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# Las brujas Roald Dah Nace en 1916 en Liandaff, Pais de Geles. Después de una experiencia pedagégica muy rigida, decide emplearse en la companiia Shell, que le d al Africa Oriental. Cuando estalla le Segunda Guerra Mundial se hace piloto yun accidente aéreo le retira del servicio y le abre las puertas como esctitor. Novelas, cuentos cortos, guiones Cinematograficos y, sobre todo, sus obras dirigidas 2 los nifies y jovenes le convertirén en uno de las escritores mas leidos de este siglo. Roald Dahl murié el 23 de noviembre de 1990 Beaty Las brujas Roald Dah! En Las brujas, un nifo y su abvela se enfrentan a la terrible Asoc de Brujas de Inglaterra mientras éstas, Ki bajo la apariencia de mujeres contientes, \ celebran su convenci6n anual vessest9 en un hotel “ee On 30830 nv Las brujas Para Licey INDICE UNA NOTA SOBRE LAS BRL]AS Mi abuela . Cémo reconocer a una bruja .. La Gran Bruja... cee cee coe eee Vacaciones de verano... 11. 2+. + : El congreso 2.2. oso cece see oe : Achicharrada ... -.. : Formula 86. Ratonizador de Accién Re- tardada bes Lareceta ... 2... Siew tee tee Bruno desaparece « Las ancianas ... 0.0. + Metamorfosis Bruno... ... . Hola, abuela ... . El ratén ladron Presentacién de Bruno al Sr. y la Sra. Jen- kins... .. : EI plan .. En la cocina ... FI Sr. Jenkins y su EI triunfo El coraz6n de un ratén Vamos a trabajar! . 16 27 36 48 61 65 7 87 96 104 110 115 120 132 141 148 152 172 177 184 191 UNA NOTA SOBRE LAS BRUJAS En los cuentos de hadas, las brujes levan siempre unos sombreros negros ridiculos y capas negras y van montadas en el palo de una escoba. Pero éste no es un cuento de hadas. Este trata de BRUIAS DE VERDAD. Lo més importante que debes aprender so- bre las BRUIAS DE vERDAD es lo siguiente. Escucha con mucho cuidado. No olvides nunca io que viene a continuacién. Las BRUJAS DE VERDAD visten ropa normal y tienen un aspecto muy parecido al de las mujeres normales. Viven en casas normales y hacen TRABA- JOS NORMALES. Por eso son tan dificiles de atrapar. Una BRUIA DE VERDAD odia a los nifios con un odio candente hirviente, mas hirviente y candence que ningtin odio que te puedas ima Una prura De veRDaD se pasa todc el tiempo tramando planes para deshacerse de los nifios de su territorio. Su pasién es eliminarlos, uno por uno. Esa es la nica cosa en la que piensa durante todo el dia. Aungue esté trabajando de cejera en un su- permercado, 0 escribiendo cartas a maquina pat un hombre de negocios, 0 conduciendo un coche de lujo (y puede hacer cualquiera de estas cosas), su mente estara siempre tramando y maquinando, bu: 12 endo y rebullendo, silbando y zumbando, lena de sanguinarias ideas criminales «A qué nifion, se dive a si misma durante todo el diz, «a qué nifio escogeré para mi préximo golpe?». Ura BRUJA DE verpaD disfruta tanto elimi- nando a un nifo como li disfrutas comiéndote un plato de fresas con nara. Cuenta con eliminar 2 un nifio por semana Si no lo consigue, se pone de mal humor Un nito por semana hacen cincuemta y dos ai ao. Espacktirralos, machécalos y hazlos desapa- recer. Ese es el lema de todas les brujas. Elige cuidadosamemte a su victima. En- tonces ia bruja acecha al desgraciado nifio como un cazador avecha a un pajarito en el bosque Pisa suavemente. Se mueve despacio. Se acer- ca mis y més. Luege, finalmente, cuando tode esté listo... zass... jse lanza sobre su presa! Saltan chis- 15 pas. Se alzan Hamas. Hierve el aceite. Las ratas chi- Jan. La piel se encoge. Y el nifio desaparece, Debes saber que una bruja no golpea a los nifios en La cabeza, ni les clava un cuchillo, ni les pega un tiro con una pistola. La policia coge a la gente que hace esas ‘A las brujas nunca las cogen. No olvides que las brujas tienen magia en los dedos y un poder diabélico er la sangre. Pueden hacer que las pie- dras salten como ranas y que lenguas de fuego pa- sen sobre la superficie del agua. Estos poderes mégicos son terrorificos. Afortunadamente, hoy en dia no bay un gran niimero de brujas en el mundo. Pero todavia hay suficientes como para asustarte, En Inglaterra, es probable que haya unas cien en total. En algunos paises tienen mas, en otros tienen menos, Pero nin- gin pais esté enteramente libre de aRLIAS. Las brujas son siempre mujeres. No quiero hablar mai de las mujeres, La mayoria de ellas son encantadoras. Pero es un he- cho que todas las brujas son mujeres. No existen brujos. Por otra parte, los vampiros siempre son hombres. Y lo mismo ocurre con los duendes. Y los dos son peligrosos. Pero ninguna de los dos es ni la mitad de peligroso que una ERU[A DE VERDAD. En lo que se refiere @ los nifios, una BRUIA DE VERDAD es sin duda la mas peligrosa de todas las criaturas que viven en la tierra. Lo que la hace do- blemente peligrosa es el hecho de que no parece peligrosa. Incluso cuando sepas todos ‘os secretes (te los contaremes dentro de un minuto), nunca po- drés ester completamente seguro de si lo que estas viendo es una bruja o una simpatica sefiora. Si un tigre pudiera hacerse pasar por un perrazo con una alegre cola, probablemente te acercarias a él y le darias palmadites en lz cabeza. Y ée seria tu fin 14 Lo mismo sucede con las brujas. Todas pareven se- horas simpaticas. Haz el favor de examinar el bajo estas linezs. ¢Cusl es la bi dificil, pero todos los tarla, ibujo que hay ? Es una pregunta }os deben intentar contes- ‘Aunque td no lo sepas, puede que en le casa de al lado viva una bruja ahora mismo. quizé fuera una bruja la mujer de los ojos brillantes que se senté enfrente de ti en el autobtis esta manana. Pudiera ser una bruja la sefiora de la son- risa uminosa que te ofecid un caramelo de una bol- sa de papel blanco, en la calle, antes de la comida. —y esto te hard dar un brinco— hasta podria serlo tu encantadora profeso- ra, la que te esta leyends estas palabras en este mis- mo momento. Mira con atencién a esa profesora, Quiza sonrie ante lo absurdo de semejante posibi- lidad. No dejes que eso te despiste. Puede formar parte de su astucia, 15 No quiero decir, naturalmente, ni por un segundo, que tu profesora sea realmente una bruja. Lo finico que digo es que podria serlo. Es muy im- probeble. Pero —y aqui viene el gran «petor— no es imposible. Oh, si_al menos hubiese una manera de sa- ber con seguridad si una mujer es ung bruja 0 no lo es, entonces podriamos juntarlas a todas y hacer- las picadillo, Por desgracia, no hay ninguna manera de saberlo, Pero si hey ciertos indicios en los que puedes fijarte, pequefas manias que todas las bru- jas tienen en comuin, y si las conoces, si las recuer das siempre, puede que a lo mejor consigas librarte de que te eliminen antes de que crezcas mucho mas. Mi abuela Y. mismo tuye dos encuentros distintos con brujas antes de cumplir los ocho afics. Del primero escapé sin daiio, pero en la segunda ocasin no tuve tanta suerte. Me sucedieron cosas que seguramente te hardn gritar cuando las leas. No puedo remediar- Jo. Hay que contar la verdad. El hecho de que atin esté aqui y pueda contértelo (por muy rato que sea mi aspect) se debe enteramente a mi maravillosa abuela Mi abuela era noruega. Los noruegos lo sa- ben todo sobre las brujas, porque Noruege, con sus oscuros bosques y sus heladas montaftas, es el pais de donde vinieron las primeres brujas. Mi padre y mi madre también eren noruegos, pero como mi padre tenia un negocio en Inglaterra, yo habia naci- do y vivido alli, y habia empezado a it a un colegio inglés. Dos veces al afio, en Navided y en el verano, jamos a Noruega para vi i at a mi abuela, Esta anciana, que yo supiera, ere cesi al nico pariente vivo que tenizmos en ambas ramas de la familia. Era la madre de mi madre y yo la adoraba, Cuando la y yo estébamos juntos hablabamos indistinta- mente én noruego 0 en inglés. Los dos domindbamos por igual ambos idiomas. Tengo que admitir que yo me sentia mds unido a ella que a mi madre. Poco después de que yo cumpliera los siete aiios, mis padres me Ilevaron, como siempre, a pa- 17 sar la Navidades con mi abuela en Noruega. ¥ alli fue donde, yendo mi padre, mi madre y yo por una carretera al norte de Oslo, con un tiempo helado, nuestro coche patin y cayé dando vueltas por un barrance rocoso. Mis padres se mataron. Yo iba bien sujeto en el asiento de airds y sélo recibi un corte en la frente. No hablaré de los horrores de aquella espan. tosa tarde. Todavia me estremezco cuando pienso en ella. Yo acabé, como es natural, en casa de mi abuela, con sus brazos rodedndome y estrechéndo- me, y los dos nos pasamos la noche entera llorando. —ZQué vamos a hacer ahora? —le pregunté entre lagrimas, —Te quedarés aqui conmigo y yo te cuida- ré—dijo ella. —ZNo voy a volver a Inglaterra? —No —dijo ella—. Yo nunca podria hacer eso. Dios se Ievaré mi alma, pero Noruega conser- vara mis huesos. 18 Al dia siguiente, para que los dos intentise- mos olvidar nuestra gran tristeza, mi abuela se puso a contarme historias. Era una estupenda narradora y yo estaba fascinado por todo lo que me contaba Pero no me excité de verdad hasta que sacé el tem.1 de las brujas. Al parecer, era una gran experta en estos seres y dej6 bien claro que sus historias de brujas, a diferencia de la mayoria de las que conta- ban otras personas, no eran cuentos imaginsrios. Eran todos verdad. Eran la pura verdad. Eran his- toria auténtica, Todo lo que me contaba sobre bru- jas habia sucedido realmente y mas me valia creeclo. Y lo que era peor, lo que era mucho, mucho peor, era que las brujas atin estaban aqui. Estaban por todas partes y mas me valia creerme eso también. LRealmente me estés diciendo la verdad, abuela? La verdad verdadera? —Carifio mio —dijo—, no durarés mucho en este mundo si no sabes reconocer a una bruja cuando la veas —Pero ti me has dicho que las brujes pa- recen mujeres corrientes, abuela, Asi que, icémo puedo reconocerlas? —Debes escucharme —dijo mi abuela—. Debes recordar todo lo que te diga. Luego, sola mente puedes hacer la sefial de la cruz sobre tu co- raz6n, rezar y confiar en la suerte. Estébamos en el cuarto de estar de su casa de Oslo y yo estaba preparado para irme a la cama. Las cortinas de esa casa nunca estaban echadas y, a través de las ventanas, yo veia enormes copos de nieve que caien lentamente sobre un mundo exte- rior tan negro como la pez. Mi abuela ere terrible: mente vieja, estaba muy arrugada y tenia enorme, envuelto en encaje gris. Estaba da, majestuosa, llenando cada centimetro de su si: lion, Ni siquiera un ratén hubiera cabido a su lado. ‘Yo, con mis siete afios recién cumplidos, estaba acu: 19 sus pies, vestido con un pijama, una bata as. —iMe juras que no me estas tomando el insistia yo—. {Me juras que no estés fin- giendo? —Escucha —dijo ella—, he conocido por menos cinco nifios que, sencillamente, desapar ron de la faz de la tierra y nunca se les volvi6 2 v Las brujas se los llevaron. —Sigo pensando que sélo est asustarme —dije yo. —Estoy tratando de asegurarme de que a ti no te pase lo mismo —dijo—. Te quiero y deseo que te quedes conmigo, —Cuéntame lo que les pasé a los nifios que deseparecieron —dije. Mi abuela era la tinica abuela que yo haya conocido que fumaba puros. Ahora encendié un puro largo y negro, que clia a goma quemada. —La primera nifia que yo conocia que des- aparecié fue Ranghild Hansen. Por entonces, Rang- hild tenia unos ocho afos y estaba jugando con su hermanita en el césped. Su madre, que estaba ha- ciendo el pan en fa cocina, salié a tomar un poco el aire y preguntd: <{Dénde esté Rangl con la sefiora alta», contesté la hermanita. «Qué sefiora alta?», guantes blancos», hild de la mano y se »—Nadie volvié a ver a Ranghild —afiadié mi abuela —éNo la buscaron? —pregunté, —La buscaron en muchos kilémetros a la redonda, Todos los habitantes del pueblo ayudaron en la busqueda, pero nunca la encontraron ¢Qué les sucedié a los otros cuatro nifios? —pregunté —Se esfumaron igual que Ranghild. tratando de {Cdmo, abuela? ¢COmo se esfumaron? —En todos los casos, alguien habia visto a | una sefiora extrafia cerca ce la casa, justo antes de | que suced mada Christi ian un cuagro al éleo cual estaban muy orgu- ‘a a unos patos en el patio ninguna persone en el cua- je patos en un ps ica se la habia dado en la 12, la pequeia Solveg no repente iEst4 dando de com: dro y, efect iEsa es Solveg! er a los patos!» Sefialaba el cua- Solveg estaba alli. Estaba de pie en el pa ‘mano, echéndoles pan a las patos. El padre corrié hasta el cuadro y la 10c6, Pero ¢so no sirvid de nada. Simplemente for- maba parte del cuadro, era sélo una imagen pintada enel lienzo —amos baca- lao y merlan. Si cogiamos algo, haciamos un fuego en Ia isla y frefamos el pescado en una sartén para comer. No hay pescado més rico en el mundo que el bacalao absolutamente fresco. —iQué usabais ala, cl peace isabais como ceho, abuela, cuando —Mejillones —dijo—. Todo el mundo use mejillones como cebo en Noruege. Y si no pescéba. 