desde
oficiales de un país, de una nación, de una colectivi- ella, los tres éxtasis temporales, el presente que ina-
dad entienden por tal. La historia, storía, es siem- ugura, el pasado que rememora y el futuro que
pre relato y narración. Como tal es relato y testimo- intenta pronosticar. Es, pues, limes inaugurante de
nio, visto u oído, en relación al presente y al pasado su propia historicidad: de una historia específica,
de una colectividad (así en el uso del término en personal y colectiva, que desde ese acontecimien-
Heródoto). Pero en última instancia remite a lo in- to, limítrofe y fronterizo, adquiere su propia signi-
memorial de ese pasado que sólo leyenda y mito ficación y sentido.
pueden acoger en palabra o en escritura. Y es, tam- En mi libro La edad del espíritu llamé eón al
bién, referencia a un futuro escatológico que en el transcurso, en forma de historia propia y específi-
acontecer histórico (personal o colectivo) hace siem- ca, a partir de un acontecimiento histórico, de ca-
pre su aparición (en forma de oráculo profético, o rácter simbólico-religioso, que intervenía como
de profecía mesiánica).
acontecimiento inaugurante. Y en este sentido in-
Y es, desde luego, exposición de un presente que troduje límites y demarcaciones cualitativas en el
siempre insiste en ser presente, o que se reproduce supuesto continuum de la historia universal (asu-
en cada «instante» (en la vida personal o colecti- miendo como perspectiva elegida el acontecer sim-
bólico-religioso).
65. Véase al respecto lo que en mi libro Pensar la religión Mostré así mismo que la especificidad de cada
llamé «acontecimiento ético».
eón derivaba de la inflexión de las diferentes cate-
220
221
gorías que permit ían despre nderse de una analíti-
ca relativa a las diferen tes y escalon adas «dimen -
siones» de un único aconte cimien to históric o-ge-
neral al que llamé acontecimiento simbóli co (que
luego, en la modern idad, se doblab a en el aconte-
cimien to propia mente espiritual).
De esta forma despleg ué, en un ámbito parti-
cularm ente relevan te, la inspira ción ontológ ica que
ya había ido proban do en libros anterio res, relati-
va a una redefin ición del ser como limes (y del sím-
bolo como la forma inmedi ata de acoger ese ser del
límite en el pensar, en el decir, en los usos verbale s
y en los trazos de escritu ra). Estas reflexio nes pue- 3. Realid ad y verda d
den dar a ese escrito un esbozo metodo lógico so-
bre lo que en él fue conven ientem ente usado con
vistas a una recons trucció n de nuestra s tradicio -
I
nes religios as y de pensam iento.
Hay tantas doctrin as de la verdad como filoso-
fías, ya que la verdad, y su problem ática, acomp aña
siempr e a toda aventu ra filosófica, desde sus oríge-
nes griegos a nuestro s días. El problem a de la verdad
no está en absolut o resuelto. ¿Cómo va a estarlo, tra-
tándose de un problem a filosófico?
En este ámbito no hay «soluciones», ya que la filo-
sofía tiene siempre que habérselas con aporías. Y és-
tas, por su propia natural eza, ni se resuelven ni se «di-
suelven». Sólo vale afronta rlas en toda su radical idad
y aventurar, en relación a ellas, una respuesta. Pero
esa respues ta se halla siempre expues ta al marco críti-
co y litigioso en el cual (y sólo en el cual) puede existir,
como en su hábitat natural , la aventur a filosófica.

223
¿Qué es la verdad? Preguntaba, desde su pirró- ta de asumir, y superar a un tiempo, según un modo
nico escepticismo, Pondo Pilatos. La sospecha res- diferente del hegeliano de comprender laAufhebung,
pecto a la pertinencia de un concepto como el de esa vertiginosa, y saludable, tarea de des-construc-
verdad acompaña a la historia de esta noción desde ción, integrando de ella lo que constituye su poten-
sus orígenes griegos. No es, pues, una fundada sos- cia: eso que llamo la potencia disyuntiva. Pero se
pecha de las filosofías de última hora, si bien en los trata (por lo que a mi propia propuesta filosófica se
últimos tiempos tal sospecha se ha generalizado. No refiere) de comprender la relación (conflictiva, trá-
es, desde luego, una cuestión «de moda» esta cues- gica) de esa instancia de disyunción con la otra po-
tión relativa a la verdad. Todo lo contrario. Tiene tencia con la cual se halla intrínsecamen te herma-
todas las trazas de una cuestión intempestiva. Replan- nada, la potencia conjuntiva.
tearla hoy, aquí, tiene sus riesgos y sus costes. Cierto que los alcázares filosóficos semejan cas-
Sobre todo en la fenecida década de los ochenta tillos de arena. Pero el Tiempo-Niño heraclíteo se
la década posmoderna por antonomasia, esta cues~ dedica a jugar con ellos: a construirlos y destruirlos,
tión de la verdad pareció definitivamen te periclitada. en un eterno retorno de naturaleza trágica que, sin
Los principales conceptos ontológicos de la philo- embargo, incluye cada vez su pertinente diferencia
sophia perennis, «verdad», «fundamento» , «ser», etc., (según el módulo musical al que llamo principio de
parecían derrumbarse de forma definitiva. Pensa- variación). Hay cesura, ciertamente, como en toda
dores como Rorty, Vattimo y otros parecían sus de- forma trágica. Pero hay también, como resultado
finitivos enterradores. Heidegger parecía haber po- de su exposición, cierta katharsis que confiere sig-
dido todavía tener trato con ellos sometiéndolo s a nificación vital al escenario trágico mismo (símbo-
una inflexión lingüístico-e timológica peculiar. lo general del ser mismo del mundo).
Derrida parecía haberles dado el golpe de gracia No es ajena a la concepción de la verdad que
mediante su ingente empresa de derribos genera- aquí se quiere proponer el concepto de esta lucha
les respecto a una aventura filosófica, la occiden- entre la potencia conjuntiva y la disyuntiva, que jus-
tal, imbricada con lo que este autor llamó «logo- tifica y legitima tanto la construcción de una arqui-
centrismo». tectura filosófica como la inclusión en ella (necesa-
Hoy, ahora, pasado este aquelarre destructor ria) del estigma de la disyunción y la cesura. Tal con-
subsisten importantes piedras desechadas por est~ cepto constituye el posible destilado lógico y reflexi-
general demolición. Y es importante rescatarlas. O vo de una realidad que se manifiesta en la esencia
hacer de ellas, como dice el evangelio, la posible misma de lo que existe.
«piedra angular» de una nueva edificación. Se tra- El mero hecho de existir da documentació n de
224 225
esa duplicidad potencial, que en forma de litigio 0 fracasos de cada uno de los dos principios antagó-
lucha (o de su sublimación en juego) parece expo- nicos en el terreno fáctico y concreto, u óntico, de
nerse. Lo que el viejo Freud elevó a principio meta- los episodios parciales o fragmentarios en que se
psicológico, la relación pugnaz entre Eros (en el va desgranando la existencia.
sentido conjuntivo, formador y edificante de Platón) La verdad tendría que ver, pues, con la concep-
Y Thanatos (o principio de muerte, como principio ción, o conceptuación, de esa lucha entre la poten-
d: desarticulación, o de energía desligada) es, en cia conjuntiva y disyuntiva que determina la natu-
cierto modo, lo que se descubre, ya en los hechos raleza y esencia de lo existente, y que se halla
~e l~nguaje, bajo las partículas disyuntivas y con- incardinada en la noción a la cual la existencia se
Junt1vas. halla radicalmente ligada: el ser del límite. Sería,
És,a ~s la materia prima cuyo destilado esencial y pues, el concepto que ca-responde a esa esencia de
ontolog1co fue expuesto anteriormente como la «in- la realidad. Entendiendo por «realidad» la unión
terioridad» misma de la esencia de lo que podemos de la existencia y la esencia.
llamar realidad (la esencia de un «existir» en refe- Lo que existe se advierte remitido a un límite
rencia intrínseca y esencial con el límite). Eso mis- que le es esencial. La reflexión sobre la esencia de
m~ que, en registro idealista y especulativo, intuyó eso que existe desvela esa doble potencia, conjun-
el Joven Hegel bajo la forma de un doble poder (0 tiva y disyuntiva, que en forma conflictiva se expo-
Macht), el poder de desgarramiento (Entzweiung) y ne. Y la realidad es, en su conjunto, esa existencia
el poder de (re)unificación (Vereinigung); lo cual era del principio, sólo que «esencializada» (fundada y
para Hegel el asunto mismo de la filosofía: aquello fundamentada en su propia esencia). Esa realidad
acerca de lo cual ella trataba. es la que el concepto que la razón reflexionante
, N~ tiene sentido introducir una ordenación je- forma debe acoger, ca-respondiendo a ella. La ade-
rarqmca entre ambos principios; más operativo cuación, o ajuste, y el correlativo desajuste, o no-
parece considerarlos como «momentos» (en el sen- adecuación, entre ese concepto que la razón
tido newtoniano del término, que Hegel reconoce reflexionante se forma y la realidad (según la aca-
Y recrea) a partir de los cuales puede trazarse lo bo de definir) es lo que puede especificar lo que
que es: el ser que existe en el modo de la insistente deba entenderse por verdad o su contrario.
lucha entre los dos; una lucha sin conclusión ni Con lo cual ya he avanzado mi propia concep-
cadencia, o sin triunfo ni derrota entre ambos con- ción de la verdad. Así entendida la verdad puede
tendi~n~es si se perciben las cosas a escala global, ser, sin demora, rescatada del baúl de las cosas
ontolog1ca; o que sólo acoge parciales victorias y periclitadas. Cual Ave Fénix, renace y se recrea a
226
227
través de esta coficepción. En ella debe determi- verdad la categoría de relación; y la forma (pug-
narse el ajuste-y-desajuste, en forma de concepto, naz y lúdica) de ésta.
de lo que la realidad misma exhibe: ese ajuste La materia de la verdad es la relación (cuyos
conjuntivo de lo siempre desajustado; ese desajus- relata son las dos potencias); y la forma de esa ma-
te liminar de lo que siempre aspira a la conjun- teria es la lucha y el juego: las dos formas en las
ción. Ese concepto es, por todo ello, de naturaleza cuales esa relación puede exponerse; en la lucha se
trágica y problemática; nada que ver con un con- revela esa relación con predominio y hegemonía
cepto de naturaleza especulativa. Es un concepto de la potencia de disyunción; en el juego esa rela-
que se construye en el horizonte mismo de su pro- ción se asume revestida y sublimada por la poten-
pia pérdida. O que recompone en collage lo que cia conjuntiva. Pero en ambas formas subsiste la
subyace como erizado destrozo de una especula- materia relacional, relativa, que es de hecho co-
ción hecha añicos. Ya en mi libro La aventura filo- relacional, ca-relativa. En ambas formas se man-
sófica avancé esta idea renovada de lo que puede tiene la tensión (como la que subsiste en las cuer-
entenderse por verdad: el justo ajustarse a lo que das de la lira; o en el arco tenso que permite dispa-
subyace desajustado, pero que en ese ajustar (con- rar la flecha).
cepto y cosa, razón y realidad) se halla siempre, y Esa tensión nos advierte hasta qué punto la pro-
de siempre, presionado por la potencia desajus- pia lucha no es ajena al juego, ni éste es ajeno nun-
tante; pero que, así mismo, acoge lo que vibra, en ca a la conflictividad que sublima. La guerra, en el
medio del desajuste, como insistente potencia con- terreno fáctico y existencial, nos documenta sobre
juntiva (formadora, edificante, constructiva). En esa asunción de cierta dimensión de juego queja-
una palabra: la exposición de esa lucha (suscepti- más deja de estar presente en ella; la sexualidad
ble de sublimarse en formas lúdicas) entre ambas evidencia hasta qué punto su carácter de juego de
potencias de la esencia del ser del límite. amor subsume y sublima un potencial conflictivo
Importa, sobre todo, para esta recreación del de lucha (no en vano se habla de la «guerra de los
concepto de verdad, o para su re-construcción (más sexos»).
allá de todo énfasis des-constructor), profundizar En la existencia misma, factum inicial de toda
en esa lucha y ese juego. O en el carácter misterio- verdadera aventura filosófica (suscitador de asom-
samente unido y hermanado, como ya intuyó el bro, thaumadsía), se nos documenta esa imbrica-
viejo sabio Heráclito de Éfeso, entre ambas formas ción de lucha y juego en el que, en forma de rela-
de relación entre la doble potencia antagónica (de ción o ca-relación, se revela la articulación tensa e
conjunción y disyunción). Importa siempre en la inestable de las dos potencias antagónicas, la po-
228 229
tencia conjuntiva y la disyuntiva. La pulsión bélica nentes; pero, en segundo lugar, ese aspecto prime-
y sexual lo documenta. Y esa doble pulsión com- ro en que la verdad aparece permitiría interrogar
parece ya desde el principio como dos componen- por la dimensión esencial de la verdad: la que res-
tes esenciales del existir. Toda existencia muestra ponde a la pregunta por la esencia o quididad de
esa doble pulsión. Empédocles destiló de ella el esos primeros componentes que se descubren en
doble principio cósmico de Odio y Amistad. Elevó el dato existencial del comienzo. Y habría, en ter-
así al rango de potencias cosmológicas lo que hoy cer lugar, la dimensión real de la verdad: la que haría
nos comparece como componentes intrínsecos de referencia a la unión de las dos dimensiones pre-
la existencia. vias, la existencial y la esencial, en el supuesto de
El concepto de verdad debe, ante todo, atender que se entienda por realidad lo que ya se ha avan-
a esos humildes orígenes existenciales; en ellos se zado: la existencia fundamentada en la esencia. Una
abreva toda auténtica reflexión filosófica. La ver- realidad en la que podría comparecer, plenamente
dad muestra o descubre una relatividad intrínseca, expuesta, aquello que el ser es, y que aparece ya en
ya en el orden más primario del factum existencial, su primario modo existencial de mostrarse: el ser
en donde la guerra y el sexo, o la conflictividad y el del límite.
juego, asoman como documentos primeros del En esas tres dimensiones de la verdad revelarían,
«mundo de vida» del existente. en diferentes módulos o escalas, su naturaleza y ca-
El rescate del concepto de verdad exige este re- rácter relacional. Pues entiendo aquí por verdad el
pliegue al dato originario mismo que suscita, y ex- paradigma mismo de toda ca-relación. Una ca-rela-
cita, toda estilización reflexiva en forma de pro- ción en la que se co-ligan (de forma conflictiva y
puesta filosófica. Y ese dato es la existencia (una tensa) los dos términos en la que la verdad se juega:
existencia en exilio, en éxodo, expulsada de sus concepto y ente, razón reflexionante y realidad.
«causas»). En esa existencia se halla patente tal du- En este sentido debe decirse que toda teorización
plicidad de guerra y juego, o de desavenencia y sobre la verdad hace referencia siempre al conoci-
amistad. En este sentido la verdad ejerce su carác- miento. Es, de hecho y de derecho, una teoría del
ter, su ethos: el que se revela en su propia etimolo- conocimiento. Importa, por consiguiente, explorar
gía (a-letheia: desocultación, patencia). Hace, pues, lo que por tal «conocimiento» puede entenderse.
patente esos componentes existenciales, invitando ¿Qué significa conocer? ¿Qué es lo que de verdad
a interrogar por sus destilados esenciales. conocemos? ¿Cómo es posible arbitrar un criterio
Habría, por tanto, una dimensión existencial de que pueda determinar lo que podemos denominar
la verdad en la que ya comparecerían esos compo- conocimiento verdadero?
230 231
¿Es posible arnpliar lo que deba entenderse por Pues tal idea fecunda los términos relativos en-
conocimiento más allá del estrecho coto de lo que tre los cuales tal conocimiento se juega. Tradicio-
por tal se entiende en ciertas tradiciones de la mo- nalmente esos términos son el concepto y la reali-
dernidad, como las que derivan de la nuova scienza? dad, de cuyo ajuste derivaría el conocimiento ver-
¿Debe identificarse conocimiento con lo que resul- dadero. Y esos dos términos (y en consecuencia la
ta del ejercicio de lo que suele llamarse ciencia o relación posible entre los dos) deben ser recreados
saber científico? ¿O es necesario atravesar el coto y reconstruidos desde las premisas ontológicas que
cerrado de la ciencia hasta enfrentarse con un ám- derivan de la asunción del ser del límite.
bito más amplio y general en el cual tenga sentido La razón reflexionante que forja el concepto po-
también hablar de conocimiento y de conocimien- sible que puede habérselas con la realidad ya ha
to verdadero? ¿Quién es el sujeto genuino del co- sido definida como razón limítrofe y fronteriza, del
nocimiento? ¿Cuál es el objeto propio y adecuado mismo modo como en Lógica del límite avancé un
en el que ese conocimiento se reconoce? concepto de concepto fecundado por esta perspec-
Parece, en todo caso, que la cuestión de la ver- tiva. Y lo mismo debe decirse de la realidad, que
dad remueve necesariamente las aguas estancadas en su articulación de esencia y existencia se bene-
de una posible teoría del conocimiento. Y en este ficia de la analítica desplegada anteriormente, don-
terreno parece necesario, con el fin de orientarse a de se ha sorprendido ya en el factum inaugural del
lo que por conocimiento verdadero pueda enten- comienzo expositivo, en la existencia, una intrín-
derse, hacerse con alguna vía de acceso: lo que des- seca remisión al ser del límite, que ha dado paso a
de Descartes en adelante se suele llamar, en la tra- una elucidación de la esencia o quididad de esa
dición de la modernidad, método. Sólo provistos existencia, en la que se reconoce el doble compo-
de un método podría ser posible orientarse en re- nente (conjuntivo y disyuntivo) que encierra dicha
lación a la verdad, o al conocimiento verdadero. esencia del ser del límite. Intentaré, en lo que si-
La asunción ontológica del ser del límite deter- gue, esclarecer y ahondar en estos escuetos enun-
mina la pauta metódica desde la cual puede ciados ya anticipados en las secciones anteriores.
accederse al espinoso problema de la verdad. Cons- Conviene, primero de todo, justificar la deno-
tituye el compromiso ontológico desde el cual pue- minación de un concepto de razón redefinido y res-
de despejarse, quizás, la cuestión relativa al cono- catado como razón fronteriza. Esta denominación
cimiento. La teoría del conocimiento que, en este no es, ni mucho menos, una cómoda etiqueta que
contexto, pueda llevarse a cabo halla en esa idea proceda de una mecánica aplicación del compro-
del ser del límite su principal punto de apoyo. miso ontológico antes aludido al ámbito de lo que
232 233
suele llamarse, al menos desde la tradición moder- tes, o por la propia marcha metódica que puede
na, de Descartes en adelante, con el título de razón. proporcionar el proceso de auto-mediación, o la vía
Constituye, si se piensa en profundidad en la idea negationis, como en Hegel. Ese factum pone en evi-
que tal denominación sugiere, una redefinición y dencia un hiato o una cesura intrínseca entre ra-
reconstrucción en toda regla de lo que por tal «ra- zón y realidad, socavando todo argumento
zón» suele entenderse en la tradición de la moder- ontológico al respecto (toda pretensión de asumir,
nidad. como en Hegel, la ecuación entre lo racional y lo
En términos negativos una razón fronteriza es real).
una razón que no puede, desde ella misma, auto- Ese factum destaca, como concepto primario
generar los datos a partir de los cuales puede que puede dar cuenta del mismo, el hecho puro de
constituirse y construirse. O que no puede, desde existir, o la existencia (entendida desde su peculiar
ella misma, promover aquel «dato» o «aparición» etimología, como ser puesto ahí más a acá o más
del comienzo que determina su propia marcha me- allá de la causalidad racional que pudiese determi-
tódica y expositiva. La razón cartesiana o hegeliana narlo). En vez de esa causalidad racional se advierte
promueven su opción metódica en y desde un dato un expulsión y un exilio del existir fuera de esa efec-
inaugural que la propia razón genera: a partir de tividad causal. En el lugar que a ésta se suele atri-
una primitiva evidencia, en Descartes; o a partir buir comparece entonces el límite mismo que im-
de una indeterminada inmediatez que, por sí mis- posibilita toda comprensión y conocimiento de esa
ma, promueve su propia, e inmediata, mediación, causalidad metonímica (de la que se reconoce el
en Hegel. La razón fronteriza se halla impedida, en efecto, en pura elipsis de su causa).
razón del límite que la determina y decide, para Ese límite es, entonces, a fortiori, aquello que
ese expediente metódico surgido de las entrañas comparece como principio que puede dar cuenta
mismas de su propia productividad «racional». Pero de ese puro efecto, o efecto puro, que es el hecho
eso no significa que no pueda producirse como (puro y bruto) de existir, un existir en estado de
razón; o que carezca de posible «método» en y des- exilio y éxodo, para decirlo en el mismo modo como
de el cual pueda constituirse como razón reflexio- se ha ido caracterizando en la primera parte de este
nante y concipiente. texto.
Significa, en términos positivos, que esa razón La razón, entonces, descubre en el puro factum
tiene que habérselas con un factum que se le da sin de la existencia ese límite limitante como dato ina-
que ella, por ella misma, pueda auto-engendrar: sea ugural que suscita en ella admiración, asombro,
por vía de autointuición evidente, como en Descar- thaumadsía (actitud que ya Platón pensó como ori-
234 235

l
ginaria respecto al despunte filosófico). Y recono- La causalidad racional se halla más allá del lí-
ce en ella misma ese mismo límite y frontera: aquel mite del existir; la existencia como factum se halla
que le impide justamente promover, desde ella, el más allá del límite inherente a la razón reflexio-
puro hecho de existir; pero que le exige, por lo mis- nante. Eso permite redefinir esa causalidad racio-
mo, plegarse a él si quiere constituirse como tal nal como la propia de una razón reflexionante que
razón reflexionante; ya que ese dato del comienzo no puede inferir, desde su concepto, el puro dato
es, ni más ni menos, lo que le urge y apremia a real del existir. Y así mismo puede redefinirse éste
constituirse como razón: lo que promueve en ella como el dato empírico, encontrado en la experien-
interrogaciones y respuestas, o argumentaciones y cia, que provoca y suscita el ejercicio y la actividad
reflexiones. Es decir, lo que desencadena la pro- de una razón reflexionante que se construye y edi-
ductividad misma de su actividad racional, a tra- fica sobre esa base empírica que le determina des-
vés de preguntas, argumentaciones, refutaciones y de fuera.
respuestas. Esa razón reflexionante, que se reconoce limí-
Al límite descubierto en el puro hecho de exis- trofe y fronteriza, puede entonces interrogar por la
tir se ca-responde el límite que la propia razón, en esencia o quididad de ese dato empírico que cons-
su reflexión sobre sí, descubre en su propio seno. tituye su pertinente objeto (a la vez que la base so-
Aquél invita a ésta a «salir de sí misma» si quiere bre la cual ella, la razón, puede constituirse y cons-
salir al encuentro de ese dato del comienzo. Debe truirse). La razón fronteriza alumbra entonces un
tensarse de forma ex-stática si quiere dar cuenta concepto que pueda ser ajustado o adecuado a esa
de ese éx-stasis factual que constituye la pura ex- esencia del ser del límite que se descubre en el puro
sistencia. A la razón en éxtasis ca-responde el éxta- factum del existir. Sólo que ese concepto es, a su
sis factual de la ex-sistencia. Mediante el éxtasis vez, un concepto en éxtasis: debe desbordarse de
desborda y trasciende la razón su límite limitante, la propia matriz racional hasta salir al encuentro
abriéndose así a una acogida negativa (por ausen- de esa esencia que se halla «dentro» del puro factum
cia) de ese dato que en ella misma no encuentra. de la existencia, o del dato empírico del comienzo.
Se hace así razón receptiva, pasional; o asume Por conocimiento verdadero puede, entonces,
como principio metodológico inicial lo que Schelling entenderse el justo ajuste (en la aporía que ello con-
llamó «empirismo trascendental» (un empirismo lleva, ya que ese ajuste presupone la cesura de la
que, desde el Tratado de la pasión he definido siem- potencia disyuntiva) entre ese concepto limítrofe
pre como punto de partida metódico de mi propia que sale de sus propios límites al encuentro con la
orientación filosófica). cosa, y esa cosa en la cual se alza la existencia en

236 237
juste que
su pro- asum e la tens a rela ción entr e ajus te y desa
éxta sis haci a ese limes en el cual desc ubre la dobl e pote ncia esencial dete rmin a, y
que debe
dobl e pote ncia con- , com o
pia inte rior idad esen cial (su hall arse tant o en el conc epto com o en la cosa
expo ners e a
junt iva y disy unti va), susc epti ble de desd e lueg o en la ca-relación de amb as que
la ver-
su reali-
trav és de los tres «cercos» que cons tituy e dad sanc iona . La no-v erda d pod ría dete rmin arse
trofe
dad (el cerc o del apar ecer , el prop io cerc o limí com o el ocul tam ient o u olvid o de esa dobl
e pote n-
y el cerc o herm ético ). la cosa ,
hace cia en rela ción (bie n en el conc epto , bien en
La verd ad cons tituy e el crite rio o pau ta que bien en la co-r elac ión entr e los dos) .
) entr e
posi ble dete rmin ar el ajus te (o el desa juste El cono cimi ento verd ader o exige cond ucir
el mé-
cual es se
el orde n de traz os y de pala bras sobr e los todo que dim ana del com prom iso onto lógi
co rela -
, en el cual ese orde n
leva nta el proy ecto filosófico tivo al ser del límite tant o a la eluc idac ión
del con-
ítrof es, fron-
se subl ima en form a de conc epto s (lim cept o com o a lo que pued e ente nder se por real i-
ren en
teriz os), y el orde n de acon tece res que ocur dad; y por supu esto a la co-r elac ión posi ble entr e
n esen -
el ámb ito de la exis tenc ia, cuya dete rmin ació los dos (que es a la vez conf licti va y lúdi ca).
La ver-
prop io y adec uado
cial perm ite form ar el conc epto dad expr esa a la vez la lucha inm anen te entr
e esos
de realidad. razó n refle xion an te y
ep- térm inos (conc epto y cosa ,
La verd ad seña la el posi ble ajus te entr e conc real idad ) y el posi ble juego entr e amb os. El orde n
perm ite
to y real idad . Esta blec e la corr elac ión que de los traz os y las pala bras debe pens arse
ya bajo
te, el cono cimi ento go», al
cons uma r, a trav és de ese ajus ese dobl e pará met ro (y no sólo com o «jue
rela ción ( con-
verdadero: aque l en el cual se tens a la mod o del segu ndo Witt gens tein) . De ese orde n sur-
subl i-
flictiva, lúdi ca) entr e los usos ling üísti cos, ge, por espo ntán ea auto -refl exió n, el posi ble pro-
res que
mad os en conc epto s, y el orde n de acon tece yect o filos ófic o y su prop osic ión en form
a de con-
conf igur a la reali dad. les a una posi ble expe rien -
com o cept os posi bles (ade cuab
Tal verd ad se conc ibió trad icio nalm ente cia). De hech o la cond ició n limí trofe del pens ar-
ició n no
adaecuatio, adec uaci ón. Sólo que en la trad decir, pres ente en traz os y usos ling üísti cos, anti ci-
e pote n-
esta ba espe cific ada la tens ión inte rna entr pa ya esa posi ble prop osic ión filos ófic a
capa de z
ión» se jueg a. La con-
cias en la que esa «ade cuac forja r conc epto s ajus tado s a una razó n que
se asu-
o recr ea, esa
cepc ión limí trofe de la verd ad renu eva, me com o razó n fron teriz a.
med iant e
idea de la philosophia perennis, sólo que
esa «con-
una deci dida revi sión de los térm inos de
junc ión» .
rio
La verd ad que aquí se prop one com o crite
239
238
II vez, y en el mismo encaminarse hacia ella, la poten-
cia disyuntiva (ola cesura dia-bálica) que hace siem-
Cuando el conocimiento filosófico obtiene la ver- pre precaria y frágil toda «consumación simbólica»
dad (del ser del límite) alcanza propiamente su ob- (sea en el registro estético o en el religioso).
jetivo: su deseo de saber se colma en una forma, También la verdad resplandece en lo simbóli-
siempre precaria y aporética, de verdadera sabidu- co. Sólo que lo hace en una clave tonal distinta, y
ría. En ella logra su plena maduración la experien- en cierto modo lateral, que en su centro tonal pro-
cia destilada del puro factum del comienzo, que es pio, que es el ámbito racional del conocimiento.
la existencia en exilio y éxodo. Puede hablarse, por tanto, con propiedad de la ver-
Por el contrario la ocultación y el olvido, o la dad de la obra de arte, en la cual la dimensión sim-
tachadura, de ese ser del límite determina el blo- bólica es decisiva. O del «ponerse en obra de la ver-
queo constitutivo de la aventura filosófica. dad», como dice Heidegger, en relación a la obra
Sólo que la sabiduría filosófica debe colmarse, artística. Sólo que a diferencia de este pensador no
y completarse, con la libre creación de formas y considero que sea en el ámbito artístico, o de la pro-
aconteceres simbólicos. Ya que éstos permiten su- ducción, donde tal «desvelamiento» de la verdad
blimar las carencias relativas a la propia naturale- acontezca de modo privilegiado.
za precaria y frágil de ese ser. Por eso la verdad También puede hablarse de la verdad de un culto
alcanzada en la razón fronteriza a través de la aven- religioso, o de una verdadera religión (algo distin-
tura filosófica debe articularse y conjugarse con to, toto caelo, de la suposición relativa a una «reli-
esa orientación simbólica en la que está en juego, gión verdadera»). La co-relación simbólica, atesti-
en registro estético y religioso, ese mismo carácter guada por la propia etimología de símbolo, sobre
ca-relativo de la verdad, sólo que sensibilizado o la que me explayé ampliamente en La edad del es-
escenificado en forma de culto (artístico y religio- píritu y en Pensar la religión, apoya esa analogía
so). De hecho el concepto de sím-bolo atestigua ese entre «símbolo» y «verdad». Sólo que también en
carácter co-relativo, análogo al de verdad (conce- el caso del símbolo, o del acontecer simbólico, debe
bida como ajuste). advertirse la incisión de una «cesura diabálica » que
La convergencia de esa doble aventura, filosófi- atestigua la tensa y conflictiva relación, o co-rela-
ca y estético-religiosa, permite la sublimación espi- ción, entre las dos potencias, conjuntiva y disyun-
ritual de la aventura fronteriza, la que es acorde y tiva. Una tensión que en el arte se sublima en jue-
concorde con la condición de eso que somos. Pero go, como supo genialmente comprender Schiller; y
esa convergencia sólo se alcanza si se asume a la que en el ámbito religioso se sublima a través del
240 241
culto religioso (con toda su parafernalia de ritual construcción, una mediación (que dota al arte de
sacrificial y de referente mítico-narrativo). carácter siempre «posible», o que lo hace circular
En la religión, para usar categorías estéticas, se por el terreno de «lo verosímil»).
inclina la «conjunción» liminar hacia formas de En la religión, en cambio, la mediación no con-
sublimidad, mientras que en el ámbito estético to- duce al ámbito estricto de las posibilidades esencia-
das las categorías estéticas, incluida la categoría les, sino que deriva directamente de las necesidades
de lo sublime, circulan en última instancia en di- existenciales y reales. Esa mediación no es tanto la
rección hacia «lo bello». ficción cuanto el culto. Y éste no atribuye carácter
Pero la verdad, también en estos terrenos, cons- «de ficción» a los entes en relación a los cuales se
tituye la instancia vigilante y lúcida que asegura la produce. El arte, en cambio, asume el carácter «fic-
tensión entre esa potencia de conjunción y las fuer- ticio» de los entes que promueve (sobre todo en el
zas disyuntivas. Si éstas no corroen desde dentro terreno de las artes figurativas o poéticas).
la obra artística, o no se hallan patentes y presen- El carácter simbólico de esos entes «de ficción»
tes en el culto religioso, ambos pierden su verdad: es evidente. Sólo que en el ámbito artístico esos
se vuelven sucedáneos de arte, puro sustituto edul- símbolos encarnados circulan dentro de la catego-
corado de las exigencias estéticas; o bien destru- ría modal de «lo posible». Por el contrario los en-
yen la legitimidad misma de la religión, al conver- tes, también simbólicos, a los que se re-liga el cul-
tirla en una huida de la realidad, o en una forma to religioso invaden el escenario real y efectivo del
vana de escaparse de ella. Entonces la religión hace partícipe en la celebración. O éste atribuye a esos
bueno el veredicto de Marx sobre «el opio del pue- entes (dioses, héroes, semidioses, santos) ese ca-
blo», sin que ésta arraigue en lo que este pensador rácter real.
concibió, con tino y profundidad, como la razón Por lo mismo la participación en el culto del
de ser de la religión: la expresión del llanto y del creyente (es decir, del que «da crédito» a lo que en
gemido de la criatura oprimida. la celebración acontece) está marcada por la extre-
Una opresión que dimana de su condición ma proximidad con el acontecimiento cultual. «Co-
existencial (en exilio y éxodo). Una opresión que mulga», en sintonía unanimista, con todos los que
en el ámbito artístico se sublima en juego trágico, allí actúan o intervienen; y en general con el «he-
cómico o tragicómico. Y que en el culto religioso cho» que allí se escenifica. En el arte, en cambio, el
alcanza una expresión más inmediata, más direc- receptor se ve urgido y apremiado por cláusulas de
ta y más pragmática; el arte introduce siempre, distanciamiento, o por una sutil dialéctica de «iden-
entre el dato existencial del comienzo y su forma o tificación» y «efectos distanciadores».
242 243

l > .....
Puede, pues, hablarse de verdad simbólic a, en
su doble vertient e de simboli zación artística y reli-
giosa. Tambié n en estos terrenos intervie ne la ver-
dad como criterio; como pauta de discerni miento.
Y también en esos ámbitos se produce n formas de
conocim iento y de reconoc imiento que justifica n
hablar de «verdad » en relación a los mismos . La
verdade ra religión promue ve siempre cierta forma
de conocim iento salutífer o, o de gnosis. Y lo mis- Tercer a parte:
mo sucede, de otro modo, con la verdade ra obra Crítica de la razón fronter iza
artística (que, como decía Kant, «ensanc ha gené-
ricamen te nuestro conocim iento»).
Ya Aristóte les advirtió , en su análisis de la tra-
gedia, el momen to esencial y culmina nte del reco-
nocimie nto (o anagnórisis trágica) : el que se pro-
duce en el héroe y, a través suyo, también en el re-
ceptor. En todo verdade ro culto religioso , si no
quiere ser un ciego ceremon ial de desapre nsivos o
de fanático s, se produce también esa «ilumin ación»
que apela a la inteligen cia, o que hace razonar y
reflexio nar al partícip e sobre lo que en dicho cere-
monial acontece .
1. El proyecto de una crítica de la razón
fronteriza

