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PRIMEROS AUXILIOS CURSO BÁSICO (APUNTES)

Las fases del protocolo para la evaluación inicial de un accidentado son (lámina 1):

1.- Valoración primaria del paciente:

Identificación de situaciones de amenaza inmediata.

Reconocimiento rápido de las constantes vitales:

- Sistema nervioso (consciencia):


 Exploración.
 Valoraciones básicas: Consciente-Inconsciente.
- Aparato respiratorio (respiración):
 Exploración del herido.
 Valoración básica: Respiración espontánea-Falta la respiración.
- Aparato circulatorio (pulso):
 Exploración.
 Valoraciones básicas: Latido espontáneo-No hay pulso.

Restauración de las funciones vitales en caso necesario:

- Mantenimiento de la permeabilidad de las vías aéreas:


 Hiperextensión del cuello y elevación de la mandíbula.
 Elevación de la mandíbula sin hiperextensión.
 Retirada de cuerpos extraños de la boca.
- Reanudación de la respiración:
 Boca a boca.
 Boca a nariz.
- Reanudación de la circulación:
 Masaje cardiaco.
 Control hemorrágico.

2.- Fase de resucitación:

Maniobras de resucitación cardiopulmonar.

3.- Valoración secundaria:

Exploración neurológica básica.

- Exploración detallada:
 Cabeza.
 Cuello.
 Tórax.
 Abdomen.
 Extremidades.

4.- Tratamiento definitivo.

Personal médico cualificado.


Identificación
posibles
amenazas

Sistema nervioso
(consciencia)

Reconocimiento Aparato
Valoración respiratorio
constantes
primaria (respiración)
vitales
Aparato
circulatorio
(pulso)
Permeabilidad
de las vías
aéreas
Restauración
constantes Reanudación
vitales respiratoria

Reanudación
circulatoria

Fase de Maniobras de
resucitación resucitación

Exploración
neurológica
Valoración
secundaria
Exploración del
resto del cuerpo

Tratamiento Personal médico


definitivo cualificado
RESUCITACIÓN CARDIOPULMONAR (RCP)

Desarrollo de la evaluación inicial

Antes de analizar a fondo la metodología y las técnicas aplicables en caso de


accidente, se debe reconocer la importancia de la respiración y la actividad
cardiaca, para el perfecto funcionamiento corporal.

Conocimientos básicos de la respiración

El aparato respiratorio humano es el responsable de la ventilación o respiración


externa. Captura el oxígeno atmosférico para cederlo a la sangre y elimina el
dióxido de carbono resultante de la respiración celular.

El aparato respiratorio está formado por las vías respiratorias y los pulmones.

Las fosas nasales son dos amplias cavidades que se abren a partir de los orificios
nasales, separadas entre sí por el tabique nasal. Están tapizadas por las pituitarias,
repliegues encargados de calentar el aire inspirado y del sentido del olfato.

La faringe es un conducto cartilaginoso, comunicado con las fosas nasales, con la


cavidad bucal, con la laringe, con el oído medio y con el esófago.

La laringe está formada por varios cartílagos, destacando entre ellos la epiglotis,
lengüeta abatible que sella el conducto respiratorio durante la deglución, evitando
la entrada de alimentos en la tráquea. La laringe contiene las cuerdas vocales,
imprescindibles para la fonación.

La tráquea es un tubo semicircular y cartilaginoso, tapizado por un epitelio ciliado


y secretor de moco. Cualquier partícula sólida que llegue hasta aquí queda pegada
a la mucosa y la vibración de los cilios estimula el estornudo o la tos, lo que facilita
la expulsión del objeto.

Los bronquios son dos conductos cartílagos circulares, bifurcados desde la tráquea.
Los bronquios se introducen en los pulmones, ramificándose en bronquiolos
secundarios, terciarios, etcétera, hasta formar el árbol bronquial. En sus extremos,
unas expansiones globosas denominadas alvéolos pulmonares se rodean de los
capilares sanguíneos. La membrana extremadamente fina, que separa los capilares
de los alvéolos, permite difundir fácilmente los gases durante el intercambio
gaseoso.

Los pulmones son dos masas esponjosas de color rosado. Ubicados en el interior de
la caja torácica, están además protegidos por las pleuras, membranas entre las que
circula el lubricante líquido pleural.

La ventilación pulmonar consiste en la inspiración o entrada de aire y la espiración


o salida de gases. La inspiración se produce cuando la caja torácica aumenta de
volumen, permitiendo la expansión de los pulmones y el paso del aire a través de
los tubos respiratorios. Una inspiración permite la entrada de 0.5 litros de aire, una
inspiración forzada permite que entren 1.5 litros más. El aire inspirado contiene
hasta un 21 por ciento de oxígeno.

En la espiración la caja torácica vuelve a su estado relajado, presionando sobre los


pulmones, que a modo de fuelles empujan el aire por los conductos respiratorios.
Una espiración normal permite la salida de 0.5 litros de aire, y una espiración
forzada deja que salgan casi 3.5 litros (el aire complementario más el aire de
reserva). En los pulmones siempre quedan 1.5 litros de aire que no se pueden
movilizar, el aire residual. La capacidad pulmonar total es de unos cinco litros. El
aire espirado contiene mayoritariamente dióxido de carbono, pero todavía
conserva un 16 por ciento de oxígeno; éste es el motivo de que sean factibles las
insuflaciones durante la realización del boca a boca.

El oxígeno que llega hasta los alvéolos atraviesa la membrana capilar por simple
difusión e inmediatamente es atrapado por la hemoglobina de los glóbulos rojos,
formándose la oxihemoglobina.

La sangre oxigenada circula hasta las células saturadas en dióxido de carbono. El


O2 se transfiere de los capilares a las células por difusión, de igual modo que el CO 2
se incorpora a la sangre y viaja hacia los alvéolos en forma de des oxihemoglobina.

La verdadera respiración tiene lugar en el interior de las células corporales. Los


nutrientes, principalmente la glucosa, participan en reacciones catabólicas cuya
finalidad es la obtención de energía bioquímica, el ATP.

C6 H12 O6 + 6 O2  6 CO2 + 6 H2O + 38 ATP


(Glucosa) (Energía)
Cada molécula de ATP (adenosín trifosfato) contiene en sus enlaces 7 kcal, por
tanto la oxidación de la glucosa libera 266 kcal/mol de energía química, utilizable
para cualquier otra actividad metabólica.

El corazón y la circulación sanguínea

El aparato circulatorio sanguíneo humano es doble y cerrado. Doble, porque la


sangre pasa dos veces por el corazón antes de ser enviada al resto del cuerpo
(circulación mayor y circulación menor), y cerrado porque la sangre circula
siempre entubada.

El aparato circulatorio lo componen: el corazón o bomba impulsora, y las arterias,


venas y capilares, que son los conductos por donde fluye la sangre.

El corazón es un órgano muscular de forma cónica, situado en el centro-izquierda


de la cavidad torácica y con un tamaño similar al del puño de la persona adulta. Por
el exterior transitan las arterias y venas coronarias, así como los nervios que
intervienen en su inervación.

Internamente está dividido en cuatro cavidades: dos aurículas en la cuadrícula


superior y dos ventrículos en la cuadrícula inferior. Los ventrículos poseen paredes
musculares más gruesas que las aurículas y, en concreto, el miocardio del
ventrículo izquierdo tiene mayor anchura que el derecho, porque debe impulsar la
sangre con la potencia suficiente para llegar a los extremos más alejados del
cuerpo.

La aurícula izquierda está comunicada con el ventrículo izquierdo a través de la


válvula mitral o bicúspide, y la aurícula derecha se comunica con el ventrículo
derecho por medio de la válvula tricúspide. Las válvulas auriculoventriculares
permite que la sangre pase de unas cavidades a otras, pero impiden su retorno.
Las dos venas cavas (la superior y la inferior) abandonan la sangre recogida a lo
largo de todo el organismo, en la aurícula derecha. A la aurícula izquierda llegan las
cuatro venas pulmonares con la sangre recién oxigenada.

La arteria pulmonar sale del ventrículo derecho en busca del oxígeno de los
alvéolos pulmonares, mientras que del ventrículo izquierdo parte la arteria aorta
para ofrecer sangre purificada a los tejidos y órganos del cuerpo.

El flujo de sangre hacia el corazón a través de las venas se efectúa de una forma
continua y sin dificultad. Sin embargo, la salida de la sangre desde los ventrículos a
las arterias está regulada por las válvulas, que se abren solamente cuando la
sangre ventricular adquiere cierta presión como consecuencia de la contracción
del ventrículo.

