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Los Tres Pilares de la Eternidad

De acuerdo con su plan, Dios establecería tres condiciones críticas para hacer posible que sus hijos crecieran
hasta llegar a ser más semejantes a Él. Primera, teníamos que tener un lugar en donde pudiéramos
experimentar las pruebas de la mortalidad al estar separados de su presencia. Eso requeriría la
creación [viii]de una tierra. Segunda, La creación pura de Dios necesitaría, por medio del proceso del
albedrío, [ix] entrar en un estado caído, lo que permitiría la oposición en todas las cosas (ver 2 Nefi 2: 11). De
otra forma, todas las cosas “habrían permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, porque no
conocían la miseria; sin hacer lo bueno, porque no conocían el pecado” (2 Nefi 2: 23). Tercera, ese estado
caído hubiera permanecido y “el primer juicio que vino sobre el hombre habría tenido que permanecer
infinitamente” a menos que hubiera “una expiación infinita” (2 Nefi 9: 7; énfasis agregado). [x]
Estos tres eventos fundamentales—la Creación, la Caída y la Expiación—son llamados los tres pilares de la
eternidad. Los profetas del Libro de Mormón usaron repetidamente estos pilares para enseñar el plan.
Refiriéndose a esta relación, el élder Russell M. Nelson declaró: “El Libro de Mormón revela las interrelaciones
importantes entre la Creación, la Caída y la Expiación. Uno no puede comprender completamente la Expiación
sin entender primero la Caída; y la caída de Adán no se puede entender por completo sin primero entender la
Creación. Estos tres grandes pilares doctrinales se apoyan el uno al otro en el plan eterno de Dios.” [xi]

En el mundo premortal, antes de proceder con la Creación, fue preciso que se hallara a alguien que estuviera
dispuesto y capacitado para efectuar la Expiación. Este intercesor sería un mediador ante la justicia eterna por
nuestros debilidades, imperfecciones, la condición mortal y vencería a la muerte y al infierno. Estos dos
obstáculos no podrían ser derrotados para nosotros en el cielo por el espíritu premortal conocido como
Jehová; solamente podrían ser vencidos por el capacidad única de Jesucristo en la carne. Debido al
nacimiento distintivo del Salvador, tenía el poder de descender bajo la muerte y el infierno y romper sus
ligaduras desde adentro. Entonces, Él podría ascender otra vez al cielo con poder infinito para “atraer a todos
los hombres” [xii] hacia Él mediante el poder de la Resurrección. Abraham registró la profunda pregunta
premortal del Padre Celestial: “¿A quién enviaré?” Dado el hecho de que Jesús era [el] “Amado y [el]
Escogido desde el principio” (Moisés 4: 2) por el Padre, es probable que todos los ojos de la multitud celestial
hayan volteado y visto al “Cordero de Dios” (Apocalipsis 5: 6-7) para ver su respuesta a esa pregunta. El gran
Mesías premortal, el que había sido escogido desde el principio, simplemente declaró: “Heme aquí; envíame”
(Abraham 3: 27). El élder Neal A. Maxwell dijo: “Nunca ha habido alguien que ofreciera, en tan pocas
palabras, hacer tanto para tantos.” [xiii]

Vean como es que estos tres pilares forman la base para todos los otros aspectos del plan en el siguiente
diagrama.

Figura 3. Los Tres Pilares de la Eternidad.

Colocamos a Jesucristo y su Expiación prominentemente en el centro del diagrama para ilustrar su papel
central en el plan de redención. El Profeta José Smith enseñó que “los principios fundamentales de nuestra
religión es el testimonio de los apóstoles y profetas con respecto a Jesucristo, ‘que murió, fue sepultado, y se
levantó al tercer día, y ascendió al cielo;’ y todas las otras cosas pertenecientes a nuestra religión, son
apéndices de esto.” [xiv] Posteriormente el élder Bruce R. McConkie declaró además: “Vemos la Expiación del
Señor Jesucristo como el centro, el núcleo y el corazón de la religión revelada.” [xv]

La medida de la creación en la mortalidad de los hijos de Dios es llegar a ser semejantes a su Padre Celestial.
El estado de ser en el que moramos gobierna nuestra capacidad para progresar. Los pilares de la eternidad
alteran directamente los distintos estados de la humanidad. Al establecer estos tres pilares, Dios nos dio la
oportunidad de continuar a través de estados de ser adicionales en nuestra búsqueda del progreso eterno.
Los profetas del Libro de Mormón usaron la palabra estado más de cincuenta veces en referencias
específicas a nuestro progreso a través del plan de salvación. Esos mismos profetas enseñaron también
acerca de la relación entre los tres pilares y los estados mediante los cuales progresa la humanidad.