49 mos nada, herviamos los mejillones en una olla y nos los comfamos. —zEstaban buenos? —Deliciosos —dijo—. Los cocfamos en agua de mar y quedaban tiernos y salados. —{.Qué més haciais, abuela? —Remabamos mar adentro y saludabamos con la mano a los pescadores de gambas que vol- ian a casa, y ellos nos daban un puniado de gambas ‘a cada uno. Las gembas estaban atin tibias, recién Cocidas, y nos sentabamos en el bate, pelandolas y devorandolas. La cabeza era lo més rico. —jLa cabeza? —Aprietas la cabeza entre los dientes y chu- pas lo de dentro. Esté riquisimo. Ti y yo haremos todas esas cosas este verano, cielo —dijo “"Abuela, no puedo esperar. Sencillamente, no puedo esperar més para ir alli. —Ni yo —dijo ella. Cuando solo faltaban tres semanas pera el final de curso, sucedié algo espantoso. Mi abuela cogié una pulmonia. Se puso muy enferma, y una enfermera diplomada vino a nuestra casa para cui- darla. El médico me explicé que la pulmonfa, gene- ralmente, no es una enfermedad grave hoy en dfa, pero cuando una persona tiene més de ochenta afis, Como mi abuela, entonces si que es muy grave. Dijo que ni siquiera se atrevia a trasladarla ¢ un hospital gh ese estado, asi que la dejaron en su habitacién y yo paseaba por delente de la puerta, viendo como je entraban bomboras dz oxigeno y otras cosas ho- rribles —;Puedo entrar a verla? —pregunté. —No, guapo —dije le enfermera—. Por aho- ra, no. La sefiora Spring, una mujer gorda y alegre, que venia a limpiar todos los dias, se instalé tam- bin en casa. La sefiora Spring se ocupaba de mi y 50 me hacia las comidas, Me cafa muy bien, pero no se podie comparar con mi abuela para contar his- corias. Una noche, unos diez dias después, el mé- dico vino a decirme: —Ya puedes entrar a verla, pero s6lo un ra- tito. Ha preguntado por ti. Subf las escaleras volando, entré en el cuarto de mi abuela como un ciclén y' me arrojé en sus brazos. —Eh, eh —dijo la enfermera—. Ten cui- dado —iVas a estar bien ya, abuela? —pregunté. —Ya ha pasado lo peor —dijo ella—. Pron- to me levantaré. —¢Si? —le dije a la enfermera —Claro que si —contes:6, sonriendo—. Nos dijo que no tenia més remedio que ponerse buena porque tenia que ocuparse de ti. Le di otro abrazo ala abuela. —No me dejan fumar un puro —, «El Salén de Fumadores», «El Sain de Juego», «El Salin de Lectura» y « La Sala». Ninguno ce ellos estaba vacio Segui por un pasillo largo y ancko y al final ~e en- contré con «El Salén de Baile». Tenia unas puerias dobles y delante de ellas habia un gran cartel sobre un caballete, El cartel decia: CONGRESO DE LA RSPCN PROHIBIDA LA ENTRADA ESTE SALON ESTA RESERVADO PARA EL. CONGRESO ANUAL DE LA REAL SOCLEDAD PARA LA PREVENCION DE L4 CRUELDAD CON LOS NINOS 57 Las dobles puertas del salén estaban abier- s de silles de cara a una tarima. Las si ban pintadas en dorado y tenian pequenos oi rojos en los asientes, Pero no habia ni un al la vista, 2 colé cautelosamente en el salén. Era un con los Nifios debi prano y ya todos se habian ido. Aunque no asi, aunque aparecieran todos de pronto, tenian que ser gente maravillosamente amable, que mirarian con aprecio a un joven domador de ratones dedicado En la parte de atras del biombo plegable con dragones solamente para jiombo y hacer ccurriera asomar la cabeza por a los ratones, los pobrecitos acabi del portero antes de que yo hubiera podido gritar no. Me dirigi de puntillas al fondo del salon y é sobre le grucsa alfombra verde, detrés jos. Se sentaron a s y correctos. El truco que iba a ensefiarles hoy era el de andar en la cuerda floja. No es tan dificil ensefiar a un ratén inteligente a andar sobre 1a cuerda floja como un experto, siempre y cuando sepas exacta- mente cOmo hay que hacerlo. Primero, hay que te- ner un trozo de cuerda. Yo lo tenia. Luego, hay que tener un poco de bizcocho bueno. La comida favo- 58 rita de los ratones blancos es un buen bizcocho con pasas. Se vuelven locos por él. Yo habia traido un bizcocho que me habia guardado en el bolsillo el dia anterior, cuando estaba merendando con mi abuela. ‘Asi es como se hace. Sostienes Ia cuerda tirante entre las dos manos, pero empiezas ponién- dola muy corta, sélo de unos siete centimetros. Te pones al ratén en la mano derecha y un pedacito de bizcocho en la mano izquierda. Por lo tanto, el rat6n esta solamente a cho, Puede verlo y olerlo. Sus bigotes se estremecen Unicamente tiene que dar dos pasitos para alcanzar su sabroso manjar. Se aventura hacia delante, una patita en la cuerda, después Ia otra. Si el ratén tiene rio, y la mayoria lo tie- 59 Le dejé dar un mordisquito del bizcocho para estimu- ito. Luego le volvi a poner en mi mano Esta ver alargué la cuerda. La puse de unos catorce centimetros. Guiller supo lo que tenia que brio, recorrié La cuer- leg6 al. bizcocho. Le re da paso a paso hasta que compensé con otro mor Muy pronto, G da floja (© mejor dicho, un cordel flojo) de sesenta centimetros de largo, de una mano a la otra, para Es observarie. El estaba disfruta lad. Yo tenia cui dado de sostener la cuerda cerca de La alfombre para que, si perdia el equilibric, no se hiciera dao al caer. Pero nunca se cayé. Evidentemente. G era un actébata natural, un gran rat6n acrob: a Guiller en a seguit iento con Mary. Mi ciega ambi- el mismo proce ci6n, gsabes?, el suefio de toda mi_vida, era llegar ser algun dia el propietario de un Circo de Ratones lancos. Tendria un pequefio escenario con un te- Ion rojo, y cuando se descorriera el tel6n, el publico vera a mis mundialmente famosos ratones amaes trados haciendo toda clase de cosas: andando por Ja cuerda floja, lanzéndose desde un trapecio, dando volteretas en el aire, saltands sobre un trampolin y todo lo dems. Tendria ratones blancos montados en ratas blancas, mientras éstas galopaban furiosa- sia, Estaba empezando a imaginarme imvera clase por el mun- do entero con mi Famoso Cirey de Ratones Blancos, y actuando ante todas las cabezas coronedas en ropa. El entrenamiento de Mary estaba a medias cuando, de repente, of voces fuera de la puerta del 60 Salén de Baile. El sonido se hacia més fuerte, crecfa en un gran parloteo de palabras provenientes de muchas gargantas. Reconoci la vor del espantoso director del hotel. iSocorrol, pensé Menos mal que estaba e} enorme biombo. Me ageché detras y miré por la rendija entre dos hojas del biombo. Podia ver a lo ancho y a lo largo del saln sin que nadie me viera a mi —Bien, sefioras, estoy seguro de que se en- contrardn ustedes muy cémodas aqui —decia la voz del sefior Stringer _ Entonces entré por las dobles puertas, con su frac negro y los brazos extendidos, guiando a un gran rebafo de seforas. yy algo que podamos hacer por uste- des, no vacilen en avisarme —continud—. El té se les serviré en la Terraza Soleada, cuando hayan erminado su reunion Con esas palabras, se inciind y se re del salén, mientras iba entrendo una enorme ma da de sefiorss perterecientes a la Real Sociedad para Ja Prevencion de la Crueldad con los Nifios. Lleva- ban vestidos honites y todas tenian un sombrero en la cabeza, ir6 El congreso Ahora que el director se habia ido, yo no estaba particularmente alarmads. {Qué mejor situa- cidn que Ja de estar encerrado en una habitacin a de estas estupendas sefioras? Si Hlegaba a na- blar con ellas, incluso podria sugerirles que vinieran a mi colegio para hecer un poco de prevencién de Ja crueldad con los nifios. No nos vendrian nada mal alli. Entraron hablando sin parar. Empezaron a hacer corrillos y a elegir asientos y se ofan muchas, frases dal tipo d Ven a sentarie a mi lado, querida Millie. —iOh, hoola, Beatriz’ jNo te he visto desde el tiltimo congreso’ {Qué vestido tan precioso Hlevas! Decidi quedarme donde estaba y dejarlas ce- Jbrar su. congreso, mientras yo seguia amaestrando a mis raiones, pero las observé un rato més por la rendija del biombo, esperendo a que se aposentasen {Cudntas habria? Calculé que unas doscientas. Las las de atrés fueron las primeras en Menarse. Todas parecian querer sentarse lo més lejos posible de la tarima, En el centro de la titima fila, habia una se- fiora con un diminuto sombrero verde, que no de- aba de rascatse la nuea, No podia parar. Me fasci- aba el modo en que sus dedos reseaban continua- 62 mente el pelo de la nuca, Si ella hubiera sebido que alguien la estaba observando desde atrés, estoy se guro de que se hubiera sentido azarada. Pensé si tendria caspa. De repente, noté que la sefiora que estaba a su lado jestabe haciendo iY La siguient iY la otra! Lo hacian todas. ;Se rascaban como loces ef jan pulgas en el pelo? Ere més probable que fueran Un chico de mi colegio, que se llama Ashton, habia ten:do piojos el trimestre anterior y la direc” tora le obligs a meter tode la cabeza en aguarras. Desde luego, eso maté a $, pero por poco no mata a Ashton tamb' se le desprendi6 del erdneo Estas rascadoras compulsivas empezaron a fascinarme. Siempre es divertido haciendo algo grosero cuando c el culo. Rescarse la cabeza es ca: especialmente si se hace sin parar 63 Decidi que debian de ser piojos. Entonces ocurrié lo més asombroso. Vi a una sefiora metiendo los dedos por debajo de su ca- bellera, y el pelo, toda la cabellera, se levanté en una pieza, y la mano se desliz6 por debajo y con- tinué rascando. iLlevaba peluca! {También Wevaba guantes! Miré rdpidamente al resto de les mujeres, que ya estaban sentades. (Todas y cada una de ellas Hevaba guantes! La sangre se held en mis venes. Me puse a temblar de pies a cabeza, Miré cesesperadamente a mi espalda en busca de una puerta trasere por la cual escapar. No habia ninguna. 