Las arterias son los vasos sanguíneos que difunden la sangre procedente del
corazón hacia los distintos órganos. Histológicamente las arterias tienen tres
capas: la túnica adventicia, capa externa de tejido conjuntivo; la túnica media, capa
intermedia de fibras musculares lisas y anulares y de fibras elásticas, y la túnica
interna, de tejido endotelial.

Las arterias de pequeño calibre o arteriolas, al ramificarse, dan origen a los


capilares. Los capilares son vasos muy finos formados exclusivamente por una
capa de tejido endotelial. Los capilares forman una trama tanto más densa cuanto
mayor es la actividad metabólica del órgano en cuestión, pues sus membranas
finas permiten el intercambio molecular: el oxígeno y las sustancias nutritivas son
cedidas a las células desde el capilar y el dióxido de carbono, y los productos de
desecho procedentes del metabolismo celular pasan al torrente sanguíneo.

Se conoce como presión arterial la presión ejercida por la sangre sobre las paredes
de las arterias. Una persona adulta y sana tiene una tensión media de 12:8 es decir,
la presión máxima o sistólica es de 120 mm Hg y la mínima o diastólica es de 80
mm de Hg.

Las venas son los vasos sanguíneos por donde fluye la sangre con destino al
corazón, después de pasar por los distintos órganos y tejido corporales. Su
estructura es similar a la de las arterias, pero con la túnica media más delgada, lo
cual las hace menos elásticas.

Las venas también reducen su perímetro, convirtiéndose en vénulas y finalmente


en capilares.

El corazón es la bomba aspirante-impelente de la sangre. La contracción del


músculo cardíaco sigue la ley del todo o nada (late o no late, pero nunca se queda a
medias) y está dirigida por el tejido nodal, constituidas por células musculares
modificadas que se han especializado en la estimulación del músculo cardiaco.

Las contracciones rítmicas, sístoles, se alternan en movimientos de relajación,


diástoles. Así, durante la sístole auricular los ventrículos se hallan en diástole, para
que en la sístole ventricular las aurículas estén en diástole.

La sucesión de acontecimientos para el latido cardiaco son los siguientes:


- Sístole auricular: los músculos de las aurículas se contraen, las válvulas mitral y
tricúspide se abren y la sangre cae a los ventrículos. Duración aproximada de 0.15
segundos.

- Sístole ventricular: los ventrículos se contraen, aumentando la presión sanguínea


que impulsa la sangre hacia las arterias. Duración: unos 0.30 segundos.

- Diástole general: los ventrículos se distienden después de vaciarse, junto con las
aurículas. Duración aproximada de 0.40 segundos.

El ritmo cardiaco de un hombre normal en reposo es por tanto de unos 70 latidos


por minuto. Este ritmo varía con la edad, el ejercicio, la salud, etc. La taquicardia es
el incremento de la frecuencia cardiaca por encima de los 100 latidos/min. La
braquicardia es lo contrario, un ritmo cardiaco inferior a 60 latidos/min.

El pulso es la vibración rítmica provocada por la eyección de la sangre desde el


ventrículo izquierdo a la arteria aorta. La onda sanguínea alcanza una velocidad
media de unos 11 m/s.

La sangre oxigenada nunca se mezcla con la sangre enriquecida con dióxido de


carbono, de ahí la necesidad de un circuito doble. La circulación menor efectúa el
intercambio gaseoso respiratorio. El oxígeno obtenido durante la inspiración llega
a los alvéolos y atraviesa sus finísimas membranas, instalándose en un capilar
sanguíneo, que va aumentando de calibre progresivamente. Las vénulas
pulmonares se reúnen en cuatro venas pulmonares (dos por pulmón) que llegan
hasta la aurícula izquierda del corazón.

Durante la sístole auricular, la sangre oxigenada precipita al ventrículo izquierdo


mediante la apertura de la válvula mitral. La circulación mayor se inicia con la
sístole ventricular, la sangre rica en nutrientes es bombeada al resto del cuerpo a
través de la arteria aorta. La arteria más grande de nuestra anatomía al abandonar
el corazón se curva en el cayado de la aorta, de donde surgen tres ramas: el tronco
braquiocefálico, que se subdivide en subclavia derecha y carótida derecha; la
carótida izquierda, que riega la región izquierda del cuello y la cabeza, y la
subclavia izquierda, que nutre el brazo izquierdo, recibiendo los nombres de
arteria humeral, arteria radial, arteria cubital, arterias carpianas…

La aorta descendente se sitúa a la izquierda de la columna vertebral y cede su


sangre a los órganos corporales gracias a la arteria hepática, la arteria gástrica, la
arteria mesentérica, las arterias renales… A la altura de la vértebra L4 (4ª lumbar)
se ramifica en las arterias ilíacas internas (aportan sangre a los genitales) y las
arterias ilíacas externas que riegan el muslo con la arteria femoral, las piernas con
las arterias cubital y peronal y los pies con las arterias tarsianas y pedias.

Las arterias en cada órgano, músculo… , se van haciendo más estrechas y las
arteriolas alcanzan calibres delgados en los capilares arteriales, zonas por donde
se establece el intercambio de gases, nutrientes e iones. De cada órgano, un capilar
venoso recoge la sangre desoxigenada y la vierte en una vénula que finaliza en una
vena de mayores dimensiones.
Las venas pedias de los pies ascienden y se transforman en venas peronal y tibial,
en venas femorales que al unirse a las venas ilíacas internas forman la vena cava
inferior que asciende por la derecha de la columna vertebral, recibiendo la sangre
rica en desoxihemoglobina de las venas renales, venas mesentéricas, venas
gástricas, venas hepáticas…

La sangre enriquecida en dióxido de carbono de los brazos (venas carpianas, vena


cubital, vena radial y vena humeral) y de la cabeza y el cuello (venas yugulares) se
agrupan en la vena cava superior. Ambas cavas, la inferior y la superior, penetran
en la aurícula derecha, depositando la sangre sucia, que en la siguiente sístole
auricular pasa al ventrículo derecho y con la contracción del mismo sale por las
arterias pulmonares hacia los órganos respiratorios en donde, a la altura de los
alvéolos, los capilares arteriales ceden el CO2, que se elimina a la atmósfera
durante la espiración.

PRIMERA ACTUACIÓN

Lo primero que se debe hacer al avistar un accidente es evitar cualquier otro


peligro, tanto para la persona accidentada como para el asistente. Se realiza una
primera valoración visual, sin mover a la víctima, y si la amenaza perdurase,
socorrista y accidentado abandonan el lugar, en busca de un sitio más seguro.

- Si el accidente es de circulación, se para el tráfico y se señaliza la zona valiéndose


de los triángulos reflectantes o cualquier otro elemento: ropa, mochilas… El
reanimador aumenta su visualización colocándose el chaleco reflectante.
- Si el vehículo está en llamas o es una vivienda la que se quema, se intenta alejar al
máximo a los heridos.
- Si el aire está viciado por gases o vapores, se cierra la fuente de origen y se
desplaza al intoxicado hasta un lugar abierto.
- Si se ha producido una electrocución, se corta la corriente eléctrica o se aleja al
accidentado de la fuente con un palo o cualquier otro útil no conductor,
asegurándose de no estar en contacto con nada húmedo.

Existe un riesgo muy grave al mover a una persona con lesiones en la columna
vertebral o con daños desconocidos. La decisión se toma cuando, después de una
valoración de la situación, el riesgo de permanencia en el lugar sea mayor al de
movilización.

La evaluación inicial del paciente se efectúa in situ, analizando globalmente el


estado de la víctima, para determinar el alcance de las lesiones, establecer las
prioridades de actuación, adoptar las medidas necesarias y asegurar el futuro
traslado del herido al centro de salud, en las condiciones más adecuadas.

Cuando están implicados varios heridos en un accidente, tienen prioridad las


personas con heridas múltiples, particularmente las que carecen de ritmo cardiaco,
respiración o tengan hemorragias.

Las pautas de evaluación son:

1. Comprobación de los signos vitales.


2. Resucitación o mantenimiento de las funciones vitales.
3. Valoración secundaria.
Tratamiento definitivo.

1. COMPROBACIÓN DE LOS SIGNOS VITALES.

Acercándonos al herido se comprueba el adecuado funcionamiento de tres


elementos vitales: el sistema nervioso a través de la consciencia, el aparato
respiratorio mediante la respiración y el aparato circulatorio revisando si hay
pulso cardiaco (lámina 2).

Grado de consciencia

El asistente estimula al herido, hablándole, sacudiéndole con delicadeza los


hombros, dándole cachetitos en los carrillos…

a) Si la víctima responde a la voz, el tacto…, etc., se le cuestiona sobre lo ocurrido


y se buscan señales de hemorragias y signos de shock.