Paso 2: Un Estado de Inocencia

Cuando Dios creó a Adán y Eva en el Jardín de Edén, fueron creados en “un estado de inocencia” (2 Nefi 2:
23) como seres inmortales. Caminaron y hablaron con Dios y gozaron de su presencia; por tanto, llenamos la
línea entre la Creación y la Caída. En este estado paradisíaco, Adán y Eva no conocían el bien ni el mal, el
gozo o la miseria, la felicidad o la tristeza. No podían tener hijos (ver 2 Nefi 2: 22-23).

Figura 4. El estado de inocencia en Edén.

Dios no esperaba que Adán y Eva permanecieran para siempre en un estado de inocencia. Si hubieran
permanecido en un estado de inocencia edénica, no habrían progresado hacia la deidad.
Necesitaban experimentar un estado caído, mortal. La Caída y la oposición resultaron en un estado mortal en
las cuales se iniciaron las condiciones óptimas en las que podría ocurrir el progreso.

Mediante el poder de la Expiación, Dios cubre graciosamente con inocencia los primeros ocho años de
nuestra vida (ver D y C 68: 27 y Moroni 8: 8-13). Por tanto, cada uno de nosotros pasa personalmente por
progresos semejantes a las de Adán y Eva. Este estado de inocencia en la niñez crea un entorno seguro para
que aprendamos cómo navegar entre las opciones variadas en un cuerpo mortal sin el riesgo de un castigo
eterno por actuar equivocadamente.

Paso 3: Un Estado Caído, Mortal


La Caída marcó el comienzo de un estado mortal e introdujo dos consecuencias mayores para Adán, Eva y
toda su posteridad: la muerte física y la muerte espiritual. En el sentido del evangelio, la muerte significa la
separación de dos cosas. La muerte física es la separación del espíritu y el cuerpo. La muerte espiritual
representa nuestra separación de Dios.

Figura 5: Las Dos Muertes

La condición caída de la muerte espiritual, o estar separados de Dios, proporciona la situación y las
condiciones que hacen posible que todos los hijos de Dios sean probados, que aprendan de sus propias
experiencias, y desarrollen los atributos de Dios. Desde el nacimiento hasta la muerte, nuestro estado caído
propicia una batalla constante entre nuestro espíritu (que llega a la tierra y viene de la presencia de Dios) y
nuestro cuerpo (formado con materia caída). Aunque este cuerpo es un don sagrado, tiene deseos, apetitos y
pasiones que, si no se controlan, le dan poder a Satanás para atar y cautivar a los hijos de Dios (ver 2 Nefi 2:
29).

Dicho simplemente, el cuerpo en un estado natural, carnal y caído busca la comodidad y el placer para sí
mismo. El placer para el cuerpo viene por la satisfacción de los apetitos y las pasiones naturales. Cuando
nuestro espíritu falla en “refrenar todas [nuestras] pasiones” (Alma 38: 12) de acuerdo con los mandamientos,
los apetitos y pasiones crecientemente satisfechos tienden a crecer y consiguientemente conducen a la
servidumbre y a la regresión espiritual. Este pensamiento fue expresado aún más por el élder David A.
Bednar:

Como hijos de Dios, heredamos aptitudes divinas de Él; pero, actualmente vivimos en un mundo caído.
Los elementos con los que fue creado nuestro cuerpo son, por naturaleza, caídos y están siempre
sujetos a la influencia del pecado, la corrupción y la muerte. Por esa razón, la caída de Adán y sus
consecuencias espirituales y temporales nos afectan más directamente a través de nuestro cuerpo
físico. Sin embargo, somos seres duales, ya que nuestro espíritu, nuestra parte eterna, se aloja en un
cuerpo físico que está sujeto a la Caída. Como Jesús recalcó al apóstol Pedro: “El espíritu a la verdad
está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).