2 convenia dar un salto y echar a correr las puertas dobles? Las puertas dobles ya estaban cerradas y vi a una mujer de pie delante de ellas. Estaba inclinada hacia delante, sujetando una especie de cadena met lica que rodeaba los dos picaportes. haci 64 _ No te muevas, me dije. Nadie te ha visto todavia. No hay ninguna razén para que nadie ven- ga a mirar detras del biombo. Pero un solo movi- miento en falso, una tos, un estomude, un soplido, el més minimo ruido de cualquier clase y te atra- para no una bruja, isino doscientas! En ese momento, creo que me desmayé. Todo aquel asunto era demasiado para un nifio, Pero creo que no estuve inconsciente: mas de unos segundos, y cuando volvi en mi, estaba tumbado en el suelo ¥, gracias a Dios, seguia estando detras del biombo. Habia un silencio absoluto a mi alrededor. Temblorosamente, me puse de rodilles y miré ‘otra vez por la rendija del biombo. . Achicharrada Ahora todas las mujeres. o mejor dicho, las brujas, estaban inméviles en sus sillas, mirando fij mente, como hipnotizadas, a alguien que habia apa- recido de pronto en la tarima. Era otra mujer: Lo primero que noté en ella era su tamafio Era diminuta, probablemente no mediria més de un metro treinta centimetros. Parecia bastante joven, supuse que tendria unos veinticinco o veintiséis afios, y era muy guape, Llevaba un vestido negro muy elegante con falda larga hasta el suelo y guantes ne- gros que le llegaban hasta Jos codos. A diferencia de las otras, no llevaba sombrero. ‘A mi no me parecia que tuviera aspecto de bruja en absoluto, pero era imposible que no lo fue-~ ra, porque, de lo contrario, {qué demonios estaba haciendo subida en la tarima? GY por qué estaban todas las demas brujas contempléndola con tal mez- cla de adoracién y temor? Muy despacio, la joven de la tarima levant6 las manos hacia su cara. Vi que sus dedos enguan- tados desenganchaban algo detrés de las orejas y luego... iluego se pellizcd las mejillas y se quité la cara de goipe! {Aguella bonita cara se quedé entera en sus mano: iEra una mascaré ‘Al quitarse Iz méscera, se volvié hacia un lado y la colocé cuidadosamente en una mesita que tenia cerca, y cuando volvié a ponerse de frente a la sala, me faltS poco para dar un c - ‘Su cara era Ia cosa més horrible y aterra- dora que he visto nunca, Sélo mirarla me produe temblores. Estaba tan arrugada, mn encogida y tan eran conservado en vinagre. Era una visién estremecedora y espeluz- nante. Habia algo pavoroso en aquelle cara, algo putrefacto y repulsivo. Literalmente, parecia q wudriendo por los bordes, y en el centro, er as y alrededor de la boca, vi la piel ulce- rada y corroida, como si se Ia estuvieran comiendo 0 Hay veces en las que algo es tan espar que te fascina y no puedes aparter la vista de ello. Eso me pacé 2 mi en ese momento. Me quedé tras- puesto, alelado. Estaba hipnotizado por el absoluto horror de las facciones de aquella mujer. Pero no era eso solo. Habia una mirada de serpiente en sus ojos, que relampagueaban mientras recorrian Ja sale. En seguidz comprendi, naturalmente, que ésta no era otra que La Gran Bruja en persona. Tam- bien comprendi por qué levaba una mascara. Jamés hubiera podido aparecer en ptiblico, y mucho menos hospedarse en un hotel, con su verdadera cara. Todo eee 68 el que Ja hubiese visto, habria salido corriendo, dan- doalandos. —iLas puerrtes! —grité La Gran Bruja, con tuna voz que Ilend la sala y retumbé en las paredes—. éHabéis echado e! cerrogo o la cadena? —Hemos echado el cerrojo y la cadena, Vues- tra Grandeza —contest6 una voz en la sala. Los relucientes ojos de serpiente, hundidos en aguella espantosa cara corrompi sin pestafiear, @ las brujas que estaban sentades frente aella, —iPodéis quitarros los guantes! —grit6. castaio, s6lo que era mucho més fuer‘e y mucho, mucho mas aspera. Raspaba. Chirriaba, Chillaba. Grufia. Refunfufiaba. Todo el munds en la sala empez6 a sacarse los guantes. Yo me fijé en las manos de las que ¢s- taban en ia dltima fila. Queria ver cémo eran sus ja razén. jAh!... {Si! iAhora veia varias manos! iVeia las garras oscuras curvéndose sobre las yemes de los dedos! jAquellas garras medirian unos cinco centimetros y eran afi- Tadas en le punta! Podéis quitarros los sapatos! —ladré La Gren Bruja Of un suspiro de alivio proviniente de todas las brujas de Ia sala, cuando se quitaron sus estre- chos zapatos de tacén alto, y entonces eché una ojeada por debajo de las sillas y vi varics pares de pies con medias... completamente cuadrados y ca- rentes de dedos. Eran repugnantes, como si les hu- bieran rebanado los dedos con un cuc! —iPodéis quitarros las peluca Gran Bri ‘Tenia una forma peculiar ve hablar. Era una je de acento extranjero, algo dspero y gutur y al parect nnas letres. Hacia una cosa rara con lar La hacia rodar en la boca como si fuera un pedaze de corveza calience y luego Ja escupia. —iQuitarros las pelucas parra que les dé el airre a vuestrros irrritados cuerros cabelludos! —srits. Y otro suspiro de alivio surgié de . mientras todas las manos se levantaban hacia las cabezas para retirar todas las pelucas (con los som- breros todavia encima) i habia ahora file tras fila de créneos bezas desnudas, todos I roce del forro de 105 lo horrorasas que eren y, de algin modo, i6n era aun mas gro- tesca por el hecho de que debajo de aquellas espan- tosas cabezas calvas, los cuerpos iban vestidos con ropa bonita y 2 la moda. Era monstrucso. Era anti- natural Oh, Dios mi pensé. Socorro! iOh, Sefor, ten compasin de mf! ;Esas repugnantes. mujeres cal- vas son asesinas de nifios, todas y cada una de ell y aqui estoy yo apresado en la misma habitacion. y sin poder escapar! En ese doblemente horri ento, me asalté: una nueva idea, le. Mi abuela habia dicho que. 10s de la nariz especiales, ellas podian oler a un nific en una noche oscura desde el otro Hasta ahora, mi abuela habia acer- tado en todo. Por lo tanto, parccia seguro que una de las brujas de la ultima fila iba a empezar a olfa tearme de un momento a otro, y entonces el grito «jCaca de perro!» se extenderia por toda la sala y yo estaria acorrs lado cumo una rata: en la alfombra, detrés del biom- bo, sin atreverme ni a respirar ‘Luego, de pronto, recordé otra cosa muy im- portante que me habia dicho mi abuela: «Cuanto 4s sucio estés, més dificil es que una bruja te en- lor.» jempo hacia que no me bafaba? Hacia siglos. Tenia mi propia habitacién en y mi abuela nunca se preocupaba de esas pensaba, creo que no me bafiado desde que !legames “Cuando fue la tltima vez en que me habia Javado la cara y las manos? Desde luego, esta mafana no. Ni ayer tampoco 72 Me miré las manos. Estaban cubiertas de churretes, de barro y Dios sabe de qué otras cosas. Quiz tenia alguna posibilidad después de todo. Las oleadas fétidas no podrian atravesar toda esa porqueria, —iBrugas de Inclaterrra! —grité La Gran Bruja. Observé que ella no se habia quitado la pe- los guantes, ni los zapatos —iBrugas de Inclaterrra! —chill6, piblico removid inquieto y se sentaron mas erguidas en sus sillas. —iMiserrrables brugas! —chill6— _jIniiti- les y vagas brug: fas y perrresosas brugas! iSois une pandilla de gusands harraganes que no alen parrra nada! Un estremecimiento recorrié al publico. Era evidente que La Gran Bruja estaba de mal humor y ellas lo comprendieron. Yo presenti que iba a ocurrir algo espantoso —Estoy desayunando esta mafiana —grité La Gran Bruja— y estoy mirrrando por la ventana ala playa, ¢y qué veo? Os prregunto ¢qué veo? iVeo una vista rrrepulsiva! ;Veo cientos, veo miles de rrrepugnantes nifics gugando en la arrena! {Esto me da néuseas, me dega sin comerr! ¢Porr qué no los habéis eliminado? —aull6—. {Port qué no ha- béis borrrado a todos estos asquerrrosos y m: tes nifios? Con cada palabra, le salfan disparadas de la boca gotitas de saliva azul, cual perdigones. —iOs estoy prreguntando porrr qué! —aullé. Nadie le contes —iLos nifios huelen! —chill6— | Apestan! iNo querrremos nifios en la tierrra! Todas las cabezas calves asinticron vigoro- samente. —iUn nifio porrr semana no me sirrve! —gri- luca, 3 16 La Gran Bruja—. {Es eso todo lo que podéis hacerr? : —Haremos mas —murmuré el publico—. Haremos mucho més. —iMés tampoco sirrve! —vociferé La Gran Bruj xigo rrresultados méximos! ;Porr lo tan- to, aqui estén mis Srrrdenes! {Mis drrrdenes son que todos y cada uno de los nifios de este ps dos, espachurrrados, estrrugados, y_achicharrrat antes de que yo vuelva aqui dentrro de un afio! GEsté bien clarrro? | El pablico lanz6 una exclamacién contenida. Vi que todas las brujas se miraban entre sf con e presién preocupada. Y oj que una bruja que estaba sentada al final de la primera fila decia en al No podemos barrerlos 2 se volvié violentamente, como si alguien la hubiera clavado un pincho en el trasero. —{Quign digo eso? —chill6—. (Quign se atrreve a discutirr conmigo? Fuiste tu, ino? Sefalé con un dedo enguantado, tan afilado i hablado. Grandeza! {Sdlo estaba hablando para mi misma! —iTe atrreviste 2 discutier conmigo! —c La Gran Bruja —jSélo hablaba para mi desgraciada by Se puso a temblar de miedo. La Gran Bruja dio un paso adelante y cuan- do habl6 de nuevo, lo hizo con una voz que me helé a sangre. a! —grité La —Una bruga que asi me contesta debe arrdert de los pies a la testa, chill6. 74 —iNo, no! —suplicé Ja bruja de la primera fila. La Gran Bruja continud: —Una bruga con tan poco seso debe arrderr hasta e! —iPerdonadme! —grit6 la desgraciada bru- ja de la primera fila. La Gran Bruja no le hizo el menor caso. Hablé de nuevo: —Una bruga ten boba, tan boba arrderré como un palo de escoba —iPerdonadme, oh Alte: dichada culpable—. {No quise hac Pero La Gran Bruja continué su terrible recitaci6n: -grité la des- —Una bruga que dice que yerrro morrirré, morrirré como un perro. Un momento después, de los ojos de La Gran Bruja salié disparado un chorro de chispas, que pa- recian limaduras de metal candente, y volaron di- rectamente hacia la bruja que se habia atrevido a responder. Yo vi cémo las chispas la golpeaban y penetraban en su carne y la of Janzar_un horrible alarids. Una nube de humo la envolvio y un olor a carne quemat Nadie se movie, que yo, todas mira- sip6, la silla Ta ventana. El pablico dio un gran suspiro La Gran Bruja recorrié la sala con una mi- da fulminante. —Esperrro que nadie mas me enfurresca hoy —comenté. Hubo un silencio mortal. 76 —Achicharrada como un churrasco. Cocida como una sanahorria —dijo La Gran Bruja—. Nun- ce volverrréis a verrla, Ahorra podemos dedicarrnos alos asuntos imporrtantes. Formula 86. Ratonizador de Accién Retardada —iLos nifios son rrrepulsivos! —grité La Gran Bruja—. jNos desharremos de ¢ borrrarremos de la fas de la tierrra! {Los echarre- s! {Borrarlos de la faz de la los por el desagiie! —iLos nifios son asquerrosos y rrrepugnan- tes! —vociferd La Gran Bruja. (Si, si! —corearon las brujas inglesas— iSon asquerosos y repugnantes! Los nifios son sucios y apestosos! —chi- M6 La Gran Bruja, Sucios y apestosos! — ‘adas. os huelen a caca de perrro! —. “iQue alguien traiga wna rratonerra!». «jTrraed el queso de la queserra!» ‘Las rratonerras tienen un rmuelle fuerrte que salta y que suena a muerrte, y su sonido es tan musical. jEs una misica celest 86 Rratones muerrtos porr todas parrtes gracias a nuestrras perrverrsas arrtes. Los prrojes buscan con grran carrifio, perro no encuentrran un solo nifio. Grritan a corrro: «¢ Adénde han ido todos los nifios, qué ha sucedido? », «Es en verdad un extrafio caso, édOnde se ha visto tanto rretrraso?». Los prrofes ya no saben qué hacerr, algunos se sientan a leerr, yotros echan a la basurra «ios rratones con grran prrenusrra iMIENTRRAS LAS BRUGAS GRRITAMOS HURRRA! La receta Espero que no haydis olvidado que, mientras sucedia todo esto, yo segufa escondido detrés del biombo, a gatas y con un ojo pegado a la rendija. ‘© tiempo Ilevaba alli, pero me pare que eran siglos, Lo peor era no poder toser ni hacer ido, y saber que, si lo hacia, podia darme ‘Y durante todo el rato, fila percibiera mi presencia por el olor, gra esos agujeros de la nariz tan especiales que tenian. inica esperanza, segin yo lo veia, era el hecho de no haberme lavado desde hacia varios dias. Eso y la interminable excitacién, aplausos y grite- rio que reinaba en la sale, Les brujas s6lo pensaban en La Gran Bruja y en su gran a {odos los nifios de Inglaterra. taban olfateando el rastro de un Ni en suefios (si es que las brujes suefian) se les hu- biera ocurrido esa posibilidad a ninguna de ellas. Me quedé quieto y recé La Gran Bruja habia terminado su perversa cancién y el ptiblico estaba aplaudiendo enloquecido y gritando: —iMagnifica! jSensacional! {Maravillosa! iSois un genio, ch, Talentuds! ;Es um invento extra- ordinario, este Ratonizador de Accién Retardada! 