La verdadera filosofía es metafísica o, sencilla-


mente, no es propiamente filosofía. Se orienta ha-
cia el arcano como el heliotropo hacia el sol. Y en
esa orientación logra afincar en aquella tieffa pro-
pia en la cual adquiere carta de ciudadanía. Esa tie-
ffa no es, precisamente, tieffa firme. Es, más bien,
una franja oscilante de teffitorio llena de precarie-
dad y de difusos contornos. Es, de hecho, un con-
torno que, sin embargo, en función de la marcha
misma de la reflexión, se comprime o se dilata. A tal
contorno puede llamársele limes, evocando con esta
denominación lo que por tal llamaban nuestros an-
tepasados romanos.
247
El arcano es el suplemento de misterio y enigma adecuar lo que potencialmente son con lo que pue-
que ese limes proyecta hacia el exterior. Un exterior den llegar a ser de forma efectiva y concreta: habi-
que no es un simple e indeterminado «afuera». Esa tantes de la frontera.
exterioridad del arcano la promueve la propia dis- Ese movimiento de alzado hacia el límite del
posición del limes. Y es, en este sentido, algo de ha-• mundo constituye la respuesta libre que el fronte-
turaleza enigmática que, sin embargo, se halla en rizo puede dar a la requisitoria del limes. Éste hace
relación intrínseca y estructural con ese limes. La su acto de presencia a través de una voz, de natu-
metafísica se ve abocada a explorar ese arcano por raleza imperativa, que exige al fronterizo llegar a
su propia orientación natural y física hacia el limes. ser lo que potencialmente es. Modernamente se le
Lo físico es todo aquello que comparece y se da y llama «voz de la conciencia». Constituye la frase
a lo que puede llamarse cerco del aparecer o mun- imperativa que obliga al fronterizo a responder; o
do. Lo metafísico es ese mismo cerco de cuanto apa- a co-responder, de forma libre y responsable, a esa
rece, sólo que proyectado desde ese limes que, a su exigencia imperativa. Ésta dice así: «sé fronterizo,
vez, genera fuera de sí, como su propia y pertinente aprende a ser fronterizo».
sombra, ese arcano que presiona sobre él, y al que Esa voz constituye, acaso, el único testimonio
debe llamarse cerco hermético. que a nuestros oídos llega del cerco hermético. Esa
El limes tiene sus propios pobladores o habitan- voz desciende del arcano y rasga el velo del miste-
tes. Son aquellos que asumen esa condición limí- rio al presentarse, en ocasiones señaladas, en lo
trofe, y que constituyen el limes en su propio hábitat más íntimo de la experiencia del habitante de la
y territorio, o que cultivan el limes hasta hacer de él frontera. A ese descenso de la voz imperativa, de
ámbito de colonización, cultivo y culto. Ésos son los carácter categórico, puede el fronterizo responder,
limitanei, o los habitantes del limes. Se les puede en cuyo caso propicia un movimiento de alzado a
llamar habitantes de la frontera o fronterizos. la condición de habitante del limes. Puede también,
Se caracterizan por su naturaleza centáurica, libremente, no co-responder a ella, o hacer oídos
a caballo entre el mundo y el misterio, o entre el sordos a su apremiante requisitoria. Toda la am-
cerco del aparecer y el arcano. Son los hijos del plia gama de posibilidades que se desarrolla en esa
humus, los «humildes», que acceden a la «humani- tesitura de prueba, verdadera prueba ético-metafí-
zación» toda vez que se reconocen habitantes del sica, constituye el contenido posible de una genui-
lugar del límite. Pueden acceder o no a esa condi- na ética fronteriza.
ción. Disponen de libertad para un alzado de su La revelación de esa voz es, sin embargo, silen-
conducta, comportamiento o ethos que les permita ciosa. Nada dice más allá o más acá de esa requisi-
248 249
toria imperativa a elevarse hasta la condición de pone a prueba la libertad de alzado al límite de que
habitante de la frontera. Y sin embargo cabe tam- dispone. También debe dar cuenta de ese suplemen-
bién una revelación simbólica de ese arcano que to simbólico que permite dar contenido y forma
en cierto modo sensibiliza o personaliza es.a «voz» sensible a la silenciosa voz del imperativo ético, o
que concede carta de ciudadanía a una ética fron- del «imperativo categórico».
teriza. Esa revelación simbólica dota de contenido Tal suplemento simbólico es el que permite su-
al arte y a la religión. turar la herida abierta por la cesura instalada en la
La religión trata de revelar el misterio del cerco propia naturaleza del limes. Sólo que esa suplen-
hermético, sólo que preservando, en esa misma re- cia se halla siempre contrarrestada por la potencia
velación, ese misterio en su pura condición de mis- dia-bálica que constituye el perpetuo contrapunto
terio. A través de recursos simbólicos, susceptibles a toda sutura simbólica. Y el arte y la religión, for-
de implantarse ritualmente, o de exponerse en for- mas mediante las cuales se administra el ámbito
ma mítica, se desvelan «fragmentos» de ese miste- simbólico, deben dar cuenta de esas cesuras y
rio: aquellos que más radicalmente atañen a la na- suturas a través de la colonización pertinente de
turaleza y condición de la vida y existencia en la ese universo.
frontera. Y que afectan, en consecuencia, a todo el
orden de aconteceres significativos que transcurren
en el cerco del aparecer. II
El arte descubre esos aconteceres mediante una
sublimación simbólica que los dota de sentido, dan- La filosofía descubre su unidad y su fundamento
do forma a los eventos propios y específicos de la al plantear la parmenídica y aristotélica cuestión
existencia fronteriza. Ésta se halla traspasada por del ser. Un ser que, en esta filosofía del límite, se
ese limes que es, a la vez, potencia de conjunción y revela como ser del límite. Y un ser que, como es
de disyunción. Y el arte sublima en forma simbóli- canónico desde Parménides, puede ser acogido por
ca, transfigurada en gozoso juego (trágico, cómico la inteligencia, o hasta hermanado con ésta. De
o tragicómico), esa perpetua lucha entre las poten- hecho la filosofía lleva a su máxima potencia y ex-
cias del limes. presión esa intelección del ser. Constituye la expo-
La filosofía intenta exponer, a través de concep- sición de los contenidos ónticos y ontológicos que
tos e ideas, esa naturaleza limítrofe del ser, y del la inteligencia acoge y elabora. Y es, por lo mismo,
habitante que se hace cargo de éste; así como tam- una auto-reflexión sobre esa inteligencia abierta al
bién el movimiento ético en el que ese habitante ser (a un ser concebido como ser del límite).
250 251
Precisamente esa auto-reflexión de la inteligen- Éste se reconoce como una crítica de la razón fron-
cia sobre sus propios alcances y capacidades en teriza.
relación a ese ser del límite es lo que le concede Planteo, pues, aquí, respecto a la razón fronte-
hondura y proyección crítica. Esa ipteligencia, riza, la kantiana quaestio quid juris. En virtud de
puesta de manifiesto en trazos y en usos verbales, ese planteamiento puede cobrar la filosofía del lí-
o en iniciativas y empresas, o en acciones y decisio- mite la legitimidad que de facto está avalada por
nes, o en producciones y obras, o en ritos y esce- anteriores reflexiones, o por textos que han surgi-
nificaciones, compone el universo de lo que, tradi- do ya a la luz pública. Pero hay un momento clave
cionalmente, se entiende por razón o lógos. Éste en la aventura filosófica en que se impone someter
constituye el hábitat mismo en donde se asienta el ésta a la gran prueba crítica, la que tiene en Kant
fronterizo: el marco de inteligibilidad potencial en su más preclaro precedente. Sólo que obviamente
que se instala. Pero en sentido estrictamente filo- el giro crítico de esta filosofía del límite seguirá su
sófico debe entenderse por razón la plena poten- propio rumbo metódico: el que dimana de la espe-
ciación actualizada de esa inteligibilidad presu- cificidad de su propuesta filosófica.
puesta. Y esa razón, concebida en forma filosófica, La filosofía del límite no puede, desde ella mis-
se propone en esta filosofía del límite como razón ma, auto-engendrar el dato inaugural del comien-
fronteriza. zo, hallado en el cerco del aparecer. A tal dato lo
Por tal debe entenderse una racionalidad que llamo existencia. Tampoco puede promover, desde
descubre su propia limitación en la imposibilidad ella misma, una revelación absoluta ( en, desde y
radical por generar, desde ella misma, el dato mis- ante ella misma) de lo que constituye su posible
mo desde el cual puede levantarse como razón. O ámbito de expansión.
que advierte entre ella misma y ese dato un límite Un límite se cierne, en primer lugar, en relación
limitante que se cierne sobre ella. Pero que reco- al dato del comienzo, incardinado en el cerco del
noce en ese límite, así mismo, la palanca que pue- aparecer. Un límite reaparece, a modo de Límite
de darle acceso a una aventura meta-física sólo y Mayor, en su referencia al arcano. Este último sólo
en tanto se ciñe y circunscribe a ese mismo limes permite una revelación de naturaleza simbólica; una
que le constituye. La auto-reflexión de esa razón revelación que, sin embargo, preserva el misterio
fronteriza es, entonces, lo que dota a ésta de hon- del cerco hermético en su condición de tal. A través
dura crítica, pudiéndole conceder carta de ciuda- del arte y de la religión puede darse exposición mun-
danía filosófica. Con lo cual he dicho ya lo esen- dana, mediante formas y aconteceres simbólicos, a
cial en relación al título mismo de este capítulo. ese misterio. Y la razón fronteriza puede y debe dia-
252 253
logar con lo simbólico si quiere aproximarse, lo más la razón fronteriza pero no puede ser conocido.
posible, a la naturaleza intrínseca de ese arcano. Lo mismo cabe decir de la matriz, que también
Hay un límite que aparece, ante todo, en el cer- exige esa mediación del símbolo para su propia
co del aparecer, bajo la forma del dato inaugural del revelación.
comienzo, o existencia (en exilio y éxodo). Y hay, tam- De hecho también es «misteriosa» la matriz. O
bién, el mismo límite, sólo que situado en otra posi- es de algún modo «matricial» el dato liminar del
ción: como aquel que desborda el último confín del cerco hermético. Matriz y misterio son, de hecho,
mundo en referencia al arcano, y que sólo admite lo mismo, sólo que en dos modos de presentarse
una fragmentaria y parcial revelación en forma sim- ante la razón fronteriza. La matriz constituye eso
bólica. La razón fronteriza descubre, pues, el límite mismo, sólo que compareciendo en el inicio. El
que le constituye tanto en el cerco del aparecer como misterio recrea la matriz como aventura final de la
en el cerco hermético. Y reconoce ambos «datos» razón fronteriza.
como proyecciones del mismo ser del límite que la En la tabla categorial presentada en La edad
inviste como razón fronteriza. del espíritu el arcano reviste esas dos formas en la
Al arcano en relación al dato inaugural del co- primera y la última de las categorías anteriores a
mienzo, que es la existencia (en exilio y éxodo), se su resumen y compendio en el cerco fronterizo: en
le puede llamar la matriz. No significa esto ningu- la categoría primera, que determina la matriz, y
na innovación terminológica: me remito al uso de en la categoría sexta (mística) relativa a la deter-
este término en La edad del espíritu; o ya, en cierto minación del misterio como tal misterio.
modo, en Lógica del límite o en La aventura filosófi- Entre medio circulan aquellas categorías que van
ca. Tal matriz es aquello oculto y en repliegue que dando cumplida exposición al cerco del aparecer, o
hace posible, desde su insondable misterio origi- mundo: así la determinación misma de la existencia
nario, o desde su condición de fundamento inac- en exilio y éxodo, caída o aparecida en el cerco del
cesible (o fundamento en falta), la emergencia mis- aparecer; o la detem1inación de la libre posibilidad
ma del dato inaugural del comienzo, la existencia de alzado de esa caída hasta la condición de habi-
en exilio y éxodo. tante de la frontera; o la determinación del ámbito
Al arcano en relación al último confín del mun- de inteligibilidad potencial que ese alzado hace po-
do, o a su horizonte de sentido, puede llamársele sible; o bien la elaboración de una auto-reflexión
misterio. Es el ámbito que sólo admite una aproxi- crítica de esa racionalidad, en dirección hacia el úl-
mación negativa (o de «teología negativa»); o bien timo confín del mundo. Ésas constituyen las cate-
una revelación simbólica. Puede ser pensado por gorías relativas al mundo (segunda categoría), a la
254 255
presencia de su habitante (tercera categoría), a su De hecho las categorías afincan en el intersticio
lógos (cuarta categoría) y a la auto-reflexión de éste limítrofe entre el tema que es objeto de discernimien-
(quinta categoría). to crítico y las proposiciones que tratan de orientar-
Una crítica de la razón fronteriza debe, en gran se, según diversos modos, en relación a dicho obje-
medida, promover una auto-reflexión sobre esa tra- to. Son, pues, categorías relativas a ese istmo
ma categorial en la cual justamente se reconoce lo intersticial, limítrofe y liminar, al que se llama aquí
propio y específico de esta filosofía del límite. Debe, ser del límite. Son, pues, categorías del ser, de un
antes que nada, especificar lo que por tal tabla de ser albergado en esa franja fronteriza (entre el pen-
categorías se entiende. Y en particular por lo que samiento y su objeto, o entre el pensar-decir y las
significa la propia expresión «categoría». cosas).
Kategorein tiene, en griego, la significación de
censurar, criticar y reprochar, o de acusar. Y por me-
tonimia de este sentido primero, también la de reve-
lar, descubrir, manifestar; o de expresar, significar,
enunciar o simplemente afirmar. Quisiera destacar
aquí su significación de «criticar». Una crítica de la
razón fronteriza es, en este sentido, una reflexión
sobre los distintos modos críticos de aproximarse al
tema u objeto de que se trata, discirniendo entre los
distintos modos de manifestarlo o revelarlo. Pero es
también un recuento de las formas distintas de
revelarse y manifestarse el tema (en relación de in-
teracción con los distintos modos de acercarse a él
con el fin de expresarlo o de enunciarlo).
En este sentido las categorías son onto-lógicas:
son a la vez especies de proposición o de juicio en
relación a lo que debe discernirse, o criticarse, y
modos de mostrarse y revelarse lo que es del caso,
o el tema de que se trata, suscitando en consecuen-
cia modalidades distintas de proposición o de enun-
ciado.
256

''1
2. Las tres preguntas filosóficas

La filosofía, dice Platón, tiene su origen en


Thaumas: en la admiración y el asombro. Antes de
ser un elaborado producto de la razón, o de la inte-
ligencia que reflexiona, constituye una emoción.
La admiración o el asombro son emociones comu-
nes y características. Tienen su transcripción lin-
güística en el signo de admiración. Sólo que esa
admiración y asombro no se focaliza en este o aquel
fenómeno u objeto en el despunte filosófico. Es,
más bien, una emoción en cierto modo negativa y
sin objeto. O sin objeto susceptible de ser localiza-
do y señalado.
No es este o aquel evento «digno de asombro»
lo que suscita la filosofía. No es un mirandum o
miraculum concreto y determinado: algo que so-
bresale por su carácter singular y excepcional. No

259
tiene por referente esto o lo otro. La filosofía se Se está en el ser. Pero ese estar no es algo esta-
abreva de una emoción de admiración y asombro ble. Es un estar de siempre amenazado. El asom-
de otra especie; de una especie muy radical. bro brota espontáneamente como emoción, o como
Asombro y admiración de que se existe, o de que registro afectivo, de la extrañeza de un estar siem-
haya, en general, existencia. Asombro y admiración pre de paso; o que se produce siempre bajo la con-
ante el hecho de ser o de existir. Un ser y un existir tinua amenaza de dejar de estar. O de dejar de ser y
que se registra como dato empírico incuestionable, de existir. O bien, en sentido más radical, bajo la
y que no puede ser localizado ni especificado aquí posibilidad, siempre presente, de que se deje de
ni allá, en mí o fuera de mí, en este o en aquel ente, estar, y en consecuencia se abandone el ser y el
sino en general, o en su más nítida universalidad. existir. O de que ese ser en que se está traspase a su
Asombro y admiración de que se está en el ser. contrario: el no ser, la nada.
Lo asombroso es, pues, existir. Y es asombroso Lo que produce asombro, y en consecuencia ex-
por razón de que, espontáneamente, esa compro- trañeza, no es tanto ese cerco amenazante de la
bación empírica de que se existe suscita, inevita- nada. Lo que provoca la admiración es el hecho
blemente, extrañeza. Una extrañeza que trueca el inequívoco de que, a pesar de ese cerco, o quizás
signo de admiración, de modo inmediato, en signo en razón de él, se produzca la experiencia prima-
de interrogación. El asombro suscita, sin transi- ria e irrebatible de que se está en el ser.
ción siquiera, ese signo admirativo en el signo in- De ahí que esa admiración suscite una espon-
terrogativo. Y como desarrollo de la extrañeza que tánea pregunta: «¿Por qué se está en el ser y no, en
el asombro implica se abre la pregunta filosófica cambio, en el no ser, o en la nada?» Una pregunta
por antonomasia, la que pregunta por la razón de que presupone de forma clara y nítida que se asu-
ese existir. ma, como un hecho empírico irrebatible, que se
Ya que podría darse el caso de que «no se exis- está en el ser. Ese «estar en el ser» es lo que provo-
tiera». O de que no hubiera, en general, ser. O de ca asombro y admiración. Y ese asombro es el que
que no se estuviera, de modo inequívoco, puesto suscita, de modo espontáneo, esa interrogación.
en el ser. Y esa pregunta no se dirige a un ente En la cual se dan dos asunciones, o si quiere
determinado, a mí o a mi prójimo, al yo o al otro, al decirse así, dos pre-comprensiones: la de que se
sujeto o al objeto. Se dirige, en general, a algo pre- existe, o se está en el ser; y la de que ese hecho
vio a todas estas distinciones, ya que atañe y com- empírico, que se impone como dato de partida, o
pete a todos los entes que entran dentro de esas como dato inaugural del comienzo de toda reflexión
taxonomías primarias. filosófica, carece de un nítido fundamento que per-

260 261
mita explicarlo; y que, en consecuencia, sea obvio ese límite. Ese límite es, ante y sobre todo, el que
interrogar por un fundamento que, caso de no com- delimita y define el existir como hecho empírico irre-
parecer, deja sin justificación el desnudo hecho de batible de que se está en el ser; delimita ese ser que
existir; y permite, en consecuencia, preguntar la se goza, o que se soporta, en relación a algo que se
razón de que se produzca ese hecho y no, justa- halla más allá de ese límite, y que sin embargo hace
mente, su contrario (el no ser, la nada). ademanes desde allende la línea del horizonte: el
Tiene lugar, pues, en esa pregunta el segmento no ser, la nada.
existencial, que es radicalmente afirmado como Esa nada debe postularse como referente. Sin
factum insoslayable. Pero ese segmento se ve atra- esa referencia a la nada no habría, en general, ex-
vesado por una línea de cruce en cuyos extremos periencia incuestionable de que se está en el ser.
resplandecen, como formas opuestas, el ser y la Ni habría, por tanto, esa pre-comprensión de este
nada. En el supuesto de que el ser se halla justo en hecho empírico que comparece como dato inau-
la intersección con el segmento existencial, mien- gural del comienzo de todo deseo de conocer, o de
tras que la nada resplandece en el horizonte como toda filosofía. No habría, en general, posibilidad
una línea de fuga. de despunte de conocimiento. Ni, en general, des-
La existencia acoge el ser como algo insoslaya- pertar insomne de la inteligencia, que es de he-
ble. En ella misma se muestra y demuestra que se cho lo que surge y se alza a la existencia toda vez
está en el ser. Pero esa estancia se halla cercada y que esa nada se otea en el horizonte; o más allá de
presionada por una nada que hace ademanes en éste.
poniente. Se está en el ser bajo el cerco y la presión En virtud de esa referencia emerge al ser y a
de esa nada. la existencia la inteligencia. Y con ella el ser que la
Y esa pregunta por el fundamento que de res- inviste y materializa. Tal ser se halla imantado y
puesta a la interrogación ( «¿Por qué existencia y polarizado por esa línea del horizonte que traza un
no, más bien, nada?») presenta, como única apari- limes entre el ser que encarna y la nada que le cer-
ción que puede intervenir como posible respuesta, ca; o entre esa nada que le acosa y la existencia que
un límite limitante en el cual tal pregunta parece advierte en él y en su entorno mundano. Tal ser
estrellarse. O como diría Wittgenstein, un muro polarizado por ese limes debe ser llamado el habi-
contra el cual se da de cabezadas quien trata de tante del límite, el fronterizo. Tal es nuestra condi-
investigar, o de traspasar, «los límites del mundo». ción humana inteligente, que sin embargo alum-
Luego lo único que se descubre como respuesta bra esa inteligencia a partir de un dato que se re-
al «por qué» relativo al hecho empírico de existir es gistra de forma afectiva y emocional, o pasional, a
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través de esa admiración que el hecho puro de exis- dramático y radical: «¿Por qué razón y no más bien
tir no puede menos de provocarle. locura?». 66
Y esa inteligencia, afectada de emoción y de La primera pregunta parece conjurar el espec-
pasión, se da forma material en usos lingüísticos tro de la nada; la segunda, el no menos inquietante
y en trazos de escritura. De hecho el lenguaje y la de la sinrazón y la locura. Entre la doble amenaza
escritura sólo son posible en virtud de esa situa- de la nada y la locura circula la existencia al filo
ción, asombrosa, de hallarse un ser puesto en el mismo del límite que demarca la razón de la sinra-
ser, en condición de existente, sobre la amenaza zón; el ser que existe de la nada. Y el conocimiento
de una nada que deja delante suyo, como polo del filosófico halla entonces aquello que constituye su
existir, el límite que comparece en la línea del ho- tema preferente: ese mismo límite entendido como
rizonte. el signo de demarcación (/) entre razón y locura, o
Ya la forma interrogativa en que se da espontá- entre ser y nada.
nea transcripción a la admiración, o al asombro, Ese límite es, de hecho y de derecho, el ser: tema
testimonia de esa emergencia de lo lingüístico. Y y materia sobre el cual debe orientarse toda filoso-
cada trazo de la inteligencia sobre el suelo, sobre fía que pretenda alcanzar conocimiento. Ese lími-
la tierra, no es sino la transcripción de ese hito o te no es sólo fáctico, u óntico: es onto/lógico. En él
mojón que constituye el limes, mediante el cual se la razón, o el lógos, debe lidiar en relación al cerco
intenta ganar para el sentido lo que, en cierto modo, de sinsentido y de absurdo sobre el cual compare-
existe bajo el cerco y la amenaza de su opuesto, el ce. O también en él se afinca el único fundamento
radical sinsentido. posible que de-limita el hecho empírico de ser, o de
Por eso esa pregunta filosófica espontánea, que estar existiendo, en relación al cerco de nihilidad
es la pregunta ontológica, se dobla de una segunda que le cerca y que le acosa.
pregunta, que en cierto modo la completa y desa- El conocimiento tiene, pues, en filosofía ese lí-
rrolla: «¿Por qué razón y no más bien sinrazón?». mite como objeto propio. Debe, pues, explorar ese
O bien: «¿Por qué sentido y no más bien sinsen- espacio del limes. Tal es el espacio ontológico. En
tido?». O también: «¿Por qué se existe en un mun- él se advierte la conjunción y la disyunción del cer-
do «ya interpretado», rebosante de significación co de nihilidad que acosa a la existencia en rela-
rubricada por trazos y usos lingüísticos, y no en
cambio en eso que cerca y amenaza ese «mundo
66. Véase a este respecto las páginas finales de mi libro La
interpretado» (R.M. Rilke), el absurdo, el non sense, aventura filosófica, donde infiero la ontología y la topología del
el radical sinsentido?». O por último, de un modo límite de esta radical cuestión.

264 265
ción a ésta; y la conjunción y disyunción del cerco
de sinrazón que cerca y presiona a ese «mundo in-
terpretado» poblado de usos lingüísticos y de tra-
zos de escritura.
Se debe, por tanto, interrogar qué es, o en qué
consiste ese limes, o ese ser del límite que intervie-
ne como gozne y como bisagra entre ser y no ser, o
entre razón y sinrazón. Tal es la tercera interroga-
ción filosófica: la que pregunta por la esencia de
ese limes, o de ese ser del límite que comparece en
la línea del horizonte.

3. Conocimiento y verdad

Esta crítica de la razón fronteriza es ante y so-


bre todo una teoría del conocimiento. Es, como en
la primera crítica kantiana, un examen de las con-
diciones que hacen posible que haya conocimien-
to. Éste se obtiene toda vez que alcanza lo que puede
entenderse por verdad. El problema de la verdad
es, de hecho, el gran problema de toda reflexión
sobre el conocimiento.
Las graves dificultades que ese concepto de ver-
dad encierra mueve a pensar, muchas veces, que
resulta más operativo limitarse a determinar las
condiciones bajo las cuales puede, inequívocamen-
te, mostrarse lo contrario de la verdad: los casos
en que se da un flagrante desajuste entre las pre-