De modo que, la naturaleza precisa de la prueba de la vida terrenal puede resumirse con esta
pregunta: ¿Responderé a las inclinaciones del hombre natural o me someteré al influjo del Santo
Espíritu, me despojaré del hombre natural y me haré santo mediante la expiación de Cristo el Señor
(véase Mosíah 3:19)? Ésa es la prueba. Todo apetito, deseo, tendencia e impulso del hombre natural
puede vencerse por medio de la expiación de Jesucristo y a través de ella. Estamos aquí en la tierra
para desarrollar cualidades divinas y para refrenar todas las pasiones de la carne. [xvi]

Si vinimos a la tierra por la oportunidad de llegar a ser más semejantes a Dios, ¿por qué nos pondría en
cuerpos caídos de carne que tienen el deseo de hacer lo malo? [xvii] ¿Por qué ponernos en cuerpos que, por
naturaleza, buscan apartarnos cada vez más de su presencia y de sus atributos? La oposición de un cuerpo
mortal proporciona un prueba muy real y nos da la oportunidad de “despoj[arnos] del hombre natural y [nos]
haga[mos] santo[s] por la expiación de Cristo el Señor” (Mosíah 3: 19). Muy semejante al efecto fortalecedor
en los músculos por levantar pesas, a medida que vencemos al hombre natural y obedecemos los
mandamientos de Dios, vencemos la resistencia de nuestro estado caído, mortal y llegamos a ser más
semejantes a Dios.

Las escrituras contienen muchos relatos de personas que vencieron una oposición intensa al efectuar obras
maravillosas. Para que la mortalidad sea una prueba válida de la fe y muestra de nuestra confianza en el
Señor, la oposición debe estar “dentro” de nosotros, en lugar de solamente estar “contra” nosotros. Sólo
entonces podemos comprender que no podemos prevalecer por nosotros mismos. Nuestra condición caída y
la naturaleza carnal nos recuerdan constantemente nuestra absoluta y continua comprehensiva necesidad de
un Salvador y de Su Expiación. La Caída de Adán y Eva comienza nuestra necesidad de la redención que
solamente la Expiación puede traer.

Paso 4: Un Estado de Redención

Cristo tiene el poder para redimir a la humanidad de dos cosas: los efectos directos de la Caída y de nuestros
propios pecados.

Por medio de la Resurrección [xviii] Cristo redime incondicionalmente a toda la humanidad de la Caída. Sin
una Expiación infinita, permaneceríamos para siempre en nuestro estado caído, muertos espiritualmente,
excluídos de la presencia de Dios. El profeta Jacob usó la misma frase de cuatro palabras “para no levantarse
[ja]más” (2 Nefi 9: 7-8) para describir lo que le pasaría a nuestros cuerpos y nuestros espíritus si el Salvador
no hubiera efectuado una Expiación infinita por nosotros. Declara además que habríamos llegado a estar
sujetos al diablo y habríamos llegado a ser como él. De haber sido así, las representaciones visuales de la
muerte física y la muerte espiritual en la figura 5 serían flechas demostrando las consecuencias eternas,
constantes e infinitas.
Jesús terminó la Expiación infinita con su Resurrección e hizo posible para todos nosotros la redención de las
dos consecuencias: la muerte y el infierno, Muchos entienden que la resurrección vence a la muerte física.
Desafortunadamente, muchos mal interpretan las condiciones de la redención de la muerte espiritual, o la
separación de la presencia de Dios, la que también heredamos de Adán y Eva. Esta muerte espiritual
heredada, es muy diferente de la separación causada por nuestro mal uso del albedrío. Como se demuestra
abajo, el Libro de Mormón enseña repetidas veces que la Resurrección de Jesucristo redime
incondicionalmente a todos los hijos de Dios no solamente de su muerte física, sino también de su muerte
espiritual heredada (ver Mormón 9: 13).

Desde lo alto de las murallas de Zarahemla, Samuel el Lamanita enseñó: “Pues he aquí, de cierto tiene que
morir para que venga la salvación; sí, a él le corresponde y se hace necesario que muera para efectuar la
resurrección de los muertos, a fin de que por este medio los hombres sean llevados a la presencia del Señor”
(Helamán 14: 15). Recalca más el punto en el siguiente versículo: “Sí, he aquí, esta muerte lleva a efecto la
resurrección, y redime a todo el género humano de la primera muerte, esa muerte espiritual ” (versículo 16;
énfasis agregado). Para hacer el punto inequívoco, lo vuelve a declarar en el siguiente versículo: “Pero he
aquí, la resurrección de Cristo redime al género humano, sí, a toda la humanidad, y la trae de vuelta a la
presencia del Señor” (versículo 17). Samuel no dejó ninguna duda sobre la universalidad de la redención de
nuestra separación de la presencia de Dios mediante la Resurrección de Cristo.