Si no se aprecia ninguna lesión en la columna, ni flujo sanguíneo, se tranquiliza y


anima al herido, a la vez que se le coloca en posición lateral de seguridad (PLS)
(lámina 3). Esta postura previene la entrada de líquidos o vómitos en los pulmones
y que la lengua obstruya el paso del aire.

Cuando el accidentado está acostado decúbito supino (de espaldas), se le hace


rodar suavemente sobre uno de sus costados. El brazo más próximo al yaciente se
extiende por encima de la cabeza y el otro se articula para que se apoye sobre el
abdomen. La pierna más alejada se flexiona y el socorrista tira de la víctima hacia
sí, traccionando el brazo y la rodilla más alejados.

Finalmente, se aflojan las prendas ajustadas y el reanimador permanece al lado del


herido, vigilando su respiración y dándole aliento moral.

b) Si la víctima está inconsciente y no responde a nuestros estímulos, se pide


ayuda en los teléfonos de urgencia.

A continuación se coloca al herido en posición de resucitación cardiopulmonar


(RCP), es decir, tumbado de cúbito supino con los brazos estirados paralelos al
cuerpo y sobre una superficie lisa y dura.

El asistente comprueba la permeabilidad de las vías aéreas, manteniendo siempre


controlada la columna vertebral. Las maniobras frente-nuca-mentón más comunes
son:

- La hiperextensión del cuello con elevación de la mandíbula: se realiza pasando una


mano por debajo de la nuca y elevando el cuello, a la vez que la otra mano yace
sobre la frente y presiona hacia el suelo. De esta manera, la barbilla se orienta
verticalmente. La mano de la nuca pasa al mentón, para separar la mandíbula y
comprobar la existencia de algún cuerpo extraño en la boca. De haber alguno, se
retira de la cavidad bucal con la maniobra “en gancho”: el dedo índice se articula
para arrastrar hacia el exterior cualquier materia que permaneciera en la boca
(lámina 4, Fig. 1).
- La elevación de la mandíbula sin hiperextensión: se ejecuta cuando hay sospechas
de lesión cervical, para evitar mover el cuello.
Respiración

El siguiente paso es comprobar si la víctima respira. El intercambio de gases


respiratorios permite el perfecto funcionamiento celular. La ausencia del oxígeno
en la sangre perjudica gravemente a las neuronas. Las neuronas son células muy
especializadas, dedicadas a la transmisión nerviosa y en definitiva a mantener
coordinada la fisiología corporal.

La hipoxia prolongada de 4 a 6 minutos genera en el herido graves lesiones


cerebrales. Si la falta de oxígeno supera los 10 minutos, se entra en muerte
biológica.

La maniobra de Heimlich (lámina 3, Fig. 2) se realiza cuando alguien se está


ahogando, pero todavía puede respirar y toser. El socorrista, posicionándose
detrás de la víctima, lo abraza y coloca las manos con los pulgares extendidos
presionando justo debajo de las costillas. Sin sigue sin respirar, el reanimador da
cuatro golpes secos entre los omóplatos y cuatro abrazos más, hasta que la
obstrucción afloje y el afectado recupere su ritmo respiratorio.

a) Si el accidentado respira espontáneamente, el socorrista le coloca en PLS e


inicia la exploración secundaria, en busca de posibles hemorragias.

2. FASE DE RESUCITACIÓN

Se desarrolla simultáneamente a la valoración primaria, en el momento de


verificar el problema: el herido no respira.

b) Si el herido no respira, inmediatamente se inicia la ventilación artificial. Las


causas del paro respiratorio pueden ser múltiples: ahogamiento, shock
eléctrico, asfixia, inflamación de las vías respiratorias por humo o gases,
compresión del pecho…

El reanimador coteja visualmente las oscilaciones rítmicas del tórax. De no


apreciarse bien, el socorrista aproxima su oído a la nariz-boca del herido, para
nuevamente revisar si exhala aire (lámina 4, Fig. 2). La revisión debe llevar 10
segundos de actuación.

Cuando el resultado es negativo, los métodos orales de ventilación artificial que se


pueden seguir para reanudar la respiración son: el boca a boca y el boca a nariz.
Ambos son rápidos y efectivos, salvo en casos de intoxicación por drogas y
envenenamiento por dióxido de carbono ( en estas situaciones los músculos y
nervios están bloqueados).

Para su realización es necesario colocar al afectado en posición de resucitación


cardiopulmonar (RCP), es decir, tumbado decúbito supino con los brazos estirados
paralelos al cuerpo y sobre una superficie lisa y dura.

Técnica del boca a boca o “beso de la vida”: el asistente, colocado a un lado de la


víctima, realiza la maniobra de frente-nuca-mentón para abrir las vías
respiratorias. Seguidamente pinza la nariz para cerrar la fosas nasales y aproxima
su boca a la boca del adulto, comenzando con dos insuflaciones rápidas en un
intervalo de 1 a 1.5 segundos (lámina 4, Fig. 3).

Ahora el socorrista tiene una misión doble: verificar durante 5-10 segundos la
existencia de pulso cardiaco (lámina 4, Fig. 4) e inspirar profundamente mientras
comprueba que el pecho se deprime, oyendo y sintiendo la salida de aire.

La ausencia de pulso exige las maniobras de RCP, pero si el corazón late y el herido
no recuperara la respiración espontáneamente, se continúa con las insuflaciones a
un ritmo de doce veces/minuto, es decir, una espiración cada cinco segundos.

Los primeros cinco minutos son vitales en una reanimación, el socorrista no debe
detenerse, pero si la víctima sigue sin respirar, se mantiene la respiración artificial
hasta casi una hora. Lo ideal en estos casos es disponer de varios candidatos para
turnarse en las maniobras de recuperación.

Técnica del boca a nariz: se aplica a los bebés, porque su rostro es tan pequeño,
que la boca del reanimador cubre la boca y nariz del pequeño. La maniobra se
desarrolla como en el supuesto anterior, pero insuflando con mayor delicadeza
para evitar dañar los delicados pulmones del lactante y con una frecuencia de 20-
25 respiraciones/minuto (una espiración cada tres segundos).

El método de Silvester se practica cuando hay heridas en la cara que imposibilitan


las técnicas anteriores. Al lesionado, tumbado decúbito supino, se le coloca una
manta doblada debajo de la espalda para elevar los hombros. El socorrista,
arrodillado delante de la cabeza, presiona firmemente con las palmas de las manos
sobre las costillas inferiores, para coger luego de los brazos de la victima y
extenderlos hacia arriba y hacia afuera en su extensión máxima. La maniobra se
debe repetir unas doce veces/min (lámina 3, Fig. 3).

El método Holger Nielson se recomienda cuando el herido está acostado decúbito


prono (boca abajo). El socorrista flexiona los brazos del ahogado y apoya la frente
sobre el dorsal de las manos. Voltea la cara hacia un lado y se arrodilla delante de
la cabeza de la víctima. El asistente, inclinándose hacia delante con los brazos
extendidos, aplica una presión suave y creciente sobre la espalda, alrededor de dos
segundos. Seguidamente, agarra los codos del accidentado y, echándose hacia
atrás, los eleva durante dos segundos. La técnica se repite también doce veces/min.

Algo obstruye las vías respiratorias más allá de las fosas nasales, si al insuflar se
comprueba que los pulmones no se hinchan. El reanimador ladea al herido, dando
golpes secos entre los omóplatos para intentar desatascar la traba. De no conseguir
nada, el socorrista debe tomar una decisión drástica, sólo aplicable en casos de
vida o muerte: la traqueotomía.

Los útiles necesarios para realizar esta práctica son: un hoja afilada y un tubo
hueco previamente esterilizados con agua hervida. Levantando los hombros y
echando la cabeza hacia atrás del ahogado para mantener el cuello recto, el
asistente pasa un dedo por debajo de la nuez, advirtiendo una segunda
protuberancia de menores dimensiones. Entre ambas se practica una incisión
pequeña y profunda. Girando el escarpelo, se abre el corte con una pequeña
hemorragia y se inserta el tubo, hundiéndolo suavemente. La cánula tiene que
inmovilizarse al cuello con una cinta adhesiva o esparadrapo. El socorrista, una vez
despejada la vía respiratoria, reinicia la respiración artificial.
Circulación

El pulso de un adulto en condiciones normales es de 60-80 pulsaciones/minuto. El


ritmo se puede incrementar después de sufrir un accidente por la excitación o
puede desaparecer si el corazón se para.