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tensiones de conocimiento verdadero que la razón el cual más que conocimientos efectivos de natu-
alienta y la realidad. O que resulta mucho más fac- raleza y carácter sectorial busca y porfía por en-
tible decidir cuándo y cómo es posible, y hasta ne- contrar las condiciones que hacen posible que haya,
cesario, desestimar las pretensiones de ciertas pro- en general, conocimiento y verdad. De hecho en el
puestas teóricas (sobre todo en el terreno de la cien- recorrido metódico que se va siguiendo se van es-
cia) que mostrar los modos de su ajustada «verifi- tableciendo, justamente, esas condiciones.
cación» en relación a la «base empírica» sobre la Pero sobre todo importa destacar con energía
cual tales propuestas se construyen. el espacio en el cual tal método discurre, o el ámbi-
Pero el conocimiento que aquí se reflexiona no to en el cual se van estableciendo las condiciones,
es, prioritariamente, el que promueven las teorías metódicamente ordenadas, a partir de las cuales
científicas. Aquí se examina más bien el conocimien- puede alcanzarse conocimiento verdadero. Ese es-
to inherente a la actividad filosófica, que en sus mé- pacio filosófico es el que aquí se asume como el
todos y conceptos asume una orientación claramente que es propio y pertinente a una reflexión crítica
diferenciada en relación a la actividad propiamente que asume el carácter fronterizo de la razón y la
científica. Lo cual no significa que no pueda y deba naturaleza limítrofe de la realidad que aquélla tra-
dialogar, abiertamente, con las formas propias de ta de comprender, o de concebir a través de con-
conocimiento que la ciencia auspicia. ceptos.
Desde su dato inaugural, con las preguntas ra- Porque es obvio que la razón filosófica debe
dicales que suscita, hasta su investigación sobre la comprender esa realidad limítrofe que se exami-
esencia en que ese dato consiste, la filosofia se da un na, y que muestra o revela la esencia del dato inau-
camino propio, un método, que en esta crítica de gural que comparece al inicio de esta exposición
la razón fronteriza se va recorriendo. Y lo que ese metódica, mediante lo propio de la razón, que es la
método procura alcanzar es, justamente, lo que espontánea generación de conceptos. Sólo que con
aquí se está tratando: un conocimiento con pre- esta expresión se debe decir algo específico toda
tensión de verdad. vez que la razón asume su carácter propiamente
La exposición que se va siguiendo es, en este fronterizo.
sentido, el recorrido mismo de ese método que De hecho las dos condiciones más generales que
puede permitir a la filosofía alcanzar su objetivo, o hacen posible que haya conocimiento verdadero
realizar el «deseo» que la impulsa, un deseo de co- son el concepto y la realidad. Tradicionalmente se
nocimiento; y de conocimiento verdadero. Sólo que entiende por verdad el adecuado ajuste de concep-
la filosofía se mueve en un plano de radicalidad en to y realidad. Sólo que esa doctrina no asume radi-
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calmente la inspiración limítrofe que aquí aparece su negación, que por metonimia se llama a veces
como determinante. Pero puede en parte recrearse rien (en francés). No res (en catalán) es, justamen-
esa doctrina, convenientemente redefinida, siem- te, nada, siendo nada lo contrario de lo que desig-
pre que sea radicalmente fecundada por esta orien- na: algo nato, «nacido», emergente en el cerco del
tación propia de la filosofía del límite. aparecer. Nada es la paradójica contracción de
Lo cual significa alojar, antes que nada, con- nonada, algo no nato, no surgido, algo contrario a
cepto y realidad en ese espacio intersticial que abre lo físico (en el supuesto de que fysis es, en Grecia,
el ser del límite. El cual, desde sí, dota al concepto el ámbito de aparición en donde emerge el ser; fysis
de la razón del carácter de un concepto limítrofe es lo que aquí se llama «cerco del aparecer»).
diferente de lo que por «concepto» suele entender- Cosa es, de hecho, «aquello de que se trata», «lo
se. Un concepto bajo la presión del limes, alojado que se lleva entre manos», la «causa» (cosa, chose)
en el espacio intersticial que éste abre. Un concep- que debe ser tratada y examinada, o criticada y fis-
to referido a esa realidad limítrofe que exhibe, des- calizada mediante juicio; y que por tanto debe ser
de su dato inaugural e irreflexivo, la inmanente declarada, manifestada. Es eso que es objeto de lo
auto-reflexión en virtud de la cual emerge su pro- que los griegos llamaban kategorein, la actividad
pia esencia; la cual, al exponerse, puede al fin deter- de orientarse críticamente, o de forma acusadora,
minarse como realidad. en relación a esa «causa» que se examina. De ahí
Ese concepto limítrofe tiene que asumir que el que la «cosa» arrastra consigo aquellas formas de
limes le determina. O que es concepto en tanto que declaración de la misma que suelen llamarse, des-
trata de concebir comprensivamente ese limes. El de Aristóteles a Kant, o a Hegel, categorías.
cual se interpone entre él y lo que dicho limes deja Éstas son las proposiciones declarativas que des-
como suplemento de arcano, o de misterio matri- pliegan y desarrollan los conceptos limítrofes de la
cial. A ese suplemento co-relativo al concepto limí- razón fronteriza. Y ese despliegue permite la enun-
trofe es a lo que, desde mi libro Lógica del límite, ciación, o la manifestación, de lo que esa «causa»
llamo técnicamente «cosa». El concepto es siem- en cuestión, o cosa, revele de sí, o deje mostrar de
pre concepto relativo, o co-relativo a la cosa. Debe su interna «realidad».
pues, a continuación, examinarse lo que por «cosa» Pues la cosa, como cosa, se halla puesta en el
se entiende en esta filosofía del límite. límite mismo de su rescate y «salvación» en rela-
Cosa tiene la significación de algo, aliquid, un ción a esa nada (rien, no res) que le acosa. Se ofre-
cierto quid susceptible de alojar cierta quididad (o ce al pensar-decir, y a los conceptos limítrofes que
esencia). Cosa, res, es algo salvado y rescatado de éste genera, en el límite mismo de su propia com-
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parecencia como cosa; en el supuesto de que ese general, un dato o don que aparece; y que aparece,
límite protege y resguarda el misterio matricial de ya desde su inicio, remitido a un límite que le es
su emergencia. Y ese misterio mantiene celado su constitutivo; un límite que establece la frontera
«no ser», su «nada»: ese sustrato «no nato» de don- entre la matriz y el cerco del aparecer, o entre la
de surge la cosa (en su condición de precaria nega- materia matricial y el «mundo», y que dota a éste
ción de esa nada, pero que mantiene en sí el estig- de límite y circunscripción (o de lo que Wittgenstein
ma nihilizador de su origen; de ahí que pueda con- denomina «límites del mundo»).
cebirse esa cosa como nonada). De hecho ese cerco del aparecer sólo alcanza su
Determinar esa condición no nata de la cosa, o plena determinación si ese límite que le es intrín-
su naturaleza inmanente previa a toda eclosión de seco es convenientemente categorizado. Y ello im-
«algo» como existente, tal es la primera tarea cate- plica la determinación del ser que puede declarar
gorial. Es, de suyo, el esfuerzo primero de catego- tal límite como aquello en relación a lo cual alcan-
rización que debe hacerse. La primera categoría de za su propia definición. Tal ser es el poblador o
la razón fronteriza, o el primer concepto limítrofe habitante de ese limes, que en una ulterior catego-
que ésta promueve, debe dar cuenta de ese sustrato ría debe ser determinado. Esta tercera categoría
matricial que hace posible, desde su insobornable debe revelar ese movimiento de alzado en virtud del
repliegue en sí, de la emergencia y estallido de la cosa cual cuanto aparece y se da, por la mediación de
como cosa; o de que en general haya algo (un quid, un ser (el fronterizo), puede elevarse hasta el es-
una quididad), pero que, en una primera compa- tatuto de habitante de ese limes. A ese movimien-
recencia, sólo se da como algo «irreflexivo», al modo to de alzado lo llamo el movimiento ético perti-
de un puro ex-sistente exiliado de esa matriz fun- nente a una ética fronteriza. Y al tratamiento de
dadora de toda posible aparición (dentro del cerco ese ser que se hace cargo del limes lo concibo como
del aparecer). el asunto temático propio de una antropología li-
Esa cosa que aparece es, entonces, en el hecho mítrofe y fronteriza.
mismo de aparecer y darse, lo que promueve la si- Esta tercera categoría hace posible que, en vir-
guiente determinación conceptual de la actividad tud de ese alzado al limes, el cerco del aparecer, o
categorizante. Es, pues, el contenido de la segunda el mundo, se pueble de significación y sentido (en
categoría de la razón fronteriza (siendo la primera lidia nunca resuelta con la insignificancia y el
la determinación de la instancia matricial). Ambas sinsentido). Debe, pues, una cuarta categoría de-
categorías, primera y segunda, permiten estable- terminar el conjunto de usos lingüísticos, de tra-
cer las condiciones de posibilidad de que haya, en zos y de inscripciones en virtud de los cuales ad-
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quiere significación y sentido ese mundo, exhibien- trascenderse este impulso conceptuador, concep-
do así su objetiva naturaleza racional (salvada de tuante, propio de la razón filosófica, en una aven-
aquello que siempre le acosa, la sinrazón y la locu- tura hacia más allá del límite de lo que comparece
ra). Esta categoría determina esa «sabiduría inma- como último frente filosófico.
nente» desparramada en el mundo a través de esos Y en esa aventura la filosofía debe dialogar con
usos de lenguaje y escritura que hacen del mundo aquellos recursos que pueden dar exposición a esa
un «mundo interpretado» (Rilke). trascendencia inaccesible, que si bien no puede ser
Sobre la base de esa racionalidad inmanente en conocida y reconocida, puede en cambio ser reve-
la que al fin se determina el sustrato lógico (de lógos, lada a través de formas simbólicas (cuya exégesis
pensar-decir) de lo que aparece y se da se hace po- puede hacer, sobre todo, el culto religioso y la acti-
sible un alzado a la auto-reflexión de ese mismo vidad artística). La determinación de ese suplemen-
sustrato lógico. Tal es la forma reflexiva que gene- to simbólico, o sim-bálico, corre a cargo de una
ra la filosofía, y en general toda forma de «sabidu- sexta categoría, en la cual puede determinarse el
ría» o de «saber» que trata de elaborar las formas fondo místico que la filosofía no puede conocer,
conceptuales que estilizan y subliman, por medio pero que en la experiencia mística hace su apari-
de la reflexión, ese sustrato sapiencial inmanente ción, dando lugar a una posible exposición simbó-
y objetivo. La determinación de ese alzado hacia lo lica de esa experiencia (como la que llevan a cabo
filosófico, o hacia una dimensión crítica y auto- el culto religioso y el arte).
reflexiva de ese sustrato de racionalidad virtual es Mediante este entramado de seis categorías se
la tarea de una quinta categoría que se encabalga van determinando las condiciones que permiten
con la anterior, dotándole de «claves» (o de «llaves «declarar» lo que sea la cosa. La cual, en última
hermenéuticas») para su propia auto-comprensión. instancia, se presenta como la cosa misma, o la
Pero el esfuerzo categorizador (propio de la «causa» de todo este conjunto de determinaciones
quinta categoría) no puede culminarse en esta aven- críticas. Tal cosa misma es la franja fronteriza
tura filosófica de naturaleza crítica y auto-reflexi- intersticial en la cual este despliegue categorial se
va. Pues la filosofía tiene su límite en sus concep- aloja, y que en una última y ulterior categoría (la
tos fronterizos, o en las Ideas-límite que, al modo séptima) debe ser convenientemente determinada.
de la filosofía kantiana, presentan problemas y enig- Esta última es la más importante, ya que
mas al conocimiento, sin proponer los métodos de convalida las demás, dotándoles de carta de ciuda-
su resolución. Se hace necesario, entonces, deter- danía crítica al especificar el espacio mismo en
minar los modos a través de los cuales puede donde todas ellas se alojan. Ese espacio es el espa-
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cío intersticial: el espacio luminoso en el que se da lo hacen posible. Y lo que se logra mediante esa aven-
lo que ha sido objeto de consideración y tratamien- tura de conocimiento que se produce mediante la
to, esa «causa» o esa «cosa» que ha sido sometida prosecución del recorrido metódico que esta tabla
a examen crítico, y que es el don que en ese espa- categorial establece es, justamente, lo que constitu-
cio-luz se da: el ser del límite. ye el objetivo de toda filosofía: la posibilidad misma
Todas las categorías son, en este sentido, decla- de enunciar, decir o declarar la verdad. Una verdad
raciones escalonadas, que se van deduciendo una que aquí redefino como verdad del ser del límite.
de otra de forma orgánica y viva, relativas a ese ser No es, pues, la verdad del ser del límite ni la tra-
del límite que se aloja en el espacio-luz. La sépti- dicional adaequatio de un indeterminado concepto
ma categoría se encarga entonces de determinar con una no menos indeterminada cosa, ni es tam-
eso de lo cual se habla a través de la trama de las poco el concepto emergente al final en y desde el
seis categorías antecedentes. Eso es el ser del lími- sustrato categorial lógico que lo posibilita, como en
te, alojado en el espacio luminoso. Hegel, ni es un desocultamiento de un no menos
Esta trama de siete categorías compone lo que indeterminado Ser que marca su «diferencia
llamé en La edad del espíritu una genuina tabla ontológica» con el ente, sino que es verdad concebi-
categorial. Constituye la columna vertebral de esta da, y en lo posible conceptuada, de ese ser del límite
filosofía del límite, ya que le concede armazón ar- que se aloja en el espacio luminoso, o ámbito
quitectónico y constructivo. Es, de hecho, el ars intersticial.
magna de la filosofía del límite (en evocación de Es, pues, una verdad que se repliega de la ver-
mi ilustre antepasado, Raimon Llull, del que me dad relativa a la realidad, o verdad real, y de la ver-
siento un tardío y póstumo retoño). Es, en efecto, dad relativa al lógos, pensar-decir, o verdad lógica,
lo que dota a esta filosofía de una propia y perti- hacia ese espacio intersticial que constituye el ge-
nente metodología. El método de esta filosofía del nuino espacio onto-lógico, y cuya raíz proyectiva
límite, que en este texto lleva a cabo una auto-re- es topo-lógica.
flexión crítica, consiste en gran medida en la con- Esa verdad revela, integradas en ese espacio,
veniente prosecución del sendero que esta trama tanto la realidad (referida a su contrario, la
de categorías establece. nihilidad, el no ser) como la razón (en referencia a
Ese método, convenientemente recorrido, pue- la sinrazón o a la locura). En esa referencia de la
de conducir al efectivo logro de conocimiento. De realidad a la nada y de la razón a la sinrazón se
un conocimiento que es filosófico en razón de que descubre el limes en el cual se produce la tensión
en él están establecidas las condiciones críticas que de ambos cercos, de lo real y la nada, o de lo racio-
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nal y la locura, en referencia a ese cerco fundante, en sentido fundamental y topológico, es un rayo
de naturaleza fronteriza, que a la vez los pone en cuya proximidad resulta letal. Tal rayo tiene la tra-
conexión y los discrimina y distancia. za de un limes que abre un ámbito de resplandor, o
La verdad es verdad relativa a esa franja limí- un espacio luminoso, en el que se da lo que se da: el
trofe que inter-fecunda la razón en su referencia a don que constituye el ser del límite, que es el efecto
la sinrazón, y a la realidad en referencia a la nada. de ese rayo. Tal ser del límite es el don que ya en el
Y es sobre todo verdad en donde se relacionan, en inicio la razón que inviste al fronterizo «se encuen-
forma de tensión, conflicto y juego, tanto la razón, tra»; y es también el don que capacita a éste para
que asume así su condición limítrofe, como la rea- su aventura racional y filosófica.
lidad, que en su referencia a la nada adquiere tam- La verdad se obstruye o se hace añicos si esa
bién naturaleza fronteriza. tensión del gozne no se mantiene; si la orientación
Es verdad ontológica en la medida en que des- de la razón pierde su auto-consciencia fronteriza;
cubre eso que se da en el espacio intersticial: el ser si el conflicto e ínter-juego con la sinrazón se de-
del límite, que es dato o don del espacio luminoso. sestima; si el dato inagural del comienzo no se con-
Y es verdad topológica en cuanto puede declarar cibe en referencia limítrofe con el no ser o con la
lo que se sabe de ese espacio, en su condición de nada; o si en la tensión entre razón y realidad se da
espacio, o espacio-luz, en donde el ser del límite prioridad a alguno de estos dos extremos (como en
«se da»; y «se da» en referencia a lo que no es ser, o el idealismo o el realismo).
es nada, o a lo que no es el brillo de inteligencia La filosofía en su historia exhibe todas las for-
que a éste acompaña y revela sólo nonsense, sinra- mas posibles de esa desnivelación del ámbito
zón o absurdo. intersticial hacia uno de esos extremos: el refuerzo
Ya que el espacio-luz es ese topos que deja ex- del sentido a expensas del sinsentido; o bien la ope-
puesto el ser, y su inherente auto-comprensión, so- ración contraria (como en todos los surrealismos
bre un fondo de sombra y abismo (de la nada, de la y dadaísmos contemporáneos, y en las filosofías
sinrazón): el espacio-luz es aquella instancia que a que se inspiran en estos movimientos artísticos); o
la vez deja comparecer el ser y su referencia nega- bien el refuerzo del ser a expensas del no ser o de
tiva, o su sombra; y el pensar-decir del ser y su per- la nada; aunque también, al contrario, el regocija-
tinente sombra, la sinrazón, la locura. do refugio sofístico y neosofístico en la nada, al
Su luz es cegadora y deslumbrante. No en vano modo de los nihilismos contemporáneos; o bien la
fue pensada a veces, en ciertas tradiciones místi- inclinación hacia una realidad sin límites a la que
cas, como «tiniebla luminosa». De hecho la verdad, la razón debe plegarse (como en la filosofía tradi-
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cional inspirada en Aristóteles); o la inclinación La novedad de esta filosofía del límite estriba
idealista por la ecuación entre razón y realidad, a en pensar en ese espacio del límite. Eso es, tam-
expensas del carácter «extra-mental» con que ésta bién, lo que la llena de dificultades en su compren-
comparece en el inicio. sión y recepción. Ya que no hay ningún hábito filo-
Pero también la filosofía en su historia exhibe sófico que nos ayude a pensar en este sentido. De
barruntos o esbozos de filosofía fronteriza, que es hecho el límite en filosofía es algo con lo cual ésta
preciso rescatar, recrear y reinterpretar. Queda pen- tradicionalmente se encuentra. Pero sobre lo cual
diente la exposición de una historia de la filosofía apenas piensa. Y si piensa en ello es, siempre, en
que sepa desbrozar el trigo de la paja en la aventu- tanto se encuentra con él, de forma sectorial y cla-
ra filosófica tradicional, destacando esos esbozos ramente subordinada a otros conceptos o a otras
que aquí y allá, en esta exposición, sirven de punto ideas que se suponen de mayor relevancia y fuste
de apoyo para la filosofía del límite que aquí se filosófico u ontológico.
quiere llevar a su perfecta culminación. De hecho el límite es, en la tradición filosófica,
una «piedra desechada» por tradiciones de pensa-
miento como el trascendentalismo kantiano y
II neokantiano, o el idealismo de Schelling y Hegel, o
las filosofías de la existencia de Heidegger o Jaspers,
Lo crítico se descubre en el intersticio liminar y o las filosofías del «giro lingüístico» ya en el pri-
limítrofe entre «lo ideal» y «lo real», o entre reali- mer Wittgenstein, pero también en las tradiciones
dad y racionalidad. Podría hablarse de ideal-rea- diferencialistas o desconstructivistas. El límite apa-
lismo, como en Schelling. Pero aquí el ideal-realis- rece aquí y allá; pero nunca en el centro mismo de
mo toma conciencia de la naturaleza limítrofe de la orientación filosófica. Y desde luego nunca es
ese «guión», o de ese «signo de concordancia y dis- pensado como se trata de pensar aquí, en términos
crepancia» (/) que une-y-escinde a la vez lo ideal y ontológicos y topológicos radicales.
lo real. En Schelling está ciertamente barruntado Esa piedra desechada debe convertirse, pues,
ese alojamiento del límite en el espacio intersticial en «piedra angular» de esta construcción filosófi-
(en cierto modo el que hubiera podido abrochar ca. Pues se trata de una construcción, o mejor, de
dialécticamente su «filosofía negativa» con su «fi- una reconstrucción del edificio filosófico de la ra-
losofía positiva»). Pero ese barrunto de Schelling zón, en su relación con la realidad, que adopta el
no le permitió localizar lo que en ese espacio se límite como su peculiar piedra angular.
aloja. Ese aliquid es el límite. En lugar de proponer una des-construcción o des-
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edificación de las tradiciones filosóficas del pensa- La razón se desborda en el dato del comienzo,
miento, se intenta aquí una recreación constructi- que es la existencia, y es por ello razón limítrofe,
va de las mismas en y desde el desplazamiento de su enroscada a su propio limes. La realidad (o exis-
piedra angular. Ese desplazamiento produce un tencia que muestra su propio contenido esencial)
cambio radical en esas tradiciones, que a la vez que se desborda, a su vez, en esa «razón» que desde sí
son recreadas y convalidadas en sus propuestas afir- no puede poner ni presuponer, dada su compare-
mativas, son también rechazadas en sus propues- cencia como existencia (o ser fuera de sus causas,
tas referidas a sus respectivas piedras angulares. Y o de sus razones y principios).
ello por razón de que éstas, casi siempre, se erigen Pero ese doble desbordamiento de la razón en
en virtud del olvido, de la inhibición o de la oclusión la realidad y de ésta en la razón deja abierto el
del limes (por ejemplo las filosofías que tienen por espacio intersticial del limes, en el cual es posible
piedra angular algo «absoluto» o «infinito»). de-terminar a la vez la razón de lo real y la reali-
El límite es, para la razón fronteriza, aquello dad (existencial y esencial) de aquello que la ra-
que la determina en su cerco propio en y desde el zón comprende. Esa doble ruta metódica de lo
desbordamiento de un dato existencial que ella no racional y lo real confluye y converge, por tanto,
puede producir. Se halla, pues, referida a ese dato, en ese espacio intersticial (que Duns Scotto co-
que es la existencia en exilio y éxodo, ante la cual menzó a pensar como espacio ontológico «neu-
puede admirarse y generar interrogaciones perti- tro» en relación a lo racional y lo real). De hecho
nentes, pero que ella, desde ella misma, no puede la metodología de esta crítica de la razón fronte-
determinar como algo generado o creado por su riza se comprende a sí misma como la consciente
propia productividad reflexionante o pensante. prosecución de la ruta que ese espacio mediador
Ese mismo límite es, para la realidad que se des- hace posible, en el cual se aloja el limes como lo
prende de ese dato externo a la razón que es la exis- propio del ser, y que como tal espacio asume con-
tencia, aquello que deja fuera de sí las «razones» dición estrictamente topológica (en su carácter
(causas o principios) que podrían apelarse como fundante de espacio-luz).
principios o fundamentos de esa comparecencia En ese espacio resplandece, como brillo, ese ser
inicial de lo existente. La realidad, por tanto, se del límite que se da en ese espacio iluminado a
desborda en esas «razones» ignotas o desconoci- modo de donación o don. Como tal don puede de-
das de las cuales sólo subsiste, como único posible cirse de ese ser del límite que existe. Y ese existir
fundamento, el propio límite que la realidad exhi- del ser del límite remite a la razón o fundamento
be ya desde su dato del comienzo, la existencia. que lo promueve. Tal razón del ser del límite es,
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justamente, el espacio-luz. En razón de esa funda- pio que lo da. Lo que se da (a la razón y a la reali-
mentación alcanza ese don razón de su existir dad) es un don, o una existencia: la que en la razón
como ser del límite. De momento basta retener su y en la realidad se encuentra bajo la forma de un
puro y simple existir en forma de ser del límite. limes. Ahora se trata de preguntar por el contenido
Éste existe al evidenciarse a la vez como límite de quiditativo de eso mismo que se da: por la esencia
la razón fronteriza y como límite de la realidad. O de ese existir que es dado como ser del límite.
como aquello que escinde razón de realidad al Para alcanzar esa esencia es preciso examinar
tiempo que conjuga ambas. Y una vez asumido el reflexivamente eso mismo que se da: el ser mismo
hecho, probado por la doble evidencia racional y que en el limes aparece. Y ese ser se revela como
real de ese aparecer del límite, se trata de interro- un poder que delimita razón y realidad de aquello
gar por su naturaleza y esencia, o por lo que es ese que les desborda (la razón a la realidad, la realidad
ser del límite del que, de momento, sólo se retiene a la razón) y que a la vez articula y conjuga eso
su existencia. ¿En qué consiste ese ser del límite mismo que distingue.
que, por de pronto, sólo aparece como existente? Conjuga y discrimina a la vez razón de realidad
¿Qué encierra como esencia y quididad, o como
y realidad de razón; y a su vez conjuga y discrimi-
naturaleza propia y específica? ¿Qué poderes se
na razón y realidad de sus contrarios (sinrazón,
descubren en esa esencia? ¿Cómo es posible lle-
nihilidad). Luego ese limes revela, en su propia
gar a determinar ésta desde la razón fronteriza?
constitución esencial, un doble poder o potencia,
La esencia por la que se interroga no es,
la potencia de conjunción y la potencia disyuntiva.
prioritariamente, como en Zubiri, la esencia de la
realidad; ni es tampoco, como en Hegel, la esencia El limes une y distingue. Luego él mismo, en su
como presupuesto objetivo de la Idea racional. Esta pura interioridad, constituye una potencia de
esencia que aquí se investiga es la esencia de ese unión-y-diferenciación.
espacio intersticial en que se aloja el ser del límite, Pero para investigar la esencia de ese limes debe
equidistante de razón y realidad; fundador a la vez traspasarse del plano todavía «irreflexivo» del puro
del orden racional y del real. Es la esencia que pue- dato o don del existir a su reflexividad esencial. Ya
de descubrirse al preguntarse por el dato o don que que esencia es reflexión. O mejor, auto-reflexión.
se da en ese espacio (o espacio-luz) como existente, En este punto lleva toda la razón Hegel al concebir
y que es ese ser del límite. la esencia como auto-reflexión. De la irreflexividad
De hecho existencia y don son lo mismo. Lo que primigenia del simple existir se traspasa, al llegarse
se da ex-siste fuera de aquel fundamento o princi- a la «doctrina de la esencia», al plano de la reflexión,
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una reflexión de sí consigo del dato inaugural del la vez, potencia conjuntiva-y-disyuntiva (y/o). Lo
comienzo. 67 es a la vez y en el mismo sentido.
En esa auto-reflexividad comparece el límite Esa doble potencia se halla en una peculiar co-
como él mismo en su mismo auto-diferenciarse. Él relación. De hecho el limes constituye una ca-rela-
es, pues, límite esencial en tanto que limes auto- ción. Lo que en él, dentro de él, se relaciona es su
referido a sí, a un sí mismo que es diferencia y dis- doble potencia antagónica y unitiva, la potencia de
tancia. En el limes mismidad y diferencia se unen conjunción y de disyunción. Ahora es preciso ana-
y distinguen en una auto-reflexividad espontánea lizar la naturaleza y esencia de esa co-relación.
e inmediata. En tanto que mismidad es el limes Se trata, obviamente, de una relación de con-
«idéntico» a sí mismo; en tanto que distinción es flicto y lucha. Es una co-relación marcada por el
siempre diferente de sí mismo en su puro ser él antagonismo. La potencia unitiva y disyuntiva se
mismo. contra-ponen. Esa lucha deriva en violencia y gue-
Él mismo funda, desde dentro de sí, toda identi- rra toda vez que sobredetermina la co-relación la
dad-y-diferencia. El mismo es él mismo en esa do- potencia de disyunción: cuando ésta está, de algún
ble potencia conjugada y antagónica que en sí en- modo, «potenciada». Esa lucha se sublima en go-
cierra como poder de su esencia. Se trata de una zoso juego si en esa co-relación aparece «potencia-
doble potencia que debe ser llamada potencia de da» la potencia copulativa y conjuntiva.
conjunción y potencia de disyunción. El limes es, a Dolor y gozo constituyen la huella emocional
que esas potencias imprimen ya al dato inaugural
6 7. Se trata de una reflexión, o auto-reflexión, inmanente al del comienzo, o la existencia en exilio y éxodo. Y
ser del límite, previa a toda «reflexión» que, siempre a posteriori, ese dolor y ese gozo abren ya en ese existir
pueda llevar a cabo la razón reflexionante (que aquí se concibe inaugurante la doble pulsión bélica y lúdica que
como razón fronteriza). En este punto (y sólo en éste) asumo la
definición hegeliana de esencia como reflexión (objetiva, según determina el ethos mismo en que se está en la exis-
su terminología). Si la razón fronteriza halla en sí misma esa tencia (siendo ethos antes que nada morada, es-
reflexividad ello es debido a que, previamente, el dato del co- tancia).
mienzo, la existencia, ha mostrado su naturaleza o quididad en
su propia auto-reflexión (la que dimana de su remisión al ser La vida en la frontera del habitante del limes se
del límite que la determina, dotándole de un, por lo demás, pre- halla, por esta razón, gobernada por el dominio im-
cario «fundamento»). El limes muestra su naturaleza o esencia, perioso de la violencia y de la sexualidad, en la que
o la quididad de su ser (ser del límite) a través de esa auto-
reflexividad en la que se descubre su doble potencia de conjun-
ese doble modo de potenciarse la co-relación de
ción y disyunción, así como la ínter-relación (de lucha y juego) las dos potencias se apercibe: en la violencia y la
entre ambas. guerra prevalece la disyunción como potencia
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hegemónica (sin que la contraria potencia deje de zas de una demarcación, de un hito o de un mojón
estar presente). En la sexualidad, el amor y la amis- en razón del cual se une-y-escinde lo que se gana
tad marca su hegemonía la potencia copulativa y al sentido al desbrozarlo de la tiniebla del absurdo.
conjuntiva, aun cuando se halla también presente Sólo que éste amenaza y cerca el ámbito deli-
siempre la potencia de disyunción. mitado del témenos (templo formado por trazos,
La vida misma del fronterizo deriva, pues, de escrituras o decisiones verbales). Los trazados de-
esas potencias esenciales del ser del límite. El don rivan en «juegos lingüísticos» o en «juegos de ins-
del existir, con su ventura o infortunio, proviene de cripción» cuando prevalece la potencia de conjun-
esa donación del ser del límite que inviste al dato ción. O bien se rompen y descalabran en el absur-
del comienzo, o que da ser al existir en exilio y éxo- do y el nonsense si la potencia disyuntiva restituye
do. Y ese don que constituye el ser del límite es el la indeterminación originaria, o reconduce el or-
que, ya en su «irreflexiva» existencia, promueve, den cósmico del lógos a la marea infinita del caos;
desde sí, un alzado hasta su esencia, exhibiendo su o la razón a la entera sinrazón.
propia auto-reflexividad. En la cual se descubre la Esa doble potencia conjuntiva y disyuntiva hace
naturaleza y esencia propia y específica del limes. su aparición en el orden «racional», en el pensar-
E incardinada en ella, corno lo más íntimo e inte- decir, ya en las simples partículas conjuntivas y
rior de sí, esa doble potencia antagónica de con- disyuntivas, o en las formas verbales auxiliares, o
junción y disyunción. en los ademanes y gestos de afirmación y negación.
También en la razón fronteriza se da, como do- En ellos se hallan presentes ambas potencias, sólo
nación, ese ser del límite que la inviste y reviste de que en cada ocasión con predominio «potencial»
su doble potencia esencial. Ya en los más espontá- de una u otra. La significación y el sentido que se
neos trazados y usos verbales se apercibe esa do- desprende de los usos verbales y de trazos o ins-
ble potencia que escinde y une, o que hiende y arti- cripciones abre su campo de juego en esas
cula. En los más primigenios hitos y mojones de hegemonías y predominios entre esas potencias
cualquier demarcación de lugar o tiempo (téme- extremas, que sin embargo han de estar siempre
nos, templum) se promueve ese originario «recor- presentes.
te» que a la vez une y separa, o que determina y de- Tanto, pues, en el orden existencial, o real,
limita a la vez que expulsa, más allá de sí, la orla de corno en el orden racional, o de inteligibilidad
indeterminación y misterio en relación a la cual se potencial, el ser del límite hace don de sí median-
da tal recorte y demarcación. Y en este sentido toda te la huella de su esencia y de los poderes que ésta
decisión verbal, todo uso lingüístico, tiene lastra- encierra, la potencia conjuntiva y la disyuntiva. A
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ellas debe retrotraerse toda especulación sobre Ese don del puro existir o darse del ser del límite
«identidad» y «diferencia», o sobre «principio de (un darse que «se da» tanto a la razón fronteriza
identidad» y «principio de discernimiento». Cons- como a la realidad extra-mental) exhibe, pues, por
tituyen los poderes que la esencia del ser del lími- inmanente auto-reflexión, su propia naturaleza y
te encierra. O si quiere decirse en lenguaje leibni- esencia. Y la razón, que participa de ésta, puede
zeano, constituyen las matrices de las «verdades aproximarse a ella con el fin de conocerla. Y en ese
necesarias». conocimiento adquiere esa razón fronteriza su
A esas «verdades necesarias» se accede por re- valencia y credencial propiamente crítico. Pues lo
flexión sobre el puro hecho de darse o de existir el crítico es, justamente, ese espacio luminoso,
ser del límite. Esa reflexión, que la razón fronteri- intersticial y limítrofe, en donde aparece y se da,
za lleva a cabo, dimana de hecho de una propia de manera primero irreflexiva, el puro don que
auto-refl,exión que ese don del existir hace posible. constituye la existencia del ser del límite.
Pues la esencia es esencia de ese existir inaugural.
Es esencia o quididad de ese existir. No es, en cam-
bio, el contenido eidético que la razón en ese exis- III
tir puede determinar o definir. La razón fronteriza
accede a esa determinación y reflexión por razón La filosofía del límite que aquí se prosigue re-
de que el propio factum existencial del ser del lími- crea, en cierto modo, la inspiración ideal/realista
te revela y muestra, en espontánea auto-reflexión, del último Schelling, aunque conduciéndola por
su propia naturaleza y esencia. rutas originales (al repensarla desde la inspiración
En el supuesto de que esa auto-reflexión que limítrofe que le es propia). Ese ideal/realismo es
conduce el hecho irreflexivo del puro don que cons- recreado como una reconducción de lo ideal (ora-
tituye el ser del límite hacia su esencia se aloja siem- cional) y de lo real (atestiguado por el dato puro
pre en ese espacio intersticial equidistante de la del comienzo, externo a la razón, al lógos) hacia el
razón fronteriza y de la realidad extra-mental (sur- espacio intersticial del limes. Por eso esta orienta-
gida del puro factum inaugural del comienzo). Si ción no es, simplemente, ideal-realista; es ideal/rea-
aquí se habla de un factum de existencia o don debe lista, donde el signo de concordancia y discrepan-
tenerse muy presente que ese tal factum aparece o cia, el signo que utilizan los lingüistas, (/), es con-
se da en el intersticio limítrofe y liminar que es cebido como aquel lugar o espacio desde el cual se
fundante en relación tanto a la propia razón fron- proyecta tanto lo que puede llamarse «ideal», o «ra-
teriza como a la realidad extra-mental. cional», como lo que puede determinarse como
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«realidad» (o síntesis real, externa al lógos, de eso que es el problema de la verdad. En unos casos sólo
que existe, y su naturaleza o esencia). se cobra un pálido remedo de ésta: una verdad real
Entre lo racional y lo real resplandece ese signo que se ahorra la plena determinación de los dere-
de concordancia (Duchamp) que es, también, sig- chos del mundo ideal o racional; o una verdad ideal
no de discrepancia. O se revela el limes a la vez que no atiende al carácter fáctico y empírico del dato
como gozne y bisagra (que une y separa a un tiem- inaugural del comienzo, que es la existencia; o bien
po, o que conjuga y disloca). Límite entre razón y una verdad racionalista que sólo porfía por rescatar
sinrazón; límite entre ser y cerco de nihilidad; pero en todas partes la significación y el sentido, frente a
sobre todo límite entre razón y realidad (ambos bajo una verdad irracionalista que reivindica los dere-
el acoso de la sinrazón y de la nada). chos de lo que excede y desborda toda racionalidad
Ese límite es el ser mismo ya que éste compare- (se llame esto caos, voluntad, lo dionisíaco o «lo ab-
ce (como presencia o ausencia) en cada uno de los surdo»); o bien una verdad del ente que esconde y
extremos de aquello que él, como término medio escamotea el acoso de la nada; o por el contrario
silogístico, a la vez une y separa: razón y sinrazón, una verdad nihilista que reivindica los derechos de
ser y nada, racionalidad y realidad. Ese ser mismo esa nada que paradójicamente «aparece», o que hace
no puede determinarse tan sólo desde uno de los ademanes de su presencia más allá del límite de
extremos. nuestro horizonte de vida.
Las grandes dificultades que ha tenido la filo- La filosofía del límite alienta un concepto de
sofía en su historia radican en que no ha sido nun- verdad en el que se celebra el encuentro en la dife-
ca posible evitar esa inclinación de la razón filosó- rencia de la razón fronteriza, que se construye pre-
fica hacia uno de ellos: razón a costa de la sinra- sionada por su sombra, la sinrazón, con la realidad
zón, realidad a expensas de la idealidad, ser al pre- que presupone el dato puro del existir, convenien-
cio de la nada; o bien, al revés, sinrazón frente a la temente pensada en y desde la esencia que le deter-
razón, así en los irracionalismos modernos o con- mina, sólo que cercada (esa realidad) por un hori-
temporáneos; o la nada a costa del ser, en los nihi- zonte de nihilidad que le acosa desde más allá del
lismos imperfectos o perfectos; o bien la idealidad límite u horizonte. Por verdad debe entenderse la
a costa de la realidad externa y extramental, en las conjunción/disyunción, puestas al descubierto,
opciones extremadamente idealistas o racionalistas. entre esa razón fronteriza (rescatada de la sinra-
En este sentido la filosofía del límite es de una zón, pero en relación de tensión con ella) y esa rea-
dificultad mucho mayor que todos estos intentos lidad en que se está (presionada por la nihilidad
reduccionistas de simplificar el problema ontológico, que le cerca y que le embiste).
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Es, pues, un concepto onto/lógico de verdad de y bisagra (signo de concordancia y discrepancia)
mucha mayor tensión y dificultad que los concep- entre la razón, que se reconoce fronteriza, y una
tos corrientes de verdad que circulan en la filoso- realidad que deja mostrar en ella el límite que le
fía. No piensa la verdad simplemente como ade- determina.
cuación, adaequatio, sino como justo ajuste en lo Por conocimiento verdadero debe entenderse el
dislocado del gozne. Ni piensa la verdad simple- conocimiento de ese ser del límite que brilla y re-
mente como «desvelamien to» o «desocultami ento» fulge en el espacio intersticial; un espacio que es, a
de un ser indeterminad o (que sólo se define por su la vez, localidad y fulgor, o luz que abre espacio a
diferencia ontológica con el ente), sino como des- través de su propia refulgencia, y que inviste a rea-
cubrimiento de lo que ese ser, en él mismo, encie- lidad e inteligencia con ese ser, ser del límite, con-
rra como aquello que lo constituye en su misma firiendo a ambas la misma condición limítrofe. Tal
condición de ser, que es el ser límite: límite entre espacio de refulgencia es la fuente manantial de la
razón y locura, o entre sentido y absurdo, o entre que dimana el ser del límite. Debe ser llamado es-
ser y no ser, o entre realidad e idealidad. pacio-luz.
El conocimiento alcanza verdad en la medida El conocimiento verdadero es el que acierta a
en que es capaz de alcanzar ese objeto u objetivo promover el justo ajuste del concepto limítrofe que
de su búsqueda, que es ese ser del límite que fe- la inteligencia fronteriza promueve con la realidad
cunda a la vez la razón y su pertinente sombra (la o la «cosa»; pero sólo y en la medida en que logra
sinrazón, la locura); o que descubre el ser, ya des- retrotraer inteligencia y cosa a su fundamento: el
de el dato inaugural del comienzo, incardinado ser del límite, ese ser que se proyecta desde ese espa-
en la realidad, pero lo descubre en tensión y lu- cio luminoso, y fundante, que aquí se llama espacio-
cha con su sombra, que es la nada; o que halla esa luz, en el que todos los dualismos de la razón y la
realidad en relación de conjunción y disyunción sinrazón, o del ser y la nada, de lo racional y lo real
con la racionalidad ideal que en relación a ella se se retrotraen hasta su fuente manantial, en el cual
constituye. el límite comparece como límite, como límite que
El conocimiento verdadero se juega el sentido transparece en cada uno de esos términos extremos
al filo del límite con eso que le cerca y le acosa: el y opuestos.
sinsentido, el absurdo; se juega la racionalidad so- En esa fuente manantial, lejos de abolirse el ser
bre un fondo de sinrazón y locura que le cerca. Tie- del límite, adquiere éste su cristalina y diáfana «evi-
ne como ámbito propio el intersticio liminar, limí- dencia». Pues lo propio del espacio-luz consiste en
trofe, en donde refulge el ser del límite como gozne ser el límite mismo en su condición de tal, el límite
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como límite, verdadero fundamento topo-lógico del la sinrazón (que sin embargo sigue interviniendo
ser del límite. Éste, el ser del límite, puede concebir- corno referencia insoslayable).
se como el don que hace de sí ese espacio fundante Cuanto acontece y se da y configura la reali-
y refulgente que constituye el espacio-luz. El ser dad; cuanto puede pensarse y decirse y constituye
del límite es aquello que se da (como don, como la razón: todo ello se produce en y desde ese espa-
dato o donación) en ese espacio-luz que es, respec- cio-luz que hace don de sí a través del ser del lími-
to al plano onto!lógico por donde circula el ser del te. Pero también el cerco de sombra que acosa a
límite, su fundamento topo/lógico. razón y ser, la sinrazón y la nada, constituyen da-
Ese fundamento capaz de dar ese don (que al- tos que ese espacio-luz promueve y da (aunque sea
canza al existir en la forma del «don de ser», o del en el modo de un dar que es, de hecho, sustraer,
«estar en el ser» como dato inaugural) no es, como desposeer, despotenciar).
en Plotino, un Uno más allá del ser y de la inteli- No es un Uno inefable y místico, objeto de una
gencia; ni es, como en Heidegger, un Ser que mar- onto-teología negativa, lo que comparece como ob-
ca su diferencia ontológica con el ente. Es un lími- jeto último del conocimiento verdadero. Éste es un
te. Es, de hecho, el límite mismo, sólo que pensado límite que, en y por sí mismo, se da (como don) en
en sí y por sí (más acá o más allá de la dualidad el ser del límite, un ser hermanado a su sombra,
onto!lógica del ser y de la nada, o de la razón y la que es la nada; y que se da así mismo (corno don) a
locura, o de la racionalidad y la realidad). Es el lí- la inteligencia limítrofe y a la sombra pertinente
mite en sí y por sí, previo y fundante en relación a de ésta, la sinrazón, la locura.
eso que da, o a ese don que hace de sí bajo la forma Ese conocimiento verdadero alcanza su más
de ser del límite. compleja prueba en la lidia en relación a ese
El espacio-luz es el límite como tal, en su pura Minotauro de la razón fronteriza que constituye el
trans/parencia. Trans/parece en el ser y en el no espacio-luz, o el locus de refulgencia del límite
ser, en la razón y en la locura, en la realidad y en lo corno tal (concebido en su más prístina trans/
ideal. Y en ese trans/parecer fecunda a cada uno parencia). En él halla su convalidación crítica. La
de esos extremos a partir o desde la donación de crítica de la razón fronteriza descubre su objeto
ese don que hace de sí, y que es justamente el ser más preciado, su tesoro, en ese espacio-luz en el
del límite. Un don que une y separa: une al ser con- que juega su propio credencial crítico, su legitimi-
sigo en la existencia, escindiéndola de la no-exis- dad, su carta de ciudadanía filosófica.
tencia; une a la razón consigo en el mundo de sig- Pero antes de alzarse hasta este experimentum
nificaciones, escindiendo a esa razón fronteriza de crucis de la razón fronteriza debe retrotraerse ésta
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a sus más humildes comienzos. Debe retornar al un ser que ha sido «lanzado fuera» de sus causas y
dato inaugural del comienzo, ese dato empírico que que, por esta razón, se manifiesta en su «estar fue-
ella no puede auto-engendrar. Y que por este he- ra de sus causas» (sistere extra causas).
cho de naturaleza concluyente se auto-concibe La razón interrogativa, surgida del asombro que
como razón fronteriza (y no corno razón absoluta, el puro hecho de ex-sistir provoca (en el lenguaje,
o absolutamente infinita). en la escritura), se ve acuciada por la demanda de
Debe, pues, volver al punto de partida, en don- esas «causas» que pueden dar «razón» de ese puro
de despuntaron las interrogaciones primeras que hecho de existir. Pueden, quizás, determinarse cier-
el simple afecto o pasión de admiración hizo posi- tas «causas» intramundanas, corno las célebres
bles. Y sobre todo aquélla tercera que emergía una causas aristotélicas o escolásticas.
vez planteadas las dos primeras ( «¿Por qué exis- Pero ninguna de ellas (ni la material, ni la for-
tencia y no más bien nada?»; «¿Por qué razón y no mal, ni la eficiente ni la final) responden a la genui-
más bien sinrazón?»). Tal pregunta, tercera en or- na pregunta en relación al fundamento que de ra-
den de aparición en el despunte mismo de la filoso- zón de ese hecho insólito y singular, en cierto modo
fía, se formulaba en relación al hecho empírico de descomunal, que constituye la existencia. O no sa-
esa existencia en exilio y éxodo que constituía el tisfacen cumplidamente la apremiante pregunta
insoslayable dato del inicio. Era la pregunta por la ontológica, surgida del asombro que ese hecho pro-
esencia o quididad que ese dato podía mostrar, o duce: ¿Por qué existencia y no más bien nada? Nin-
revelar. Era la pregunta que se formulaba así: «¿Qué guna de esas causas intramundanas dan razón de
es, o en qué consiste, ese dato inaugural del co- ese delimitación del ser en relación a la nada.
mienzo que es la existencia en exilio y éxodo, remi- Sólo puede pensarse como fundamento ese lí-
tida a un límite corno a su único fundamento per- mite que delimita y acota al existir en el coto que
ceptible?» constituye el ámbito de su aparición, y al que lla-
Pues ese límite era lo único que comparecía mo cerco del aparecer. Pero eso exige una
como paradójico fundamento de esa existencia. Un redefinición de lo que por «fundamento» se entien-
fundamento de naturaleza muy peculiar. De hecho de. Pues como tal ese límite introduce una drásti-
la existencia aparecía como dato empírico del co- ca limitación a nuestras demandas interrogativas,
mienzo sin que pudiese mostrar, en su aparición, o a una razón interrogativa que pregunta por el
aquellas razones o causas de las cuales había sur- fundamento de la existencia.
gido, o había sido expulsada. Por eso se dio nom- Ese límite se revela, entonces, como un fallido
bre de ex-sistencia a esa aparición del comienzo: fundamento, o como un fundamento en falta; ex-