Samuel no fue el único profeta que enseñó sobre la universalidad de la redención. Moroni declaró: “Y a causa
de la redención del hombre, que vino por Jesucristo, son llevados de vuelta a la presencia del Señor; sí, en
esto son redimidos todos los hombres, porque la muerte de Cristo hace efectiva la resurrección. . . . y saldrán,
pequeños así como grandes, y todos comparecerán ante su tribunal, redimidos y libres de esta ligadura eterna
de la muerte”. . . . (Mormón 9: 13). Amulek le dijo al pueblo de Ammoníah: “Pues bien, esta resurrección
vendrá sobre todos. . . . [y todos, con cuerpos resucitados] serán llevados a comparecer ante el tribunal de
Cristo el Hijo, y Dios el Padre, y el Santo Espíritu, que son un Eterno Dios, para ser juzgados según sus obras,
sean buenas o malas” (Alma 11: 44). Usando la terminología del Libro de Mormón, podemos decir que
somos redimidos de las dos muertes de Adán solamente por medio de la gracia (ver 2 Nefi 9: 22; Alma 12:
23; Mormón 7: 6) para que podamos ser juzgados perfectamente por nuestras propias obras (ver 2 Nefi 9:15;
28: 23; Alma 12: 8).

Debido a esta redención, ni uno solo de los hijos de Dios nacidos en este estado caído y mortal será castigado
por la transgresión de Adán (ver el segundo artículo de fe). En otras palabras, “la vía está preparada desde la
caída del hombre, y la salvación es gratuita” (2 Nefi 2: 4).

El élder D. Todd Christofferson también enseñó esta doctrina al decir lo siguiente:

La redención del Salvador consta de dos partes. Primero, expía la transgresión de Adán y
la resultante caída del hombre al vencer lo que podría llamarse los efectos directos de la
Caída: la muerte física y la muerte espiritual. La muerte física se entiende bien; la muerte espiritual
ocurre cuando el hombre se separa de Dios. Como dijo Pablo: “Porque así como en Adán todos
mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). Esta redención de la muerte
física y espiritual es universal y no tiene condiciones.[xix]

El Plan de Redención
Figura 6: La redención universal de las dos muertes.

¿Por qué querría Dios llevar a todos, a los malos y a los justos, de nuevo a su presencia? Los profetas del
Libro de Mormón son consistentes en este tema. La doctrina de la Resurrección está inseparablemente
conectada con la doctrina del Juicio. [xx] La Expiación lleva a cabo la Resurrección, y la Resurrección lleva a
toda la humanidad de regreso a la presencia de Dios para ser juzgada (ver Alma 42: 23; Helamán 14: 15-17; 2
Nefi 9: 15, 21-22; Mormón 9: 12-14).
Todos serán presentados ante la Divinidad (ver Alma 11: 44) habiendo sido redimidos de todos los efectos
directos de la Caída, solamente “por medio de los méritos, y misericordia, y gracia” de Cristo (2 Nefi 2: 8). Él
le pagó al Padre un precio que no podríamos pagar por nosotros mismos (ver Alma 42: 11-16). En ese
momento, cada hijo de Dios estará libre de todas las cargas impuestas por las decisiones de otros. Ese
estado de redención de todas las consecuencias externas permitirá que Jesús nos juzgue en base a nuestro
propio uso del albedrío.

Salvación Condicional del Pecado

Al nacer, todos heredan los efectos de la Caída y entran en un estado caído. Estando separados de Dios,
todos, excepto Jesús, pecan al llegar a la edad de responsabilidad (ver Alma 42: 14; D y C 68: 27). En el
Juicio, todos deben responder por esos pecados.

Aunque la redención de la Caída es incondicional para todos, la salvación de nuestros propios pecados se
concede solamente “con las condiciones del arrepentimiento” (D y C 138:19; Alma 42: 13; Helamán 5: 11).
Samuel enseñó a los nefitas que Cristo “lleva a efecto la condición del arrepentimiento, que aquel que se
arrepienta no será talado y arrojado al fuego; pero el que no se arrepienta será talado y hechado al fuego”
(Helamán 14: 18). Las condiciones del arrepentimiento son uno de los grandes temas del Libro de Mormón.
Con frecuencia se mencionan como la “doctrina de Cristo” (2 Nefi 31: 2, 21; 32: 6; 3 Nefi 11: 31-41), las
condiciones del arrepentimiento también forman una gran parte del evangelio de Jesucristo como Él mismo lo
definió en 3 Nefi 27: 13-21.