El socorrista puede tomar el pulso fácilmente a un herido, durante 5-10 segundos,


en:

- La muñeca: los dedos índice y corazón (nunca el pulgar que tiene pulso propio) se
apoyan sobre la región palmar de la muñeca, a dos centímetros de terminar el
dedo pulgar, para identificar la onda emitida por la arteria radial.
- El cuello: girando la cabeza del accidentado, se colocan los dedos en el hueco que
queda bajo el extremo de la mandíbula inferior, para sentir el pulso de la arteria
carótida.
a) Si tiene pulso y respira normalmente, se inicia la valoración secundaria. Si
continuara en parada respiratoria se sigue con la respiración artificial a una
frecuencia de doce veces/minuto.
b) Si no tiene pulso y las pupilas están más dilatadas de lo normal, hay que comenzar
el masaje cardiaco externo o resucitación cardiopulmonar:

El accidentado debería reposar sobre una superficie lisa y dura, para facilitar la
compresión.

El socorrista, arrodillado a un lado, detecta el punto de compresión en el tercio


inferior del esternón, perfilando la parrilla costal de un lado del herido hasta
posicionarse dos dedos por encima del centro costillar. Si se aplica el masaje
cardiaco en el extremo del esternón, se corre el riesgo de romper la apófisis
xifoides (lámina 5, Fig. 1).

El reanimador coloca la palma de una mano sobre el punto de presión y la otra


mano sobre la primera (lámina 5, Fig. 2). Con los brazos extendidos se inclina hacia
delante, oprimiendo quince veces a un ritmo de ochenta compresiones/minuto.
Abriendo las vías respiratorias, insufla dos veces y repite la operación cuatro veces
más, antes de comprobar nuevamente el pulso carotideo (lámina 6, Fig. 1).

La presencia de dos socorristas simplifica la técnica. Uno se encarga


permanentemente de la respiración artificial y el otro del masaje cardiaco,
marcando un ritmo de una insuflación: cinco compresiones, con una frecuencia de
80 presiones/minuto, comprobando el pulso cada diez ciclos (lámina 6, Fig. 2).

La RCP básica en niños de entre 1-8 años sufre alguna modificación:

- La ventilación artificial se hace boca a boca o boca a nariz, según la edad, con una
frecuencia de 15 a 20 respiraciones/minuto (una insuflación cada cuatro
segundos).
- El masaje cardiaco externo se da con la palma de una sola mano a un ritmo de 80-
100 presiones/minuto (lámina 5, Fig. 3).
- La alternancia compresión-ventilación será de 5:1.

La RCP básica en bebés de entre 0-12 meses también tiene algunos cambios:

- La ventilación artificial se hace boca a nariz, con una frecuencia de 20 a 25


respiraciones/minuto (una insuflación cada tres segundos).
- El pulso se reconoce en la arteria humeral del brazo. El masaje cardiaco externo se
con dos dedos a un ritmo de 100-120 presiones/minuto (lámina 5, Fig. 4).
- La alternancia compresión-ventilación será de 5:1.

3. VALORACIÓN SECUNDARIA

La valoración secundaria consiste en la exploración detallada y por sectores del


paciente, desde la cabeza a los pies, en busca de posibles lesiones. El reanimante
hace esta valoración una vez a asegurado las funciones vitales del herido.

La sistemática de actuación para la valoración secundaria es:

1. Examen neurológico básico:


- Nivel de conciencia: AVD (Actividades de la vida diaria).
- Pupilas: tamaño y reactividad a los cambios y movimientos luminosos.
- Exploración motora y sensitiva de los miembros: pellizcando o pinchando se
comprobará el grado de respuesta al estímulo.

2. Cabeza:
- Cuero cabelludo y caras: presencia de heridas, contusiones…
- Signos de fractura: otorragia (sangrar por los oídos), hematomas…
- Lesiones oculares.
- Fracturas o luxación en el maxilar inferior.

3. Cuello:
- Ante la mínima sospecha de fractura o luxación de la columna cervical, se debe
inmovilizar al herido.

4. Tórax:
- Lesiones externas, heridas…
- Dolor torácico: diferenciando el dolor cardiaco del muscular.
- Abdomen: heridas, contusiones…
- Hemorragia interna.

5. Extremidades:
- Heridas sangrantes, contusiones…
- Puntos dolorosos.
- Deformidades u otros signos de fractura.
4. TRATAMIENTO DEFINITIVO

La labor del socorrista ha terminado. El diagnóstico específico del herido corre


a cargo del personal sanitario. Los profesionales de la salud dispensarán un
tratamiento ajustado al cuadro clínico del paciente.

RECUERDE:

Las pautas de evaluación son:

- Comprobación de los signos vitales:


 Sistema nervioso (consciencia).
 Aparato respiratorio (respiración).
 Aparato circulatorio (pulso).
- Resucitación o mantenimiento de las funciones vitales:
 Maniobras RCP.
- Valoración secundaria:
 Exploración neurológica básica.
 Exploración detallada.
 Tratamiento definitivo a cargo del médico.

HERIDAS

La piel es una membrana cutánea resistente y flexible que cubre toda la superficie
corporal. Consta de varias capas epiteliales superpuestas:

La epidermis, capa externa de unos 5 mm de grosor, se construye con tejido


epitelial estratificado, cuyas células más superficiales están muertas, creando una
barrera impermeable contra agresores externos. La capa germinativa, en contacto
con la dermis, se divide continuamente para regenerar las células y la sustancia
melanina protege los niveles internos cutáneos de los rayos solares.

La dermis es una capa de tejido conjuntivo, rico en fibras de colágeno y elastina. Es


en este nivel donde se localizan la mayoría de los receptores sensoriales.

En la hipodermis o capa interna se concentran los adipocitos, células responsables


del aislamiento térmico y mecánico.

La misión de la piel, por tanto, es proteger al organismo ante roces y golpes y


actuar como defensa eficaz contra los microorganismos nocivos, a la vez que
mantiene constantes las variaciones térmicas.

Pero si la piel pierde su continuidad, los mecanismos de defensa reducen


funcionalidad y existe el riesgo grave de infección.

Una herida es una lesión física que implica la rotura de la piel por un accidente o
una acción traumática. Las consecuencias son la inminente entrada de gérmenes
que pueden envenenar todo el cuerpo (tétanos) y las posibles lesiones en tejidos y
órganos adyacentes, como músculos, nervios, vasos sanguíneos…

El bacilo anaeróbico Clostridium tetani provoca el tétanos, infección aguda y


mortal que afecta al sistema nervioso central. El cuadro tarda en manifestarse casi
un mes: parálisis muscular de la cara, cuello y abdomen, espasmos musculares,
parálisis respiratoria y muerte. Se inmuniza poniendo la vacuna del tétanos, sabia
decisión que toda persona debería tomar.

Las heridas se clasifican en:

- Heridas incisas cuando sus bordes son limpios y regulares. Suelen ser el resultado
de cortes con metal o vidrio.
- Heridas contusas si presentan bordes más irregulares. La fricción de una rodilla
sobre un pavimento terroso se caracteriza por este tipo de heridas.
- En las heridas punzantes predomina la profundidad sobre la superficie dañada. Un
apuñalamiento deja esta señal.
- Las heridas en colgajo muestran un fragmento de piel unido al resto mediante un
pedículo.
- Las heridas por desgarro exponen una amplia separación entre sus bordes. Por
ejemplo el desgarro producido al atravesar un alambre de espinas.
- En las heridas con pérdida de sustancia, el pedículo se secciona y deja a la vista una
oquedad.

Los primeros auxilios a seguir en caso de herida leve, son:

1. Valoración del estado del paciente, asegurando las constantes vitales.


2. Reducción de la hemorragia, si existiera.
3. Desinfección de los útiles de cura. Sería preferible usar materiales esterilizados,
pero en su ausencia se lavan los utensilios con agua hervida y con jabón, por su
carácter antiséptico.
4. Desinfección de las manos del asistente también con agua hervida y jabón.
5. Retirada de la ropa que delimita la herida y lavado de la misma con un antiséptico
como el agua oxigenada o en su defecto con agua hervida y jabón. Se debe limpiar
la herida de dentro hacia fuera, retirando cualquier partícula o suciedad. Nunca se
utiliza sobre la herida alcohol, yodo, pomadas con antibiótico o algodón.
6. Si la separación de los bordes es notoria, la herida se debe suturar, valiéndose de
suturas mariposa (se pueden confeccionar doblando un esparadrapo y cortando
dos pequeños triángulos en el centro). El asistente aplica la tirita en un lado de la
herida, cierra lo máximo sus bordes y presiona en el otro extremo de la tela
adhesiva.
Si los bordes de la cortada no se juntan por sí solos, se precisan puntos.
Previamente se hervirán durante veinte minutos, la aguja y el hilo de nailon o seda,
preferiblemente. Una vez lavadas las manos y la herida, el primer punto se anuda
en el centro del corte, añadiendo a un lado y otro los puntos necesarios hasta
cerrar la herida. Los puntos permanecen de cinco a diez días y luego se quitan
cortando el hilo a un lado del nudo y tirando de él, hasta su extracción total.
Si la herida se pone colorada, caliente, se hincha y duele, es que se ha infectado y se
deben quitar algunas de las suturas, para permitir el drenaje de la herida y la
salida del pus.
Una herida abierta más de doce horas nunca puede ser suturada, porque la
exposición durante tanto tiempo al aire asegura la infección.
7. Cubrimiento del corte con un apósito estéril.
8. Control de la herida en previsión de infección. Las infecciones locales se pueden
tratar con agua caliente y salada o con emplastos. Cualquier producto que pueda
aplastarse puede ser un emplasto: patata, arroz, semillas, arcilla…
Cuando la herida es muy grave, la actuación del reanimador se reduce
notablemente. Realiza la evaluación inicial y el control de la hemorragia. No extrae
cuerpos extraños del corte, ni corta los colgajos, limitándose a cubrir la herida con
un apósito a la espera del personal cualificado.