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hibe como «fundaménto» una falta que en su mis- lo que hace que haya mundo y no, en cambio, ese
ma condición de límite encierra. Pues todo límite sinmundo que, sin embargo, parece cercar y acosar
es revelador de una carencia, de «algo que falta». a ese dato inexorable, objeto de una evidencia: la
Es más, ese límite sólo puede concebirse si se pos- evidencia de que hay mundo?
tula una referencia que le excede, pero que de suyo Eso de que hay existencia y mundo, o existen-
rehuye su propia comparecencia. Podría decirse que cia incardinada en un mundo, eso es, en efecto, una
ese exceso es, precisamente, eso que acosa y pre- evidencia. Como lo es también que esa inexorable
siona sobre el existir, cercándolo con la amenaza evidencia se redobla en la segunda: la de que ese
de su contrario, el no ser, la nada. Podría decirse haber mundo sólo presenta como prueba de sí, o
que más allá de ese límite «no hay nada». Pero debe fundamento de sí, un límite que lo acota y deter-
decirse que esa nada es positiva, o que es una nada mina, o que lo de-limita en relación a su contrario,
que debe ser postulada como referencia (de lo con- al sinmundo. El cual, sin embargo, embiste y aco-
trario no habría posibilidad de hablar siquiera de sa al mundo y a su habitante, el existente, revelan-
«límite»).
do la precaria y frágil condición de su estancia en
Esa «nada» es, para la razón interrogativa y crí- «este mundo».
tica (esa razón que aquí llamo razón fronteriza), la Hay, pues, evidencia del límite, como ya indi-
orla de misterio que le rebasa; y que constituye, en qué en mi libro La aventura filosófica. Ésa es la ver-
relación al limes, un cerco que presiona sobre éste dadera evidencia que constituye el verdadero dato
y al que llamo cerco hermético. esencial sobre el cual puede producirse la aventura
Podría entonces replantearse la pregunta onto- filosófica. Esa evidencia es la que sustituye otras
lógica, la primera pregunta filosófica, en estos tér- que no lo son, pero que la filosofía en su historia
minos: ¿Por qué el cerco del aparecer y no más bien ha erigido como primer peldaño de esa aventura,
el cerco hermético? Esta pregunta interrogaría por como la célebre «evidencia» el cogito ergo sum
el fundamento que hace que se de lo que se da: el cartesiana.
dato empírico del existir, de un existir localizado den- Esa evidencia del límite es, entonces, evidencia
tro del cerco del aparecer, o mundo; y que hace que de un fundamento de esa existencia mundana, se-
eso que se da y aparece sea inexorablemente remiti- gregada o separada de aquello que la rehusa o lo
do a una trascendencia de arcano que es, en rela- niega: lo siempre separado, o jóristos, que consti-
ción al mundo, el sinmundo. ¿Por qué, pues (podría tuye «lo sagrado». El límite es el fundamento que
preguntarse), mundo y no más bien su negación? se descubre como aquel único que puede dar res-
¿Por qué mundo y no más bien sinmundo? ¿Qué es puesta al «por qué» relativo al hecho de existir; de
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un existir que se evidencia en lugar de su contra- Y así mismo al más allá de ese límite de lenguaje y
rio, el no-existir, la nada. El límite es el fundamen- mundo, o de trazos y escrituras, que constituye su
to (siempre en falta) de ese existir. Y lo es por ra- negación, el radical sinsentido. O si quiere decirse
zón de hallarse en equidistancia, por su condición así: la sinrazón, la locura.
de limes, entre ese existir y el no ser, o la no exis- Porque lo cierto es que el existente fronterizo se
tencia. Es el fundamento que explica que haya ser, halla ya instalado en ese campo de juego de usos
sólo que un ser expelido de unas causas de natura- lingüísticos y trazos que constituye su mundo de
leza ignota y misteriosa, o que sólo comparecen vida. Pero ese universo de lenguajes y escrituras, o
como enigmas encerrados en el cerco del misterio, de trazados y palabras, se halla cercado por esa
o en el arcano. orla de sinsentido que les acosa desde más allá de
Pero ese límite es algo más; no es sólo funda- la línea del horizonte.
mento de ser del existir; es también fundamento en De ahí la espontánea pregunta relativa al reco-
general del hecho de existir y de eso antagónico que nocimiento de la latente racionalidad en que se está;
puede pensarse o nombrarse como no ser, como o del campo de inteligibilidad potencial en que se
nada. Es un límite, en sentido topológico, que abre vive; una pregunta que, sin embargo, se asombra
dos espacios o lugares: aquel en el cual se aloja el ser en relación al hecho empírico de esa «racionali-
y aquel en el cual «no hay nada», pero que en ese dad» que se impone, pero que no posee en ella mis-
«no haber» insiste en su condición de referencia. ma el fundamento que dé «razón» de la misma.
Y ese mismo límite que se descubre en el puro Por eso esa pregunta se hace apremiante en su for-
dato del existir comparece, simétricamente, en el ma de presentarse: ¿Por qué razón y no más bien
campo de inteligibilidad potencial que ese existir, sinrazón? ¿Por qué significación y sentido y no más
por el hecho mismo de existir, hace posible. Esa bien insignificancia y sinsentido?
inteligibilidad documenta sobre la racionalidad Y de nuevo ese límite que actúa como gozne
latente del campo de juego en que se sitúa el exis- entre ambos, sentido y/o sinsentido, o razón y/o
tir. Y se pone de manifiesto a través de usos verba- sinrazón, comparece como lo único evidente que
les y de trazos de escritura. permite dar fundamento y razón del hecho de que
Ese mundo que constituye el cerco de cuanto se exista en ese campo inteligible. El «porqué» de
aparece se ve así poblado de trazos y frases que lo la pregunta relativa al sentido/sinsentido destaca
llenan de significación y sentido. Pero que remi- la evidencia de ese limes como único fundamento.
ten, para su propia significación y sentido, a ese En la razón, por tanto, lo mismo que en la reali-
mismo límite del mundo que los acota y determina. dad, ese límite se yergue en su condición de único
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fundamento susceptible de ser conocido y recono- o poder: el poder de conjuntar y el de escindir, o la
cido. El límite es, pues, el fundamento de la expe- potencia conjuntiva y la disyuntiva. Eso nos con-
riencia de que hay razón, o campo inteligible po- duce a explorar más de cerca la esencia del ser del
tencial evidenciado en trazos y usos lingüísticos (y límite, y la esencia misma de ese limes concebido
no en cambio sinrazón, o locura, o absoluto en términos topológicos. Tal sería la investigación
sinsentido). Hay sentido y significación, si bien ese de la esencia: de una esencia que no es esencia sin
haber no es estable; es más bien frágil y precario. más, o esencia «en general», sino esencia del ser del
Sólo la estrecha franja de un límite separa ese sen- límite, y esencia también del limes en su pura acep-
tido de su contrario, o la significación de la radical ción topológica.
insignificancia, o la razón de la locura. Y ese límite
es, en general, en sentido radicalmente topológico,
el trazado limítrofe que proyecta, a la vez, la doble IV
posibilidad de la razón y de la sinrazón, o de cor-
dura y demencia, o de sentido y sinsentido. Ese Lo que distingue frontalmente esta doctrina de
límite en sentido topológico proyecta como don el la esencia de la hegeliana debe verse, sobre todo, en
ser del límite; y proyecta con él el lógos, o la inteli- el comienzo, o en los primeros pasos de esta exposi-
gencia, que puede pensarse conforme a él. Ese lí- ción en contraposición con los característicos de
mite, en su pura trans-parencia, constituye eso mis- Hegel en su Ciencia de la lógica. En ésta se asume
mo, pensado por vez primera por Parménides, que como dato inaugural del comienzo la in-distinción
permite la conjunción (en la cesura que dicho lími- de ser y nada como genuino comienzo. Esa indis-
te implica) entre inteligencia y ser. Es, pues, fun- tinción hace posible el tránsito o la mediación recí-
damento de la inteligencia limítrofe (y de su con- proca de ambas de la cual surge la categoría de exis-
trario, el radical sinsentido) y del ser (así como de tencia (en sentido de simple «ser ahí», Dasein). Ésta
su contrario, no ser, nada). Esa conjunción, en tanto se infiere de ese inmediato traspaso, o del devenir
que conjunción, es lo que puede llamarse verdad: mutuo de la una en la otra (como surgir o pere-
la verdad topológica de ese límite que trans-parece cer). En la existencia (como Dasein, «ser ahí») ese
en los extremos mismos que funda. movimiento del devenir alcanza su primera con-
Pero eso mismo es lo mismo en su radical creción.
diferencialidad; o es eso «uno que se diferencia a sí El comienzo lo constituye un inmediato inde-
mismo» (Holderlin). Y es que el límite presenta, terminado, o apeiron, que por sí mismo se auto-
según su naturaleza o esencia, una doble potencia determina. Y lo que muestra esa autodetermina-

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ción o auto-mediación inmediata de ese dato del Razón (y que por ello comparece como Sallen, De-
comienzo es, justamente, la in-distinción entre ser ber-ser, o como «infinito ideal»).
y nada. Ese límite revela a la razón su naturaleza finita,
Y lo que hace todo ello posible es que tal ser y que sólo en esa postulación de un «más allá», me--
nada, lo mismo que el devenir y la existencia, y en diante incesante traspaso del «límite», parece ser
general todas las categorías que a partir de éstas se rebasada. Pero de hecho ese incansable traspaso
van auto-engendrando, son sobre todo categorías (propio de la filosofía de Fichte) no hace sino evi-
lógicas, categorías de la razón, de una razón que denciar la finitud de esa Razón. La cual sólo se
es, de suyo, según las asunciones del Idealismo encuentra a sí misma en un «infinito verdadero»
Absoluto hegeliano, lo mismo que el ser o que lo en la que esa infinitud se hace patente y presente
real: «Todo lo racional es real; todo lo real es racio- en la propia finitud. En ese «infinito verdadero»
nal». Por ello la Ciencia de la Lógica puede presen- puede decirse que en cierto modo ese límite ha lo-
tarse como verdadera ontología general; o mejor grado al fin ser superado.
aún, como anta-teología. Constituye la exposición Ahora bien, ese límite superado es el límite lógi-
misma del Lógos, de un Lógos capaz de auto-en- co, o límite interno al lógos y a su despliegue catego-
gendrar, desde de sí, a través de su aparato cate- rial. No es un límite real que desborda y excede las
gorial desplegado, la realidad misma. capacidades y alcances de la propia razón, o del
Por eso mismo el límite en que se piensa en la lógos. El límite que aquí se asume es, en relación al
Ciencia de la Lógica no es un límite real en relación dato del comienzo, un límite real. Y es que ese mis-
a una razón que, por la naturaleza real del dato mo dato del comienzo es, en relación a la razón
con que se encuentra, debería reconocerse limítrofe fronteriza, un dato empírico y real que la razón no
y fronteriza. Es un límite interno e inmanente a la puede producir desde ella misma, o no puede auto-
propia Razón que ésta, por ella misma, puede tras- engendrar. Esa existencia no puede, pues, inferirse
pasar o «superar». De hecho es un límite concebi- de las «categorías» de ser y nada, sino que es, en
do como «unión de un algo y su negación» (límite relación a todo lo categorial, un factum de natura-
como frontera, Grenze) que es, para la razón, una leza real. Y esa su facticidad real es la que revela o
barrera o un obstáculo (Schriinke) que la restrin- muestra, por presencia o por ausencia, un ser y
ge, y que, como en la filosofía de Fichte, le impulsa una nada reales, distintos de las categorías racio-
siempre a trascenderlo, sólo que en relación a un nales o lógicas de ser y nada propias de la Ciencia
«más allá» de naturaleza asintótica: un «infinito» de la Lógica.
que nunca puede hacerse presente o patente a la La razón, ante ese límite real que se interpone
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entre su propia potencia reflexionante y aquello con de concebirlo, o conceptuarlo. Pero esa realidad del
lo cual se encuentra, sólo puede acoger ese dato en límite exige una redefinición de lo que por tal rea-
ella misma a través de un modo correlativo de la lidad debe entenderse. Y esa redefinición debe con-
naturaleza ex-sistencial y ex-stática del dato inau- ducir tal realidad al ámbito intersticial y limítrofe
gural del comienzo. Debe «salir de sí misma» al en el que el propio limes «se da». Ese espacio inters-
encuentro de ese factum, tensándose de modo ex- ticial debe diferenciarse de lo racional, en relación
stático en relación a él. Eso es lo que Schelling lla- a lo cual comparece como real, y de la realidad ex-
ma «éxtasis de la Razón». Un punto de la filosofía tra-mental del dato mismo del comienzo. El límite,
de Schelling que aquí se asume convenientemente en relación a ésta, se desborda en un más allá de
recreado. naturaleza ideal que constituye el ámbito mismo
De hecho la razón surge como tal en virtud de de su comprensión y reconocimiento, o ámbito pro-
ese factum real de la existencia, a modo de pre-com- piamente racional.
prensión de ésta evidenciada a través de trazos y Pues bien el límite es, de hecho y de derecho, lo
usos lingüísticos. No es, pues, la razón, por ella mis- que surge del espacio intersticial y fronterizo, como
ma, la que instaura desde sí ese dato del cual se par- ser del límite, entre lo ideal y lo real, o entre razón y
te. Éste, de hecho, la razón se lo encuentra. Es más, realidad. Y en ese espacio exige una reconducción
sin ese encontrarse la razón con dicho dato ésta, la crítica de todas estas nociones, y de los extremos
razón, no puede jamás llegarse a encontrar consigo (racional y real) en que tales nociones surgen. De
misma. Ni siquiera puede formarse y producirse ahí que este ámbito que explora la razón fronteri-
como lo que es, razón. za de modo crítico, propio y pertinente de la filoso-
Luego ya en la raíz misma desde la cual ésta se fía del límite que aquí se desarrolla, puede asumir,
produce como razón se evidencia ese límite real aunque redefiniendo su contenido, el proyecto de
que la sola presencia del dato existencial con que una filosofía ideal/realista que reconduce tanto lo
se encuentra no hace sino revelarlo. Y ese límite ideal como lo real a ese espacio limítrofe intersticial
real no puede ser jamás superado. Insiste en su cuyo dato lo constituye el ser del límite, y cuyo dato
condición real tanto en su comparecencia en el dato originario es, de hecho, la existencia (irreflexiva,
existencial del inicio como, también, en esa auto- impensada) de ese dato.
reflexión de sí que permite descubrir la esencia que Esa irreflexión del dato abre la reflexión al sus-
da a ese dato consistencia. citar, en la más espontánea racionalidad fronteri-
He dicho que el límite es real. Y lo es, cierta- za, admiración, asombro y un surtido de interro-
mente, en relación a la razón fronteriza que trata gaciones radicales en las cuales esa razón espon-
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tánea se estiliza y sublima en razón filosófica. Esas propia reflexión. Ésta pone sus propias determina-
cuestiones filosóficas se culminan en la pregunta ciones de manera que éstas releven o superen su
por la esencia de ese ser del límite que comparece carácter estrictamente cualitativo e irreflexivo (o
como dato inaugural instalado en el espacio «existencial»). En este sentido dice Hegel que la
intersticial. Ahora es preciso avanzar y desarrollar existencia de la «doctrina del ser» se muta, al acce-
la tercera de estas preguntas, la que ha abierto ya derse en la esencia, en determinación que la re-
la investigación sobre la esencia de ese ser del lí- flexión pone; o que el ser ahí, o Dasein, se trueca en
mite que es objeto aquí de consideración crítica. ser determinado por la reflexión ponente: en posi-
La esencia del ser del límite presupone su exis- ción auto-producida por esa reflexión.
tencia. Ésta viene dada. Y la razón fronteriza se la Hegel pretende, por último, que eso que esa re-
encuentra: no puede producirla desde sí. Esa exis- flexión ponente pone (o establece como posición, o
tencia está puesta en el comienzo como un presu- como proposición, Satz) es eso mismo que presu-
puesto positivo. Un presupuesto que no es posible pone. O que en esa auto-reflexión ponente el termi-
superar por la vía de la negación, como en Hegel. nus ad quem de ese poner, o establecer, es aquello
Ese presupuesto revela en el puro dato de existir, mismo que ella presu-pone. Con lo que intenta, en
puesto ahí como algo insuperable (en sentido ese importante y genial pasaje de su «doctrina de
hegeliano), un límite positivo, de naturaleza real, la esencia», fundamentar el hecho de que lo presu-
que no puede ser superado por la razón concipiente. puesto por la reflexión ponente sea, de hecho y de
Ese límite positivo, al ser interrogado por su na- derecho, eso mismo que ella pone.
turaleza o quididad, muestra su propia auto-re- No es posible demorarse en el comentario del
flexión, aquella que permite al dato irreflexivo del más extraordinario tour de force de la Ciencia de la
comienzo mostrarse en su constitución esencial. Lógica de Hegel. Pero sí puede afirmarse que allí
Pero esa reflexión, o auto-reflexión, no significa de se halla el corazón batiente de toda su filosofía, así
ningún modo la superación (en el sentido hegeliano como el experimentum crucis de su Ciencia de la
de la Aufhebung) de esa existencia positiva del co- Lógica. E importa decir al respecto que la cumpli-
mienzo; ni tampoco de ese límite real que en esa da crítica de ese pasaje es, justamente, el que hace
existencia se encuentra. posible replantear radicalmente la concepción de
Hegel pretende, en su «doctrina de la esencia», la esencia de otro modo.
que la propia auto-reflexión esencial «supere» la Esa crítica está implícita en todo lo que se ha
existencia del comienzo, transmutando así el sim- venido diciendo. El presupuesto de la auto-reflexión
ple existir en una determinación fundada por la de la esencia, que es el factum inaugural del comien-
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zo, es de suyo positívo: algo ya puesto «antes» de
que la razón fronteriza se haga cargo de esa «car-
ga». Hasta el punto de que ésta, ya en su forma in-
mediata de presentarse en trazos y en usos verbales,
toma cuerpo en razón de encontrarse (y asombrar-
se) con ese factum del existir que la razón no puede
fundar ni fundamentar.
Luego ese presupuesto positivo introduce entre
ese dato existencial y la razón un límite real que com-
parece ya desde el comienzo. Y ese límite, por ser
real, no puede ser superado, mediado ni «negado»
(en el sentido hegeliano) por la razón concipiente.
Ni siquiera por una razón objetiva que todavía no se 4. La tabla categorial
reconoce a sí misma como razón.
Lo que de verdad pone la reflexión en su auto-
reflexión es la esencia de ese ser del límite que real- El ars magna de esta filosofía del límite es, como
mente comparece ya desde el principio, si bien al ini- ya he ido señalando, la tabla categorial. Ésta no es
cio al modo de un dato «irreflexivo». Y en particular una tabla «rapsódica» en la que las categorías van
las determinaciones de esa esencia, o sus «esenciali- apareciendo sin que se especifique el nexo que en-
dades» (si cabe hablar así, al modo hegeliano). Tales tre ellas establecen. Ni es tampoco una tabla es-
son las semillas de «verdad necesaria» que en el in- trictamente «sincrónica» como la que presenta
terior de la esencia se alojan, y que en la investiga- Kant en su examen de las modalidades de juicio.
ción de ese interior han comparecido como poten- Las categorías de esta tabla son onto-lógicas;
cias: de disyunción y conjunción. Así como la co- pero no derivan, sin embargo, de estrictas funcio-
relación de ambas en forma de tensión, conflicto o nes «lógicas» (como las propias del juicio). Deri-
juego. van de la propia naturaleza de la exposición que
aquí se sigue, o del método que se recorre en esta
filosofía del límite. Ésta asume, como dato inau-
gural del comienzo, una existencia que no puede
ser fundamentada en nada más que en el límite que
la distingue de la pura «no existencia». Las catego-

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rías deben, antes que nada, determinar ese dato, del comienzo. En relación a ese ser mismo, arroja-
dotándolo así de credencial crítico. do en la existencia, o que se apercibe de su estar en
La declaración relativa a ese dato existencial del ella, esa potencia matricial es lo más originario que
comienzo, de eso que es dado en el marco del cerco puede declararse, en forma de categoría, sobre di-
del aparecer, o del mundo, podría ser entonces la cho dato o don. Es, pues, la matriz la primera cate-
primera categoría. Pero ésta, ante la presión del goría que puede enunciarse respecto a ese dato que
límite que la cerca y constituye, exige retroceder constituye el ser del límite, el cual en una segunda
hasta el fundamento que hace posible, como con- categoría comparece como pura existencia en exi-
dición necesaria, la emergencia de dicho dato in- lio y éxodo localizada en el locus y el tempus que se
augural. Es preciso, por tanto, retrotraerse de este le asigna en el cerco del aparecer, o en el mundo.
acto inaugural (que en términos simbólicos, o de Esa matriz es, en cierto modo, un ser antes del
acontecer mítico-simbólico, puede comprenderse ser, o del ser presente: un ser que es en su ausencia,
como «acto de in-auguración del cosmos», en el cual en su puro repliegue en sí; un ser que no puede co-
éste obtiene localización y tiempo propio) a un es- nocerse, pero que debe pensarse (siquiera sea como
cenario previo y fundante. referencia, o como arcano y misterio matricial). Ese
De esa existencia exiliada de sus causas, o ex- ser pasado (inmemorial) es «lo que era» el ser que,
pulsada del hortus conclusus al que remite, como sin embargo, en virtud de la emergencia del mun-
referencia, el estricto límite limitante que la cons- do, se hace al fin presente, rubricando así esa arti-
tituye, debe retrocederse a ese fundamento matri- culación de «pasado» y «presente», o de «lo que era»
cial que, sin embargo, se cela a toda revelación (o y «lo que es», que constituye para Aristóteles la defi-
sólo admite una forma simbólica de exponerse). Tal nición misma de la esencia (to tí en eínai).
fundamento matricial, agazapado en el cerco her- Pero la esencia, como ya señalé anteriormente,
mético, se cela a todo conocimiento o reconoci- debe referirse tanto al pasado inmemorial y al pre-
miento en su condición de fundamento. O sólo pue- sente existencial como al futuro trascendental: a
de tentativamente pensarse como fundamento en eso que «siempre será», o que, en relación a ese
falta. futuro, invita a llegar a ser lo que puede o debe ser.
Esa matriz constituye el pasado inmemorial del Y en este sentido esa existencia en exilio y éxodo,
cual emerge el presente, el cual se presenta como caída en el cerco del aparecer, es requerida, en vir-
una existencia en exilio y éxodo que circula por el tud de la presión del limes, a un alzado hasta la
cerco del aparecer. Tal presencia presente es el ser condición de ser y existir en ese limes, o de
mismo en su condición de dato o don inaugural habitarlo. La declaración relativa a ese alzado, y al
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movimiento ético correspondiente, es asunto de la lo que aparece sobre un fondo de incomparecencia;
tercera categoría, la cual en esa determinación del o lo que se da en y desde una matriz que rehuye su
ser que habita el limes se responsabiliza de la defi- propia donación. Eso que aparece es un existir cós-
nición (antropológica) de ese habitante. mico remitido a un límite, al cual accede el habi-
La primera categoría determina la matriz; la se- tante de éste, el fronterizo, el hombre. La cuarta
gunda la emergencia del dato inaugural del comien- categoría, una vez determinado y cercado el fenó-
zo, o existencia en exilio y éxodo, situada en el cer- meno, desvela el lógos, o «espacio lógico-lingüísti-
co del aparecer, en el mundo (es la categoría cosmo- co», de éste, evidenciado en usos lingüísticos, en
gónica y cosmológica por excelencia); la tercera inscripciones, en trazos o en escrituras.
determina la naturaleza y esencia del fronterizo, Las tres primeras categorías presentan la reali-
su libertad, su capacidad de alzado, su encuentro dad limítrofe del cerco del aparecer; la cuarta de-
con la voz imperativa que, desde el limes le urge y termina el ámbito de colonización del cerco del
apremia a llegar a ser lo que virtualmente es (habi- aparecer a través de la inteligencia fronteriza. Una
tante de la frontera). La cuarta categoría declara y inteligencia cuyo presupuesto lo constituye el al-
determina lo que resulta de ese movimiento de al- zado del cerco del aparecer al limes. De este modo
zado, que afecta a la existencia y a la inteligencia: realidad y razón fronteriza se dan cita en esta in-
la colonización de ese cerco de cuanto aparece a cursión o giro fenomeno-lógico que es, de suyo, el
través de usos lingüísticos, de trazos y de inscrip- presupuesto positivo sobre el cual puede elevarse
ciones, en virtud de lo cual ese cerco del aparecer la posibilidad misma de una aventura sapiencial o
comparece como una Babel de interpretaciones, y filosófica; o de una aventura que asuma todas es-
de decisiones de significación y de sentido. tas condiciones fenomenológicas con el fin de dar-
Estas cuatro categorías logran determinar cum- les carta de ciudadanía crítica y auto-reflexiva. Tal
plidamente el cerco del aparecer, o el mundo, do- posibilidad es, justamente, lo que determina la
tándolo de sentido, o destacando el lógos, o el espa- quinta categoría, la cual establece como condición
cio lógico (lógico-lingüístico) que le es propio. Por de alcanzar conocimiento verdadero ese alzado a
esta razón estas cuatro categorías componen un un proyecto de razón crítica y fronteriza. Esta quin-
primer giro en la espiral reflexiva categorial en tor- ta categoría concede a la cuarta certificado crítico
no al cerco del aparecer: el giro fenomeno-lógico de y auto-reflexivo.
esa espiral que las categorías van recorriendo (a Pero ese proyecto debe completarse mediante
modo de itinerario propio de la razón fronteriza). una aventura más allá del límite mismo al que pue-
Las tres primeras van declarando el fenómeno: de acceder toda aventura de conocimiento; pero

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que ésta debe asumir al dialogar con las formas nifestaciones relativas al ser del límite que en ese
(religiosas, artísticas) que son capaces de exponer, espacio intersticial, o en ese istmo luminoso, ha-
en el cerco del aparecer, el cerco mismo de arcano llan su lugar de acogida. A través de esas catego-
y de misterio en su condición de tal. Se determina rías se dice lo que se sabe del ser, de un ser que
así, como sexta categoría, la que declara y detenni- debe concebirse como ser del límite.
na el carácter arcano de ese ser del límite que libe- De este modo se pueden agrupar las categorías
ra siempre un suplemento de misterio y trascen- en tres giros de la espiral metódica que recorre en
dencia. Y se asume en esa sexta categoría el sím- su exposición esta filosofía del límite: el giro
bolo corno el único modo de dar versión expositiva fenomenológico, el giro hermenéutico y el giro limí-
a ese misterio. Y se invita, por fin, a una última trofe y fronterizo: el primero recorre el cerco del apa-
aventura filosófica hacia ese más allá de todo con- recer; el segundo el cerco hermético; el tercero re-
fín, a través de un diálogo entre la razón fronteriza pliega ambos despliegues expositivos en su raíz
y la exposición simbólica. O mediante un diálogo proyectiva, que es el limes, destacándose en ese es-
entre la filosofía y la experiencia mística que en tor- pacio luminoso intersticial eso que en todas estas
no a esta sexta categoría se constituye. categorías se declara: el ser concebido como ser del
Estas categorías quinta y sexta se elevan desde límite; eso mismo que en ese ámbito intersticial se
el cerco del aparecer en dirección al cerco de mis- da (como don propio y específico del espacio-luz):
terio; tratan de conceptuar éste a través de una her-
menéutica sapiencial o filosófica; o bien rebasan Categorías Categorías
toda conceptuació n, o anonadan la razón en una fenomenológi cas hermenéutica s
situación de éx-stasis que invita a una orientación Matriz Razón fronteriza ,
de filosofía, o teología, de naturaleza «negativa». Existencia Símbolo
Son, pues, categorías hermenéutica s y místicas que Limes
se empinan hacia el arcano, tratando de interro- Lógos
garlo y descubrirlo (siempre de forma precaria y,
en el límite, fracasada). Categoría fronteriza
Pero todas estas seis categorías constituyen, de Ser del límite
hecho, las distintas declaraciones que puede hacer-
se de todas las posiciones posibles que asume el Son las mismas categorías simbólicas y espiri-
cerco verdaderamen te fundador, el cerco fronteri- tuales de La edad del espíritu, sólo que repensadas
zo, al cual todas se retrotraen. Son, todas ellas, rna- en términos estrictamente ontológicos, o referidas
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a la verdad del ser del límite, que es la que estas que constituye el referente trascendental de ese
categorías intentan declarar, o manifestar, de modo mismo concepto, o aquello que éste «declara». Es
crítico. Pues la matriz es la «materia matricial» que el gozne o la bisagra ontológica entre ese concepto
allí compareció, del mismo modo como la ex- limítrofe y la realidad a la que éste hace referencia.
sistencia hace referencia a la emergencia, desde la De suyo el ser, como ya dije en Lógica del límite,
matriz, de un mundo. Así mismo el limes como lu- constituye el límite mismo entre lo categorial y lo
gar de «encuentro» (ético-metafísico) es, el lugar trascendental, o entre lo que «se sabe del ser» y lo
de cita y encuentro presencial entre arcano y cerco que éste deja fuera suyo como misterio matricial o
del aparecer a partir del alzado del «humilis» a la como arcano.
condición fronteriza. Y el lógos hace referencia a El despliegue categorial no hace sino recorrer,
la expresión y comunicación, en signos y en trazos de forma metódica y sistemática, el camino a tra-
de inscripción o escritura, que deriva de esa cita. vés del cual se va dando determinación a esa esen-
Así mismo la razón fronteriza, en su condición cia del ser del límite que se expone en sus tres cer-
crítica y auto-reflexiva, constituye el proyecto de cos; la cual exposición conforma la realidad. El des-
declarar las posibles «claves hermenéuticas» que pliegue categorial constituye, a este respecto, la tra-
permiten orientar al fronterizo en su simple habi- ma a través de la cual esa realidad puede ser objeto
tar ese mundo «ya interpretado» que constituye su de declaración por una razón fronteriza provista
hábitat y territorio. Y por fin el símbolo es el único de conceptos de naturaleza limítrofe.
talismán que se dispone para acceder, aunque sea Por eso esas categorías van estableciendo, en
precariamente, al arcano en su condición de tal, a su decurso, las condiciones mismas que hacen po-
través de una «experiencia mística». Y el ser del lí- sible que haya conocimiento verdadero, o que pue-
mite es aquello que todas las categorías declaran y da establecerse la verdad; la verdad relativa a ese
que, como tal, es a la vez la principal de todas ellas ser del límite que se da, como don, en el espacio
y algo que, por su condición de ser, trasciende toda luminoso, y que es accesible a la inteligencia limí-
la tabla categorial, o es un trascendental en rela- trofe.
ción a este despliegue categorial: un ser que es, de Pero esas categorías cobran su impulso prime-
suyo, ser del límite y cuya posible verdad enuncian ro a partir o desde lo que subsiste pendiente una
y manifiestan todo este conjunto tramado y orgá- vez han sido determinadas (a partir del examen de
nico, o vivo, de categorías ontológicas. Es y no es las determinaciones o potencias intrínsecas a la
categoría. Es categoría en tanto que concepto (li- esencia del ser del límite) las «verdades necesarias»
mítrofe) del ser del límite. No lo es en el sentido de (Leibniz). Éstas son la potencia de conjunción (o
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identidad), la potenda disyuntiva (o diferencia) y impide su adecuado conocimiento o reconocimien-
la correlación de ambas (contra-posición en el do- to. Sólo comparece en el despliegue categorial el
ble modo de antagonismo e inter-juego). mismo dato del comienzo, la existencia en exilio y
Pero para seguir usando terminología leibni- éxodo, pero ahora su comparecencia es reflexiva: es
ceana, puede decirse que una vez se han determi- una existencia mediada por la pregunta relativa a
nado esas «verdades» que establecen lo que es ne- su esencia o quididad.
cesario para que pueda determinarse la esencia del En esa reflexión se hace presente el dato inaugu-
ser del límite (en posición de repliegue en ella mis- ral del comienzo sólo que fundado, o fundamentado,
ma), conviene determinar las condiciones, suficien- por una matriz que no puede ser conocida, o cuyo
tes, que hacen posible su traspaso hacia el ámbito reconocimiento remite al arcano del cerco herméti-
expositivo y desplegado de lo real; y en primer lu- co, pero que debe ser pensada y postulada como tal
gar, de lo existente. matriz: como aquella categoría primera que hace
La existencia constituye el presupuesto positivo posible que haya tal cosa como una existencia en exi-
del que se parte; pero se trata de una existencia lio y éxodo alojada en el cerco del aparecer, o en el
«irreflexiva» que comparece como dato «en bruto» mundo. Tal existencia es, como ya se ha visto, la se-
en y desde el cual despunta, con el ser que existe, gunda categoría. Pero como tal categoría se pliega al
la inteligencia fronteriza. Pero una vez se produce carácter de presupuesto positivo que posee la matriz
el rodeo a través de la esencia es preciso volver a en relación a ese dato existencial del comienzo; y no
considerar eso que existe, sólo que al fin fundado y pierde este carácter por el hecho de haber sido decla-
fundamentado por esa investigación de la «interio- rada y manifestada por la actividad categorizante que
ridad misma» de la esencia del ser del límite en la resulta de su inmanente auto-reflexión esencial.
cual se descubren sus «verdades necesarias». Ni pierde tampoco el carácter de positividad ese
Para lo cual es preciso transitar de la identidad limes que orienta a la existencia hacia la posibilidad
y la diferencia al fundamento (o al «principio de de alzado, o de libertad, en que se juega y expone el
razón suficiente»). Y allí es donde se produce ese ser mismo de la vida en la frontera (que constituye
tránsito hacia la existencia que, sin embargo, a tra- el tema de la tercera categoría). Y lo mismo debe
vés de ese rodeo por la esencia, debe hallar su cum- decirse del carácter factual del universo de trazos y
plido fundamento. usos lingüísticos que ese alzado al límite hace posi-
Sólo que éste insiste en ser, una vez reflexiona- ble, poblando el cerco de lo fenoménico de su pro-
do, o auto-reflexionado por el rodeo esencial, como pio lógos inmanente.
fundamento en quiebra, ya que es un límite el que El fundamento oscuro, o fundamento en falta,
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que interviene como razón suficiente de que haya encabalga la cuarta, la que puebla ese triángulo
tal cosa como un cerco de aparecer o un mundo es, de racionalidad potencial; esa racionalidad que en
pues, una materia matricial agazapada en su pro- la quinta categoría es alzada a su condición críti-
pio arcano, replegada enteramente en sí, sin capa- ca, auto-reflexiva y hermenéutica, como condición
cidad o fuerza de eclosionar hasta la gestación de de la sexta categoría, la relativa a la revelación sim-
tal cosa como una existencia expulsada o expelida bólica del misterio en su condición de misterio; mis-
de esa misteriosa matriz. terio y trascendencia de lo que subsiste agazapado
Tal es el fundamento de la existencia: el funda- allende el límite.
mento siempre en quiebra en relación a la posible Hay, pues, un fundamento oscuro que da «ra-
determinación de la «causalidad» relativa a esa zón» de la existencia sólo y en tanto comparece
existencia como «efecto». Ese fundamento revela como limes que deja atrás, en su repliegue radical,
un límite entre la causa y el efecto, un límite en el o en su pasado inmemorial, lo que en ese mismo
cual se estrella toda voluntad de conocimiento cau- fundamento se echa en falta: el abismo en que el
sal, o de reconocimiento del principio. propio «fundamento» arraiga, y que puede conce-
Ese límite revela un salto entre el fundamento y birse como un abismo celado y sellado a todo reco-
la existencia. Un salto cuya naturaleza se descono- nocimiento racional.
ce. En ello cifra Schelling el incógnito de la liber- Pero ese fundamento del inicio tan sólo docu-
tad divina (la libre voluntad de Dios de «crear un menta sobre una cara, oscura, en sombras, de lo
mundo» por «decreto creador», o por donación de que por fundamento puede entenderse. Éste es, al
existencia). En esta filosofía del límite ese salto, o final de todo el despliegue categorial, restituido en
bache estructural entre la causa y el efecto, docu- el claroscuro del espacio intersticial en el que el ser
menta sobre la realidad del límite que aquí se asu- del límite se aloja, y que procede de una tiniebla
me como «fundamental». Ese límite es el que deja radiante que ya en la sexta categoría (mística) es
en perpetuo repliegue su propia materia matricial, detectada y alumbrada.
o fundamento siempre en falta. Tal es el espacio-luz, o ese ámbito intersticial,
La matriz, el límite y la existencia componen el en sí mismo considerado, en el que su propia lu-
dato complejo del comienzo, que ahora es reflexio- minosidad comparece como generadora de tinie-
nado a través del despliegue categorial de la esen- bla y de ceguera. Ése es el verdadero fundamento
cia del ser del límite. Ese triángulo establece los topológico del ser del límite, verdadera «razón sufi-
vértices de las tres primeras categorías, que son la ciente» de éste. Se trata del mismo límite, sólo que
matriz, la existencia y el limes; sobre las cuales se concebido en sí, como aquello que trans-parece, a
324 325
:1
']

modo de lámina de cristal vista de canto, en la luz


y la oscuridad que genera (y que se da al ser y a la
inteligencia como dualidad de razón y de locura, o
de ser y nada). Ese fundamento es el que se descu-
bre en la última y más relevante de todas las cate-
gorías ontológicas; la que, de hecho y de derecho
es, a la vez, categoría fundamental y condición de
posibilidad trascendenta l de todo el despliegue
categorial.
Ese fundamento (topológico y ontológico) cons-
tituye la verdadera «razón suficiente» de la exis-
tencia del puro don que concede, que es, como se
ha ido viendo, el ser del límite, a la vez fundador de 5. El ars magna de la filosofía del límite
realidad y de la inteligencia limítrofe que puede
hacerse cargo de él.
La tabla de las categorías configura, ciertamen-
te, un sistema. 68 Se que éste es un término tabú en
el marco de ciertas tradiciones de pensamiento que
tuvieron su momento álgido en la fenecida década
de los ochenta. Pero hoy, curados ya de tantas fal-
sas demoliciones «postmoderna s» (con su invete-
rado culto a lo fragmentario) , puede ese término

68. Un sistema abierto, como ya señalé en La aventura filosó-


fica. Su apertura le viene de su inspiración musical, basada en lo
que suelo llamar «principio de variación». Según este principio
lo que se varía o se recrea es, siempre, un tema dado que, sin
embargo, remite a una matriz presupuesta (primera categoría
de la tabla categorial) que es necesario pensar pero que, en vir-
tud del límite, es imposible conocer.
Así mismo esas variaciones, tantas como categorías, tienen
su punto de fuga en un «más allá del límite» que debe igual-
mente postularse, que puede ser pensado, pero que no puede