El élder D. Todd Christofferson enseñó además:

El segundo aspecto de la expiación del Salvador es la redención de lo que podrían denominarse las
consecuencias indirectas de la Caída: nuestros propios pecados, a diferencia de la transgresión de
Adán. . . . Dado que somos responsables de nuestras decisiones y que somos quienes las tomamos,
la redención de nuestros propios pecados es condicional: está sujeta a la confesión y al abandono del
pecado y a que se lleve una vida devota, o en otras palabras, sujeta al arrepentimiento (véase D. y C.
58:43). [xxi]

El Plan de Redención
Figura 7: La Redención de nuestros propios pecados

Cumplir con las condiciones del arrepentimiento constituye “hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25: 23; Alma 24:
11), nos reconcilia con Dios, y nos abre la puerta a las fuentes de la gracia redentora. Finalmente, la
redención de nuestros propios pecados requiere hacer y guardar convenios sagrados y recibir la
gracia. [xxii]

Es importante comprender que son necesarios nuestros esfuerzos para vivir el evangelio pero que no son
suficientes para la salvación eterna. La ley no nos puede salvar, solamente puede condenarnos (ver 2 Nefi 2:
5). Jesucristo nos salva por Su gracia. [xxiii] El Libro de Mormón enseña una clara relación entre lo que
hacemos, y el efecto que tiene en nuestra posición ante de Dios:
“pero no creían que la salvación viniera por la ley de Moisés [o por cualquier otra ley], sino que la ley de
Moisés servía para fortalecer su fe en Cristo; y así, mediante la fe, retenían la esperanza de salvación eterna.
. . . “ (Alma 25: 16). Por tanto, nuestros esfuerzos por vivir el evangelio de Jesucristo no nos salvan; aumentan
nuestra fe en Cristo. Confiamos en Él cada vez más y buscamos Su voluntad más que la nuestra. Ese
proceso, estimulado por Su misericordia y gracia, nos cambia. Llegamos a ser más y más como Él, y menos
como el hombre natural y caído, que solamente busca satisfacer los deseos, apetitos y pasiones mortales.

Paso 6: El Estado Final del Hombre

Muchos elementos del plan de redención culminan ante el tribunal de Dios. El Juicio marca el comienzo del
estado final de la humanidad. Un ángel le dio instrucciones al rey Benjamín que enseñara que Jesucristo hizo
lo que hizo y sufrió lo que sufrió “para que descienda un justo juicio sobre los hijos de los hombres” (Mosías
3:10). Mediante la Expiación de Jesucristo, todos serán redimidos de la tumba y llevados de regreso a la
presencia de Dios, pero esa reunión redentora para algunos será dolorosa y temporal. El Presidente Ezra Taft
Benson dijo: “Nada nos va a sorprender más cuando pasemos por el velo al otro lado, que el darnos cuenta
de lo bien que conocemos a nuestro Padre y que tan conocida nos es su faz.” [xxiv]

Varios profetas del Libro de Mormón hablaron de la respuesta ante el tribunal de aquellos que no cumplan con
las condiciones del Salvador para el arrepentimiento. El rey Benjamín declaró: “De manera que si ese hombre
no se arrepiente, y permanece y muere enemigo de Dios, las demandas de la divina justicia despiertan en su
alma inmortal un vivo sentimiento de su propia culpa que lo hace retroceder de la presencia del Señor, y le
llena el pecho de culpa, dolor y angustia, que es como un fuego inextinguible, cuya llama asciende para
siempre jamás. (Mosíah 2: 38; ver también 3: 24-25; Helamán 14: 18; Moroni 9: 4).

Alma hijo, también usó imaginería vívida al describir ese evento para los que no se arrepienten: “Así que, si
nuestros corazones se han endurecido, sí, si hemos endurecido nuestros corazones contra la palabra, al
grado de que no se halla en nosotros, entonces nuestra condición será terrible, porque seremos condenados.
. . . Y en esta terrible condición no nos atreveremos a mirar a nuestro Dios, sino que nos daríamos por felices
si pudiéramos mandar a las piedras y montañas que cayeran sobre nosotros, para que nos escondiesen de su
presencia” (Alma 12: 13-14; ver también Mosíah 16: 5).
Con la aclaración y revelación adicional recibida mediante el Profeta José Smith, aprendemos que Jesucristo
“glorifica al Padre y salva a todas las obras de sus manos, menos a esos hijos de perdición que niegan al Hijo
después que el Padre lo ha revelado” (D y C 76:43). Toda la humanidad, con excepción de los hijos de
perdición, será “salvada” en uno de tres grados de gloria: el celestial, el terrestre, o el telestial. El élder Dallin
H. Oaks enseñó: “estos tres diferentes grados de gloria tienen una relación particular con los tres diferentes
miembros de la Trinidad.” [xxv]