Algunos casos especiales de heridas que exigen un tratamiento particular son:

Las heridas perforantes en la cabeza pueden ocasionar daños cerebrales que


dificulten la respiración e ingestión de alimentos. El asistente asegura que las vías
nasales estén libres y que la lengua no se ha retraído. Retira cualquier diente roto o
postizo y controla la hemorragia. A la hora de mover al herido, se prestará
atención a una posible lesión cervical.

Las heridas perforantes en el tórax suelen dañar los pulmones y desencadenar un


neumotórax abierto, con acumulación de aire en el espacio pleural que provoca el
colapso pulmonar. La respiración se torna dificultosa y el dolor se intensifica.

La primera maniobra consiste en taponar oclusivamente la herida con la mano,


para evitar la entrada de aire pero sí facilitar su salida. Se acuesta a la víctima en
posición semisentada, con los hombros y la cabeza inclinados hacia la herida, y no
se le da nada de beber, humedeciéndole la boca si tiene sed.

Las heridas perforantes en el abdomen son casos graves porque suelen afectar a
órganos internos y provocan hemorragias internas, debiéndose prevenir el shock
hipovolémico.

El corte se cubre con un apósito estéril y humedecido y se coloca al yacente


tumbado boca arriba con las piernas flexionadas. No se reintroduce el contenido
intestinal, si éste hubiera salido, y no se permite la ingestión de líquidos ni sólidos.

Las amputaciones traumáticas demandan doble atención. Por una parte hay que
controlar la hemorragia de la zona amputada, mediante las técnicas de hemostasia
ya expuestas y por otro se cuida la sección amputada. La fracción cortada se lava
cuidadosamente con agua hervida y se cubre con un apósito estéril. Seguidamente,
se introduce en un bolsa de plástico que se mete en otra con hielo en su interior,
para conservarla en las mejores condiciones, en previsión de su posterior
implantación.

RECUERDE

- Valore el tipo de herida y su gravedad.


- Controle la hemorragia, si existiera.
- Limpie y desinfecte los tejidos abiertos.
- Cubra con un apósito limpio la herida.
- Traslade a un centro hospitalario si la herida es grave.
HEMORRAGIAS

La sangre es un líquido viscoso de sabor ligeramente salado y color rojo, por la


presencia de hierro en la hemoglobina en los eritrocitos y normalmente a unos 38
°C de temperatura.
La fracción líquida de la sangre se denomina plasma sanguíneo y está básicamente
integrada por agua (90%) y sustancias disueltas (10%), como gases, sales
minerales, glucosa, ácidos grasos, aminoácidos, hormonas… Los elementos
sanguíneos son los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas.

- Eritrocitos, hematíes o glóbulos rojos: los eritrocitos son corpúsculos discoidales


con una depresión central, encargados del transporte de los gases respiratorios. Al
carecer de núcleo, son células poco activas desde el punto de vista metabólico, por
lo que su consumo de oxígeno es limitado.

El número de hematíes en las personas varía con el sexo: los varones tienen unos
5.2 millones y las mujeres unos 4.7 millones, incrementándose considerablemente
(6.5 millones como media) en individuos que viven por encima de los 4500 metros
de altitud.

La eritropoyesis (formación de glóbulos rojos) tiene lugar en la médula ósea roja y


precisa del hierro que se obtiene directamente de la hemoglobina destruida o de la
ingesta de alimentos ricos en este metal (hígado, espinacas…). La eritrólisis
(destrucción de los hematíes) tiene lugar en el hígado, bazo y en la propia médula
ósea. La vida media de un eritrocito es de unos 120 días.

- Leucocitos o glóbulos blancos: los leucocitos son células nucleadas incoloras, con
una concentración de unos 5000 a 9000 por mm3 de sangre. Su producción se
realiza en la médula ósea y en los ganglios linfáticos. La misión general de los
glóbulos blancos es defender al organismo de microorganismos nocivos.

Por el torrente sanguíneo circulan distintas variedades de leucocitos:

Linfocitos: participan en los procesos inmunitarios al generar anticuerpos


específicos a determinados antígenos. Una enfermedad de desgraciada actualidad
es el SIDA, manifestada cuando el virus VIH destruye cierto grupo de leucocitos y el
cuerpo se queda sin defensas.

Monocitos y neutrófilos: tienen función fagocitaria.

Eosinófilos: el incremento de su concentración en la fórmula leucocitaria


sanguínea advierte de infecciones por parásitos o de crisis alérgicas.

Basófilos: segregan la heparina, una sustancia anticoagulante, y la histamina, una


sustancia vasodilatadora.

- Plaquetas o trombocitos:
No son células, sino fragmentos de pequeño tamaño procedentes de la destrucción
de macrocélulas de la médula roja de los huesos.
Su concentración en la sangre es de 150000 a 450000 por mm3. La función vital de
los trombocitos es realizar la coagulación sanguínea, proceso homeostático cuya
finalidad es taponar los vasos rotos, impidiendo la pérdida de cantidades excesivas
de sangre.
Cuando existe una hemorragia, los vasos sanguíneos se rompen y las plaquetas se
acumulan en la rugosidad manifestada por el corte. Los trombocitos segregan el
factor plaquetario que reacciona con las proteínas sanguíneas y en presencia de
iones Ca++ produce protrombinasa, enzima que gracias a la vitamina K y al Ca++
transforma la protrombina en trombina. La trombina actúa sobre el fibrinógeno,
convirtiéndolo en fibrina. Los filamentos de fibrina atrapan a los glóbulos rojos,
plasma y plaquetas, constituyendo el coágulo.

Una hemorragia es la extravasación de sangre desde los vasos sanguíneos hacia el


exterior del cuerpo (hemorragia externa) o hacia el interior del organismo
(hemorragia interna) en un corto período de tiempo.

Las hemorragias externas se perciben inmediatamente, así como las exteriorizadas


por los orificios naturales, como nariz, boca, oídos, ano… debido a la vistosidad de
la sangre. Por el contrario, las hemorragias internas no se manifiestan, dificultando
su identificación.

Las personas adultas tienen unos 6.5 litros de sangre. La gravedad de una
hemorragia depende, básicamente, de la velocidad con que se pierde sangre y el
volumen transvasado.

- La pérdida de hasta 750 mililitros de sangre (hemorragia de clase I) provoca cierta


debilidad en el individuo.
- El desmayo y el aumento del ritmo respiratorio y cardiaco, de la hemorragia de
clase II, coinciden con la pérdida de entre 750 mililitros y 1500 mililitros.
- El detrimento de hasta 2000 mililitros en el caudal sanguíneo causa el colapso
(hemorragia de clase III).
- La muerte se produce cuando el organismo ha perdido en torno a 2500 mililitros
de sangre (hemorragia de clase IV).

Se puede establecer otro tipo de clasificación, valorando el tipo de vaso sanguíneo


dañado y el precursor de la hemorragia:

- Hemorragia en sábanas: cuando afecta a los capilares venosos o arteriales. No


entraña peligro, porque los propios capilares suelen cauterizarse por sí solos. El
brote de sangre puede detenerse presionando en el punto sangrante con un
vendaje. Si es flujo, se vierte desde una extremidad y se eleva ésta por encima del
corazón manteniendo la presión.
- Hemorragia venosa: el líquido vital surge de una vena; por este motivo la sangre
tiene un tono más oscuro y fluye de forma continuada y lenta por la herida.
También se puede controlar presionando con o sin vendaje la zona abierta,
durante cinco a diez minutos.
- Hemorragia arterial: la sangre que mana de una arteria es roja y brillante, saliendo
abundantemente a intervalos, coincidiendo con la sístole ventricular. Son las
hemorragias más peligrosas, porque se pierde mucha sangre en muy poco tiempo,
por lo que deben se tratadas inmediatamente.