327
repensarse. Más adelante avanzaré algunas preci- Tampoco es necesario asumir, como Hegel y el
siones al respecto. propio Schelling, que todo sistema se construya o
Es importante subrayar que por «sistema» no se se edifique en y desde la postulación de la idea de
debe entender, necesariamente, lo que por tal con- absoluto. Si bien en algún escrito (La aventura filo-
cibe, en filosofía, el Idealismo Absoluto de Hegel, sófica, Lógica del límite) asumí que la «piedra an-
con sus obvias presuposiciones de que «todo lo ra- gular» de mi filosofía del límite, la afirmación
cional es real; todo lo real es racional». La filosofía ontológica del ser del límite, podía concebirse como
de Schelling, sobre todo su última filosofía, revela lo único «absoluto», es preciso entender esta afir-
hasta qué punto la «voluntad de sistema» puede per- mación cum granu salis y sólo en sentido polémi-
fectamente justificarse sin necesidad de esas asun- co, o «dialéctico».
ciones ontológicas. Es más, puede evidenciarse esa De hecho esa afirmación encierra una parado-
voluntad justamente a partir de una decidida críti- ja, ya que no hay concepto más «relativo» que li-
ca de esas asunciones. El sistema de Schelling ya no mes (siendo lo relativo y condicional lo que se opo-
es un sistema puramente idealista como el de Hegel; ne a absoluto). El limes es, se lo mire por donde se
o idealista puro. Lo «ideal» es, desde luego, lo que lo mire, una co-relación (entre tres cercos). Quería
en el sistema comparece como organicidad propia decir con esa afirmación que esa co-relación del
de la Razón; pero eso ideal presupone siempre algo limes no admite ser remitida a ninguna condición
real sobre la cual surge y se expansiona (hasta con- ulterior. O que si algo, en esta filosofía del límite,
figurarse como sistema). puede concebirse como «incondicional», como
anhypotheton (al modo del Bien platónico), eso es
el limes, y en particular el espacio luminoso en el
conocerse (o al que sólo puede experimentarse en forma nega- que ese limes, como ser del límite, «se da».
tiva o mística, como de ello da testimonio la «sexta categoría»).
Dejando aparte la última categoría, puede decirse que el siste- Como se ha visto ese espacio intersticial del li-
ma formado por las seis anteriores tiene dos puntos de fuga mes es el que aloja el despliegue categorial, en el
que dotan de carácter plenamente limítrofe a ese sistema: la cual confluye la razón fronteriza (en su función
categoría primera, matricial, y la sexta, mística.
En este sentido puede afirmarse que este «sistema» está declarativa) y la realidad limítrofe (que la auto-re-
más cerca de lo que en tradiciones semióticas se llama «enci- flexión esencial del dato o don del comienzo hace
clopedia» (en las que se insiste en el carácter indefinido de ésta) posible). Son categorías que delatan esa confluen-
que lo que por ello se suele concebir en literatura estructuralista
ortodoxa. Sólo que en esas tradiciones semióticas esta cuestión
cia en el efecto de verdad que se desprende de su
crucial que aquí se sitúa como «piedra angular», la cuestión del despliegue. Y esas categorías no son una enume-
límite, está escasamente tematizada. ración rapsódica; pero tampoco una mecánica ar-
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ticulación de las funciones del juicio (como en subsistir sin su ínter-relación con el todo, posee por
Kant). Esas categorías, en su mutua interconexión así decirlo autonomía relativa; posee vida propia.
y trabazón, en su estricta diferenciación y en su Y la razón de ello es, como señala Kant, que en
inter-juego, componen lo que en propiedad debe el organismo cada parte está perfectamente
llamarse un organismo viviente. individualizada. Y ello por razón de que en él cada
Revelan el carácter orgánico y vivo de la propia parte refleja a su modo (desde su propia individua-
razón, que no es una razón mecánica ni simple- lidad y perspectiva) la totalidad. Cada parte es, a
mente «dialéctica» sino una razón viviente, surgi- su vez, un pequeño organismo que refleja la totali-
da y afincada en el dato existencial del comienzo. dad; y que compone ésta en su plena articulación
Hay que recordar, a este respecto, que el concepto con las demás partes. De este modo se logra una
de sistema del idealismo alemán se concibió con el cohesión mucho más sólida y poderosa. Una cohe-
fin de marcar el énfasis en ese carácter orgánico y sión lograda por la propia vitalidad y autonomía
vivo de éste a diferencia de lo simplemente mecá- de las diferentes partes de que consta.
nico. De hecho tiene por antecedente el interesan- Por eso esas partes no son simples funciones
te concepto de organismo que define Kant en una del todo sino órganos, con su propia y decidida au-
página luminosa de su genial Crítica de la capaci- tonomía y vida propia. Eso sucede de forma tanto
dad de juzgar. más decidida cuanto más complejo sea el organis-
El mecanismo y el organismo coinciden en que mo. En el caso del organismo de las «ideas de la
en ambos existe una articulación de las partes que razón», o de sus conceptos y categorías, esa com-
lo componen con la totalidad que constituyen. Pero plejidad es extrema. La autonomía de sus partes
mientras en el mecanismo esas partes se hallan en es, por lo mismo, superior, como también lo es la
clara situación subsidiaria y subordinada al todo, trabazón que logran al ensamblarse de modo or-
en el organismo esto no sucede. gánico y sistemático.
Cada elemento, cada resorte, cada pieza del me- Esa complejidad suprema alcanza su máxima
canismo sólo tiene sentido en su articulación y con- expresión en el «organismo» o «sistema» de la razón
jugación con las demás, sin que por ella misma po- fronteriza, que en su convergencia con la realidad
sea ninguna entidad. Nada es en sí y por sí una despliega la ya expuesta «tabla categorial». En ese
aguja de reloj desligada del conjunto. No posee nin- sistema las diferentes categorías poseen, cada una
guna suerte de autonomía propia. Tampoco posee, de ellas, una autonomía especialmente afirmada; tie-
por así decirlo, vida propia. En el organismo, en nen vida propia; constituyen cada una de ellas un
cambio, cada parte del mismo, si bien no puede auténtico microcosmos que refleja el conjunto orgá-
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nico de todas ellas desde una afirmada posición y través de su orgánico escalonarse y sucederse, lo
perspectiva (un poco al modo de las mónadas que por verdad puede entenderse. En este sentido
leibnizeanas). Pero se relacionan y conjugan con las esa sucesión de categorías constituye el método
demás, hasta el punto de que no pueden existir sin mismo que en esta crítica de la razón fronteriza se
esa trabazón (del mismo modo como no puede exis- reflexiona: el que da acceso a través de su trazado
tir un «órgano», el ojo por ejemplo, sin su trabazón y recorrido a un conocimiento verdadero de natu-
con el conjunto orgánico del que forma parte). raleza filosófica.
En este sentido cada una de las categorías cons- Cabe pensar además que, tal como sucede con
tituye una mónada, un auténtico microcosmos. las mónadas leibnizeanas, estas categorías tramen
Sólo que, a diferencia de las mónadas leibnizeanas, entre sí una forma orgánica toda vez que una de
éstas poseen «ventanas»: se articulan de forma es- ellas se destaca como hegemónica o preponderante.
tructural y sistemática ·con las demás. Las cuales O que organicen entre ellas su campo propio de
componen un conjunto finito, como se ha visto. Se sistematización en y desde el predominio «central»
trata de siete categorías internamente relaciona- de una de ellas sobre todas las demás. Es más, en
das, cuyo interjuego constituye un verdadero siste- el terreno de los hechos, en el orden de los aconte-
ma de la razón fronteriza. Pero que posee, cada una cimientos, siempre una de estas categorías esta-
de ellas, su propia singularidad indelegable, desde blece ese predominio o hegemonía. O dicho en tér-
la cual reflejan el conjunto de lo que componen: minos musicales: una categoría actúa como si fue-
eso de la cual son declaración y revelación (el ser se la «tónica» que polariza y redistribuye la rela-
del límite). ción entre ellas, redefiniendo a cada una de las
En el sistema están presentes y operativas las demás categorías.
potencias internas de la esencia del ser del límite, Eso sucede en el plano fáctico, en el orden del
la conjuntiva (que las articula de forma sistemáti- acontecer, o en el ámbito existencial en el cual el
ca, o arquitectónica) y la disyuntiva (que las dis- ser asume el carácter de un acontecer temporal e
tingue y hasta opone entre sí, marcando la «indis- histórico. Ya que en el plano ideal, propio de la ra-
cernibilidad» de cada una de ellas). Esas potencias zón fronteriza, se insiste en el carácter estrictamen-
propias de la esencia, que confieren a ésta estruc- te sincrónico de la articulación y conjugación or-
tura y tensión, en su cumplida exposición (en tres gánica del conjunto. Sólo que la razón fronteriza
cercos), configuran lo que puede llamarse realidad. se convalida en la promoción de figuras ideales,
Y las categorías dicen y declaran lo que ésta revela modelos o paradigmas (o construcciones teóricas,
a la razón fronteriza, permitiendo de este modo, a conceptuales) que pueden tener vigencia en el pla-
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no empírico de la existencia, que es el dato del co- De hecho ese modelo, que presenta su propio
mienzo, con su obvio carácter temporal e histórico sistema de transformaciones, o de variaciones (en
de existencia que acontece, o de acontecimiento. sentido musical), está sobre todo inspirado entra-
En este sentido la trabazón y diferenciación de diciones musicales, o en algunos principios gene-
las categorías en la tabla constituye un modelo ideal rales de la música occidental que se consolida a
que puede ser manipulado y experimentado. Ese partir del establecimiento del «temperamento
experimento constituye de hecho el experimentum igual». El principio general que preside ese mode-
crucis de esta crítica de la razón fronteriza. De he- lo ideal es, de hecho, un principio al que siempre
cho ese experimento se llevó a cabo ya en La edad he dado relevancia ontológica, especialmente en mi
del espíritu, y ahora sólo importa evocarlo y reflexio- libro Filosofía del futuro; y al que llamo principio
nado. Ese modelo ideal está pensado en forma e de variación. 70 En este sentido este principio es el
inspiración próxima a lo que por tal se llama en la que confiere carácter de sistema a esta filosofía del
metodología estructuralista. Pero tiene la inmensa límite; pero de un sistema que explica, a partir o
ventaja sobre los modelos estructuralistas orto- desde su propia organización estructurada, sus
doxos de que ese modelo ideal permite mostrar sus diferencias y variaciones, aquellas en las cuales la
propias internas transformaciones; de este modo
puede dar cuenta de lo que siempre constituye el
mayor déficit de los modelos estructurales: su poca (litigiosa o lúdica) entre las potencias que componen su esencia,
pero sobre todo en los tres cercos en los cuales esa esencia se
capacidad por explicar el acontecimiento. 69 expone.
La relación asumida en La edad del espíritu en relación al
símbolo no es, en este sentido, la simple relación «impensada»
69. A diferencia de los «sistemas» estructuralistas, que pro- entre Simbolizante/Simbolizado, sino la mucho más compleja
ceden de un binarismo explícito (Significante/Significado, etc.), entre Simbolizante/Limes/Referente ( =X) susceptible de
el sistema que aquí presento procede de una filosofía que, en simbolización. El hecho de que ese referente no pueda conocer-
razón de su inspiración limítrofe, es por vocación ternaria. Mi se (pero pueda y deba pensarse y exponerse simbólicamente)
filosofía del límite es, en este sentido, el desmentido radical a no es en absoluto obstáculo para su radical y necesaria
todo «binarismo» (o a toda filosofía «dualista»). Y es que esa postulación. Sin esa postulación el limes, o el límite mismo, no
filosofía del límite piensa de verdad, y se propone conocer en puede ser siquiera pensado.
toda su radicalidad, lo que ese misterioso signo de oposición y 70. El rendimiento de este principio sólo puede advertirse
concordancia, la célebre «barra» estructuralista, encieffa. Al con- plenamente en y desde la tabla categorial presentada en La
cebirla como limes (como una franja inestable y frágil suscepti- edad del espíritu. Al final de este libro indico la necesidad de
ble de ser habitada y conocida, y en la que se aloja el ser mismo, pensar esa tabla, construida a partir de inspiraciones musica-
que es el ser del límite), ese binarismo irreflexivo deja paso a les, según ese «principio de variación», que es el que dota de
una concepción ternaria que se advierte en la ca-relación vertebración y estructura a mi filosofía del límite.

334 335
totalidad del conjunto sistemático se varía y se re- hegemonía en el acontecer histórico; a ese predo-
crea. minio sucede el que corresponde a la segunda cate-
De manera que en cada variación se re-estable- goría, y así sucesivamente. En cada caso la catego-
ce el sistema en su conjunto, pero cada vez en fun- ría se caracteriza por configurar un mundo propio,
ción de la hegemonía de aquella función «tónica» un microcosmos al que en mi libro La edad del espí-
que asume una u otra categoría. Y es la potencia ritu llamé eón, es decir, época, avatar o mundo en el
disyuntiva, o dia-bálica, la responsable de los trán- cual se acoge, en la facticidad, lo que es, o lo que
sitos y pasajes que, a modo de cesuras, hacen posi- «siempre es» (aei ón). Y eso que es, o que insiste en
ble el relevo de una determinada organización del ser, y que se da como don al existir, y a éste en forma
mundo a otra. Tales cesuras son, pues, a modo de temporal, e histórica, como acontecer, eso es preci-
hiatos del continuum histórico, las responsables de samente el «eón» que una determinada categoría
los cortes y las rupturas; o si quiere decirse así, preside.
de las potencias de destrucción que hacen posible Y ese predominio sigue el orden sucesivo de apa-
las revoluciones. rición de las categorías, que poseen entre sí siempre
Cada nueva re-organización del mundo impli- carácter antecedente o consecuente en relación a las
ca, pues, el predominio y hegemonía «tónica» de demás (excepto la primera y la última). En este senti-
una de las siete categorías sobre las demás. Pero do (y sólo en éste) debe afirmarse que la historia, o el
de tal modo que esa irrupción del acontecer exhi- acontecer histórico, posee una interna teleología. O
be, en esos cortes y fisuras, también la potencia de que historia y sistema se recubren mutuamente.
disyunción que afecta a cada categoría y a la tra- Sé que esta afirmación choca con todos los tópi-
bazón orgánica y sistemática de todas ellas. De ahí cos de la filosofía en curso; o con las creencias filosó-
que esa sucesión esté, en algún profundo sentido, ficas de las últimas décadas, las que configuran el
ordenada y subvertida: las revoluciones se enca- humus de lo que hoy pasa por ser «filosóficamente
balgan en función de la sucesiva aparición como correcto». Pero esto no me arredra en absoluto. Ya
tónica, o como categoría hegemónica, de las dis- he interiorizado plenamente la necesidad y la exigen-
tintas categorías. Y esa sucesión está marcada por cia de que esta filosofía del límite tenga carácter «in-
el orden que cada una de ellas asume en el conjun- tempestivo». Soy amante de mi eón, y de las creen-
to, o en su escalonamiento propio. cias débiles que lo configuran. Pero soy más amante
De este modo debe decirse que, antes que nada, de la verdad; es decir, de la verdad histórica de una
es la primera categoría, la categoría matriz de todo época que no podrá nunca comprenderse a sí misma
el conjunto categorial, la que puede establecer una a través de las tibias debilidades del pensamiento hoy
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gobernante, o de un «pensamiento único» filosófica- rías relativas a la verdad del ser del límite. Para ello
rnente «correcto». es preciso recordar, sobre todo, lo que ya se esbozó
Sólo el tránsito histórico (personal o común) de en La edad del espíritu. Me refiero al cuadro de las
esta escala hace posible abrirse al ámbito de la liber- siete categorías y a su tratamiento posible sincróni-
tad: hacia la posible respuesta, o libre co-respon- co y diacrónico.
dencia, que permite responsabilizar al fronterizo res- Las categorías están escalonadas. Las comparé
pecto al don que se le entrega: el ser del límite. Por a los escalones y gradas de una escala, de manera
esta razón esta trabazón metódica y sistemática le- que no puede recorrerse ésta sin atender a cada uno
jos de ser un argumento en contra de la libertad es, de sus sucesivos peldaños. Éstos tienen el suelo como
justamente, el «presupuesto positivo» de que ésta matriz, o como peldaño presupuesto, desde el cual
pueda ejercerse. comparece el primer escalón, que es la existencia
El orden de sucesión de las categorías hegemó- (que se da mundo en el cerco del aparecer). A éste
nicas, marcado por la sucesión de las categorías en sigue la cita, en el límite del mundo, de su habitante
la tabla, explica su orden de revelación, o aparición, con su esencia libre. A esa cita lo que de ella resulta:
en el orden del acontecer, o en la historia. Tal es el el campo de inteligibilidad, o de sabiduría inmanen-
principio que gobierna el acontecer histórico (tanto te, que abre, etc.
en la historia personal como en la historia colecti- Al final, como rellano final, se levanta la parme-
va). O si quiere decirse así: tal es el principio de una nídea Puerta de la Verdad, la que al fin salta sus
razón histórica que aquí asume condición crítica. cerrojos y permite al transeúnte, al fronterizo, acce-
A diferencia de Ortega y Gasset, que promete esa der a ese espacio iluminado que la Puerta de la Ver-
crítica de la razón histórica sin llevarla nunca a cul- dad revela. Y en él, o alojado en él, lo que esa Ver-
minación, y sin ser capaz tampoco de reflexionada dad presenta como donación o don, el ser del límite,
de forma ontológica, esta crítica de la razón fronte- que es lo que se re-conoce a través de este método
riza se revela también, en relación al sistema de las escalonado. Ese don que el ser hace de sí hace posi-
categorías ontológicas, como una genuina crítica de ble, entonces, el ejercicio de la libertad: la posible
la razón histórica. respuesta (co-responsable) a ese don por parte del
Con el fin de poner a prueba crítica esta reflexión viviente fronterizo.
será preciso recordar, antes que nada, el experimen- Tal logro es la puerta misma, pero entreabierta,
tum crucis a partir del cual puedo fundamentar esta de manera que ella, por ella misma, revela en su pro-
extrapolación al campo de la historia de la sistemáti- pio trans-parecer, o en su naturaleza jánica, la natu-
ca alcanzada a través de la reflexión sobre las catego- raleza y esencia de ese ser del límite que ella encama.
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Ella es y existe en el espacio luminoso; tras ella sub- ne por categoría presupuesta preferencial la matriz;
siste, como resto, lo arcano, que ella en cierto modo, que a su vez es, en relación a la existencia, una cate-
en su mismo estar abierta-y-cerrada, preserva en su goría latente (en el sentido en que ya en ella, en su
incógnito absoluto. Pero esa Puerta hace posible un condición de materia matricial, late en forma vir-
acceso simbólico que ya en el último peldaño de la tual, o potencial, la existencia y su mundo).
escala fue recorrido (en particular en la sexta catego- Así mismo la categoría del limes, en donde se
ría). De este modo se completa el escenario de ese experimenta el alzado (ético-antropológico) del ha-
acceso al conocimiento verdadero, o a la verdad del bitante del cerco del aparecer hacia el límite, es, en
ser del límite. relación al lógos, su presupuesto positivo: ya que
Las categorías son, pues, sucesivas. Y en conse- ese alzado es la condición misma de la inteligencia
cuencia se suceden en el acontecer histórico, mar- y de sus frutos (inscripciones, trazos, usos lingüís-
cando cada una de ellas, la que cada vez se elige como ticos, escrituras). El limes encierra en su latencia
tónica, un gobierno y una hegemonía que puede ser la virtualidad del lógos. Y éste tiene aquél como in-
llamado «un mundo»; y también «una época» (o en mediato presupuesto positivo.
mi propia terminología, un eón). Esa sucesividad his- Entre sí forman, pues, las categorías empareja-
tórica se fundamenta en la sucesividad inmanente mientos, o syzigías (para utilizar la terminología
que las categorías poseen si se contemplan en su pura del gnosticismo valentiniano, que tan pródigo fue
inter-relación sincrónica. En este sentido componen en su doctrina de los «eones»). En principio todas
una sucesión que puede figurarse de manera lineal, las categorías mantienen relaciones preferentes con
u «horizontal»: las antecedentes y consecuentes, o con las que pre-
suponen y con las que ya laten, virtualmente, en
Matri:zJExistencia/Limes/Lógos!Razón front./Símbolo/Ser del l. ellas.
Ahora bien, estas categorías, que leídas en for-
En esta lectura de la tabla categorial se contem- ma horizontal, en su sucesión, pueden formar un
pla la diferencia singularizada de cada una, la articu- sintagma, o si quiere decirse así un relato y una
lación orgánica de todas ellas, y la relevancia de las narración (o un «mito de referencia», para decirlo
relaciones que guarda cada cual con la antecedente y en términos de Levi-Strauss), pueden ser concebi-
la consecuente (en grado de influjo descendente a das de otro modo: formando relaciones en profun-
medida que las categorías se alejan entre sí). didad, en una profundidad «vertical» que las des-
La matriz es el presupuesto positivo de toda la cubriría como paradigmas (para decirlo en térmi-
tabla categorial. La existencia, ante y sobre todo, tie- nos de Saussure). Para que esto sea posible debe
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leerse la tabla de manera diferente; debe leerse «en
ción entre ese tratamiento horizontal y vertical, o
vertical», de manera que las categorías aparezcan
sintagmático y sistemático de la sucesión de las
en sucesiva ordenación no tanto lineal y expositiva
categorías y de la posición que cada una de ellas
como «en columna», formando algo así presupues-
ocupa en el orden sucesivo que entre sí traman. Lo
to que hace posible su discurrir lineal (narrativo o
que entonces surge es un cuadro en el que se mul-
«mítico»).
tiplican las «casillas» expresivas de esta interco-
De este modo pueden descubrirse las relacio-
nexión entre ambos tratamientos del modelo (en
nes sistemáticas entre todas las categorías. Así leí-
sucesión horizontal o formando una columna). He
das comparecen todas ellas referidas al sistema o
aquí el cuadro completo:
al paradigma que entre todas componen (y que
constituye la condición de posibilidad de que dis-
curran expositivame nte de forma sucesiva en su Matriz Exis. Limes L6gos Ra.fr. Símb. Ser-d.
comparecenc ia sintagmática como «partes» de una Matr.
«gran frase» (o de un relato completo que es, de Exis.
hecho, narración, mythos ). Limes
L6gos
Matriz Ra.fr.
Existencia Símb.
Limes Ser-d.
Lógos
Razón fronteriza
En este cuadro se advierten todas las ínter-rela-
Símbolo
ciones posibles entre las distintas categorías, así
Ser del límite
como la posición relativa y relacional de cada una
de ellas respecto a todas las demás.
El experimentum crucis de esta filosofía del lí-
Pero este cuadro adolece de estaticidad. No pre-
mite consiste, entonces, en experimentar con este
senta esas posiciones y relaciones en movimiento.
modelo estructural. Con este fin se trata de cruzar
El experimentum crucis de este modelo ideal con-
ambos tratamientos de la sucesión ordenada en que
siste precisamente en dotarle de movilidad. O en
las categorías aparecen o se revelan, construyendo
mostrar que este cuadro estructural genera, desde
de este modo un modelo más complejo y mucho
sí, sus propias transformacio nes. O que constituye
más significativo. Se trata de establecer la co-rela-
una estructura o un sistema que, por sí mismo, sin
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343
necesidad de referirse a nada que sea ajeno a esta ra su propia capacidad de transformación en dife-
tabla categorial, puede mostrar su capacidad de rentes variaciones de sí mismo.
generar variaciones de sí mismo; unas variaciones Ese método es, así mismo, el que permite dedu-
que derivan de una regla que puede descubrirse cir de este modelo ideal sincrónico, que exhibe re-
dentro de la propia estructura de las categorías. laciones sintagmáticas y sistemáticas (o paradigmá-
Esa regla la constituye la posible adopción de ticas, para decirlo con Saussure), un modelo con-
cada una de esas categorías como «tónica» (en sen- creto y vivo, o real, capaz de dar cuenta de la base
tido musical), de manera que organice desde su empírica sobre la cual se edifica como forma de
«centro gravitatorio» las restantes categorías, sub- comprensión y explicación. Y esa base empírica es,
ordinándolas de forma jerarquizada en función de como se sabe, la existencia en que el ser del límite
su carácter hegemónico. De este modo cada pro- comparece, sólo que asumida como realidad tem-
moción de una de las categorías a la condición de poral e histórica. O lo que es lo mismo, la existen-
«tónica» afecta a todas las demás; y lo hace de una cia concebida como acontecer, o como aconteci-
forma determinada por el carácter del campo de miento histórico.
fuerzas que establece. He marcado con negritas las categorías que,
Es obvio que serán las categorías que guardan en cada ocasión, comparecen como tónicas. En ese
máxima relación de contigüidad con la «tónica» caso redistribuyen el sistema de las categorías tan-
las más afectadas, si bien todas ellas sufren del «ti- to en sus relaciones sintagmáticas como paradig-
rón» que cada categoría erigida en «tónica» oca-
máticas. Cada una de esas categorías destacadas
siona sobre el sistema de las categorías en su con-
exhiben relaciones «sintagmáticas» con las demás
junto; y sobre la posición y definición, o redefini-
en forma «horizontal»; y relaciones «paradigmáti-
ción, de cada una de las categorías.
cas» con las otras en forma «vertical». Pero sobre
Para mostrar en este mismo cuadro esa promo-
todo esas categorías marcadas muestran un orden
ción, cada vez, de una categoría en tónica basta con
descubrir el momento de cruce entre la coordenada en el acontecer a través de la sucesión «en diago-
y la abcisa, o entre la línea horizontal y la vertical nal» que presentan. Esa sucesión «en diagonal»
del cuadro. De este modo comparece la misma ca- constituye la modulación de la metodología siste-
tegoría que se presenta en posición horizontal y mática de este texto hacia lo histórico: constituye
vertical, pero ahora reaparece en diagonal, mar- una genuina metodología que permite conocer y
cando así un recorrido, un método, que es de he- reconocer, en su verdad, lo que por tal «acontecer
cho el método mediante el cual este sistema gene- histórico» debe entenderse:
344 345
Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
todología allí ensayada asume, en principio, una
Mat. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
validez general que permite modularla en y desde
Exi. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
otros recortes temáticos.
Lim. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
Esta metodología constituye el ars magna de la
Lóg. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
filosofía del límite. Se sitúa, en este sentido, en con-
Ra.fr. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
tinuidad, siquiera sea por el genius loci, de mi ilus-
Símb. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
tre antepasado medieval mallorquín, una de las más
Ser d. Matriz Exist. Limes Lógos Ra.fr. Símbolo Ser d.
ilustres figuras de la cultura catalana y universal.
Es un método susceptible de aplicación universal
Éste es el cuadro completo que resulta de este tanto en forma sincrónica, sin atender necesaria-
experimento. En él se destaca, sobre todo, la suce- mente a su posible curso histórico, como en este
sión «en diagonal» de las categorías marcadas en tour de force que lo permite adaptar al acontecer
negrita. Esa sucesión debe pensarse como el méto- histórico.
do que recorre el ser del límite en su acontecer his- Esa metodología ya fue ensayada en Lógica del
tórico. Y cada comparecencia de una categoría en límite desde un punto de vista estrictamente sin-
negrita revela el carácter de tónica de ésta: su reve- crónico. Permitió una reorganización del llamado
lación como categoría hegemónica que introduce «sistema de las artes» en razón del predominio de
un novum en el acontecer al redistribuir esta tabla alguna de estas categorías. De hecho escribí ese
categorial en y desde el campo de fuerzas que su texto cuando todavía no había formulado la tabla
hegemonía genera. categorial. En cierto modo ese texto fue cn1cial para
La prueba de la pertinencia de este modelo, o que pudiese tomar conciencia del valor de dicha
su operatividad, la mostré en La edad del espíritu, tabla. En cierto modo el recorrido que allí hice me
en el cual experimenté con este modelo con el fin dio las mejores pistas para poder trazar el recorri-
de comprender el acontecer histórico tomando un do de la tabla en cuestión.
determinado ángulo de observación y reflexión: el En principio el método puede universalizarse,
que atiende a las sucesivas revelaciones simbólicas si bien tiene una operatividad privilegiada en el te-
de lo sagrado, dando lugar a grandes movimientos rreno que en esta crítica de la razón fronteriza se
religiosos y a formas de sabiduría y filosofía. De ha asumido, hasta aquí, como privilegiado: el ám-
hecho asumí ese «punto de vista» como uno parti- bito del conocimiento, o la teoría del conocimien-
cularmente idóneo (no único ni privilegiado) para to. Queda pendiente, de todos modos, la versión
llevar a cabo ese experimento. De hecho esta me- histórica de esa teoría: la que pudiese proporcionar

346 347
justa men te el reco rrido «en diag onal » de la
tabla
categ orial .
En ciert o mod o cons titui ría un mod o reno vado
por recr ear la histo ria de la filosofía; de hech
o, ya
el reco rrido lleva do a cabo en La edad del espír
itu
inici ó esa recre ació n, si bien en ese libro se privi
le-
gió, com o punt o de mira s privi legia do, la infle
xión
y refle xión de las idea s filos ófica s en y desd
e las
prev ias revelaciones simbólicas que, sobr e todo
, tie-
nen luga r en los gran des mov imie ntos relig iosos
.
Pero sobr e todo podr ía dar luga r a una verd
a-
dera historia del ser del límite que perm itier a
reco--
noce r cóm o éste se da en el curs o histó rico
com o 6. La razó n fron teriz a com o razó n prác tica
acontecer, abrie ndo el cam po posi ble de resp
uesta
por part e del hum ano fron teriz o (o el ejerc icio
de
su libertad).
La teorí a del cono cimi ento cons tituy e el órganon
de la razó n fron teriz a. Ésta alca nza esta tuto
críti-
co toda vez que pued e dete rmin ar lo que por
ver-
dad debe ente nder se. Ésta se alcan za, com o
se ha
ido vien do, sigu iend o los paso s esca lona dos
de un
méto do que culm ina con el desp liegu e de la
tabla
categ orial . Pero la razó n fron teriz a, com o ya
se ha
ido mos tran do, no es únic ame nte una
razó n
teorética capa z de dete rmin ar las cond icion es
que
hace n posi ble el cono cimi ento de la verd ad.
Es una razó n que conc ibe esa adqu isici ón
de
cono cimi ento , o su pose sión expe rienc ia! en
for-
ma de sabi durí a, con el fin de prom over cam
bios y
muta cion es en la prop ia exist encia ; o de cont
ribu ir
al alzado de esta a aque lla cond ición en la cual
se
pued e alca nzar una vida mejo r. Eso sign ifica
que

349
la razón fronteriza tierle una orientación práctica «movimiento ético» adquiera toda su significación.
que le es característica. O que no puede renunciar Sólo este órganon puede hacer posible la elucida-
a promover, en y desde sus propias premisas filosó- ción de ese alzado del fronterizo a la requisitoria
ficas, que la filosofía teorética esclarece, una ética de ser lo que en esencia es, habitante del limes. Y
propia, la que llamo aquí y en otras partes ética de serlo a partir de su propia libertad.
fronteriza. Ese alzado es posible en razón de la libertad de
Sin el órganon, o teoría del conocimiento, con que dispone. Puede, en efecto, acceder a esa condi-
su correspondiente ars magna metodológica, la fi- ción fronteriza mediante un genuino movimiento
losofía camina a ciegas. O no alcanza a ser propia- ético a través del cual logra ese alzado. O bien pue-
mente filo-sofía. Es un simple recetario ensayístico de libremente elegir la negativa a encarnar esa con-
de requisitorias para la «buena vida» que carece de dición de fronterizo. Sólo si accede a esa condi-
adecuada reflexión, o de indagación sobre las ción alcanza su plena realización como persona.
premisas filosóficas sobre las cuales se promueve. Como tal se pone a prueba en la capacidad de pro-
O es una simple forma propagandística de slogans mover, en sí mismo y en sus prójimos, ese movi-
ni~i~mente fundamentados, por mucho aparato miento ético que conduce a la plena personaliza-
retorico que les acompañe. Y esto mismo sucede ción, o a la realización personal.
con la ética. Su orientación hacia el limes constituye la prin-·
Ésta debe construirse siempre sobre la base de cipal explicación de esa libertad del habitante de
un órganon cuyas raíces son ontológicas. Así suce- la frontera. El limes es, de hecho, una incitación y
de en las grandes filosofías éticas, como la de un reto; tiene también, en su condición de obstácu-
Aristóteles, la de Spinoza o la de Kant. Es necesa- lo, barrera limitante, o pedrusco y mojón interpues-
rio, en todo caso, que la ética posea una fundamen- to en el camino, el carácter de algo escandaloso,
tación crítica si no quiere ser un simple sustituto skandalon: una trampa o celada que, caso de ser
secular!zado del sermón o de la prédica religiosa; sorteada (en la gran prueba de toda ética fronteri-
algo as1 como una homilía laica para feligreses re- za), permite el acceso a la condición personal mis-
cién estrenados en la cultura secular. ma: la de auténtico habitante del limes.
De hecho las bases críticas de la ética deben de- Del cerco de aconteceres que trascienden el es-
rivar del mismo enfoque crítico que hasta aquí se tricto limes, o de ese ámbito que presiona desde
ha venido efectuando. «detrás» del límite del mundo, surge en ocasiones
Sólo ellas pueden hacer posible el trazado de cierta «voz»; una voz que resuena a través de la
un método, o de un recorrido, a través del cual el máscara personal. Es la voz del habitante del cer-
350 351
co hermético, que visita al potencial fronterizo ria. Pero a su vez impone a éste la obligación de ha-
mediante señas y mensajes de más allá del límite cer de sí, de su condición de persona o máscara, un
del mundo. Esa voz puede personificarse con figu- resonador, o un amplificador, de esa exigencia en
ración teofánica, o con la máscara personal de al- quienes forman parte de su propio mundo de vida.
gún dios del panteón, o con la más íntima y recoleta No es posible, aquí, desarrollar estas ideas, que
del daímon propio (como en el caso de Sócrates). de hecho están ya expuestas en sus trazos generales
Modernamente se concibe esa voz de forma secu- en los desarrollos éticos más relevantes de mi filoso-
larizada como «voz de la conciencia». O como «im- fía del límite: en Los límites del mundo y en La aven-
perativo categórico». tura fUosófica; o en el capítulo anterior titulado «Éti-
Esa «voz» de detrás de la barrera; esa «voz» que ca fronteriza». Pero es obvio que el siguiente paso,
traspasa el tenderete ferial de nuestros ocios y ne- una vez alcanzado el órganon de esta filosofía del
gocios; esa «voz» sólo pide y exige al potencial ha- límite, o asentada ésta en bases críticas, consiste en
bitante del limes que actualice su propia virtuali- abrirse, como es canónico, hacia la variante prácti-
dad, o que adecue su potencia o su poder con su ca de esta crítica de la razón fronteriza. Algo así como
propio «ser en acto». Le invita a un alzado de su una crítica de la razón fronteriza práctica.
situación caída y arrastrada en el cerco del apare- Tal será, probablemente, la singladura siguiente
cer a ese límite del mundo que constituye su ver- de esta filosofía del límite. De ella se espera, ade-
dadera morada. Le urge y apremia a llegar a ser más, la incitación y el estímulo pertinente para lo-
eso que, como poder, ya es: habitante de la fronte- grar una adecuada transición, a partir de esta ética
ra. Le lanza un mensaje verbal conjugado en modo fronteriza fundada en bases críticas, o fundamenta-
imperativo. Le obliga a responder a un categórico da en el concepto de razón fronteriza esclarecido
imperativo que dice y repite siempre lo mismo: críticamente, hacia una filosofía relativa a la res
«aprende a ser fronterizo; llega a ser lo que poten- pública, a la ciudad, al ámbito convivencia!, cívico y
cialmente ya eres, habitante de la frontera». ciudadano, en donde discurre la vida en común de
Y esa voz le invita a promover ese movimiento los habitantes de la frontera.
ético de alzado, libremente asumido y respondido, Una vida cívica que sepa salvar el doble envite de
en relación al entorno de vida que constituye su cer- extravío de un «cosmopolitismo» etéreo y carente
co del aparecer, facilitando o promoviendo ese mis- de localidad, o de un «nacionalismo» que sólo sabe
mo movimiento en quienes son, también, potencia- de raíces, o que hipoteca el presente y el futuro en
les habitantes del limes. El imperativo exige una libre razón de la estéril nostalgia de un pasado plenamen-
respuesta personal a aquel que escucha la requisito- te fantaseado.
352 353
Pero la plena capacitación libre del fronterizo, vita al fronterizo a una respuesta que ca-respon-
o su alzado ético, lo nüsmo que su condición de da, o rehuse co-responder, a ese don que se le en-
ciudadano de la franja fronteriza (o de la ciudad trega.
del límite), exige el recorrido de un método cuya El sistema (categorial), lejos de anular o aplas-
sistemática viene esclarecida por el órganon tar la libertad del fronterizo, constituye el escalo-
categorial ya reseñado. Sólo ese recorrido de la ta- nado presupuesto positivo de ésta. En este punto se
bla categorial, y de los aconteceres, o mundos, que advierte la radical diferencia entre la sistematicidad
desencadena, constituye el presupuesto positivo que de una filosofía fundada en el concepto ontológico
hace posible ese acceso al án1bito en el cual puede de ser del límite de otra suerte de sistematización,
ejercerse la libertad, o asumirse libremente la con- anuladora de una libertad que no sea el puro reco-
dición cívica. Por libertad entiendo, en efecto, el nocimiento de lo objetivo y necesario (como en
libre responder, o ca-responder, a ese ser del límite Hegel). En esta filosofía del límite el órganon siste-
que hace don de sí a través del acontecer que pro- mático es la base real (para decirlo en términos de
mueve, y que se varía o recrea en función de la he- Schelling) sin la cual la libertad no puede conce-
gemonía de tal o cual categoría. birse como libertad real, o como libertad en senti-
En este sentido la libertad del fronterizo se con- do positivo.
fronta con la realidad (limítrofe) del acontecer, Los términos de referencia de esa libertad posi-
mediatizada por el predominio de tal o cual cate- tiva, el bien y el mal (para decirlo en forma tradi-
goría, o por la cesura que pone en crisis tal o cual cional), deben repensarse desde ese dilema o alter-
hegemonía. Pero el sistema categorial, internamen- nativa que en el limes se produce (y que hace de
te conexo, mediatiza el propio movimiento ético éste un cruce de caminos, o una encrucijada, en la
de alzado del hombre hasta la requisitoria del li- cual la libertad se expone). Tal encrucijada ética se
mes, trazándole el camino, o el método, que le ca- esclarece corno libre disposición a responder a una
pacita para el ejercicio de libertad de que dispone. «llamada» ética que exige el imperativo fronterizo
Tal ejercicio consiste en la capacidad de respuesta ( «llega a ser lo que virtualmente eres»), o bien a
(responsable, o co-responsable) en relación al don rehusar esa posible co-respondencia.
que en ese acceso hasta el ámbito de la verdad se le Por libertad no puede concebirse tan sólo una
ofrece; y ese don, o ese dato, es el ser del límite, indeterminada e idealista «auto-determinación» del
mediatizado por la organización «epocal» o «mun- «sujeto», corno propone la filosofía centrada en la
dana» de éste en un eón determinado. Ese don hace «subjetividad». No es el efecto de libre auto-posi-
su aparición en forma de imperativo ético que in- ción de un Yo que antecede a toda «positividad» o
354 355
«realidad» (como en Fichte). La libertad no es li-
bertad relativa a un «sujeto» (en sentido tradicio-
nal), sino libertad personal que ejerce el habitante
de la frontera en su capacidad de acceso al reto
que el ser del límite le propone a través de la me-
diación del imperativo fronterizo.
La exposición de esa libertad, sistemáticamente
fundamentada en el órganon (metodológico) de esta
filosofía del límite, es asunto de una ética fronteri- Cuarta parte:
za que constituya la ampliación práctica de esta La proposición filosófica
crítica de la razón fronteriza; algo así como una
crítica de la razón práctica que asuma radicalmente
la inspiración limítrofe de esta filosofía; una filo-
sofía que a través de esta reflexión crítica alcanza
su carta de ciudadanía filosófica, respondiendo así
a la kantiana quaestio quid iuris.
l. Sobre la voluntad de sistema71

La tabla categorial constituye, como he dicho


en páginas anteriores, el ars magna de mi filosofía
del límite. Es, quizás, lo que me permite concebir
esa filosofía como una ontología que traza, desde
la reflexión inmanente que puede realizar sobre su
objeto, el ser del límite, un posible método de capa-
cidad heurística universal. Por supuesto que pien-
so, aquí, en una aplicación reflexiva (propiamente
metodo-lógica) de esa idea ontológica (no, por su-
puesto, en una mecánica aplicación de una simple
combinatoria).