Los que entren al reino celestial moran eternamente en un estado de felicidad interminable (ver D y C 121: 45;
Mosíah 2: 41). En su mensaje final Mormón escribió: “Y él [Jesús] ha efectuado la redención del mundo, por lo
cual a aquel que en el día del juicio sea hallado inocente ante él, le será concedido morar en la presencia de
Dios, en su reino. . . “ (Mormón 7: 7). Los del reino celestial “morarán en la presencia de Dios y de su Cristo
para siempre jamás” (D y C 76: 62).

Los del reino terrestre “reciben de la presencia del Hijo, mas no de la plenitud del Padre” (versículo 77). Los
que reciban una gloria telestial “son arrojados al infierno, y padecen la ira de Dios Todopoderoso hasta el
cumplimiento de los tiempos. . . . mas a donde Dios y Cristo moran no podrán venir, por los siglos de los
siglos” (versículos 106, 112). No recibirán “de su plenitud en el mundo eterno, sino del Santo Espíritu por
medio de la ministración de lo terrestre” (versículo 86).

Quienes nieguen al Espíritu Santo no pueden soportar una gloria telestial. Estos hijos de perdición huirán de la
presencia de Dios a las tinieblas de afuera como “los únicos sobre quienes tendrá poder alguno la segunda
muerte” (D y C 76: 37; ver también Alma 12: 16).

El Plan de Redención

Figura 8. El Plan de Redención


En nuestro juicio, tendremos “un conocimiento perfecto semejante a [aquellos] en la carne, salvo que nuestro
conocimiento será perfecto” (2 Nefi 9:13). Este conocimiento perfecto encenderá “un vivo recuerdo de toda
nuestra culpa” (Alma 11: 43). Con esta percepción, hasta el más duro de los corazones reconocerá que
“todos sus juicios son rectos; que él es justo en todas sus obras” (Alma 12: 15). El plan de Dios es tan justo
que aún las almas destinadas al reino telestial “doblarán la rodilla, y . . . . confesará al que se sienta sobre el
trono para siempre jamás” (D y C 76: 110) y que su glorioso plan es perfectamente justo. [xxvi]

No sería justo ni misericordioso que Dios forzara al inicuo a entrar en el reino celestial. ¿Podría
tal persona sentir paz o contentamiento en el reino de Dios rodeado de su perfección y su gloria? Moroni
enseña que los inicuos serían mas “desdichados, morando en la presencia de un Dios santo y justo, con la
conciencia de vuestra impureza ante él, que si vivierais con las almas en el infierno” (Mormón 9: 4). Por tanto,
el que Dios preparara múltiples glorias muestra su amor por sus hijos y la función del albedrío a lo largo de
todo el plan—culminando en el equilibrio perfecto de justicia y misericordia—en el juicio final.

Quienes se arrepientan de todos sus pecados recibirán “todo lo que [el] Padre tiene” (D y C 88: 38). Quienes
escojan algo menor, van a “gozar de lo que están dispuestos a recibir, porque no quisieron gozar de lo que
pudieron haber recibido” (D y C 88:32). C. S. Lewis escribió: “Solo hay dos tipos de personas al final: quienes
le dicen a Dios: ‘Hágase Tu voluntad,’ y aquellos a quienes Dios les dice en el fin: ‘Hágase tu voluntad.’ Todos
los que están en el infierno, lo escogieron. Sin la decisión propia no podría haber infierno. Ninguna alma que
desee el gozo seria y constantemente lo perderá. Los que buscan, encuentran. A quienes tocan se les
abre.” [xxvii]

Conclusión

Los modelos tradicionales que se centran en la localización del plan de salvación proveen una introducción y
un resumen magníficos de nuestro viaje a través de las eternidades. El modelo presentado aquí complementa
el diagrama usado ampliamente al enfocarse en los tres pilares que sostienen ese plan y resaltan la
centralidad del Salvador Jesucristo y su Expiación infinita. Además, este modelo enfatiza los distintos estados
del ser por los que pasamos en nuestro viaje por el plan. También enfatiza las otras funciones principales de
Jesucristo dentro del plan del Padre, como el Creador y Juez.