El protocolo de actuación en caso de hemorragia externa se ajusta a los siguientes


pasos:

1. Garantizar la seguridad personal y la del herido.


2. Confirmar la permeabilidad de las vías aéreas y hacer una valoración
cardiorespiratoria.
3. Acomodar o acostar al herido en previsión de posible lipotimia.
4. Aplicar presión directamente sobre la herida, para detener el flujo de sangre. Se
puede utilizar para la manipulación desde la mano, pañuelos, ropa… lo más limpia
posible, para evitar futuras infecciones. La aplicación es rápida y firme,
manteniéndola durante diez minutos. Sincrónicamente se eleva la zona dañada,
siempre y cuando se sospeche la inexistencia de fracturas.
5. Si con la presión y el alzado la hemorragia no cesa y es de tipo arterial, se presiona
sobre los puntos de compresión arterial o meridianos, por donde pasan los vasos
arteriales superficialmente y próximos a un hueso (lámina 7). De esta forma, si:

La sangre se localiza en: La presión se realizará:


Sien o cuero cabelludo. Delante o encima de la oreja.

Rostro debajo de los ojos. En el costado de la


mandíbula.
Hombro o parte superior del Encima de la clavícula.
brazo.

Codo. Cara interna de la parte


superior del brazo.
Parte inferior del brazo. Articulación del codo.

Mano. Zona palmar de la muñeca.

Muslo. Zona media de la ingle.

Pantorrilla. En la corva de la pierna.

Pie. Sobre el tobillo.

6. Continuar con la presión directa o colocar un vendaje compresivo, cuando la


hemorragia se haya estabilizado. Después de vendar un miembro, se debe
comprobar que los dedos no se queden fríos, adquieren un color azulado o pierden
sensibilidad. Si aparecen estos síntomas, es aconsejable aflojar las vendas para
evitar la gangrena del miembro.
7. Si la hemorragia persiste, la vida del herido está en peligro y se recurre al
torniquete. Sólo se efectúa en caso de aplastamiento, amputación o cuando la
compresión arterial ha sido un fracaso. La peligrosidad de la maniobra estriba en
que la carencia de oxígeno circulando por los tejidos provoca la necrosis celular y
la emisión de sustancias nocivas, que al aflojar el torniquete se reparten en todo el
cuerpo por el torrente sanguíneo.

El torniquete nunca se hace en zonas con dos huesos, luego la colocación se reduce
a la parte superior del brazo, justo debajo de la axila y en torno a la parte superior
del muslo.

La tela para el torniquete debe tener por lo menos cinco centímetros de ancho para
evitar dañar la piel y los nervios. La venda se envuelve alrededor del miembro
dañado, siempre por encima del corte, atándola con un nudo simple. Una varilla o
trozo de rama se apoya sobre el nudo y recibe dos nudos dobles. El sellado
hemorrágico comienza con el giro progresivo de la varilla, hasta el cese de la
hemorragia. Pasados 10-15 minutos, se afloja paulatinamente el torniquete hasta
quitarlo del miembro.

Si la hemorragia se resiste, se mantiene fijo el torniquete, marcando en la frente del


herido las letras TK y la hora en que ha sido aplicado. Nunca se tapa u oculta un
torniquete, siempre tiene que quedar bien visible.

Una complicación de la pérdida masiva de sangre es el shock hemorrágico,


ocasionado por la mala irrigación de oxígeno en los tejidos y que puede
desembocar en shock cardiogénico (descenso de la presión arterial debido a un
bombeo inadecuado del corazón), shock hipovolémico (la hemorragia ocasiona un
menor volumen de sangre bombeada) y disfunción vasomotora.

La persona que entra en shock hipovolémico presenta un cuadro clínico de sed,


piel fría, pálida y sudorosa, respiración rápida y superficial, ausencia de circulación
capilar que se manifiesta en la tardía recuperación del color de las uñas, cuando
éstas son pinzadas, pulso débil y posibilidad de taquicardias.

El protocolo de actuación en caso de hemorragia interna coincide en los puntos 1 y


2 del tratamiento de hemorragias externas. Seguidamente, se cubre a la víctima y
se inicia el tratamiento del shock hemorrágico.

Se dispone al herido en posición antishock (lámina 8, Fig. 1), es decir, tumbada


decúbito supino, con los brazos extendidos y paralelos al cuerpo y las piernas
estiradas y elevadas por encima del tronco. Se le mantiene a dieta de comida y
bebida hasta el traslado urgente al hospital.

Los primeros auxilios en caso de hemorragia exteriorizada por orificios naturales


se ajustan a su localización.

Otorragia o sangrado a través del oído, puede advertir de la fractura de la base del
cráneo. En casos leves se limpia externamente el oído, en casos graves coloca al
herido en posición lateral de seguridad sobre el oído sangrante, almohadillando
bajo la cabeza con ropa.

La epistaxis o hemorragia nasal suele controlarse pinzando la ternilla que separa


los dos orificios nasales o taponando la fosa sangrante.

Hemorragia por la boca: la sangre que sale por la boca puede proceder del tubo
digestivo, estómago o esófago (hematemesis) , por lo que va mezclada con vómitos
en lo que se conoce como posos de café, o derivar del aparato respiratorio,
básicamente de los pulmones (hemoptisis), confeccionando un espumarajo
herrumbroso.

La primera se trata aplicando frío local y disponiendo a la víctima decúbito supino


con las piernas flexionadas (lámina 8, Fig. 2). Se vigila el previsible shock
hemorrágico y se guarda una muestra del vómito para su posterior valoración por
parte de los facultativos.

La hemoptisis también requiere de frío local, pero en este caso se mantiene


semisentado al herido, vigilando la posible entrada en shock y recogiendo una
muestra de esputo para su examen (lámina 8, Fig. 3).
La hemorragia por el ano puede indicar hemorroides, cuando la sangre tiene color
rojo vivo, o úlceras en el intestino cuando se defecan melenas, heces viscosas, de
color oscuro y malolientes. La posición de espera y traslado al herido coincide con
la hematemesis (lámina 8, Fig. 2).

La hemorragia vaginal puede reducirse presionando con una toalla el orificio


pélvico y manteniendo a la herida tumbada boca arriba y con las piernas
flexionadas y cruzadas (lámina 8, Fig. 2).

QUEMADURAS

Toda lesión de los tejidos corporales, ocasionada por el calor en cualquiera de sus
formas, es una quemadura.

Las quemaduras térmicas se producen por la acción directa del calor: fuego,
líquidos hirviendo, radiación solar, gases a elevada temperatura…

Las quemaduras eléctricas derivan del contacto por un aparato o instalación


eléctrica o con un rayo.

Las quemaduras químicas o causticaciones las provocan los agentes químicos


como la lejía, gases corrosivos, venenos…

La gravedad de abrasamiento depende de diferentes factores:

- La profundidad de la quemadura que condiciona el rango de infección y su


cicatrización.
Las quemaduras de 1er grado afectan exclusivamente a la capa superficial de la piel,
la epidermis. Dibujan un eritema o enrojecimiento e inflamación sobre la
superficie dañada, lo que ocasiona ciertas molestias y un dolor moderado. Los
síntomas y las marcas suelen desaparecer al cabo de 5-10 días. (Lámina 9, Fig. 1)

Las quemaduras de 2º grado penetran hasta la dermis. Sobre la piel se manifiestan


flictenas, acumulaciones de líquido bajo la piel que perfilan una ampolla. Son
úlceras muy dolorosas porque alcanzan los extremos nerviosos, necesitando más
de un mes para la regeneración de los tejidos.

Las quemaduras de 3er grado dañan epidermis, dermis, hipodermis e incluso


músculos, nervios y vasos sanguíneos. Sobre el cuerpo aparecen escaras o costras
de color negruzco, resultado de la necrosis celular. A pesar de su gravedad, estas
heridas son indoloras porque las terminaciones nerviosas han sido destruidas,
pero las quemaduras de alrededor, de orden menor, sí son muy molestas. La
curación de estas lesione graves demanda al menos un año de recuperación.

- La extensión de una quemadura está directamente relacionada con la peligrosidad.


Cuanta mayor superficie quemada, mayor riesgo de muerte para la víctima.

Un método rápido para calcular el área quemada se basa en usar la palma de la


mano del herido como equivalente al 1% de la superficie corporal. Aunque se
utiliza mucho más la regla de Wallace o regla de los 9 para valorar la extensión
quemada. En un adulto, la cabeza representa un 9%, cada brazo otro 9%, cada
pierna un 18%, el tronco ventral un 18%, el tronco dorsal otro 18% y la región
genital un 1%. (Lámina 9, Fig. 2)
Según la superficie quemada, las quemaduras pueden ser menores cuando son de
1er grado, cuando son de 2º grado y afectan a menos del 15% del cuerpo o cuando
son de 3er grado ocupando menos del 2% corporal.