71. Toda verdadera filosofía despliega y desarrolla una única


idea (a menos que por alguna razón de peso deba modificar sus

359
Pues toda aplicación metódica de una idea filo- De hecho el término «aplicación» es poco ade-
sófica debe ser, a su vez, filosófica; lo cual significa cuado, e induce a error y confusión. Yo hablaría
una radical reflexión sobre el ámbito de la expe- más bien de «modulación», en sentido musical, de
riencia en la cual tal método se emplea. En esto una idea ontológica en diferentes «registros» de la
difiere radicalmente el método filosófico de otros experiencia, previa exploración filosófica del carác-
métodos que no son propiamente filosóficos: en que ter propio y específico, o diferencial, de cada uno
esa «aplicación» no puede excusarse jamás la ex- de esos registros. O de «variaciones» metodo-lógi-
ploración filosófica de aquel ámbito en el cual apli- cas sobre un mismo tema ontológico.
ca su propia pauta metódica. Es en este punto donde adquiere su validez esa
idea de «variación» que, inspirada en su sentido
musical, me sirvió en Filosofía del futuro como po-
propias premisas); salvo esa eventualidad, cada nueva aporta- sible idea ontológica nuclear, y que luego he segui-
ción filosófica constituye un hito más en la consolidación de la
misma. En mi caso esa idea no se produjo por generación espon- do utilizando, sólo que al servicio de la idea filosó-
tánea: tardé bastantes años en dar con ella; en mis primeros li- fica principal, que es para mí la idea ontológica de
bros no estaba, desde luego, presente. Puedo distinguir aquellos ser del límite. En ese libro puse a prueba esa mis-
primeros libros en los cuales me hallo a la búsqueda de esa idea
de aquellos en los cuales comienza a ser desplegada. En este ma idea «variándola» en diferentes registros: onto-
sentido hay un libro que establece un «antes» y un «después», lógico, histórico-filosófico, ético, ético-político y
Los límites del mundo, libro concluido en abril de 1985. En él estético.
emerge la idea que a partir de entonces me irá guiando: la idea
ontológica que, más adelante, expreso con la fórmula ser del límite.
Desde Los límites del mundo dispongo de un determinado «juego
lingüístico» en y desde el cual puedo ir desarrollando dicha idea. error fue circulando una work in progress que sólo podía cam-
Hasta Los límites del mundo iba buscando un general «pun- biar este rumbo si al final daba con una idea que me resultara
to de apoyo» desde el cual hacer girar el ámbito de las ideas convincente y adecuada.
filosóficas. Por esa razón todas mis publicaciones, desde la pri- Desde Los límites del mundo he ido desplegando la idea de
mera, La filosofía y su sombra, publicada a fines de los años ser del límite y, a la vez, la he ido aplicando a algunos dominios
sesenta, hasta Filosofía del futuro, tienen carácter ensayístico: de la experiencia filosófica, convirtiéndola de este modo en
en esa sucesión de libros voy haciendo tientos y pruebas en método. La ontología del ser del límite es, en tanto que reflexión
relación a una posible idea filosófica que pudiera erigirse en sobre el ser, una reflexión también sobre los caminos que se
«piedra angular» de una concepción filosófica capaz de asentar abren para descubrir ese ser así definido en distintos ámbitos
su posible expansión en todos los dominios posibles en que la de la experiencia filosófica. Esa ontología es, por tanto, una me-
filosofía permite un campo de juego. Voy en esos libros buscan- todología. Y como tal es una reflexión sobre esos posibles traza-
do esa idea, sin que la certeza de su hallazgo me deje nunca dos metódicos, o caminos, que permiten redefinir distintos sec-
satisfecho. Por esa razón cada libro era, a la vez, una continua- tores de la experiencia desde la nueva perspectiva que abre la
ción del anterior y una rectificación. En ese juego de ensayo y concepción del ser como límite.

360 361
lar ley del péndulo, ese «fragmentarismo» doctri-
Se me abre, pues, la posibilidad de «variar» esa
nario de mi generación filosófica, de la generación
idea de ser del límite, con su corolario de una razón
«postmoderna» por excelencia, dará paso a un de-
fronteriza y de una concepción limítrofe de la reali-
seo cada vez más decidido por insistir en los as-
dad y de la verdad, en los distintos ámbitos de la
pectos constructivos y sistemáticos de la filosofía.
filosofía: en la antropología, en la ética, en la estéti-
O si la preponderancia analítica de la filosofía de
ca, en la filosofía de la religión, en la filosofía de la
mi generación deje el relevo a propuestas de natu-
historia o, incluso, en la filosofía política.
raleza sintética. O si a una hermenéutica pegada al
Tengo para mí que esta inspiración limítrofe pue-
textualismo, como la mosca a la miel, deje paso a
de dar vuelos a la filosofía en el futuro. Y puede abrir
formas más despejadas de filosofar en las que in-
una perspectiva universal, en la que sea posible tran-
cluso se cuestionen creencias que hoy por hoy pa-
sitar, con rigor metodológico, los más distintos ám-
recen dogmas, como la «orientación lingüística» o
bitos en los cuales puede producirse la reflexión fi-
«gramatológica» de la filosofía.
losófica. En este sentido esta metodología tiene creo
1 1
He sido toda mi vida un gran lector, pero he
posibilidades claramente enciclopédicas, siempre y
procurado no ser estrictamente un «glosista». No
cuando se sepa llevar a cabo con premisas de rigor
acabo de comprender que la filosofía sólo pueda
reflexivo y profundidad, y sin convertir esta ars mag-
subsistir interiorizando formas de aproximación a
na en una virtual «varita mágica» capaz de resolver
lo textual de tradición talmúdica, por mucho res-
los más inveterados de los enigmas gnoseológicos,
peto que esas formas me merezcan. Todos mis li-
éticos, estéticos, antropológicos, históricos o, en úl-
bros se levantan sobre una voluntad lectora de
tima instancia, ontológicos, y hasta onto-teológicos
amplio aliento. Pero rara vez he asumido, como
(o relativos a la «filosofía de la religión»).
único modo de concebir el oficio filosófico, los pos-
¿Alberga, en consecuencia, mi filosofía del lími-
tulados, muy respetables por lo demás, del literary
te una confesada o inconfesada «voluntad de siste-
criticism.
ma»? ¿Es un «sistema» lo que, en rigor, podría gene-
La prevención que nociones como concepto o
rarse a partir de lo que he ido creando y constru-
idea producen puede ser, quizás, una de las razo-
yendo a través de mis escritos? ¿Cómo me sitúo, en
nes por las cuales se ha impuesto, en mi genera-
consecuencia, en relación a ese concepto de «siste-
ción, una forma de entender la filosofía que parece
ma» que, en mi generación, tan amante de todo lo
emparentarla a la crítica literaria. Pero esas ideas
«fragmentario», aparece como un auténtico «chivo
y conceptos son las que guían los proyectos filosó-
expiatorio» de toda aventura filosófica?
ficos, por mucho que se quiera enmascararlos.
Ignoro a este respecto si en el futuro, por regu-
363
362
Una noción como Dtf{érance, en el «desconstruc- haya elaborado bien poco los conceptos centrales
tivismo» de Jacques Derrida, asume en su filosofía que presiden sus, por lo demás, extraordinarias in-
un claro carácter conceptual, por mucho que ni su vestigaciones «arqueológicas». Pero el asunto no
autor ni sus seguidores quieran reconocerlo (aun- se resuelve apelando, a través de una brillante
que sí sus críticos). Es imposible alzarse al nivel de boutade, a su «caja de herramientas». Uno hubiera
la reflexión filosófica sin acuñar conceptos. Por eso deseado la tematización cumplida de los postula-
una de las tareas de la filosofía del límite consiste dos que presiden sus magníficas incursiones his-
en redefinir lo que por tal concepto pueda enten- tóricas.
derse. Algo de esto intenté ya en Lógica del límite, Mi decepción con estos maestros de mi genera-
así como en algunas páginas anteriores. ción radica en ello. Y no es excusa hacer de la ne-
Los textos analíticos y críticos de un Walter cesidad virtud y decretar, en razón de una impo-
Benjamín son magníficos, ciertamente; y en bas- tencia, o de una general desidia, que el tiempo de
tantes épocas de mi vida han sido para mí lectura las filosofías «con voluntad de sistema» está ya can-
obligada. Pero esos textos son, creo, fragmentarios celado. Obviamente eso depende de lo que por tal
por razón de que la vida y la obra de Walter «voluntad» entendamos. De hecho pocas veces he
Benjamín fue arrancada de cuajo, cuando todavía encontrado una reflexión seria al respecto.
no había alcanzado su plena madurez. La sana Parece como si en este punto se hubiesen asu-
desconfianza en relación a la asunción de ciertos mido sin discusión gestos y ademanes propios de
conceptos me parece, en él, una actitud despejada la generación posthegeliana (en la que, por cierto,
para dar con los más adecuados a la medida mis- tampoco abundó una reflexión en profundidad so-
ma de lo que quería pensar. En los textos fragmen- bre este asunto, sino que, más bien, se promovió
tarios que nos quedan de este autor yo siempre una gran campaña retórica, bien acordada con los
acabo resintiendo, como una deficiencia (cierta- signos del tiempo, en contra de esa «voluntad de
mente provisional), el carácter demasiado difuso y sistema»). Quizás sea necesario, en este sentido,
poco tematizado de los «conceptos operativos» que evocar esa primera, y decisiva, ofensiva contra la
utiliza en cada caso como necesario andamiaje de «voluntad de sistema» para situarnos hoy, o maña-
sus excelentes ensayos. na, en relación a esta importante cuestión.
En otro caso muy celebrado, y por mí muy esti- De lo contrario seguiremos repitiendo tópicos
mado, el de Michel Foucault, advierto como una que en nada enriquecen nuestra orientación hacia
verdadera deficiencia de su filosofía (si es que se la filosofía. Tópicos cada vez más desgastados y
trata, realmente, de una filosofía) el hecho de que tediosos que acaban convirtiéndose en verdaderos
364 365
1
1.

dogmas. Y es que en filosofía, lo mismo que en sólo en la dirección hegeliana sea posible o pensable
política y en estética, estamos en la triste época del la construcción de un sistema. O si éste, para le-
«pensamiento único» relativo a lo que se define vantarse como epistéme y ars magna de la filosofía,
como «correcto». Y hoy por hoy lo «correcto» en exige esos presupuestos.
filosofía consiste en revalidar la profesión de fe tan Tales presupuestos son, en primer lugar, la iden-
de nuestra hora, tan «postmoderna», relativa al tificación de lo ideal y lo real, o de cosa y concepto,
culto a lo fragmentario y a lo «no sistemático». que esa filosofía hegeliana alienta: «Todo lo real es
racional; todo lo racional es real», como el propio
Hegel afirma en su última obra publicada, en su
II Filosofía del Derecho. Como consecuencia de ello
debe destacarse, en segundo lugar, la asunción del
Toda esta discusión se clarificaría si nos argumento ontológico, o de la derivación de reali-
aclarásemos en relación a lo que entendemos por dad y existencia de la Idea suprema, o Idea de lo
sistema. Tengo para mí que siempre que se recha- Absoluto, o de Dios. Y sobre todo, en tercer lugar,
za éste, y «la voluntad de sistema» que lo sostiene, la asunción de un Absoluto que es, a la vez, Idea
se está pensando inevitablemente en la forma más Absoluta y Realidad suprema.
conocida y reconocida de sistema que presenta la Pero en el propio contexto del idealismo alemán
historia del pensamiento filosófico. Me refiero al aparece un proyecto de filosofía racional y siste-
sistema del Idealismo Absoluto hegeliano. Un sis- mática que no asume ninguno de estos presupues-
tema que tuvo el inmenso mérito no sólo de anun- tos. O que los rebate uno a uno de forma decidida.
ciarse y prometerse sino de desplegarse hasta en Y que, sin embargo, asume para sí la misma «vo-
los más sorprendentes detalles. Y de rubricar ese luntad de sistema» del propio Hegel. Me refiero a
despliegue en una orientación clara y consciente- la última filosofía de Schelling. Este hecho, que ha
mente enciclopédica. tardado tanto en ser reconocido en su verdadera
Toda la filosofía contemporánea surge, en ma- importancia, nos previene respecto a fáciles asi-
yor o menor medida, del cuestionamiento radical milaciones relativas a la identificación de toda po-
de los presupuestos filosóficos sobre los que se le- sible concepción sistemática de la filosofía con los
vanta el célebre sistema hegeliano. Parece, enton- presupuestos asumidos por la realización sistemá-
ces, que esos presupuestos arrastran, en su posible tica de la filosofía hegeliana.
cuestionamiento y crisis, todo el edificio sistemáti- Si por sistema entendemos una construcción fi-
co. Pero lo que está por discutir es el hecho de que losófica en la cual los conceptos se infieren unos

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de otros de modo especular, como en un eslabona- escenificar un espectáculo general de demolición.
do juego de reflejos, a partir o desde la asunción de De hecho se ha proseguido el movimiento crítico incoa-
que esos conceptos son el armazón mismo de todo do por Schelling, pero con una restricción impor-
lo existente, o de la realidad, hasta el punto de que tantísima y de muy gravosas consecuencias. No se
ésta sea ni más ni menos el despliegue de ese orden recogió de su inspiración su explícita voluntad de
interno, y esencial, de naturaleza conceptual, en- destruir críticamente con el fin de alentar una ge-
tonces ciertamente la suerte de una filosofía siste- neral reconstrucción.
mática debe ser paralela a la de una filosofía como No se advirtió en esa «voluntad» por salvar la
la que parte de presupuestos semejantes a los pro- razón, y hasta sus orientaciones sistemáticas, como
pios del Idealismo Absoluto de Hegel. Pero las co- lo más relevante de su esfuerzo crítico. Sólo se re-
sas cambian si se entiende «sistema» de otro modo. tuvo de éste su carácter negativo: así se recibió su
Si se entiende, al modo de Schelling, por ejemplo, mensaje por quienes, consciente o inconsciente-
a partir de una radical criba crítica de los presu- mente, lo acogieron: Kierkegaard, Feuerbach, el
puestos aludidos. joven Marx, el propio Nietzsche; éste siguiendo las
De hecho es importante situarse, de nuevo, en huellas de Schopenhauer, que en cierto modo se-
esa coyuntura filosófica en que se deciden los des- guía también, de forma abierta o inconfesada, las
tinos filosóficos de la filosofía contemporánea. Al huellas que el propio Schelling, desde su libro so-
fin y al cabo ésta se aloja, en gran medida, en ese bre «la libertad», había ido abriendo.
hiato crítico que la postrímera filosofía de Schelling Pero la filosofía, abocada a esa tarea de crítica
supo abrir, inaugurando con ello el pensar de nues- disolvente y demoledora, no termina por encontrar-
tro tiempo. Es, pues, imprescindible rememorar, y se consigo misma. De hecho sólo surge a partir de
en cierto modo repetir, ese verdadero acto inaugu- respuestas afirmativas a las grandes interrogacio-
ral del pensamiento contemporáneo. Quizás inves- nes que se plantea, aun cuando sean altamente pro-
tigando a fondo en él podamos hallar caminos in- blemáticas, o estén sometidas a una exigente criba
sospechados en relación a los callejones sin salida, crítica. Marx y Nietzsche, a este respecto, dan la
o a los «métodos» sin meta ni finalidad, en que prueba.
parece encallarse y encanallarse el pensamiento La crítica de la economía política es, en Marx,
contemporáneo en su ocaso, el que hoy todavía es la condición de un alumbramiento de una comple-
dominante. ja trama conceptual desde la cual hacer compren-
Hoy nos hallamos hasta cierto punto exhaus- sible, en sus internas contradicciones, la realidad
tos en relación a un trabajo crítico que ha querido socio-económica o socio-histórica existente. La
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demolición nihilista de todos los valores en curso, En las filosofías más recientes parece que ese
o la proclamac ión de la muerte de Dios, constitu- aliento de reconstruc ción esté frenado, o decidida-
yen la antesala crítica, en Nietzsche, de sus gran- mente bloqueado. Cuando esto sucede es de forma
des afirmacion es: el superhomb re, la voluntad de escasamen te filosófica, clarament e ideológica ,
poder y el eterno retorno de lo igual. como en los últimos (y penosos) estertores de la
Las grandes filosofías del siglo xx revelan, así otrora gloriosa Escuela de Frankfurt. Entonces
mismo, ese doble movimient o crítico y recons- comparece en toda su obscenidad la miseria de una
tructivo, o de demolición de valores devaluados y filosofía claramente sistemática , pero que sólo ac-
de reconstruc ción de un ámbito de inteligibili dad cede a la síntesis por puro remiendo sincrético de
potencial, o de «racionalid ad», sobre el que puede filosofemas que, de haber sido pensados, eso ha
tomar vuelo el proyecto filosófico. Esto es percep- sucedido en todo caso en sus fuentes originales (por
tible tanto en Heidegger como en Wittgenste in, por ejemplo, en la filosofía semiótica de Peirce). Eso
ceñirme a dos únicos ejemplos (quizás los más in- es lo menos que puede decirse de orientacion es
signes de la filosofía de nuestro siglo). como la de Havermas o Apel.
Ambos se proponen destruir la metafísica, por Cuando se intenta bloquear por sistema toda
mucho que entiendan por ello cosas bastante dife- reconstrucc ión sintética con el fin de evitar una «vo-
rentes. Pero ese programa demoledor no es sino la luntad de sistema» convertida decididam ente en
antesala de una reconstrucc ión, hecha con bases chivo expiatorio, entonces nos encontram os úni-
críticas, del marco de inteligibili dad en que puede camente con una apelación a la general demoli-
sustentarse todavía la filosofía. ción de toda forma de filosofía existente (a la que
En el caso de Wittgenste in se trata de un escla- se califica de logocéntrica) en nombre de una «re-
recimiento del ámbito lógico-ling üístico a partir del volución» que, de hecho, sólo se presenta, como
enérgico trazado de los límites de lenguaje y mun- alternativa , como una paciente glosa talmúdica de
do. En el caso de Heidegger, de un desvelamie nto la textualidad de los discursos filosóficos históri-
del factum del ser-ahí, o Dasein, como «existencia » cos. En la cual el despiece no origina, por cierto,
previa a toda «posición» de la razón, en la cual se ninguna reconstruc ción inteligible del tapiz, sino
halla, por su propia naturaleza, la apertura de un a lo más el poso o la huella de ciertos conceptos
ámbito de «pre-comp rensión» sobre el que puede vergonzant es, de naturaleza espectral, o fantasmal,
asentarse una analítica (analítica del Dasein) que como la celebrada Différance de Jacques Derrida, o
constituye, entonces, el presupuest o crítico de toda su culto cuasi-religi oso al concepto platónico de la
apertura filosófica, o decididam ente ontológica. chóra del Timeo.
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El collage de fragmentos que entonces se pro- funesta manía de pensar libremente; o de pensar,
pone como único tapiz textual alternativo al de verdad, en forma filosófica. Pues por tal no ten-
logocentrismo sistémico o sistemático no deja de go los ejercicios virtuosísimos de un nivel extraor-
ser, de nuevo, un remiendo sincrético de poco alien- dinariamente preciso en términos académicos que
to y de escasa enjundia que en nada gana convir- oculta las graves impotencias derivadas del miedo
tiendo la «debilidad» de lo que se propone en «for- a pensar de verdad, o de crear en el terreno de la
taleza». Y esto vale tanto para las «aventuras de la filosofía. El síndrome de autocensura en relación
diferencia» como para la suave hermenéutica del a sus propias tradiciones no es ajeno a esta cons-
pensiero debole, con su asunción de un nihilismo tante decepción que produce actualmente la filo-
asumido con buena cara y con rostro regocijado. sofía alemana. Atreverse a pensar en nombre pro-
Todos estos guisos posmodernos son, a la larga, pio, y desde una posición filosófica auto-afirmada,
estomagantes. De hecho dejan al comensal ham- rubricada por las pruebas que pueden darse res-
briento y anoréxico en relación a sus demandas fi- pecto a su viabilidad, desde un contexto con esca-
losóficas. No es que la filosofía tenga que ser, por sa tradición filosófica y con muy débil cobertura
necesidad, seria, hirsuta y trágica. Pero lo que de institucional y académica es, desde luego, una te-
ningún modo puede asegurar su inevitable recrea- meridad. Pero si eso sucede, es inevitable que tal
ción son esas formas domesticadas de ejercer un «suceso» acabe produciendo sus efectos, y no sólo
viejo oficio que carece de otra coartada para llevar- en el ámbito convivencial, o de lengua y escritura.
se a culminación que la que deriva de la falta de Puede suceder que, del mismo modo que la mejor
aliento y horizonte del que lo cultiva. novela y el mejor cine actual se producen en el ex-
Mi proyecto se orienta, desde el principio, con- trarradio del sistema, empiece a emerger una filo-
tra-corriente. Me anima, a este respecto, mi propia sofía que no surge, precisamente, del centro canó-
debilidad, la que deriva de un contexto lingüístico nico (alemán, francés, angloamericano o italiano)
y de escritura (lo mismo que institucional) poco de éste.
curtido en aventuras de pensamiento, con escasa En esa marginalidad limítrofe se sitúa mi pro-
tradición y con seculares deficiencias estructura- yecto filosófico, expuesto en una lengua y una es-
les; y con excesivas inseguridades. Pero creo que todo critura que, en su tradición, ha dado escasas prue-
ello puede tener una lectura altamente positiva. bas de aliento verdadero en el campo de la filoso-
Uno tiene la impresión de que contextos excesi- fía. Quizás por eso sea una filosofía que asuma ese
vamente colonizados y cultivados, como sobre todo margen como centro de gravedad de su proyecto.
el alemán, se hallan, hoy por hoy, vacunados de la Al fin y al cabo ser «hispano» en filosofía es un
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modo de ser habitante del limes, o como decían es justamente aquel límite, o que ser y límite cons-
nuestros antepasados romanos, pertenecer a la es- tituyen lo mismo, o que «es lo mismo decir ser que
pecie de los limitanei. Si bien no es ésa, desde lue-- decir límite»?
go, la razón que me induce a esa arriesgada sínte- La ventaja obvia de esta asunción está a la vis-
sis que propongo entre lo que desde Parménides se ta: permite a la vez retener lo irrenunciable de la
llama ser y ese limes. «metafísica», su aventura hacia el límite y su más
allá (en relación a lo que podemos pensar, decir,
pensar-decir y conocer), pero a la vez somete a la
III metafísica a un horizonte de rigor crítico y disol-
vente que, desde Heidegger, Wittgenstein y sus se-
He de confesar que la idea de ser del límite se guidores es, hoy por hoy, inevitable.
me presentó de forma semejante a como escenifica Permite así mismo asumir esa autoconsciencia,
Nietzsche, en La gaya ciencia, su «ocurrencia» re- o auto-reflexión, de naturaleza crítica, sin la cual
lativa al «eterno retorno de lo igual». Un poco al hoy no puede darse la filosofía; y sin embargo abre
modo nietzscheano también a mí, por así decirlo, esa crítica necesaria al límite mismo en donde tal
cierto que cum granu salis, se me presentó un día crítica alcanza su condición misma de posibilidad,
un daímon, demonio o genio tentador, o ángel cus- abriendo el criticismo hacia aventuras ontológicas,
todio y tutelar y me susurró al oído: o en cierto modo «metafísicas». Esta doble ventaja
«¿Qué pasaría si ese límite que vas encontran- de esa asunción ontológica del ser del límite fue am-
do aquí y allá en todas las incursiones que haces pliamente reflexionada en la «segunda sinfonía»
en el terreno de la filosofía; ese mismo límite con de mi libro Lógica del límite.
el que se topó Kant en su aventura crítica, y con el El metá de lo meta-físico debe entenderse no
cual también se dio «de cabezadas» Wittgenstein tanto como un espacio que se halle más allá del
en la aventura de su Tractatus; qué sucedería si ese límite de nuestra razón cuanto aquel ámbito que a
límite fuese pensado de un modo distinto de como ésta, puesta en el límite, se le abre, pero solo y en
suele pensarse; qué ocurriría si alguien se atrevie- tanto esa apertura se hace en y desde el propio lí-
ra a concebir el viejo ser inauguralmente pensado mite. Es el propio límite el que, por sí mismo, por
por Parménides y por Aristóteles, y recientemente su propia naturaleza, no puede menos de «proyec-
repensado por Heidegger, o por aquellos mismos tar» un espacio desbordante, en cierto modo tras-
que quieren tacharlo o eliminarlo del horizonte fi- cendente, que la razón debe asumir como referen-
losófico; qué sucedería si se concibiera que ese ser te. Y razón significa aquí un término económico
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para nombrar el destilado filosófico que se despren- Como «lo absolutamente infinito» surge esa idea
de de la inteligibilidad potencial inherente a nues- de lo infinito en las grandes filosofías racionalistas y
tros usos verbales o trazos de escritura. barrocas, en Spinoza y en Leibniz. Como lo «infini-
Luego ese «más allá» no es algo exterior o ex- tamente pequeño» alienta la ontologización de la
terno en relación a ese límite, de manera que éste hipótesis aritmético-geométrica del «punto» en la
sólo recaiga «en nosotros» o quoad nos, como una noción leibnizeana de mónada (base de una metafí-
mácula de finitud propia de nuestra inteligencia y sica pluralista, o de un atomismo dinámico de «fuer-
razón (frente al «infinito verdadero» o «positivo» zas» que, potencialmente, son espíritus germinales).
de la Cosa en sí, del Ser, de lo Absoluto o Dios). Lo «¿Qué significaría pensar como límites, como
que sugiere esta filosofía del límite es que ese ser «términos» (hitos, mojones, surcos o trazados
mismo (con minúsculas), y hasta si se me apura el liminares y limítrofes), esas hipóstasis ontológicas,
«dios» que pueda concebirse desde esta orienta- o esas mónadas; o como Límite Mayor o hasta Con-
ción, debe estar todo él atravesado por esa idea de fín toda aproximación hacia «lo infinitamente gran-
límite. O que es un ser, o un «dios», con límite in- de»? ¿O concebir esa pluma inteligente que pensó
corporado. 72 Pascal, zarandeada por oleadas de espacio-tiempo
Creo que en mi ensayo titulado «La oscilación «infinito», a caballo entre la presión de lo «infinita-
metafísica de lo infinito y lo finito», integrada en la mente grande» y lo «infinitamente pequeño», como
«segunda sinfonía» de mi Lógica del límite, están el habitante del ser del límite, de un ser que se re-
expuestas las razones que conducen a esa peculiar conoce en su condición limítrofe, liminar y fronte-
inferencia en la cual mi propia filosofía del límite riza?»
se reconoce. Tengo plena conciencia de que con Estas y otras interrogaciones debieron de zum-
todo ello se hace necesario repensar de arriba aba- barme en el oído, de manera oscura y apenas cons-
jo una noción de gran tradición en nuestras tradi- ciente, o en duermevela, cuando iba aventurándome
ciones filosóficas y científicas, como es la idea de en la redacción del manuscrito más decisivo de cuan-
infinito. Eso no me arredra en absoluto. Creo que tos he escrito, el que dio lugar a mi libro Los límites
mi asunción del ser como límite exige repensar ra- del mundo. Y debió, ser el genio o demonio del lími-
dicalmente esa noción. te, o ese «dios del límite» al que me referí en mi libro
Pensar la religión, ese «alter-ego» que, desde el más
allá interior al propio límite que yo soy y encarno
72. Véase a este respecto, en mi libro Pensar la religión, el me fue lanzando esos extraños y extraordinarios
capítulo titulado «Dios del límite». mensajes.
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«¿Quién eres tú (seguía diciéndome esa voz) sino ser persona. Es, quizás, eso mismo que los antiguos
un modo personal, peculiar, perspectivista de en- indios llamaban atman, aliento, hálito, o los grie-
carnar y materializar tu propio límite del mundo; o gos psique y los latinos animus y anima, o los ju-
no te das cuenta de que en ese ser un límite del díos ruah, o los judea-cristianos pneuma, spiritus.
mundo hallas resuelto el enigma mismo de tu exis- Eso es mi límite: lo más constitutivo de mí mis-
tencia y de tu «mundo de vida», por mucho que mo, aquello a donde se reconduce lo que, en la su-
esa respuesta no hace sino reproducir tu perpleji- perficie, a modo de punta del iceberg, sólo logro
dad y admiración ante el enigma del existir? ¿No te detectar como «sujeto», «yo», «identidad propia»
das cuenta de que esa experiencia tuya de ser o o «ipseidad». Lo que me hacer ser eso mismo que
encarnar el límite puede, en general, extrapolarse soy; lo que me permite asumirme, en la conciencia
a todo aquel que, provisto de emociones y razones, y en el lenguaje, como una flexión de primera per-
o de pasión e inteligencia, o de afectos y usos lin- sona; quizás por haber sido interpelado o «llama-
güísticos, puede reconocerse como perteneciente do» por esa voz del genio o del demonio que, como
a una misma condición, la condición humana, que a Sócrates, me visita para darme a entender eso
desde ahora debe repensarse como condición hu- que soy y para orientarme en la aventura ética de
mano-fronteriza?» mi vida en esta tierra y en la aventura filosófica
«¿Y no adviertes en todo ello el trazado de una que, por vocación y profesión, me es dado revali-
posible nueva ética, una ética verdaderamente dar y convalidar.
innovadora cuyo «imperativo categórico» deba Y en ese genio o demonio personifico precisa-
repensarse en estos términos: «Sé fronterizo; atré- mente aquel «más allá interior» a ese límite que
vete a ser habitante de la frontera»? ¿Una ética en soy que, sin embargo, por ser límite, constitutiva-
la que se proponga, como giro o epistrofé, como mente me desborda, y en su desbordamiento se
vuelco ético (del ethos, de la actitud, del comporta- aleja y acerca de mí, se oculta y parcialmente se re-
miento y del «carácter»), la adecuación o el ajuste vela (a través de estos u otros diálogos interiores;
de la propia condición existencial con esta esencia fundamento obvio de todo diálogo con otros mo-
del ser que constituye su naturaleza y esencia limí- dos y maneras de encarnar y personificar el lími-
trofe y fronteriza?». te). Ese «más allá interior» que me acompaña como
Ese límite, pues, me invade y me constituye, re- mi propia sombra es mi cuota de misterio en rela-
corre mis arterias y las células de mi cerebro y co- ción a mí mismo: mi propio y personal «cerco her-
razón. Es, de todos los componentes de mi ser, lo mético» (para decirlo en mi propia terminología).
más propio, lo más íntimo: el núcleo mismo de mi Eso, o ello, es algo más que lo que Freud reco-
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noce como «inconsciente»: algo a la vez lejano y Por todo ello no resisto la tentación de transcri-
próximo que, quizás, podría situarse, en la topolo- bir un texto escrito años atrás, poco después de
gía freudiana, que es una topología liminar y limí- concluir Lógica del límite, en el que hice ese experi-
trofe, en la aduana misma entre eso inconsciente y mento. Lo transcribiré en una terminología que hoy
lo que él llama el «pre-consciente». Algo a lo cual modificaría quizás, pero que en inspiración y esti-
me hallo constitutivamente referido en la medida lo me resuena perfectamente en sintonía con lo que
en que me reconozco en mi condición de encarnar intento aquí expresar. He aquí el texto, que trans-
o personificar un límite del mundo. cribo entero a pesar de que es algo extenso. De he-
Algo que posee, lo mismo que el inconsciente freu- cho cubrirá por completo el último parágrafo de
diano, el aura de lo «sagrado», con toda la ambi- este capítulo.
valencia, señalada por el propio Freud, que ese tér- Como se podrá advertir el primer párrafo lo he
mino expresa. En relación a ello, a su arcano y a su utilizado para iniciar la reflexión que llevo a cabo
misterio, consumo mi propia relación, re-ligada, con en el primer ensayo de este libro. Pero en el texto
ese «más allá» que el límite que soy y encarno, por que a continuación transcribo, un texto bastante
su propia naturaleza liminar-limítrofe, desde sí no anterior, llevo la reflexión al escenario íntimo de
puede menos de «proyectar», por mucho que se le mi propia experiencia personal (o, tal como digo
dé el estatuto evanescente de una sombra, o de una en él, «subjetiva»). Quede, pues, este texto como
«nada» (eso sí, positiva y afirmativa). apunte de lo que todo libro en sustancia es: un
En este sentido, y sólo en éste, tiene mi filosofía «manuscrito encontrado en una botella»; una bo-
un cierto origen cartesiano. Intenta, como Descar- tella que el autor, o el responsable del escrito, lan-
tes, reconducir la reflexión a una meditación inte- za a ciegas al océano indescifrable del futuro; en el
rior, un poco al modo de las Confesiones de Agustín caso de este libro, hacia una posible y viable filoso-
de Hipona (o de los maestros jesuitas de Cartesius, fía del futuro.
con sus «ejercicios espirituales» y sus «composicio-
nes de lugar»). Yo también me reconozco jesuítico
(por formación) y agustiniano y cartesiano (por IV
adopción). Y como tal recreo, siempre que puedo,
ese escenario concreto y vivo, o esa compositio loci La primera dificultad con la que se encuentra
que mandan los cánones, en donde me sitúo a ve- una reflexión filosófica es la cuestión relativa a su
ces para arrancar en mi reflexión filosófica, o para comienzo: el problema del punto de partida. ¿Por
darle un comienzo adecuado. dónde se inicia la reflexión? ¿Qué necesidad impe-
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le a iniciar la meditación en un determinado pun- Cierto que desde esa lúcida perspectiva del en-
to? La elección del punto de partida es decisiva: sayista se abre un trayecto y un recorrido en torno
determina, en gran medida, el camino, el método a todo aquello en que ese yo tan singular arraiga:
que, a continuación, puede seguirse. Marca una un mundo de referencias propias y ajenas, lejanas
clarísima señal en relación al estilo y al modo de y cercanas, contemporáneas e históricas sobre las
pensarniento reflexivo que, a través de la prosecu- cuales se va edificando, desde ese método, todo un
ción discursiva, se manifiesta. Si en algún punto marco extraordinariamente rico y vivo de medita-
titubea la pluma y la palabra, o asaltan todas las ción y reflexión ética, política, filosófica. Luego
dudas, las reticencias, las indecisiones, es sin duda quizás no sea tan ajeno al pathos del pensador esa
en esa puesta a punto de la reflexión, y en la deli- adopción metódica del propio estilo, de la recrea-
beración, elección y decisión que, a modo de pari ción ensayística del propio yo subjetivo y singular,
pascaliano, resuelve el pensamiento en palabra el que el propio autor reconoce a través de su nom-
expresa o en escritura materializada. bre propio.
Pero el comienzo, en una genuina reflexión fi- Y, sin embargo, ¿qué duda cabe de que ese Yo,
losófica, debe imponerse al pensamiento ( del que o ese Montaigne, justo en el instante en que se si-
propone esa reflexión y del que la recibe como au- túa como sujeto de una experiencia de reflexión
dición o lectura) de tal modo que, desde ningún materializada en palabra o en escritura ya ha deja-
punto de vista, pueda parecer arbitrario ni contin- do atrás, en el trasfondo, más allá o más acá de sí,
gente, ni tampoco susceptible de ser fácilmente como algo siempre rezagado, ese otro yo que reco-
remitida a una formalidad subjetiva y estilística del noce en cualquier otra circunstancia de su vida,
que la produce y propone. De no bis ipsis silemus, ese sujeto empírico que el sujeto del ensayo inten-
callemos acerca de nosotros mismos. El pensa- ta, con todas sus fuerzas, abrazar, exprimir, detec-
miento filosófico se debe a las cosas mismas, debe tar, pero sin que nunca logre fundirse ni confun-
ser un pensamiento dirigido «hacia las cosas mis- dirse con él?
mas». El pensamiento filosófico, a diferencia de lo El sujeto filosófico enfatiza quizás, de modo har-
que Montaigne llamaba ensayo, essay, no torna to discutible, esa desgarradura entre el sujeto em-
como observatorio singular y como objeto de ob- pírico vividor y el sujeto parlante o escribiente. Y
servación el propio yo, coloreado con una subjeti- pretende, falazmente, tachar el primero con el fin
vidad individual, idiosincrásica: «Yo, Montaigne, voy de que el segundo, convenientemente neutraliza-
a hablar aquí desde mí mismo acerca de mí mis- do, se convierta en el puro receptáculo de una re-
mo». velación, o de una manifestación, de lo que «las
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cosas» le dicen y le designan, como si en esa esci- yo mismo, con un nombre propio que no puedo
sión de sí, o en esa abstracción de la carne y la jamás disimular~ en relación al cual me reconozco
vivencia, pudiera garantizarse un marco de objeti- y desconozco, y en comunicación con el cual todo
vidad y de comunicabilidad refrendada por la evi- el que ahora lee me reconoce o desconoce.
dencia de lo que entonces aparece o se manifiesta. Porque tanto yo como el lector sabe, sin lugar a
Sólo que esa garantía queda desmentida en razón duda ni discusión, que ese yo que aquí se nos pre-
del peso específico de ese sujeto vivencia! que puja senta es, a la vez, un signo fehaciente cargado de
y asalta a la «conciencia» convenientemente desma- referencias múltiples, plenamente sobredetermina-
terializada y purificada. De hecho lo que se impo- do de significaciones relativa a una experiencia del
ne como evidencia en el comienzo es, justamente, mundo, pero es también un vehículo hermenéutico
esa desgarradura que separa al sujeto vivo y al su- que revela y enmascara una determinada experien-
jeto lingüístico, pero que obliga e impele a éste, cia de vida, de pasión o de aventura que quiere co-
como ocurre en la aventura del ensayo, a acercar- municarse, pero en el cual empeño esa comunica-
se de forma asintótica hacia aquél. Ya que sólo el ción bordea siempre los abismos de la incomuni-
sujeto vivo es sujeto de experiencia, o es capaz de cación.
conceder carne y sustancia de aventura y de pa- Luego una parte de verdad subsiste en el enun-
sión al sujeto del lenguaje, pero sólo y en tanto éste ciado De nobis ipsis silemus. Éste es falso si se adop-
porfía por acerca a aquél, o logra alzar a lenguaje y ta como voluntad de garantía absoluta de un certi-
a escritura lo que el otro vive, sólo así puede ga- ficado de objetividad, de sobria asepsia «científi-
rantizarse que haya experiencia y que haya senti- ca», de «racionalidad» probada por la evidencia (co-
do, en el supuesto de que experiencia y sentido se rrelativa a un «vaciado» purificatorio de cuanto en
articulan en la dislocación misma del gozne que mí subsiste de particularidad idiótica, idiosin-
los une y los distiende. Luego en el comienzo hay crásica).
un sujeto enroscado a un gozne que hace posible, Pero desde otro punto de vista es cierto que el
a la vez, que preexista siempre la experiencia a toda yo que asumo, ese yo ensayístico que tan bien supo
dotación de sentido y que ésta eleve a lenguaje y a caracterizar Montaigne, se halla, desde el comien-
escritura lo que previamente ha sido vida, pasión, zo, desdoblado, escindido entre la subjetividad par-
aventura y encarnadura. lante o escribiente que bucea por el universo lógi-
Del comienzo sólo puedo, pues, decir que com- co-lingüístico del sentido, y esa otra subjetividad
parezco yo, yo mismo, éste que ahora, aquí, deja siempre solapada y antecedente, siempre silencio-
que la pluma discurra sobre el papel en blanco. Yo, sa y paciente, subjetividad pasional que, sin em-
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bargo, se adelanta al sujeto locuaz dándole hori- de el silencio: abre como campo de juego el mundo
zonte y ámbito de aventura y de pasión. en el cual el sujeto lingüístico reconoce hallarse y
En el comienzo, por tanto, detecto en mí, y en encontrarse.
ti, o en nosotros y vosotros, ese estructural desdo- Ese lado mío de allende el límite de toda comu-
blamiento del sujeto, o esa fisura subjetiva que arro- nicación me entrega el campo de juego que reco-
ja, desde el origen, una duplicidad disimétrica de nozco como mi propio mundo (el ámbito de mi ex-
figuras: el silencioso sujeto pasional, previo y ade- periencia, el área en el cual me aventuro y me expe-
lantado en relación al sujeto que escribe o habla, y rimento). Pero esa propuesta es silenciosa: se ade-
éste mismo, que en relación a la experiencia que el lanta siempre a todo estallido del verbo. Algo previo
otro le propone, se ve siempre en la tesitura de res- a ese estallido, anterior al ftat lux, me asalta a la
ponder. comprensión, haciéndola posible, a modo de nece-
El sujeto pasional propone desde el silencio de saria condición: algo que no puedo articular como
la aventura experiencial. El sujeto lingüístico res- palabra o proposición lingüística, ya que es aquello
ponde al reto o al envite del horizonte de mundo que la hace posible.
que aquél le abre, y en el cual le entrega un campo Pero detecto esa subjetividad que es previa y an-
de experimentación, de vida. El sujeto pasional se tecedente al estallido del lógos. Si éste introduce en
adelanta al sujeto lingüístico y le concede el cam- el mundo medidas, dimensiones, límites y determi-
po de juego en el cual el sujeto del lenguaje se halla naciones (es decir, las condiciones categoriales mis-
puesto e implantado. Aquél le abre un horizonte mas para que haya habla y comunicación), enton-
de mundo que éste se ve en la exigencia de diluci- ces eso que es previo al lógos, y que arranca directa-
dar, dotándole de sentido. rnente del lado oscuro y escondido de mi subjetivi-
La paradoja de este desdoblamiento salta a la dad (o sujeto inconsciente y pasional), podría ca-
vista: el sujeto pasional, que es sujeto de experien- racterizarse, míticamente, como el caos anterior a
cia, efectúa su propuesta desde el silencio. Eso da la emergencia del cósmos, o como las aguas tene-
sentido a la frase De nobis ipsis silemus. Callemos, brosas primordiales por las que flota el espíritu an-
en efecto, en relación a aquel lado de nosotros mis- tes de estallar en palabra creadora.
mos que es condición previa y requisito indispen- El caos de la pasión se adelanta, en forma de
sable de toda comunicación, pero que de suyo se vida y aventura, al cósmos que la palabra introduce
nos presenta todavía desde más allá de aquel lími- al establecerse el lado luminoso del sujeto: su di-
te a partir del cual se abre el circuito mismo de la mensión de sujeto lingüístico capaz de articular sen-
comunicación. El sujeto experiencial propone des- tido desde el desguace de ese anterior sinsentido.
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El dato prime ro con el que en esta reflex ión me
truye ndo. Parte en dos la atmó sfera a la que ilumi -
encue ntro es aquel mism o con que se enfre ntaro n
los pensa dores mode rnos: Desca rtes, Kant, Ficht e, na, desga jando luz y somb ras, dibuj ando cerco s de
etc. No parec e habe r otro comi enzo posib le, al me- luz desde un sustr ato de oscur idad.
nos desde que Desca rtes, o Baco n, o la mode rnida d El yo es esa lumin aria instal ada en el linde mis-
recié n estren ada, inició su anda dura filosófica. Aquí mo entre la tinieb la y el espac io al que invad a de
y ahora , en este instan te fugaz, sólo dispo ngo del clarid ad. Es esa colum na de luz que deja fuera de sí,
recur so a lo que soy como único aside ro firme , y al a modo de sustr ato poten cial, lo que no pued e irrum -
pir a la palab ra y a la escrit ura, pero que conce de a
parec er sufici ente, con el cual pone rme en marc ha
en la avent ura reflexiva. Pues el hech o mism o de éstas su mate ria exper iencia l, y que abre el circu ito
asaltar, con la mano y con la plum a, esta mano y verba l en el que el mund o se ilumi na con el calor
esta plum a, y tamb ién el blanc o de esta hoja de pa- del sentid o.
pel, todo qued a movi lizado , activa do, en virtud de Yo soy por tanto ese gozne, ese límite del mun-
que algo, un yo, se ejerc ita en plasm arse y obje- do, pero tamb ién recon ozco, consc iente de mi po-
sición de límit e, eso de mí que se rehuy e a toda
tivarse.
A todos esos utilla jes ese yo parec e siem pre ade- pene tració n en la palab ra que comu nico. Yo soy,
lanta rlos, sin que, por lo demá s, pued a enunc iar, en tanto que límite , ese yo que se trans form a en
con clarid ad y distin ción, la mate ria y la susta ncia sujeto de la frase, sea ésta oral o palab ra escrit a. El
que lo comp one. Anter ior y adela ntado a toda ma- sujeto es la comp lejida d form ada por esa tripli cidad
teria y susta ncia, fundi do al organ ismo corpo ral de figura s, la reple gada e incon scien te que se pre-
que le conce de tierra y suste nto, eso que soy parec e senta en silenc io, la despl egada y consc iente (la que
destil ar, en el solo enun ciado del prono mbre que se arras tra, con la palab ra, la posib ilidad del senti do)
adela nta a todo empl eo del verbo , un yo que a todo y el gozne o límite entre las dos, en dond e el yo como
acom paña , al decir como al callar, al abrir me a la yo se halla en su mism o solar nativ o y funda ciona l.
comu nicac ión o al reple garm e en el silenc io de mi Yo no soy un ego cogito ni un ego sum antec e-
dente a ese limes que da front era a mi lengu aje y a
más insob ornab le soled ad.
mi mund o; no soy ese sujeto metafísico, postu lado
Ese yo se agita y vibra , como la llama de una
vela, consu mien do la cera y llena ndo de incan des- como susta ncia o situa do allen de el límite . Pero
cente temb lor los objet os que ilumi na. Pero ese yo tamp oco soy, tan sólo, este sujeto fundi do a mi ca-
se halla ya, desde el comi enzo, desga rrado . Es aca- pacid ad de verba lizac ión y de expre sión. Soy am-
so, como la llama , de susta ncia que ilumi na des- bas figura s de una mism a subje tivida d, que es una
en su mism a dupli cidad , y que halla la form a que
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unifica en la misma forma que certifica de esa dua- Ni tengo por qué presuponer nada más que eso
lidad: en ese gozne que actúa a la vez como forma único, en su misma obviedad cuajada de misterio,
unificante de mí mismo y como instancia que se- que se me da en lo que soy.
ñala (con evidencia), o que avisa (con radical cer- Eso que soy me basta y sobra para, desde ello,
teza), en relación a la diferencia y distancia, en cier- abrirme a toda la complejidad dialéctica y estruc-
to modo irremediable, entre mi lado verbal y mi tural de la palabra y del silencio, y del juego prono-
lado inconsciente y silencioso. minal que abre el circuito lingüístico. Los pronom-
En unión y comunidad con mi propio silencio, bres se dibujan en el limes. Yo, tú, él, nosotros, VO··
con ese silencio mío que yo soy, me sé y me reconoz- sotros, ellos, son formas lingüísticas del limes. Des-
co, desde el comienzo, instalado en un diálogo. Un de esas formas se abre la vía de circulación de los
diálogo conmigo. Diálogo de soledad, o soledad dia- nombres y los verbos. Y no necesito buscar «fue-
lógica. En esa soledad dialogada de mí conmigo (fun- ra» lo que tampoco hallaría «dentro», pues lo que
dada en el gozne que en rigor y propiedad yo soy) se soy está antes de cualquier diferenciación entre lo
instituye para mí la fuente misma de mi ser y de mi interno y lo externo.
sentir, de la vida y del sentido: la condición misma Lo que soy es simple dato, factum que se me
de posibilidad de mi experiencia. Gozo de ella en la impone sin quererlo ni pedirlo: Está aquí sin que
medida misma en que puedo remitirla a esa subjeti- necesite, como Aladino, encender la lámpara para
vidad compleja y siempre estructuralmente desdo- que se dibuje el duende. La lámpara ya me la en-
blada. cuentro encendida, y el daímon, mi duende o mi
Heme aquí, en esa situación serena del comien- ángel, se ha anunciado antes de que quiera evocar-
zo. No necesito que nada me comparezca en rela- lo y detectarlo. El mismo es el que me pone en si-
ción a lo que se supone es algo exterior que presu- tuación de decir y de escribir. El mismo se anuncia
ponga un interior, algo externo relativo a un mun- ni más ni menos en el límite de mis capacidades
do propio, una alteridad ajena distinguida de mi de dicción, abriéndome hacia los abismos de lo que
propia mismidad. Me basta sumergirme en la so- no llego a poder decir: entre palabra y silencio.
ledad dialógica que yo soy, y en la estructura com- En el comienzo se me dan, de forma irrebati-
pleja que me instituye en sujeto: allí hallo todos los ble, todos los elementos que podrían comparecer
elementos matriciales para que, a la vez, despegue como candidatos para una puesta en marcha, pero
la posibilidad de experiencia y la potencia (lingüís- he aquí que los encuentro, justamente, en la expe-
tica) del sentido. No tengo por qué abstraerme de riencia de mi propia subjetividad. No tengo, pues,
lo único que se me da en este comienzo meditativo. necesidad de acudir muy lejos para desenterrar el
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tesoro. Basta que me limite a enfoca r la reflexió n na no deja de ser, en cierto modo, otra cosa que un
en relació n a eso que soy, sin necesid ad de mover- conjun to de ruinas.
me de mi sitio. Hic Rodhus , hic salta: no hace falta Pero la dignida d de la aventu ra filosófi ca estri-
irse a Rodas para indaga r lo que busco. Rodas está ba en constru ir con ellas fragme ntos de una aven-
tura con vocaci ón sistemá tica según las premis as
aquí mismo : aquí, en esa experie ncia inexcu sable
antes dadas sobre este escabro so términ o tabú. El
de mí conmig o, o experie ncia de la soledad dialó-
filósofo, en cierto modo, rivaliza con el Puer aeternus
gica, atraves ada por la escisió n entre mi yo verbal
de Herácl ito, que jugaba a constru ir y destrui r cas-
y mi subjeti vidad inconsc iente, aquí, aquí mismo ,
tillos con la arena del mar. Lo que de esos restos y
en mí, dispon go de todos los elemen tos con los cua-
ruinas, o refulge ncias, subsist a, es algo que queda
les puedo iniciar una aventu ra filosófi ca de cono- vedado saber al que emite esas señales .
cimien to y libertad . Una voz sale al encuen tro de Éstas son fulgura ciones que, al modo del Schein
mí mismo , una voz que me interpe la como un «tú», hegelia no parecer , parecer -ser o brillo, refulge n en
una orden impera tiva (y silencio sa) que me dice: la infinita marea de la oscurid ad a modo de inci-
«Hijo mío, todo eso que estás viendo , todas esas siones limítro fes de precari a luz, o pequeñ os refu-
figuras que emerge n desde la insond able sima de gios de espacio-luz, desde los cuales pueda ser posi-
tu propia alterida d, todo eso eres tú (tat wam atzi), ble reinicia r, otra vez y siempr e, una de las más
eso tambié n eres tú». satisfac torias tareas y ocupac iones, la que da vida
(Este texto, repito, lo escribí hace ya alguno s a la aventu ra de pensam iento filosófico. Pero que
años; quería ser el an-anq ue de un manus crito en es tambié n, debe decirse , una de las más solita-
el cual iba avanza ndo en la aventu ra filosófica; de rias; una aventu ra que en ciertos contex tos como
ese manus crito apenas me quedan alguno s frag- el hispan o sólo puede llevarse a términ o viviend o
mentos que subsist en todavía , en algún archivo , la existen cia con auténti co sentido épico.)
como ruinas de un proyec to que no pude, o no supe,
llevar a términ o; soy bastan te descon siderad o con
esos proyec tos larvario s; no suelo guarda rlos; no
sé si hago bien o mal, pero en la econom ía de mi
existen cia me resulta bastan te necesa rio, en deter-
minada s circuns tancias , «quem ar las naves»; en el
fondo lo que subsist e del rastro de person a y obra
que dejamo s en esta tierra de infortu nio y de fortu-
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2. La proposición filosófica 73