88 iEs un éxito! ;¥ lo més hermoso es que ser: profesores quicnes se carguen a los apes.osos cr: {No seremos nosotras! {Nunca nos cogerdn! ~-»jA las brugas nunca las coguen! — Gran Bruja, cortante—. jAtencién ahorra! Quierro que todo el mundo prreste atencidn, iporrque estoy a punto: de decirros Io que tenéis que hacerr parre prrepartarr la Forrmula 86 Rratonisadorr de Accién Rretarrdada’ De pronto, se oyé una exclamacidn, seguida de un alboroto de,chillidos y gritos, y de las brujas levantarse de un brinco y sefelar a la tarima, gritando —iRatones! ;Ratones! jRatones! iLo ha he- cho como demostracién! jLa Talentuda ha conver- tido a dos nifios en ratones y ahi estén! Miré hacia la tarima. Alli estaban Jos rato- nes, efectivamente. Eran dos y estaban correteando cerca de las faldas de La Gran Bruja Pero no eran ratones de campo, jEran mis —iRatones! —gi tra jefa ha hecho aparecer ratones de la nad: ‘Traed queso! ‘a La Gran Bruja mirando fijamente al suelo y observando, con evidente desconcierto, 2 Guiller y Mary. Se agaché para verlos més de cerca. Luego se enderezs y gri a sentarse. os rratones no tienen nada que verr jo—. {Estos rrratones son rrratones tos rrratones pert- tenecen a algin rrrepelente errio del hotel! jSerré un chico con toda seguridad, porrque las nifias no tienen rrratones domesticados! —iUn chico! —gritaron las otras—. {Un jLe destrozaremos! chico asqueraso y maloliente! iLe haremos pedazos! de desayuno! {Nos comeremos sus tripas tando las manos—. debéis hacerr nada vyosotrras mientras € hagémonos de ese apestoso enano, Perro Cuidado y diserrecion, porrque, Zacaso no somos ‘mas damas de la Real Sociedad para Te Prrevencion de la Cerueldad con los Ni ? —TOué proponéis, oh Talentuda? —grit ron las demés—. {Como debemos climinar a ese fio montén de mierda? Pequens tan hablando de mi, pensé. Estas mujeres estan hablando de cSmo matarme. Empecé a sudar. rsa quien sea, no tiene imporrtancia _anuneié La Gran Bruja—. Degédmelo a mi, Yo 90 le encontrrarré porr el olorr y le convertirré en una trrucha y harré que me lo sirrvan para cenarr. —iBravo! —exclamaron las brujas—. iCér- tale 1a cabeza y la cola y frielo en aceite bien ca Suiller y Mary seguien correteando por la tarima y vi a La Gran Bruja apuntar una veloz pate- da a Guillet. Le dio justo con la punta del pie y o envié volando por los aires. Luego hizo lo mismo con Mary. Tenia una punteria extraordinaria, Hu- biera sido un gran futbolista. Los dos ratones se es- trellaron contra la pared, y durante unos momentos se quedaron atontados. Luego reaccionaron y hu- yeron —iAtencién otrra vez! —grit6 La Gran Bru- ja—. jAhorra os voy a darr la rrreceta parra prre- parrarr la Férrmula 86. Rratonisadorr de Accién Rretarrdada! Sacad papel y lépi: Todas las brujas de la sala abrieron los bol- sos y sacaron cuadernos y lépices. —iDadnos la receta, ch Talentuda! —grita- ron, impacientes—. Decidnos el secreto. —Prrimerro —dijo La Gran Bruja. que encontrar algo que hicierra que los yolvierran muy pequefios muy rrrépidamente. —aY qué fue? —gritaron. —Esa parrte fue fécil —contest6—. Lo tni 1 co que hay que hacerr si quierres que un nifio se yuelva muy pequefic es mirrarrle por un telescopio puesto del rrevés. ; —iEs asombrosa! —gritaron las brujas—. iA quién se le habia ocurrido una cosa asi? —Port lo tanto —continué La Gran Bruja—, coguéis un telescopio del rrevés y lo cocéis hasta que esté blando. —. Y él digo 7 que si. Entonces yo digue «Te darté otras seis cho- colatinas como ésia, si te rrelines conmigo en el Salén de Baile de este hotel mafiana porr la tarrde, a las trres y veinticinco». chocolatinas!», grité el vorraz cerrdito, «jAlli estarré! iSegurro que esta- rrél», —iAsi que todo esté prreparrado! —continu6 La Gran Bruja—. {La demostracién esté a punto de empesart! No olvidéis que antes de asarr el des- perrtadorr ayerr, lo pongo parra las trres y media de hoy. Ahorra son —volvi6 a mirar su reloj— trres y veinticinco exactamente y el monstrruito pes- ilente, que se converrtirré en un rrratén dentrro de cinco minutos, debe de estarr en este momento de- ante de esas puerrtas. 'Y, por todos los diablos, tenia toda la razén. El chico, fuera quien fuera, estaba ya déndole al picaporte y golpeando la puerta con el pufo. —iRrépido! —chill6 Le Gran Bruja—. iPo- nertos las pelueas! ;Ponerros los guantes! {Ponerros los sapatos! Hubo un gran alboroto en la sala, mientras las brujas se ponian las pelucas, los guantes y los zapatos, y vi que La Gran Bruja cogia su méscara y se la colocaba sobre su horrenda cara. Era asom- broso cémo la transformaba la méscara. De pronto, (6 otra vez en una chica bastante guapa. —iDéjeme entrar! —se oy6 la voz. del chico ro lado de las puertas—. {Donde estén las cho- colatinas que me prometié? {He venida a buscarlas! émelas! —No sélo es maloliente —dijo La Gran Bruja—, ademés es glotén. jQuitad las cadenas de le puerrta y degadle entrra Lo extracrdinario de la mascara era que los labios se movian de una forma natural cuando ella hablaba. Realmente no se notaba nada que era una méscara. 98 Una de las brujas se levanté. de un salto y quité las cadenas. Abrié las dos enormes puertas La of que decia: —Hola, chiguillo. Me alegro de verte. Has venido por tus chocolatinas, «no? Te estan espe- rando. Pasa. Entré un nifio que Hlevaba una camiseta blan- a, unos pantalones cortos grises y zapatillas depor- tivas. Le reconoci en seguida. Se llemaba Bruno Jenkins y se hospedaba en cl hotel con sus padres. No me caia bien. Era uno de esos chicos que siem- pre que te lo encuentras esté comiendo algo. Te lo encuentras en el vestibulo y se esta forrando de biz- cocho. Te cruzas con él en el pasillo y esté sacando patatas fritas de una bolse a pufiedos. Le ves en el din y estd devorando una chocolatina blanca y otras dos le asoman por el bolsillo del pantalén. Y encima, Bruno no paraba de presumir de que su padre ganaba mas dinero que el mio y de que tenian tres coches. Pero lo peor de todo era que ayer por Ta mafiana le habia encontrado de rod rraza de! hotel, con una lupa en la mai columna de hormigas atravesando las losetas no Jenkins estaba concentrando el sol a través de su lupa y abrasendo a las hormigas una por una. —Me gusta verlas quemarse —dijo de hecerlo! fuerzas y él se cayé de lado sobre se hizo pedazos y Bruno se levanté de un salto, chi- Mando: —iMi padre te lo hard pagar caro! Luego sali6 corriendo, proSablemente en bus- ca de su adinerado papa. No habia vuelto a ver a Bruno Jenkins hasta ahora. Dudaba mucho de que estuviera a punto de convertirse en un ratén, aunque debo confesar que, en el fordo, esperaba que suce- diera. En cualquier caso, no le envidiaba por estar alli, delante de todas esas brujas. —Mi querrido nifio —dijo La Gran Bruja desde la tarima—. Tengo tu chocolate prreparrado. Sube aqui prrimerro y saluda a estas ercantadorras sefiorras. ‘Ahora su vor era completamente diferente. Era suave y chorreaba micles Bruno estaba un poco desconcertado, pero se dejé conducir a la tarima y se quedd alli de pie, junto a La Gran Bruja. —Bueno, {dénde estén mis seis chocolati- nas? —4di Ye ba volviendo @ poner las cadenas sin hacer ue la bruja cue le habia abjerto esta- ido. 100 Bruno no se dio cuenta, porque estaba demasiado ‘ocupado reclamendo su chocolate. —i¥a solo falta un minuto parra las trres y media! —enuncié La Gran Bruja. —¢Qué rayos pasa? —pregunté Bruno, No estaba asustado, pero tampoco se sentia muy a gUus- to—. {Qué es esto? {Deme mi choeclat —iQuedan trreinta segundos! —grité La Gran Bruja, agarrando a Bruno por un brazo Bruno se solté de una sacudida y la mird a Ia cara. Ella le devolvié la mirada, sonriendo con los labios de su mascara. Todas las brujas tenian Ios ojos clavados en Bruno. —iVeinte segundo: —iDeme el chocolate! pezando a mosquearse—. j jeme salir de aqui! —grité La Gran Bruja. Bruno, em- 101 —iQuince segundos! —anuncid La Gran Bruja. —Quiere alguna de ustedes, locas de atar, haver el favor de decirme qué pasa aqui? —dijo Bruno. —iDiez segundos! —gritS La Gran Bruja—. Nueve... ocho... siete... seis. cinco... cuattro... teres... das... uno jcerro! Podria jurar que oi el timbre de un desper- tador. Vi a Bruno pegar un brinco. Salté como le hubieran clavado un alfiler en el culo y ch tan alto que aterrizé en una mesita la tarima, y se puso a dar brincos en- m moviendo los brazos y chillando como an loco. Luego, de pronto, se quedé callado. Su cuer- po se puso EI desperrtadorr ha sonado! —grité La Gran Bruja—. jEl Rrratonisadorr empiesa a hacerr fee 1pez6 a brincar por la tarima y a batir pal- mas con sus manos enguantadas, y luego grits: —Esta cosa aborrrecida, este asquerroso pulgén, ien un prrecioso rratén! Bruno se estaba achicando por momentos. Yole vefa encogerse ‘Ahora sus ropas desaparecian y le crecia pelo castaiio por todo el cuerpo... De repente, tenia rabo... Todo sucedié tan répidamente Fue cuestin de unos segundos solamente Y, de golpe, ya no estaba alli. jco—. {Lo ha con- iEs el invento mas grande mn milagro, oh, Talentuda! Todas se habian puesto de pie y aplaudian 103 vitoreaban, La Gran Bruja sac6 una ratonera de s pliegues de su vestido y empezé a prepararla. |, nol, iNo quiero verlo! Puede ser que Bruno Jenkins haya sido un poco repugnan- te, pero yo no quiero ver cémo le cortan la cabeza. —iDénde esta? —exclamé La Gran Bruje, ese rratn? No pudo encontrarlo. Bruno habi y debia de haber bajado de la mesa y escapado, para esconderse en alga rincén © incluso en algin aguje- Las ancianas La Gran Bruja estaba de pie justo en el cen- tro de la tarima, y sus ojos asesinos se pascaban len- tamente sobre las brujas de la sala, sentadas ante ella, déciles y su ‘Todas las que tengan mas de setenta afios que levanten la mano! —ladré La Gran Bruja, de pronto. Se alzaron siete u ocho manes. —Se me ocurrre —dijo La Gran Bruja— que vosotrras, las ancianas, no podrréis trreparr a os arrboles altos en busca de huevos del pagaro grrufdn, —iNo, Vuestra Grandeza! jCreemos que no podremos! —dijeron las ancianas a coro. —Tampoco podrréis coguerr al cascacangrre- gos, que vive en lo alto de rrocosos acantilados —si- ja—. Tampoco os veo perrsiguien- do a toda carrrerrra al velos saltagatos, ni buceando en aguas prrofundas parra alancearr al chismorrero, nj rrecorrriendo los helados paramos con una pesa- da escopeta bago el brraso parra caserr el espurrea- dorr. Sois demasiado viegas y débiles parra esas cosas, —iSi! —entonaron las ancianas—. iLo so- most jLo somos! —Vosotrras, ancianas, me habéis serrvido bien durante muchos afios —dijo La Gran Bruja— y no deseo prrivarros del placerr de carrgarros a unos miles de nifics cada una slo porrque ya sois viegas y débiles. Porr ie fo tanto, he prreparado parr manos, una cantidad jsadort de Acsion Rretarrdada las aneianas, antes de que —gritaron las bru- jas viejas—. {Sois demasiado buena con nosotras, Vuestra Grandeza! jSois tan amable y considerada! —Aqui tengo una muestra de to que os da- rré —dijo La Gran Bruja. Rebuscé en un b un frasquito muy pequei jo de su vestido y sacé Lo levants y grité: 106 —iEn este frrasquito tan pequefio