Moderadas cuando son de 2º grado y se extienden por el 15-25% del cuerpo o de


3er grado afectando al 2-10% corporal, exceptuando cara, manos, pies y genitales.

Las quemaduras críticas se catalogan cuando son de 2º grado y afectan a más del
25-30% del cuerpo o de 3er grado, ocupando más del 10% corporal o menos del
10% pero afectan a cara, manos, pies y genitales.

- La edad: los bebés y los ancianos son colectivos más vulnerables que los adultos,
por lo que se exponen a sufrir mayores complicaciones derivadas de las
quemaduras.
- La implicación respiratoria: si además del abrasamiento externo, la víctima ha
inhalado humo o gases tóxicos, el cuadro clínico se agrava, desencadenando el
shock hipovolémico plasmorrágico.
- La ingestión de cáusticos ejerce un efecto quemante y corrosivo a lo largo del tubo
digestivo: boca, faringe, esófago y estómago.

Los primeros auxilios que se deben practicar en caso de quemaduras son:

1. Realizar la evaluación inicial, valorando el estado general de la víctima y


manteniendo sus constantes vitales.
2. Enfriar inmediatamente la quemadura, poniéndola durante al menos 10
minutos debajo de un chorro de agua fría.
3. Cubrir la superficie quemada con apósitos estériles o en su defecto trapos muy
limpios, hervidos o lavados con agua y jabón.
4. Nunca quitar la ropa al quemado y menos si se encuentra adherida a la piel.
Solamente se desprenderá la ropa que esté impregnada en sustancias causticas
o hirvientes.
5. Retirar las pulseras, anillos, relojes…, para evitar que queden encajados si el
cuerpo se hincha.
6. No pinchar nunca las ampollas en quemaduras de 2º grado para evitar la
infección.
7. Si la persona está ardiendo, impedir que corra para no avivar las llamas. Éstas
se apagan haciendo rodar al quemado por el suelo o echándoles una manta por
encima, para consumir el oxígeno y que cese la combustión.
8. Si la quemadura cubre una gran superficie, prevenir la aparición del shock,
disponiendo al herido en posición antishock.
9. Procurar el traslado del paciente a un centro sanitario especializado en
quemados, lo antes posible.
10. Nunca echar pomadas o cremas sobre las quemaduras.
11. Dar de beber abundantemente al quemado, para que recupere cuanto antes los
líquidos y sales minerales perdidas, preferiblemente suero fisiológico, que se
puede elaborar vertiendo media cucharada de azúcar, media cucharadita de sal
o bicarbonato sódico y el zumo de un cítrico en un litro de agua.

CAUSTICACIONES

Los primeros auxilios que debe recibir una persona quemada por sustancias
corrosivas son:
1. Retirarle la ropa impregnada, para evitar el contacto del cáustico con la piel, y
tratarle el resto de las quemaduras químicas. Las abrasiones se enfrían más de
20 minutos bajo un chorro de agua abundante.
Enviarle rápidamente a un hospital especializado en quemaduras.
2. Si la causticación se produce en los ojos, mantenerle los párpados abiertos y
lavarle el globo ocular con agua abundante durante al menos 20 minutos.
Cubrirle ambos ojos con un vendaje o apósitos limpios y trasladarle
inmediatamente al oftalmólogo.

ELECTROCUCIONES

La metodología seguida para el tratamiento de personas electrocutadas es:


1. Desconectar la corriente eléctrica antes de tocar a la víctima.
2. Si ello no fuera posible, el socorrista debe aislarse con palos, cuerdas…, etc.,
para no tocar al herido directamente. Además comprobará que no está pisando
líquidos, puesto que el electrocutado puede haberse orinado.
3. Comprobar las constantes vitales, porque las descargas eléctricas logran la
entrada en parada cardiaca, e iniciar la resucitación cardiopulmonar, si fuera
necesario.
4. Cubrir las quemaduras, que son mucho más profundas de lo que aparentan los
dos pequeños orificios, uno de entrada y otro de salida, esbozados en el cuerpo
del herido.
5. Trasladar al hospital aunque las lesiones sean mínimas, ya que pueden
aparecer al cabo de 4-5 días alteraciones tardías.

La caída de un rayo sobre una persona puede prender su ropa y provocarle


graves quemaduras eléctricas, más profundas si el individuo lleva reloj, anillos
u objetos metálicos.

El tratamiento será similar al enumerado anteriormente, salvando los puntos 1


y 2.

TRAUMATISMOS OSTEOARTICULARES

El sistema locomotor es el conjunto formado por todos los huesos, articulaciones,


músculos y estructuras anexas como los tendones y ligamentos, que participan en
el movimiento.

Los músculos representan la parte activa del movimiento. Se unen a los huesos a
través de los tendones que traccionan de ellos, según las distintas técnicas de
palanca.

El esqueleto integrado por los huesos configura la parte pasiva del movimiento.
Las piezas óseas dan sostén al resto de los tejidos orgánicos y protegen a órganos
extremadamente delicados.

El esqueleto humano consta de 206 huesos con una estructura común. La zona
cortical está formada por tejido óseo compacto, mientras que la medular está
representada por el tejido óseo esponjoso, cuyos huecos se rellenan con la médula
roja. La morfología ósea se reduce a tres posibles formas:

- Los huesos cortos, caracterizados por su pequeño tamaño, como el escafoides y el


semilunar del carpo (lámina 10, Fig. 3).
- Los huesos largos, más alargados, desarrollan la epífisis o cabeza de los extremos,
en donde se concentra la médula roja gestante de los eritrocitos y la diáfisis en el
centro, surcada por el canal medular rellena de médula ósea amarilla. Un ejemplo
es el fémur, el hueso más largo del esqueleto humano (lámina 10, Fig. 1).
- Los huesos planos tienen muy poco espesor, pero amplia superficie. El frontal, el
occipital, ambos huesos del cráneo, pertenecerían a este grupo (lámina 10, Fig. 2).

Las articulaciones son la forma que tienen de unirse dos o más huesos. Se
distinguen tres formas principales:

- Articulación fija o sinartrosis: los huesos contactan a lo largo de superficies en


bisel y dentadas que encajan perfectamente impidiendo el movimiento. Los huesos
de la caja craneana se unen de esta manera (lámina 11, Fig. 2).
- Articulación semimóvil o antiartrosis: cuando los huesos están separados por un
jinete cartilaginoso que permite cierta movilidad a las piezas óseas. Es la
articulación típica de las vértebras (lámina 11, Fig. 3).
- Articulación móvil o diartrosis: los huesos que se ponen en contacto se perfilan con
el cartílago articular que evita la fricción durante el movimiento. El menisco adapta
perfectamente las superficies articulares y es un elemento que no aparece en todas
las articulaciones. Asegurando el contacto constante y la sujeción ósea, la cápsula
articular o envoltura fibrosa que rodea ambos huesos y los ligamentos o correas
tensas que se fijan de uno a otro hueso, afianzando su unión. Tapizando la cápsula
está la membrana sinovial de aspecto aterciopelado y fuertemente vascularizada,
en donde se elabora una sustancia viscosa y lubricante, el líquido sinovial (lámina
11, Fig. 1).

ESGUINCE

El esguince es una separación, momentánea y espontáneamente reducible, de las


superficies articulares por elongación del sistema de sujeción articular. Dicho de
otra manera, es el estiramiento de la cápsula articular y los ligamentos.

Dependiendo de la magnitud del estiramiento, se distinguen varios grado de


esguince:

Esguince de primer grado: Se produce una gran distensión de la cápsula y


ligamentos, pero no se llega a la rotura. El lesionado siente en la zona calor,
impotencia funcional y un dolor pasivo.

Esguince de segundo grado: ocurre cuando la cápsula se distiende y los ligamentos


se rompen parcialmente. La región articular se inflama, existe impotencia
funcional, el dolor se agudiza y suelen aparecer manifestaciones hemorrágicas
superficiales (MHS) producidas cuando la sangre de los capilares rotos se difunde
hacia la periferia.

Esguince de tercer grado: El estiramiento es tan poderoso, que se rompen los


ligamentos y la cápsula articular. Suele conllevar la rotura de la bolsa sinovial y
salida del líquido sinovial, por lo que la movilidad resulta imposible. La inflamación
es considerable y las MHS muy llamativas.

La ayuda que se puede prestar a un lesionado por esguince es:

1. Inmovilizar la articulación afectada.


2. Elevar el miembro afectado para facilitar el drenaje linfático y mantenerlo en
reposo.
3. Aplicar frío local durante las primeras 24 horas para reducir la inflamación.
Colocar hielo sobre la zona articular a intervalos de 10-30 minutos,
descansando el doble de tiempo de la aplicación.
4. No aplicar pomadas antiinflamatorias.
5. Si el dolor es intenso, el herido puede tomar AINES, antiinflamatorios no
esteroideos, por su capacidad analgésica.
6. Trasladar a un centro sanitario.