I, 1. El asombro ante el hecho irrebatible de que


existimos es, ahora y siempre, el pasaporte hacia
la filosofía. Ésta se revela inevitable toda vez que
ese asombro se reproduce.
I, 2. Ese asombro suscita la pregunta filosófica,
que es una pregunta ontológica: «¿Por qué algo, y
no más bien nada?». O bien, de forma más radical:
«¿Por qué existencia, y no más bien nada?».

73. Recreo a continuación un estilo que ya ensayé en mi


libro Los límites del mundo, en dos parágrafos que titulé «la
proposición ontológica» y «la proposición topológica». Ambas
debían preparar un desglose en sucesivos enunciados relativos
a «la proposición filosófica». Pero en ese libro no pude, toda-
vía, llevar a cabo esa tarea.
El término proposición evoca el título que había pensado
inicialmente Wittgenstein para su Tractatus, Der Satz, término

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1, 3. Esa pregunta presupone ya el hecho de que I, 5. La razón filosófica se encuentra en el co-
se existe. O de que se está en el ser. La pregunta mienzo con un dato que ella no puede producir: la
interroga entonces por ese ser que se advierte in- existencia. Ese dato habla por sí solo: remite al ser
crustado en el simple hecho de existir. y espanta su contrario, la nada (que sin embargo
I, 4. Esa pregunta, que presupone el hecho de acosa a esa existencia).
que se existe, evoca una nada que amenaza al exis- I, 6. Por nada debe entenderse aquella sombra
tir. Esa nada está vencida cada vez que se experi- que siempre acompaña al ser; a un ser que se des-
menta el ser en el hecho de existir. Pero esa victo- cubre en el puro hecho de existir. Un existir que,
ria se reconoce precaria y frágil. sin embargo, brilla en la intersección limítrofe en-
tre el ser que inviste y esa nada que le cerca.
U, 1. Existencia significa ser fuera de las cau-
alemán que significa tesis, posición, declaración, sentencia, pro-
posición o simplemente «frase».
sas que la efectúan. En la existencia se descubre
Satz.en es, en su forma verbal, poner; Gestez.t, su pasado, ese ser como algo puesto, pero esa «posición» tan
significa lo puesto, lo establecido, y en su forma sustantivada sólo puede remitir, para su propia comprensión, a
significa ley. Para Hegel la satz.ende Reflexion, o reflexión po-
nente, es aquella de la cual pueden derivar lo que, tradicional-
un límite más allá del cual no es posible tener noti-
mente, se llaman «leyes del pensamiento» (los principios de cia ni conocimiento.
Identidad, [No] Contradicción, Razón Suficiente, etc.). De esa II, 2. Todo límite, por su propia naturaleza, deja
«reflexión ponente» derivan, en efecto, las grandes determina-
ciones de la esencia (o las «esencialidades», como Hegel las lla- el misterio de su propio más allá como referencia
ma): la identidad, la diferencia, la oposición, la contradicción y inevitable.
el fundamento. U, 3. La razón filosófica no puede reconocer las
Intento condensar, un poco a la manera del Tractatus de
Wittgenstein, mi propia concepción filosófica en pequeños enun- causas de las cuales surge la existencia. Un límite se
ciados que despliegan y desarrollan la idea filosófica que desde interpone entre aquéllas y ésta. En lugar de esas cau-
hace años voy tratando de determinar: la idea de ser del límite, sas subsiste un cerco de misterio que debe afirmar-
a la cual corresponde una concepción de la razón como razón
fronteriza; la cual tiene en el símbolo (concebido según lo doy a se como referencia afirmativa. Sin esa postulación
entender en mis últimos escritos) el «suplemento» que le permi- no habría lugar a que compareciera, incrustado en
te dar cuenta de las revelaciones de aquello ( = x) que subsiste la existencia, ese límite que la constituye.
más allá del límite.
Los he numerado con el fin de revelar su estricta concatena- U, 4. La existencia se halla expelida y expulsada
ción; se ordenan en pequeñas secciones que vienen anunciadas de unas causas que la razón filosófica no puede re-
por los números romanos. No son de ningún modo aforismos. Es conocer. Es, pues, existencia en exilio y éxodo. Como
otro el género al que pertenecen. Tampoco son aforismos los enun-
ciados de Wittgenstein en su Tractatus. «razón» de esa modalidad de ser la razón filosófica

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«ente» (aliquid, res, «cosa») al que instituye como
sólo puede reconocer ese límite que se interpone en-
realidad, como de aquella inteligencia (limítrofe y
tre ella misma y la existencia.
III, 1. Si preguntamos por el fundamento de fronteriza) que se puede hacer cargo de ésta. Y al
esa existencia nos encontramos tan sólo con ese distinguirse de ambos extremos, puede decirse que
límite. Éste documenta la falta de fundamento de los funda y constituye. Ni aquél ni ésta pueden con-
la existencia. Es, pues, un fundamento fallido, fa- cebirse como ser en tanto que ser. Son dos modos
llado y «falso»: un fundan1ento en falta. Más allá derivados: el ser de la realidad y el ser de la inteli-
de él sólo comparece esa falta. gencia que piensa, dice y razona, o que reflexiona.
III, 2. El límite documenta siempre «algo que Y esto es particularmente válido toda vez que ese
falta». Pero el límite, por su propia naturaleza, tie- ser se concibe como ser del límite.
ne por referencia algo ( = x) que le trasciende. Ese IV, 3. Ese límite es propuesto en esta filosofía
algo ignoto debe pensarse como una referencia del límite como el ser mismo (autó tó ón): funda
positiva (de lo contrario no podría ni siquiera ha- desde sí tanto el carácter limítrofe y fronterizo de
blarse de límite). la razón como la naturaleza también limítrofe del
IV, 1. El límite (en alemán Schrdnke, o barrera, dato real del comienzo, que es la existencia.
y Grenze, o frontera) es una «piedra desechada» IV, 4. Lo que desde Parménides y Aristóteles se
por la tradición de la filosofía moderna, que puede llama ser es ese ser del límite que se da lógos, o
descubrirse en Kant, en Schelling, en Hegel, y en la razón, en la forma de una razón fronteriza; y que
filosofía contemporánea en Heidegger, en Jaspers, se expone como realidad ante y sobre todo en ese
en el primer Wittgenstein (el del Tractatus). Tam- dato inicial que constituye una existencia intrínse-
bién se halla en la tradición científica, en el cálcu- camente referida a dicho ser del límite.
lo infinitesimal, o cálculo de límites. Pero nunca V, 1. La existencia, al ser interrogada en rela-
ha sido radicalmente pensado, o concebido como ción a su esencia, se revela remitida al límite: eso
piedra angular de una aventura y de una propues- que en ella misma comparece, como dato inaugu-
ta filosófica. Esta proposición filosófica no hace ral del comienzo, y que puede dar «razón interna»
sino convertir esa piedra desechada, o apenas teni- del puro hecho de existir. Y ese límite, por su pro-
da en consideración, o escasamente pensada, en pia naturaleza jánica, se descubre, al preguntarse
verdadera piedra angular. De este modo se propo- por su esencia, como un poder que escinde y sepa-
ne aquí pensar ese límite como ser, como el ser
ra eso mismo que a la vez conjuga y articula: esa
mismo. existencia que aparece en el puro dato inaugural
IV, 2. Éste, el ser, debe distinguirse tanto de aquel
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del comie nzo; y el cerco de mister io que la envuel - nos condu ce a las operac iones ad intra de ésta, a lo
que ésta encier ra en su «interi or», por así decirlo .
ve y acosa.
V, 2. Al pregun tarse por la natura leza o esenci a Se advier te así la esenci a como «en replieg ue» en
ella misma . La segun da nos condu ce a su desplie -
de esa existencia limítrofe se destac a ese doble po-
gue expositivo, a su expan sión ad extra.
der entrel azado de conjun ción y disyun ción. Yo
VI, 2. La prime ra aproxi mació n descub re dos
suelo referir me a él acuña ndo los términ os de po-
potenc ias incard inadas dentro de la esenci a del ser
tencia conjun tiva y potenc ia disyun tiva.
V, 3. El limes, por su propia condic ión de tal, del límite: la potenc ia conjun tiva y la disyun tiva.
La segun da aproxi mació n muest ra la exposición de
separa aquell o de lo cual es límite, pero a la vez y
esa esenci a, de dentro a fuera, a través de tres cer-
en el mismo sentid o conjug a lo así limita do con
cos, cerco del aparec er, cerco hermé tico y cerco
aquell o otro ( = x) que se halla más allá del límite.
fronte rizo.
V, 4. Esas potenc ias son la cópula y la disyun -
VI, 3. Esas potenc ias se hallan puestas en el lí-
ción, en relació n intríns eca. Se descub ren incrus -
mite. El límite , por su propia condic ión, escind e o
tadas en nuestr o pensar -decir, en la intelig ibilida d
separa aquell o de lo cual es límite (en relació n a su
potenc ial, patent e en trazos y usos verbal es, de las
más allá). Y a la vez conjug a y pone en conexi ón, a
cuales puede brotar un proyec to filosóf ico de ra-
través de su media ción, esas dos «parte s».
zón fronte riza. Se hallan en las partíc ulas disyun -
VI, 4. Esas potenc ias, disyun tiva y conjun tiva,
tiva y copula tiva. Y aguan tan y sostien en la lucha
que se hallan puesta s en el límite, y que consti tu-
entre esas potenc ias vivien tes ya en el puro hecho
yen la esenci a misma del ser del límite , son ex-pues-
existir. Una lucha que puede sublim arse en juego.
V, 5. La potenc ia conjun tiva y la potenc ia disyun -
tas a través de tres ámbit os o cercos (que se embis -
ten y presio nan entre sí): el ámbito de lo que se da
tiva consti tuyen las dos potenc ias intern as a la esen-
(en donde se aloja el dato puro del comie nzo, que
cia del ser del límite. Éste es un límite limita nte
es la existencia); el ámbit o que el propio ser del lí-
que escind e y separa los ámbito s que él mismo , en
mite traza (o cerco fronte rizo) y el ámbit o(= x) de
su condi dón de gozne o de bisagr a, conjug a y con-
aquell o que trascie nde el límite.
solida . La potenc ia disyun tiva manti ene separa do
VI, 5. La esenci a del ser del límite «pone» las
lo separa do; la potenc ia conjun tiva es respon sable
dos potenc ias consti tutivas de su «interi oridad »; y
de su unific ación siemp re precar ia, o de la conju-
«se expon e» a través del entram ado de esos tres
gación de esos ámbito s diferen ciados .
cercos . El conjun to unific ado de eso que se pone y
VI, 1. Deben disting uirse dos modos de aproxi -
de su exposi ción es lo que debe llamar se realidad.
mació n a la esenci a del ser del límite. La prime ra
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entend erse no sólo como verdad relativ a al con-
Por realida d debe entend erse la unión del dato puro
cepto o a la realid ad, sino como verdad del ser del
del comie nzo, la existe ncia, con su «conte nido»
límite.
esenci al (puest o y expues to).
VII, 1. La verdad del ser, indaga da por Parmé - VII, Frente al idealis mo, que preten de inferir
nides, debe repens arse como verdad del ser del lí- la realid ad del concep to; o frente al realism o, que
mite. Esa verdad descub re el justo ajusta rse de la alcanz a el conce pto por abstra cción de una reali-
razón fronte riza, que es la razón filosófica, y el dato dad empír ica tomad a como punto de partid a, esta
real del comie nzo, que es la existen cia referid a a conce pción limítro fe del ser propo ne un conce pto
dicho límite, unida a la esenci a, puesta y expue sta, de verdad ajusta do al limes que a la vez une y
en la que ese dato revela su propia natura leza y escind e realid ad y concep to, o «cosa en sí» y razón
condic ión. Tal verdad funda lo que puede ser lla- fronte riza.
mado «cono cimien to verdad ero». Éste design a el VIII, 1. A esta conce pción limítro fe del ser se
justo ajusta rse del concepto limítrofe de la razón corres ponde una concep ción limítro fe del habita nte
fronte riza con esa realidad (tamb ién limítro fe) que de ese limes (conce bido como localid ad, o en tér-
consti tuye la unión de la existe ncia con su intern a minos topoló gicos) . Tal habita nte se hace cargo de
consti tución esenci al, conve niente mente expue sta. la carga y sobrec arga de ese ser del límite que le
VII, 2. El conce pto limítro fe es aquel que se for- corres ponde . Tal habita nte es el fronte rizo. El hom-
ma a partir o desde el recono cimien to crítico de la bre es, por su propia condic ión, potenc ialmen te
impos ibilida d de despre nder de él lo que consti tu- fronte rizo. Depen de de su liberta d la posibi lidad de
ye la realida d. Pero que no por ello renun cia a la ajusta r su condic ión potenc ial, o virtual , a su pro-
posibi lidad de consti tuirse como concep to: concep - pia existen cia. Tal adecu ación es, conce bida en tér-
to de la razón fronte riza. minos proces ales o dinám icos, lo que puede llamar -
VII, 3. El justo ajuste del conce pto limítro fe y se movim iento ético.
de la realida d, tambi én limítro fe, desvel a la verdad VIII, 2. El hombr e debe ser repens ado como el
del ser del límite. ser que puede hacers e cargo de esa verdad del ser
VII, 4. El ser del límite consti tuye la interse c- del límite. En ese alzado a esa libre posibi lidad al-
ción misma entre el conce pto limítro fe y la reali- canza el estatu to de fronte rizo. La verdad del ser
dad. Funda de hecho ambos extrem os. O es el fun- del límite tiende , sin embar go, a oculta rse. El hom-
damen to de los mismo s. Y es, así, el funda mento bre puede vivir, o malvivir, en el marco de esa ocul-
de la verdad , suscep tible de acoger se en el pensar - tación . Tambi én la razón filosófica. Al homb re le
decir de la razón fronte riza. Una verdad que debe
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es dada la posibilidad de ocultar y ocultarse esa toda posible dicción. Pero que se halla incrustado
condición fronteriza que le define. en el propio decir, siquiera sea como referencia
VIII, 3. El hombre no es individuo ni sujeto sino negativa o como referente silencioso. O como som-
persona. Personaliz a y personifica , como posibili- bra del lógos.
dad, ese descubrimi ento de la verdad del ser del IX, 3. El asumir esa sombra como referencia es,
límite. Puede encarnar o materializa r ese ajuste quizás, lo más característi co de mi meditación so-
(entre su propia inteligenci a limítrofe y su reali- bre el límite. Ya que normalmen te cuando se pien-
dad existencial) a través de su conocimien to. Y tam- sa en este concepto no se tiene suficientem ente en
bién a través de su ethos, o de su conducta. O a cuenta que, por definición, todo límite implica la
través de su producción (poiésis). O mediante sus postulació n de una referencia que lo traspasa o
formas de «religación » con el misterio. excede, por mucho que no podamos siquiera
VIII, 4. En tanto que persona el hombre dispo- mentarla o verbalizarl a.
ne de un centro de irradiación y comprensi ón que IX, 4. Algunos movimient os filosófico-r eligiosos
suele llamarse identidad propia, sujeto, ego; pero de extraordin aria lucidez, corno el budismo, pro-
no es legítimo aislar ese núcleo de tal modo que ponen ni siquiera mentar o nombrar, ni mucho
llegue a constituir el lugar mismo, privilegiad o, de menos discutir, eso que tan sólo mediante alguna
toda fundación filosófica, como propone la filoso- metáfora (corno extinción, o «apagón», es decir
fía moderna, de Descartes a Hegel. Nirvana) puede ser, precaria y paradójica mente,
IX, 1. La ignorancia relativa a lo que se halla referido. Las religiones históricas, por lo general,
más allá del límite no justifica de ningún modo afincan sus revelaciones en ese cerco ignoto, que,
inferir su no-existenc ia. Incluso, de ser nada, o una por lo general, avanza hasta el limes mediante una
nonada, esa «nada» sería algo radicalmen te rele- manifestac ión o teofanía que puede, eventualme n-
vante: aquello inane y vacío que hace posible tra- te, imaginarse y pensar corno personal.
zar, en relación a ello, dicho límite. Luego algo(= x) IX, 5. El contenido experiencia !, mediado por
es esa presunta nada o nonada. Algo sobre lo cual figuras, formas, palabras o trazos, en que esas re-
puede hablarse. Ya Platón advirtió, frente a Par- velaciones se producen es lo que suelo llamar reve-
ménides, la necesidad de distinguir entre la nada lación simbólica, o en general símbolo (dando a
absoluta y la nada relativa (relativa a la palabra, al este término una inflexión muy peculiar, como puse
discurso, al pensamien to). de manifiesto en La edad del espíritu).
IX, 2. Yo a esa presunta nada la llamo «cerco IX, 6. En el sym-bolon (de sym-ballein, «lanzar
hermético» . Es eso que se cierra a cal y canto a conjuntam ente») se lanzan a la vez dos fragmen-