hay qui- nientas dosis de Rratonisadorr converrtirr en rratones a qui ifios! Vi que el frasco era de cristal azul oscuro y muy pequenito, aproximadamente del mismo tama fio que los frascos con gotas para Ia nariz que se compran en la farmacia. —iCada una de las a frrasquitos como éste! —grit6. \ —i Gracias, gracias, oh, Generosisima y Con- sideradisima! —exclamaron a coro las brujas an- cianes—, |No se desperdiciard ni una gota! jTe pro- metemos espachurrar, escachifollar y machacer a mil nifios cada una! —iNuestrra rreunién ha terminedo! —anun- cié La Gran Bruja—. Este es el prrogrrama para el resto de vuestrra estancia en el hotel. Ahorra mis- ‘mo tenemos que ir a la Terrrasa Soleada parra tomarr el té on ese rrridiculo director. Luego, a las seis de la tarrde, las brugas que son demasiado viegas parra trreparr a los arboles en busca de huevos de pégarro grrufén irrén a mi habitaciGn rrrecoguer dos frascos de Rratonisadorr. El nimerro de mi ha- bitacién es el cuatrrocientos cincuenta y cuatrro. No lo alvidéis. Después, a las ocho, os rrreunirréis todas en el comedorr parra cenarr. Somos las encantado- rras sefiorras de la RSPCN y van a prreparrar dos mesas larrges especialmente parra nosotrras. Perro no os olvidéis de ponerros tapones de algodén en la narris. Ese comedorr leno de asquerrosos nifios y sin los tapones el hedorr serra insoporrtable. Aparrte de eso, acorrdarros de porrtarros norrmal- mente en todo momento. {Est todo clarro? ¢Algu- na pregunta? —Yo tengo una pregunta, Vuestra Grande- za —dijo una voz entre el pliblico—. {Qué pasa uno de los bombones que regalemos en las confite- rias se lo come un adulto? nas rrecibirré dos 107 —Peorr parra el adulto —dijo La Gran Bru- ja—. La rreunién ha tereminado! jSalid! Las brujas se pusieron de pie y empezaron a recoger sus cosas. Yo las abservaba por la rendija, esperando que se dieran prise y se marcharan pronto para que yo estuviera al fin a salvo. una de las brujas de Su alarido resoné en el Sal6n como una trompeta, Todas las brujas se deruvieron y se vol- vieron a mirar a la que habia chillado. Era una de Jas més altas y la vi alli de pie, con la cabeza leven- tada, aspirando grandes bocanadas de aire por aque- Ios ‘agujeros de lz nariz, ondulados y sonrosados ‘como una concha. —iEsperad! —volvié a gritar —cQué pasa? —preguntaron las otras tog —iCaca de perro! —chillé ella—, jAcaba de legarme una vaharada de caca de perro! —iNo puede ser! —griteron las demés, —cQué os pasa? —pregunté La Gran Bru- ja, lanzando miradas feroces desde la tarima. iMildred acaba de oler caca de perro, Vuestra Grandeza! —Ie contesté —iQué tontertia! —grité La Gran Bruja—. iTiene caca de pertro en la seserra {No hay nifios —grit6 la bruja que se red—, jQuietas todas! ;No moveros! se agitaban como La cola de un pez—. {Lo noto més fuerte! {Me Mega mucho més fuerte! ¢No lo oléis vosotras? Todas las narices de todas las brujas de la sala se levantaron y empezaron a olfatear ne razén! —grité otra vor—. {Tiene Es caca de perro, un olor fuerte y En cuestién de segundos, todo el congreso de brujas lanzaba el temido grito. aban—. jEst4 por uff! ¢Cémo no lo —iEncontrradlo! —chillé La Gran Br iSeguidle el rrrastr atrrapartlo! Los pelos de mi cabeza estaban tiesos como las cerdas de un cepillo y rompi en un sudor frio por todo el cuerpo 109 iBarrred a ese montoncito de mierrda! 16 La Gran Bruje—. {No le deguéis escaparr! esté aqui se ha enterrado de las cosas mas se- crretas! |Hay que exterrrminarrlo inmediatamente! Metamorfosis Recuerdo que pensé, {Ya no tengo escapa- toria! Aunque echase a correr y consiguiese esqui- varlas a todas, ino podria salir porque las puertas tienen cadena y cerrojo! {Estoy acabado! {Estoy hun- dido! Oh, abuela, cqué van a hacer conmigo? Miré a mi alrededor y vi la espancosa cara, empolvade y pintada, de una bruja, que me estaba mirando, y la cara brid la boca y chill6, triunfante. —iEstd equi! jEst4 detrds del biombo! |Ve- nid a cogel La bruja extendié una mano enguantada y me agarré por el pelo, pero yo me solté y me aparté de un salto, Corti, ja6mo corri! (EI terror ponfa alas en mis pies! Volé siguiendo la pared del Salén de Baile y ninguna de ellas tuvo la posibilidad de atra- parme, Cuando Ilegué a las puertes, me paré y traté de abrirlas, pero la gruesa cadena sujetaba los pica- portes y ni siquiera pude sacudirla, Las brujas no se molestaron en perseguirme. Se limitaron a quedarse en grupitos, observandome y sabiendo con certeza que yo no tenia medio de escapar. Varias de ellas se taparon la nariz con sus dedos enguantados y hubo gritos de «jPuuff! {Qué peste! iNo podemos aguantarls much —jPues coguedle, Bruja desde La tarima— Desplegarros en fila a lo ul ancho de la sala, avansad y aprresadlo! jAcorrralarr a ese asquerroso crrio y agarrradlo y trraédmelo aqui! W Las brujas se desplegeron como ella les habia dicho. Avanzaron hacia mi, unas por un lado, otras por el otro, y algunas m: entre las filas de sillas vacias. Era inevitable que me co- gieran. Me tenian acorralado. De puro terror me puse a chillar. grvitarr! Entonces se me echaron encima y cinco de ellas me agarraron por los brazos y las piernas y me alzaron del suelo. Yo continué gritando, pero una me tapé 1a boca con una mano enguantada y 112 —iTrrraedle equi! —grité La Gran Bruja—. iTrrraedme a ese gusano entrrometido! Me Ilevaron en volandas, de cara al techo, sostenido por muchas menos que aferraban mis bra. zos y piernas, Vi a La Gran Bruja alzindose por encima, sonriendo de la manera més horrible. Le- vanté el frasco azul de Ratonizador y dij —iAhorra la medicinal jTapadle la narris parra que abrra la boca! Uros fuertes dedos me apretaron la nariz Mantuve la koca bien cerrada y contuve el aliento, Pero no pude resistir durante mucho tiempo. Me estallaba el pecho. Abri la boca para aspirar una gran bocanada de aire y al hacerlo... {La Gran Bru- ja me eché por la garganta todo el contenido del frasquito! iQué dolor y qué ardor! Era como si me hubieran vertido en la boca una olla de agua hir- viendo. jSentia un incendio en la garganta! iLuego, muy répidamente, la sensacién quemante, abrasa. dora, se extendié por mi pecho y bajé al estémago y siguié por los brazos y las piernas y por todo mi cuerpo! Grité y grité, pero una vez més la mano enguantada me taps la boca. Después sent! que mi piel empezaba a apretarme. {COmo podria descri- birlo? Era literalmente como si la piel de todo mi cuerpo, desde la coronilla hasta Tas puntas de los dedos de las manos v de los pies, jse contrajera y se encogiese! Yo me Sentia como si fuese un globo y alguien estuviese retorciendo el extreme del globo, retorciéndolo y retorciéndolo, y el globo se hacie cada vez mds pequeiio y ia piel se ponia cada vez mas tirante y pronto ibe g escallar. Entonces empezd el estrujamiento. Esta vee era como si estuviese dentro de una armadura y al- guien estuviera dando vueltas a una tuerca, y con cada vuelta de tuerca, la armadura se hacia mds y mas pequefa, y me estrujaba como a una naranja, 113 convirtiéndome en una pulpa deshecha y haciendo que el jugo se me saliera por los costados. Después vino una sensacién de picor rabioso por toda le piel (0 lo que quedaba de ella), como si miles de agujitas se abrieran paso a través de la su- perficie de mi piel desde dentro, y esto era, ahora me doy cuenta, que me estaba creciendo el pelo de ratén. ; Desde muy lejos, of la voz de La Gran Bruja hillando. Same Quinientas dosis! Este maloliente carr bunclo se ha tomado quinientas dosis y el desperrta- dorr se ha destrrosado y ahorra estamos viendo la accién instantdnea! ; OF apleusos y vivas y recuerdo que, pensé: i¥q no soy yo! {He perdido mi propio pellejo! Me di cuenta de que el suelo estaba a slo dos centimetros de mi naziz. ; También me fijé en dos patitas delanteras peludas que descansaban en el suelo. Yo podia mover esas patitas. (Eran mias! Patgn ese momento, comprendi que yo ya no fio, Era UN RATON. SeeenenAhorre. vamos a ponerr la rratonerral —of gritar a La Gran Bruja—. {La tengo aqui mis- mo! iY aqui hey un trroso de queso! Pero yo no iba a quedarme esperando. (Cru- cé ta tarima’ como un reldmpago! iMe asombré de 14 mi propia velocidad! Salté por encima de pies de brujas por todos lados, y en un instante bajé los es- calones y me encontré en el suclo del Salén de Baile brincando por entre las las. Lo que més ‘me gustaba era que no hacia nada de ruido al correr Me mov de todo, pensé, 0 ademas de veloz, cuan- do hay una pandilla de locas peligrosas que desean tu sangre, Elegi te pata de atrés de una si pegué a ella y me quedé inmévil jos, La Gran Bruja estaba gritando. —iOlvidarros del pesti la pena molestarrse en buscarrl 2 ! jAbrrid las puertas dmonos a la Terrrasa Soleada a tomarr el té con ese imbécil de! dirrector! Bruno Asomé la cabeza por Is pata de la silla y vi cientos de pies de brujas saliendo por las puertas del Salén de Baile. Cuando se marcharon todas y el lugar quedé en total silencio, empecé a moverme por el suelo con cautela. De pronto, me acordé de Bruno. Seguramente estarfa por aqui, escondido en alguna parte En realidad no esperaba poder hablar ahora que me habia transformado en un ratdn, asi que me Hevé un susto tremendo al ofr mi propia voz, per- fectamente normal y bastante alta, saliendo de una boca tan chiqu Era mara a probar. —Bruno Jenkins, {dénde estés? —dije— iSi puedes ofrme, da un grito! Mi voz era exactamente la misma y tan fuerte como cuando yo era un nifio. —iEh, Bruno! —grité—. {Dénde estés? No hubo respuesta. Me paseé por entre las patas de las sillas intentando acostumbrarme 2 estar tan cerca del suelo, Decidi que me gustaba bastante, Probable- mente estéis extrafiados de que yo no estuviera nada ido. Me encontré pensando: ¢¥ qué tiene de maravilloso ser un nifio, después de toda? ¢Por qué faa de ser, necesariamente, mejor que ser un ratdn? so. Estaba entusiasmado. Volvi 116 Ya sé que a los ratones los cazan, los envenenan 0 les ponen trampas. Pero también a ios nifios los ma- tan a veces. A los nifios ios puede atropellar un co- che 0 pueden morir de alguna espantosa enjermedad, Los nifios tienen que ir al colegio. Los ratones, no. Los ratones ro tienen que examinarse. Los ratones no tienen que preocuparse por el dinero. Los rato- nes, que yo sepa, sélo tienen dos enemigos, los seres humanos y los gatos. Mi abueia es un ser humano, pero yo sé seguro que ella me querrd siempre, sea yo lo que sea. Y, gracias a Dios, ella nunca tiene gaio. Cuando los ratones se hacen mayores no tienen que ir a la guerra y luchar con otros ratones. Todos los ratones se ilevan bien. La gente, no. Si, me dije, creo que no esté nada mal ser un ratén. Iba dando vueltas por el suelo del salén mientras pensaba en esto, cuando vi a otro ratén. Sostenia un pedazo de pan con las patas delanteras y lo mordisqueaba con gran entusiasmo. Tenfa que ser Bruno. —Hola, Bruno —dije, Me miré durante dos segundos y Iuego con- tinué engullendo. —ZQué has encontrado? —le pregunté. —Se le cayé a una de ellas —contest6—. Es un sandwich de pasta de pescado. Est bueno. También él hablaba con una voz norm —Escucha, Bruno —dije—, ahora que los dos somos ratones, creo que debemos empezar a pensar en el futuro. Dejé de comer y me miré fijamente con sus ojitos negros —ZQué significa eso de los dos? —dijo—. El hecho de que tu seas un ratén no tiene nada que ver conmigo. : —Pero es que t@ también eres un ratén, Bruno. —No seas idiota —dijo—. Yo no soy un ratén. —Me temo que si, Bruno. —iPor supuesto que no! —grité—. ¢Por qué me insultas? iYo no te he dicho nada! Por qué me lamas ratén a mi? —iEs que no sabes lo que te ha pasado? —dije. —EDe qué demonios ests hablando? —pre- gunté Bruno. —Tengo que informarte —dije— de que no hace mucho rato las brujas te han convertido en han hecho 1o mismo conmigo, titas eelndes Mir Bruno se mir6 las patas. Pegé un brinco. —iDios mio! —grité—. iSi que soy un ra- ton! iYa verds cuando mi padre se entere de esto! —A lo mejor piensa que es un progreso —tije. ; —iYo no quiero ser un ratén! —grité Bruno, dando saltos—. {Me niego a ser un rat6n! {Yo soy Bruno Jenkins! —Hay coses peores que ser un ratén —di- . Puedes vivir en un agujero. —iYo no quiero vivir en un agujero’ —Y puedes colarte en la despensa por la no- che —dije— y rcer todos los paquetes de pasas, de jue encuen- comiendo hasta hartarte. Eso es lo que hacen los ratones, —Vaya, es un: i dose un poco—. Pero, {cdmo voy a abrir la puerta de la nevera pare coger el pollo frfo y las sobras? Eso es lo que hago todas las noches en’ mi casa. —A lo mejor tu adinerado padre puede com- prerte una neverita especial sdlo para ti —dije—. Una que puedas abrir. —iHas dicho que fue una bruja quien me hizo esto? —pregunté Bruno—. :Qué bruja? —La io 1a chovolatina en el vesti- bulo ayer —Ie dije—. {No te acuerdas? —iEsa cerda squerosa! iMe las pagard! éDénde est? £Q —Olvidalo —dije—. No tienes la menor iad. Tu mayor problema en este momento son tus padres. ¢Céme se lo van a tomar? éTe tra- taran con carifio y comprension? un momento. 