LUXACIONES

Una luxación es la separación duradera y no espontáneamente reducble de las


superficies articulares que forman una articulación. La subluxación se produce
cuando no se pierde totalmente el contacto con las superficies articulares,
mientras que en la luxación completa los huesos pierden el apoyo entre sí.

La luxación más habitual es la de la articulación escapulohumeral, el hombro. Se


debe a que la cápsula articular es grande y no está tensa, los ligamentos son
pequeños y frágiles y su movimiento, sin embargo, es el más amplio, con un giro de
360º.

Los síntomas característicos de una luxación son un dolor intenso, inflamación,


MHS en la zona articular, bloqueo total del movimiento y deformación articular.

Las formas de tratar una luxación son:

1. Inmovilización de la articulación afectada, tal como se encuentre.


2. Nunca se manipula ni se reduce una luxación, por peligro a pinzar e incluso
seccionar algún nervio o vaso sanguíneo.
3. Traslado al centro sanitario.

FRACTURAS

Una fractura ósea es la pérdida de continuidad de un hueso, consecuencia de una


patología (osteoporosis en ancianos, raquitismo en niños…) o por un traumatismo.
Según su gravedad, se pueden clasificar en:

Fracturas abiertas: cuando el hueso roto atraviesa la piel, provocando una herida.

Fracturas cerradas: cuando la piel permanece intacta y no existe, por tanto, herida.

La persona que ha sufrido este tipo de trauma presenta unos síntomas de dolor
intenso que aumenta con la movilización de la zona, deformidad del área por
acortamiento del miembro o visión de la herida, impotencia funcional acusada,
inflamación y manifestaciones hemorrágicas.

Los primeros auxilios que se pueden proporcionar a una herida con fractura son:

1. No movilizar al accidentado si no es absolutamente necesario, para evitar


agravar la fractura.
2. Retirar anillos, relojes y pulseras si el miembro fracturado es la extremidad
superior.
3. Explorar la motilidad y sensibilidad distales.
4. Cubrir las heridas con apósitos estériles, si se ha producido una fractura
abierta, y reprimir la hemorragia en su caso.
5. Inmovilizar el área de la fractura sin reducirla, incluyendo las articulaciones
adyacentes, para aumentar la fijación. El protocolo para la inmovilización se
analizará detalladamente en Vendaje, inmovilización y traslado de un herido.

TRAUMATISMO TORÁCICO

El traumatismo torácico se produce generalmente por un fuerte golpe en el pecho


o también por impacto de arma blanca o de fuego.

El tórax inestable se debe a la rotura de una costilla por varios puntos, lo que
genera una respiración paradójica, es decir, durante la inspiración el área
lesionada no se expande como el resto de la caja torácica, sino que se hunde,
reduciendo la capacidad pulmonar.

La respiración se hace rápida, superficial y muy dolorosa (al apuñalamiento la


vuelve lenta y profunda). En cualquier caso, la forma de tratar al herido es la
siguiente:

1. Controlar la permeabilidad de las vías respiratorias.


2. No extraer nunca los cuerpos extraños, solamente inmovilizarlos si fuera
necesario.
3. Verificar periódicamente las constantes vitales.
4. En caso de herida abierta, cubrir con un apósito estéril, para evitar la entrada
de aire hacia el interior y el colapso del pulmón.

Las fracturas que afectan al cráneo-cara o a las vértebras tienen el agravante de


poder dañar los tejido y órganos nerviosos; tal importancia les otorga un capítulo
completo.

PATOLOGÍAS MUSCULARES

Los músculos esqueléticos son órganos constituidos por tejido muscular estriado
con capacidad de excitación. El músculo se contrae al llegar la corriente nerviosa,
relajándose posteriormente, cuando el impulso cesa. La irritabilidad, la
contractilidad y la elasticidad son las características más representativas del tejido
muscular.

Los músculos presentan un cuerpo central conocido como vientre y varios puntos
de fijación al hueso. La unión entre los órganos activos y pasivos del aparato
locomotor se establece por medio de los tendones. El origen de un músculo es el
punto de unión con el hueso que no sufre desplazamiento durante el movimiento.
La inserción, por el contrario, es la región músculo-ósea que se traslada con ek
movimiento. Todos los músculos tienen una inserción, pero pueden presentar
distintos puntos de origen, denominados cabezas (ceps).

Los músculos están rodeados por un tejido conectivo, conocido como fascia. La
capa más externa recibe el nombre de epimisio. El conjunto de haces musculosos
que integran el músculo se envuelve por tejido conectivo, blanco y fibroso, llamado
perimisio. Hasta esta vaina llegan los finos capilares arteriales y venosos,
encargados de nutrir al músculo y evacuar sus desechos. Las fibras componentes
de los haces se mantienen unidas por el endomisio. Los tres recubrimientos
conectivos confluyen en los extremos del músculo, formando los tendones de
origen e inserción.

Las unidades funcionales del músculo son las fibras, células contráctiles, alargadas
y constituidas por microfibrillas, en donde se distinguen miofilamentos
representados por dos proteínas fibrilares y de acción antagónica, la actina y la
miosina. Los sarcómeros son las divisiones longitudinales de las miofibrillas
(lámina 12).

Las patologías musculares son características del colectivo que trabaja con
dedicación sus músculos, atletas y deportistas, si bien el ciudadano de a pie no está
exento de padecerlas en algunas ocasiones.

Las patologías musculares se pueden clasificar en no traumáticas y traumáticas.

PATOLOGIAS MUSCULARES NO TRAUMATICAS

Las agujetas son microrroturas de las miofibrillas musculares con el


correspondiente edema celular. Los dolores musculares que aparecen con
posterioridad a la realización del ejercicio son consecuencia de esfuerzos
inhabituales o de incrementar bruscamente la intensidad del ejercicio.

El tratamiento recomendado es bajar la intensidad física, aplicar paños calientes


sobre la zona afectada y tomar analgésicos para combatir el dolor.

Los calambres son contracciones musculares espasmódicas y dolorosas que


inmovilizan el músculo. Si el calambre sobreviene durante la actividad deportiva,
ésta queda paralizada. Cuando el calambre aparece en momentos de reposo
(molesta “subida de bola” del gemelo en la cama), las causas hay que buscarlas en
la falta de sales minerales o en una intoxicación.

La persona afectada por este tipo de dolencias, como medida preventiva, debe
beber mucha agua y seguir una dieta equilibrada rica en vitaminas y bioelementos
que aporten las sales minerales y nutrientes imprescindibles para el equilibrio
iónico.

Si no se hace caso de los calambres, el músculo puede sufrir una contractura.

Las contracturas son retracciones musculares sostenidas, dolorosas y


acompañadas de tensión muscular alrededor de la zona afectada. La contractura
puede afectar tanto a fibras, músculos, como a paquetes musculares. Las causas
pueden tener un origen extramuscular como el estrés, las posturas incorrectas y
forzadas… o, nuevamente, el uso prolongado del músculo, el incremento de la
intensidad del ejercicio…

El abandono de una contractura degenera en fibrosis, por lo que se recomienda la


aplicación de calor local y un posterior masaje deportivo.

La hipotonía es una disminución del tono muscular, producida por largos períodos
de inmovilidad muscular (estar escayolado, estar postrado en la cama…). Si el
músculo no trabaja, se deshidrata y pierde volumen; el resultado es una acusada
falta de fuerza.
El tratamiento que se puede dar en estos casos es la gimnasia pasiva, que
incrementa poco a poco el tono muscular y reeduca el trabajo habitual del
músculo.

La hipertonía es el incremento del tono muscular por un sobreesfuerzo físico o por


sobrecarga nerviosa. Tiene el peligro de terminar en rotura fibrilar, por lo que el
hidromasaje es una buena y relajante terapia.

El dolor torácico agudo se puede deber a causas múltiples, necesitando discernir


entre un origen muscular y un origen cardiaco mucho más grave.

El dolor muscular es fácilmente definido por el afectado. Su localización es variada,


pero siempre superficial y con límites bien determinados. El dolor se incrementa
con la palpación de la región dolorida y suele ser recidivante de una lesión
traumática.

El dolor de origen cardiaco es intenso, agravante y casi insoportable. El enfermo no


es capaz de definirlo concretamente: siente opresión, quemazón, pesadez… El
dolor profundo y mal limitado suele centrarse en la región retroesternal (zona de
la corbata) e irradiarse hacia el brazo izquierdo y/o cuello. Generalmente se
acompaña de debilidad, respiración dificultosa, náuseas y sudoración.

La persona que asista a un dolor cardiaco debe estar preparada para iniciar el
protocolo de RCP.

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