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tos de una unidad escindi da: el cerco del aparece r, ceres al que puede llamars e mundo , con su locali-
o mundo , y el cerco hermét ico, cobijo del misteri o dad y tiempo específ ico. Se encuen tra en el mun-
(o si quiere decirse así, de lo «sagrad o»). Ese lan- do, y en esa cita con él descub re su propia condi-
zamien to conjun to tiene lugar en el ámbito topoló- ción human o-front eriza, que a través de usos ver-
gico al que suelo llamar cerco fronter izo, o limes. bales y de trazos o escritu ras adquie re, en conse-
Por cierto que incluyo en mi concep to de limes tam- cuencia , sentido (o inteligi bilidad potenci al). Inda-
bién la expresi ón latina limen (umbral , puerta, ac- ga entonc es por las claves (herme néutica s, interpr e-
ceso). Esta última resalta el carácte r hermen éutico tativas) de ese sentido que le conduc e a remon tar
del limes. de su propio cerco del aparec er al ámbito que le
IX, 7. En el símbol o se produc e una revelac ión, rodea, o espacio del misteri o. Y hasta se empina a
proven iente del cerco hermét ico, que invade el cer- un encuentro (místic o) con el límite mismo que le
co del aparece r. En la razón fronter iza, en cambio , distanc ia del misteri o. Y de este modo recono ce,
se produc e una interro gación, genera dora de lo que finalme nte, su condic ión de habitan te del limes.
Kant llama idea-problema de la Razón (mund o- X, 2. Una antropo logía limítro fe repiens a, en
todo, person a, Dios), relativa a lo que desde el cer- unidad sincrón ica y diacrón ica, el conjun to de ca-
co del aparec er es legítim o indaga r en relació n al tegoría s (simbó licas, ontológ icas) en relació n a la
cerco hermét ico. Tales ideas, o ideas filosófi cas, se condic ión personal del fronter izo, y a su aventu ra
instala n regiam ente en el limes, constit uyendo la de vida.
razón en razón limítro fe o fronter iza. X, 3. Entien do por categor ía lo que por tal se
IX, 8. La postula da conjug ación de razón fron- entiend e en Aristót eles: lo que puede enunci arse
teriza y símbol o, o el acoplam iento, en la verdad , (decirs e o acusars e) en relació n a lo que es, o a la
del símbol o (revela ción del misteri o) y de la razón esencia del ser. De un ser cuya verdad se expone
fronter iza (sublim ación de los usos verbale s y los como ser del límite. Median te la tabla categor ial se
trazos de nuestra intelige ncia limítro fe) es lo que va dando determ inacion es a esa esencia del ser del
llamo, desde La edad del espíritu, técnica mente es- límite, revelán dose así, a la razón fronter iza, lo que
píritu. A ese espírit u corresp onde un ideal de la se sabe del ser, o la verdad de éste que puede ser
razón que puede llamars e edad del espíritu, y que accesib le a nuestra intelige ncia limítro fe.
tiene asentad o su nido, como dice Nietzsc he, en el X, 4. Lo import ante de la tabla categor ial es que
«árbol Futuro ». se halle articul ada y no sea simple mente rapsód ica,
X, 1. El fronter izo surge de las entraña s matri- como parece sucede r en Aristót eles. En este senti-
ciales de la Tierra y emerge en un cerco de apare- do Kant da un paso sustanc ial en su reflexió n so-
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bre las categorías. Sólo que Kant las concibió tan alzado, en el que se encuentra con la inteligibilidad
sólo en el plano sincrónico, sin especificar el modo potencial que define su búsqueda de «sentido» (a
como esas categorías se articulan diacrónicamente, través de trazos y usos verbales). Puede reflexionar,
en la «sucesión lógica» que debe ser exigida. críticamente, sobre esa inteligibilidad potencial a tra-
X, 5. Las categorías se dicen del ser. Son direc- vés de una aventura filosófica en la que descubre su
ciones u orientaciones del pensar-decir en relación inteligencia limítrofe, la cual se empina hasta el mis-
a lo que es, a la esencia del ser mismo (que yo con- terio del cerco hermético a través de las preguntas
cibo como ser del límite). Son las predicaciones más que ésta plantea, pudiendo responderlas mediante
genéricas que puede hacerse de eso que es. Eso que ideas filosóficas y a través de formas simbólicas. Es-
es no es lo que trasciende al límite; tampoco lo que tas últimas permiten la revelación de ese misterio
puede decirse de éste desde el cerco del aparecer, en tanto que misterio. Mediante todo ello realiza su
el mundo, o desde un pensar-decir que tiene por condición de habitante de la frontera.
sujeto el habitante de la frontera del mundo. XI, 2. Todo ello documenta sobre la relevancia
X, 7. Eso que es es el límite mismo entre ese de las «siete categorías», o modos de decir relati-
decir (categorial) y eso que trasciende (a modo de vos al ser del límite. Las cuales se dicen de ese ser y
cerco del misterio). El ser es el límite mismo entre del habitante en el cual dicho ser se puede hacer
lo categorial y lo trascendental; entre la tabla en la inteligible (o puede acogerse en el pensar-decir, en
cual lo categorial se despliega y la cosa ( = x) que el lógos). Un lógos que es, a la vez, racional y sim-
constituye su referente de misterio, esa cosa que se bólico, o filosófico y artístico-religioso. Es decir, es-
repliega en sí misma. piritual.
X, 8. El pensar-decir va, a través de la sucesión XI, 3. El ser del límite se da ser en la existencia
de categorías, predicando lo que puede decirse, en (en exilio y éxodo). O surge a ésta expelido de sus
relación al ser del límite, respecto a sus dos extre- causas matriciales. Hay, por tanto, dos posibles
mos, el cerco del aparecer, o mundo, y el cerco ig- predicaciones primeras sobre ese ser: éste es esa
noto relativo al misterio. La cosa (en sí) se aloja en matriz, oculta y replegada en sí, ínsita en el cerco
ese cerco hermético. hermético, de la cual sale despedida la existencia,
XI, 1. El hombre salta de la matriz hacia el cerco y con ella un mundo en exilio y éxodo. Es, tam-
del aparecer, donde se halla puesto en la condición bién, esa existencia que habita el cerco del apare-
de existencia (en exilio y éxodo). Puede remontar cer, o mundo, y en el cual adquiere localidad (locus)
esa caída en la medida en que se alza hasta la fron- y duración (tempus). Del ser del límite puede de-
tera del mundo, disponiendo de libertad para ese cirse, ante y sobre todo, que es matriz de la existen-
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cia, y que es ese dato inaugural que constituye la XII, 1. Por cosa entiendo eso resistente, opaco
existencia en exilio y éxodo, localizable y temporal; y duro, o inflexible, que se cierra a cal y canto a
una existencia «caída» en el cerco del aparecer, o toda apropiación hermenéutica. Es el referente (de
mundo. silencio) de toda aventura filosófica o interpreta-
XI, 4. Hay, pues, dos primeras categorías relati- tiva. Es el corazón mismo del misterio.
vas al ser del límite: la categoría matricial y la cate- XII, 2. Todo lo que es y existe se autotrasciende
goría relativa a la emergencia de un «mundo». A en relación a toda apropiación por el pensar-decir,
esas categorías las llamé en La edad del espíritu las por la razón fronteriza y por la propia revelación
«categorías cosmológicas». Hay, a continuación, simbólica. Eso es lo que hace de ello ser una cosa.
dos categorías relativas a la personificación del ha- Es su condición de cosa como cosa, o en tanto que
bitante de la frontera. La tercera categoría designa cosa (si se me permite la expresión). Cuando deci-
éste en su cita con lo que constituye su posibilidad mos de esto o aquello que es «una cosa» estamos,
de alzado al límite que le constituye, en la cual cita justamente, designando ese abismo de cuanto es y
se encuentra con su libertad. La cuarta designa la existe que lo sitúa en perpetua fuga en relación a
expresión, en trazos o usos verbales, del campo de nuestras posibilidades de pensar, decir o predicar;
inteligibilidad que en ese alzado al límite experi- o incluso simbolizar. Sobre este particular reflexio-
menta, confiriendo de este modo «sentido» al mun- né con profundidad en mi libro Lógica del límite
do en el que habita. (especialmente en la «segunda sinfonía» de dicho
XI, 5. La quinta categoría designa la capacidad libro).
de auto-reflexión crítica que esa apertura del ám- XII, 3. El ser del límite funda la doble serie, en él
bito inteligible hace posible. La sexta categoría, la entrecruzada, del orden de las palabras (estilizadas
posibilidad de remontar hasta el último confín in- en lo que éstas dicen, predican o declaran) y el or-
teligible, allí donde el sentido se abisma en la tras- den de las cosas (duro, resistente e inflexible). O
cendencia del misterio, o del cerco hermético. La entre la inteligibilidad potencial que en usos ver-
séptima categoría, por último, designa la conjuga- bales y trazos se establece (y que la razón fronteri-
ción de todas las categorías en torno a aquello que za conduce a su forma más elevada) y el misterio
constituye el ser del fronterizo: el ser del límite, que insondable de lo que se repliega en sí mismo, cons-
dibuja el cerco propio en el cual dicho fronterizo tituyendo el corazón del cerco hermético.
existe. En esta categoría se designa al fin el ser como XII, 4. El misterio está aquí, aquí mismo, en
ser, o el ser en tanto que ser. Un ser que se define cualquiera de los «entes» que me rodean; y por
como ser del límite. supuesto en mí mismo. Ese misterio se da, apare-
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ce, se hace visible y patente como eso que resiste y la razón fronteriza y de lo simbólico la suelo lla-
rehuye toda apropiación verbal; eso que hace de mar, en mis últimos libros, espíritu. Pero ese espíri-
«cualquier ente» un puro ente; o si quiere decirse tu se halla «marcado» por el estigma limitante del
así, una cosa, una res, algo que no es nada: un puro ser del límite (si bien aprovecha la naturaleza jánica
aliquid. y bifronte de éste; el ser del límite es a la vez lo que
XII, 5. Eso mismo es lo que, en virtud de la limita y lo que invita a la trascendencia).
autolimitación de esa dimensión mistérica, se ofre- XIII, 1. La existencia espiritual es la existencia
ce .al pensar, al decir, al pensar-decir y al categorizar, propiamente fronteriza: una condición de existen-
abriéndose de este modo a la economía del senti- cia y experiencia a la que puede accederse por par-
do. Pero éste se halla siempre en el límite mismo te de quienes, en sí, son siempre, y potencialmen-
que lo rescata y salva del abismal sinsentido que se te, fronterizos (los que formamos parte de esa con-
encierra en el corazón mismo del misterio. De he- dición que es fronteriza por humana). Esa existen-
cho el ser mismo es ese límite que actúa como goz- cia espiritual está «caída» en un mundo de exilio y
ne y bisagra (/) entre el sentido y el sinsentido. En éxodo. Puede remontar esa «caída» alzándose has-
La aventura filosóftca se pusieron las bases de esta ta el límite del mundo que, virtualmente, o de for-
reflexión, especialmente en las «singladuras» fina- ma potencial, es y encarna. Ese alzado, en el que
les del libro. alcanza la cita de la inteligencia fronteriza con la
XII, 6. El ser del límite constituye la intersec- apertura simbólica, es el que da lugar a la expe-
ción entre la razón fronteriza y la revelación sim- riencia espiritual.
bólica. Ésta arranca «sentido» al núcleo duro y re- XIII, 2. La ética fronteriza es aquella que pro-
sistente del misterio, o del cerco hermético. pone modos de acceso a esa condición fronteriza,
XU, 7. El triángulo filosófico que aquí se pro- o que alienta el alzado del hombre (humilis) a esa
pone (como proposición filosófica) tiene por vérti- condición. Propone el justo ajuste de la existencia
ce supremo el ser del límite y por vértices inferiores ( en exilio y éxodo) a esa condición fronteriza.
la razón fronteriza y lo simbólico. Éstos se aproxi- XIII, 3. Esta proposición filosófica es filosófica
man a aquél. Y el vértice supremo es, respecto a en el sentido en que sobrevuela los cómodos
ellos, el fundamento. Difiere enteramente de otros etiquetajes en que se suele dividir, como si fuese algo
vértices filosóficos de la tradición, en los cuales la divisible, lo filosófico. Piensa la filosofía como uni-
dimensión esencial limítrofe del ser no está sufi- dad, o como experiencia unitaria. Por eso trata aquí
cientemente contemplada. y allá temas que suelen especificarse, académica-
XII, 8. A esa intersección, en el ser del límite, de mente, como propios de la ética o de la estética, de
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la filosofía política o de la teoría del conocim iento, XIII, 7. A caballo entre el mundo y el misterio ,
de la antropol ogía, de la filosofía del lenguaje y de la a modo de istmo entre el cerco del aparece r y el
historia , o de lo que se entiende por ontolog ía o cerco herméti co, el hombre realiza su condició n
metafísi ca. Cuando se alcanza una idea filosófic a, cuando ajusta lo mejor posible su conduct a a esa
ésta tiende a desplega rse por todas partes, sin que peculiar y paradój ica condició n que esencial mente
tenga sentido efectuar esos enojoso s distingo s. le define; cuando no desnivel a su ser del límite ha-
XIII, 4. A la pregunt a «¿Qué es el hombre? » debe cia uno de los extremo s del mismo.
respond erse: el habitan te de la frontera . Pero el XIV, 1. El ser del límite es, por su propia condi-
hombre puede realizar esa condici ón a la cual está ción, limítrof e, ex-sistente. Existe en éx-stasis , como
llamado , o puede también vivir en plena ocultaci ón donació n o don, en relación a la realidad que fun-
u olvido de su propia naturale za y esencia; o de su da, a la intelige ncia fronteri za que ilumina y a la
verdad que ésta expresa como su justo ajuste con
verdad.
XIII, 5. Ser libre significa ser responsa ble. Y eso esa realidad .
significa ser capaz de respond er a la llamada ética. XIV, 2. No existe el ser del límite por inferenc ia
La cual propone al hombre adecuar su existenc ia de su concepto, como en el argume nto ontológ ico,
a eso que constitu ye su esencia: llegar a ser habi- o anselmi ano. Existe por inferenc ia de su propia
tante de la frontera . Es el ser del límite el que «lla- condició n limítrof e, pura intersec ción entre la in-
ma» al hombre a realizar su propia condici ón esen- teligenc ia y la realidad en la que respland ece la
cial, o a adecuar su esencia a su existenc ia. El hom- posibili dad misma de la verdad. Ex-siste en ese res-
bre, en la coyuntu ra ética de esa «llamad a» puede, plandor de la verdad. A tal respland or, localiza do
desde luego, co-respo nder a ella o no. Por eso el ser en la verdad, lo llamo en mis escritos espacio-luz.
del límite se le presenta como una encrucij ada, o XIV, 3. El espacio- luz es a la vez localida d, do-
como un cruce de caminos . micilio del ser del límite y fulgor de su refulgen cia
XIII, 6. Un imperat ivo categóri co halla el hom- (en la existenc ia en exilio y éxodo, acosada por la
bre en su propia razón fronteriz a. Y lo reconoc e nada; y en la intelige ncia fronteri za, a modo de
como determi nación ética de su conduct a y de su brillo que ilumina , o que enciend e la luminar ia del
sentido) .
acción. Tal imperat ivo dice así: «aprend e a ser fron-
terizo». Lo que las éticas suelen llamar «realiza - XIV, 4. En el espacio- luz hallan su asintóti ca
ción ética», «felicida d» o «buena vida» es, de he- conflue ncia el ser y la nada del límite. Los trascien -
cho, el corolari o empíric o de ese imperati vo: lo que de y los desbord a en su condici ón radicalm ente
se despren de de su cumplim iento. existencial. Sólo que esa existenc ia no puede con-
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ioso s,
ienz o, posi ble su pers onal izac ión en térm inos relig
fund irse con la exis tenc ia inau gura l del com o su refe renc ia en térm inos artís tico s. La dest ila-
a mod o
que es un efecto suyo . Un efec to que «se da» ción de una idea raci onal , con su conc epto
limí tro-
dich o dato . La razó n ólic o es,
de ser del lími te incr usta do en fe corr espo ndie nte, de ese sust rato simb
que a ese
limí trofe no pued e acce der a otra cosa just ame nte, la idea supr ema filos ófica , que es para
re, en su
ser (del lími te) que «se le da». De él infie mí la de espa cio- luz.
que con-
más arrie sgad a infe renc ia, ese espacio-luz XV, 1. El futu ro es futu ro cons titut ivo, o
futu ro
o ser del lími te. pasa do
cede fulg or y dom icili o a dich trasc ende ntal . Y lo mism o debe deci rse del
conc ebid o en
XIV, 5. El espa cio- luz es el lími te y del pres ente . Deb e pens arse el tiem po en la uni-
a. Tran s-
su más pura y diam anti na transparenci dad de su expe rien cia y en la tripl icid ad de sus éx-
intel igen -
pare ce en la real idad exis tenc ial y en la stasi s. Pero tant o en su unid ad com o en
su tripl e
aven tura de cono ci- del lími -
cia, y en el justo ajus te de una dife renc iació n debe pens arse desd e el ser
a la verd ad.
mie nto filosófico que se emp ina hast te. Deb e, pues , asum irse la «nat ural eza jáni
ca del
ón en
Una verd ad que tien e su luga r de irrad iaci tiem po».
ese espa cio- luz que la fund a y cons tituy e. XV, 2. Porq ue el tiem po es limí trofe reve
la su
luz
XIV, 6. Al fron teriz o se le ofre ce el espa cio- esen cia unit aria , en don de se advi erte la
pote ncia
verd ad que pue-
com o expe rien cia anti cipa da de una de conj unci ón. Por lo mism o mue stra en sus tres
a deci rlo
de asen tar su nido en el árbo l Futu ro (par éx-s tasis la pote ncia disy unti va, la que sepa ra al
el fund a-
en form a nietz sche ana) . En él se desc ubre pasa do del pres ente y del futu ro, al pres ente
del pa-
ión de la razó n fron te- pres ente .
men to mism o de la inter secc sado y del futu ro, y a éste del pasa do y del
la intel igen cia
riza con su objeto, la reali dad, y de Pero en esa sepa raci ón se reve la tam bién
la pote n-
herm éti-
simb ólic a con lo que se le reve la del cerc o cia conj unti va, la que refiere cada éx-s tasis a los otro s
co. Esa inter secc ión es lo que llam o espí ritu. dos, de man era que no pued en jam ás diso
ciars e sin
ión
XIV, 7. El Dios del límite sería la pers onal izac que la expe rien cia del tiem po desa pare zca.
hábi tat y la na-
de ese espa cio- luz que cons tituy e el XV, 3. En toda verd ader a expe rien cia del
tiem -
e an-
tura leza mism a de ese espí ritu que sólo pued po, capa z de fund ar un orde n nuev o en éste , un
cipa ción
ticip arse . La expe rien cia actu al de esa anti nuev o régi men histó rico , tien e luga r una
expe rien -
espi ritua l: la que hace él surg i-
es, justa men te, la expe rien cia cia del espa cio- luz, y del ser del lími te en
tura filosó-
posi ble en toda su radi calid ad una aven do, que afec ta tant o a la unid ad de la expe rien cia
tica o
fica; y tam bién toda verd ader a aven tura artís del tiem po com o a sus tres éx-s tasis , el pasa do, el
relig iosa . pres ente y el futu ro.
hace
XIV, 8. La simb oliz ació n del espa cio- luz 417
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XV, 4. El ser del límite es relatado y poetizad o dones, permiti ría pensar el pasado o el futuro. Es
en la experien cia históric a del pasado, de un pasa- una ausenci a interna al presente mismo, derivad a
do trascend ental y constitu tivo. En virtud de ese del carácter jánico y limítrof e de éste.
relato, ínsito en el limes entre el insonda ble «pozo» XVI, 1. Por historia debe entende rse la funda-
en el cual el pasado se abisma en el cerco herméti - ción de un nuevo régimen de acontec er en el cual
co y lo que puede acceder hasta la memori a, puede se redistrib uye la tabla de las categorí as en su ex-
resplan decer el ser del límite como relato y posición diacrón ica. Al régimen históric o que de
poetizac ión (así en la memori zación del Aeda). este modo surge le llamé en La edad del espíritu
XV, 5. El ser del límite puede ser profetiz ado «eón». En cada eón una de las categorí as de la ta-
como referenc ia escatoló gica toda vez que se afinca bla aparece como domina nte y hegemó nica.
XVI, 2. En La edad del espíritu esos «eones» fue-
el decir en el límite entre lo que puede anticipa rse
del futuro y lo que se fuga radicalm ente de él en el ron determi nados desde el registro que en dicho
cerco herméti co. libro se eligió como perspec tiva metodol ógica: el
XV, 6. El ser del límite puede ser experim entado registro del acontec er específi camente simbólic o,
y vivido en un presente que admite la exposici ón, a y en particul ar el relativo a la exposic ión simbóli ca
través de la inteligen cia crítica y fronteriz a, de aque- de lo sagrado . Ese registro puede, sin embargo , ser
llo de él que refulge como existenc ia, y la constitu - modula do en otras claves, sin que por ello deba
tiva «ausenc ia» que fecunda desde dentro la natu- modific arse la tabla categori al y su posible exposi-
raleza jánica de la existenc ia presente . ción diacrón ica a través de eones.
XV, 7. Esa exposic ión alcanza su forma más XVI, 3. La historia, como el ser, se dice de mu-
ajustad a en su forma filosófic a. Ésta reflexio na chas maneras , tantas como categorí as. Y es que el
sobre el presente que le es dado (como dato inau- ser es, históric amente conside rado, acontece r. Pero
gural del comienz o, o existenc ia en exilio y éxodo). la historia, como el ser, se puede concebi r según dis-
Tal dato respland ece en el presente , pero remite tintas rutas metódic as. El ser, ser del límite, resplan-
inmedia tamente éste al límite jánico que le consti- dece en lo ético y en lo estético, en la teoría delco-
tuye, y al referent e de «ausenc ia» que hace posible nocimie nto, en lo antropol ógico, en lo simbólic o-
la compar ecencia de ese límite, y que lo desbord a religioso o en lo específi camente ontológi co; o en lo
por entero en y desde su puro «aparec er» como ser onto-teo lógico. También cabe, a este respecto , mo-
presente. Esa «ausenc ia» es, pues, relativa al puro dular el acontec er en clave ética, estética, religiosa ,
aparece r del presente como presente . No es la «au- ontológi ca, etc. Son distintos modos de concebi rse
sencia» o «no ser» (relativo ) que, en ciertas tradi- el ser y el acontece r. Y en consecu encia lo histórico .
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XVI, 4. Sería posible, en este sentido, recrear la reales del existente; y la religión administ ra esos
tabla categoria l y su exposició n diacróni ca en estados, promovie ndo en lo posible un giro, un
«eones» en clave ética: trazar, por tanto, una histo- «cambio de fortuna» (o de mutación del infortuni o
ria de lo ético. Y lo mismo en los demás registros en en fortuna en el «creyente »; o lo contrario en quien
que puede expandirs e la idea filosófica que actúa no accede a dar crédito a la realidad de lo que el
aquí como «piedra angular», la idea de ser del lími- símbolo revela). El arte se limita a generar catar-
te. Importa, de todos modos, redefinir o recrear, en sis, a través del «distanci amiento estético», en rela-
· cada caso, lo que se entiende por esos modos, ya ción a un ente virtual, simpleme nte posible, que
que la doctrina del ser del límite exige una radical simboliza , de forma desiderat ivamente general o
redefinic ión de esos ámbitos por los cuales puede universal , un aspecto esencial de la existencia .
desplegar se la unidad de la experienc ia filosófica. XVII, 3. La aplicació n del método exige, pues,
XVI, 5. La idea de ser del límite, y sus corolario s redefinir, antes que nada, la naturalez a de los dis-
relativos a una razón fronteriz a y a un concepto tintos modos (ético, estético, religioso, gnoseoló -
limítrofe de la realidad (y del orden de acontece res gico, antropoló gico, etc.) en que se difracta el ser
que la constituy en) hace posible lo que debe lla- del límite. Pero en principio ese método es univer-
marse un método. Esta reflexión ontológic a sobre sal. Podría promove r investiga ciones parciales y
el ser del límite, y de las consecue ncias que de ella acotadas en las que se pusiera a prueba esta con-
derivan, es por todo ello una metodo-logía. cepción ontológic a.
XVII, 1. Mientras que la religión determin a la XVII, 4. A diferenci a de otras metodolo gías, que
entidad que se revela en lo simbólico de modo tal no aciertan a desbroza r sus propios principio s, o
que el fronterizo y su comunid ad le conceden crédi- que se limitan a recoger éstos de alguna filosofía al
to de realidad (personif icada o no), el arte mantiene uso, esa metodolo gía limítrofe deriva, de forma ri-
esa «entidad» sometida a crítica; la concibe como gurosa, de una concepci ón ontológic a como la que
«entidad» que no abandona el estatuto de pura po- aquí, y en anteriore s escritos, he ido formulan do.
sibilidad, o que circula y «existe» en ese plano de lo También en esos escritos pueden hallarse esbozos
posible. Por eso la religión demanda de esa entidad o piezas enteras de la capacida d de adaptació n de
en la que «cree» (en el sentido simple de «concede r esa ontología en su vertiente metódica .
crédito») un efecto salutífero ; mientras que el arte XVII, 5. A diferenci a de una metodolo gía como
se limita a promover un efecto catártico. Ambos efec- la «des-con structivis ta», la que aquí se propone
tos son tan necesario s como distintos. alienta a descubrir en todas las cosas (y no sólo en
XVII, 2. La salud y la enfermed ad son estados los textos) la doble potencia entrelaza da de con-
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junción y disyunción que se descubre en la esencia potencias se inclina hacia la disyunción , que es po-
del ser del límite. El «desconstru ctivismo» tan sólo tenciada, o marca su carácter hegemónic o sobre
parece atender a la potencia disyuntiva. la contraria. En el sexo, juego de amor, la relación
XVIH, 1. La potencia conjuntiva y disyuntiva se de ambas se inclina hacia la conjunción . En gene-
descubren en las partículas de conjunción y disyun- ral debe decirse que lucha y juego son, como ya
ción de nuestros lenguajes. Esas potencias deben comenzó a presentir Heráclito, los dos modos ge-
pensarse en relación. Y en esa relación resplandece n nerales de co-relacion arse las dos potencias de la
dos formas: dos modos de producirse la relación. esencia del ser del límite.
Según si la relación queda «potenciada» por la con- XVIII, 5. En el horizonte de toda relación inter-
junción o por la disyunción, esa relación da pie a dos personal están siempre presentes estas relaciones
formas generales de relacionars e las potencias. básicas en las cuales se articulan las dos potencias
XVIH, 2. Ya en la pura existencia, en exilio y éxo- de la esencia del ser del límite.
do, que constituye el factum empírico de nuestra XIX, 1. Este libro es, dentro de mi propia obra,
realidad humana y convivencia! descubrimo s esos una verdadera «piedra angular» sobre la cual ésta
dos modos de relacionars e las potencias. En la sexua- debe sustentarse . En él someto a mi filosofía del
lidad, y sus sublimacio nes eróticas, pasionales o límite a su prueba decisiva, la prueba propiamen te
amorosas, ambas potencias están presentes, pero crítica, la que puede darle verdadera «carta de ciu-
se hallan «potenciada s» por la conjunción . Lo cual dadanía» filosófica. En él pongo a prueba, en el
da lugar a lo que genéricame nte puede llamarse jue- sentido kantiano del término «crítica», a un nuevo
go. Sin que la potencia disyuntiva esté, sin embar- concepto de razón correspond iente a mi propia fi-
go, ausente (pues si eso sucediera dejaría de darse losofía: lo que a lo largo del libro voy llamando ra-
sexualidad, erotismo, amor). Sólo que la lucha en- zón fronteriza, o razón referida al concepto ontológi-
tre las potencias se inclina hacia la potencia con- co de ser del límite.
juntiva. Y lo que de ello resulta es el juego. XIX, 2. Este libro constituye una teoría del co-
XVHI, 3. Lo contrario sucede en las experiencia s nocimiento . Se sustenta, sobre todo, en un elabo-
primarias de violencia, lucha y guerra. Ambas poten- rado tratado acerca de las categorías del pensa-
cias están también presentes, pero la potencia disyun- miento, o del pensar-dec ir en que éste se manifies-
tiva se halla propiamen te «potenciada». De ahí que ta (supuesta la intrínseca vinculación , afirmada en
el juego también presente en estas experiencia s se nuestro siglo, entre pensamien to y lenguaje). Esa
inclina hacia el polo contrario, violencia y guerra. «doctrina de las categorías» , que ya había sido pre-
XVHI, 4. En la guerra la relación entre las dos sentada, en clave simbólica, en mi libro La edad del

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espíritu, constituye el armazón y la columna verte- mover una demolición «des-constr uctiva» de ese
bral del organismo vivo al que denomino filosofía concepto).
del límite, y que constituye mi personal aportación XIX, 5. Es una teoría del conocimien to funda-
al campo de juego de las ideas filosóficas. da en el compromis o ontológico respecto al ser del
XIX, 3. La doctrina de las categorías compone límite lo que aquí se propone: un concepto nuevo
el órganon de la filosofía del límite: el ars magna en de razón, que es el de razón fronteriza, o el de una
el cual ésta se sustenta. Constituye , de hecho, su razón que asume una premisa previa a su propia
trama estrictamen te lógica, o lógico-ling üística. Tal implantaci ón, en la cual premisa (existencial) aco-
trama ya había sido presentida, si bien de forma ge la presencia del límite; una razón, por tanto, que
todavía intuitiva, en mi exploració n del «sistema no produce, desde ella misma, su propio dato in-
de las artes» de Lógica del límite. De ahí que llama- augural, sino que se debe a un dato del comienzo
ra «lógica» a esa pieza fundament al de mi propia con el que «se encuentra» y que es de carácter em-
filosofía. Pero sólo en La edad del espíritu supe des- pírico. Tal dato del comienzo es, como se ha ido
prender esa trabazón de categorías (en número de viendo, lo que debe ser denominad o existencia: una
siete, y en tres distintas agrupacion es). En este li- existencia que posee su propio límite incorporad o.
bro conduzco esta doctrina de las categorías a su La razón es fronteriza en razón de su intrínseca
territorio propio y pertinente, el ámbito lógico- relación a ese dato que le desborda y sobrepasa,
ontológico que constituye el presupuest o mismo de pero en el cual halla justamente su posibilidad mis-
una doctrina acerca del conocimien to. ma de constituirs e como razón.
XIX, 4. La teoría del conocimien to avanza has- XIX, 6. Una razón fronteriza abierta a lo simbó-
ta acuñar un concepto nuevo y original respecto a lico, ya que el símbolo es aquello de allende el límite
lo que tradicional mente se entiende por verdad; un que puede llegar a revelarse (a través del culto reli-
concepto que puede, aquí y allá, recrear aspectos gioso y de la exposición artístico-po ética). Tal razón
de las doctrinas tradicional es al respecto, pero que, fronteriza, en diálogo con ese remanente simbólico,
en razón de la inspiración limítrofe de esta filoso- es lo que al final de mi libro La edad del espíritu pre-
fía, conduce ese concepto a un terreno nuevo y per- sentaba como gran tema y tarea de la filosofía del
fectamente diferenciad o, irreductibl e tanto a las futuro: como lo que en ese libro llamaba espíritu: el
doctrinas tradicional es (como las que definen ver- vendaval huracanad o en el cual razón fronteriza y
dad como «adecuació n», adaecuatio) como con re- acceso simbólico podían acaso conjuntarse , confi-
lación a doctrinas modernas (como la heideggeria - riendo energía y dinamismo a nuestra condición de
na) o posmodern as (como las que se limitan a pro- habitantes del límite, o de humanos fronterizos.

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Epílogo : Secular izar la razón

La modernid ad y la posmode rnidad han san-


cionado un proceso que se presiente desde el siglo
ilustrado : la plena seculariz ación de todas las ins-
titucione s y pautas sociales o culturale s que confi-
guran nuestra contempo raneidad . Ya Max Weber
había descrito ese poder de la razón por desencan -
tar, o deshechiz ar, todas las figuras del mundo; y
de erigirse en el único criterio de legitimac ión tan-
to del poder secular como de todas las instancia s
con pretensió n de autoridad en nuestro mundo. La
ciencia y la técnica han sido, a este respecto, los
agentes más efectivos para conducir este proceso
seculariz ador hasta sus últimas consecue ncias.
Hoy vivimos en una sociedad plename nte
seculariz ada, en la cual no vale ya apelar a instan-
cias sagradas para convalida r actitudes y proyec-
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tos, iniciativas o empresas. La razón, en su múlti- zón fronteriza, consciente a la vez de sus límites y
ple modo de presentarse, se basta y sobra para lle- de sus alcances, puede servir de antídoto a una
var a cabo esa convalidación. Pero con todo ello ha Razón (con mayúsculas) que atrae para sí los atri-
acontecido algo muy característico de nuestro butos de lo sacro. Secularizar la razón significa
mundo de vida posmoderno: esa razón ha sido, de rescatarla en su carácter real, al que corresponde
forma velada e inconfesada, pero enormemente la letra minúscula: la que a la vez la convalida en
efectiva, elevada al rango de lo sagrado. Se ha si- sus ámbitos de solvencia, concediéndole la digni-
tuado a la razón en el pedestal que en otros mun- dad que le es propia, y que no necesita pedestales
dos culturales o históricos se hallaba situada la ni mayúsculas para manifestarse.
religión. La razón ha sido convertida en oráculo al La razón fronteriza es aquella que corresponde
que apelar en todas las cuestiones que reclaman a nuestra propia inteligencia; una inteligencia que
alguna suerte de autoridad legítima; la razón a tra- se comprueba en su capacidad de diálogo con sus
vés de sus más poderosos agentes, como son la cien- propias sombras: con todo aquello que la reta y la
cia y la técnica. cuestiona, pero que por lo mismo la pone a prueba,
Hoy se impone la tarea, propia de este fin de la fortalece y la enriquece. Esa inteligencia es la que
siglo y de milenio, de rescatar la razón de ese do- corresponde a nuestra condición de habitantes de
minio de lo sacro. O lo que es lo mismo: se hace la frontera: pobladores del estrecho cerco de cordu-
necesario llevar a cabo la tarea, necesaria, de secu- ra que nos salvaguarda de la locura; o del empeño
larizar la razón. Sólo una razón desprendida de ese porfiado en rescatar el sentido ante el asedio del ge-
culto indebido que se le prodiga en nuestros me- neral sinsentido. O que repone en su lugar lo sagra-
dios culturales y sociales, salvada de su propia erec- do como la referencia a todo aquéllo que nos rodea
ción al rango de lo sagrado, podría consumar de y circunda bajo la forma de enigma y de misterio, y
verdad el proyecto ilustrado, que entre tanto sub- que sólo admite una forma de experiencia que
siste incompleto. Wittgenstein conceptuó como «lo místico».
Secularizar la razón significa situar sus agen- Eso «místico» carece de credencial para legiti-
tes más genuinos, la ciencia y la técnica, en su pro- mar y convalidar los asuntos de nuestro mundo
pio ámbito de incumbencia, sin que se pretenda de vida; pero posee plena relevancia en relación a
derivar de ellos inferencias indebidas que sólo se una experiencia limítrofe que alimenta, a la vez,
apoyan en creencias. Significa comprender los lí- una experiencia religiosa ilustrada, efectuada desde
mites inherentes a la razón, único modo de apro- la inteligencia y la libertad responsable; y una for-
vechar sus alcances y posibilidades. Sólo una ra- malización filosófica de nuevo cuño, capaz de sus-
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tentarse en las exigencias de nuestra inteligencia La inteligencia racional debe ser conducida has-
racional y de referirse, al mismo tiempo, a eso «mís- ta su propio límite; lo cual significa apurar todas
tico» que nos rodea y envuelve, y que determina sus fuerzas y energías; sólo así puede descubrir, si
nuestra condición fronteriza. es lúcida y consecuente consigo misma, su inhe-
Se impone, pues, en este fin de siglo y de milenio, rente y congénita «limitación». En ella puede en-
llevar a consumación un proyecto ilustrado que contrar, a través de la experiencia «mística», una
mantiene, hoy por hoy, dos asignaturas pendientes: posible apertura de ese límite (sin que éste quede,
la necesaria autocrítica de una razón sacralizada, sin embargo, anulado). Tal anulación fue el sueño
rescatada de su falso pedestal bajo la forma de la de una razón girada hacia «lo infinito», como fue
propuesta que aquí se hace, la de una razón fronte- el proyecto de razón de la modernidad, con su vo-
riza; y la apertura accesible a una experiencia de re- luntad fáustica por trascender todo límite. Hoy es-
ligación con el misterio que marque su radical dife- tamos curados de espantos en relación a lo que de
rencia con las formas de religión y religiosidad que ese proyecto de razón sin límites resultó: un mun-
mantienen todavía reductos refractarios al inapela- do con caracteres infernales como el propio de toda
ble proceso de secularización que es propio de nues- razón totalitaria, o de toda utopía racional que qui-
tro mundo histórico. so materializarse y encarnarse.
A una razón secularizada, salvada de las atri-
buciones de creencia y fe que provoca en su ver-
sión sacralizada, se corresponde, pues, una religión Barcelona, julio de 1997
o religiosidad basada en la inteligencia y en el ejer-
cicio responsable de la libertad; a esa religión la
suelo llamar «religión del espíritu»: una religiosi-
dad librada de la ganga de falsa sacralización que
todavía mantiene en muchas de sus manifestacio-
nes (en actitudes, comportamientos e institucio-
nes). Al combate ilustrado contra esos reductos
«supersticiosos» se corresponde el combate, igual-
mente ilustrado, contra las supersticiones que la
razón científico-técnica espontáneamente provoca,
o contra los usos indebidos de la razón en ámbitos
en los cuales carece de solvencia.
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