Mediante la Expiación perfecta e infinita del Salvador, Dios hace posible que todos nosotros venzamos todos
los efectos de la Caída y progresemos para llegar a ser más semejantes a Él. Todos los que han nacido en la
mortalidad recibirán la redención incondicional de los efectos directos de la Caída mediante la Resurrección
de Cristo. La redención universal conducirá a todos para ser juzgados por su uso del albedrío, en base a su
propia responsabilidad. La salvación eterna de los efectos indirectos de la Caída (nuestros propios pecados]
se concede a quienes cumplan las condiciones del Salvador para el arrepentimiento (ver Alma 42: 27).

Estas doctrinas (la Resurrección y el Juicio) al enseñarse con los pilares de la eternidad, tienen un poder
celestial para llevar a los hijos de Dios al arrepentimiento. Por eso José Smith enseñó: “Es necesario que la
doctrina de la Resurrección de los Muertos y el Juicio Eterno se enseñe entre los primeros principios del
Evangelio de Jesucristo.” [xxviii]

Muchos profetas en el Libro de Mormón siguen un modelo de enseñanza poderoso. Explican claramente
elementos exactos del plan de salvación y luego invitan a sus audiencias a tomar acción en lo que enseñaron.
Esas invitaciones con frecuencia incluyen cosas tales como: aumentar la fe en Cristo, arrepentirse de los
pecados, ser bautizados o continuar perseverando en el sendero que lleva a la vida eterna (ver Alma 7: 14;
34: 31; Helamán 7: 23; 10: 14; 12: 23; 14: 19; 3 Nefi 9: 22; Mormón 5: 24; 7: 8; Eter 4: 18).

Después de morir en la cruz, Jesús les enseñó a los espíritus en el paraíso usando el mismo modelo: “y allí
les predicó el evangelio sempiterno, la doctrina de la resurrección y la redención del género humano de la
caída, y de los pecados individuales, con la condición de que se arrepintieran” ( D y C 138: 19).

El estudio de los distintos aspectos del plan de Dios a través de más de un lente nos permite ver más facetas
de lo que Él ha puesto para nuestro progreso y felicidad eternos. Esto abre canales adicionales para que el
Espíritu Santo inspire una mayor fe en el Salvador, el arrepentimiento de nuestros pecados, y mayores deseos
de hacer y guardar convenios con Dios.

Cuando estudiamos y enseñamos Su plan usando las palabras y los ejemplos que Él y Sus profetas usan,
tendremos una mayor tendencia a inspirar a más de Sus hijos a arrepentirse y prepararse para estar sin
mancha ante Él en el gran y último día; habiendo sido reconciliados con Dios por medio de Su Hijo Unigénito
(ver 2 Nefi 10: 24; 25: 23; Jacob 4: 11).

[i]. - Neal A. Maxwell, “Thanks Be to God,” Ensign, julio de 1982, página 51.
[ii]. - Esto puede ilustrarse con una búsqueda en Internet con la frase “plan of salvation.” Si se reduce la búsqueda para
incluir solamente las imágenes resulta el predominio de los círculos y líneas tradicionales en la visualización del plan.
También se puede ver como la primera opción para enseñar el plan en el Book of Mormon Teacher Resource
Manual que se encuentra en: https://www.lds.org/manual/book-of-mormon-teacher-resource-manual/plan-o....
[iii]. - Ezra Taft Benson, “The Book of Mormon and the Doctrine and Covenants,” Ensign, mayo de 1987, página 83.
[iv]. - Para referencias a la Madre Celestial, ver “Mother in Heaven,” La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días en https”//www.lds.org/topics/mother-in-heaven?lang=eng.

[v]. - “La Familia: Una Proclamación para el Mundo,” Ensign,noviembre de 2010.