119 —Creo que mi padre se va a quedar de pie- dra —di —é¥ tu madre? —4Por qué lo tengo yo solamente? —dijo—. Y ti, cqué? “ati abuela To entenderé perfectamente, Lo sabe todo sobre las brujas. Bruno dio otro mordisco a su sandwich —« Qué propones que hagamos? —pregunts. —Propongo que vayamos los dos en seguida a consultar con mi abuela —dije—. Ella sabra exac- tamente lo que debemos hacer. 2 las puertas, que estaban abiertas. iguid, sosteniendo parte del sandwich en una pata. PCuando Hleguemos al pasillo —. Lo tinico que se ofa eran las voces de las brujas an- cianas balauceando sus bobas alabanzas: «Qué ama- ble es Vuescra Grandeza!» y todo lo demas. Corti por el pasillo y luego escaleras arriba. En el quinto , fui otra vez por el pasillo hasta la puerta de mi cuarto. Gracias @ Dios, no habia nadie a la vista. Empecé a dar golpecitos en la puerta con el fondo del frasco. Tap, tap, tap, tap, tap, tap... tap, tap, tap Me oiria mi abuela? Pensé que tenia que oftme. El frasco hacia un ruido bastante fuerte cada ver que daba contra le puerta. Tap, tap, tap... tap, tap, tap... Con tal de que no viniera nadie por el pasillo... Pero la puerta no se abria, Decidi correr 60. —jAbuela! —grité todo lo fuerte que pu- puele! iSoy yo! iAbreme! sus pasos sobre la alfombra y se abrié Ja puerta, Entré como una flecha. —jLo consegui! —grité, dando brincos—. iLo tengo, abuela! jMira, aqui esta! jUn frasco en- tero! Ella cerrd la puerta, Se agachd, me cogié y me acaricié. h, mi vida! —exclamé—. iGracias a Dios que estds a salvo! Cogis el Fras y ley6 la etiqueca en vor alta. —Férmula 86, Ratonizador de Accién Re- tardada, jEste frasco contiene quinientas dosis iEres estupendo, chiquillo! jEres una maravilla! ;Asombroso! ¢Cémo demonios conseguis:e salir de su cuarto? 140 —Me escapé cuando entraron las brujes an- cianas —le dije—. Fue todo un poco espeluznante, abucla, No me gustaria tener que repetirlo. —iYo también la he visto! —dijo ella. —Lo sé, abuela, Os of hablar. {No crees que es absolutamente horrenda? —Es una osesina —dijo mi abuela—. jEs la mujer més malvada del mundo entero! —¢Viste su mascara? —pregunté —Es asombrosa —dijo mi abuela—. Es exac- tamente igual que una cara de verdad. Aunque yo sabia que era una mascara, no vefa la diferencia. i que nunca te volveria a ver! Presentacion de Bruno al Sr. y la Sra. Jenkins Mi abuela me Ilev6 a su habitacién y me puso sobre la mesa. Colocé el valioso frasco a mi lado. —iA qué hora van a cenar esas brujas en el comedor? —pregunt. —A las ocho— miré su rel —Ahora son. las seis y diez —dijo—. Tene- mos hasta las ocho para planear nuestro proximo paso. De pronto, su mirada se posé sobre Bruno, que seguia en el frutero. Ya se habia comido tres platanas y estaba empezando el cuarto. Se habia puesto inmensamente gordo. —Ya basta —dijo mi abuela, levantandole del frutero y dejéndole encima de la mesa—. Creo que es hora de devolver a este nifio al seno familiar. {No estés de acuerdo, Bruno? runo la miré ceftudo. Yo nunca habia visto ‘aun ratén fruncir el ceo, pero Bruno logré hacerlo. —Mis padres me dejan comer todo lo que quiero —dijo—. Prefiero estar con ellos que con usted. Es natural —dijo mi abuela—, {Sabes dénde podrian estar tus padres en este momento? "—Estaban en la Sala no hace mucho —dije yo—. Les vi sentados alli cuando pasamos corriendo Para venir aqui. —Bien —dijo mi abuela—. Vamos a ver si estén alli todavia. {Quieres venir td también? —afie- di6, miréndome. —Si, por favor —contesté. —05 pondré a los dos en mi bolso —dijo ella—. Quedaros calladitos y escondidos. Si tenéis que asomaros de vez en cuando, no sacad més que el hocico. Su bolso era grande y voluminoso, de piel negra, con un broche de carey. Nos cogié @ Bruno y amiy nos metié dentro. —No cerraré e! broche —dijo—. Pero tened cuidado de que no 0s vear Yo no tenia intencién de quedarme escon- dido. Queria verlo todo. Me meti en un bolsillo la- teral dentro del bolso, cerca del broche, y desde alli podia asomar Ja cabeza siempre que quisiera —Eh —dijo Bruno—. Deme el resto de! pléteno que estaba comiendo. —Oh, bueno —dijo mi abuela—. Lo que sea con tal de que te calles. Eché el plétano medio comido dentro del bolo, se colgé é&te del brazo y salié de la habita- cidn. Recorrié el pasillo dando golpecitos con su bastén. Bajamos en | ascensor @ la planta baja y 143 atravesamos e! Salén de Lectura, camino de la Sala Alli estaban, efectivamente, cl sefior y Ia sefiora Jen- kins, sertados en un par de butacas con una mesita baja de cristal entre los dos. Habia varios otros gru: pos de personas, pero los Jenkins cran la tinica pare- ja que estaba sola. El sefor Jenkins estaba leyendo el periédies. La sefiora Jenkins estaba haciendo une labor de punto, grande, de color mosiaza, Sélo mis ojos ¥ mi nariz sobresalian del cierre del bolso, pero tenfa una vista estupenda. Lo vei todo Mi abuela, vestida de encaje negro, cruzd la Sala golpeando el suelo con su bas:6n y se detuvo delante de la mesa de los lenkins. -—{Son ustedes el sefior y la seiora Jenkins? —pregun:6. EI sefior Jenkins la miré por encima de las paginas de su periddico y errugé el entrecejo. —Si —dijo—. Soy el seior Jenkins. ¢En qué puedo servirla, sefiora? —Me temo que tengo que darle una noticia bastante alarmante —dijo ella—. Se trata de su hijo, Bruro. —gQué pasa con Bruno? —dijo el sefior Jenkins La sefiora Jenkins levarté la vista, pero con- tinué haciendo purto. —4Qué ha hecho ahora ese granujilla? —di- jo el sefior Jenkins—, Ura incursién en Ia cocina, supongo. —£s algo peor que eso —dijo mi abuela—. éPodriamos ir a algiin sitio més privado para que se lo cuente? —{Privado? —dijo el seior Jenkins—. {Por qué tenemos gue estar en privado? —No me resulta fécil explicarle lo que ha pasado —contest6 mi abuela—. Preferiria que su- bigramos @ su habitacién y nos sentéramos, antes de decirle mas, 145 —No podemos hablar aqui —dijo—. Hay demasiada gente. Se trata de un asunto muy perso- nal y delicado. "—Hablaré donde me dé la gana, sefiora —di- jo el sefior Jenkins—. Venge, isuéltelo! Si Bruno ‘ha roto una ventana c le ha estrellado las gafas, yo pagaré los dafios, ipero no pienso moverme de esta butaca! Uno o dos de los grupos que habia en la sala empezaron a mirarncs. —-Ademés, id6nde esté Bruno? —dijo el sefior Jenkins—. Digale que venga aqui 2 verme. —Ya esté aqui —dijo mi abucla—. Esté en mibolso. Dio unos golpecitos en su bolso, grande y blando, con el bastén. wT Qué rayos quiere decir con que esté en su bolso? —grit6 el senor Jenkins. —{Esté usted tratando de gastarnos una bro- ma? —dijo la sefiora Jenkins, muy estirada. (0 no es ninguna broma —dijo mi abue- Ja—. Su hijo ha sufrido un desafortunado accidente El sefior Jenkins bajo el periédico. La sefiora Jenkins dejé de hacer punto. . 2 quiero subir a mi habita —dijo el sefcr Jenkins—. Estoy muy bien aqui, muchas gracias, Era un hombre grande y tosco qu acostumbrado a que le cer. 0 estaba eran lo que tenia cue he- 1ga el favor de decir lo que sea y luego dgjenos solos —ahadié. , me Hablé como si se dirigiera a elguien que estuviese intentando venderle una aspiradora en la puerta de su casa. Mi pobre abuela, que habia hecho todo lo posible por ser amable con ellos, empez6 a enojarse también. Siempre esté sufriendo accidentes —dijo el sefior Jenkins—. Come demasiado y luego padece de gases, Deberfa oirle después de cenar. jParece una orquesta de viento! Pero con une buena dosis de 10 se pone bien en seguida. ¢Dénde est ese brib6n? —Ya se lo he dicho —contesté mi abuela—. Esté en mi bolso. Pero realmente creo que seria me- jor que fuéramos a un sitio privado antes de presen- térselo en su estado actu: —Esta mujer esté loca —dijo la sefiora Jen- kins—. Dile que se vaya. —El hecho es que su formado drésticamente —dijo mi abuela mado! —grité el sefior Jenkins—. a transjormado? jo Bruno ha sido trans- 146 se! — aio a sefora Jenkins—. iEs io a quién hacer qué, por Dios santo? —grité el sefior Jenkins. un bigote negro que subfa y bajaba cuando él gritaba. —Vio a las brujes convertirle en un ratén —dijo mi ébuela. —Llama al director, querido —le dijo la sefiora Jenkins a su marido—, Haz que echen del hotel a esta loca. En ese momento, a mi abuela se le acabé Ja paciencia. Rebuscé en su bolso y encontré 2 Bru- no. Lo sacé y lo dejé sobre la mesa de cristal. La sefiora Jenkins echd una ojeada al gordo ratoncito pardo, que todavia estaba masticando un pedacito de plétano, y pegé un alarido que hizo vibrar la arafia de cristal del techo. Salié disperada de su butaca, chillando. —iEs un rat6n! {Ret iNo los soporte! ja descarada y odiosa! —grité el se- 1 y logré cogerlo antes de que ra al suelo, La sefiora Jenkins seguia pegando berridos y el sefior Jenkins nos amenazaba gritando. —iFuera de aqui! {Cémo se atreve a asustar a mi mujer de esta manera? jLlévese de aqui a su asqueroso ratén ahora —iSocorra! —chillaba la sefiora Jenkins. Su cara se habia puesto del color de la panza de un pescado. 