[vi]. - José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith compiladas por Joseph Fielding Smith, (Salt Lake City: La Iglesia
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1954), página 263; énfasis agregado.
[vii]. - Véanse específicamente los versiculos 18 al 28. Ver también la lds.org Guide to the Scriptures entry for
“intelligence, Intelligences” y en la Encyclopedia of Mormonism la entrada en ‘Intelligences.”
[viii]. - Ver la entrada “Creation,” de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
en: https://www.lds.org/topics/creation?lang=eng. Ver también de Keith Meservy, “Four Accounts of the
Creation,” Ensign, enero de 1986, página 50.
[ix]. - Ver la entrada “Fall of Adam,” de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
en: https://www.lds.org/topics/fall-of-adam?lang=eng. Ver también de Daniel K. Judd, “The Fortunate Fall: Understanding
the Blessings and Burdens of Adversity (Salt Lake City: Deseret Book, 2001).
[x]. - Ver la entrada “Atonement of Jesus Christ,” de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
en: https://www.lds.org/topics/atonement-of-jesus-christ?lang=eng. Ver también de Jeffrey R. Holland “Atonement” en
la Encyclopedia of Mormonism.
[xi]. - Russel M. Nelson, “A Treasured Testament,” Ensign, julio de 1993, página 64. El élder Bruce R. McConkie también
declaró algo semejante: “Estos tres eventos divinos—los tres pilares de la eternidad—están entretejidos
inseparablemente en un gran tapiz conocido como el eterno plan de salvación.” en A New Witness for the Articles of
Faith (Salt Lake City: Deseret Book, 1985), página 81.
[xii]. - Ver 2 Nefi 26: 24 y 3 Nefi 27: 14-15.
[xiii]. - Neal A. Maxwell, “Meekness—a Dimension of True Discipleship,” Ensign, marzo de 1983, página 71.
[xiv]. - History, 1838-1856 volumen B-1, páginas 795-796, https://www.josephsmithpapers.org/paper-summary/history-
1838-1856-volume....
[xv]. - Bruce R. McConkie, A New Witness for the Articles of Faith(Salt Lake City: Deseret Book, 1985), página 81.
[xvi]. - David A. Bednar, “Creemos en Ser Castos,” Liahona, mayo de 2013.
[xvii]. - Ver 2 Nefi 2: 29.

[xviii]. - El Ensayo LDS “Resurrection,” de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días https://www.lds.org/topics/resurrection?lang=eng contiene muchos discursos, escrituras, y materiales de estudio
sobre este tema.
[xix]. -D. Todd Christofferson, “Redención.” Liahona, mayo de 2013.
[xx]. - Ver de Terry B. Ball, “The Final Judgement,” en The Book of Mormon and the Message of the Four Gospels,
editado por Ray L. Huntington y Terry B. Ball (Provo, UT: Religious Studies, 2001), páginas 1-18.
[xxi]. - D. Todd Christofferson, “Redención.” Liahona, mayo de 2013.
[xxii]. - Predicad Mi Evangelio: Una Guía para el Servicio Misional(Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días, 2004) páginas 60-40. Ver también de Rober L. Millet, By Grace Are We Saved (Salt Lake City:
Bookcraft, 1989). Ver también de Bruce C. Hafen, “Grace,” en la Encyclopedia of Mormonism, editada por Daniel H.
Ludlow (Nueva York: Macmillan, 1992), 2:560-563.
[xxiii]. - Ver 2 Nefi 2: 6-10; Romanos 3: 24,28. Nótese que el cambio de José Smith en el versículo 24 es
substancialmente igual al cambio fundamental que hizo Martin Lutero en su Biblia Alemana que podría argumentarse fue
la germinación de la Reforma Protestante. Martín Lutero añadió la palabra “allein” (que significa solamente) después de
la palabra fe. José Smith añadió la palabra “solamente” después de la palabra justificados.
[xxiv]. - Ezra Taft Benson, “Jesus Christ—Gifts and Expectations,” Speeches of the Year, 1974 (Provo, UT: Brigham
Young University Press, 1975) página 313.
[xxv]. - Dallin H. Oaks, “La Apostasía y la Restauración,” Liahona,abril de 1995.
[xxvi]. - Esta es una poderosa referencia a una profecía en Isaías 45: 22-23, en donde Jehová declaró que “toda rodilla se
doblará y jurará toda lengua.” Pablo, en dos de sus epístolas, se refirió a esa declaración, la primera vez en Romanos 14:
11 y luego más directamente en Filipenses 2: 11, en donde declaró “y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
para la gloria de Dios Padre.” En este caso particular Pablo está igualando a Jesucristo con Jehová en el pasaje de
Isaías. La frase de Isaías también se usa en Mosíah 27: 31 y en D y C 88: 104.
[xxvii]. - C. S. Lewis, The Great Divorce, (Nueva York: Macmillan, 1946), páginas 72-73.
[xxviii]. - History, 1838-1856 volumen C-1 Addenda 9.
https://www.josephsmithpapers.org/paper-summary/history-1838-1856-volume...

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