147 —Bueno, yo hice lo que pude —dijo mi abuela. aa Con esas palabras, dio media vuelta y dela sala, llevandose a Bruno. | E] plan Cuando volvimos a su cuarto, mi abuela nos sacd de su bolso a Bruno y a mi y nos puso en- cima de la mesa. . —éPor qué demonios no hablaste y le di- jiste a tu padre quién eras? —le pregunté a Bruno. —Porque tenia la boca lena —dijo él. SaltS inmediatamente al frutero y siguié co- miendo : —Qué nifio més desagradable eres —le dijo mi abuela. —Nifio, no —dije yo—. Raton, —Tienes razén, cielo. Pero ahora no tene- mos tiempo de preocuparnos de él. Tenemos que hacer planes. Dentro de una hora y media aproxi- madamente, todas las brujas bajarén a cenar el co- medor. ,Verdad? —Verdad —dije. —Y hay que darles una dosis de Ratonizador a cada una —dijo—. {Como rayos vamos a hacerlo? —Abuela, creo que olvidas que un ratén puede entrar en sitios donde no pueden entrar las personas. —Eso es cierto —dijo—. Pero ni siquiera un ratén puede pasearse por la mesa, Ilevando un frasco y rociando la carne asada de las brujas con Raronizador, sin que le vean —No pensaba hacerlo en el comedor —di 149 —Entonces, idénde? —pregunté ella. —En la cocina, cuando estén preparando st cena, Mi ebuela me contempl6. —Mi querido chiquillo —dijo lentamente—, creo que convertirie en un ratén ha duplicado tu capacidad mental. —LUn ratoncito puede corretear entre los ca- charros de la cocina, sin que nadie le vea, si tiene mucho cuidado. :Brillante! —exclamé ella—. {Creo que —El nico problema —dije— es cémo voy & saber qué comida es para ellas, No quiero echarlo en otra olla por equivocaciGn. Seria desastroso que me equivocara y convirtiera en ratones a todos los huéspedes, y sobre todo, a ti, abuela. —Entonces, tendras que colarte en la cocina, encontrar un buen escondite y esperar... y escuchar. Quédate en un rinconcito oscuro, escuchando y es- cuchando todo lo que digan los cocineros... y, con tun poco de suerte, alguien te dard una pista. Siem- pre que tienen que cocinar para un grupo grande, preparan su comida por separado. —De acuerdo —dije—. Eso es lo que haré. Me quedaré alli y escucharé, esperando un golpe de suerte. —Wa a set muy peligroso —dijo ella—. Na~ die se alegra de ver a un rat6n en una co te ven, te aplastaran. —No dejaré que me vean. —No olvides que llevarés el frasco —dijo ella— y, por lo tanto, no podrés ser tan Agil y répido. “"Puedo correr bastante répido sobre las patas traseras, sosteniendo el frasco con las delan- taras —dije—. Acabo de hacerlo, ¢no recuerdas? Vine todo el camino desde el cuarto de La Gran Bruja con el frasco. —2Y desenroscar el tapén? —dijo mi abue- la—. Puede que eso te resulte dificil. —Voy a probar —dije. Cogt el frasquito y, u delanteras, comprobé que podia desenroscar el ta- én con facilidad. —Estupendo —dijo mi abuela—. Reslmente eres un ratén listisimo. Miré su reloj otra vez. —Son las siete y media —dijo—. Voy a ba- jar a cenar en el comedor Ilevandote en mi bolso. Te soltaré debajo de la mesa con el frasquito y, a partir de ahi, tendrés que arreglirtelas ta solo. Ten- drés que atravesar el comedor, sin ser visto, hasta Hegar a la puerta de la cocina. Los camareros esta- rén entrando y saliendo por esa puerta continua- mente. :Tendrés que elegir el momento oportuno pera colarte detrés de uno de ellos, pero, por amor de Dios, ten cuidado de que no te pisen o de que no te aplaste la puerta. —Procuraré que no —dije, —Y, pase lo que pase, no dejes que te cojan. —No sigas, abuela. Me estés poniendo ner- vioso, izando las dos patas 151 —Eres muy valiente —dijo ella—. ¥ te quie- ro mucho. — {Qué hacemos con Bruno? —Ie pregunté Bruno me mir6. ; —Voy con vosotros —dijo, con la boca Hena de pldtano—. jNo me voy a quedar sin cenar! Mi abuela lo pensd un momento. —Te levaré ‘o— si prometes quedar- teenmibolso, muy calladito, —{Me pasard usted comida? —pregunt6 Bruno. —Si —dijo ella—, si prometes portarte bien. {Te gustarfa a ti comer algo, carifio? —me pre- gunto. . —No, gracias —contesté—. Estoy demasia- do nervioso para comer y, ademés, tengo que estar en buena forma, espabilado y ligero, para la tarea ue me espera. oa aoe ee iciertemente es una gran tarea —dijo mi abuela—. Nunca harés otra mayor. En la cocina —iYa es la hora! —dijo mi abuela—. jHa Megado el gran momento! Estés listo, carifio? Eran exactamente las siete y media. Bruno estaba en el frutero, terminando su quinto plétano. —Espere —dijo—. Slo unos mordiscos més. —iNo! —dijo mi abuela—. iTenemos que imos! Le cogié y lo apreté en su mano. Estaba muy tensa y nerviosa. Yo nunca la habia visto asf antes. —Ahora voy a poneros a los dos en mi bolso —dijo—, pero dejaré el broche abierto. Metié a Bruno primero. Yo esperé, apretando el frasquito contra mi pecho. —Ahora ti —me cogié y me dio un besito en Ia nariz—. Buena suerte, cielo, Ah, a propésito, te das cuenta de que tienes cole, no? —Tengo £qué? —dije. —Cola. Una cola larga y rizada. —La verdad es que no se me habia ocurrido —dije—. |Caramba! jPues es verdad! jAhora la veo! iY puedo moverla! Es bonita, verdad? —Lo he mencionado porque podria serte itil cuando estés trepando por la cocina —dijo mi abuela—. Puedes enroscerla en algo y balancearte y descender colgando de ella. 153 lo hubiera sabido antes —dije— Hubiera practicado para saber usarla. —Ya no hay tiempo —-dijo mi abuela— Tenemos que irnos. Me metié en el bolso con Bruno y en seguida tomé mi sitio habitual en el bolsi erior, para poder asomar la cabeza y ver lo que pasaba, Mi abuela cogié su bastin, salié al pa fue al ascensor, Apreté el botén, subié el ascensor yentré, No habia nadie mas —Escucha —dijo—. No podré hablarte ape- nas cuando estemos en el comedor, Si lo hago la gente pensard que estoy majareta y hablo sola. El ascensor llegé a la planta baja y se detuvo bruscamente. Mi abuela salié, cruzé el vestibulo del hotel y entré en el comedor. Era une sala it sa con adornos dorados en el techo y grandes espe- jos en las paredes, Los huéspedes fijos tenian mesas reservadas y la mayoria estaban ya sentados empe- zando a cener. Los camareros bullian por el Iccal, Hevando platos y fuentes. Nuestra mesa era pequefia y estaba situada a la derecha. junto a la pared, hacia el centro. Mi abuela se alla y se senté Atisbando por encima del cierre del bolso, vi en el centro del comedor dos mesas largas que ain estaban vacias. En cada una de ellas habia un cartelito sobre una especie de barrita de plata. El cartelito decia: RESERVADO PARA LOS MIEMBROS DE LA RSPCN. Mi abuela miré hacia las mesas larges. pero mente. Tapado con la servilleta, me aceroé a su cara y susurré: —Voy a ponerte en el suelo debajo de la mesa. El mantel Tega casi hasta el suelo, asi que nadie te verd. {Tienes bien agarrado el frasco? 154 —Si —murmuré—. Estoy listo, abuela. Justo entonces, un camarero vestido de ne- gro se acercé a nuestra mesa. Yo veia sus piernas por debajo de la servi , tan pronto of su voz, Te reconoci. Se —No se encontraba muy bien —dijo etla—. Se ha quedado en su cuarto. —Lo siento William—. Hoy tenemos puré de guisantes de primero y, de segundo, puede elegir entre filete de lenguado a la plancha o cor- dero asado. —Para mi, puré de guisantes y cordero asa- do —dijo mi abuela—. Pero sin prisas, William. Esta noche no tengo prisa. Trdigeme una copa de jerez seco antes de la cena. —Desde luego, sefiora —dijo William, y se alejé Mi abuela fingié que se le habia caido algo y, al agacharse, me dejé en el suelo bajo la mesa. —iVe, carifio, ve! —murmurd, y luego se enderezé, Ahora estaba solo, Estaba de pie, agarrando el frasco, Sabia exactamenie donde estaba la puerta de la cocina. Tenia que recorrer como la mitad del comedor para llegar a ella. de cruzar el suelo del comedor. Era demasiado ar gado, Mi plan ere ir pegado al rodapié hasta le puerta, de la cocina. Corti. Oh, cémo corri. Creo que nadie me vio. Estaban todos demasiado ocupados en comer. Pero, para llegar a le puerta que conducie a la cocina, tenia que cruzar la puerta principal del comedor. Estaba a punto de hacerlo cuando entré una riada de mujeres. Me apreté contra la pared sujetando mi fresco. Al principio, s6lo vi los zapatos y los tobi- 156 llos de tas mujeres que pascban por la puerta en tropel, pero cuando levanté un poco la mirada, supe en seguida quiénes eran, jEran les brujas, que en- traban a cenar! Esperé hasta que pasaron todas junto a y Iuego me pr hacia la puerta de la cocina Un camarero la abrié para entrar. Me colé tras ¢i y me escondi detrds de un gran cubo de basura. Me quedé alli varios minutos, escuchands todas Las con- versaciones y.el jaléo, {Madre mia, qué barullo habia en esa cocina! {Qué ruido! ;¥ el vapor! i¥ el estré- pito de los cacharros! iY todos los cocineros gritan- do! i¥ todos los camareros entrando y saliendo apre- suradamente y gritando los pedidos a los cocineros! —iCuatro purés y dos corderos y dos len- gvados pare la mesa veintiocho! ;Tres tartas de man- ana y dos helados de fresa para te nimero dieci- siete! 157 Y asi todo el rato. a de mi, no muy alta, habia un asa a del cubo de basura. Sin soltar el fras- ¢o, di un salto, una volterela en el aire, y me agarré al asa con el extremo del rabo. Alli estaba, balan- .andome cabeza abajo. Era estupendo. Me encan- . Asi es, me dije, como debe de sentirse un trape- sta cuando vuela por el aire, alld en lo alto, bajo ‘ona de! circo. La tnica diferencia es que su trapeci lamente se balancea hacia detrés y hacia delante ecio (mi rebo) me balanceaba en cualquier direccién que yo deseara. Quizé iba a conve en un rat6n de cireo, después de todo. En ese momento, entré un camarero con un plato en la mano y —iLa vieja de la mesa catorce dice que esta carne esta demasiado dura! jQuiere otra raci {Dame su plato! —dijo uno de los coci- neros. Me dejé caer al suelo y miré por un lado del eubo de basura. Vi al cocinero retirar la carne del plato y poner otro trozo. Luego dijo: —iVenga, chicos, ponedle un poco de salsa! Fue pasando el plato a todos los que habi en la cocina y gsabéis lo que hicieron? {Todes los cocineros y los pinches escupieron en el plato de la vieja sefiora! —iSeguro que ahora le gusta! —dijo el co- entregéndole el plato al camarero. En seguida entré otro camarero y gtitd. —iTodas las del grupo RsPcn quieren el puré! Entonces me puse alerta y escuché atentamen- te. Era todo oidos, Avancé un poco por un lado del cubo de basura para poder ver todo lo que pasaba en la cocina. Un hombre con un gorro blanco alto, que debia de ser el cocinero jefe, dijo: 159 —iPoned el puré del grupo grande en la sopera de plata grande! Vi al cocinero jefe poner un enorme reci- piente de sobre un banco de madera que co- rria todo a lo largo de la pared opuesta de la cocina. En esa sopera de plata es donde van a poner el puré, me dije, ast que ahi es donde tiene que ir también en que cerca del techo, encima del banco de madera, habia un estante fargo abarrotado y sartenes. Si consigo subirme a ese 6, esid hecho. Estaré directamenie sobre Pero primero tengo que Ilegar al otro lado de la cocina y subirme al est: iSe me ocurrié una gran idea! Una vez més, salté y en- ganché con la cola el asa del cubo de basura. Entonces, colgands cabeza abajo, empecé a balancearme, Cadz ver més alto. Me acordaba del trapecista que habia visto en el circo en las vacacio- nes de Semana Santa, y del modo en que hacia ba- 160 lancearse el trapecio mas y més alto para luego lan- zarse por los aires. Asi que, justo en el momento oportuno, en el punto mas elevado de mi balanceo, me solté del asa y sali disparado a través de la co- hice un aterrizaje perfecto en el estante in- termedio! iQué maravilles puede hacer un ratén! eso que silo soy un principiante!, pensé, Nadie me habia visto. Escaban todos dema. siado atareados con sus cacharros. Desde el estante intermedi logré trepar por una pequefa caferia gue habia en el rincén, y en un periquete estaba encima del estante superior, justo debajo del techo. entre las cacerolas y las sartenes. Sabia que alli arri- ba nadie podria verme. Era una posicion sensacional Empecé a avanzer a lo largo del estante hasta que astuye directamente sobre la gran sopera de plata vacia donde iban a servir la sopa. Dejé el frasco en al estante. Desenrosqué el tapén, empujé el frasco hasta el borde y rdpidamente volqué su contenido directamente en la sopera Un momeno después, uno de los cocineros vino con una olla inmense lena de humeante puré verde y lo eché todo en La sopera de plata. Puso la tapa encima y grité: —iEI puré del gruzo grande ya esté listo! Entonces se acerc6 un camarero y se lev6 la sopera 161 jLo habfa logrado! Aunque nunca volviese a ver a mi abuela, ilas brujas se tomarian su Rato- nizador! Dejé el frasco vacio detrés de una olla gran- de y empecé a retroceder por el estante superior. Sin el frasco, me resultaba mucho més facil mover- me. Empecé a utilizar la cola cada vez més. Me co- lumpié del asa de una cacerola al asa de otra todo el recorrido, mientras alla abajo, los cocineros y los camareros se ajetreaban de un lado para otro, y las ollas humeaban y las sartenes salpicaban misién! Segui columpiéndome divinamente de un mango a otro, y me estaba divirtiendo tanto, que me olvidé por completo de que cualquiera que mirara hacia arriba por cesualidad podia verme perfecta- mente. Lo que sucedié entonces fue tan répido que no tuve tiempo de ponerme a salvo. 163 Oi una vor de hombre que chillaba. Lin ratén! iMirad ese asqueroso ratén! Vislumbré debajo de mi una figura vestida de blanco con un gorro alto y luego, un de acero, cuando un cuchillo de cocina corté el aire y senti un trallazo de dolor en el extremo del rabo y, de pronto, estaba cayendo de cabeza al suelo. Incluso mientras caia, supe lo que acababa de ocurrir. Comprendi que me habfan cercenado la punta de la cola y que estaba a punto de estrellar- me contra el suelo, y que todo el mundo en la coci gelo, répic Di contra el suelo, salté y eché a correr para salvar mi vida. Por todas partes habia grandes botas negras pisoteando, y yo regateaba y corria y corria, 164 torciendo, girando, sorteando obstécul : suelo de la cocina. culos por tose el —iCogedie! —gritaban—. {Matadle! jAplas- Todo el suelo parecfa estar ocupado por bo- tas negras que intentaban pisoteerme y yo las evita- ba, las rodeaba, daba vueltas y luego, en pura deses- peracién, sin saber bien lo que hacia, buscando un sitio donde esconderme, ime meti por ia pernera del pantalén de un cocinero y me aferré a su cal- —iAh! —grité el cocinero—. iSe ha met | tido por mi pantalén! jEstaros quietos! {Esta vez le atra- paré! El hombre se daba palmadas en la pierna y ahora si q ba a aplastar si yo no hufa répida- mente. Sdlo podia ir en una direccién: hacia arriba. lave iis garmas en la psluda piema y trepé por la, cada vez mds arriba, subiendo por I i- lla y la rodilla hasta el muslo. pore panier 165 ——jCaramba! jQué barbaridad! —chillaba el hombre—. iMe esta subiendo por toda la pierna! ‘Oi tisotadas de todos los demas cocineros. pero os aseguro que yo no tenia ganas de reir. Yo corria para salvarme. Las manos del hombre segujan dando fuertes palimadas muy cerca de mi y él no paraba de saltar, como si estuviese pisands ascuzs. Y yo continuaba trependo y esquivando. y_ pronto Hlegué a todo lo alto de la pernera del pantalén y ye no pade seguir. —iSocorro!_|Socors el hombre—. iLo tengo en les calzon correteando por dentro de mis calzoncillos! Jo! {Que alguien me ayude a sacarl —iGuitate los pantalones, idiota! iBajae tos pantalones y Ie cogeremos! —grité alguien. Yo estaba ahora cn e| centro de los panta- Jones del hombre, cn el punto donde se unen las dos perneras y empicza la cremallera. Aquello estaba oscuro y muy caliente, Comprendi que tenia que encontrar una salida, Segui adelante y encontré la otra pernera. Bajé por ella a la velocidad de! rayo y sali por abgjo y volvi a pisar el suelo. Of que el jo cocinero gritabe todavia. —jEsté en mis pantalones! (Sacadlo! iPor favor, que alguien me ayude a cogerlo antes de que me muerda! ‘uve una fugaz visién de todo e} personal de la cocina rodedndole y partiéndose de risa, y nadie vio al ratoncita pardo que cruzaba velozmente la covina y se sumergia en un saco de patatas, ‘Me abri paso entre las sucias patatas y con tuve la respireci6n: El cocinero debia de haber empezedo a qui- tarse los pantalones, porque ahora estaban gritando: “FiNo esta ahi! jNo hay ningtin ratén abi, imbécil! —iLo habie! Juro que lo habia! —gritaba de hombres mayores me daba una 168 otra vez un gran ajetreo de cocineros y camareros yendo y viniendo. Vi al camarero que habia entrado antes con Ia queja sobre la carne dura volver a en- trar. —iEh, chicos! —grité—. Le pregunté vieja si el nuevo trozo de carne era mejor y me que estaba riquisimo. {Dijo que estaba realmente sabroso! Yo tenia que salir de aquella cocina y volver con mi abuela. Solo habia una manera de hacerlo. Tenia que cruzar el suelo como una flecha y pasar por la puerta detrés de algin camarero. Me que- 169 dé quieto, esperando mi oportunidad. L dolia terriblemente. La doblé hacia delante para rmela, Le faltaban unos cinco centimetros y sangraba mucho. Habia un camarero cargando un montén de platos llenos de helado de fresa. Llevaba uno en cada mano y dos més en eq) sobre cada brazo. Se dirigié a la puerta. La abrid empu- jando con un hombro. Salté del seco de patatas, crucé la cocina y entré en el comedor como una exha- lacién y no paré de correr hasta que estuve debajo de la mesa de mi abuela, Era maravilloso volver a ver los pies de mi abuela con sus anticuados zapatos negros con tra- billas y botones. Trepé por una de sus piemas y aterrie en su regazo. —iHola, abuela! —murmuré—. {Ya estoy —iBien hecho, carifio! —murmuré ella—. iMagnifico! {En este momento se estén tomando ese puré! , retird la mano sangrando! —susurr6—. {Qué te ha pasado, cielo? ino de los cocineros me corté la cola con de cocina —dije bajito—. Duele como un demonio. Ind la exbeza y me Voy @ ven- dértela con mi pafuelo. Asi dejar de sangrar. Sacé de su bolso un pafvelito bordeado de encaje y se las arregl para envolverme la cola can él. —Ahora te pondras bien —dijo—. Intenta olvidarte dei dolor. .De verdad lograste echar todo el frasco er su pur. -Hasta la Gltima gota —contesté—. ¢Crees que podrias ponerme en algin sitio donde pueda verlas? Si —contest6—. Mi bolso esté en tu silla vacia, a mi lado. Te meteré alli y puedes asomarte un poguito, siempre que tengas mucho cuidado de que no te vean. Bruno también esid alli, pero no le hagas caso. Le he dado un panecillo y eso le man- tendrd ocupado durante un rato. Su mano se cerré sobre mi, me alzé de su re- gazo y me trasladé al bolso. —Hola, Bruno—dije, —Este panecillo esté muy bueno —dijo, sin cesar de comer, en el fondo del bolso—. Pero me gustaria que tuviera mantequilla, Miré por encima del cierre del bolso. Veia perfectamente a las brujas, sentadas en las dos me- sas largas en el centro de la sala. Ye hab(an termina- do el puré y los camareros estaban recogiendo los platos. Mi abuela habia encendido uno de sus as- Querosos puros y estaba echando humo per todos lados. A nuestro alrededor, los veraneantes que se hospedaban en este elegante hotel charlaban y devo- —iEsa es ellz, abuela! —murmuré—. jEsa Gran Bruja! 171 —iLo sé! —contesté mi abuela en un mur- mullo—. {Es la menudita de negro que esta a la ca- Ella pox drfa matar a cualquiera en este comedor con sus chispas candentes! —iCuidado! —dijo mi abuela en voz baja—. iViene el camareré a Desapareci dentro del bolso y desde alli of William decir: . —Su cordero, sefiora. {Qué verdura prefie- re? {Guisantes 0 zanahorias? . —Zanahorias, por favor —dijo mi abuela. Of los ruidos de servir las zanahorias. Luego hubo una pausa. Después la voz de mi abuela mur- muré: —Esté bien. Ya se ha ido. Saqué la cabeza otra vez. —iSeguro que nadie veré asomar mi cabeza? —No —dijo mi abuela—. Supongo que no. Mi problema es que tengo gue hablarte sin mover los labios. —Lo haces divinamente —di —He contedo las brujas —dijo ella—. No hay tantas como td pensabas. Era solo un célculo cuando dijiste doscientas, :no? . —A mi me parecieron doscientas —dije. —Yo también me equivoqué —dijo—. Pen- sé que habia muchas mas brujas en Inglaterra. —iCuéntes hay? —pregunté. —Ochenta y cuatro —contest6. —Habia ochenta y cinco —dije—, pero a una [a frieron. En ese momento vi al sefior Jenkins, el padre de Bruno, dirigiéndose a nuestra mesa. , —Cuidado, abuela —dije—. jAqui viene el pedre de Bruno! EI Sr. Jenkins y su hijo El sefior Jenkins se acercé a nuestra mesa a zancadas y con expresién decidida. —iDénde est ese nieto suyo? —le pregunté ami abvela. _ Hablaba de modo grosero y parecia muy en- fadado. Mi abuela le dirigid una mirada helada y 10 le contesté. ___—Sospecho que él y mi hijo Bruno estén haciendo alguna diablura —continué el sefior Jen- kins—. Bruno no ha aparecido para cenar, iy tiene que ocurrir algo muy gordo para que ese chico se pierda la cena! —Debo reconocer que tiene un saludable apetito —dijo mi abuela _ —Mi impresin es que también usted esta metida en esto —dijo el sefior Jenkins—, No sé quién demonios es usted, ni me importa, pero usted nos gast6 una troma muy desagradable a mi y a mi mujer esta tarde. Nos puso un asqueroso raion sobre la mesa, Eso me hace pensar que los tres estén metidos en algo. Asi que, si sabe usted dénde esta escondido Bruno, haga el favor de decirmelo en seguida —Yo no les gasté ninguna broma —dijo mi abuela—. Ese ratén que interté entregerle era su propio hijo, Bruno. Estaba portindome amablemente con ustedes. Estaba tratando de devolverle al seno de su familia, Usted se negé a aceptarle. Qué diablos quiere usted decir, sefiora? —grit6 el sefior Jenkins—, {Mi hijo no es un ratén! Su bigote negro sudia y bajaba como loco mientras é! hablaba. Vamos, muj: de una vez! —vocifers. La familia de la mesa mds proxima a nosotros habia dejado de comer y mireba abiertamente al sefior Jenkins, Mi abvela seguia fumando tranqu Tamente su puro negro. —Comprends muy bien su indignacién, se- fior Jenkins —dijo ella—~. Cualquier otro padre inglé estaria tan {uriosc como usted. Pero en No- ruega, de donde yo soy, estamos muy acostumbrados a este tipo de sucesos. Hemos aprendido a eceptarlos como parte de la vida cotidiana. —iUsted debe ce estar loca! —grité el sefior Jenkins—. gDénde est Bruno? {Si no me lo dice en seguida, llamaré a la policia! —Bruno es un ratén —dijo mi abuela, tan tranquila como siempre. —iPor supuesto que no es un ravén! —grité el sefior Jenkins. que lo soy’ —dijo Bruno, asomando la cabeza fuera de! belso. El sefior Jenkins pegé un salto de un metro. —Hola, papé —dijo Bruno. Tenia una especie de boba sonrisita ratonil en la cara El sefior Jenkins abrié tanto la boca que yo puce verle los empastes de oro de las muelas de atrés. —No te preceupes, papé —siguid Bruno— No ¢s tan terrible. Mientras que no me atrape el gato. —iB-B-Brunc! —tartamuded el. sefior Jen- Donde esta? jSuéltelo kins. —i¥a no tendré que ir al cole! —dijo Bruno, 174 y_estipida sonrisa ratonil—. 1 iViviré en el armario de la cocina y me forraré de pasas y de mie! —iP-P-Pero B-B-Bruno! —tartamudeé otra vez su padre—. {C-Cémo ha sucedido esto? Al pobre hombre le faltaba el aliento. —Las brujes —dijo mi abuela—. Lo han hecho las brujas. —iYo no puedo tener un ratén por hi —aullé el sefior Jenkins —Pues ya lo tiene —dijo mi abuela—. Sea bueno con él, sefior Jenkins 175 s—. iNo puede soportar a e30s ndré que acostumbrarse a él —di abuela—. Espero que no tengan ustedes un gato en casa. ‘Si que lo tenemos! iSi! —grité el sefior Jenkins—. {Topsy es el gran amor de mi mujer! —Pues tendrén que deshacerse de Topsy —dijo mi abuela—, Su hijo es més importante que su gato —iPor supuesto que el interior del bolso—. {Dile a mama que se deshaga de Topsy antes de que yo vuelva 4 casa! ‘A estas alturas, la mitad del comedor obser- vaba 2 nuestro grupito. Habian dejado los cuchillos, tenedores y las cucharas en el plato y todos vol vian la cabeza para mirar al sefior Jenkins, alli pa- rado, belbuciendo y gritando. No nos veian ni a Bruno ni a mi y se preguntaban a qué se debia todo aquel jaleo. —A propésito —dijo mi abuela—, ile gus- taria seber quién le hizo esto a Bruno? Habia una sonrisita picara en su cara y yO comprendi que estaba a punto de meter al sefor Jenkins en problemas. —

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